HISTORIA DE UN EXCÉNTRICO ARZOBISPO-VIRREY.

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS. 

EN OCASIÓN DE LA SEMANA SANTA O LA HISTORIA DE UN EXCÉNTRICO UN ARZOBISPO-VIRREY. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Entresaco de mi libro (inédito): “Artemio de Valle-Arizpe y los toros”. México, 2009. 599 p. Ils., fots., grabs. (Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas, 62)…

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 …son los siguientes tres PASAJES, con motivo de que por estos días, al conmemorarse una nueva ocasión de la Semana Santa, sucedió allá por 1611 un caso que escandalizó a la sociedad. El protagonista de aquel asunto fue el Arzobispo-virrey fray Pedro o Francisco García Guerra, que al organizar un festejo taurino en “un cortinal de palacio”, olvidó trasladarlo, por lo menos al domingo de resurrección. Como aquello ocurriera el viernes santo, las muchas cosas que pasaron en apenas una jornada, permitieron a don Artemio de Valle-Arizpe hacer un recuento, diría más que completo sobre el asunto. Veamos.

 [PASAJE Nº 9]: LA NEGRA DEL SEÑOR ARZOBISPO.

    Son los tiempos en que estaba en la Nueva España el muy peculiar Arzobispo Fray Pedro o Francisco García Guerra. Peculiar, porque presidió siempre la vida de don Fray García Guerra un oculto maleficio. De un mal iba a otro mal mayor y así hasta que llegó a la muerte, supremo descanso… Ya desde su viaje emprendido para ocupar el cargo de virrey en este reino, estuvo plagado de tribulaciones de todo tipo. Pues bien, llegó al puerto de Veracruz el afligido señor acompañado de su cohorte. Luego de rumbosa recepción en la que hubo preciosos arcos de flores y de verdura, a tiro de arcabuz unos de otros; a cada paso salía multitud de indios con altos y brilladores penachos de plumas de colores, tocando trompetas, sacabuches, chirimías, dulzainas, albogues y roncos tamborinos… En cierto momento, uno de los muchos cohetes que se soltaron para festejar, fue a posarse a los pies de la mula frisona montada por el arzobispo. Ya imaginarán ustedes la consecuencia: un brazo roto, el brazo con el que bendecía tan amorosamente, ¡qué lástima!, y dio, además, un formidable cabezazo, y, como era natural se le rajó el cráneo al pobre señor, pero el pedrusco, menos mal, sí quedó intacto todo él y hasta decorado con unas sinuosas chorreaduras de sangre, que le hacían bien, armonizando con su color gris.

   Siguió su camino rumbo a Zumpango, luego a Huehuetoca lugar donde sufrió otro accidente. ¡Válgame Dios! Tras el nuevo susto, y algo repuesto, llegó a Guadalupe, donde tomando precauciones ante el aviso de que montaría otra mula, prefirió una carroza, en la que por fin arribó a la gran ciudad de México. Pasando por la calle de Santo Domingo, y dispuesto a subir un templete, este se hundió estruendosamente cayendo todo lo que fueron suntuosos adornos.

   A Su Señoría Ilustrísima don Fray García Guerra no le pasó casi nada, si nada grave es la torcedura de una pierna, que se le volvió al revés, con el talón novedosamente hacia delante, por la sencilla cosa de que le cayó encima una gruesa tabla (…)

   Camino a la Catedral, un nuevo accidente se sumó a esa marcha que se antoja colmada de una desgracia y otra también. Y así pasaron los días, en que ya no hubo –al parecer- más sustos, hasta que otro igual de inusitado lo llevó, después de severo golpe cayendo del carruaje arrastrado por unas mulas desbocadas, a pasar varios días reponiéndose del susto y los dolores intensos que padeció.

   Con lo que en aquellos tiempos escandalizaba un eclipse, pues miren que vino a ocurrir en los días en que ya el Arzobispo solo pensaba en las fiestas para hacer su entrada pública como virrey. Y eso no podía ser sino un pésimo agüero de su fatal presencia en estos dominios. Las calamidades no terminaron ahí. En tanto, se efectuó la recepción, tal y como estaban establecidos los usos y costumbres de tan singular acontecimiento, -¡claro!- sin que faltara otra desgracia. Y es que

Unos juglares, para agasajar al nuevo virrey, había preparado un artificio para hacer volatines desde lo alto de un pino en la plaza de Santiago Tlatelolco, y al llegar Su Excelencia le hicieron algunas suertes muy vistosas, pero se descompuso el armadijo que tenían y vinieron al suelo, estrellándose casi a los pies del flamante Virrey: un jeme escaso faltó para que le cayeran encima y lo dejaran desmenuzado y deshecho, y como compensación sólo le salpicaron irrespetuosamente de sangre y de sesos las manos y las suntuosas vestiduras; pero con unos lienzos y un poco de agua quedó remediado el mal, y esos trapos inmundos se los disputaba la gente para guardarlos como reliquias veneradas.[1]

   Seguramente por estas, y otras razones, fue que A de V-A denominó a presente pasaje como La negra del señor arzobispo. No se piense en ninguna mulata. Menos, en una mujer de intenso y oscuro color que le acompañara en el austero séquito. No. Era su desgraciada suerte que tuvo, como lo cuenta Mateo Alemán,[2] el cronista de estos sucedidos, en infortunios uno seguido del otro. Incluso –y como lo veremos más adelante-, hasta en sus honras fúnebres.

ARZOBISPO-VIRREY GARCÍA GUERRA

   Y como don Pedro o Francisco era harto entusiasta para las fiestas que se le organizaron en su recepción, no excluyó las taurinas. Fue por eso de que

(…) a los pocos días de su toma de mando iba a celebrar el Ayuntamiento las fiestas anuales que estaban ordenadas que se hicieran solemnemente el día del glorioso Señor San Hipólito, en recordación de la toma de la ciudad azteca por Hernán Cortés y los suyos, y ya no se pudieron hacer otras especiales para honrar al nuevo mandatario, sino que se acordó que las del 13 de agosto fuesen también dedicadas para agasajarlo. Así es que se quedó sin festejos don Fray García Guerra; pero la madre tierra se esmeró en proporcionarle uno muy soberano en los primeros días de su gobierno, poniéndose a temblar más que potranca ante un león.[3]

Salvándose de que le cayera encima un alto estante lleno de libros, aunque más de alguno de aquellos volúmenes le vino a causar los golpes de rigor, esto que no le impidió pensar, ¿en qué creen ustedes?

Pero mandó celebrar unas corridas de toros; ¿cómo iba a ponerse a mandar tranquilamente como virrey don Fray García Guerra, sin haber tenido antes aunque fuese una mala festividad? No, eso no era posible; equivaldría a subvertir el orden de las leyes naturales. Hubo dos corridas, y mandó, además, el uncioso prelado que se jugaran alcancías, pero todo ello se interrumpió por otro temblor de tierra inoportuno, que llenó a todo el mundo de pánico, pues por todas partes llovían piedras y vigas de las casas de los alrededores del coso, que se venían abajo estrepitosamente y entre espesas polvaredas. Hubo heridos numerosos, y también hubo muchos muertos; de los toros se fueron a ver, beatíficamente, a los serafines y arcángeles o a los diablos en los apretados infiernos, según fuere su limpieza de alma o el sucio caudal de sus pecados.[4]

   Se sabe que dicho festejo se celebró “en un cortinal de palacio” y, a lo que parece, no fue precisamente en el palacio virreinal, sino en el arzobispal, a donde tenía sus aposentos el desgraciado fraile, quien a partir de ese otro susto mayúsculo, comenzó a estar muy enfermo. Como quedara en manos de unos médicos que diagnosticaron todo, pero no lo más acertado, hasta llegaron al extremo de

Que lo partieron casi en canal, pues que aseguraron estos majaderos hombres de ciencia que se había corrompido por el interior, “porque las materias hicieron grandísima eminencia en la parte de las costillas que llaman mendozas, siendo muy necesario que viniesen cirujanos a abrirlo”, y luego que lo destazaron vieron “que salió poca materia, por haber corroído ya el diafragma y subido arriba”, y que “las costillas mendozas estaban tan podridas que se deshacían entre los dedos”. Con grandes, incesantes dolores, que lo tenían en un perenne grito, más por la destazada que por lo de las materias que le habían “subido arriba” y que por lo deleznable de las costillas mendozas, murió don Fray García Guerra el 22 de febrero del año de 1612.[5]

   Hasta aquí, las citas de A de V-A. Ahora bien, me gustaría agregar aquí un apunte que fue incluido en mi libro Novísima Grandeza de la tauromaquia mexicana, y que titulé

EL SIGLO XVII EMPIEZA CON LA HISTORIA DE UN TAURINO “HASTA EL TUÉTANO”: FR. GARCÍA GUERRA.

   Fray Francisco García Guerra de la orden de los dominicos, un buen día fue llamado a ocupar el cargo de Arzobispo. Como tal, prometió encargarse de obras pías “cuando fuera virrey de la Nueva España”. La espera tardó cuatro años y por fin, el 31 de marzo de 1611, se comunicó el nombramiento que el Rey Felipe III hizo por Cédula Real designándole su visorrey en estas Indias Occidentales. Aquel hombre que demostró pobrezas y rigores, dejó a un lado las virtudes de humilde religioso para inflamarse de los privilegios que el reciente nombramiento le confería, que por cierto, y por mera casualidad, fue comunicado un viernes.

   Entre lisonjas populares, un sorbo de buen chocolate y una chacona como fondo musical, decretó su Ilustrísima que todos los viernes de ese año hubiera grandes corridas de toros en la plaza que mandó construir en el Palacio Arzobispal.

   Ese primer viernes, las cosas ya se tenían preparadas pero fray García Guerra se olvidó de que tal día se recordaba la Pasión de Cristo. A escasos minutos de comenzar el festejo, se sintió un temblor de tierra que espantó el sosiego de la capital de la Nueva España y mejor dejaron las cosas para la semana siguiente. Ocho días después, las circunstancias del anterior se repitieron con más rigor, derribando tablados, casas y azoteas; y hasta el arzobispo-virrey peligró en su balcón al caer buen número de piedras.

   Del Real Monasterio de Jesús María salió una carta que recordaba la petición para fundar allí mismo un convento. Las promotoras: Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz esperaban pacientes que se cumpliera la promesa de tal proyecto, hecha por parte del todavía Arzobispo, por medio de aquellas palabras todas llenas de emoción, pero también de falsa lisonja y que decían: “Hasta que yo sea virrey de la Nueva España no les fundaré esa casa de religión”. También en esa carta la madre Inés solicitaba al virrey “mudar el decreto de los toros…, pero sin olvidar lo prometido para el nuevo convento”.

   La epístola, en el fondo se convirtió en aviso de alguna señal divina con la que se le decía a García Guerra que rectificara, cosa que no hizo.

   Días después el arzobispo-virrey tuvo un accidente en su carruaje del que resultó gravemente herido. Al recuperarse lo primero que hizo fue hablar con la monja Inés “y le pidió que le alcanzase de Dios vida para enmendar sus yerros y labrar el convento”. Sufrió el arrepentido todo este escarmiento. Murió el 22 de febrero de 1612.

   Y por supuesto, los intentos de seguir dando corridas de toros los viernes se esfumaron como el efímero lapso de tiempo en que su Ilustrísima gobernó como décimo segundo virrey de la Nueva España.[6]

   Además de Mateo Alemán, quien se ocupó de los Sucesos de D. Frai García Guerra…, se tiene noticia de otro autor que describió las tremendas tribulaciones de su Ilustrísima. Aunque no se tiene el nombre de dicho personaje, la obra se titula: “Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la Primitiva Observancia”, en la cual se notifican otros tantos asuntos, tan parecidos a los que ya se han abordado. Por su parte, Nicolás Rangel, también nos recuerda los acontecimientos de carácter taurino que se desarrollaron durante la recepción de Fray García.

Las Corridas de Toros celebradas en la Plaza Mayor, se jugaron algunos toros enmantados de cohetes y fuegos; y de haber sido pintado el Arco triunfal, levantado en la esquina de Santo Domingo, por el artista mexicano Luis Juárez, considerado como el fundador de la escuela mexicana de pintura. En este Arco figuraron los retratos de los Virreyes anteriores a Fray García Guerra y el de éste. Y a propósito de los toros enmantados de cohetes y fuegos, ¿no tendrán en ellos su origen los toritos de carrizo con que se divierten las multitudes en algunas pequeñas poblaciones de nuestro país y también en esta Capital, en las verbenas, antes de ser quemados los Fuegos de artificio?

   No obstante los celestiales avisos de que hablamos en anteriores párrafos, el taurómaco Arzobispo mandó construir un Coso en el propio Palacio Virreinal, para satisfacer su afición por la fiesta brava. Tan peregrina noticia nos la proporciona el Acta del Cabildo celebrado el 20 de julio de 1611, que dice: “Este día acordó la Ciudad que, porque ha tenido noticia que le dio el Secretario Cristóbal de Osorio, que en Palacio se ha hecho Coso en que lidiar toros algunos días, lo que fuere servido su Señoría Ilustrísima, y que se le dé sitio a esta Ciudad en que haga tablados para las veces en que los hubieren de haber, los caballeros del Ayuntamiento, ordenaron que el señor Francisco Escudero de Figueroa, vea el sitio que se señala, y ordene al Mayordomo haga allí un Tablado conforme le pareciere al Señor Francisco Escudero de Figueroa, y el dicho Mayordomo pague de los Propios todo lo que el dicho Francisco Escudero de Figueroa mandare y librare; que con la dicha libranza y carta de pago, se le escribirán en cuenta al dicho Mayordomo.

   Y el dicho Mayordomo tenga cuidado de que el Tablado se aderece decentemente todos los días que hubiere Toros, y a ello acudan los porteros de esta Ciudad; y los gastos menudos que en el discurso del tiempo se ofrecieren, los haga dicho Mayordomo y se le pasen en cuenta, con certificación del dicho señor Francisco Escudero. Y los entresuelos de los Tablados sean para las señoras de los caballeros Regidores que fueren allí sin haber división”.

   ¿Qué prueba más patente de la taurofilia de Su Señoría Ilustrísima, Don Fray García Guerra, que la de haber mandado construir Plaza de Toros en el propio Palacio virreinal? Desgraciadamente no hay noticia del número de Corridas verificadas durante los ocho meses que gobernó a México, pero deben haber sido frecuentes o cuando menos semanarias.

   Mateo Alemán, autor del “Pícaro Guzmán de Alfarache”, que escribió una “Oración Fúnebre” en memoria del Arzobispo, da noticia de las Corridas de toros que en honor de Don Fray García se verificaron en un cortinal de Palacio.[7]

   Aquel pasaje de “La negra del señor Arzobispo”, que parecía un simple y curioso vistazo sobre personaje tan peculiar como Fray Francisco García Guerra, se ha convertido en rico escenario de circunstancias colmadas de penurias, sustos, sobresaltos en medio del capricho de sus taurinas inclinaciones. 

[PASAJE Nº 13]: PRIMERA SERIE. UN ARZOBISPO TAURÓFILO.

   Es preciso contar con un primer escenario que nos ubique alrededor de los acontecimientos ocurridos en el primer semestre de 1611, donde el primer “actor” fue Francisco García Guerra, entonces un humilde fraile dominico, aunque ya con el cargo de Arzobispo de México. Al paso de los días, y por cédula real de Felipe III, el fraile, ascendió al cargo de virrey, que cumplió del 19 de junio de 1611 al 22 de febrero de 1612. Así que aquella humildad se tornó insoportable vanidad. El nuevo arzobispo-virrey, no quiso que ese nombramiento pasara por alto. Las fiestas fueron de las que hacen y dejan memoria por el boato con que se celebraron. El amplio marco de referencia que nos proporciona A de V-A para entender las circunstancias por las cuales tuvo su arribo este peculiar personaje, nos lleva a desentrañar estos primeros apuntes, para entender los comportamientos de quien puede envilecerse con el poder, cayendo, como cayó, en una peculiar maldición que ya veremos, no sólo se queda en La negra del señor arzobispo…

   Don Fray García Guerra ha bajado de su estufa, forrada de blandos velludos, ante la portada del Real Monasterio de Jesús María.[8] Don Fray García Guerra es el arzobispo de México.[9] Tiene siempre los ojos don Fray García Guerra puestos humildemente en el suelo, sus manos andan siempre entre las mangas del hábito y sus pensamientos meditando buenas obras; porque don Fray García Guerra es un varón evangélico, de mucho celo y mucha piedad, que se desvive por hacer caridades. Ocasiones ha habido en que hasta se ha olvidado de ir a comer por estar distribuyendo limosnas. Un día en que las daba uno de sus familiares, por estar él en cama con enfermedad, aumentaron los menesterosos y se agotó lo que se tenía señalado para el reparto y muchos se quedaron sin socorro; al saber esto el señor Arzobispo se llenó de íntima, de profunda tristeza por aquella pobrecita gente que fue a buscar un bien de caridad y no lo halló, y entonces dispuso que cuando no hubiese dinero en su palacio con que dar socorros se vendieran los muebles, su plata, sus joyas, todo lo que allí había, sin excluir la mitra ni el báculo, porque nada de eso era suyo, sino de la propiedad de los pobres. Don Fray García Guerra lloraba con todas las miserias ajenas, sentía que calan en su corazón los dolores y las angustias de todos los seres.

   Cuando fue preconizado arzobispo,[10] toda la gente, embelesada de contento, se daba una a otra los más efusivos parabienes, porque sabía las muchas virtudes que decoraban la sencilla vida de don Fray García Guerra. Toda la ciudad, para recibirlo, se engalanó con vistosa suntuosidad. Los regidores salieron a encontrarlo, cabalgando corceles ricamente enjaezados, y querían que don Fray García Guerra hiciera a caballo su entrada en la ciudad y hasta le habían prevenido uno de sosegado andar, con gran gualdrapa de brocatel y alto penacho de plumas, e iría rodeado brillantemente de todos los regidores. Don Fray García Guerra se negó a esa pretensión; pero al fin, tras encarecidas súplicas, con las que se venció a su modestia, accedió a ir bajo palio, pero a condición de marchar a pie y descalzo, como convenía a un humilde religioso de Santo Domingo.

   Don Fray García Guerra ha bajado de su estufa, forrada de blandos velludos, ante el pórtico del Real Monasterio de Jesús María. Don Fray García Guerra ama la música con delectación. Cuando oye buena música su espíritu se va arrobado por senderos inefables. ¡Qué placer hay comparado al de oír tocar el clave, de oír tañer la cítara o el laúd o al de escuchar los sones largos, fluctuantes y gráciles de una flauta? Don Fray García Guerra entra al Real Monasterio de Jesús María; va a visitar a Sor Mariana de la Encarnación[11] y a sor Inés de la Cruz.[12] Estas monjas son diestras en el arte de la música; tañen el órgano con dulce perfección, también conocen estas monjas el laúd y el rabel. Con voz fresca y límpida cantan canciones en las que se mientan un amor, una espera angustiosa o un abandono. Estas monjas bajan el cielo con la garganta, dice don Fray García Guerra.

   Don Fray García Guerra está ya en el fresco locutorio con Sor Mariana de la Encarnación y con Sor Inés de la Cruz. Si las manos de estas madres son expertas para sacar melodías del órgano o del rabel, son imponderables y atildadas en amasar prestiños, morcones y hormigos en confitar membrillos y toronjas y en hacer cajetas, untuosas mermeladas, yemitas, natas reales y rosquillas de alfajor, que son un trasunto de la gloria.[13] Ante Su Ilustrísima ponen Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz, en salvillas de cristal y plata, en una tallada mesa cubierta con deshilado mantelillo lleno de randas y de bordados de chaquira, exquisitas confituras y frutas de sartén. Su Ilustrísima come los dulces con encanto y pide, como gentil colofón a esos gustosos sabores, un poco de música. Ondeantes son los sones del órgano, lánguidos, claros. El espíritu de don Fray García Guerra se columpia en un venturoso contento.

   Estas dos monjas siempre han querido fundar un convento bajo la regla de la reforma carmelitana dictada por Santa Teresa; ya un rico caballero de la ciudad, don Juan Luis de Rivera, legó cuatro mil pesos para ese piadoso fin, y, a más, fincó un grueso capital que produce buenos réditos. Pero no se ha hecho la fundación; la han estorbado muchas lenidades. Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz anhelan que se levante ese nuevo convento. Cada vez que va a visitarlas el señor arzobispo don Fray García Guerra le instan con vivas razones para que funde el convento,[14] ya que tiene, para darle principio, los caudales que dejó el caballero don Luis de Rivera; pero el Arzobispo les contesta siempre:

ARCO TRIUNFAL...

   -¡Ay, madrecitas mías! Si Dios Nuestro Señor fuese servido de hacerme virrey les daría amplio gusto, fundándoles el convento que con tanta razón apetecen vuestras reverencias. ¡Y qué gran lujo pondría en él!…

   -¿Hasta entonces, Ilustrísimo Señor?

   -Hasta entonces. Cuando yo sea virrey.

   Ya se fue el señor Arzobispo a su palacio en su estufa forrada de blandos velludos carmesíes. Va la estufa rebotando muellemente por las calles. Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz se quedaron tristes, muy llenas de desconsuelo. A los pocos días vuelve el Arzobispo al Real Monasterio de Jesús María a gustar de los dulces y de la suave música de las monjas, y estas castas esposas del Señor tornan a hacer la ardiente súplica de la fundación del anhelado convento con la nueva observancia, y Su Ilustrísima da la misma respuesta: que cuando fuera virrey lo haría sin ninguna dilación y hasta muy suntuoso, y regresa el Arzobispo a su palacio, llevando aún detenidos en su paladar muy delicados sabores y en su imaginación se desenvuelve el fresco goce de una melodía.

   Pero una tarde Sor Inés de la Cruz, que escribía libros y, como las ardientes monjas de su tiempo, fundaba conventos; Sor Inés de la Cruz, que no ansiaba otra cosa, después de su salvación eterna, que verse hecha carmelita descalza, se sintió de pronto delegada de Dios y a nombre de Él ofreció formalmente a don Fray García Guerra el virreinato de la Nueva España si fundaba el convento. Pero don Fray García Guerra no hizo caso de la divina delegación que se subrogaba la monja y repitió la respuesta de siempre: “Hasta que yo sea virrey de la Nueva España no les fundaré esa casa de religión”. Y desde esa tarde empezaron las dos monjas a pedir ardientemente a Dios, y a pedirle a todas horas, que hiciese a don Fray García Guerra virrey de la Nueva España.

   Don Fray García Guerra recibió un buen día y cuando menos lo esperaba, una cédula real por la que Felipe III lo nombraba su visorrey en estas Indias Occidentales. Estalló Su Ilustrísima en explosivo contento. Daba grandes voces, palmoteaba y cantaba. Repartió como gala entre sus servidores unas colmadas fuentes de reales. La alegría le sacaba placer y risa del alma. Esa alegría le quitó por entero la modestia, su mansedumbre y humildad dominicana. Se subió don Fray García Guerra a las más altas cumbres de la vanidad. Él mismo pasó días y más días disponiendo, con todo detalle, el ostentoso fausto con que había de ser recibido por virrey de la Nueva España. Discutió los proyectos de los arcos triunfales[15] y encomendó a maestros de la Universidad las octavas y los epigramas latinos que llevarían, ya descentrando las figuras alegóricas que los adornaban o ya exaltando los méritos del nuevo virrey; escogió la comedia y la loa; señaló la cantidad de fuegos de artificio que se habían de quemar; dispuso la iluminación que debía de haber en las fachadas de las iglesias, de los conventos y de las casas del Estado; ordenó que las de los particulares también tuvieran abundantes luminarias; oyó ensayar el Te Deum a la capilla de la Catedral; dijo dónde se habían de colocar las graderías para que fuese la multitud a contemplarlo. Don Fray García Guerra previno todas las fiestas religiosas y profanas que tendrían que celebrarse con ocasión de su toma de mando.

   Hizo su magnífica entrada en la ciudad don Fray García Guerra, no ya a pie y descalzo, ni con los ojos puestos humildemente en tierra, sino muy ufano, muy lleno de plácidas sonrisas, que le iluminaban de felicidad el rostro; cabalgó en un soberbio corcel encubertado con bordados paramentos, cuyas riendas de terciopelo conducía el corregidor de la ciudad; iba don Fray García Guerra bajo palio, y portaba las varas de plata los regidores más viejos y lo seguían los próceres de México, las personas más calificadas y de más viso, vestidas con la suntuosidad que él les ordenó. Competían todos en la riqueza, magnífica de los trajes y joyas, en la gallardía de los caballos, en lo lujoso de los jaeces, en el número de los criados y en el costo y magnificencia de las libreas que estos hacían.[16]

   Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz también no cabían en sí de alegría. Lloraban de contento las buenas madres, pues veían ya logrados sus deseos y con ellos su flamante convento. Parecía que traían un paraíso portátil en sus pechos. Cuando pasaron las fiestas esperaban día tras día, con ansioso afán, la visita del señor Arzobispo-virrey don Fray García Guerra; pero el Ilustrísimo y Excelentísimo señor don Fray García Guerra no iba al Real Monasterio de Jesús María, donde lo aguardaban con anhelante afán Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz para darle el encanto de sus músicas, de sus confituras y de sus delicadas frutas de sartén y para pedirle, lo de la fundación del nuevo convento, ya que se había cumplido la condición que él mismo impuso.

   “Hoy viene –se decían-; no puede faltar.” Pero el Arzobispo-virrey no iba. “Hoy sí que vendrá –repetían con gozo-; ayer no vendría a nuestro convento porque se lo debió de haber estorbado alguna ocupación urgente.” Y tampoco iba el Arzobispo-virrey. “Mañana sí que estará con nosotras”, afirmaban; y no aparecía el Arzobispo-virrey. Ya no volvió jamás al Real Convento de Jesús María el Arzobispo-virrey don Fray García Guerra. Se olvidó de sus formales promesas; se olvidó por entero de las monjas, y de sus dulces y de su música, con la que antes tanto se deleitó. En un viernes llegó a sus manos la real cédula de Felipe III por la que tanto suspiró su ambición y, para solemnizarla dignamente y darse amplio gusto, ordenó que todos los viernes de ese año hubiera grandes corridas de toros en la plaza que mandó construir en Palacio.[17]

   ¡No hubo convento, pero hubo magníficas corridas de toros![18]

 [PASAJE Nº 14]: PRIMERA SERIE. CASTIGO DEL ARZOBISPO TAURÓFILO.

   Este otro recuento de caprichos, olvidos y desgracias, nos deja de nuevo la visión de un hombre al que, curiosamente una promesa hecha en su calidad, la que fuese; de fraile o de arzobispo, al no cumplirla, el destino lo orilló a saber cual podría ser el castigo y el tormento celestial, que se cumplió irremediablemente en la persona de Francisco García Guerra.

   Hay una antigua crónica, llena, como todas las crónicas, de tiempo viejo, de suave encanto y de grata ingenuidad. Es una pluma candorosa la que trazó esas páginas plenas de sencillez, de gracia arcaica. Ese libro piadoso que echa un sutil olor de ranciedad y que está forrado en pergamino, era de los que andaban de mano en mano por las casas coloniales, derramando vagos anhelos en las almas, siempre ardorosas y extáticas, que vivían sin vivir en sí, constantemente abiertas al milagro y a las cosas sobrenaturales. En las vastas estancias cuyo noble reposo lo aumentaban el sosiego de la casa, el sosiego de la calle y el intenso sosiego de la ciudad; en el reposo de esas estancias en que se metía, depurando su paz, el son rítmico del chorrillo de la fuente que caía con perenne murmurio en el ancho patio con columnas y enredaderas; en esas vastas estancias olorosas a cedro, a sándalo, a alhucema, a flores, las manos trémulas volvían con ansiedad las sonantes páginas de esos libros, y en los ojos se prendía un ansia de misterio, un exaltado afán de más allá. Esa vieja crónica, llena, como todas las crónicas del tiempo viejo, de suave encanto y de grata ingenuidad, se rotula Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la Primitiva Observancia.

   En los promedios de ese libro antiguo, en el capítulo XXVI, dice así, y no quito ni palabras ni sílaba para no evaporar su añejo perfume, acendrado por los años, y solo modernizo la ortografía para que sea fácil de leer lo que copio:

   Fray García Guerra era religioso dominico, en quien se esperanzaron muchos para conseguir el logro. Era este caballero aficionado a música, a cuyo fin frecuentaba el convento de Jesús María, y como las madres Inés de la Cruz y Mariana de la Encarnación fuesen excelentísimas en este arte, le lisonjeaban el deseo para continuarlo todo hacia el que fundase el convento. El buen caballero que sobre la mitra apeteció el bastón de virrey, les dijo que lo conseguían de Dios les daría gusto en fundarles el deseado convento. La madre Inés de la Cruz, que se moría por verse carmelita descalza, le ofreció al Arzobispo,[19] en nombre de Dios, el virreinato si fundaba el convento; pero él, por indicios de algún amor propio, quiso primero la prenda que dispensar la gracia. Concediósela Dios para su daño y para escarmiento de los que desean a bulto, sin saber o discurrir si les dañará su apetito. De allí a cuatro años le llegó el virreinato, y se derramó tanto en el gozo como si no cupiera en su corazón otra cosa ni fuera criado para bien más alto. Llególe la cédula en viernes, y mandó que todos los viernes de aquel año, en celebración de la cédula, hubiese toros en la plaza de su palacio, y con esta diversión se olvidó de fundar el convento prometido. Estos son los votos que nacen de la humana codicia y esta es la devoción que produce el amor propio que por señas de tan liviano principio se desvanece con el logro, porque no era religión, sino vanidad el término del deseo.

   La madre Inés, que veía no solo malogrado su empeño, sino convertido en profano ejercicio, sentía aún más esto que lo primero, porque el viernes, en que se recuerda la Pasión de Cristo, no debiera un príncipe eclesiástico, cuyo estado es de perfectos, no debiera dedicarse a fomentar semejantes ejercicios. Como una cosa y otra le comiesen el corazón, le escribió un papel al señor Virrey-arzobispo, en que le pedía que mudase el decreto de los toros y no olvidase lo prometido en orden del nuevo convento, pues estaba en su poder el testamento de don Juan Luis de Rivera, y le estaba ejecutado el beneficio que le había hecho Dios cumpliéndole el deseo de entrar en el virreinato. Nada apreció el Arzobispo-virrey porque el humano embeleso le cerraba los sentidos, y anegado como estaba en la buena fortuna, no daba lugar a luz del desengaño. Dios, que estaba a la vista de todo y miraba por el crédito de su esposa, entró su pesada mano en esta forma: Al viernes siguiente al recibo del papel estaban ya para correrse los toros cuando hubo un temblor de tierra que atemorizó mucho a la ciudad, y se dejó el juego por aquella tarde. Como en Indias son más frecuentes estos vaivenes que en España, se atribuyó a casualidad y se dispusieron toros para el viernes siguiente. Cuando ya estaban todos en los tablados y el primer toro para salir, volvió la tierra a temblar tan desusadamente, que derribó los tablados, muchas casas y azoteas, y sobre el balcón en que estaba el Virrey cayeron tantas piedras que se tuvo a milagro que no le quitaran la vida, aunque si la perdieron muchos de los de la plaza, ya oprimidos, ya ahogados. Todavía el Virrey no entendía el motivo de aquellas amenazas y así no revocaba el decreto, con lo que prosiguió Dios el suyo, que se revocara, dice San Agustín, si enmendaran los hombres sus extravíos.

   La semana siguiente, antes del viernes, salió el Virrey en su coche para ir a las Recogidas, y donde no pudo imaginarse se volcó el coche y recibió el Virrey tanto riesgo de su salud, que lo desesperanzaron los médicos de vivir. Este golpe lo despertó, no sé si tarde, y empezó a preguntar por la monja que le escribió el papel. Dijéronle que era santa y le pidió que le alcanzase de Dios vida para enmendar sus yerros y labrar el convento. A esto le respondió la sierva de Dios que se dispusiera a bien morir y diese gracias a la Majestad por la piedad con que lo había castigado, pues se podía quedar toda su pena en el temporal fuero.

   A esta respuesta acompañaron al Arzobispo-virrey nuevos accidentes por los que trató de disponerse para la última hora, y con muchas señas de arrepentimiento dejó, con la vida, la mitra y el virreinato, legándonos este inmortal escarmiento.

   Y como a mí no me queda nada más que decir, y como tampoco hay para qué glosar con vanos comentarios este ejemplo, doy aquí fin a este capítulo.[20]

MATEO ALEMÁN...

   Lamentablemente, y después de intensificar la búsqueda de algunos datos más que permitieran corroborar los acontecimientos que hasta aquí hemos conocido, no se ha dado con gran cosa. Diversas fuentes presentan lagunas importantes en lo que se refiere a documentos de los años 1611 y 1612. Es un hecho que los apuntes logrados por A de V-A tengan su peso de credibilidad, partiendo del hecho de que nuestro autor contaba con rica biblioteca personal, pero además, con el acceso a otras tantas, que pertenecieron a amigos cercanos, o que por el hecho de haber trabajado sus “leyendas y tradiciones” en épocas menos alteradas (por lo menos antes de la Revolución), lo estable de sus consultas en ese ambiente, nos permita conocer lo que hoy es punto más que imposible dar con ello. Lo más terrible, es que hay que reconocer la pérdida irremediable de muchos de los documentos en el curso de un siglo, bajo múltiples circunstancias, todas ellas dolorosas. Incluso, claro está, el que se registra con la destrucción parcial de la propia biblioteca de “Don Artemio”, ocurrido en un inesperado incendio en una biblioteca de Saltillo donde actualmente se encuentra dicho repositorio.

   Dos cosas más que sirven para complementar el paso y las circunstancias de nuestro personaje las encontramos en: Mateo Alemán,[21] un acompañante de García Guerra, que antes de su salida de España, redacta una muy poco conocida “Información secreta”, donde cuenta el trato inhumano que recibían los mineros en las minas de azogue de Almadén en la segunda mitad del siglo XVI. En nuevas tierras, parece tener una vida más sosegada el también autor de la muy conocida novela picaresca Guzmán de Alfarache. También, otro asunto que no puede escapar para enriquecer este pasaje, lo encontramos en las actas de cabildo que, afortunadamente están registradas en la Guía de las actas de cabildo, acopio de datos realizado por diversos grupos de trabajo, tomando como modelo aquella otra obra ejemplar iniciada por Edmundo O´Gorman años atrás.

   Pero vayamos con cada uno de ellos.

   Se sabe que desde 1540 se estableció en el Puerto de Santa María (Cádiz) la base naval para las galeras reales de España. A ese sitio eran enviados todos aquellos que tenían que pagar condena. En 1559 los Fúcares –concesionarios de las minas de Almadén-, se dirigieron a Felipe II para solicitarle, a falta de mano de obra el permiso para trasladar galeotes a las minas durante todo el tiempo que durase la condena a que tales galeotes hubieran sido castigados. Con el paso de los años se supo de los abusos cometidos por los capataces sobre aquella mano de obra, lo que originó el que se enviase a un juez visitador para informar sobre lo allí ocurrido. El visitador oficial fue precisamente Mateo Alemán, quien luego de exhaustivo interrogatorio a los condenados, escribiría una llamada “información secreta”. De ella proceden los párrafos siguientes, redactados entre 1593 ó 1594:

“Habrá dos años que salió de la dicha fábrica un veedor que había en ella que se llama Miguel Rodríguez, que era muy riguroso con los forzados y les daba trabajo demasiado y más de lo ordinario, de manera que casi no los dejaba dormir ni reposar de noche ni de día, porque siendo obligados conforme a la costumbre que se tiene a trabajar dichos forzados de sol a sol, el dicho Miguel Rodríguez, cuando de noche salían los dichos forzados del trabajo, los hacían volver luego, sin darles lugar a que descansasen ni reposasen, a entrar en el dicho pozo y mina, y que anduviesen en el torno y sacasen agua, que es el mayor trabajo que hay en la mina, donde los hacía trabajar toda la noche y castigaba con mucho rigor a los forzados atándoles a ley de Bayona y, desatacados, con un manojo de mimbres los azotaba cruelmente dándoles muchos azotes hasta que se quebraban los mimbres y solía remudar dos o tres manojos de ellos hasta que se quebrasen todos”. “Y asimismo, otro capataz que se llama Luis Sánchez, el cual trataba a los dichos forzados con mucho rigor y los metía en los tornos del agua. Y el forzado que se cansaba antes de cumplir su tarea y acabar de sacar trescientos zaques de agua, lo sacaba el dicho Luis Sánchez fuera de la mina y lo hacía desatacar y con un manojo de mimbres lo azotaba cruelmente hasta que se quebraba, y remudaba dos o tres manojos y les hacía saltar la sangre, que iba chorreando por el suelo”. “Otro forzado dice sobre Miguel Brete, un capataz: en el tiempo que fue veedor andaba con un bastón en la mano que por fuerza y dándole palos con el dicho bastón hacía entrar a los forzados en el horno, estando abrasando, a sacar las ollas, y que del dicho horno salían quemados y se les pegaban los pellejos de las manos a las ollas y las suelas de los zapatos se quedaban en el dicho horno y las orejas se les arrugaban hacia arriba del dicho fuego y que de la dicha ocasión habían muerto veinticuatro o veinticinco forzados”.[22]

   La conclusión a todo esto es que, tanto Juan Peña como Félix Grande sostienen la tesis de que junto al descubrimiento de una tonada o romance que se conocía desde finales del XVI o comienzos del XVII, deriva, en buena medida el cante gitano, manifestado ya en martinete, tarantas mineras o tangos gitanos. Pero ya en la Nueva España, a donde llegó en 1608, además de escribir los Sucesos de Fray García Guerra, en 1609 apareció publicada la Ortografía Castellana también así como el prólogo de la «Vida del padre maestro Ignacio de Loyola» de Luis Belmonte. Los últimos datos que de él se tienen es que muere entre 1614 y 1615 en Chalco.

   Respecto a lo que nos dice la amplia información que proporcionan las actas de cabildo en torno al recibimiento y fiestas del arzobispo-virrey, incluyo datos sobre gastos; así como de algunos personajes que participaron en dichas jornadas. El dispositivo que se integró alrededor de tales demostraciones, nos indica el grado de ostentación y boato con que se esmeraban las autoridades en celebrar acontecimiento tan significativo.

1611

Abril 11.[23]

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Comisión a Francisco de Bribiesca y al correo mayor (Alonso Díaz de la Barrera): consulten al virrey, marqués de Salinas, sobre el modo en que la Ciudad ha de hacer este recibimiento, por cuanto no tiene ejemplo de otro caso semejante y no quisiera quedar corta en acudir a su obligación.

Abril 15.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Francisco de Bribiesca, informó que el virrey estimaba mucho el cuidado y anticipación de la Ciudad en las cosas del servicio de su majestad y sus virreyes, y para ordenar lo que convenga procurará entender en la primera ocasión la voluntad del arzobispo, de la cual y de su parecer dará aviso a la Ciudad para que con tiempo se prevenga lo que hubiese de hacer.

Abril 19.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Comisión a Francisco Bribiesca y Alonso Díaz de la Barrera, correo mayor, vayan a ver a su señoría de parte de esta Ciudad y le supliquen avise cuando será su entrada, desde donde y por qué calzada y calle, para que esta Ciudad se prevenga para hacer la demostración que se acostumbra.

Abril 21.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Comisión a Francisco de Torres Santarén y al capitán Cristóbal de Zuleta para que se encarguen del homenaje de su señoría en Nuestra Señora de Guadalupe. Comisión a Baltasar de Herrera Guillén y Alonso Díaz de la Barrera, correo mayor: se hagan ropones y vestuarios para el corregidor, alcaldes ordinarios, regidores y escribano mayor del Cabildo según y de la manera que se hizo para el recibimiento del marqués de Montesclaros, que costarán menos, por estar hoy las cosas más baratas. Asimismo manden hacer un palio de tela fina de colores, guarnecido lo mejor que se pueda de franjones, flecos y alamares con sus garras doradas como esté más lucido. Don Francisco de Trejo Carvajal se encargue de buscar un caballo que convenga para que entre el señor arzobispo a esta ciudad, y dé cuenta del que hallare y su precio para que se ordene lo que convenga. Mande hacer una silla de la brida gualdrapa, guarniciones y terliz, todo a su disposición, que sea cual convenga. También mande hacer dos vestidos de terciopelo de china para dos lacayos que lleven el caballo a su señoría ilustrísima; mande hacer cuatro bandas de tafetán de la tierra para que con ellos metan de rienda a su señoría el señor corregidor, alcaldes ordinarios y el regidor más antiguo. Comisión a don Francisco de Solís y Barraza: haga oficio de general de la infantería. Mande hacer luminarias y fuegos de artificio para el día que llegue la nueva del inicio del gobierno del señor arzobispo, en las casas del Cabildo y generales en toda la ciudad; también mande hacer las salvas de artillería para Guadalupe y esta ciudad el día de la entrada de su señoría ilustrísima. Comisión a Juan de Torres Loranza para que mande hacer un arco triunfal en la boca de la calle de Santo Domingo con sus jeroglíficos, como se acostumbra, y para el coloquio que se ha de hacer en Nuestra Señora de Guadalupe; se valga de la madera del arco pasado en esta en la alhóndiga y otras partes. Mande hacer una llave grande dorada que entregue el corregidor a su señoría cuando entr. Diego de Cabrera, mayordomo, tenga el palio en la puerta del arco para darlo a la Ciudad. Baltasar de Herrera y Alonso Díaz de la Barrera llevan al marqués de Salinas un tanto de lo acordado en este cabildo y le supliquen preste a la Ciudad veinte mil pesos del dinero de la sisa o de la parte que su excelencia fuere servido para este gasto, atento a no tener al presente la Ciudad de donde sacar dinero para este gasto tan preciso.

Mayo 7.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Baltasar de Herrera Guillén y Alonso Díaz de la Barrera, correo mayor, comisarios para pedir al virrey que preste 20,000 del dinero de la sisa para el recibimiento. Se vio el mandamiento del virrey en que autoriza a la Ciudad para que gaste lo necesario, con tal de que no exceda de 14,000 pesos de oro común. Se de billete para el próximo cabildo.

Mayo 9.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. El procurador mayor pida al virrey en nombre de la Ciudad, preste el dinero de la sisa para este recibimiento, pues en su decreto no lo especifica.

Mayo 11.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Se vio la petición que presentó Francisco de Bribiesca al virrey a fin de que preste dinero de la sisa para dicho recibimiento. El virrey mandó que la Ciudad se aproveche de sus propios en la mejor forma posible para cumplir con la obligación que tiene al servicio de su majestad, pues no hay dinero en la sisa y la ciudad le debe más de 50,000 pesos. La Ciudad acordó que los comisarios nombrados para esto acudan a su obligación y hagan el gasto del dicho recibimiento en conformidad de la respuesta de su señoría y sea por su cuenta y gasto de los propios y rentas de esta Ciudad. Se limiten los vestidos de los regidores, sin que lleven oro, ni otra cosa a costa de esta Ciudad, sino que sea todo de seda como otras veces se han hecho.

Mayo 14.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. La Ciudad resolvió que para la entrada de su señoría ilustrísima se guarde la orden siguiente por cuanto pide brevedad. Baltasar de Herrera mande un palio de la mejor tela, con fleco de oro y los alamares necesarios de oro y barras doradas que tengan varas y media de alto. No se han de gastar más de 700 pesos en todo el palio. El correo mayor mande hacer los vestuarios y ropones con doce varas de terciopelo carmesí de Castilla y ocho varas de raso de Castilla del color más apropiado y del que haya cantidad suficiente; para calzas y coleto, siete varas de azabachado negro de Castilla y tres varas de tela para las calzas y un corte de tela para jubón, conformando labor y color con las telas de las calzas, unas medias de seda, unos zapatos de terciopelo negro de Castilla, una gorra de terciopelo negro de Castilla con su toquilla y plumas de cuatro puntas blancas y los recados necesarios para todo el dicho vestuario y hechura; se han de dar al corregidor, alcaldes ordinarios, regidores y escribanos mayor del Cabildo, de manera que todo vaya cumplidamente. Se advierta a todos que no han de llevar aquel día más gala ni otro vestido que el que la Ciudad diere. Francisco de Trejo compre un caballo para la entrada de su ilustrísima y mande hacer el aderezo correspondiente y con tal de que todo este gasto no exceda de 800 pesos. Juan Torres Loranza mande hacer un arco en la parte y lugar donde se acostumbra para la dicha entrada; se pinten los virreyes que han sido y el arzobispo en el lugar que compete y el gasto no exceda de 800 pesos. Francisco de Solís y Baranza, alférez, acuda a la obligación de su oficio de general de infantería mandando a los oficiales de los oficios que tienen obligación salgan y guarden la costumbre que en esto tienen. La noche de la víspera de la entrada de su ilustrísima, mande poner luminarias y fuegos en las casas del Cabildo y pipas con la mayor grandeza que se pudiere, acompañándolas con música de trompetas y chirimías; la salva que había de hacerse en la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, se haga en la plaza mayor de esta ciudad cando su señoría ilustrísima salga de la iglesia mayor. Asimismo haya cohetes y ruedas de fuego y en las dos noches de fuegos, luminarias y salvas no se gasten más de 300 pesos. Se pida al corregidor mande pregonar mascarada general para dos días y dos noches a fin de que la ciudad se alegre y los vecinos de ella con nueva de tanto regocijo. Francisco de Trejo mande hacer dos vestidos de terciopelo de China y capotes de paño negro de la tierra y sombrero para vestir a dos lacayos españoles que lleven el caballo a su señoría ilustrísima el día del recibimiento. No se gaste más de 800 pesos. Asimismo mande hacer cuatro bandas de tafetán de color de Castilla con rapacejos de oro para que metan de rienda el caballo de su señoría, el corregidor, los alcaldes ordinarios y el regidor más antiguo. Diego de Cabrera, mayordomo, tenga el palio junto al arco para darlo a la Ciudad cuando llegue su señoría y estén allí pendientes los criados de la Ciudad. Diego de Cabrera, mayordomo de propios, haga todo este gasto, pagando todas las libranzas de los comisarios con el dinero de los propios y rentas de la Ciudad que están a su cargo, y para que esto se haga a la brevedad ponga cantidad de diez mil pesos en la tienda de Pedro Toledo, pues en lo que le ha parecido suficiente a la Ciudad para satisfacción del gasto ordenado. La Ciudad dio poder y traspaso a Diego de Cabrera, mayordomo de propios, para que cobre 4,849 pesos, 7 tomines y 9 granos de remate que tiene hecho esta Ciudad en sus casas y tiendas de la calle de San Agustín, la Celada y los Roperos para el año que viene de 1612. tome los 3,000 pesos que faltan a daño de quien los hallare de oro y por cuenta de esta Ciudad y la obligue en ello para la renta de las Mesillas y primer tercio de corredores de lonja, para no poderlo gastar en otra cosa y para ello desde luego hipoteca esta renta. Se insertan los poderes (es particularmente interesante el primero, pues se detalla el nombre de los inquilinos y la cantidad que se les ha de tomar).

Mayo 16.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Se den al correo mayor, Alonso Díaz de la Barrera, los mil doscientos pesos que pide para poder terminar los vestidos del recibimiento. Poder a Diego de Cabrera, mayordomo de los propios, para que reciba del regidor Álvaro de Castillo mil doscientos pesos de oro común que tiene en su poder, pertenecientes al pósito de los maíces de esta ciudad que ha cobrado de algunos de los fiadores de Pedro de Motas, mayordomo de que fue del dicho pósito y por ellos obligue a los propios de esta Ciudad y rentas de ella a pagarlos dentro de un año. Ponga el dinero en la tienda de Pedro Toledo.

Mayo 20.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Jerónimo de Villegas, alcalde de la alhóndiga, de y entregue luego a Diego de Cabrera, mayordomo de propios, 600 pesos de oro común en reales de lo procedido de los derechos de la alhóndiga, a fin de que el correo mayor pueda terminar los vestidos.

Mayo 26.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Don Francisco de Trejo Carvajal compre el caballo blanco del marqués de Salinas, que aparece ser el más adecuado para la entrada de su ilustrísima a esta ciudad, y de por él la cantidad en que su excelencia lo compró y menos lo que se concertase.

Mayo 27.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Se de a los porteros que han de ir acompañando a la Ciudad con sus mazas el día que entrare su señoría ilustrísima, calzones de terciopelado de China, botas blancas de Córdoba y mangas de raso de China. Comisión a Diego de Cabrera, mayordomo, para que cobre a los corredores de lonja lo corrido del arrendamiento por el primer tercio del año y para cobrar todo el arrendamiento de este año de las Mesillas, a fin de suplir los 3,000 pesos de oro común para el gasto del recibimiento del arzobispo.

Mayo 30.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. El mayordomo cumpla las libranzas hasta 800 pesos, en lugar de los 700 pesos que se habían acordado, a fin de que Baltasar de Herrera Guillén pueda terminar el palio para el recibimiento del arzobispo virrey. Francisco de Trejo gaste lo que sea necesario en el caballo y aderezo para la entrada de su ilustrísima a esta ciudad, sin la limitación de los 800 pesos acordados.

Junio 6.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. El correo mayor mande hacer vestuario a Leonel de Cervantes, regidor de esta Ciudad que está ausente, pues escribió que vendría para hallarse presente en dicho recibimiento. Diego de Cabrera compre dos arrobas de pólvora y las entregue al comisario Francisco de Solís y Barraza para las salvas que se han de hacer a la entrada de su ilustrísima.

Junio 10.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY.

Baltasar de Herrera Guillén dijo que el palio estará terminado para el domingo 12 de este mes. Francisco de Trejo informó que el caballo está comprado y el aderezo estará acabado para el domingo 12. Francisco de Solís y Barraza, comisario para las salvas y fuegos, dijo que para el domingo 12 estará acabado y prevenido todo lo de su cargo y comisión. Juan de Torres Loranza, que para el domingo 12 estará acabado el arco de todo punto.

Junio 14.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Francisco de Trejo Carvajal compre el caballo que tiene Bernaldino de Paredes y que llaman el bizarro y dé por él los mil pesos que pide. El dinero se tome de la paga que debe del portal al pósito y se obliguen los propios al pósito del maíz para pagar en cuatro meses.

Junio 17.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Los obreros mayores Luis Maldonado y Álvaro de Castillo manden aderezar todo el distrito que hay desde Santiago a las casas reales y particularmente el paso donde la Ciudad se apea en Santa Ana y desde el arco a las casas reales. Acudan a Pedro de Otalora para que de indios para este menester.

Agosto 5.

RECIBIMIENTO DEL ARZOBISPO VIRREY. Diego de Cabrera, mayordomo de propios, traiga dentro de ocho días las cuentas del gasto que se hizo en este recibimiento para poder proveer en la petición de Juan de Torres Loranza sobre el gasto que hizo en el arco.

   Como hemos podido observar, la infraestructura para el “recibimiento del arzobispo virrey” fue de suyo impresionante, como impresionantes fueron otras tantas, con mayor o menor ostentación, pero al fin y al cabo, muchas de ellas tuvieron esa marca tan peculiar, hasta que poco a poco fueron perdiendo dimensión.

SUCESOS DE D. FRAI GARCIA GUERRA...

   Sobre Fray García Guerra falta un estudio más completo, donde podamos encontrar diversos documentos que vengan a consolidar sus muy particulares comportamientos que expliquen por sí mismos las actitudes caprichosas que manifestó abierta y retadoramente contra los principios de religión que conocía a la perfección. Sin embargo, todo parece indicar que la soberbia lo llevó a cometer esos desacatos, que no quedaron impunes. Una serie de avisos provenientes del infortunio siempre estuvieron cumpliéndose como pesada sentencia, hasta que llegó el último de ellos. Esto ocurre al fallecer el 22 de febrero de 1612, a causa de un golpe que recibió al caer de su coche algún tiempo antes.


Nota del autor: Por razones obvias, omito por el momento, el contenido de todas las notas a pie de página que se citan, salvo las dos primeras, que refieren las principales fuentes consultadas.

[1] Artemio de Valle-Arizpe: Del tiempo pasado. 3ª ed. México, Editorial Patria, S.A., 1958. 251 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreinal, XIV)., p. 121.

[2] Mateo Alemán: Sucesos de D. Frai García Guerra, Arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de la Nueva España. A Antonio de Salazar Canónigo de la Santa Iglesia de México, mayordomo y administrador general de los diezmos y rentas de ella: Por el Contador Mateo Alemán, criado del rey nuestro señor. Con licencia en México. En la imprenta de la Viuda de Pedro Balli. Por C. Adriano César. Año de 1613.

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