ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO.
Un texto entresacado de viejos papeles (en 2001), hoy pretendo ponerlo al día con algunos cambios y actualizaciones que ameritan su publicación. Se trata del ensayo denominado «Nacionalismo y Tauromaquia en México. Un recorrido por el siglo XIX. Trascendencia y significado del torero andaluz Bernardo Gaviño y Rueda», el cual se mantenía inédito y que hoy comparto con ustedes. Espero sea de su agrado.
NACIONALISMO Y TAUROMAQUIA EN MÉXICO. UN RECORRIDO POR EL SIGLO XIX.
Trascendencia y significado del torero andaluz Bernardo Gaviño y Rueda.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE[1]
Con la Constitución de Cádiz (1812) se obtuvo como resultado el origen del constitucionalismo español. México logra la libertad y comienza su tránsito de auténtica independencia alcanzada en dos etapas: 1821 y 1867, momentos en que la República y la República Restaurada son un hecho consumado, luego de difíciles tiempos en que la estabilidad se vulneró debido a las luchas por el poder.
El nuevo estado de cosas originó en nuestro país un rechazo a la herencia española misma que enfrentó de manera por demás singular el torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, quien llegó a México entre 1829 y 1835, país en el que permanecería hasta su muerte, ocurrida el 11 de febrero de 1886. Al decidir su residencia definitiva deja un legado de experiencias traducido en amplio despliegue de formas y expresiones que españolas se tornaron mestizas en medio de un ambiente que se enriqueció gracias al amplio concepto de libertades, las cuales propiciaron cierto relajamiento que no se alejó de las raíces, nutrientes hispanas asimiladas por Gaviño y que hicieron suyas muchos diestros nacionales quienes le dieron un carácter distinto, eminentemente nacionalista, que entró en combinación con las actividades campiranas mismas que también se depositaron en las plazas y tuvieron en Ponciano Díaz a su mejor exponente. En Madrid se le concede a Ponciano la alternativa de matador de toros, la tarde del 17 de octubre de 1889 y les regresa a los españoles una buena parte de las riquezas que Bernardo depositó en nuestro país.
La tarde del beneficio a los deudos de Bernardo Gaviño, se escuchó un grito particular: “¡Mueran los gachupines”! como si con aquello se señalara parte del viejo testimonio de lucha con que el propio Gaviño incitaba a los concurrentes en tardes donde actuando otros toreros hispanos, estos representaban un obstáculo a las pretensiones de nuestro personaje por seguir siendo dueño de la situación. Delicado asunto. A pesar de la finalidad que tuvo el beneficio en el que Ponciano participó resulta paradoja ridícula, que loará a la memoria de un “gachupín”, para despertar la odiosidad en contra de otros “gachupines”. Pero tal paradoja daría el apetecido resultado “porque las muchedumbres no reflexionan, son impulsivas”.
Estas son mis reflexiones en torno al NACIONALISMO Y TAUROMAQUIA EN MÉXICO. UN RECORRIDO POR EL SIGLO XIX. Trascendencia y significado del torero andaluz Bernardo Gaviño en México.
INTRODUCCIÓN
La presencia de Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886) se abre como un gran abanico de posibilidades que nos permite entender a uno de los personajes más fascinantes que brillaron durante buena parte del siglo XIX en el México taurino, mismo que se vio iluminado por una poderosa influencia técnica y estética planteada sin mayores propósitos que los de aportar conocimientos aprendidos y aprehendidos también en la España que abandona hacia 1828 ó 1829, puesto que en este último año se embarcó para Montevideo, sitio donde comenzó su largo peregrinar como torero en América. Llega a Montevideo, Uruguay en 1829, lugar en el que sus incursiones taurinas y más aún, los datos, son escasos. Pero el 30 de mayo de 1831 se presenta ante el público de la Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla. Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona Cúchares o de Francisco Montes Paquiro, quienes fueron los dos alumnos más adelantados de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero.
Antes de su salida definitiva de España, también se encuentra muy cerca de Juan León Leoncillo con quien asimila lecciones básicas del toreo que luego, en América, pero específicamente en México, pondrá en práctica. En búsqueda incesante de información al respecto de su incorporación o no a la mencionada Escuela de Tauromaquia en Sevilla no se ha encontrado información que permita deducir si efectivamente formó parte de dicha institución. Todo esto viene a cuento por la sencilla razón de que a modo particular pudo dejar huellas trascendentes que prendieron en el ánimo americano recién estrenado en independencias, las cuales mostraron el rechazo natural a aquello que resultara de origen español, y que ya veremos no lo fue en su totalidad, dadas las diferentes formas de sistema (que más bien fue de intento) político que fueron dándose en nuestro país. Sin embargo una herencia tres veces centenaria como la española en América deja factores de arraigo muy marcados que difícilmente pueden desaparecer de un panorama que ha vivido y compartido durante todo ese tiempo en nuestra nación. Así, el religioso y el taurino sobreviven en algunos nuevos países dada la circunstancia de su independencia.
México vivió bajo el impacto permanente de sinfín de condiciones políticas y sociales, las cuales dejaron continuar con estas dos muy importantes razones de ser, bajo sintomáticas características que eran a su vez, un modelo de lo español, pero bajo circunstancia americana. Esta nueva particularidad dio como resultado un conjunto de personajes que desearon el poder y lo hicieron suyo algunos de ellos, dándole giros de extravagancia; como el caso de “su alteza serenísima”, trato que se le dio a “don” Antonio López de Santa Anna. En medio de ciertas contradicciones y con rechazos emanados en esta nueva forma de vivir independiente, la fiesta de los toros se hizo cada vez más mexicana, pero sin renunciar a un pasado y a una influencia de puro sentido hispano que seguía siendo importante para el devenir de dicho espectáculo que se quedó entre nosotros. Bernardo, quien se presenta en las plazas de México a partir de 1835 es aceptado a tal punto que lo hizo suyo la afición que aprendió a ver toros como se estilaba por entonces en España. Gaviño entendió muy pronto que apropiarse del control, no significaba ser el estereotipo de un español repudiado por la reciente estela de condiciones establecidas por un país que ha expulsado a un grupo importante de hispanos a quienes se les aplicó cargo de culpa sobre todo aquello que significó la presencia de factores de coloniaje.
El toreo durante los primeros 50 años del siglo XIX va a mostrar una sucesión en la que los protagonistas principales, que fueron los toreros de a pie, mismos que desplazaron a los caballeros, serán a partir de esos momentos personajes secundarios; por lo que la fiesta adquiría y asumía valores desordenados sí, pero legítimos. Es más,
En una corrida de toros de la época, pues, tenía indiscutible cabida cualquier manera de enfrentarse el hombre con el bovino, a pie o a caballo, con tal de que significara empeño gracioso o gala de valentía. A nadie se le ocurría, entonces, pretender restar méritos a la labor del diestro si éste no se ceñía muy estrictamente a formas preestablecidas.
Benjamín Flores Hernández.
A su vez, las fiestas en medio de ese desorden, lograban cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Y se ha escrito «desorden», resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía es resultado de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. Vale la pena detenernos un momento para entender que el hecho de mencionar la expresión de «desorden», es porque no se da y ni se va a dar bajo calificación peyorativa. Es, más bien una manera de explicar la condición del toreo cuando este asume características más propias, alejándose en consecuencia de los lineamientos españoles, aunque su traza arquitectónica haya quedado plasmada de manera permanente en las distintas etapas del toreo mexicano; que también supo andar sólo. Así rebasaron la frontera del XIX y continuaron su marcha bajo sintomáticos cambios y variantes que, para la historia taurómaca se enriquece sobremanera, pues participan activamente algunos de los más representativos personajes del momento: Hidalgo, Allende, Morelos o el jefe interino de la provincia de México Luis Quintanar. Años más tarde, las corridas de toros decayeron (un incendio en la plaza San Pablo causó larga espera, desde 1821 y hasta 1833 en que se reinauguró). Prevalecía también aquel ambiente antihispano, que tomó la cruel decisión (cruel y no, ya que no fueron en realidad tantos) de la expulsión de españoles -justo en el régimen de Gómez Pedraza, y que Vicente Guerrero, la decidió y enfrentó-. De ese grupo de numerosos hispanos avecindados en México, había comerciantes, mismos que no se podía ni debía lanzar, pues ellos constituían un soporte, un sustento de la economía cabisbaja de un México en reciente despertar libertario. En medio de ese turbio ambiente, pocas son las referencias que se reúnen para dar una idea del trasfondo taurino en el cambio que operó en plena mexicanidad.
Con la de nuestros antepasados era posible sostener un fiesta-espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas, mezclados con nuevos factores de autonomía e idiosincrasia propias de la independencia durante buena parte del siglo pasado. Y aunque diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando, lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de toros de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Eran escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero de tan poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia.
Así, con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cuba, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo, pero fundamentalmente tutor espiritual del toreo en nuestro país durante el siglo que nos congrega.
La reinterpretación histórico-biográfica que pretendo desarrollar tiene como objetivos los de desentrañar a un personaje del que se han escrito pasajes muy interesantes, pero que no nos dan, todavía, un perfil exacto de su importancia. Bernardo Gaviño no era un torero más en el espacio mexicano. Con él va a darse la correspondencia y la comunicación también de dos estilos, el mexicano y el español de torear que, unidos, dieron en consecuencia con el panorama universal que, sin saberlo se estaba trazando. Más tarde, Ponciano Díaz, pero fundamentalmente Rodolfo Gaona remontan este nivel de calidad a su verdadero sentido que nutre -por igual- a España que a México.
Bernardo, seguramente no se imaginó que su influencia marcaría hitos en el avance de una fiesta que, con todo y su bagaje cargado de nacionalismos, a veces eran llevados al extremo del chauvinismo o del jingoísmo por parte del pueblo (el concepto “afición”, con toda su carga de significados, despertará plenamente hasta 1887). Goza el gaditano de haber sido protagonista de epístolas y novelas (como las de Madame Calderón de la Barca o Luis G. Inclán). Su nombre adquiere fama en importante número de versos escritos por la lira popular y en más de alguna cita periodística de su época, lograda por plumas de altos vuelos literarios.
Luego de su infortunada muerte se le recuerda con cariño, devoción y respeto por personajes que, o le vieron torear en sus mejores tiempos (Brantz Mayer), o en su decadencia (José Juan Tablada) o por aquellos a quienes se les contó parte de su vida relatada cual páginas noveladas, pero llevadas al campo de hechos más tangibles (Carlos Cuesta Baquero, Roque Solares Tacubac).
Gracias a todo esto lograremos el mejor de los perfiles que actualmente deben tenerse ya sobre este personaje, quien decide el devenir de la fiesta en nuestro país. ¿Por qué devenir y no porvenir? Probablemente porque el porvenir propiamente dicho se dio a partir de 1887, año en que un grupo de diestros españoles comandados por Luis Mazzantini, José Machío, Diego Prieto, Ramón López, Saturnino Frutos y otros desplegarán toda la influencia que decidirá un cambio de suma importancia en el gusto de la afición en cuanto tal, apoyada en publicaciones y en direcciones técnicas establecidas por una prensa aleccionada gracias al apoyo de lecturas hechas a diferentes tratados, escritos por autores españoles que reconocían en el toreo un progreso, una evolución plenamente establecidos.
Un devenir como sobrevenir, o suceder porque Gaviño se va a convertir en un gran señor feudal, encargado de dominar la situación taurina en el transcurso de 50 años, en los cuales impuso su poder, e incluso, hasta su tiranía. Ello, probablemente no permitió grandes avances a una tauromaquia, como la mexicana, misma que en medio de ese devenir, no pudo contemplar abiertamente el porvenir.
Dispongámonos a hacer un recorrido que nos aportará valiosos conocimientos no solo en el terreno taurino. Tendremos oportunidad de conocer parte de la vida política y social predominante en los 50 años que influyó quien ahora se convierte en protagonista de un nuevo pasaje de reinterpretaciones históricas: Bernardo Gaviño y Rueda.
CAPÍTULO ÚNICO
Me sorprende -de entrada- una afirmación hecha por Leopoldo Vázquez en su libro América Taurina (…) en el sentido de que Bernardo Gaviño “el más ilustre y afamado de los lidiadores de México, era español, pues nació a los 20 días de Agosto del año 1813, en el lindo pueblo de Puerto Real, distante dos leguas de Cádiz”. Lo destacado de esta cita es que lo afirma con una doble nacionalidad que fue ganándose lentamente, más mexicana que española, hasta su muerte misma. ¿Qué lo orilló a quedarse en nuestro país por cerca de 50 años? En principio debemos pensar en el espíritu de aventura al que se vio sujeto desde que abandona la península (perseguido por la justicia, una justicia que parece ser exclusivamente familiar, que fue encargada a D. Francisco Javier Cienfuegos, “virtuoso obispo” de la capital gaditana y tutor de Bernardo), dado que durante los años en que comienza a lograr un sitio, este se pelea las palmas con dos diestros que luego fueron grandes en su patria. Me refiero a Francisco Arjona CÚCHARES y Francisco Montes PAQUIRO, alumnos sobresalientes de la Real Escuela de Tauromaquia en Sevilla. Asimismo, el cúmulo de toreros que peleaban un sitio, era numeroso. Encontramos, entre otros a: Juan León y a Manuel Parra. Juan León, según Bedoya, en esta época prometía ser un buen matador de toros, estimulado por Hernández el Bolero, que tampoco disgustaba en estos años. Juan León López LEONCILLO fue el que agarró al cuerno izquierdo del toro que en Ronda mató a CURRO GUILLEN. Otros diestros que destacaban entre los últimos años de la segunda y tercera década del siglo XIX eran: Manuel Romero Carretero, Antonio Calzadilla, Pedro Sánchez, Roque Miranda, Jorge Monge EL NEGRILLO, Antonio de los Santos.
Bernardo fue hijo de don Bernardo Gaviño (el acta de defunción dice José Gaviño) y de doña María de las Nieves Rueda. Pariente lejano del famoso matador sevillano Juan León LEONCILLO quien le enseñó las primeras lecciones del arte de torear tanto en los mataderos de Cádiz como en el de Sevilla. Más tarde se puso a las órdenes de Bartolomé Ximénez, matador de toros gaditano quien comienza a figurar en los carteles desde 1789, cuando figuraba como banderillero y media espada al lado del matador de toros Pedro Romero. Hizo lo mismo con Francisco Benítez Sayol -también de Cádiz- y de oficio panadero. Gaviño y Benítez Sayol estoquearon toros en varias ocasiones, así como lo hizo -con toda seguridad- al lado de Francisco Montes PAQUIRO. Este dijo de LEONCILLO: “Pocos se ponen junto a don Juan, pero ninguno adelante”. Así que con todo ese bagaje GAVIÑO pondrá en práctica el conjunto de experiencias a su llegada a un nuevo mundo que significó renunciar a su patria para hacer otra vida en estas tierras.
Durante aquellos años España sufría el embate de varias nuevas naciones americanas que logran su independencia, desligándose del control político y económico que impuso la corona en similar número de colonias durante tres siglos. Todo esto creaba en América un nuevo espíritu de libertad y pensamiento bajo una emancipación que permitió el desarrollo de destinos en sus más diversas variedades de carácter político, social y económico. México no fue la excepción. Ya nos detendremos a entender algunos de estos pasajes que trastornaron el devenir de una nueva nación envuelta en el caos que en nada aseguraba su destino.
Tuvo que morir Fernando VII (1833)
para que el gobierno español finalmente reconociera la independencia de México. Cuando esto ocurrió, el 28 de diciembre de 1836, la actitud hacia España en los discursos conmemorativos cambió radicalmente. La península no sólo dejaba de ser una amenaza sino que pasaba a ser motivo de aflicción debido a las cruentas luchas internas por la sucesión del trono (guerras carlistas).[2]
Por eso, una opinión que nos define el sentir de aquella nueva experiencia dejamos que nos la explique José María Lafragua, quien el 27 de septiembre de 1843 afirma
…la España de Isabel III… no es la España de Carlos V; y hartas desgracias ha sufrido y sufre esa nación heroica, en expiación tal vez de sus antiguos errores, para que nosotros, hijos de la libertad y del progreso, echemos en rostro a nuestros hermanos de hoy las faltas de nuestros padrastros.[3]
En desordenada visión me apresuro un poco a los hechos, pero es que es importante analizar la condición del marco histórico por donde va a moverse Bernardo Gaviño, durante los últimos años de permanencia en España y los primeros en América. Pero no adelantemos vísperas. Vayamos a conocer algunos datos de su infancia que nos aporta, de nuevo, Leopoldo Vázquez.
Nos dice el autor que
Huérfano de padre al cumplir un año de edad, acogióle bajo su amparo el virtuoso obispo de aquella capital D. Francisco Javier Cienfuegos, procurándole la primera educación. Algunos años después pasó Su Ilustrísima á ocupar el sillón Arzobispal de Sevilla, llevando consigo al huérfano, que lo fue también de madre antes de cumplir el segundo lustro de su vida. Colocado en el seminario para ir ampliando sus estudios, empezó por el año 1825 a demostrar su inclinación al arte del toreo, lidiando las reses menores que se mataban en los corrales del palacio para el consumo, y sobresaliendo en la faena, entre los demás colegiales. Presintiendo que su porvenir pudiera encontrarlo en la práctica de este arte, huyó de las clases para satisfacer sus inclinaciones en el Matadero, y apadrinado por el célebre espada Juan León, al que cayó muy en gracia la viveza de Bernardo, se engolfaba sorteando reses y viendo los jugueteos y recortes que otros ya más aventajados practicaban.[4]
Como podemos ver en estos primeros rasgos del famoso torero español, siempre mostró una actitud rebelde que no quedaba sujeta ni siquiera a los principios familiares (sobre todo, del hermano de su madre, D. Francisco de Rueda), o a los del ya conocido D. Francisco Javier Cienfuegos, “virtuoso obispo” de la capital gaditana y tutor de Bernardo, de ser encarcelado o sometido a disciplinas que el rechazaba huyendo de aquel acoso. La opción fue fugarse de la casa de su protector para ingresar a una cuadrilla de toreros, presentándose por primera vez en público en la plaza de San Roque, con un espada llamado Benítez (BENITEZ SAYOL, Francisco, EL PANADERO) y toreando después en los circos de Algeciras, Vejer y Puerto Real, su pueblo.
Nos dice Jorge Gaviño Ambríz, descendiente directo de Bernardo que
de muy pequeño le gustaba ir a los toros y se colaba como ayudante de banderilleros para estar en un lugar privilegiado. Era crítico, les decía “en su cara” a los toreros de profesión sus aciertos y desaciertos. En alguna ocasión, teniendo apenas 12 años, al estar practicando con un toro de lidia, recibió un pitonazo en la pierna derecha. Al impacto, rodó por el suelo quedando inmóvil en el piso frente al toro, para que no le atacara, pues cada vez que se movía, el animal amenazaba con embestir. Instantes después, un viejo caporal lo auxilió para que saliera del corral.
-Pero “mozuelo”- le dijo sorprendido,
“¿Quién te autorizó a estar jugando con los animales?, Qué no tienes miedo?, te hubiera matado”-, a lo cual el pequeño contestó:
-”Estoy practicando, pues voy a ser el más famoso torero que haya tenido España”-, y soltando una sonora carcajada, el caporal le dijo, mientras le ayudaba a sacudirse:
-”Está bien, pero recuerda que lo importante en una caída es levantarse y levantarse a tiempo, no antes ni después”.[5]
Así pues, conforme avanzamos en el conocimiento del nuevo perfil de nuestro personaje, nos damos cuenta de una idiosincrasia sumamente alejada de principios establecidos. En todo caso, es él quien los quiere imponer en medio de aquella autonomía.
El espíritu de aventura hizo emprender en Bernardo el proyecto de embarcarse a una América rica en posibilidades. La decisión que toma para hacer un viaje que se tornó definitivo, puesto que ya no volvería a ver nunca más su Cádiz maternal, está sustentada en dos posibilidades que a continuación enuncio.
Una de ellas es la de que encontrándose dispuesto a abrazar tan difícil profesión, ésta se hallaba fuertemente disputada por otros tantos diestros que, además, alcanzaban renombre a pasos agigantados. ¿Cómo poder lograr un lugar de privilegio frente a PAQUIRO o frente a CÚCHARES, si ambos toreros gozaban del apoyo del pueblo al verlos este como parte de la REAL ESCUELA DE TAUROMAQUIA DE SEVILLA; y todavía más: como alumnos favoritos del longevo torero, PEDRO ROMERO?
Otra es la que se fundamenta en el espíritu de conquista que Bernardo Gaviño decide, con la certeza de que América es un “filón de oro” y en ella no abundan los toreros españoles, menos aún cuando están ocurriendo los acontecimientos que cimbran el alma toda de poblaciones en reciente estado de independencia.
Decidido a enfrentar aquel nuevo afán, embarca hacia ese nuevo capítulo de su vida y llega a Montevideo, Uruguay en 1829 donde comienza a proyectar lentamente su fama, misma que trascenderá hasta la isla de Cuba, hasta llegar a México.
Poco se sabe de sus actividades en el hermano país sudamericano, obstruido por las constantes fluctuaciones de carácter político que emergen en una de las naciones independientes del nuevo continente. Lo que sí es un hecho es que no habiendo un terreno firme que pisar, pasa a la Habana, sitio en el cual tiene lugar su presentación ante el público el día 30 de mayo de 1831. De alguna de sus actuaciones nos dice José Ma. de Cossío
Es curioso el anuncio que, en 1832 y con el título de “Corrida sobresaliente y divertida”, aparece en el diario habanero El Noticiero y Lucero. “Juan Gutiérrez -comenta- dará el gran salto por encima del toro y en otro pondrá las banderillas de nueva invención desde lo alto de un taburete.
“El beneficiado (Bernardo Gaviño) matará el segundo toro sujetándose los pies con un par de grilletes y en otro se burlará de su fiereza bailando la cachucha sobre una mesa al compás de la música con castañuelas.
Antonio Fernández montará el tercer toro a pelo”.
Una nota luctuosa. El 28 de junio de 1845 murió en La Habana, víctima de cogida, el novillero José Díaz Mosquita.[6]
La nota sobresaliente que marca este acontecimiento se descubre al ejecutar suertes como la de “sujetarse los pies con un par de grilletes” y la de bailar “la cachucha sobre una mesa al compás de la música con castañuelas”, mismas que vemos reproducidas -con más o menos semejanza- en los geniales apuntes de Francisco de Goya y Lucientes al dejar para la posteridad, retratando al célebre MARTINCHO. En la TAUROMAQUIA del gran “Paco, el de los toros” quedan registrados los diferentes modos en que un pueblo manifiesta su sentir al afinar cada vez más, y con un objetivo concreto, los destinos de la tauromaquia moderna. Entonces, al finalizar el siglo XVIII y despertar el XIX la fiesta de los toros está convertida en un caldo de cultivo, en el que caben todas las posibilidades de invención, mismas que acompañaron durante un buen número de años al espectáculo hasta que adquiere una personalidad propia, más profesional y venturosa frente a las nuevas generaciones que van haciendo suyo un divertimento al que matizan de un carácter propio gracias a todas esas formas de expresión que se vivieron desde Goya, pasando a manos de Bernardo Gaviño quien desde Montevideo y Cuba las transporta a México, sitio en el que compartirán la tauromaquia -con todo su dejo de relajamiento e invención- desde su llegada, en 1835, hasta su muerte misma, en 1886. Un dato que debe quedar sentado, es que de 1829 a 1886, Bernardo Gaviño estuvo activo en América 57 años, 31 de los cuales al menos, los consagró a México.
Durante su estancia en la isla, tuvo oportunidad de verlo un paisano suyo: D. Juan Corrales Mateos y al juzgar su trabajo, marca su tipo como lidiador, calificándole de
torero de genio que ejecutaba las suertes según las circunstancias en que consecutivamente se encontraba; de corazón sereno y de una gracia singular; (…) que como conocedor del toreo de Juan León y otros contemporáneos, no se vició en cuanto al arte, conservando enmedio de unos toreros extravagantes, el sello de lidiador andaluz, así en el método de torear como en el vestir.[7]
Más adelante veremos la forma de comportamiento relajado, displicente y mágico con que se desarrollaron los festejos taurinos en los ruedos de nuestro país a mediados del siglo XIX.
José Díaz Mosquita fue compañero de cuadrilla de Bernardo, con el que se presentó desde 1831, en compañía también de los ya conocidos Rebollo, Bartolo Megigosa, así como con el mexicano Manuel Bravo con quien coincide y alterna en los ruedos de la gran Antilla.
Manuel Bravo es el
Primer espada mexicano, que fue el más popular en la ciudad de México de 1825 a 1835. Dicho año hizo un viaje a Cuba y logró convencer a Bernardo Gaviño para que se viniera a torear a la plaza de “San Pablo” de la capital.[8]
Bravo, en compañía del Cónsul mexicano en Orleans, José Álvarez quien de paso por la Habana, vio torear al diestro gaditano contratan a Gaviño, quedan admirados de las maravillas con que el diestro demostraba sus facultades taurómacas. El gaditano se traslada a México para presentarse por vez primera el 19 de abril de 1835 en la plaza de toros de “San Pablo”.
Manuel Bravo en compañía de los hermanos Avila, Luis, Sóstenes y José María se van a convertir, por entonces, en las figuras que aclama el pueblo mexicano, mismo que aceptará con agrado a un español y con el que se desentenderán de los posibles prejuicios de que se vio saturado el ambiente político de un país que no alcanzaba a despertar de la pesadilla de su independencia, y ya se encontraba frente a otra, traducida en la lucha del poder por parte de los distintos grupos que lo desean.
Bernardo Gaviño y Rueda, como ya vimos, se presenta por primera vez en México el domingo de Pascua de Resurrección. Formaban su cuadrilla: Juan Gutiérrez y José Rivas, banderilleros. Como picador: Pedro Romero El Habanero.[9] Por entonces, el tipo de toreo practicado por los mexicanos es más bien de orden intuitivo, mismo que representa la forma de ser y de pensar de nuestros antepasados.
Para entender buena parte del presente capítulo, permítaseme incluir una serie de apreciaciones que he elaborado deseando analizar el comportamiento del siglo XIX, que tan rico fue en sustancia taurina.
EL SIGLO XIX COMO FENOMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO.
Al tiempo que se activó la independencia de nuestro país, el toreo se comportó de igual forma y se hizo nacional perdiendo cierto rumbo que solo recuperaba al llamado de las raíces que lo forjaron. Esas raíces eran las españolas, desde luego.
Caben aquí un par de reflexiones antes de ingresar a la magia proyectada desde la plaza de toros.
Un análisis clásico ya, para entender el profundo dilema por el que navegó México como nación en el siglo XIX, es México. El trauma de su historia del recién desaparecido Edmundo O’ Gorman. Es genial su planteamiento sobre la confrontación ideológica entre la tesis conservadora y la liberal. Resumiendo: Los conservadores quieren mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad. Los liberales quieren adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición.
Es decir, en ambos la tradición es común denominador, y para los dos, el sentido de la modernidad juega un papel muy interesante que no nos toca desarrollar. Solo que en el toreo la modernidad llegó tarde, fue quedándose atrás y la tradición mostró nuevos ropajes.
Si bien la estructura no perdió su esencia hispana, el vestido para la escena se colmó de mexicanidad y fue así como encontramos una fiesta sustentada en innovaciones e invenciones que permiten verla como fuente interminable de creación cuya singularidad fue la de que aquellos espectáculos eran distintos unos de otros, dada su creatividad, desde luego. Ello parece indicar la relación que se vino dando entre los quehaceres campiranos y los vigentes en las plazas de toros. Sociedad y también correspondencia de intensidad permanente, con su vivir implícito en la independencia, fórmula que se dispuso para el logro de una autenticidad taurómaca nacional.
Un aspecto de profunda raíz en México y que es el de la iglesia, guarda semejanzas con la tradición torera también. Los principios católicos quedaron sembrados recién terminada la conquista. Poco a poco el indígena acepta una nueva religión y, en consecuencia, un nuevo dios. Con el tiempo aumentó la dimensión e importancia ya no solo de los principios o postulados, sino de quienes detentan y controlan el poder de la iglesia. De esa forma, el movimiento de emancipación para alcanzar el grado de nación fue encabezado por libertadores que enarbolaron la imagen de la virgen de Guadalupe. Por lo tanto, el arraigo de una cultura religiosa como la vigente en México desde 1521 y hasta hoy, ha trascendido distintas etapas sin riesgo de perder hegemonía. Antes al contrario, se mantiene vigorosa.
De ese modo el toreo guarda condiciones semejantes, aceptándolo nuestros antepasados, haciéndolo suyo y luego, enriqueciéndolo en abundancia. Así fue como se integró a la forma de ser de los mexicanos y ha llegado hasta nosotros contando a lo largo de sus más de cuatro siglos y medio con apenas algunas interrupciones de orden legal, administrativo o incluso, por capricho de algunos gobernantes declaradamente antitaurinos.
Fue así como Hidalgo en la ganadería, o Allende en la torería ponen punto de partida a unas condiciones que luego los hermanos Luis, Sóstenes y José María Avila se encargan de mantener en circunstancias parecidas a las que representaron Pedro, Antonio y José Romero en la España de fines del XVIII y comienzos del XIX. Y es que los hermanos Avila por más de cincuenta años aparecen como los representantes taurinos de México, dado que se convierten en las figuras más importantes que dan brillo al espectáculo en nuestro país. Fue así como desde 1808 y hasta 1857 ocupan la atención de la afición estos interesantes y a la vez misteriosos personajes, cuya principal actividad se concentró en la capital mexicana. Pocos datos existen al respecto de los tres, afortunadamente quien más datos nos proporciona es el acucioso e inquieto investigador Armando de María y Campos.
Sus perfiles ya no se pierden en las noches oscuras de la tauromaquia que aún quedan por descubrir.
El espectáculo taurino decimonónico concentró valores en los que, además de la lidia de toros «a muerte», como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia, se sumaron otras representaciones del más vivo e intenso carácter tales como:
-Montes parnasos, cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales, hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. En conjunto, aquel cúmulo de cuadros o escenas significaron una viva e intensa manifestación de lo que representaba no solamente lo nacional, sino la mezcla perfecta de dos latitudes comunes a un género de diversión como el taurino, cada una con su muy particular expresión.
DE LA GLORIA AL DERRUMBE.
Considero así la razón de la segunda mitad del siglo pasado en virtud de que el toreo como auténtico sentido nacional, vivió en plenitud, apenas alterado por la presencia de Bernardo Gaviño, torero español que aquí desarrolló todo su potencial (de 1835 a 1886) pero cuya decisión fue dejarse absorber, congeniar en perfecta armonía con las estructuras dominantes en el toreo mexicano.
España, 1836: Francisco Montes aportaba al espectáculo su Tauromaquia, como el más adelantado instrumento teórico sustentando las normas con que este ejercicio alcanzaba por entonces una madurez que contenía también al arte. Bernardo, aunque pudo haber traído consigo estas experiencias se acomoda a las formas vigentes en México, pero con toda seguridad impuso también un principio: nunca alejarse de las bases que concebían al toreo. De ahí que Ponciano Díaz (Atenco 19.11.1856; ciudad de México 15.04.1899) asimilara el legado, pero también terminara por rechazarlo, mostrándose ante la afición como un torero híbrido, es decir, tan poderoso a caballo como a pie.
El torero de origen gaditano actúa en medio de una escenografía tan variada como la descrita páginas atrás. En 1867 se prohiben las corridas de toros en el D.F.; sobre esto, muchos piensan que Benito Juárez fue quien consumó tal medida. Puedo decir al respecto que la empresa de la plaza Paseo Nuevo mostraba un desorden administrativo, y el principal motivo que generó la sanción fue su falta de pago de impuestos, asunto que despachó la Ley de Dotación de Fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867, discutida y aceptada por el Congreso en funciones por entonces.
El decreto, en consecuencia, pasó a firma de Benito Juárez y de Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente de la república y secretario de Gobernación respectivamente.
¿Que Juárez era un aficionado a los toros? En cierta medida no. Más bien condescendía con el espectáculo para apoyar algún aspecto benéfico y ello demuestra su asistencia a cuatro corridas con su investidura como presidente interino y constitucional. Las fechas: 27 de enero de 1861, 9 de noviembre de 1862, 22 de febrero de 1863 y 3 de noviembre de 1867. Lejos de rechazar, aprobaba y asistía. Solo que los términos jurídicos se impusieron y no le quedó más remedio que autorizar la prohibición.
Con lo anterior simplemente hacemos la separación del hombre público con respecto a la del ciudadano común y corriente, para no enjuiciar a un personaje mas que con las bases de que disponemos.
De 1868 a 1886 las corridas de toros se refugiaron en provincia y se produjeron fenómenos como la formación y consolidación de feudos taurinos, desmembrados por el propio Ponciano.
Y se reanudan las corridas el 20 de febrero de 1887 con gran entusiasmo. Entre 1887 y 1888 se inauguran cinco plazas: San Rafael, Paseo, Coliseo, Colón y Bucareli. El feudo del de Atenco es esta última, sitio donde se comprobaron idolatría, el grado superlativo de torero «mandón» pero también su derrumbe.
Idolatría dado el fuerte aprecio de parte de un pueblo que exaltó al diestro en versos, grabados, música o literatura diversa. Mandón, «porque está solo, sin pareja, sin rival permanente, invadiendo terrenos y ganando batallas hasta quedarse solo mientras el boumerang de su propia dictadura se vuelve contra él», nos dice Guillermo H. Cantú.
Derrumbe porque no soportó los efectos de algo que podría considerarse la «reconquista» de los toreros españoles, encabezada por José Machío y Luis Mazzantini, mismos que sometieron al espada nacional, imponiendo el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna, concepto que modificado llega hasta nuestros días, vigoroso y engrandecido.
INAUGURACION DE LA PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO.
José María Álvarez nos dice que
La plaza de toros del Paseo Nuevo fue construida a expensas de don Vicente Pozo, quien para ello invirtió la cantidad de $97,000.00, e inaugurada el 25 de noviembre de 1851 por el diestro Bernardo Gaviño y Rueda, contratado por mi homónimo José Álvarez, Cónsul nuestro en Nueva Orleans que, de paso por la Habana, vio torear al diestro gaditano, discípulo de Juan León “Leoncillo”. En la primera corrida efectuada en la plaza del Paseo Nuevo alternó con Gaviño el mexicano Mariano González o Rodríguez, alias “La Monja”, al que hirió gravemente el segundo toro, que era oriundo de la ganadería de “El Cazadero”.[10]
La presencia de dicho coso significó un cambio importante en la vida taurina de México, puesto que allí se presentaron, además de figuras como Gaviño o “La Monja” (Mariano “La Monja” y “Pepe Vázquez” fueron discípulos del gaditano junto a Ponciano Díaz, más aquellos que éste, por la contemporaneidad entre ellos), una cantidad de toreros diversos y una suma de representaciones complementarias al espectáculo mismo, haciendo de la fiesta un fenómeno sui géneris. La Real Plaza de toros de San Pablo todavía va a mantener un ritmo de actividades hasta el año de su desaparición; es decir, 1864. En ambos cosos se experimenta el ritmo de intensidad con que se enriqueció el toreo decimonónico en México. Además de todo, fue una de las experiencias más interesantes puesto que la manifestación de lo nacional, con todo su sabor y su circunstancia se dejan sentir con una fuerza increíble. El espectáculo ganó en lucidez, en un repertorio si bien efímero, pero constante y permanente que no dejaba de mostrar el ingenio y la forma de representarlo por todos aquellos actores cuyo protagonismo mayor o menor realzaba un colorido que a juicio personal no se dio más que en estos años, que coinciden con la presencia de Gaviño. En qué medida intervino, decidió o influyó para que las corridas de toros se convirtieran en ese cúmulo de invenciones, no lo sabemos, pero es un hecho que con él sucedieron todas esas cosas, las permitió e incluso las promovió al grado de que no podía darse un festejo si no intervenía Bernardo Gaviño ya como actor o como empresario, e incluso como director de escena cuando no participaba directamente en la corrida.
Esta “monumental plaza de toros”, la del Paseo Nuevo, situada privilegiadamente en la antigua glorieta que todo mundo conoció como “El Caballito”, fue construida al oriente de la pieza escultural de Manuel Tolsá. Actualmente debemos ubicarla en donde se encuentra el antiguo edificio de la Lotería Nacional. Lauro E. Rosell dice que
en dicha plaza (…) tomaron parte, entre otros, el famosísimo torero español que fue ídolo de las multitudes llamado Bernardo Gaviño, (del que se afirma que nunca dio tres estocadas a un toro) en compañía del renombrado torero Mariano González, apodado “La Monja”, así como también allí lució sus portentosas habilidades como lidiador, el célebre torero mexicano Ignacio Gadea, notabilísimo jinete que fue el inventor de la olvidada y hermosa suerte de poner banderillas a caballo.[11]
Además, por aquella época también participó el genial novelista Luis G. Inclán quien en compañía de su excelente caballo “El Chamberín” hicieron las delicias del público.
Lo que debe destacarse aquí es que como “teatro de acontecimientos” cumple cabalmente con dicha etiqueta, puesto que se representaron festejos llenos de una intensa fascinación, participando no solo los toreros de a pie o de a caballo que por costumbre eran conocidos, sino también por otro conjunto de actores que representaban mojigangas, ascensiones aerostáticas, fuegos de artificio y otra variedad muy pero muy interesante. Durante los 18 años que funcionó como escenario taurino, la plaza del Paseo Nuevo estuvo al servicio de una independencia que así como enriqueció al espectáculo, probablemente también lo bloqueó porque no hubo un avance considerable, puesto que las representaciones se limitaban al sólo desarrollo de lo efímero. Con Bernardo Gaviño las condiciones no iban más allá de lo cotidiano. Esto es, se convierte de pronto en un “señor feudal” donde el feudalismo, a los ojos del Dr. Carlos Cuesta Baquero
originaba también que las corridas fuesen de identidad tan completa que llegaba a la monotonía. Todas estaban calcadas en el mismo estilo artístico. Toreando siempre el mismo espada, los mismos banderilleros y los mismos picadores, haciendo durante todo el año y por muchos años, en veinte y cinco ocasiones, porque ese número eran las corridas efectuadas en las poblaciones de importancia. Los aficionados asiduos, que los había igualmente que en la época actual, podían de antemano describir los lances taurinos que harían los toreros y el modo artístico que les imprimirían. Salvo algún incidente sangriento -afortunadamente excepcionales- los espectáculos taurinos eran completamente iguales unos a otros.
Por tal acostumbrada monotonía, cuando algún “AS” andariego, se presentaba, acompañado de uno o dos banderilleros o de un banderillero y un picador, el público abarrotaba los billetes de entrada y llenaba las localidades del coso. Había la ilusión de lo novedoso, la promesa de contemplar algo diverso a lo ya conocido. Y cualquier detalle sin importancia pero que ofreciera desemejanza a lo habitual era inmediatamente notado y comentado exageradamente. Pero desafortunadamente tales detalles disímbolos eran muy escasos, pues todos los “ASES” tenían el mismo, igual pauta.
Así eran las características de “nuestro nacionalismo taurino” en su primera etapa. Persistieron hasta el final, cuando la penúltima jornada artística de Ponciano Díaz, pero en el año de 1851 adquirió otro distintivo. Fue lo que en nuestro idioma nombramos PATRIOTERÍA y tomando neologismos del idioma inglés y del francés titulamos respectivamente “JINGOISMO” y “CHOVINISMO” (…)
Como vemos, surgió además un síntoma de obsesiones que marcaron el comportamiento de una afición que sintió como suyo a Gaviño, torero que además de todo, aprovechó perfectamente dicha circunstancia al grado de que cuando sucedía alguna “invasión” como la de los supuestos Antonio Duarte “Cúchares” y Francisco Torregosa “El Chiclanero” estos prácticamente fueron expulsados por la afición; pero en el fondo, todo aquello fue arreglado por el gaditano quien no quería verse alterado por “intrusos” de esa naturaleza.
Con todo y que Bernardo era español, pero un español avecindado de por vida en México, y quizá habituado a la forma de ser del mexicano, escuchó, de parte de los asistentes a varias de las corridas donde actuaban paisanos suyos, el grito intolerante de “¡Mueran los gachupines!” como una muestra de rechazo hacia el intruso, pero de afecto y apoyo hacia un torero que el mismo público -de su lado- terminó haciéndolo suyo, al grado de semejantes demostraciones de pasión extrema.
Apuntaba en el capítulo segundo de la presente biografía que hubo un acontecimiento de importancia significativa el 23 de septiembre de 1852. Veamos de qué se trata.
Heriberto Lanfranchi califica a la crónica de aquella tarde, como la primera de carácter taurino publicada en México. Creo que, dada la importancia del acontecimiento que se reseña, traslado aquí tal testimonio. En él, vamos a encontrarnos con características muy particulares de los toros lidiados aquella ocasión, y que cumplen con el fenotipo navarro. Enseguida de traer hasta aquí la reseña, me ocuparé de abordar un tema en el que la influencia del gaditano pudo dejarse ver en dicha situación.
PLAZA DEL PASEO NUEVO.-Domingo 26 de septiembre de 1852. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Toros de Atenco.
Deseando la empresa proporcionar cuanto antes a sus numerosos favorecedores, la diversión de toros de que han carecido por tanto tiempo, ha dispuesto comenzar sus corridas en este día.
“Se lidiarán 6 toros de Atenco. En el intermedio se echarán dos toros para el coleadero, concluyendo la función con el toro embolado de costumbre. La función comenzará después de las cuatro, si el tiempo lo permite. (EL SIGLO XIX. N° 1367, del sábado 25 de septiembre de 1852).
PRIMERA CRÓNICA TAURINA PUBLICADA EN MÉXICO:
“FIESTAS DE CUERNOS.-En la tarde de antier se presentaron seis animalitos de la famosa raza (Atenco), chicos, vellosos en la frente y cuello, y ligeros como todos los de la hacienda de don J. J. Cervantes (el dueño de Atenco en 1852. N. del A.). La concurrencia fue numerosísima en la sombra; en el sol, como pocas veces la hemos visto; y la azotea bien coronada de gente. El interior de la plaza no ha presentado novedad alguna, ni la necesita, pues se conserva tan primorosa como el día que se estrenó; más el exterior que tiene el soberbio adorno en su frontis de una hermosísima casa, que según sabemos, se destina para café, billares, etc…
“A las cuatro y cuarto de la tarde comenzó la corrida con asistencia del Exmo. Sr. Presidente. La cuadrilla de Bernardo se presentó formada de dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores, todos bien vestidos, como se acostumbra siempre en esta plaza.
“Antes de comenzar nuestros artículos de cuernos, suplicamos a los peninsulares no establezcan comparaciones entre sus cuadrillas y las nuestras; pues en España, en primer lugar, se hace un estudio especial y detenido de Tauromaquia, y en segundo, allá los grandes toreros tienen sueldos que equivalen a una fortuna, cosa que aquí no podría proporcionarse. Así, pues, huyendo de toda comparación y concretándonos a México, es como haremos nuestras calificaciones.
“El primer toro que se presentó a la lid era colorado, muy velloso en la frente, corni-cerrado, muy bien armado, ligero y entrador: tomó cuatro varas de Avila y tres de Magdaleno, una de éstas sobresaliente; y habiendo quedado muy mal herido su caballo, creemos que habrá muerto. Delgado y “El Moreliano” quisieron poner sus dos pares de banderillas adornadas, y sólo pusieron una cada uno; después puso el primero un par de corrientes bien, y otro regular, e igualmente “El Moreliano”, aunque el par que éste puso bien, nos gustó más que el de Delgado. La espada la tomó Bernardo Gaviño y mató al animal de un mete y saca regular.
“Segundo toro. Colorado retinto, corni-cerrado, muy velloso, poco ligero y recelosísimo, pues rara vez se puso en suerte. Recibió cinco varas de “Champurrado” y dos de Cruz; del primero dos buenas, y una del segundo. El andaluz Joaquín le puso una banderilla muy adornada y dos corrientes, éstas bastante regular: al saltar este banderillero la valla, el toro quiso brincar tras él, y aunque no lo salvó, le rompió el calzón: repetidas desgracias de éstas le han sucedido y seguirán sucediendo a este andaluz por demasiado confiado al saltar la valla; mientras olvide que los toros de Atenco se distinguen por su tenacidad en seguir al bulto, recibirá más y más golpes, que algún día lo inutilizarán para siempre. Un nuevo banderillero que no conocíamos, José María, puso un par de banderillas adornadas y otro de corrientes bastante regular. Lo mató Mariano González de un mete y saca, que si hubiera sido un poco más alto habría recibido nuestros aplausos.
“Tercer toro. Color oscuro, vulgarmente conocido bajo el nombre de hosco, y para que nos entiendan los rancheros, josco, corniabierto, el más grande de la corrida, muy ligero y entrador. Ahora es tiempo de hacer advertir a los picadores la ventaja que hay en esperar a los toros, sobre ir a buscarlos; cuando el animal sale del chiquero con toda su ligereza, corre por el circo deslumbrado, y si se le sigue, además de cansar al caballo, el toro se acostumbra a huir. Si nuestros picadores no abandonan esta manía de correr tras el bicho, y la de coger la pica larga, no saldrán nunca de chapuceros. Recibió cuatro varas de Avila y ocho de Magdaleno, casi todas éstas buenas, una sobresaliente. “Champurrado” le dio un buen pinchazo, pero habiéndole derribado del caballo, el toro jugaba por el suelo con éste y su jinete; Bernardo, que nunca pierde de vista a toda su cuadrilla, cuando vio en tamaño conflicto al picador, tomó la cola al bicho, el que dando vueltas, hizo tropezar a aquél, y se vieron por algunos segundos a ambos toreros ser el juguete de los cuernos del animal. Sin embargo, se pararon ilesos, cosa que produjo un aplauso y entusiasmo en toda la concurrencia, difíciles de referir. Cruz dio dos piquetes, y en segundo hizo la barbaridad que otras veces, y que se le aplaude mucho en el sol, y por la que merece un mes de cárcel. El toro ensartó al caballo, y el picador se bajó de éste y cogió al bicho de los cuernos, queriendo dominarlo, como otras veces ha hecho con toros más chicos; el presente, que era grande y fuerte, no permitió el desacato, y a no ser por Bernardo, el bárbaro Cruz es víctima de su temeridad. No nos cansaremos en reclamar contra este acto de barbarie, digno de los comanches y apaches, ni de suplicar al empresario y a las autoridades que presiden, corrijan esta audacia imprudente que hará morir algún día a ese picador a la vista de todo el público. Delgado y “El Moreliano” pusieron cada uno su par de banderillas adornadas, y un chulillo, Manuel, clavó un par medio regular; no dudamos que llegue a ser un buen banderillero con el tiempo. Llevó la espada el capitán, y después de un golpe en hueso, le dio un buen mete y saca.
“Toro cuarto. Del mismo color que el anterior, cornigacho y entrador. Recibió siete varas de “Champurrado” y seis de Teodoro: este muchacho acaba de salir de una larga enfermedad, así que nada extraño es que la falte pujanza para sostener a su cornudo antagonista; entre los piquetes del primero hubo tres buenos, y en uno de éstos dejó dentro la garrocha al toro por más de dos minutos; este bárbaro accidente, que llaman desabotonarse la pica, es visto con mucho desagrado por el público de la sombra, y quisiéramos que se tratara de corregir a toda costa. También vimos otra cosa que mucho nos desagrada, y es picar y poner banderillas al mismo tiempo. Esto fatiga mucho al animal y no le deja entrar bien para la muerte: hágalo enhorabuena Bernardo con el toro que ha de matar; pero no con los ajenos. Si este toro no hubiera sido por sí tan bueno, estamos seguros que Mariano habría degollado al bicho; Bernardo fue el único que puso banderillas, y fueron dos pares de adornadas con lujo y cinco pares comunes, todas bien puestas. El señor de la corrida fue Mariano González, que a la primera estocada en los rubios, o sea en la cruz, mató con gran primor al animal. Bien, muy bien don Mariano; si en las tres corridas siguientes dais la misma estocada, os ofrecemos llamarla, ya que hoy está de moda ese nombre, “la estocada Mariana”. ¿No veis el entusiasmo que produce en el público este modo de matar, mientras que da náuseas y horripila ver derramar bocanadas de sangre al pobre cuadrúpedo? Aplicaos a repetir la estocada de hoy, y contad con nuestros aplausos.
“Toro quinto. Del mismo color que los dos anteriores; estaba muy corneado; recibió cuatro varas de Avila, cuyo caballo murió; Magdaleno dio seis pinchazos, uno de ellos buenos, y otro Cruz; Delgado saltó bastante bien al trascuerno. Pusieron regular su par de banderillas muy adornadas, “El Moreliano”, Joaquín y José María; éste, además, par y medio comunes, y Joaquín dos pares. Lo mató Bernardo a la segunda, de un bonito mete y saca.
“Ultimo bicho. De color que llaman colorado bragado; era muy corniabierto y algo cansado: fue el único de la corrida que nos gustó poco. Las nueve varas que tomó de “Chapurrado” y Teodoro, no tuvieron nada de particular. “El Moreliano” puso muy bien su par de banderillas con esa audacia con que se mete al toro, y que al fin le ha de costar caro; además clavó cinco comunes; Delgado puso dos bien, cinco regular, todas de las comunes. El bicho pasó a mejor vida de manos de Magdaleno a caballo, del tercer pinchazo.
“Entre el tercero y cuarto toros, hubo dos de cola muy mal servidos, a pesar de que el segundo era muy retrechero. Hablando en su idioma a los coleadores, les decimos que no refuerzan mucho el rabo, pues por esto se les queda en la mano, y ya no tienen modo de colear; que espíen el momento en que el toro queda parado en las cuartos delanteros, que es cuando más fácilmente va al suelo el animal. De siete veces que cogieron antier la cola los rancheros, sólo una tiraron al bicho.
“Preciso es confesar que no obstante la tarde nublada y desagradable, la corrida estuvo muy bonita y animada, y si continúa el esmero por parte de la cuadrilla y de la empresa, las entradas seguirán en aumento. Se nos asegura que pronto será el beneficio del señor don José Juan Cervantes, dueño del ganado, y es de creerse que el de esa tarde sea de lo más bravo y escogido que haya pisado la plaza de Bucareli, pues además de que lo exige el honor de la persona, lo merecerá la concurrencia, que aseguramos ha de ser numerosísima”·. (El Orden. No. 50, año I, del martes 28 de septiembre de 1852).[12]
En seguida comentaré las referencias que he destacado para mejor apreciarlas.
Al mencionar dos toros para el coleadero y además, el toro embolado de costumbre, ello nos refleja el carácter de mezcolanza habido durante buena parte del siglo pasado (que ya pronto será “antepasado”), anejo indispensable y complementario de las diversas corridas efectuadas tanto en la Real Plaza de toros de San Pablo, como en la Plaza de toros del Paseo Nuevo y que tanto gustaban al público de entonces. No concebían una corrida si no llevaba como uno más de sus actos, el coleadero y el toro embolado. Como vemos, la cuadrilla de Gaviño, independientemente de la que presentara Mariano González “La Monja”, esta constituida por: dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores. Es decir, un auténtico grupo formado con los elementos que por entonces exigía la tauromaquia concebida y realizada en México.
Avila y Magdaleno Vera eran, entre otros los picadores. Para la fecha, quiero suponer simplemente que al respecto del primero, se tratara de uno de los famosos hermanos Avila, ya fuera Luis, Sóstenes o José María. En cualquiera de los casos, y si esto resultara verídico, encontramos que el torero mexicano aprovechaba cualquier circunstancia para poder actuar en la plaza, pero sobre todo cuando Gaviño tenía compromiso. Bernardo, en algún momento debe haber representado un centro de atención muy especial, puesto que la cantidad de festejos donde actuó marcan la línea de un “mandón” de los ruedos, influyente en todo sentido y capaz de tener finalmente controlado todo el sistema que se movía alrededor de las corridas de toros. En cuanto a José Delgado y “El Moreliano”, de este último puedo decir que pudiera tratarse de Jesús Villegas, más tarde conocido con el remoquete de “El Catrín”. Era un torero de Morelia que se entusiasmó tanto cuando vio a Gaviño actuar en alguna plaza michoacana, que dejó a la familia y se fue a hacer la legua con el gaditano. Sin embargo, es Francisco Soria el verdadero “Moreliano” quien pertenece a la cuadrilla del torero español. En todo esto no hay más que una coincidencia y casualidad al mismo tiempo.
La suerte del mete y saca era tan común que hasta hubo manera de identificar a cada torero a la hora de ejecutarla. No es casualidad que a grandes estocadas, como las de Mariano González “La Monja” se le conocieran con denominaciones como la “estocada Mariana”. Adjetivos de grandeza y “eficiencia” también.
Siguiendo con las referencias señaladas, es ahora el “Champurrado”, picador de toros y Joaquín, banderillero español, a quienes dedicamos estas líneas. “Champurrado”, aparte de ser el popular atole de masa de maíz con chocolate, leche, canela y azúcar, también es una denominación para calificar un mestizo a otro mestizo. En la época que nos detiene para su revisión el “Champurrado” debe haber sido un picador cuyas características nos pueden ser reveladas por esos maravillosos apuntes de costumbre, recogidos en ASTUCIA de Luis G. Inclán. Joaquín López, banderillero andaluz, quizá estuvo integrado a la cuadrilla de don Bernardo, como un subalterno más. Ya vimos que Gaviño no aceptaba “intrusos” que empañaran su trayectoria artística, sobre todo a la hora de las ganancias, pero también del renombre que tenía de sobra, ganado por nuestro torero español y mexicano al mismo tiempo.
José María, otro de los picadores, Pilar Cruz, el bárbaro Cruz, es uno más de los varilargueros, temerarios y valientes como el que más, y Manuel Lozano García, banderillero.
José Juan Cervantes, es nada más y nada menos, que el dueño de la hacienda de Atenco, dehesa que nutre de toros y más toros a las corridas efectuadas por aquel entonces. A propósito, tuve oportunidad de encontrarme un documento de gran importancia que se conecta con el apartado que a continuación dedicaré en relación a la presencia e influencia que pudo haber mostrado el gaditano. Se trata, precisamente de una correspondencia dirigida a José Juan Cervantes a la hacienda de Atenco en el mismo año de 1852. Dice el documento:
Sr. D. José Juan Cervantes
Méjico, enero 25 de 1852
Mi muy Apr.e amigo y Sor.
Con su enviado Francisco Recillas he recibido ayer su muy grata fha.20 y con ella los trece toros (13) de mi pedido inclusos (sic) los siete que había separado Bernardo. Hoy deben jugar 6 según verá V. por el anuncio adjunto y habría tenido una verdadera satisfacción si V. hubiera podido venir para verlos lidiar.
Espero que será otro día, y mientras tanto me repito de V. afmo. amigo y S.S
Q.S.M.B.
Vicente Pozo (rúbrica).[13]
Como podemos ver, son dos las situaciones que encierra la epístola de Vicente Pozo, a la sazón, empresario de la plaza del Paseo Nuevo, a su amigo don José Juan Cervantes. Una de ellas es que menciona a “Bernardo” quien “había separado” los toros, es decir, gozaba de libertad absoluta para escoger el ganado fuera en la plaza o en el campo. En cuanto a la segunda situación, ésta tiene que ver con un verbo que comienza a figurar con mayor fuerza en el ambiente taurino de aquel entonces: “lidiar”. La tauromaquia en cuanto tal, lleva implícito este significado que se enriquece con cada época, y para la que revisamos, resulta sumamente objetivo el propósito por aprovechar embestidas que dieran en consecuencia un conjunto de lances o de pases que concretaran los primeros pasos de un arte de lidiar reses bravas en nuestro país, en unos momentos que ya lo requerían o necesitaban.

Los mejores años ya pasaron. La estela de triunfos que acaparó Bernardo Gaviño se diluyen rápidamente, a partir de la prohibición que se impuso en el año de la “Restauración de la República” (1867), misma que obliga a muchos toreros a refugiarse en provincia, o como Bernardo, en el extranjero. Es casi un hecho que de México pasó al Perú, donde siguió presentándose en plazas tan importantes como Callao, Acho y Arequipa. Sin embargo, su influencia fue la que se grabó con letras de fuego en las enseñanzas asimiladas por muchos toreros nacionales que fueron dispersando esos conocimientos en cuanto sitio se presentaban a torear.
Por otro lado, el diestro de Puerto Real ha dejado una estela de influencias que lo conciben como maestro de estos toreros: Mariano González, Fernando Hernández, José María Vázquez, Toribio Peralta, Pablo Mendoza y José María Hernández, quienes proyectarán en la siguiente generación las enseñanzas aprendidas, depositando esa experiencia o influencia en diestros como: Lino Zamora, Abraham Parra, Ignacio Gadea, Juan Núñez y Francisco Vela. A su vez dicho grupo aleccionó a Rafael Corona “El Moreliano”, a Felicitos Mejías “El Veracruzano”, a Ponciano Díaz, que no fue discípulo directo de Bernardo Gaviño (aunque recibió algunas lecciones del propio gaditano) sino de José María Hernández “El Toluqueño”. De ese modo, quedó extendida permanentemente en todo el país la escuela de tauromaquia española, que tuvo en Bernardo Gaviño al “maestro” esencial, que siendo español, siendo “gachupín”, nunca se le consideró un elemento non grato entre la torería nacional, acostumbrada, junto con los aficionados de aquellas épocas, a denostarlos con ese calificativo peyorativo que paliaba en cierta medida, el orgullo nacionalista, el cual rayaba en excesos de un patrioterismo obtuso, obscurantista, extremoso y reaccionario.
En 1879 vuelve a los ruedos mexicanos, y en esa ocasión sucedieron los hechos en Puebla. Bernardo prueba fortuna como empresario y como torero también. La más recordada tarde de aquel año se va a dar el 13 de abril, cuando Gaviño concede la “alternativa” a Ponciano Díaz, quizá, su alumno más adelantado. Sin embargo, el tema nos exige una revisión más minuciosa, en virtud de que se ha calificado de “apócrifa” dicha elevación al rango de “doctor en tauromaquia”, puesto que Gaviño no ostentaba el grado correspondiente otorgado como ya lo marcaba la costumbre. Incluso, Francisco Montes “Paquiro”, contemporáneo suyo, obtuvo la borla el 18 de abril de 1831. Además, su TAUROMAQUIA (1836) es el mejor modelo del ejercicio del “arte de torear en plaza”, tal y como se practicaba en una época de la que muchas cosas hizo suyas el de Puerto Real.
El 31 de enero 1886 y en la PLAZA DE TOROS DE TEXCOCO, EDO. DE MÉXICO se juegan toros de Ayala. Bernardo Gaviño y José de la Luz Gavidia son los alternantes. El gaditano fue herido por el tercer toro CHICHARRÓN de nombre. El periódico EL SIGLO XIX reporta la noticia de la siguiente manera: El Capitán Bernardo Gaviño fue herido por el tercer toro y parece que de gravedad; igualmente lo fue un torero en el momento de clavar unas banderillas, quien probablemente perderá el brazo que le hizo pedazos el animal; y por último, una mujer (¿Dolores Sánchez “La Fregosa”?) recibió una ligera cornada también en el momento de banderillar. El toro “Chicharrón” fue despachado “a la difuntería por el intrépido torero Carlos Sánchez”. Bernardo murió a las nueve y media de la noche del jueves 11 de febrero.
“Dio muerte a 2,756 bichos. Se dice que murió pobre, pero hay quien asegura que testó una gran fortuna. Gaviño a última hora recibió los auxilios espirituales” (LA VOZ DE MÉXICO).
Finalmente, puedo agregar que, como resultado de la investigación que ya ha sido publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo León,[14] comparto los balances de todas sus actuaciones mismos que se muestran a continuación:


DESPEDIDA
La envidia que se revela
doquiera que el genio brilla,
ha dicho en son de rencilla:
“Ponciano no tiene escuela”.
¿Más con quién se te nivela
que pueda ser superior,
cuando fuiste lidiador,
desde joven, desde niño,
y del inmortal Gaviño
el discípulo mejor?
Por tu carácter sencillo,
franco, sin ostentación,
conquistas admiración
y fama, renombre y brillo.
No serás un Pepe-Hillo,
Lagartijo ni Frascuelo,
ni portarás el capelo
de “taurómaco” modelo,
porque no eres sevillano;
no te preocupes, Ponciano:
que ni valor ni osadía
anhela de Andalucía
nuestro pueblo mexicano.,
El lidiador solo fin
en su pericia privada,
y cuando da una estocada,
buena o mala, la revela.
¿No tiene Ponciano escuela?
Pues menos fama usurpada,
Algunos explotadores
pretendiéndote humillar
han traído de ultramar
crema del arte taurino,
sin pensar que es tu destino
solo triunfos alcanzar.
Eres valiente, Ponciano,
por más que ruja la envidia,
genio audaz para la lidia
y modesto mexicano.
¿Por qué despedirnos a la manera poética, como cantó a su estilo, el pueblo mexicano al gran ídolo Ponciano?
Porque Ponciano fue heredero de grandes influencias que ejerció Bernardo Gaviño y Rueda en sus muchos años de trayectoria taurina en nuestro país. Porque Ponciano, en medio de su incomprendida trayectoria aprendió y aprehendió también lo bueno y lo malo de un diestro que español de origen, se mexicanizó y al hacerlo, su expresión adquirió la fascinación del ser mestizo. Ponciano:
¿Más con quién se te nivela
que pueda ser superior,
cuando fuiste lidiador,
desde joven, desde niño,
y del inmortal Gaviño
el discípulo mejor?
En todo esto, me parecen oportunas las palabras con que José Alameda se refiere al papel de uno y de otro, reuniéndolos en un breve texto que va así:
APUNTES SOBRE LA TRADICIÓN MEXICANA DEL TOREO.
“El padre del toreo mexicano se dice que es el español Bernardo Gaviño. Sí y no. Sí, porque da a las corridas cierto cauce y orden, llevándolas a un terreno “profesional”. Pero Gaviño no era un torero mexicano, sin que con esto me refiera al lugar de su nacimiento, pues aun siendo de Cádiz, España, podía haber asumido alguna vivencia mexicana, como acontece con escritores y con artistas populares, de antes y de hoy, que sin haber nacido en México, han tenido una personalidad mexicana, desde Bernardo de Balbuena hasta Juan S. Garrido, chileno, pero autor de Pelea de gallos, la canción popular que se identifica con Aguascalientes. Gaviño era un torero español secundario y nada más, aunque sea simpática su figura por el papel que cumplió al encauzar las corridas de toros en México hacia los caminos prácticos del “oficio”.
“El sabor mexicano, de raíz, aparece con Ponciano Díaz. Dentro del marco del oficio importado por Gaviño (tampoco específicamente español, sino simplemente técnico), mete Ponciano esencias mexicanas, de campo y de ciudad, de hacienda y de ruedo. Mexicanas, es decir de fermento indo-español, ni españolas sin más, ni simplemente indias; mexicanas. Llegan por el camino natural de la charrería. Toreo a pie que se hace a veces como a caballo; y a caballo que se hace a veces como a pie, por las mismas leyes y con olor, color y sabor a floreo de reata, a gracia banderillera y a barroco fino y campirano”.
José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo. México, Grijalbo, 1980. 109 pp. Ils., retrs., fots., maps. Pág. 71.
Para terminar, no me queda más que apuntar que la influencia de Gaviño durante buena parte del siglo XIX fue determinante, y si el toreo como expresión gana más en riqueza de ornamento que en la propia del avance, como se va a dar en España, esto es lo que aporta el gaditano al compartir con muchos mexicanos el quehacer taurino, que transcurre deliberadamente en medio de una independencia que se prolongó hasta los años en que un nuevo grupo de españoles comenzará el proceso de reconquista. Solo Francisco Jiménez “Rebujina” conocerá y alternará con Gaviño en su etapa final. José Machío, Luis Mazzantini, Diego Prieto, Manuel Mejías o Saturnino Frutos ya solo escucharán hablar de él, como otro coterráneo suyo que dejó testimonio brillante en cientos de tardes que transcurrieron de 1835 a 1886 como evidencia de su influjo en la tauromaquia mexicana de la que ha dicho Carlos Cuesta Baquero, la siguiente sentencia:
NUNCA HA EXISTIDO UNA TAUROMAQUIA POSITIVAMENTE MEXICANA, SINO QUE SIEMPRE HA SIDO LA ESPAÑOLA PRACTICADA POR MEXICANOS influida poderosamente por el torero de Puerto Real, España, Bernardo Gaviño y Rueda a quien hemos descubierto a lo largo de todo este recuento.
[1] José Francisco Coello Ugalde (1962)
Ing. Mecánico Electricista, Maestro en Historia y Candidato al Doctorado en Historia de México, por la U.N.A.M.
[2] Enrique Plasencia de la Parra: Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991. (Regiones), p. 70.
[3] Op. cit., p. 71.
[4] Leopoldo Vázquez: América Taurina por (…) Con carta-prólogo de Luis Carmena y Millán. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, Editor, 1898 p. 9 y ss.
Bernardo Gaviño, el más ilustre y afamado de los lidiadores de México, era español, pues nació á los 20 días de Agosto del año 1813, en el lindo pueblo de Puerto Real, distante dos leguas de Cádiz.
No hay para qué decir, si este proceder enojaría al buen Arzobispo; baste consignar que para curarle de una afición, que el ilustre prelado consideraba funestísima, hubo de encerrar por quince días al incipiente lidiador; mas no bien salió éste de la prisión y fanatizado por su afición a los cuernos, fugóse de la casa de su protector e ingresó desde luego en una cuadrilla de toreros, presentándose por primera vez en público en la plaza de San Roque, con un espada llamado Benítez, conocido por el apodo del Panaderillo y toreando después en los circos de Algeciras, Vejer y Puerto Real, su pueblo.
Enterado un tío suyo, hermano de su madre, D. Francisco de Rueda, le amenazó con meterlo en la cárcel si continuaba sus excursiones taurinas, y harto ya el mozuelo de tantas contrariedades, se embarcó para Montevideo en 1829, empezando a seguida en esta capital a ejercer la profesión de lidiador.
Dos años después pasó Bernardo a la Habana, presentándose al público el día 30 de mayo de 1831, e inaugurándose desde aquel día una era de triunfos para él.
Durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla.
Llevóse, no obstante, las palmas Gaviño, pues su agilidad portentosa, su vista, la holgura con que practicaba todas las suertes y su pasmosa serenidad en el peligro, cautivaron al público habanero.
Repercutiendo su fama y hechos en otras regiones americanas, fue solicitado para pasar a México en el año 1834 y desde que pisó el territorio mexicano, puede decirse que Bernardo empezó a captarse simpatías y a entusiasmar al público, que le proclamó torero sin rival, considerándole como hijo adoptivo de aquella hermosa tierra y asociándose él de corazón a todas las alegrías y pesares del pueblo mexicano.
fue allí el amigo de todos, el maestro de cuantos se dedicaron al toreo y fuera de la órbita de su profesión, tomó parte activa en las revueltas políticas, combatió contra fuerzas formidables de indios comanches en pleno desierto y salió victorioso, si bien acribillado de heridas y con pérdidas sensibles de las fuerzas que mandaba, haciéndose acreedor a que el gobierno condecorase su pecho con la cruz del “Héroe de Palo Chino”, en recompensa a su denuedo.
[5] Jorge Gaviño Ambríz: “Semblanza de un torero en el siglo XIX” (Trabajo Académico Recepcional en la Academia Mexicana de Geografía e Historia). México, 1996. (pp. 353-375), p. 356.
[6] José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974, T. 6, p. 724.
[7] Juan Corrales Mateos (El Bachiller Tauromaquia): El por qué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el (…) Habana, imprenta de Barcina, 1853, p. 142-3.
[8] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978., T. II., p. 656.
[9] Cossío: Op. cit., T. 3, p. 834.
ROMERO (Pedro), el Habanero. Picador de toros, nacido en Los Palacios (Sevilla), según un cartel de la plaza de Madrid correspondiente al año 1845, el cual dice: “…natural de los Palacios, provincia de Sevilla, nuevo en esta plaza, y que ha trabajado con la mayor aceptación en La Habana y en diferentes capitales de Andalucía…”. El lector, pues, comprenderá fácilmente el origen de su mote. En 1842 se presenta en Madrid como picador en corridas de novillos, gustando mucho su labor. Además de las citadas temporadas, trabajó en Madrid las de 1846, 47, 48, 49, 50 y 56. De buenas condiciones para la lidia, su trabajo contaba con muchos admiradores y era apreciado sobremanera en Madrid. Sánchez de Neira dijo de él: “Buen picador, duro y de castigo. No era bonito a caballo, pero montaba admirablemente, y dice que era una especialidad para enlazar reses”.
[10] José María Álvarez: Añoranzas. El México que fue. Mi Colegio Militar. México, Imprenta Ocampo, 1948. 2 v., Vol. I., p. 175.
[11] Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la Capital desde 1521 hasta 1936. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1935., p. 28.
[12] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España. 1519-1969. 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Vol. I, p. 147-8.
[13] Universidad Nacional Autónoma de México. Biblioteca Nacional. Fondo Reservado. FONDO: CONDES SANTIAGO DE CALIMAYA, en adelante: [U.N.A.M./B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 18 18/1 Pozo, Vicente, carta desde la ciudad de México, le comunica que ha recibido 13 toros de un pedido. Méjico, enero 25 de 1852, 1 f.
[14] José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.
[15] Atongo, Atengo no son otra cosa que Atenco. Algún equívoco en la pronunciación debe haber creado desde principios del siglo XIX las erratas ya indicadas.