Archivo mensual: junio 2015

DE COMO EL TOREO DE A CABALLO SE REPRESENTÓ POR PRIMERA VEZ EN LA NUEVA ESPAÑA.

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

HOY, 24 DE JUNIO PERO DE… 1526…

   Entre el 20 de abril de 1519 y el 13 de agosto de 1521 se desarrollaron los momentos más intensos de la conquista española sobre el poderoso Imperio Mexica, fundado en la ciudad de Tenochtitlan. Los mexicas aplicaron un control férreo sobre pueblos que terminaron siendo sometidos por la vía del tributo; no cumplirlo significaba la guerra. Los cempoaltecas, chalcas, totonacas y los tlaxcaltecas, entre otros, contribuyeron a su decadencia cuando hicieron alianza con los españoles.

   La capitulación de la gran ciudad de México-Tenochtitlan ocurrió el día de san Hipólito del año del señor de 1521, y a partir de ese momento comenzó el período colonial que abarcaría tres siglos de esplendor.

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La suerte de alancear toros fue escena común en la Nueva España, tan luego se dio paso a la colonización.

Fuente: Antonio Navarrete. TAUROMAQUIA MEXICANA, Lám. Nº 5. “El alanceo de toros”.

   Las fiestas y torneos caballerescos nos muestran uno de los múltiples aspectos que conforman la vida cotidiana de una sociedad, en este caso, la novohispana. “Correr toros” se decía comúnmente y es ahí donde las historias nos hablan de un primer festejo celebrado en lo que hoy día son los terrenos del convento de San Francisco, justo el 24 de junio de 1526, noticia que entre otros, registró el propio conquistador Hernán Cortés, en estos términos: “Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero, [para dar la bienvenida al visitador Luis Ponce de León] estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”; todo ello en su quinta Carta-Relación, que conoció al detalle el Rey Carlos V en España. De esta efeméride se cumplen hoy 489 años cabales.

   Aunque nos asalta la duda sobre los “ciertos toros” que menciona el propio Cortés. ¿Acaso no serían los “extraños toros mexicanos con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos” que asimismo los describe Cortés y cuya similitud es igual al bisonte que tenía Moctezuma en su maravilloso zoológico?

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El conquistador Hernán Cortés. Lámina del Códice Panes-Abellán (Theatro de Nueva España en su gentilismo y conquista). México. Fines del siglo XVIII.

Fuente: Biblioteca Nacional de México.

   Poco a poco fueron llegando diferentes variedades de ganado no sólo de España, también de islas como La Española, las Antillas o de Cuba, al grado de que el mismo Cortés envió al valle de Toluca un buen número de ellas.

   Por cierto, era común en aquellos tiempos el juego de cañas. “Correr cañas” era una antigua forma de destreza hípica en la que los contendientes se arrojaban mutuamente lanzas, el fin de este simulacro de guerra era derribar a los adversarios o desarmarlos.

   Torneos y justas son las primeras demostraciones deportivas de los españoles en tierras nuevas. Para ello fue necesario el elemento material que era suprema condición: el caballo. La moda caballeresca de los siglos XV y XVI estaba aquí. El español buscó defender la tradición medieval. Toros y cañas iban juntos, como espectáculos suntuosos y brillantes en la conmemoración de toda solemnidad.[1]

   Para 1526, y en esta parte del territorio mesoamericano, concretamente la derruida ciudad de México-Tenochtitlan, tal espacio se convirtió en el punto donde se celebró aquel primer «festejo», apenas con las condiciones suficientes para ser considerada como una de las primeras representaciones de este tipo, las que con el tiempo alcanzaron verdadero esplendor.


[1] José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 19-20. (Época colonial. Siglos XVI-XVIII, primera parte).

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LECTURA Y FORMACIÓN DE AFICIONADOS TAURINOS EN MÉXICO. SIGLO XIX. (IV y ÚLTIMA PARTE).

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

LAS LECTURAS QUE FORMARON A LOS AFICIONADOS TAURINOS MEXICANOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. (CUARTA y ÚLTIMA PARTE).

   Y sigue narrando Mayer otros detalles de la corrida, hasta volver a caer en algunos de proporción ya conocida. No cabe en él la menor duda del rechazo que se convierte en una descripción pormenorizada de cada fase de la lidia, en la que no deja de resaltar el cruel sentido propio del espectáculo, pero resultado al fin y al cabo de ese formular la fiesta a partir de connotaciones muy definidas: lanzas rodeadas de fuegos artificiales, el método de hostilidad por parte de los toreros en masa frente a la víctima, el exceso de los puyazos y los caballos que, despanzurrados vuelan por los aires con los picadores y otras lindezas. Sin embargo

sacaron a la plaza otros cinco toros; pero casi todos ellos resultaron cobardes. Y a pesar de eso, a ninguno dio muerte el matador a la primera estocada, lo que menoscabó la buena opinión que de sus habilidades tenía la chusma.[1]

MÉXICO LO QUE FUÉ Y LO QUE ES

   La «chusma» calificativo peyorativo de otro sinónimo de pueblo, es ese estrato que Brantz Mayer mira ignominiosamente en desacuerdo de los factores de moral y humanidad que en el hombre forman parte sustancial de su entidad como ser.

   Para la gran mayoría, el toro es la víctima central y por tanto, la figura que en un momento determinado debe recobrar su importancia, inclusive como parte de un ataque suyo hacia los toreros, para lo cual no faltó un irlandés, vecino de Mayer en la corrida a la que asiste[2] y quien al presenciar la suerte de varas con sus ingratos y aparatosos resultados no dudó en exclamar a todo pulmón: «¡Bravo Bull!» Thompson -embajador norteamericano- era de la misma idea favorable para con el toro.

   Sin embargo, con quien se llega a extremos de crítica feroz es con Latrobe quien ridiculiza y menosprecia la fiesta a este grado:

La ceremonia (corrida) ha sido descrita y cantada en prosa y en verso usque ad nauseam. Si en España es una brutal e inhumana exhibición en donde, después de todo se realiza con cierto riesgo para la gente que toma parte en ella a causa de la fuerza y vigor del noble animal, que es el blanco del cruel deporte, aquí no sucede así, pues el espectáculo resulta diez veces más denigrante porque de todos los toros que he visto el mexicano es el más débil y sin braveza.[3]

   Y si Penny cuestionaba la presencia de mujeres en los toros, como lo hizo W.H. Hardy, buscándose ellas el detrimento a sus sentimientos femeninos, fue una mujer, la Marquesa Calderón de la Barca quien en la novena carta de La vida en México deja amplísima relación de una corrida presenciada a principios de 1840.

MADAME CALDERÓN DE LA BARCA

En aquella ocasión, a pesar de quedar deslumbrada por el brillo de un espectáculo cuya «gran belleza» no pudo dejar de reconocer, todavía sintió ciertos remordimientos por haber gustado sin excesivas náuseas de esa repugnante forma de atormentar a un animal hacia el cual, sobre todo atendiendo a que su peligrosidad la rebajaba el hecho de que las puntas de sus pitones se hallaran embotadas sentía mayor simpatía «que por sus adversarios del género humano».[4]

   Esta mujer, Frances Erskine Inglis, escocesa de nacimiento, con unas ideas avanzadas y liberales en la cabeza acepta el espectáculo, se deslumbra de él y hasta construye una famosísima frase que nos da idea precisa de cómo, sin demasiados aspavientos como los demostrados por otros europeos y anglosajones, comulga con la fiesta. La frase va así: «Los toros son como el pulque. Al principio les tuerce uno el gesto, luego les toma uno el gusto…». Su posición en definitiva es moderada, no escancia hieles de descrédito hacia lo español, como lo hizo Hall quien condenó a la nación española por la introducción de la sangrienta y salvaje fiesta, cuyo solo objetivo era

desmoralizar y embrutecer a los habitantes de la colonias, y con la esperanza de así poderles retener con más seguridad bajo el yugo.[5]

   En el fondo, y como deseo de afinidad entre estos viajeros hay en el ambiente algo que  Ortega y Medina trabajó perfectamente en un ensayo mayor titulado: «Mito y realidad o de la realidad antihispánica de ciertos mitos anglosajones»[6]. De siglos atrás permaneció entre las potencias inglesa y española una pugna de la cual se entiende el triunfo de aquélla sobre ésta dada su superioridad, frente a la realidad del hombre. Un nuevo caldo de cultivo lo encontró ese enfrentamiento luego de abierto el espacio hispánico y toda su proyección en América, al surgir la «Leyenda negra» sustentada por esos pivotes del ya entendido mito, de la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (Sevilla, 1542) por Bartolomé de las Casas, cuyo sentido de liquidación es cuanto se cuestiona y se pone en entredicho por quienes quisieron acusar la obra hispánica en la América en el pleno sentido de su colonización.

   Todo ello sirvió como pretexto para desacreditar la obra española -dada la perspectiva de la Inglaterra isabelina-, por lo cual se generó un anhelo de desplazamiento de aquel retrógrado sistema para implantar el inglés. Uno de los promotores del desprestigio es Richard Hakluyt «El Joven» que parece gozar mefistofélicamente al recrear las matanzas «millonarias» de indígenas por parte de españoles sin virtud alguna.

   La campaña bien intencionada en hacer ver la superioridad inglesa muy por encima del retraso español siguió su marcha sin agotarse, en términos de Oliverio Cromwell juzgando «a todos los hispanos de crueles, inmorales y envidiosos».

   Pero hay algo aún más importante, dentro de las consecuencias de aquel fenómeno, pues

toda esta tremenda propaganda apuntada y descargada puritanamente contra España y los españoles fue anticipando y condicionando las futuras fobias de sus herederos norteamericanos y fue también utilizada y aprovechada por éstos para justificar sus exacciones contra los españoles y mexicanos de aquende y allende el Atlántico.[7]

   Luego de la independencia quedaron residuos coloniales -vicios de la sociedad- difíciles de desarraigar. Se ve también que al intento de deshacerse de la gran estructura establecida durante tres siglos por España, había que conformar ese llamado neoaztequismo como afirmación o reivindicación de algo que quedó oculto mientras operó aquel sistema peninsular, cuando no se acaba de entender y asimilar que ya para ese entonces somos «americanos de raíz india o hispánica». En tanto el español parece abandonarse de América para dejar abierto el espacio a las aspiraciones particulares del mexicano.

   Bajo toda esta perspectiva, podemos entender la posición guardada por aquellos viajeros que expresaron y manifestaron su descrédito total a aquel resto de la barbarie.

   Cerramos aquí la presencia de nuestros personajes con una hermosa cita que recoge Juan A. Ortega y Medina refiriéndose a B. Mayer:

(quien) estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vio como un contraste entre la vida y la muerte; un «sermón» y una «lección» que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.[8]

   Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O’Gorman se encarga de envolver este panorama:

Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: «el ser para la vida» y el «ser para la muerte», y todo en el mismo domingo.[9]


[1] Flores Hernández: La ciudad y…, op. cit, p. 89.

[2] Durante los primeros meses de 1842 en la plaza de San Pablo.

[3] Ortega y Medina: Ibídem., p. 75.

[4] Flores Hernández: Ibídem., p. 98. Cfr. Madame Calderón de la Barca. La vida en México, durante una residencia de dos años en ese país, p. 119.

[5] Ortega y Medina: Ibid., p. 76.

[6] Juan Antonio Ortega y Medina. «Mito y realidad o de la realidad antihispánica de ciertos mitos anglosajones», HISTORICAS 16, p. 19-42.

[7] Op. cit., p. 28.

[8] Ortega y Medina, México en la conciencia…, p. 76.

[9] Ib., p. 77. Cfr. Edmundo O’ Gorman. Crisis y porvenir de la ciencia histórica. México: Imprenta Universitaria, 1947, p. 346.

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LECTURA Y FORMACIÓN DE AFICIONADOS TAURINOS EN MÉXICO. SIGLO XIX. (III)

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

LAS LECTURAS QUE FORMARON A LOS AFICIONADOS TAURINOS MEXICANOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. (TERCERA PARTE).

   A estos autores, se sumó un importante número de viajeros extranjeros que escribieron sus experiencias con lucidez e intensidad. Gabriel Ferry,[1] C. C. Becher,[2] Madame Calderón de la Barca,[3] Mathieu de Fossey,[4] Brantz Mayer[5] o José Zorrilla.[6]

   No podemos olvidar lo que significó para la comunidad taurina de mitad del siglo XIX, el hecho de que en la importante y rica biblioteca del Conde de la Cortina, existiera un ejemplar de la Tauromaquia de Pepe Hillo,[7] ni tampoco que un personaje de enorme talla como Guillermo Prieto, escribiera y publicara sus experiencias en torno al toreo.

   El Mosaico mexicano, que se publicó entre 1836 y 1842, tuvo entre sus más destacados colaboradores a don José Justo Gómez de la Cortina, quien entregó un material intitulado simple, y llanamente José Delgado. En él, se ocupa de manera por demás destacada, a hacer una reflexión por demás brillante sobre uno de los primeros tratados técnicos que llegaron a México, en momentos determinantes que sirvieron para orientar un espectáculo independiente, aunque independiente hasta cierto punto. En el escenario comenzaba a participar de manera más activa Bernardo Gaviño, diestro gaditano que encontró en nuestro país su segunda patria, imponiendo aquí un modo de torear bastante peculiar, que no por ello se alejaba de aquellos principios, aunque ajenos a los que la otra Tauromaquia, la de Francisco Montes ejercía con amplios poderes en España.

   Veamos que visión tuvo del documento de José Delgado el propio Conde de la Cortina.

JOSE DELGADO

   José Delgado, llamado vulgarmente Pepe Hillo, célebre torero, nació en Sevilla el 17 de marzo de 1754, y murió víctima de su arrojo en Madrid el año de 1801, a los cuarenta y siete de edad y treinta y dos de profesión. Desde sus más tiernos años manifestó una inclinación decidida al arte de torear, haciendo inútiles todos los esfuerzos de su padre, que era zapatero y deseaba que su hijo le sucediese en el oficio. El matadero de Sevilla fue su primera escuela, en donde se le vio sortear a los toros con sus propia camisa, por no tener la capa que para hacerlo usan los de su profesión; más adelante recorrió los pueblos inmediatos a Sevilla en que había funciones de toros, causando admiración desde entonces su destreza y habilidad en echar la capa, poner banderillas y matar, en cuyo ejercicio continuó hasta hacerse el mejor profesor que se ha conocido en este arte. El año de 1784 se presentó en la plaza de Burgos, con motivo de las funciones de toros que celebró la ciudad en obsequio del Conde Artois, haciendo brillar en ellas toda su habilidad y destreza, hasta matar varias veces llevando un reloj en la mano izquierda, en lugar de capa. En estas funciones recibió dos heridas bastante graves, y más adelante otras muchas hasta el número de veinte y ocho, de las cuales la más peligrosa fue la que recibió en el costado derecho, en la Plaza Mayor de Madrid, en las funciones que se celebraron en septiembre de 1789 por la coronación del señor don Carlos IV. Restablecido de todas ellas, continuó siendo el asombro de España, hasta que en la tarde del 11 de mayo del citado año de 1801, pereció desgraciadamente en las astas del toro, al ejecutar la suerte llamada el volapié. Según el testimonio de todos sus compañeros, José Delgado presagió su desastroso fin, en fuerza del estado de suma debilidad en que se hallaba aquel día, como lo manifestó a los que lo rodeaban al tiempo de tomar el estoque; pero añadió que debiendo cumplir con su obligación, no dejaría el circo hasta verse con las entrañas en las manos. 

JOSÉ JUSTO GÓMEZ_CONDE DE LA CORTINA

José Justo Gómez, el Conde de la Cortina. Disponible en internet,junio 17, 2015 en:

https://www.pinterest.com/pin/369013763190449024/

   Mantuvo siempre sus obligaciones con ostentación; socorrió constantemente a sus padres, hermanos y parientes; vivió en buena armonía con su esposa, tuvo muchos amigos que no pocas veces experimentaron su caridad y franqueza. Llegó a tal grado de perfección su destreza y acierto en el arte de torear, que nadie pudo igualarle en ninguna de las muchas suertes que exige tan peligroso ejercicio, sin embargo de ejecutarlas al lado de los famosos Pedro Romero y Joaquín Costillares, y de no hallarse tan favorecido de la naturaleza como éstos, pues además de su pequeña estatura, estaba relajado de ambos lados desde que empezó a ejercer su profesión. En la plaza siempre se colocaba al lado de los picadores para darles auxilio con la capa o muleta, instrumento a quien debió Pepe Hillo su principal celebridad, pues llegó a ejecutar con él suertes que nadie había visto hasta entonces ni después ha reproducido; pudiendo decirse que con la capa en la mano dominaba al toro. Finalmente, llevado de su natural generosidad, o bien de su entusiasmo por aquella carrera, quiso dejar a sus sucesores una instrucción teórica del modo de torear, reduciendo a reglas aquel arte en su Tauromaquia. No ha faltado quien dispute a José Delgado la invención de esta obra; pero consta que la compuso él mismo, aunque la dio a luz corregida por un amigo suyo. Posteriormente se publicó nueva edición de ella en Madrid en 1804, imprenta de Vega y Compañía, corregida y aumentada; pero a pesar de estos retoques, siempre se advierte en ella la originalidad de su primitivo estilo, propio de un torero. Puede servir de ejemplo el trozo siguiente:

   “Este arte que a primera vista presenta un cúmulo de dificultades y riesgos, es por sí sumamente sencillo y practicable, con tal que así como en todos los demás es indispensable para lograr el acierto y perfección, que el artífice se imponga necesariamente en los principios que verdaderamente le facilitan la consecución de sus ideas, haga la misma diligencia en el de que tratamos, que por ser tan graves las consecuencias que resultan del desprecio con que se mira su ejecución y práctica, se hace el más formal y digno de atención”.

   Pero si, prescindiendo del estilo, se atiende solamente al asunto y al espíritu del autor, no faltan trozos que puedan citarse como prueba de su carácter.

   “Asimismo será muy conveniente (dice el capítulo 1°) que los toreros se profesen un amor recíproco y exento de toda envidia, particularmente en el acto de sus ejercicios, celando todos sobre la seguridad común, y auxiliándose con la mayor eficacia en los lances que se expongan a peligros. Semejante prevención parecerá acaso ridícula e importuna a algunas personas que, poco informadas de lo que puede la emulación entre los profesores de este arte, ni aun imaginan posible la menor discordia o diferencia; pero, por desgracia, la experiencia nos ha hecho ver patentemente lo contrario”.

   Al frente de la edición de 1804, que hemos citado, se halla una noticia histórica sobre el origen de las fiestas de toros en España, y en ella asegura su autor que Carlos V alanceó toros públicamente y dio muerte a uno de ellos de una lanzada en la plaza de Valladolid, en las fiestas que se hicieron para celebrar el nacimiento de Felipe II.

(De El Mosaico Mexicano)[8]

   A lo que se ve, don José Justo Gómez debe haber poseído la edición de 1804 que, analizada en el periodo que va de 1836 a 1842 se convierte -quizá-, en el primer apunte crítico de tema taurino que se haya publicado en nuestro país. Ya hemos hecho referencia al conjunto notable de obras publicadas en el virreinato. También nos ocupamos del juicio que sobrevino de otros autores tocados o influidos por la Ilustración o de aquellos cuya postura liberal no encontró sintonía con un espectáculo hijo de la dominación española. Es decir que aquellos convencidos de la emancipación con lo que el riesgo de esa condición implicaba, lanzaron su crítica punzante a través de varias publicaciones que ya han sido citadas.

   No sé en qué medida una opinión tan reconocida como la del Conde de la Cortina se haya infiltrado en la conciencia de aquellos aficionados que se divirtieron y gozaron de multitud de corridas de toros celebradas en ese periodo, en escenarios como la plaza de San Pablo o Necatitlán, con el concurso de los hermanos Ávila y probablemente de Bernardo Gaviño, Andrés Chávez y otros que se pierden en la noche de los tiempos a falta de datos fehacientes.

   El hecho es que estamos frente al que pudiera ser el primer análisis, la primera lectura orientada de lleno al quehacer taurino, sin el espíritu perturbador de aquellos que deseaban el exterminio de uno de los resquicios coloniales, reflejo además, de barbarie y retroceso. Por otro lado, y en opinión de viajeros extranjeros, tenemos otra serie de visiones, algunas de ellas reprueban el espectáculo; otras -luego de asimilarlo y entenderlo-, lo aprueban. Otros se admiran y sorprenden ante el cúmulo de maravillas que ocurren y transcurren en apenas unas cuantas horas. Veamos algunas opiniones al respecto.

   C.C. Becher, originario de Hamburgo dejó en sus Cartas sobre México –obra ya mencionada- su visión sobre las corridas de toros, presenciadas seguramente a principios de 1832 y en la cual sin mostrar señales de desaprobación va siguiendo y apuntando con detalle de buen centroeuropeo la lidia del toro.[9]

   W.H. Hardy visita México en 1825. Justo el 10 de diciembre llega a Maravatío Grande. Celebraba la población el «aniversario de su constitución», y llamado por la curiosidad llega hasta la plaza de toros

justo a tiempo de ver el último toro aguijoneado a muerte por los patriotas pueblerinos, armados de lanzas en la Plaza Grande; el recinto estaba rodeado de grandes bancos donde se sentaban señoras bien vestidas, de todas las edades para ver ese espectáculo y aplaudir todo acto de crueldad cometido por los combatientes. Me alejo rápidamente de ese desagradable espectáculo, lamentando que madres e hijas se embotaran con él, ya que tiende a apartarles del cumplimiento de los oficios humanitarios que son el atributo de su sexo.[10]

   No cabe en Hardy la menor duda de desagrado, de rechazo, recriminando de pasada el hecho de mujeres asistentes que deterioran sus mentes en vez del «cumplimiento humanitario» que manda en su sexo.

   Poinsett, C.C. Becher., W.H. Hardy nos han demostrado hasta ahora una visión en la que

El viajero anglosajón, por ejemplo, que escribe sobre México está definiéndose; está expresando su ser por su contrario, por el no-ser. Es decir, el viajero describe lo que ve, lo que él no es; lo que él ni su país jamás podrán ser ya sea para bien o para mal, por exceso, o por identificación.[11]

   Y es que la realidad hace que impere en ellos un espíritu de profundo rechazo con las conformaciones americano-españolas. No es lo que México muestra, es toda aquella herencia hispana resultante la que en el fondo se recrimina pero que no se desaprovecha la acción para atacar lo retenido por los propios mexicanos.

   Continuando con estos personajes que son para el trabajo un aporte significativo, traigo ahora a Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejando impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del «monte parnaso» y la «jamaica», de las cuales hace un retrato muy interesante.

   En «Perico el Zaragata» que es la parte de sus «Escenas de la vida mejicana» que ahora me detienen para su análisis, abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, sin faltar el «lépero» hasta que de pronto, estamos ya en la plaza.

Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad.[12]

   Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el «monte parnaso» y la «jamaica»,[13] la verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos todo prácticamente, aunque sí es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único.

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   Mathieu de Fosey, otro de nuestros visitantes distinguidos no deja pasar la oportunidad de retratar -literalmente hablando- los acontecimientos de carácter taurino que presencia en 1833 pero que aparecen hasta 1854 en su obra Le Mexique. El capítulo IV se ocupa ampliamente del asunto y recogemos de él los pasajes aquí pertinentes. Durante su tiempo de permanencia -que fue de 1831 a 1834- no dejaron de darse corridas, (especialmente en una plaza cercana a la Alameda) pero no había en él esa tentación por acudir a uno de tantos festejos hasta que

Acabé por dejarme convencer; pero la primera vez no pude soportar esta escena terrible más de media hora… [Algún tiempo después volvío…] y acabé por acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes que tenía que resistir hasta el final del espectáculo…[14]

   En esa visión se encierra todo un sentido por superar la incómoda reacción que opera en Fosey quien, al ver esos juegos bárbaros, tiene que pasar al convencimiento forzado por «acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes» propias del espectáculo que presencia en momentos de intensa actividad «demoníaca» (el adjetivo es nuestro) pues es buen momento para apuntar justo el tono bárbaro, sangriento de la fiesta, mismo que se pierde en una intensidad de festivos placeres donde afloran unos sentidos que propone Pieper así:

Dondequiera que la fiesta derrame incontenible todas sus posibilidades, allí se produce un acontecimiento que no deja zona de la vida sin afectar, sea mundana o religiosa.[15]

No nos priva de un retrato que por breve es sustancioso en la medida en que podemos entender la forma de comportamiento entre protagonistas.

A veces actúan toreros españoles, pero no son superiores a los mexicanos, ni en habilidad ni en agilidad. Estos están acostumbrados desde la infancia a los ejercicios tauromáquicos, en los campos de México, igual que los pastores de Andalucía en las praderas bañadas por el Guadalquivir, y saben descubrir como ellos en los ojos del toro el momento del ataque y el de la huida. A caballo lo persiguen, le agarran la cola y lo derriban con gran facilidad; a pie, lo irritan, logran la embestida y lo esquivan con vueltas y recortes. Este juego casi no tiene peligro para ellos…[16]

   De esto emana el propósito con el que la fiesta torera mexicana asume una propia identidad, nacida de actividades que si bien se desarrollan con amplitud de modalidades cotidianas en el campo, será la plaza de toros una extensión perfecta que incluso permitirá la elegancia, el lucimiento hasta el fin de siglo con el atenqueño Ponciano Díaz, sin olvidar a Ignacio Gadea, Antonio Cerrilla, Lino Zamora y Pedro Nolasco Acosta, fundamentalmente.

   Los prejuicios van de la mano con nuestros personajes quienes no ocultan -unos-, su desaprobación total; y otros diríase que a regañadientes aceptan con la mordaza debida el festivo divertimento, porque una «nefasta herencia española» lastima el ambiente por lo que fue y significó la presencia colonial «desarraigada» pues, como dice Ortega y Medina:

los sedimentos hispánicos son sacados a la superficie (por esta suma de viajeros y otros que cuestionan las condiciones del México recién liberado), expuestos a la luz crítica de la razón liberal protestante y extranjera para ser abierta o veladamente censurados como muestra de un pasado histórico y espiritual antediluvianos, antirracionales; es decir, de un pasado que mostraba huellas de animosidad, de oposición, de manifiesta tendencia a ir contra la corriente.[17]

   El espíritu crítico seguirá siendo la manera de su propia reacción[18] y ya no se detendrá para seguir acusando una fobia que por progresista no se adecua a primitivos comportamientos de la sociedad mexicana que aún no se deslinda de toda una estructura, consecuencia del rechazo o, para decirlo en otros términos es esa visión de pugna entre lo liberal y lo conservador, terreno este que se somete a profundas discusiones puesto que entenderlo a la luz de una razón y de una perspectiva concreta, es llegar al punto no de la pugna como tal; sí de una yuxtaposición, de esa mezcla ideológica que se detiene en cada frente para proporcionarse recíprocamente fundamentos, principios, metas que ya no reflejan ese absoluto perfecto pretendido por cada grupo aquí mencionado desde su génesis misma.

   En la continuación de nuestros apuntes, Brantz Mayer, es el que en México as it was and as it is (México lo que fue y lo que es) deja fiel retrato de este panorama, comprendiendo en sus pasajes descriptivos el comportamiento popular y lo propiamente taurino. El que fuera secretario de la legación norteamericana en México entre 1841 y 1842, afirma que las corridas de toros, «al lado del de los terremotos y el de las revoluciones, formaba la principal diversión de los mexicanos de la época».[19]

   Al llegar a la plaza nos refiere una asistencia de ocho mil espectadores aproximadamente.

La parte del edificio expuesta a los rayos del sol se dejaba a la plebe; la otra mitad se reservaba para los patricios, es decir, para los que pagasen medio dólar, con lo cual adquirían el derecho al lujo de la sombra(…)

   Siento gran repulsión por estas exhibiciones brutales; pero creo que es deber del hombre del ver un ejemplar de cada cosa durante su vida. En Europa presencié disecciones, y ejecuciones mediante la guillotina; y, fundando en este mismo principio, asistí en México a una corrida de toros.

Y a la corrida, donde por cierto llega tarde Brantz, pues ya

los picadores los estaban aguijoneando [a los toros] con sus lanzas, mientras los seis matadores, ágiles y ligeros, vestidos con trajes de vivos colores, lo provocaban con sus capas rojas, que hacían ondear a pocos pasos de los cuernos de la bestia; y cuando esta embestía contra el trapo, podían ellos lucir su habilidad, evitando los golpes  mortales de los cuernos. Después de hostigar al animal durante diez minutos con capas y lanzas, sonó una trompeta; al punto le clavaron en el cuello doce banderillas, o lancetas adornadas de papel dorado y de flores, haciendo que el animal se precipitase con furia contra su agresor, al sentir cada nuevo pinchazo del arma cruel.

   Hecho esto, la cuadrilla se puso en círculo, y el toro quedó en medio bufando, escarbando la tierra, moviendo la cabeza a uno y otro lado, viendo por doquiera un enemigo armado que apuntaba hacia él su lanza y bramando para que no se atreviesen a atacarlo. Pero a la verdad ya estaba domado.

   Otro toque de clarín, y dos matadores, apartándose del grupo, se adelantan con cautela y clavan en la piel del cuello del animal dos lanzas rodeadas de fuegos artificiales. Bufando, bramando, llameando y crepitando se puso el toro a dar brincos por la arena, azotándose con la cola y embistiendo a ciegas a cuanto se le ponía por delante.

   Al tercer toque de trompeta, salió a la plaza el matador principal, que ahora se presentaba por primera vez, y se adelantó hacia el palco del juez para recibir la espada con que acabaría con el animal. Entretanto se habían consumido los fuegos de artificio, y el animal estaba acorralado contra la barrera sur del teatro. Allí se le veía jadeando de cansancio, de rabia y desesperación. El matador, un andaluz vestido de gala, con medias de seda y traje ajustado, color de púrpura con bordados de abalorios, era hombre de contextura hercúlea; y su figura varonil, en la plenitud de la perfección del vigor y la belleza humana, formaba hermoso contraste con la enorme masa de huesos y músculos de la bestia.

   Enrolló su capa en la vara corta que llevaba en la mano izquierda, y se acercó al toro, empuñando en la diestra el afilado estoque. El toro, enfurecido a la vista de la capa roja, se precipitó hacia él. En el punto en que el animal se detuvo para embestirlo, el matador, saltando hacia la izquierda con brinco de ciervo y recibiendo en la punta de su espada todo el choque del peso y del impulso del animal, se la enterró en el corazón, y sin ninguna convulsión lo dejó muerto a sus plantas. Ante el éxito del golpe, el público estalló en aplausos. El matador sacó del cuerpo del animal su espada ensangrentada, la envolvió en su capa y, haciendo un saludo a la multitud, la devolvió al juez.[20]

CONTINUARÁ.


[1] FERRY, Gabriel (Seud. Luis de Bellamare): La vida civil en México por (…). Presentación de Germán List Arzubide. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1974. 111 pp. (Colección popular CIUDAD DE MÉXICO, 23).

[2] BECHER, C.C.: Cartas sobre México. Traducción del alemán, notas y prólogo por Juan A. Ortega y Medina. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1959. 240 pp., ils., maps. (Nueva Biblioteca Mexicana, 3).

[3] Madame Calderón de la Barca, (Frances Eskirne Inglis): La vida en México, durante una residencia de dos años en ese país. 6a. edición. Traducción y prólogo de Felipe Teixidor. México, Editorial Porrúa, S.A., 1981. LXVII-426 pp. («Sepan Cuántos…», 74).

[4] FOSSEY, Mathieu de: Viaje a México. Prólogo de José Ortiz Monasterio. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994. 226 pp., ils. (Mirada viajera).

[5] MAYER, Brantz: MEXICO lo que fue y lo que es, por (…). Con los grabados originales de Butler. Prólogo y notas de Juan A. Ortega y Medina. Traducción de Francisco A. Delpiane. 1a. ed. en español. México, Fondo de Cultura Económica, 1953. LI-518 pp. ils., retrs., grabs. (Biblioteca Americana, 23).

[6] ZORRILLA, José: MEMORIAS DEL TIEMPO MEXICANO. Edición y prólogo Pablo Mora. México, CONACULTA, 1998. 219 pp. (MEMORIAS MEXICANAS).

[7] Debe tratarse de la de 1804.

[8] José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina, Conde de la Cortina: Poliantea. Prólogo y selección de Manuel Romero de Terreros. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. XXV-182 pp. (Biblioteca del estudiante universitario, 46)., pp. 140-3.

[9] Becher. Cartas sobre México…, Op. cit., p. 86-7.

[10] Viajes en México. Crónicas extranjeras. Selección, traducción e introducción de Margo Glantz. Dibujos de Alberto Beltrán, p. 125-6.

[11] Juan A. Ortega y Medina. ORTEGA Y MEDINA, Juan Antonio: México en la conciencia anglosajona II, portada de Elvira Gascón. México, Antigua Librería Robredo, 1955. 160 pp. (México y lo mexicano, 22)., p. 43-4.

[12] Ferry. La vida civil en México… op. Cit., p. 22-3.

[13] Ibid., p. 24-5. (…)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una «jamaica».

[14] Lanfranchi, La fiesta brava en… op. Cit., p. 128.

[15] Josef Pieper: Una teoría de la fiesta. Madrid, Rialp, S.A., 1974 (Libros de Bolsillo Rialp, 69). 119 pp., p. 44.

[16] Lanfranchi, ibídem.

[17] Ortega y Medina, México en la conciencia…, p. 73.

[18] Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 pp. (Colección Regiones de México)., p. 86. A cada paso se encuentran, pues, en las reseñas toreras de aquellos viajeros, expresiones de horror ante la barbarie de la fiesta y de suficiencia al pretender explicarla como lógica consecuencia de toda una manera de ser en absoluto desacuerdo con las reglas de comportamiento dictadas por la modernidad.

[19] Op. cit., p. 87.

[20] Brantz Mayer. MEXICO lo que fué y…, op. Cit., p. 88-91:

   Sonó de nuevo la trompeta; ataron un cable a los cuernos del animal, hicieron entrar tres caballos con vistosos arneses, les engancharon los despojos, y, a otra señal de la trompeta, los hicieron partir a todo galope, arrastrando el cadáver fuera del coso. Sobre el charco de sangre desparramaron una paletada de tierra fresca; sonó de nuevo la trompeta; abrióse la barrera izquierda y el segundo toro saltó a la arena.

   Casi cegado por su brusca salida de la profunda oscuridad de su antro al pleno sol, y aturdido con los gritos y clamores del público, se precipitó al centro de la arena y allí se quedó inmóvil. Movió la cabeza de un lado a otro,

como si buscase a donde ir. Escarbó la tierra con las pezuñas, se azotó los flancos con la cola y, en suma, se vio a las claras que era un fracaso.

   Al instante se le echaron encima los picadores con sus largas lanzas; y un segundo después dos de ellos rodaban por el suelo, atropellados por la bestia bravía. Esto provocó en la muchedumbre una tempestad de aplausos; y un honrado irlandés que estaba cerca de mí gritó a todo pulmón: «¡Bravo, bull!»

   Pero ya estaban los matadores junto al animal, con sus capas rojas, y apartando su atención a los picadores caídos, les dieron tiempo para levantarse y volver a montar; al menos a uno de ellos, ¡porque al caballo del otro le había metido el toro los cuernos en la barriga, y, al levantarse, las entrañas le arrastraban por el suelo!

   Siguió adelante la rutina de costumbre con el animal, lo mismo que con el primero: y hasta que al cabo se dio la señal de trompeta para que el matador principal se presentase a recibir su espada.

   Pero esta vez el toro no era cosa de juego; el valiente andaluz se le fué acercando con precaución. Al llegarse al toro, la bestia se hallaba cerca de la barrera, echando espumarajos de rabia. Todavía le estaba ardiendo el pelo con la explosión de los fuegos artificiales. El andaluz le pasó la capa por delante de los ojos, y volviéndose a la derecha para herir en el momento que el animal diese el salto de costumbre, desdichadamente erró la estocada, y se encontró preso entre la barrera y el animal, a una yarda de distancia así de este como de aquélla. Se salvó saltando la barrera, mientras los cuernos del animal embestían contra los tablones, haciendo estremecerse el redondel y el recio maderamen.

   Mas ya estaba otra vez sobre la arena el intrépido luchador provocando a su enemigo. Otro salto, otro pase de capa por delante de los ojos de la bestia, y su espada penetró hasta la empuñadura en el cuello del animal, atravesando la piel y el pelo, para brillar al otro lado encima del hombro derecho. Pero la herida no era fatal, y la bestia se puso a brincar con más furia que nunca. Se le acercó un picador y lo revolcó en el polvo. Vino otro, y también arrojó al aire el caballo; más él, conservando el equilibrio, se mantuvo apoyado sobre los pies, y cuando se levantó el caballo, se alzó junto a él, sentado en la silla; al mismo tiempo, con pasmosa presencia de ánimo, arrojó su lazo, y logró coger por uno de los cuernos pero desdichadamente el alzo se escurrió. A pesar del malogro de su intento, el picador, por su sangre fría, su dominio del caballo y su donaire y pericia, recibió una salva de aplausos.

   Entretanto, el matador había recobrado el aliento y estaba listo para atacar de nuevo a su indómito enemigo; pero esta vez atacó sin armas. A pesar de lo furioso del animal, aguijoneado por las banderillas que llevaba clavadas por en los lomos, destrozada la piel y el arma metida en las carnes, el matador se le acercó intrépidamente; otra vez más arrojó la capa a los ojos del animal, y, dando un salto por encima de los cuernos, en el momento en que éste se detuvo, asió la empuñadura de la espada y la sacó chorreando de sangre.

   Hostigado y exhausto con la pérdida de sangre, ya las fuerzas del animal estaban casi por completo agotadas. Buscó la puerta de la barrera por donde había entrado en la arena. Allí se detuvo, manando sangre por la herida. A ojos vistas, se estaba muriendo; y al punto cesaron todos los ataques. Había luchado con tanta valentía, que los picadores, los matadores, los coleadores y toda la cuadrilla se pusieron en círculo en torno suyo, como para contemplar la agonía de un héroe. Todos parecían sobrecogidos de admiración; hasta los léperos de las galerías se callaron, sumidos en profundo silencio.

   El toro se estuvo quieto un instante, como sin saber que hacer. Confieso que el infeliz me parecía tener entendimiento, un entendimiento lastimado por el sentimiento de la fuerza reducida a la impotencia por un enemigo inferior y despreciado.

   Sintió que se le debilitaban las piernas. Trató de correr; pero las piernas se negaron a moverse. Levantó convulsivamente las patas, agitó la cola, abrió los ojos como sacudido por un súbito temor nervioso y los clavó con fijeza feroz en la sangre que se le salía a torrentes. De nuevo se empeñó en correr; tambaleóse dos veces, pero recobró el equilibrio. Entonces se le acercó nuevamente un matador con su capa y una daga corta en las mano para poner término a esta penosa escena; pero al llegársele, el animal se tambaleó hacia delante, con el hocico hacia arriba y los dientes bañados de espuma; se estiró, quedando quieto y rígido como una estatua, y luego, de repente, bajando la cabeza para hacer un supremo y mortal esfuerzo, se echó de un salto encima del matador, y cayó muerto, sin fuerzas, sin aliento, sangrando y furibundo, hasta el final (1).

   Esta fué la mejor lucha (2) de la tarde. Sacaron a la plaza otros cinco toros; pero casi todos ellos resultaron cobardes. Y a pesar de eso, a ninguno dio muerte el matador a la primera estocada, lo que menoscabó la buena opinión que de sus habilidades tenía la chusma. A algunos animales los cogieron de la cola: los coleadores, inclinándose sobre el elevado arzón de la silla y deteniendo bruscamente sus caballos, hacían revolcarse en el suelo a los toros. Pero los así humillados eran los cobardes más consumados. A otros les enredaban el lazo en los cuernos o en las patas, lo que me dio ocasión de apreciar la pericia que alcanza la mayoría de los jinetes mexicanos en el manejo de tan útil instrumento. Uno de los toros saltó por encima de la empalizada para caer en medio de los espectadores, no lejos de donde yo estaba; pero el animal era tan para poco, que al parecer se sintió más contento de escapar de la muchedumbre que la muchedumbre de él. En vista de ello, lo sacrificaron de manera muy ignominiosa.

   Al acabarse los deportes, y aun antes de que se pusiese el sol, salió la luna con majestuosa calma, vertiendo su luz apacible sobre la multitud que llenaba el sangriento anfiteatro. Las torres de una iglesia situada al este cobijaban los muros de la plaza, y las campanas repicaban llamando a la gente para que de este espectáculo de carnicería de una noche de sábado pasase al cercano retiro de religión y de paz. Al volver a casa, no pude menos de preguntarme si había sacado algún provecho de las horas gastadas; y me respondí que ese contraste entre la vida y la muerte, ese pasar de un ser vivo de la salud activa y robusta y la plenitud del goce de todas las facultades físicas, a la muerte y el completo olvido, era un sermón y una lección. Mas ¿para cuántos? ¿Había acaso allí un solo lépero que se retirase aleccionado, pensativo, moralizado?

   Debo confesar que no puedo asistir a fiestas semejantes sin sentir indefinible repulsión, así a causa del espectáculo en sí mismo como al pensar en la paulatina destrucción de los sentimientos elevados que deben causar estos espectáculos, repetidos delante de toda clase de gente.

   Cuando los romanos agotaron todos los recursos de los entendimientos naturales, inventaron los del circo; y, no contentos con la inmolación civilizada de los brutos, andando el tiempo, hicieron luchar a hombres contra bestias, y a hombres contra hombres. Era el supremo refinamiento, la cúspide de la prodigalidad lujuriosa, el límite de ese círculo vicioso de la sociedad, en que la civilización se hunde en la barbarie. Era también el prenuncio de la rápida caída de aquel poderoso imperio.

   El presentar a modo de juego las escenas del matadero no tiende sino a fomentar la pasión brutal por la sangre. Las turbas se familiarizan con la muerte, como cosa de juego. Convierten en payaso al monstruo cruel. Lo hacen salir a la arena para los deportes dominicales, como si fuese un bufón; y al día que está destinado para descansar, y recordar, amar y dar gracias al Dios bendito, lo convierten en escuela de las peores pasiones que pueden afligir y excitar el corazón humano.

   Justo es decir que no es esto verdad respecto de todas las clases sociales. Digo, y lo repito, que aunque acuden todas las clases al circo, la mayoría del público se compone ciertamente de las más bajas, de las que más necesitan instrucción moral y que menos amigas son de razonar. Con gente como los léperos de México (hombres que apenas si se distinguen de las bestias con cuya muerte se gozan), estas escenas de asesinato, en que a menudo perecen indistintamente toros, matadores y picadores, no pueden servir para otra cosa que para fomentar las pasiones más depravadas, y para animar a los ruines e ignorantes a llevar al cabo las hazañas de la más atrevida criminalidad.

   Los mexicanos patriotas merecerán sinceros parabienes el día que desaparezca de su país este resto de barbarie, y los miles que cada año se gastan en corridas de toros en toda la República se inviertan en la educación o en el entretenimiento racional del pueblo.

__________

(1) El aficionado y entendido de toros tendrá que disimular la ignorancia que manifiesta naturalmente Mayer en el relato; y no nos referimos a la diferencia de lidia, sino al sentido de lucha, que fué lo que únicamente pudo captar nuestro autor: bull-fight.

(2) Preferimos poner «lucha» (fight), que es lo que escribe Mayer y que ejemplifica lo que queremos expresar con nuestra nota anterior; y entiéndase la palabra lidia en su acepción taurina típica.

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ARREMETE DE NUEVO EL PVEM CONTRA LOS TOROS.

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   La nota que ha salido publicada el día de hoy, nos deja ver con toda claridad los firmes propósitos que trae entre manos ese partido “veleta”, es decir el Partido Verde Ecologista de México (PVEM, por sus siglas), una representación política ensoberbecida, la cual al haber ganado un posicionamiento que se afirma en la cámara de diputados, y con el respaldo del hermano mayor, el Partido Revolucionario Institucional (PRI, por sus siglas) se siente en la necesidad de poner en marcha iniciativas como las que se anuncian en los siguientes términos:

ARREMETE DE NUEVO EL PVEM_21.06.2015

Disponible en internet, junio 21, 2015 en:

http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=22880

   El PVEM demuestra no tener ninguna autoridad moral ni tampoco ninguna vergüenza al respecto de un tema que bien podría ser de su competencia si lo atendiera desde otros ángulos, ya que existe una agenda de prioridades de mayor calado, siendo el actual cambio climático una de ellas, pues con semejante conflicto a nivel mundial, su trabajo podría ser el de generar iniciativas de estudio y análisis para contener ese lastre, particularmente en el territorio nacional en su conjunto, lo que de paso permitiría sentar las bases para que, dentro del contexto del “campo mexicano” en lo general, y del “campo bravo” en lo particular, las ganaderías dedicadas a la crianza del toro de lidia pasaran a formar parte de esa protección. Pero intentar promover lo que pretenden, me parece poco ético, y lo digo así pues luego de la monserga que representó largos seis meses de escuchar o ver una campaña política, esta representación política en lo particular, y como decimos en México, “enseñó el cobre” en diversas propuestas que no corresponden con los principios éticos de un partido que en todo momento se ha convertido en el aliado de las grandes fuerzas, y en esa alianza, ha logrado ganar espacios y terreno, al punto de ostentar a punta de una soberbia inaceptable, sus “logros”. Lo único bueno que obtuvo fue convertirse en la segunda fuerza en la Cámara de Diputados, lo que significará el riesgo de que tomen decisiones entre 105 y 116 diputados, frente a los 114 que están a punto de ceder la estafeta a ese otro nuevo grupo.

   Durante la campaña, además de ser el partido político más multado, dejó evidencia de una ideología que ofende a la mayor parte de los ciudadanos, pues insisto, sus principios ideológicos hoy día se encuentran tan alejados de retomar en serio, eso sí, compromisos fundamentales de un mundo que avanza sin ningún equilibrio, al grado de que apenas hace unos días el propio pontífice, Francisco divulgara su encíclica Laudato si (Alabado seas, sobre el cuidado de la casa común) en la cual advierte, como apunta Bernardo Barranco: “los gravísimos problemas del medio ambiente hace responsable al sistema económico mundial de llevar a la humanidad al borde del colapso, por carecer de sustento ético. La voracidad del capitalismo de mercado y del dios dinero están llevando a la humanidad también a la contaminación del alma del ser humano y la corrosión de su espíritu” (La Jornada, México, D.F., del jueves 18 de junio de 2015, “Sociedad y Justicia” p. 35).

   Tamaña tarea es la que debe hacer suya el PVEM y no entrometerse en asuntos que, de continuar, le van a conferir un incremento de rechazo y repudio como el que ya tienen ganado de muchos años atrás. El PVEM desvió sus principios originales y ahora se encuentra enquistado en el poder, y desde su poder que lo puede tener en el fundamento económico va a comenzar a poner en práctica este tipo de campañas que, conforme avance el tiempo buscarán que crezca su radio de influencia, y hasta es posible que terminen respaldadas por los grupos que normalmente han venido oponiéndose a las corridas de toros, al amparo de una ideología que se ostenta desde la idea de que los toros son un espectáculo donde se practica la tortura y la barbarie, por lo que no pueden pervivir en un mundo que hoy muestra novedosos principios ideológicos impulsados, en lo fundamental, por el neoliberalismo. Nosotros, los taurinos, estamos conscientes de que dicha representación tiene una fuerte carga de elementos rituales que conducen al toro hacia su sacrificio y muerte, pero con ello estamos aduciendo una serie de elementos que persisten como puesta en escena en unos momentos en que su esencia está siendo rechazada por nuevas creencias sociales, y en ello el fomento de la violencia que algunas instituciones o grupos aducen, nos parece la forma más aberrante de descalificar al espectáculo taurino, como si este fuera fuente de la violencia social, sobre todo donde las niñas, los niños o los adolescentes son tomados como blanco perfecto de esa “deformación”. Si no, vean lo que viene a continuación.

   Al unísono de este anuncio, ya está circulando también, por parte de la UNICEF el documento denominado “Comité de los Derechos del Niño. Observaciones finales sobre los informes periódicos cuarto y quinto consolidados de México”, en cuyo numeral 30 se encuentran contenidas varias observaciones, pero sobre todo recomendaciones entre las que destacan la que aparece en la sección “Derecho de niñas y niños a una vida libre de toda forma de violencia” en cuyo inciso “d” se indica:

El bienestar mental y físico de niñas y niños involucrados en entrenamiento para corridas de toros y en actuaciones asociadas a esto, así como el bienestar mental y emocional de los espectadores infantiles que son expuestos a la violencia de las corridas de toros”.

   En el siguiente numeral, el 32, vuelve a recomendar que

A la luz de sus observaciones generales N° 8 (2006) sobre el derecho del niño a la protección contra los castigos corporales y otras formas de castigo crueles o degradantes y N° 13 (2011) sobre el derecho del niño a no ser objeto de ninguna forma de violencia, el Comité insta al Estado para adoptar, a nivel federal y estatal, leyes y políticas integrales para prevenir y sancionar toda forma de violencia y proteger y asistir a niñas y niños víctimas. El Estado parte también debe:

Inciso “g”: Adoptar medidas para hacer cumplir en lo relacionado a la participación de niñas y niños en el entrenamiento y actuaciones de corridas de toros como una de las peores formas de trabajo infantil, y tomar medidas para proteger a niñas y niños en su capacidad de espectadores, creando conciencia sobre la violencia física y mental asociada con las corridas de toros y el impacto de esto sobre niñas y niños.

   En la lectura inicial de este documento, el Comité que intervino en la serie de opiniones y recomendaciones se ocupa de infinidad de los asuntos que podrían considerarse como problemas sensibles: desapariciones forzadas, derechos de las personas con discapacidad, abolir la pena de muerte, la misma Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes. También analizaron cómo eliminar la Discriminación, el derecho a una educación de calidad, la prevención del embarazo adolescente, los derechos humanos y desde luego todo aquello que involucra al Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018, impulsado por el actual gobierno.

COMITÉ DE LOS DERECHOS DEL NIÑO

   La atención que la UNICEF haya puesto en estos puntos clave, que deciden en buena medida el futuro de la infancia y adolescencia mexicana, es plausible en la medida en que desde organizaciones internacionales como este derivado de las Naciones Unidas, atienden la llamada “Convención sobre los Derechos del Niño”, lo cual significa garantizar futuras generaciones que vivan al margen de todos esos conflictos que una sociedad multifacética como la nuestra no garantiza, debido al hecho de que se ha producido una disolución social provocada por diversos factores, que pueden ir desde la falta de fuentes de trabajo, hasta el de las garantías de una educación a lo largo de los años de estudio a nivel primario o secundario, y cuyas fallas provienen de una falta de atención por parte de la propia Secretaría de Educación Pública, o del escaso fomento cultural que promueve el estado a través de su representación principal: CONACULTA, maravillosa institución pero que manteniéndose de un limitado presupuesto apenas puede impulsar sus proyectos que solo llegan a escasos sectores de la sociedad, pero no a la mayoría, como es o sería deseable. Si el estado atendiera estos y otros problemas prioritarios de suyo, quizá tendríamos un índice de menor delincuencia organizada, mayores niveles educativos, mejores condiciones laborales. Pero cuando todo esto falla, no solo son los jóvenes, o los adultos mayores quienes buscan un ingreso, una retribución, sino que también los niños deben unirse a resolver ese conflicto interfamiliar, lo que los lleva a desviar en muchas ocasiones sus destinos. O los embarazos no deseados, que son problemas que pueden destrozar ya no solo a la pareja, sino a la adolescente que deberá cargar con un “delito”, justo hoy que la cultura del sexo seguro se encuentra más que divulgada, pero que no todos conocen a la hora de asegurar que los riesgos no se hagan presentes.

   Por estas y otras  muchas razones, creo que ocuparse de un punto en el que el tema de los toros “motivo de preocupación y recomendaciones” se consigne aquí, tal cual pareciera porque este espectáculo fuese una fuente segura en el aliento de la violencia, sobre todo entre las edades que corresponden a la infancia y la adolescencia. Con seguridad deben existir estudios científicos –que no especulativos- previamente realizados, con las conclusiones del caso que determinan lo riesgoso que puede resultar la presencia infantil o de adolescentes en las plazas, pues ese ambiente genera o despliega un síntoma de violencia del que ya no podrán desprenderse esos “chavales” que quedarán corrompidos por el resto de sus vidas.

   Cuando la serie de propuestas como las planteadas aquí provienen de instituciones internacionales o de grupos políticos nacionales su “arremetida” puede ser irreversible. En todo caso, los taurinos debemos estar preparados para argumentar con elementos de peso, de valor y circunstancia todo aquello que no se corresponde con los planteamientos venidos desde aquellas instancias y que hoy parecen estar dispuestas a “embestir” frontalmente contra los toros, como espectáculo. Ya vemos que su finalidad es debilitar sus estructuras. Buscaremos dar cara con los elementos que nos confiere nuestro derecho de defender la fiesta de los toros como un patrimonio, como un legado que debe ser protegido, pues desde nuestra mirada y reflexión parece no tener los elementos que aducen esas instituciones, y en todo caso, son las niñas, niños y adolescentes elementos que se toman como “blanco” para entrar en debate. Pero son ellas, las niñas, los niños y los adolescentes en su conjunto elementos que, como muchos otros que como nosotros, y habiéndonos formado desde esas edades al acudir a los toros, hoy podemos decir que no nos constituimos como lo que dicen que somos, ni como lo que dicen que pueden ser estas generaciones vulnerables si son otros los elementos o fuentes de infección en “su” mentalidad, lo que los puede deformar nada más lleguen a su etapa adulta, lo cual es inconcebible desde el territorio taurino.

BUSCARÁN IMPEDIR ENTRADA A MENORES DE 14_22.06.2015

Disponible en internet, junio 22, 2015 en:

http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=22890

P.D. Y si el “Partido Verde” va a dar la lucha, nosotros la daremos también, demostrando que sus argumentos, donde predomina esa insistencia de que al o a los niños o adolescentes que asisten a las corridas de toros, e incluso participan en dichos festejos, esto genera la confusión de verlos convertidos en asesinos en potencia, pues semejantes condiciones en la plaza pueden ser capaces de deforman sus valores de construcción mental. Por lo tanto, de todo lo anterior conviene que eso no solo ocurra en las plazas de toros. Ya ven, cómo ha crecido la violencia en los estadios de futbol, adonde acuden infinidad de niños y adolescentes, por mencionar un deporte de masas, donde conviven familias enteras, y es desde ese núcleo familiar de donde provienen infinidad de niñas, niños y adolescentes que también están en derecho de acudir a un partido. En fin, como ya se ve, el “Verde” ni tardo ni perezoso ha retomado los temas que quedaron pendientes en la agenda, hasta antes de la campaña política. Ahora que ya están reposicionados, y se sienten incluso “envalentonados”, han puesto a funcionar la maquinaria más dura que terminará decidiéndose en las propias cámaras, pues es un tema que no van a soltar, pero que como las malas obras –les recuerdo el abandono que hubo para con los animales participantes en los circos, y donde todo parece indicar, no tuvieron el menor sentido común de atender tan delicado asunto-, hoy intentan desmembrar las estructuras taurinas con un tema que si bien podría ser confundido con un chantaje sentimental, tiene de fondo múltiples aristas por analizar y discutir.

21 y 22 de junio de 2015.

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LECTURA Y FORMACIÓN DE AFICIONADOS TAURINOS EN MÉXICO. SIGLO XIX. (II)

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

LAS LECTURAS QUE FORMARON A LOS AFICIONADOS TAURINOS MEXICANOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. (SEGUNDA PARTE).

   Centrados un poco más en el tema que se ha propuesto, debe apuntarse el hecho de que durante el periodo virreinal, hubo una derrama de obras consideradas como “descripciones de fiestas” o “relaciones de sucesos” las que, según los primeros balances que se tiene de las mismas, luego de intensa revisión a diversas fuentes, se trata de una cantidad cercana a los 400 documentos de diversa índole, publicados en todo el territorio novohispano, lo cual revela la importancia detentada por este tipo de publicaciones, restringidas eso sí, a un pequeño círculo de lectores, por más número que se quiera justificar en la nómina, puesto que los tirajes no deben haber sido demasiado grandes. Por lo tanto, tales “relaciones de fiestas…” terminaban siendo alojadas –las más de ellas-, en bibliotecas exclusivas propias de intelectuales prominentes, o en las de los conventos o iglesias, puesto que en buena medida, una obra como esas, aunque no se convertían en literatura perseguida, el hecho es que para que pudieran publicarse, debían contar con la aprobación –ente otros-, de diversos miembros de la iglesia.

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   Elucubrando un poco en otras ideas, se me ocurre que, al cultivarse con tal empeño el toreo a caballo por parte de la nobleza de esta parte del mundo, más de alguno de aquellos personajes debe haber contado con alguno de los muchos “tratados” que se ocuparon en explicar los diversos lances “a la jineta o a la brida”, practicados en las plazas que entonces se levantaron. Nada de esto fue ajeno si nos remitimos al caso de Juan Suárez de Peralta, experto en tales destrezas, que además practicó en el siglo XVI, luego de larga estancia por territorio novohispano, y cuyos mejores resultados se palpan en su obra Tractado de la Cavallería jineta y de la brida.[1]

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   Es decir, que desde las primeras décadas de que tuvo lugar la incómoda convivencia española y americana, misma que terminó asimilándose –quizá un poco a regañadientes, pero que en sus buenos momentos produjo mestizaje y criollismo siempre inquietos-, ya se da el cultivo por escribir las experiencias que, sobre el terreno taurino se fueron dando, hasta que nos ponemos de frente con el fin del dominio colonial impuesto por España, mientras en el ambiente vuelan inquietas las ideas ilustradas, que permearon en diversas publicaciones como Pan y toros, de León de Arroyal, misma que fue editada en México hacia 1820.[2] Como respuesta a ese opúsculo, dos años más tarde, un autor que firmó su escrito con las iniciales F.P.R.P., mientras José Joaquín Fernández de Lizardi o Carlos María de Bustamante[3] lanzaban dardos en contra de las corridas de toros.

Fernandez de Lizardi 1001

Disponible en internet, junio 17 de 2015 en:

http://fermintellez.blogspot.mx/2012/01/escuela-fernandez-de-lizardi.html

   El sábado 13 de mayo de 1815 el autor José Joaquín Fernández de Lizardi, nacido en la ciudad de México hacia 1774 y que, en 1812 funda su célebre periódico El Pensador Mexicano, título que posteriormente serviría como remoquete para identificar al célebre autor del Periquillo Sarniento y Don Catrín de la Fachenda, publicó LAS SOMBRAS de Chicharrón, Pachón, Relámpago y Trueno (Conferencia) que es un diálogo entre cuatro toros. Antes de la aparición de este se publicó el Mentado Chicharrón (pliego suelto, 4 pp. En 4°, imp. De D. María Fernández de Jáuregui), en el que se incluye un pequeño poema. Se trata de

LAS SOMBRAS

 (De Chicharrón, Pachón,

Relámpago y Trueno).

 

Epitafio de Chicharrón

 

Aquí yace el más valiente

Toro que México vio;

Y aunque tan bravo, corrió

De miedo de tanta gente.

¡Oh, pasajero! Detente,

mira, advierte, considera

que es el vulgo de manera

que, a pesar de su pobreza,

gasta con suma franqueza,

para ver… una friolera.[4]

   Del diálogo sostenido entre aquellos cuatro toros en muestra del repudio absoluto por cuanto se les hacía sufrir, entre otras cosas, Trueno, se destapa con una décima que habrá de ser una muestra de su actitud contra la crueldad:

Apurar, hombres, pretendo

 Apurar, hombres, pretendo

Ya que me tratáis así;

¡Qué delito cometí

contra vosotros naciendo?

Más, pues no hay culpa, ya entiendo

El delito cometido.

Frívola causa ha tenido

Vuestra fuerza y rigor

Pues el delito mayor

De un toro es haber nacido.[5]

   El diálogo que es menester, tiene una breve estancia en la lectura, pero deja satisfecho al curioso quien se ha postrado ante el documento histórico, que no es el único de Fernández de Lizardi. También se conoce el diálogo entre Mariquita y Serafina, Sobre la diversión de Toros, del 4 de mayo de 1815. Quien llama al toro sufra la cornada (México, imprenta de D. María Fernández de Jáuregui, 1811[6] y otros.

   El mexicano: enemigo del abuso más seductor es un escrito salido hacia 1820 de la imprenta de D. Juan Bautista de Arizpe. La referida obrita –apenas ocho páginas-, nos presenta un incitante parapeto, una aguerrida trinchera para luchar contra el “bárbaro espectáculo de los toros”. Seguramente influido por el trabajo de Melchor Gaspar de Jovellanos (a quien se atribuye la obra Pan y Toros), que reedita la imprenta de Mariano de Zúñiga y Ontiveros el mismo año, firmado con las modestas o temerosas iniciales F.P.R.P. iniciaron una campaña que no prosperó sino hasta 47 años después, cuando el Lic. Benito Juárez prohíbe las corridas de toros, porque “No se considerarán entre las diversiones públicas permitidas, las corridas de toros; y por lo mismo, no se podrá dar licencia para ellas, ni por los ayuntamientos, ni por el gobernador del Distrito Federal, en ningún lugar del mismo”, artículo N° 87 que proviene de la Ley de dotación de Fondos Municipales con fecha del 28 de noviembre de 1867.

   En torno al escrito del autor de las cuatro iniciales, se siente una necesidad absoluta de convencer al pueblo de que el espectáculo de los toros es un absurdo, que es una fiesta hija del más bajo orden de la lógica humana, donde se satisfacen terribles pasiones provocadas por la festiva agonía de un toro ensartado por las armas cobardes de hombres que se defienden con estas mismas, a fin de consumir la fuerza física del burel, acosándolo, hostigándolo, hiriéndolo y, por fin, matándolo.

   ¿Qué es cruel el espectáculo? Evidentemente que sí. Pero la crueldad se la viste de elegancia, de arte, de dominio, de técnica que bien conducen a la consumación de una obra de arte, o de una obra técnica, según sea el caso. Pero, no les parece a ustedes que sea más cruel aún la muerte en la cacería, la rápida de un rastro, o una química en los mares o en el medio ambiente?

   Resultados como el que anota Prieto, -y que veremos en su “Charla Dominguera” más adelante- son, a lo que parece, un balance normal en las corridas de aquella época. Desde luego, un aspecto como este, escandalizaba a autores como Bustamante, Fernández de Lizardi, o aquel que solo firmaba sus escritos con las iniciales F.P.R.P., de quien es el siguiente

SONETO

Ved aquí para siempre ya extinguida,

Sangrienta diversión que fué dictada,

Por la barbarie más desapiadada,

Del siglo de crueldad empedernida.

Que vil preocupación envejecida,

Mantuvo con tenacidad porfiada,

A pesar de verla ya tan odiada,

Y de la culta Europa aborrecida.

Mas sabia ilustración ya le condena,

Aboliéndola alegre y compasiva,

De la Española gente que sin pena,

Proclama ya gozosa á la atractiva,

Dulzura, á la que en fin á boca llena,

Con deliciosa voz dice que viva.[7]

CONTINUARÁ.


[1] Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida: en el qual se contiene muchos primores, así en las señales de los cavallos, como en las condiciones: colores y talles: y como se ha de hazer un hombre de á caballo (…) En Sevilla, año de 1580. México, La Afición, 1950. 149 pp. Ils.

[2] León de Arroyal: Pan y Toros. Oración apologética en defensa del estado floreciente de la España, dicha en la plaza de toros por D.N. en el año de 1794. En: Lecturas taurinas del siglo XIX. LECTURAS TAURINAS DEL SIGLO XIX (Antología). México, Socicultur-Instituto Nacional de Bellas Artes, Plaza & Valdés, Bibliófilos Taurinos de México, 1987. 222 pp. facs., ils., (pp.33-51).

[3] Carlos María de Bustamante: DIARIO HISTORICO DE MEXICO. DICIEMBRE 1822-JUNIO 1823. Nota previa y notas al texto Manuel Calvillo. Edición al cuidado de Mtra. Rina Ortiz. México, SEP-INAH, 1980. 251 pp. Tomo I, vol. 1.

[4] José Joaquín Fernández de Lizardi: Obras (IV. Periódicos). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, 1970, 436 pp. (Nueva Biblioteca Mexicana, 12)., p. 45.

[5] Fernández de Lizardi, op. Cit.

[6] José Joaquín Fernández de Lizardi: Alacena de frioleras N° III, del 6 de mayo de 1815. En: OBRAS de (…). Periódicos (…). México, UNAM, Centro de Estudios Literarios, pp. 32-37.

[7] El mexicano, enemigo del abuso más seductor. México, 1820. Imprenta de D. Juan Bautista de Arizpe. LECTURAS TAURINAS DEL SIGLO XIX (Antología). México, Socicultur-Instituto Nacional de Bellas Artes, Plaza & Valdés, Bibliófilos Taurinos de México, 1987. 222 pp. facs., ils., p. 59.

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LECTURA Y FORMACIÓN DE AFICIONADOS TAURINOS EN MÉXICO. SIGLO XIX. (I)

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

LAS LECTURAS QUE FORMARON A LOS AFICIONADOS TAURINOS MEXICANOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. (PRIMERA PARTE)

ADVERTENCIA DEL AUTOR: Estas son apenas unas notas que provienen de un trabajo que aspira tener otros tantos elementos y argumentos, los suficientes para justificar su razón de ser: la que pretende explicar cómo se fueron moldeando los criterios que se afirmaron en la idea de buen número de asistentes a las corridas de toros durante la segunda mitad del siglo XIX. Al terminar esta centuria, encontramos consolidado ya, gracias a los oficios de un buen número de periodistas ese andamiaje resultado de aspiraciones que en ese punto temporal se materializaron. 

   Antes de plantear todo este asunto, deben hacerse varias consideraciones propias del entorno, con objeto de entender entre aquellos habitantes quienes, cuántos y qué leían, sabiendo que este fenómeno estaba sujeto a muy pocos lectores, en medio de un analfabetismo terrible. Prensa y libros tuvieron en aquel entonces un acceso restringido a un pequeño segmento de la sociedad Cuando comienza la segunda mitad del siglo XIX, la población de la ciudad de México, centro de atención para este análisis, se calcula en más de 200,000 habitantes.

MEGABIBLIOTECA VASCONCELOS

Biblioteca “José Vasconcelos”. Disponible en internet, junio 17, 2015 en:

http://mmspress.com.mx/noticias/taller-sobre-los-10-dias-que-conmovieron-a-mexico-en-la-biblioteca-vasconcelos/

   Ir hasta la intimidad de una biblioteca, del pequeño bufete, de la habitación a donde se pueden observar algunos libros, o la sala donde se leía habitual y hebdomadariamente algún periódico, nos habla de lectores potenciales, ubicados en diversas esferas sociales, señal muy clara de que existen individuos –aunque fueran pocos- que apostaron por la lectura.

   En estudio reciente logrado por la historiadora Cristina Gómez sobre las bibliotecas particulares durante el periodo novohispano, descubre en el acopio que hicieron de libros muchas lecturas prohibidas por la Inquisición, reto y riesgo ante tamaña censura, superada entre ciertas fugas no delatadas. Así que quien fue dueño de una biblioteca respetable y considerable ya en el siglo XIX, debe haber poseído verdaderas joyas. Sabemos que al ser aplicadas las leyes de desamortización de los bienes eclesiásticos, de iglesias y conventos, así como se destruyeron valiosos documentos, así también esos pocos interesados, adquirieron ejemplares de suyo importantes. Entre aquellas grandes colecciones consideradas como “valiosas”, se encuentran las que formaron en su momento el Conde de la Cortina, Manuel Payno, José María de Agreda y Sánchez, Alfredo Chavero, Vicente de P. Andrade, Mariano Beristain de Souza, José Toribio Medina, Juan Jacobo Sánchez de la Barquera, Joaquín García Icazbalceta o la de Luis González Obregón, entre otros.

   Álvaro Matute ha dicho que “la palabra escrita fue aumentando sus espacios frente a la palabra dicha en los púlpitos. No implica esta manifestación del proceso de secularización una sustitución tajante de una cosa por la otra. La gente siguió yendo a misa, pero al mismo tiempo comenzó a leer periódicos. Ahí empezó el cambio cultural que caracterizaría al siglo XIX”.[1]

   Sin embargo, fue a través de la prensa como buena parte de aquellos lectores se enteraron de acontecimientos de la vida cotidiana, gracias a plumas brillantes como Manuel Payno, Ignacio Cumplido, Juan Bautista Morales, Francisco Zarco, Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez. No podemos olvidar a Luis G. Inclán, a quien deberemos tener muy presente dado que es quien firma las primeras crónicas taurinas de que se tiene evidencia, no olvidando que fue en El Orden del año 1852[2] cuando aparece la primera de ellas con todo el carácter propio de una reseña, pero que queda en el anonimato a falta de la rúbrica respectiva.

   En los alrededores de la plaza de la Constitución, centro neurálgico y de actividades de todo tipo en la ciudad de México

Era común ver a las personas paseando, curioseando entre los diversos puestos y recorriendo los distintos establecimientos, visitando las alacenas, cajones y librerías para allegarse las novelas francesas, los libros de texto, los manuales técnicos, los periódicos y las novedades recién salidas de las prensas nacionales y de otras partes, así como de una amplia gama de escritos religiosos. Desde la época colonial esto había sido una costumbre que se intensificó con la vida independiente.[3]

   Buena parte de la lectura estaba sujeta a legislación, novelas francesas e inglesas, arengas cívicas, historias de México, recuerdos, memorias, revistas y folletos, así como oraciones, romances, novenas y vidas de santos.

   Ahora bien, no sé en qué medida la censura –que siguió aplicándose por parte de la Iglesia, no tanto desde la figura de la Inquisición, pero sí bajo el peso de su enorme influencia detentada en sus ministros-, determinó que los lectores se viesen privados de hacerlo, o hacerlo en privado, en la clandestinidad, puesto que se condicionaba al hecho de que “existía el convencimiento de que las malas lecturas deformarían la sensibilidad y destruirían la moral y finalmente la fe del hombre más creyente”.[4]

   Por su parte Laura Suárez de la Torre observa

Que si bien –el interés por alcanzar con la letra impresa a las mayorías- no llegó a impregnarlas, como se hubiera deseado, dejó una huella permanente en la sociedad y permeó cambios paulatinos en la mentalidad del pueblo mexicano. De una sociedad dependiente culturalmente de los intereses de la Iglesia, se fue abriendo hacia nuevas realidades, hacia distintos planteamientos ideológicos y permitió la apertura hacia los diversos campos del conocimiento, decantando en una cultura más universal que aceptó, paulatinamente, la idea de “modernidad” en las mentes todavía acostumbradas a la cotidianidad colonial.[5]

   Debido a los altos costos que implicaba la edición de alguna obra, esta lograba salir gracias al financiamiento que hacían de ello los suscriptores, que pagaban por adelantado, aunque no siempre sucedía así, puesto que de no cubrirse los gastos, el editor se veía en la penosa necesidad de devolver el dinero, cancelando así la posibilidad de edición de la obra prometida.

   Sitios como el Portal de Mercaderes y Portal del Águila de Oro (hoy 16 de septiembre) o el de Agustinos (ubicado en la antigua calle de las Canoas) eran los que concentraban el mayor número de librerías, alacenas o cajones donde se expendían las obras del momento. Respecto a la situación de las mujeres, ésta no era muy halagüeña. Madame Calderón de la Barca observaba que “ninguna leía un libro completo al año, con excepción del de misa”.

   Si bien el reducido número de lectores revela una realidad del país, Mariano Otero expresó en 1842 una visión esperanzadora del panorama nacional, al decir que veía que durante los 20 años de independencia la clase acomodada e instruida de la sociedad había aumentado considerablemente.[6]

   Al mediar el siglo XIX, gran parte de las publicaciones periódicas giraron en torno a una posición conservadora debido a ciertas restricciones mientras estuvo en el gobierno S.A.S. Antonio López de Santa Anna. De no sumarse a esa situación, estaban condenados a desaparecer o a sufrir la represión consiguiente. Sin embargo, es admirable saber que, entre el periodo de 1821 a 1910 pudieron contabilizarse 23,800 registros de diversas publicaciones y folletos editados en México o sobre México.[7]

   Por supuesto, la labor de editores como Ignacio Cumplido no pueden pasar por alto.

   La propia coordinadora de este proyecto –de suyo ambicioso, y que por lo visto, continuará en una segunda etapa-, advierte que

Si nos asomamos al mundo editorial de la ciudad de México, a través de la ventana que constituye la producción de folletos, objeto secundario en la actividad de los empresarios culturales mexicanos, a quienes daba mucho mayor visibilidad social la publicación regular de un periódico –instrumento destinado a conformar la opinión pública y a generar influencia política-, veremos que durante el periodo de estudio, 1830-1855, el editor más importante de folletos es Ignacio Cumplido, a quien, de acuerdo con nuestra base de datos, podemos adjudicar un total de 543 publicaciones.[8]

   Los demás eran personajes tales como: José Mariano Fernández de Lara, Vicente García Torres, Mariano Galván Rivera, Rafael de Rafael, Luis Abadiano y Valdés, Alejandro Valdés, Manuel Murguía o Juan Ramón Navarro, hasta llegar a 143, que operaron en aquel periodo específico, convirtiéndose en una cifra por demás notable.

CONTINUARÁ.


[1] Álvaro Matute: “De la prensa a la historia”. Participación en el coloquio: Tipos y caracteres. La prensa mexicana (1822-1855), coordinado por el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, del 23 al 25 de septiembre de 1998. En Tipos y caracteres: la prensa mexicana (1822-1855). Memoria del Coloquio celebrado los días 23, 24 y 25 de septiembre de 1998. Miguel Ángel Castro, coordinación. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2001. 391 pp. Ils., fots., facs. (Seminario de Bibliografía Mexicana del siglo XIX)., p. 11.

[2] Véase: José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. Tesis que, para obtener el grado de Doctor en Historia, presenta (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 2003.— Capítulo II., p. 100-105.

[3] Lilia Guiot de la Garza: “Las librerías de la ciudad de México. Primera mitad del siglo XIX”. Tipos y caracteres…, op. Cit., p. 36.

[4] Ibídem., p. 37.

[5] Empresa y cultura en tinta y papel (1800-1860). Coordinación general Laura Beatriz Suárez de la Torre. Edición Miguel Ángel Castro. México, Instituto “Dr. José María Luis Mora” y Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2001. 662 pp. Ils. (Seminario de Bibliografía Mexicana del siglo XIX)., p. 11.

[6] Tipos y caracteres…, Ibid., p. 46.

[7] Nicole Girón Barthe, et. Al.: Folletería mexicana del siglo XIX (Etapa 1). México, SEP-CONACYT, Instituto MORA, 2001. Disco compacto (CD-ROM).

[8] Nicole Girón Barthe: “El entorno editorial de los grandes empresarios culturales: impresores chicos y no tan chicos en la ciudad de México”. En: Empresa y cultura…, op. Cit., p. 53.

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LOS “FANTASMAS” NO EXISTEN.

DEL ANECDOTARIO TAURINO MEXICANO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Los fantasmas son invenciones que, deliberadamente ha creado el hombre como un artificio figurado para causar temor o fantasía. El problema surge en el momento en que su “presencia” adquiere sello de realidad y donde más de uno lo cree a pie juntillas, pues afirma haberlos visto, cargando con el susto de rigor.

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   Novelas como “El fantasma de Canterville” de Oscar Wilde le dan forma a dichas figuras, hasta el punto de que cada uno de los lectores se forja un fantasma diferente. Por estos días, un extraño personaje de carne y hueso, ostentando el alias de “El Fantasma” se presentó, previa publicidad en la plaza de toros de San Miguel el Alto (Jalisco) para dejar evidencia de una gesta. Se trata de un incipiente novillero que fue capaz de dar cara a un toro, de esos que con mucha frecuencia no quieren ver ni en pintura los matadores. Y “El Fantasma” se presentó llevando una peculiar máscara de luchador, cuya “coleta” no era sino el atado de aquel elemento decorativo con el que terminó escamoteando no solo la figura corporal, sino su rostro.

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   La puesta en escena que es la corrida de toros en cuanto tal, ha admitido a lo largo de varios siglos diversas expresiones donde sus protagonistas han buscado preservar los elementos de un vestuario el cual se modifica en aras de imponer tendencias pero sin alterar tan radicalmente el principio elemental para el que fueron concebidos. Sin embargo esta última modificación la de la máscara, violenta y agrede una serie de representaciones costumbristas para las cuales no hay dictados específicos pero que los más iconoclastas y contestatarios respetan (me parece que el caso más reciente, el de Jorge de Jesús Glison es más evidente). Por tanto, y para evitar una lectura híbrida, la de dos figuras majestuosas: el torero y el luchador, este personaje deberá decidirse ente “Pepe Hillo” y Pancracio; entre “Cúchares” y la parafernalia que la lucha libre ha impuesto llevada de la mano de la modernidad.

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   Llamar la atención fue su propósito, y además lo consiguió. Por todo lo anterior, me parece que per se, exacerba el sentido que la sola figura del torero ha sido capaz de construir, partiendo de aquella búsqueda elemental de llamar la atención. Esto podría ser mejor visto en obras cinematográficas como “El Zorro”, “El llanero solitario”, “El hombre araña”, “Batman”, “Superman” y muchas otras, pero se estrella en los toros, por más buenas intenciones que haya al respecto. Basta y sobra con que un torero adquiera fama si lo que debe haber de por medio es personalidad, valor. Con el hecho de ostentar ese elemento decorativo, al “Fantasma” no le ayuda sino para descomponer su figura “escamoteando” como ya lo advertía, la singular representación del torero en la plaza.

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   En torno a su actuación, y según puede observarse en las imágenes que ya circulan por la red (véase: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=galmultd&id=1970) es que se aprecia a un torero medido de valor, con enormes deseos de agradar, que codillea, como resultado de esa falta de soltura, desahogo y desparpajo con que se puede andar por el ruedo. Además, se empecina más en la busca del aplauso fácil que el que se gana a costa de exponer y lucirse, combinación lograda a un tiempo. Por lógica, si es alguien que, como novillero ha tenido pocas oportunidades de ver un pitón y torear, me parece que ese asunto que involucra su destino, debe haberlo llevado a tomar tal decisión: la de enmascarar su figura.

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   ¿Será capaz de desenmascararse en algún momento para forjar, sin necesidad de artificios una propia realidad?

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Galería de imágenes, disponible en internet, junio 16, 2015 en: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=galprod&id=4114;

Fotógrafo: Armando Landín-Miranda.

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OCTAVIO PAZ Y SU CERCANÍA DISTANTE CON LOS TOROS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 

   Octavio Paz viviendo en un barrio tan inmediato a la plaza de toros “México”, acudió a ella con cierta frecuencia, como lo veremos más adelante. Octavio Paz también nos revela alguna fascinación, sobre todo con aquel encanto que produjo el encuentro habido con Rafael Alberti y del que su mejor apunte es un texto maravilloso –“Saludo a Rafael Alberti”-. Octavio Paz inevitablemente escribió algunas cosas donde la tauromaquia se convierte en un elemento literario que ahora pretendo abordar, como resultado de una interesante columna que José Cueli ha publicado hoy, viernes 12 de junio de 2015 en las páginas de La Jornada, y desde cuyo texto evocando de “¿Aguila o sol?” a “Libertad bajo palabra”, también procura analizar alguna democracia en cierne tras, los efectos de las más recientes elecciones habidas en nuestro país. Además, y como sicoanalista, el maestro Cueli ha construido un escenario muy particular, mismo que queda tan claramente definido en “¡Mira que te mira mira que tira cornadas! el miura…” Y es que los Miuras, toros de oscura leyenda, cerraron la última versión de la feria de “San Isidro” en Madrid, España.

   En 1951 apareció por primera vez ¿Águila o sol?[1] de Octavio Paz. De hecho, más adelante, cuando el lector tenga oportunidad de llegar al año 1975, verá la forma en como José María de Cossío se ocupa de esta misma obra, ateniéndome al año en que el tratadista español publicó su célebre enciclopedia de LOS TOROS. Sin embargo, en una lectura detenida a esta obra, encuentro otra serie de citas que escaparon a la vista del citado autor, por lo que me parece oportuno recogerlas aquí, tratando, en lo posible, de no mostrar un trabajo fraccionado. En aquella parte se ignoran los siguientes pasajes:

(…) se presentan Tedevoro y Tevomito, Tli, Mundoinmundo, Carnaza, Carroña y Escarnio. Ninguno y los otros, que son mil y nadie, un minuto y jamás. Finjo no verlos y sigo mi trabajo, la conversación un instante suspendida, las sumas y las restas, la vida cotidiana. Secreta y activamente me ocupo de ellos. La nube preñada de palabras viene, dócil y sombría, a suspenderse sobre mi cabeza, balanceándose, mugiendo como un animal herido. Hundo la mano en ese saco caliginoso y extraigo lo que encuentro: un cuerno astillado, un rayo enmohecido, un hueso modo. Con esos trastos me defiendo, apaleo a los visitantes, corto orejas, combato a brazo partido largas horas de silencio al raso (…)[2]

OCTAVIO PAZ EN SU JUVENTUD

Disponible en internet, junio 12, 2015 en: http://airenuestro.com/tag/octavio-paz/

   Ya en ¿Águila o sol?, se registra otro desbordamiento del poeta aludiendo el tema taurino. Precisamente lo encontramos en la parte conocida como “La Higuera”:

¡Leer mi destino en las líneas de la palma de una hoja de higuera! Te prometo luchas y un gran combate solitario contra un ser sin cuerpo. Te prometo una tarde de toros y una cornada y una ovación. (…)[3]

OCTAVIO PAZ (1960)

VIRGEN

 I

 Ella cierra los ojos y en su adentro

está desnuda y niña, al pie del árbol.

Reposan a su sombra el tigre, el toro.

Tres corderos de bruma le da al tigre,

tres palomas al toro, sangre y plumas.

Ni plegarias de humo quiere el tigre

ni palomas el toro: a ti te quieren.

Y vuelan las palomas, vuela el toro,

y ella también, desnuda vía láctea,

vuela en un cielo visceral, oscuro.

Un maligno puñal ojos de gato

y amarillentas alas de petate

la sigue entre los aires. Y ella lucha

y vence a la serpiente, vence al águila,

y sobre el cuerpo de la luna asciende… 

II 

Por los espacios gira la doncella.

nubes errantes, torbellinos, aire.

El cielo es una boca que bosteza,

boca de tiburón en donde ríen,

afilados relámpagos, los astros.

vestida de azucena ella se acerca

y le arranca los diente al dormido

y al aire sin edades los arroja:

Islas que parpadean cayeron las estrellas,

cayó al mantel la sal desparramada,

lluvia de plumas fue la garza herida,

se quebró la guitarra y el espejo

también, como la luna, cayó en trizas.

Y la estatua cayó. Viriles miembros

se retorcieron en el polvo, vivos. 

III 

Rocas y mar. El sol envejecido

queman las piedras que la mar amarga.

Cielo de piedra. Mar de piedra. Nadie.

Arrodillada cava las arenas,

cava la piedra con las unas rotas.

¿A qué desenterrar del polvo estatuas?

La boca de los muertos está muerta.

Sobre la alfombra junta las figuras

de su rompecabezas infinito.

Y siempre falta una, sólo una,

y nadie sabe dónde está, secreta.

En la sala platican las visitas.

El viento gime en el jardín en sombras.

Está enterrada al pie del árbol. ¿Quién?

La llave, la palabra, la sortija…

Pero es muy tarde ya, todos se han ido,

su madre sola al pie de la escalera

es una llama que se desvanece

y crece la marea de lo oscuro

y borra los peldaños uno a uno

y se aleja al jardín y ella se aleja

en la noche embarcada… 

IV 

Al pie del árbol otra vez. No hay nada:

latas, botellas rotas, un cuchillo,

los restos de un domingo ya oxidado.

Muge el toro sansón, herido y solo

por los sinfines de la noche en ruinas

y por los prados amarillos rondan

el león calvo, el tigre despintado.

Ella se aleja del jardín desierto

y por calles lluviosas llega a casa.

Llama, mas nadie le contesta; avanza

y no hay nadie detrás de cada puerta

y va de nadie a puerta hasta que llega

a la última puerta, la tapiada,

la que el padre cerraba cada noche.

Busca la llave pero se ha perdido,

la golpea, la araña, la golpea,

durante siglos la golpea

y la puerta es más alta a cada golpe.

Ella ya no la alcanza y sólo aguarda

sentada en su sillita que alguien abra:

Señor, abre las puertas de tu nube,

abre tus cicatrices mal cerradas,

llueve sobre mis senos arrugados,

llueve sobre los huesos y las piedras,

que tu semilla rompa la corteza,

la costra de mi sangre endurecida.

Devuélveme a la noche del Principio,

de tu costado desprendida sea

planeta opaco que tu luz enciende. 

(Berkeley, 1944)

OCTAVIO PAZ EN SU PRIMERA MADUREZ

Disponible en internet, junio 12, 2015 en:

http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2014/0406/suplementos.php?id=3183

   Octavio Paz, poeta, ensayista y crítico de excepcional categoría. En su obra aparece el tema taurino, en versos cristalinos y misteriosos a la vez. Aquí, la muestra:

Ella cierra los ojos y en su adentro… 

Ella cierra los ojos y en su adentro

está desnuda y niña, al pie del árbol.

Reposan a su sombra el tigre, el toro.

Tres corderos de bruma le da al tigre,

tres palomas al toro, sangre y pluma

ni plegarias de humo quiere el tigre

ni palomas el toro: a ti te quieren.

   En un fragmento de prosa poética, «Trabajos del poeta», éste se ha acostado pero no consigue dormir y explora, con la lucidez de la vigilia involuntaria, su personal laberinto de la soledad. La metáfora taurina surge con naturalidad en su mente, en su pluma:

… Me siento en la cama, pero no puedo dormir. Mis ojos giran en el centro de un cuarto negro, donde todo duerme con ese dormir final y desamparado con que duermen los objetos cuyos dueños han muerto o se han ido de pronto y para siempre, sueño obtuso de objeto entregado a su propia pesadez inanimada, sin calor de mano que lo acaricie o lo pula, sin presión de pulso que interrumpa su bruto dormir a pierna suelta o, más exactamente, a pierna muerta, arrancada de un tronco todavía vivo que se retuerce mientras ella ronca, ahíta de silencio y de reposo, materia satisfecha y anestesiada por su propia satisfacción, mineralizada por la ausencia del cuerpo que la obligaba a vivir y condolerse. Mis ojos palpan inútilmente el ropero, la silla, la mesa, objetos que me deben la vida pero que se niegan a reconocerme y a compartir conmigo estas horas. Me quedo quieto en medio de la gran explanada egipcia. Pirámides y conos de sombra que finge una inmortalidad de momia. Nunca podré levantarme. Nunca será otro día. Estoy muerto. Estoy vivo. No estoy aquí. Nunca me he movido de este lecho. Jamás podré levantarme. Soy una capa donde embisto, capaz ilusorias que tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. La ataco, mas cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de mis labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable. Me incorporo: apenas es la una. Me estiro, mis pies salen de mi cuarto, mi cabeza horada las paredes. Me extiendo por lo inmenso como las raíces de un árbol sagrado, como la música, como el mar. La noche se llena de patas, dientes, garras, ventosas. ¿Cómo defender este cuerpo demasiado grande? ¿Qué harán, a kilómetros de distancia, los dedos de mis pies, los de mis manos, mis orejas? Me encojo lentamente. Cruje la cama, cruje mi esqueleto, rechinan los goznes del mundo…

   Esta es una respuesta -una más- a los que identifican la fiesta de los toros con el casticismo localista, cerril, la ideología derechista o la incultura.[4]

¡Mira que te mira mira que tira cornadas! el miura… José Cueli. 

Don Tancredo –mira que te mira el miura, mira que tira cornadas a la ingle– presente en la Feria de San Isidro en España con los toros asesinos de Miura, este domingo pasado. Don Tancredo presente en las elecciones mexicanas el mismo día –Alba o Crepúsculo– con los miura enemigos de la democracia que suman y suman muertos. En ambas actuaciones Don Tancredo, quieto como estatua deja llegar de cornadas como muerto e indestructible resucita… al perderle el respeto alMiura e impedir que se haga dueño del ruedo.

Octavio Paz le canta:

Estoy muerto.
Estoy vivo.
No estoy vivo.
Nunca me he movido de este
lecho

Jamás podré levantarme.
Soy una capa donde embisto,
capas ilusorias que tienden
toreros enlutados.

Don Tancredo se yergue en el
centro, relámpago de yeso.
Lo ataco, mas cuando estoy a
punto de derribarlo

hay alguien que llega al
quite.

Embisto de nuevo, bajo la
rechifla de mis labios
inmensos, que ocupan todos
los tendidos.

Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable.

Don Tancredo (Libertad bajo palabra) la asoció a Alba o Crepúsculo ambos de Octavio Paz. Metáfora que facilita la comparación entre ambos escritos y abre caminos a las ideas del premio Nobel sobre la democracia bellamente expresadas.

En Alba o Crepúsculo, se pregunta Octavio Paz: ¿Seremos capaces de convivir en democracia abierta con todos sus riesgos y limitaciones? y contesta: El pluralismo es relativismo, y el relativismo es tolerancia. En las democracias modernas no hay verdades absolutas, ni partidos depositarios de esas verdades. Las absolutas pertenecen a la vida privada: Son del dominio de las creencias religiosas, o de las convicciones filosóficas. En las sociedades abiertas las derrotas son provisionales y las victorias relativas.

En nuestro país, esta transmisión resulta difícil, debido a nuestras desigualdades económicas, educativas y sociales, amén de las geográficas y las sicopatológicas. Estas últimas definidas por nuestras grandes pérdidas, provocaron neurosis traumáticas colectivas que se agravan cada año acompañadas de ciclones, huracanes, etcétera, que dejan desolación y muerte en los más lastimados. Patología que lleva una y otra vez a idealizar un país grandioso, máscara de nuestra carencia, expresada y simbolizada en poblaciones de marginados a punto de hambruna. Las consecuencias mentales: graves detenciones del desarrollo sicológico por secuelas de graves traumas, que arrastramos desde la cruel conquista, la pérdida del territorio, vidas en la revolución, hoy día, ¿el petróleo?, hijos, bienes personales o familias que da una sintomatología especial: Todo o nada, que dice Octavio Paz.

Vida desordenada que se da entre chistes y transas, deudas y cachondeos, manías y depresiones, en las áreas del acontecer social, familiar, sexual, social, laboral o institucional que repercuten: en lo económico, poblacional, epidemiológico o político. Neurosis traumática, expresada en el todo o nada, narcisismo individual y colectivo, anterior a la teórica expresión del voto, donde se repiten componentes traumáticos. Sólo una educación adecuada, masiva, gradual, llevará a la elaboración de los múltiples duelos que sin elaborar paseamos como panteones ambulantes: decenas de planes de desarrollo (estudios), uno nuevo o más por cada gobierno, expresión de pérdidas de nuestra sicología traumatizada, sin constancia de objetos (clave del desarrollo sicológico), armonioso, incompatible con la democracia vivida como un ideal, fuera de la realidad.

Esto no quiere decir que no se deba luchar por la democracia, sino lo contrario. La lucha empezaría por ubicar los problemas como hace Paz, darles solución, desidealizándolos, forma de exorcizar demonios. La idealización opuesta a una verdadera relación encubre persecuciones expresadas –creo–, es el afecto más significativo hoy día: la desconfianza, cuyo origen está en las mil formas de abandono.

Octavio Paz, genial, claro, centra la pregunta del momento. ¿Podemos abdicar del todo o nada?

Disponible en internet, junio 12, 2015 en:

http://www.jornada.unam.mx/2015/06/12/cultura/a08a1cul

   La versión tal cual nos la propone Octavio Paz, procede de la prosa desplegada en “¿Águila o Sol?” como sigue:

“(…) Me quedo quieto en medio de la gran explanada egipcia. Pirámides y conos de sombra me fingen una inmortalidad de momia. Nunca podré levantarme. Nunca será otro día. Estoy muerto. Estoy vivo. No estoy aquí. Nunca me he movido de este lecho. Jamás podré levantarme. Soy una plaza donde embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. Lo ataco, mas cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de mis labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable (…)”[5]

   Por su parte, Guillermo Sheridan, escribió una interesante evocación en torno a Octavio Paz, en LETRAS LIBRES de abril de 2012, y en su célebre SALTAPATRAS “El Poeta y el Torero”,[6] refiriéndose a una interesante fotografía en la que aparece el célebre poeta, junto también, al célebre torero mexicano Silverio Pérez, que por aquel año de 1941, estaba alcanzando estaturas envidiables que solo concede la fama. El texto sugiere lo ocurrido no solo en la redacción de una revista en que Paz fue colaborador, sino las sugerencias en las que, el propio Sheridan afirma la afición a los toros del poeta mayor, e incluso llega a citar algunos pasajes que resultan harto interesantes.

   Mi amigo (y crítico) el historiador Felipe Gálvez me regala una nota que pepenó en sus tenaces visitas a la hemeroteca. Viene del semanario capitalino Así, que dirigía el gran Gregorio Ortega, con quien Paz colaboró: le daba artículos y le acercó plumas como las de Elena Garro, que debutó en sus páginas, y amigos como Julián Gorkin, José Revueltas y Efraín Huerta.

   La nota aparece en el número 47 (4 de octubre de 1941) y relata una visita que hace a la revista, “para echar un poco de relajo”, el “Faraón de Texcoco”, Silverio Pérez. Recibido por Paz, el “torero torerazo” charla con desenfado (“¡Piocha, compadre!”) sobre la próxima temporada, cuyas crónicas Paz ofrece “escribir para Así, en poesía pura”. ¿Lo habrá hecho?

SILVERIO PÉREZ Y OCTAVIO PAZ_1941

   Porque a Paz le gustaban los toros. De niño vio torear a Sánchez Mejías en Puebla, como cuenta en su “Saludo a Rafael Alberti” (1990), poeta de la fiesta grande, como García Lorca y Miguel Hernández. Más que gusto, Paz tuvo por los toros una simpatía que alza el testuz aquí y allá en las praderas de su obra. Por ejemplo, en un poema de 1939, “Los viejos”, mira a los “toros ciegos y violentos / de huracanado luto rodeados”. En “Picasso: el cuerpo a cuerpo con la pintura” (1982) dice:

   En el centro de la plaza, rodeado por las miradas de miles de espectadores, el torero es la imagen de la soledad; por eso, en el momento decisivo, el matador dice a su cuadrilla la frase sacramental: ¡Dejarme solo! Solo frente al toro y solo frente al público.

   Uno de los “Trabajos del poeta” (1949) es más elocuente. Con un guiño a la teoría de Jung –“el sueño es el teatro, y el soñador es la escena, el actor, el utilero, el director y el autor, el público y el crítico”-, narra Paz un delirio de insomne: “Soy una plaza donde embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados […] nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes”.

   En Al vuelo de la página. Diario 1990-2000, libro admirable y nutritivo que acaba de publicar, Juan Malpartida cuenta una visita a Paz en 1994. Hablando de su amor a la fiesta, le contó que todavía frecuentaba la plaza “a principios de los años cincuenta, pero ciertas opiniones de no sé quién –un escrito francés- le hicieron abandonar la afición, y luego de su estancia en la India ya le fue imposible ver el sacrificio”. ¿Quién sería ese francés? Paz conocía bien el hechizo que los toros ejercían en Bataille, cuyo “sistema tauromasoquista” sostiene su Histoire de l´oeil (1928), y a Michel Leiris, cuyo De la literatura considerada como una tauromaquia (1946) fue para Paz “un texto capital de las letras modernas”. En 1966, en La búsqueda del comienzo (escritos sobre el surrealismo), escribe Paz siguiendo sus pasos: “En el toreo el peligro alcanza la dignidad de la forma y ésta la veracidad de la muerte. El torero se encierra en una forma que se abre hacia el riesgo de morir. Es lo que en español llamamos temple: arrojo y afinación musical, dureza y flexibilidad”.

   ¿Habrá sido Claude Simon el antitaurino? Abominaba de los toros por su inconmensurable empatía con los caballos maltratados. En L´Acacia (1989), su precioso ensayo autobiográfico, se lo explica por un relato que le escuchó niño a su madre: cuando un toro despanzurra a un caballo, lo cosen de prisa para que continúe la brega. La horrible escena se convertiría en una imagen de si mismo y aun de la Europa en guerra: “este continente cruzado de cicatrices, como cosen las panzas de los caballos abiertos por los cuernos del toro…”

   En todo caso, por 1972 y por lo menos en público, Paz se ha salido de la plaza: “Odio ese espectáculo infame”, le escribe al poeta Lysander Kemp, que ha publicado un ensayo que repite la vieja conseja antitaurina: “la única bestia que hay en la plaza es el público”. Quizás. Y sin embargo, como se aprecia en la foto, en aquella tarde de 1941, junto al torero, no habría cambiado “por un trono” su barrera de sol…

   Y sin necesidad de ningún aviso o señal que así lo advierta, viene a continuación

Saludo a Rafael Alberti

Octavio Paz

México, agosto de 1990.[7]

   Mi descubrimiento de la poesía moderna de nuestra lengua -una empresa inacabable: todavía ahora descubro islas poéticas sepultadas y constelaciones desconocidas- comenzó cuando yo tenía unos 16 o 17 años y estudiaba el bachillerato en San Ildefonso. Una de mis primeras lecturas fue la de Rafael Alberti. Al leer sus poemas penetré en un mundo en donde las viejas cosas y las gastadas realidades, sin dejar de ser las mismas, eran otras. Habían cambiado de piel y parecían acabadas de nacer, animadas por un entusiasmo contagioso. Leí aquellos poemas – incluso los más tristes y misteriosos- con júbilo, como si cabalgase una ola verde y rosa sobre la movible llanura del mar, poblada de toros, delfines, sirenitas, tritones y muchachas caídas del cielo, intrépidas nadadoras de todos los bósforos del amor -para no hablar de las náyades de la estratósfera, como Miss X, enterrada en el viento del oeste. Fue un ejercicio vital: aprender a beber la luz de cada día, pensar con la piel, ver con la yema de los dedos.

   Por esos años un grupo de jóvenes aprendices y poseídos por ideas radicales -Salvador Toscano, Rafael López Malo, Arnulfo Martínez Lavalle y yo, al que pronto se unieron Manuel Moreno Sánchez, José Alvarado, Enrique Ramírez y otros pocos más- publicamos dos revistas: Barandal y Cuadernos del Valle de México. En la segunda aparecieron algunos poemas de Alberti, uno de nuestros poetas favoritos y cuya reciente adhesión al comunismo nos había entusiasmado. Dos años más tarde, en 1935, llegaron a México Rafael Alberti y María Teresa León.

   Inmediatamente los fuimos a ver e inmediatamente nos conquistaron. Animados por su cordialidad -rara en el mundo literario mexicano- los visitamos con frecuencia en su minúsculo apartamento del recién construido Edificio Ermita, en Tacubaya. Recuerdo algunos paseos con Rafael y fragmentos de conversaciones sobre lo humano y lo divino, más sobre lo primero que sobre lo segundo, Quevedo y Neruda, García Lorca y Sánchez Mejía -muerto hacía poco y al que yo, niño, había visto torear en la Plaza de Puebla-. Aquí terminó Alberti su elegía a la muerte del gran torero, Verte y no verte;[8] aquí la publicó en una preciosa edición ilustrada por Manuel Rodríguez Lozano, el gran dibujante; y aquí la firmó en la antigua plaza de El Toreo, teatro de las batallas de Ignacio Sánchez Mejía y Rodolfo Gaona. La estancia de los Alberti fue memorable y dejó, entre las montañas y el aire fino del Altiplano, un poco del mar de Cádiz, revestido de armadura azul y jinete en un caballo de sal.

   He mencionado a Cádiz y debo hacer un brevísimo paréntesis: yo me siento un poco paisano de Alberti no sólo por la poesía, cuya sangre, aunque invisible, nos vuelve hermanos a todos los poetas, sino por la tierra: mis abuelos maternos eran de la provincia de Cádiz, mi abuelo de Medinasidonia y mi abuela del Puerto de Santa María. Por esto, quizá, cuando leí por primera vez sus poemas, me pareció que no sólo descubría una poesía nueva sino que recobraba un pasado muy antiguo y que, siendo ajeno, también era mío.

   Mi segundo encuentro con Rafael Alberti fue en Madrid, en 1937. Recuerdo las bombas y los escombros, las calles a oscuras y la gente con hambre, un batallón de soldados muertos de sueño doblando una esquina y las colas de las mujeres en las panaderías; también recuerdo la extraña, alegre animación de la ciudad martirizada, la fiebre y la pasión compartidas, la terca esperanza -única sobreviviente en los diarios desastres-, la melancólica conversación durante algún paseo por el Parque del Retiro, las carreras entre la arboleda y las yerbas altas de Niebla, el hermoso perro de Rafael (debería haberse llamado, por sus saltos en zig zag, Rayo). Hubo un tercer encuentro, fugaz, en 1967, en Spoletto, en el Festival de Poesía, al que concurrió también Stephen Spender, otro de los sobrevivientes de aquel Madrid de 1937. Para entonces ya la historia, siempre cruel, nos había separado. Por honradez debo decirlo. No reviven querellas; tampoco reniego de lo que pensé y pienso; digo, simplemente, que siempre he visto a Rafael Alberti, desde la otra orilla que es mi orilla, como uno de nuestros pararrayos poéticos, en el sentido que daba Rubén Darío a esta palabra:

Torres de Dios, poetas,

pararrayos celestes…

   Ahora la misma historia -o para llamarla con otro de sus nombres, tal vez el verdadero: el destino- nos ha vuelto a unir: Rafael Alberti ha regresado a las altas tierras de México. Lo saludo y le ofrezco, simbólicamente, una pluma azul y verde de colibrí, el pájaro que bebe la sangre del sol, para que la deje caer, como una semilla, en la tierra de Cádiz. Se convertirá en un árbol y a su sombra conversarán los poetas de América y de España.

Disponible en internet, junio 12, 2015 en:

http://www.lainsignia.org/2004/enero/cul_011.htm


[1] Octavio Paz: ¿Águila o sol? Portada e ilustraciones de Rufino Tamayo. México, 3º reimpr. Fondo de cultura económica, 2003. 102 p. Ils. (Colección popular, 123).

[2] Op. Cit., p. 15-16. Este primer material, corresponde a “Trabajos del poeta”, obra de 1949.

[3] Ibidem., p. 82. ¿Águila o sol?, es una obra escrita entre 1949 y 1950.

[4] José María de Cossío: LOS TOROS. TRATADO TÉCNICO E HISTÓRICO. Madrid, Espasa Calpe, T. VII, 1088 p., retrs., fots., p. 295-296. Además: Roldán: Poesía universal…, op. cit., V. II., p. 89-90.

[5] Octavio Paz. Libertad bajo palabra. México, Fondo de Cultura Económica, 1983. 1ª edición en Lecturas Mexicanas. 262 p. (Lecturas Mexicanas, 4), p. 153.

[6] Guillermo Sheridan: “El Poeta y el Torero”. Disponible en internet, junio 12 de 2015 en:

http://www.letraslibres.com/revista/columnas/el-poeta-y-el-torero

[7] Texto leído por Carlos Fuentes en el homenaje que se realizó en agosto de 1990 al poeta gaditano, en el teatro Julio Jiménez Rueda de la ciudad de México.

[8] Al culminar su elegía, se descubre la fecha y el sitio en que ocurrió tal circunstancia: “Plaza de toros El Toreo. México, 13 de agosto de 1935.

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¡¡¡NOVEDAD, NOVEDAD!!! ¡¡¡ANUARIO TAURINO MEXICANO, 1887 HABEMUS!!!

RECOMENDACIONES Y LITERATURA.  

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Con gusto comparto la reciente noticia: El “Anuario Taurino Mexicano, 1887” acaba de ser editado en las “prensas digitales” de esta “casa” y se une a los ya publicados o editados, y que corresponden a los años: 1852, 1853, 1885 y 1886. El de 1887 quinto de un proyecto de largo aliento, reúne noticias, datos, estadísticas, imágenes, facsímiles, grabados y demás asuntos que permiten entender el comportamiento de uno de los años clave en la historia del toreo en nuestro país. Apenas unos días antes de que concluyera 1886, quedó derogado el decreto que, impuesto desde 1867 había impedido la celebración de festejos taurinos en la ciudad de México. Sus efectos fueron recibidos con pronta respuesta por parte de algunos empresarios, quienes de inmediato se centraron en la construcción de la primera de seis plazas que funcionaron a partir de entonces en la capital del país. Me refiero a la plaza de “San Rafael”, levantada en la antigua Colonia de los Arquitectos. Se inauguró el 20 de febrero de 1887. Meses más adelante compartieron nuevos espacios, recintos como los de “Colón”, “Paseo”, “Bernardo Gaviño”, “San Ángel” y “Coliseo”. Estos son apenas unos cuantos datos que arroja un trabajo de 351 páginas y, para que tengan una idea de la dinámica de festejos que se desarrollaron en la república por entonces, incluyo el siguiente

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BALANCE DE LOS FESTEJOS TAURINOS CELEBRADOS EN MÉXICO DURANTE 1887

   Además, advierto que “Por otro lado, existen toda una serie de referencias periodísticas que afirman la celebración de festejos taurinos en sitios tan alejados como los de algunas plazas en la península de Yucatán –por ejemplo-, o de otros tantos que mencionan los toreros a su regreso a México, como aquellos registros que comparten en El Arte de la Lidia, dando con ello informe de sus últimas actuaciones, que no pongo en duda. Lamentablemente, cuando no hay fechas que así lo confirmen, ese solo argumento me llevó a no incluir tales datos en el “Balance”. Espero que el lector comparta esta misma conclusión. También sugiero no olvidar aquellos datos que reúnen las actuaciones de Ponciano Díaz o los de la presencia de la ganadería de Santín también agregados aquí. (El autor)”.

   Ha sido un largo trabajo de acopio que tuvo como propósito reunir la mayor parte posible de datos localizados sobre todo en la prensa y otras tantas fuentes donde el tema taurino trascendía, para bien o para mal en la opinión pública. Incluye además una sección muy especial: la de la poesía que se publicó también en aquel 1887, la mayoría dedicada al torero de moda, a la figura del momento, al icono y estereotipo de la torería nacional: Ponciano Díaz. Aquí un ejemplo:

¡VIVAN ESPAÑA Y MÉXICO!

¡VIVA PONCIANO DÍAZ!

 No sólo bajo el cielo de Sevilla

Se levantan valientes caballeros,

Taurófilos osados y guerreros

Cuyo mérito llega a maravilla.

 

América también como Castilla

De corazones animosos, fieros,

A la vez que indomables y sinceros

Hombres que nunca doblan la rodilla.

 

Así como al calor vivificante,

De León hispano se formó Gaviño,

Así de junto al Águila arrogante

Se alzó Ponciano, gigantesco niño…

¡Españoles! juzgadlo sin malicia,

No os pido compasión, sólo justicia.

 

México, 21 de Agosto de 1887.

 M. y Ávila.

    Pues bien, estas son apenas unos cuantos adelantos del “Anuario Taurino Mexicano, 1887”, del que ya en otras colaboraciones tuve a bien compartir sus avances y que hoy se encuentra listo para su posible publicación en papel o digitalmente, todo dependerá de posibles y potenciales interesados que apuesten por un proyecto editorial de dicha naturaleza. Espero tenga alguna respuesta positiva al respecto. Mientras tanto, les dejo también otro adelanto, la ficha respectiva y su portada:

José Francisco Coello Ugalde: “Anuario Taurino Mexicano, 1887”. México, 2015. 351 p. Ils., fots., grabs., tablas, facs. (Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 109. Anuario de avisos, carteles y noticias taurinos mexicanos. Siglos XVI-XXI. Siglo XIX, 1887).

AHTM109_1887_PORTADA

Portada del “Anuario Taurino Mexicano, 1887”, obra de José Francisco Coello Ugalde.

Por cierto, para ubicar los libros electrónicos correspondientes a los años 1852, 1853 y 1885 pongo a su disposición las ligas donde podrán consultarlos:

1852, LIBRO ELECTRÓNICO EN LA PÁGINA:

http://mexicomio.com.mx/html/libros.php?f=4775434/7855065&cat=c

1853, LIBRO ELECTRÓNICO EN LA PÁGINA:

http://www.mexicomio.com.mx/html/libros.php?f=4775434/10142314&cat=c

1885, LIBRO ELECTRÓNICO EN LA PÁGINA:

http://www.mexicomio.com.mx/html/libros.php?f=4775434/10569544&cat=c

   Fue precisamente en el portal «Méxicomío.com.mx» donde Oskar Ruizesparza, su responsable, tuvo la certeza de incorporarlos en el rico «menú» de dicha opción digital. Sin su apoyo, esto simplemente no hubiera sido posible.

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SOBRE UN TEXTO DE PEDRO ROMERO DE SOLÍS…

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

LA NUEVA, Y MUY NUEVA ESPAÑA QUE SE MONTÓ A CABALLO CONDUCIENDO GANADOS, Y OTRAS AVENTURAS. OBLIGADA RE-LECTURA A UN TEXTO DE PEDRO ROMERO DE SOLÍS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Como resultado de intensas investigaciones, de campo y de gabinete realizadas hace varios años, comparto a continuación un segmento de mi trabajo:

ATENCO: LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX. ESPLENDOR Y PERMANENCIA.

AHTM_16TDH_PORTADA

TESIS (GRADO: DOCTORADO). 251 + 927 p. (ANEXOS). Actualmente, la situación de este proyecto, que se encuentra en calidad de candidatura al doctorado, tiene como único pendiente su deliberación y examen de grado.

   De dichos trabajos, emana el ensayo que da título a la presente colaboración. Dada su extensión, debo adelantar a los interesados que omitiré notas a pie de página e imágenes, pero que quienes tengan interés de conocerlo en forma completa, ojalá lo hagan enviando algún mensaje al correo: josecoello1962@hotmail.com

   Para facilitar su lectura, lo pongo a su disposición en archivo PDF. Gracias.

SOBRE UN TEXTO DE PEDRO ROMERO DE SOLÍS…

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