LA TAUROMAQUIA EN RE – FLEXIÓN. (SEGUNDA PARTE). 

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Ritual y sacrificio; arte y disciplina se encontraron frente a frente en aquel episodio donde europeos y americanos se confrontaron. Ambas expresiones, hasta ese momento, eran el resultado de un largo camino de amalgamas culturales donde figuraba un elemento que surgió desde los tiempos en que el hombre comenzó a construir los cimientos de la civilización. Dicho componente tiene que ver en el momento que surge el dominador y el dominado, una condición entre muchas que sirvieron para fijar las reglas del juego entre las sociedades todas. Dominador y dominado se enfrentaron en duras batallas que concluyeron, como ya se sabe, en agosto de 1521.

   Resultado de aquella transición fue el maridaje del padre español y la madre indígena que dio como resultado al mestizo, y ese mestizaje ya disperso en otras tantas derivaciones (todas las castas sociales) enriqueció lo pluriétnico y lo pluricultural de aquellas sociedades cargadas cada una de distintas muestras culturales, siendo el ingrediente religioso el que representó la figura de mayor peso. Creo que es ahí donde vino a suceder tal asimilación traumática, la del cambio impuesto con la espada y la cruz y cuyo costo fue la destrucción intermitente de los objetos de culto de origen y creación indígena (tal como hoy podría estar sucediendo con el ataque frontal del Estado Islámico, por ejemplo). Eso marcó al pasado, y se mantiene sugerido por el título de una obra emblemática: “La visión de los vencidos” del eminente historiador Miguel León Portilla.

   Ese contrapeso, el de una presencia externa, ajena, que además alteró, afecto y desencadenó lo que para Octavio Paz fue la humillación de “la Chingada”, no representa un valor propio, de esencia originaria, sino el que se impuso al calor de la guerra y la oración. En medio de aquel escenario, se inoculó la vida cotidiana europea que vino a convivir con la indígena y de ambos surgieron otras tantas expresiones. En todo aquello aparecieron un día las corridas de toros.

   Tan complejo y a la vez sencillo proceso sucedió en unos momentos en los que debían desarrollarse las representaciones rituales donde toro y caballo se convirtieron en elementos simbólicos de alto impacto que se alentó por su novedosa presencia. Junto a esos nuevos componentes, la sangre y la muerte se unieron para cerrar aquella poderoso y convergente coincidencia en la que dos pueblos, dos culturas en principio diametralmente opuestos, se entendieron y asimilaron no sin seguirse mostrando reacios e incluso antagónicos hasta hoy, debido en buena parte a la que fue la parte más violenta de la conquista.

   Cientos, quizá miles de esas representaciones se desarrollaron lo mismo en el ámbito rural que en el urbano, bajo el pretexto de diversas celebraciones, sobre todo de profundo carácter religioso, pero también político e incluso académico, con lo que se afirmaba el control establecido por la corona. La fiesta, bajo el amparo de la iglesia también adquirió notable relevancia. De ese modo, muchas celebraciones que ocurrieron en medio del boato, hoy día es posible conocer el o los días en que ocurrieron, gracias a que existen registros como las “Relaciones de sucesos” que son además, un referente literario de enorme valor. Tras la emancipación que culminó en 1821 con el deseo y creación de un nuevo estado-nación la fiesta de los toros se hizo más mexicana. En el siglo XX alcanzó dimensiones universales, casualmente estimuladas por un torero que todos conocemos como Rodolfo Gaona y quien, entre otros calificativos fue y sigue siendo conocido como el “Indio Grande”. Hoy, en pleno siglo XXI la tauromaquia es mirada con desprecio, como fruto de los efectos que han venido estableciendo los criterios predominantes impuestos por la globalización, a partir de nuevas ideas donde las prácticas neoliberales y postmodernas pretenden diluir de esta representación ritual el más complejo andamiaje en que se sostiene el toreo el cual, por razones muy particulares se pretende demostrar que no es otra cosa que un patrimonio o un legado, a partir de cuanto se afirma en el texto de la “Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (París, octubre 17 de 2003)”. Con lo anterior, ya se ha dicho, creo que se han construido las condiciones apropiadas para buscar incluir en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad a la tauromaquia, sin más.

LA FIESTA NACIONAL_11.06.1908_p. 8abajo

La Fiesta Nacional, en su edición del 11 de junio de 1908, p. 8 (abajo) publicó esta excelente imagen de Rodolfo, en su primera campaña española.

    Antes de terminar con estos apuntes, debo retomar el caso de Rodolfo Gaona, cuyo apodo en ningún momento fue utilizado con fines o intenciones peyorativas o de descalificación. En todo caso, se exaltaba a un indio puro quien con sus enormes virtudes, fue capaz de trascender el toreo mexicano en ruedos españoles. Aquella demostración vino a confirmar su propio status como “figura del toreo” quien selló un largo trayecto de afinidades largamente construido siglos atrás.

 II. FILOSOFÍA

    En este apartado, una de las obras fundamentales que habrán de permitirme reunir los argumentos que validen el legítimo propósito para demostrar que la tauromaquia es un patrimonio o un legado en cuanto tal, será la única y más importante de las tesis que se han presentado en el ámbito académico de este país en años recientes con propósitos de realizar un ejercicio teórico a partir de la filosofía. Dicha tesis, con la que obtuvo el grado de Maestra en Filosofía tiene tal estatura que bien puede ponerse al nivel de los recientes trabajos de Francis Wolff, por ejemplo.

CONTINUARÁ.

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