ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Antes de entrar en algún tipo de controversias, originadas por posibles preferencias, es importante destacar el factor de arraigo, de localismo. O para entenderlo mejor, del regionalismo, o en palabras de Luis González, al referirse en su célebre “Pueblo en vilo”, del significado que tiene para muchos la “matria”, esa entidad entrañable vinculada a ese reducido universo de posibilidades cuyo acontecimiento esencial ocurre en un pequeño entorno pero que tiene repercusiones más allá del pequeño radio de acción donde surge el primer chispazo, que luego es un detonante en diversas partes de un país como el nuestro.
Aprender el oficio de historiador, trajo consigo una serie de nuevas experiencias que resultan unas u otras, fascinantes de suyo. Entre otras estaba el sendero de la microhistoria, ese que el historiador Luis González puso en lugar preponderante en cuanto Pueblo en vilo fue un instrumento esencial para nuestra formación. El autor michoacano nos declaraba su afecto entrañable por San José de Gracia, lugar donde nació y por el que ha mostrado su amor a la historia. ¿Cómo se traduce tal pasión? Declarándola simple y llanamente “matria”. Si para nosotros, mexicanos todos, revelamos aquí o en el extranjero haber nacido en esta “patria” singular, en medio del orgullo que supone tal confesión, quedamos identificados ante nuestra sociedad o en el exterior como tales.
Pero cuando nuestra ubicación tiene que constreñirse a un microcosmos, es cuando la “matria” hace su parte.
Ya tenemos pues padre y madre geográficos. En el caso materno, nos decimos nacidos en una pequeña ciudad, un pueblo o hasta una ranchería, razones donde persiste el orgullo. Alguna cuna tendremos que reconocer…
¿A qué me refiero en este apartado inicial de suyo incongruente, quizá, pero que obliga a una reflexión más profunda?
Cuatro casas fundacionales como las que revisamos aquí: Atenco, Piedras Negras, San Mateo, La Punta, ubicadas también en cuatro sitios geográficos distintos y diversos, generaron cada una en su momento, significados valiosos por y para el espectáculo taurino, que trascendiendo más allá de su territorio mismo, generaron en esa condición de propiedad un factor de orgullo sustentados por el rango de bravura. Ello ha creado, aparte de la patología del regionalismo una muy especial: la del paternalismo, un paternalismo contrastante si cabe debido a que los hacendados crearon un ámbito ya sea para ganarse el afecto o el desprecio dada su forma personal de administrar. Ese era, entre muchos, el principal elemento con que atraían o rechazaban la condición a veces callada, a veces desbocada y sin control, como si todo esto nos lo recordara la notable novela de Mauricio Magdaleno: Tierra Grande. De igual forma existe un texto de José Zorrilla el cual comenta el funcionamiento de las estructuras al interior de la hacienda, que se mantuvo entre el propietario y los trabajadores. En Memorias del tiempo mexicano, se considera una hacienda del estado de Puebla, propiedad del Conde de la Cortina.
Zorrilla apunta en sus Memorias:
Un propietario de una hacienda de los Llanos de Apan era aún en 1855 lo que un señor feudal en la Edad Media; en sus tierras no había más derecho ni jurisdicción que los suyos. Los ochocientos, mil, dos mil o más indios que en ella trabajan, no son ya esclavos; ya no se les azota, ni se les maltrata, ni el señor tiene el bárbaro derecho de hacerles morir bajo el peso de una excesiva faena; son ciudadanos libres de una república libre; no están vendidos ya, sino asalariados; pero el pobre será siempre y en todas partes víctima de las triquiñuelas de los legistas. He aquí cómo son ciudadanos los indios de las haciendas (…) y entre cada indio y el administrador se traba el siguiente diálogo:
Administrador: ¿Quieres permanecer al servicio de la hacienda por el mismo salario que hasta aquí? (30 pesetas mensuales; mensiles, como ellos dicen.)
El indio responde sí o no; regatea, demanda, transige y se queda.
Administrador: ¿Qué necesitas adelantado?
Indio: Una manta, unas calzoneras, dos camisas, etcétera, y tanto en dinero.
El administrador da al indio del almacén lo que el indio demanda en efectos, y de la caja lo que en especies; el indio queda al servicio de la hacienda, pero su cuenta corriente comienza con una deuda cuyo total se le descuenta de su salario; recibe diariamente su ración de maíz, se instala en su choza con su mujer y está obligado a comprar su sal, aceite, velas, tabaco, etcétera, en la tienda de la posesión; la cual, ocupando generalmente cuatro, seis y hasta quince leguas cuadradas un principado europeo, no le da facilidades para ir a buscar lo que ha menester a mercado ni ciudad vecinos. El indio trabaja por cuadrillas bajo la dirección de un capataz, y habita, según la cuadrilla a que pertenece, en el rancho que le corresponde de los en que la hacienda está dividida. Cada rancho tiene su administrador, quien cuida de su laboreo y cosecha, habita en caserío con sus trojes, ganados, aperos, cuadrillas y tinacal correspondientes, rindiendo cuentas semanales al administrador principal[1].
Ex hacienda de San Diego de los Padres en el Edo. de México, donde a mediados del siglo XIX se formó la ganadería del mismo nombre, que quedaba entonces junto a la de Santín.
Heriberto Lanfranchi: Historia del toro bravo mexicano. México, Asociación Nacional de criadores de toros de lidia, 1983. 352 pp. ils., grabs., p. 83.
Pero esto no lo es todo. Creo que también ha representado un peso significativo el número de corridas enviadas y la cantidad de toros cuya bravura han representado parámetros cuantitativos y cualitativos determinantes. Es decir, no siempre una ganadería debe ser considerada como parámetro influyente en otras, es decir “madre” de otras tantas, caso específico de San Mateo, sino por el número de toros lidiados –en cantidad y calidad-, como ocurrió en su momento con Atenco, fundamentalmente en el siglo XIX y parte del XX, cuando los registros arrojan 1172 encierros lidiados entre 1815 y 1915. Piedras Negras –finales del siglo XX y la primera mitad del siglo XX-, que suma una buena cantidad, ganadería que tiene en estos tiempos uno de sus más acabados estudios, mismo que recién presentó el buen amigo Carlos Castañeda en Sevilla.
Disponible en internet, mayo 12, 2015 en: http://larazonincorporea.blogspot.mx/
De igual forma, el equilibrio mostrado por San Mateo o la Punta estriban en éxitos recurrentes acontecidos entre 1914 y 1952 para la primera y de 1925 a 1960 para la segunda, mientras estuvieron dirigidas por sus propietarios originales: Antonio Llaguno y Francisco Madrazo, cada quien con ideales diferentes. Para cada uno de estos cuatro casos es necesario separar lo que orientaron hacia un mismo fin. Es decir enviando sus toros a la plaza. También es necesario conocer toda la condición de crianza impuesta por ellos, y así saber a dónde querían llegar. Todos estos factores –apenas parte de múltiples situaciones cotidianas-, nos revela porqué hay que distinguir a los cuatro protagonistas en casos separados, lo que nos lleva a entender mejor las circunstancias enfrentadas y vividas por separado. No es posible crear formas de comparación para exaltar o disminuir crédito. Es simplemente la forma lógica de comprender cada territorio, con sus propias circunstancias para no caer en la incongruencia enfermiza y tendenciosa.
La fotografía elegida, nos presenta a la derecha del grupo a don Antonio Llaguno García, quien acompaña a otros tantos personajes, entre quienes puede identificarse también a Román “El Chato” Guzmán. Todos se encuentran en una sala de espera de algún hospital, a donde pudo haber sido enviado un herido, que cayera horas antes a causa de alguna cornada. (SINAFO, 15955).
En esas “circunstancias enfrentadas y vividas por separado”, hay que comprender no solo el factor de competencia que en sí mismo estaba dado en el círculo de criadores de toros de lidia. Influye la situación de terrenos, pastos y agua donde pacían los toros, el clima, así como los márgenes de selección impuestos, el rigor, la búsqueda de otras salidas en cuanto a simiente se refiere. En la recurrencia de optar por la misma vertiente en espera de la sorpresa o para convencerse de que ese no era el cambio. Además, nuevas exploraciones fundadas en el refresco con otras simientes –preferentemente españolas, mientras hubo oportunidad, antes de la afectación mayor ocasionada por la fiebre aftosa en 1946-. Todo eso estaba muy metido en la mentalidad de estos ganaderos profesionales de suyo, ubicados o centrados en la idea precisa de la modernidad. Los cuatro casos vienen precedidos de su formación en el Porfiriato, aprendiendo a embestir la revolución con todas sus consecuencias. Y luego, la pos-revolución, la reforma agraria, la desmembración de sus emporios y en algunos casos, la rehabilitación milagrosa de los mismos.
[1] José Zorrilla: MEMORIAS DEL TIEMPO MEXICANO. Edición y prólogo Pablo Mora. México, CONACULTA, 1998. 219 pp. (MEMORIAS MEXICANAS)., p. 75-76.