LA TAUROMAQUIA EN RE – FLEXIÓN. (SEXTA PARTE).

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.  

IV. ÉTICA

 CONTINUACIÓN.

    Debo reconocer la dificultad que significa enfrentar los principios que tendría la tauromaquia contra los que establece la ética. Si hay que entender un primer postulado que plantea la ética misma como una de las derivaciones de la filosofía es que “Debido a que muchos de los argumentos que se emplean para demandar que los animales merecen consideración ética –y que tienen estatus de sujetos y no de objetos-, se sustentan en que pueden sentir dolor y placer, es necesario aclarar en qué consisten estos términos, explicando sus mecanismos fisiológicos, así como los componentes emocionales y mentales que los acompañan”.[1] En trabajos académicos consultados para encontrar los elementos que aquí se discutirán, existe una postura frontal, al analizar con lineamientos científicos rigurosos todo aquello relacionado con los significados del dolor, pero también intentando que aflore el bienestar animal. Sin embargo, la fiesta de los toros, en tanto ritual cuyo proceso de integración ha tomado siglos, o quizá milenios para alcanzar su actual estado de expresión, es vista o juzgada como éticamente incorrecta. Dicha manifestación ancestral muestra entre sus componentes la viva representación del sacrificio y muerte de un toro, lo que significa “tortura” como dice un sector oponente. En todo caso es un cúmulo de elementos que culminan en una “matanza”, como acción y efecto de matar, siguiendo para ello un código ritual que nada tiene que ver con la “tortura”. Si nos atenemos a lo que dice el Diccionario de la lengua española respecto de este término, nos sugiere que es un “Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo”. Evidentemente el toro no es sujeto de confesión, ni tampoco el medio de castigo pues la tauromaquia en ninguna de sus atribuciones morales expresa la intención de castigar. Es posible que suceda el acto de provocar “grave dolor físico o psicológico… [usando] métodos y utensilios diversos…” pero nadie de quienes actúan en dicha representación, prefiguran en un papel que además no existe. Me refiero al “verdugo”. Por tanto, la intención que se materializa en el sacrificio y muerte del toro debe ser entendida como la celebración de un rito.[2]

   Los taurinos no olvidamos que los animales son seres vivos dotados de sensibilidad y capaces de sufrir. Incluso, si de deberes se trata, consideramos pertinente la conciencia de respeto por el “otro” –quienquiera que éste sea-, de ahí que entre los aspectos que significa la pervivencia de una raza cuya crianza o domesticación se encuentra destinada no solo para el desarrollo de un espectáculo, sino del más profundo de sus ingredientes: el ritual, se cumple con un propósito en términos de lo que ocurre en una unidad de producción agrícola y ganadera, tal y como nos lo indica el Dr. Pedro Martínez Arteaga:

 En México existen 284 explotaciones ganaderas dedicadas a la cría del Bos taurus; Raza de  Lidia, muchas de ellas establecidas en la zona centro del país y en el altiplano mexicano, caracterizadas por su aridez, con escasa precipitación y producción de biomasa. Los predios donde se desarrolla esta especie facilitan la recuperación del ecosistema ya que existe una rotación sistemática de potreros. Como referente importante tomamos a la FAO, que no dice: un 60% de las tierras del mundo están sometidas al pastoreo directo extensivo, sosteniendo alrededor de 360 millones de cabezas de ganado vacuno y más de 600 millones de ovejas y cabras. Eso ha conllevado a que nuestros ganaderos de bravo hayan iniciado un manejo holístico de su rancho, dicho manejo consiste en un proceso metodológico de toma de decisiones que establece una meta concreta, la cual incluye calidad de vida de los animales y una visión futura para la conservación de la biodiversidad. Mediante estudios realizados sobre la diversidad biológica encontramos una distribución de porcentajes muy variados de biodiversidad, haciendo una comparación de predios ganaderos dedicados a la producción de ganado domestico comparados con otros dedicados a la cría de toros bravos y encontramos una distribución de porcentajes muy variados de biodiversidad, p.e. la vegetación mixta (matorral) fue mayor en los ranchos dedicados a la cría de toros bravos, ya que se cuantificó una cobertura aérea del 14.2% contra un 6.7% de los ranchos productores de ganado para carne. La cobertura basal del pastizal fue de igual manera mayor para los ranchos dedicados a la cría de toros bravos con 12.9%  contra un 7.7% de los ranchos productores de otro tipo de ganado. Especial mención merece la fauna silvestre que encontramos en los ranchos de bravo que fue de un total de 42 especies animales silvestres en promedio, mientras que para los ranchos productores de otro tipo de ganado se encontró un número muy inferior de especies silvestres,  que tan solo fue de 29. Así pues, las condiciones de los ranchos bravos han contribuido a mantener la biodiversidad en equilibrio (homeostasis) del ecosistema por la mayor cantidad de diversidad biológica encontrada, contra aquellos ranchos dedicados a la cría de ganado manso. Los ranchos ganaderos de bravo garantizan la interacción entre flora y fauna dando una estabilidad sobre el hábitat de las especies presentes. Sumándole además que nunca se sobre pasa la capacidad de carga animal del terreno, ya que solo se crían los toros que son demandados, lo que a su vez nos garantiza una conservación del ecosistema. En tanto que los ranchos productores de ganado para carne enfrentan un serio problema de sobre pastoreo muy serio y una pérdida gradual de su diversidad biológica.

    Por lo tanto, entendemos que la ética es una rama de la filosofía que se dedica a la reflexión crítica y racional de los principios que guían nuestras decisiones y comportamientos, buscando además los fundamentos de los juicios morales. Que la ética proporciona conocimientos sistemáticos, metódicos y hasta donde sea posible verificables acerca del comportamiento humano, tratando de buscar concordancia con principios filosóficos universales. Que su finalidad es hacer del mundo un lugar mediante la reducción de los sufrimientos y el aumento de la felicidad, expandiendo la equidad y el respeto por los demás, considero que aceptamos estos principios,[3] mismos que entran en la compleja construcción de procesos humanos, fundamentalmente humanos que pueden ir de la dominación a la domesticación. Del uso de la fuerza no sólo física, también ideológica a través de doctrinas filosóficas, políticas o religiosas. Todo ello, en su conjunto ha logrado consolidar una civilización que hoy día se somete a otro tipo de condicionantes de orden global (donde podría caber la calamidad de nuestro tiempo: el cambio climático), sin olvidar efectos que vienen provocando el neoliberalismo o la postmodernidad. Incluso de todo aquello que impone una tercera revolución industrial que nos somete a un progreso totalmente distinto al que se concebía hasta hace un tiempo la humanidad. Pero hoy, ese ritmo está cambiando radicalmente. Por eso es que quizá ya no se conciba entre los nuevos códigos del pensamiento aquellos aspectos que provienen de un pasado y es que en este aquí y ahora parece no haber una conexión, una continuidad entre lo que significa el tiempo presente con el pretérito. O para decirlo más claro, representa una especie de ruptura del presente con el pasado. Edmundo O´Gorman decía: “el pasado nos constituye”, y sin él en nuestro código de vida es imposible que estimemos un conjunto de acontecimientos que de una u otra forma animan o impulsan el humano acontecer.

   Por lo tanto, los taurinos somos los primeros en reconocer la pervivencia de ese ritual partiendo del hecho de que hay un absoluto respeto a todas las formas o procesos que le dan forma, incluyendo la crianza del toro. Que tenemos por el ritual de sacrificio y muerte la más clara y absoluta idea de que presenciamos una representación ancestral, y que por tanto, se convierte en términos de lo que plantea la Convención para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, por parte de la UNESCO, en un documento fechado en París el 17 de octubre de 2003.

   Y aún más. Me parece oportuno concluir aquí, con el interesante escrito de Cristina Delgado Linacero[4], denominado “Patrimonio de la humanidad”:

    Hoy que tanto se cuestiona la existencia de las corridas de toros, sería conveniente, e incluso necesario, analizar el milenario legado del que son portadoras. Esa valiosa herencia cultural, ignorada por la mayoría y de la que muy pocos se hacen eco, convierte cada evento taurino no sólo en una exhibición de valor y arrojo, sino en solemne y especial ocasión de descubrir las huellas que nuestros antepasados mediterráneos y próximo-orientales han dejado en nuestra cultura. El atento espectador puede descubrir atónito como el pasado y el presente se fusionan en el ruedo en una intemporalidad sin precedentes que pone de relieve la importancia de la fiesta.

   No cabe duda de que los juegos taurinos derivan de prácticas cazadoras ejercidas ya en la Prehistoria. El conocimiento de la brava condición del toro en su repuesta ante el acoso sólo pudo generarse durante la constante observancia del cazador hacia su presa. La nobleza de su embestida se convirtió en el eje medular del enfrentamiento con el hombre quien, antes de darle muerte, se complacía en arriesgar su vida desafiando sus afiladas astas para demostrar su audacia y hombría. A partir de entonces, fueron surgiendo relatos y leyendas protagonizadas por jóvenes luchadores taurinos inmortalizados en la literatura y en el arte. Sus heroicas hazañas y ejemplar conducta les dotaron de un halo sobrenatural y sobrehumano, sirviendo como ejemplo de virtudes cívicas y juveniles.

   Poco a poco, la muerte de presa tan singular fue adquiriendo carácter sacrificial, confiriendo a su matador facultades sacerdotales y transformando a la víctima en sacrosanto portador de los anhelos y peticiones de los hombres ante la divinidad.

   De este modo, toreros y subalternos, como fulgurantes destellos de la Historia, siguen encarnando todavía hoy a venatores, oficiantes y héroes de otros tiempos, que emergen de entre las brumas del pasado apareciendo ante nuestros ojos asombrados.

   El sacrificio mediterráneo resurge en el albero como lazo de unión entre la tierra y el cielo. En las imágenes marianas de los capotes de paseo o en los escapularios y medallas que protegen al torero, se adivina la presencia de la Gran Diosa primigenia, señora de la vida y de la muerte, venerada por los pueblos del Mare Nostrum bajo diversas advocaciones. Su pareja, ese bóvido de pelaje negro o castaño, que irrumpe jubiloso al comienzo de la faena, inundará su seno con su sangre a través de la dorada tierra de la plaza. Ese sagrado matrimonio, liturgia milenaria en altares de olor a incienso y a salitre, expresa como antaño que la muerte engendra vida, que la tierra florece en primavera al recibir esa semilla fecundante como prenda de esperanza en el invierno de la vida humana.

   Resulta significativo que sea la península Ibérica el solar de pervivencia de las últimas celebraciones tauromáquicas. Como finis terrae del mundo antiguo permaneció durante siglos ajena a los avatares históricos y culturales, que marcaron el florecimiento de las grandes civilizaciones del Oriente Próximo y del Mediterráneo central y oriental. Sin embargo, el aislamiento en que quedó sumida, mantuvo incólumes los hábitos y tradiciones de los pueblos que la habitaban hasta la llegada de comerciantes, colonos y conquistadores en busca de las riquezas que encerraba. Por esta causa se rompió una soledad de siglos para ser lentamente incorporada a una modernidad ignorada hasta entonces.

   Iberia como la llamaban los griegos o Hispania en denominación de los romanos, se convirtió en la receptora de influjos milenarios que mestizados con las costumbres nativas, cristalizaron en una nueva y personal identidad. Oriente y Occidente se fundieron así en la península Ibérica, persistiendo hasta hoy como reducto y salvaguarda de usos y creencias en otros lugares ya olvidados.

   Los ancestrales rasgos, que se atisban en las corridas de toros españolas, sólo se pueden explicar volviendo la mirada a aquel pasado ya remoto y eclipsado por la noche de los tiempos. Préstamos de Mesopotamia y Egipto, de Levante, Chipre y Creta, así como de Grecia y Roma laten velados por el paso de los siglos tras los espectáculos taurinos. No puede ser casual su asociación con los ciclos agrarios, ni con las vírgenes o santos bajo cuyo patrocinio se acogen. Tampoco puede serlo el sentimiento festivo y popular, y con frecuencia religioso, que une a sus participantes, ni mucho menos las connotaciones que se atribuyen al toro y al torero, encarnaciones de tantos personajes, conceptos y valores desgranados a través de un horizonte de siglos. Son las huellas de un hilo conductor iniciado en los albores del hombre cazador, cuya secuencia evolutiva nunca se perdió.

   La península Ibérica es la única heredera de esta antiquísima tradición, compartida hoy con ciertos países de América latina, con el sur de Francia y con Portugal, donde el toro, ese carismático y hermoso animal, sigue siendo su protagonista indiscutible.

   La piel de toro, como proféticamente la identificó Estrabón, continúa siendo hoy el último bastión del espíritu mediterráneo-oriental, manifiesto a través de celebraciones  taurinas convertidas en depósito arqueológico de un patrimonio histórico, socio-cultural y religioso que todos deberíamos conocer.

 BIBLIOGRAFÍA

 ALVAREZ DE MIRANDA, A. 1998. Ritos y juegos del toro. Madrid.

DELGADO LINACERO, C. 1996.  El toro en el Mediterráneo: análisis de su presencia y significado en las grandes culturas del mundo antiguo. Madrid

DELGADO LINACERO, C. 2007.  Juegos taurinos en los albores de la Historia. Madrid

 CONTINUARÁ.


[1] Beatriz Vanda Cantón: “Fundamentos éticos del trato a los animales”. Tesis para obtener el grado de Doctor en Ciencias presenta (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México. programa de Maestría y Doctorado en Ciencias Médicas, Odontológicas y de la salud, 2007. 145 p. Ils., grafs. Cuadros., p. 37.

[2] Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía. Traducción de Alfredo N. Galletti. 7ª reimpresión. México, Fondo de Cultura Económica, 1989. XV-1206 p., p. 1022. Rito Una técnica mágica o religiosa, dirigida a obtener el control de las fuerzas naturales que las técnicas racionales no pueden ofrecer, o bien obtener el mantenimiento o conservación de una cierta garantía de salvación para el hombre, en relación con estas fuerzas. Por tanto el concepto del Rito debe ser entendido como “práctica relativa a las cosas sagradas”.

[3] Vanda Cantón, op. Cit., p. 143.

[4] Disponible abril 25, 2015 en: http://www.sabiosdeltoreo.com/Salidas_asp/Noticias/noticiasTaurinas.asp?Numerador=7785

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