OCTAVIO PAZ Y SU CERCANÍA DISTANTE CON LOS TOROS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 

   Octavio Paz viviendo en un barrio tan inmediato a la plaza de toros “México”, acudió a ella con cierta frecuencia, como lo veremos más adelante. Octavio Paz también nos revela alguna fascinación, sobre todo con aquel encanto que produjo el encuentro habido con Rafael Alberti y del que su mejor apunte es un texto maravilloso –“Saludo a Rafael Alberti”-. Octavio Paz inevitablemente escribió algunas cosas donde la tauromaquia se convierte en un elemento literario que ahora pretendo abordar, como resultado de una interesante columna que José Cueli ha publicado hoy, viernes 12 de junio de 2015 en las páginas de La Jornada, y desde cuyo texto evocando de “¿Aguila o sol?” a “Libertad bajo palabra”, también procura analizar alguna democracia en cierne tras, los efectos de las más recientes elecciones habidas en nuestro país. Además, y como sicoanalista, el maestro Cueli ha construido un escenario muy particular, mismo que queda tan claramente definido en “¡Mira que te mira mira que tira cornadas! el miura…” Y es que los Miuras, toros de oscura leyenda, cerraron la última versión de la feria de “San Isidro” en Madrid, España.

   En 1951 apareció por primera vez ¿Águila o sol?[1] de Octavio Paz. De hecho, más adelante, cuando el lector tenga oportunidad de llegar al año 1975, verá la forma en como José María de Cossío se ocupa de esta misma obra, ateniéndome al año en que el tratadista español publicó su célebre enciclopedia de LOS TOROS. Sin embargo, en una lectura detenida a esta obra, encuentro otra serie de citas que escaparon a la vista del citado autor, por lo que me parece oportuno recogerlas aquí, tratando, en lo posible, de no mostrar un trabajo fraccionado. En aquella parte se ignoran los siguientes pasajes:

(…) se presentan Tedevoro y Tevomito, Tli, Mundoinmundo, Carnaza, Carroña y Escarnio. Ninguno y los otros, que son mil y nadie, un minuto y jamás. Finjo no verlos y sigo mi trabajo, la conversación un instante suspendida, las sumas y las restas, la vida cotidiana. Secreta y activamente me ocupo de ellos. La nube preñada de palabras viene, dócil y sombría, a suspenderse sobre mi cabeza, balanceándose, mugiendo como un animal herido. Hundo la mano en ese saco caliginoso y extraigo lo que encuentro: un cuerno astillado, un rayo enmohecido, un hueso modo. Con esos trastos me defiendo, apaleo a los visitantes, corto orejas, combato a brazo partido largas horas de silencio al raso (…)[2]

OCTAVIO PAZ EN SU JUVENTUD

Disponible en internet, junio 12, 2015 en: http://airenuestro.com/tag/octavio-paz/

   Ya en ¿Águila o sol?, se registra otro desbordamiento del poeta aludiendo el tema taurino. Precisamente lo encontramos en la parte conocida como “La Higuera”:

¡Leer mi destino en las líneas de la palma de una hoja de higuera! Te prometo luchas y un gran combate solitario contra un ser sin cuerpo. Te prometo una tarde de toros y una cornada y una ovación. (…)[3]

OCTAVIO PAZ (1960)

VIRGEN

 I

 Ella cierra los ojos y en su adentro

está desnuda y niña, al pie del árbol.

Reposan a su sombra el tigre, el toro.

Tres corderos de bruma le da al tigre,

tres palomas al toro, sangre y plumas.

Ni plegarias de humo quiere el tigre

ni palomas el toro: a ti te quieren.

Y vuelan las palomas, vuela el toro,

y ella también, desnuda vía láctea,

vuela en un cielo visceral, oscuro.

Un maligno puñal ojos de gato

y amarillentas alas de petate

la sigue entre los aires. Y ella lucha

y vence a la serpiente, vence al águila,

y sobre el cuerpo de la luna asciende… 

II 

Por los espacios gira la doncella.

nubes errantes, torbellinos, aire.

El cielo es una boca que bosteza,

boca de tiburón en donde ríen,

afilados relámpagos, los astros.

vestida de azucena ella se acerca

y le arranca los diente al dormido

y al aire sin edades los arroja:

Islas que parpadean cayeron las estrellas,

cayó al mantel la sal desparramada,

lluvia de plumas fue la garza herida,

se quebró la guitarra y el espejo

también, como la luna, cayó en trizas.

Y la estatua cayó. Viriles miembros

se retorcieron en el polvo, vivos. 

III 

Rocas y mar. El sol envejecido

queman las piedras que la mar amarga.

Cielo de piedra. Mar de piedra. Nadie.

Arrodillada cava las arenas,

cava la piedra con las unas rotas.

¿A qué desenterrar del polvo estatuas?

La boca de los muertos está muerta.

Sobre la alfombra junta las figuras

de su rompecabezas infinito.

Y siempre falta una, sólo una,

y nadie sabe dónde está, secreta.

En la sala platican las visitas.

El viento gime en el jardín en sombras.

Está enterrada al pie del árbol. ¿Quién?

La llave, la palabra, la sortija…

Pero es muy tarde ya, todos se han ido,

su madre sola al pie de la escalera

es una llama que se desvanece

y crece la marea de lo oscuro

y borra los peldaños uno a uno

y se aleja al jardín y ella se aleja

en la noche embarcada… 

IV 

Al pie del árbol otra vez. No hay nada:

latas, botellas rotas, un cuchillo,

los restos de un domingo ya oxidado.

Muge el toro sansón, herido y solo

por los sinfines de la noche en ruinas

y por los prados amarillos rondan

el león calvo, el tigre despintado.

Ella se aleja del jardín desierto

y por calles lluviosas llega a casa.

Llama, mas nadie le contesta; avanza

y no hay nadie detrás de cada puerta

y va de nadie a puerta hasta que llega

a la última puerta, la tapiada,

la que el padre cerraba cada noche.

Busca la llave pero se ha perdido,

la golpea, la araña, la golpea,

durante siglos la golpea

y la puerta es más alta a cada golpe.

Ella ya no la alcanza y sólo aguarda

sentada en su sillita que alguien abra:

Señor, abre las puertas de tu nube,

abre tus cicatrices mal cerradas,

llueve sobre mis senos arrugados,

llueve sobre los huesos y las piedras,

que tu semilla rompa la corteza,

la costra de mi sangre endurecida.

Devuélveme a la noche del Principio,

de tu costado desprendida sea

planeta opaco que tu luz enciende. 

(Berkeley, 1944)

OCTAVIO PAZ EN SU PRIMERA MADUREZ

Disponible en internet, junio 12, 2015 en:

http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2014/0406/suplementos.php?id=3183

   Octavio Paz, poeta, ensayista y crítico de excepcional categoría. En su obra aparece el tema taurino, en versos cristalinos y misteriosos a la vez. Aquí, la muestra:

Ella cierra los ojos y en su adentro… 

Ella cierra los ojos y en su adentro

está desnuda y niña, al pie del árbol.

Reposan a su sombra el tigre, el toro.

Tres corderos de bruma le da al tigre,

tres palomas al toro, sangre y pluma

ni plegarias de humo quiere el tigre

ni palomas el toro: a ti te quieren.

   En un fragmento de prosa poética, «Trabajos del poeta», éste se ha acostado pero no consigue dormir y explora, con la lucidez de la vigilia involuntaria, su personal laberinto de la soledad. La metáfora taurina surge con naturalidad en su mente, en su pluma:

… Me siento en la cama, pero no puedo dormir. Mis ojos giran en el centro de un cuarto negro, donde todo duerme con ese dormir final y desamparado con que duermen los objetos cuyos dueños han muerto o se han ido de pronto y para siempre, sueño obtuso de objeto entregado a su propia pesadez inanimada, sin calor de mano que lo acaricie o lo pula, sin presión de pulso que interrumpa su bruto dormir a pierna suelta o, más exactamente, a pierna muerta, arrancada de un tronco todavía vivo que se retuerce mientras ella ronca, ahíta de silencio y de reposo, materia satisfecha y anestesiada por su propia satisfacción, mineralizada por la ausencia del cuerpo que la obligaba a vivir y condolerse. Mis ojos palpan inútilmente el ropero, la silla, la mesa, objetos que me deben la vida pero que se niegan a reconocerme y a compartir conmigo estas horas. Me quedo quieto en medio de la gran explanada egipcia. Pirámides y conos de sombra que finge una inmortalidad de momia. Nunca podré levantarme. Nunca será otro día. Estoy muerto. Estoy vivo. No estoy aquí. Nunca me he movido de este lecho. Jamás podré levantarme. Soy una capa donde embisto, capaz ilusorias que tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. La ataco, mas cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de mis labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable. Me incorporo: apenas es la una. Me estiro, mis pies salen de mi cuarto, mi cabeza horada las paredes. Me extiendo por lo inmenso como las raíces de un árbol sagrado, como la música, como el mar. La noche se llena de patas, dientes, garras, ventosas. ¿Cómo defender este cuerpo demasiado grande? ¿Qué harán, a kilómetros de distancia, los dedos de mis pies, los de mis manos, mis orejas? Me encojo lentamente. Cruje la cama, cruje mi esqueleto, rechinan los goznes del mundo…

   Esta es una respuesta -una más- a los que identifican la fiesta de los toros con el casticismo localista, cerril, la ideología derechista o la incultura.[4]

¡Mira que te mira mira que tira cornadas! el miura… José Cueli. 

Don Tancredo –mira que te mira el miura, mira que tira cornadas a la ingle– presente en la Feria de San Isidro en España con los toros asesinos de Miura, este domingo pasado. Don Tancredo presente en las elecciones mexicanas el mismo día –Alba o Crepúsculo– con los miura enemigos de la democracia que suman y suman muertos. En ambas actuaciones Don Tancredo, quieto como estatua deja llegar de cornadas como muerto e indestructible resucita… al perderle el respeto alMiura e impedir que se haga dueño del ruedo.

Octavio Paz le canta:

Estoy muerto.
Estoy vivo.
No estoy vivo.
Nunca me he movido de este
lecho

Jamás podré levantarme.
Soy una capa donde embisto,
capas ilusorias que tienden
toreros enlutados.

Don Tancredo se yergue en el
centro, relámpago de yeso.
Lo ataco, mas cuando estoy a
punto de derribarlo

hay alguien que llega al
quite.

Embisto de nuevo, bajo la
rechifla de mis labios
inmensos, que ocupan todos
los tendidos.

Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable.

Don Tancredo (Libertad bajo palabra) la asoció a Alba o Crepúsculo ambos de Octavio Paz. Metáfora que facilita la comparación entre ambos escritos y abre caminos a las ideas del premio Nobel sobre la democracia bellamente expresadas.

En Alba o Crepúsculo, se pregunta Octavio Paz: ¿Seremos capaces de convivir en democracia abierta con todos sus riesgos y limitaciones? y contesta: El pluralismo es relativismo, y el relativismo es tolerancia. En las democracias modernas no hay verdades absolutas, ni partidos depositarios de esas verdades. Las absolutas pertenecen a la vida privada: Son del dominio de las creencias religiosas, o de las convicciones filosóficas. En las sociedades abiertas las derrotas son provisionales y las victorias relativas.

En nuestro país, esta transmisión resulta difícil, debido a nuestras desigualdades económicas, educativas y sociales, amén de las geográficas y las sicopatológicas. Estas últimas definidas por nuestras grandes pérdidas, provocaron neurosis traumáticas colectivas que se agravan cada año acompañadas de ciclones, huracanes, etcétera, que dejan desolación y muerte en los más lastimados. Patología que lleva una y otra vez a idealizar un país grandioso, máscara de nuestra carencia, expresada y simbolizada en poblaciones de marginados a punto de hambruna. Las consecuencias mentales: graves detenciones del desarrollo sicológico por secuelas de graves traumas, que arrastramos desde la cruel conquista, la pérdida del territorio, vidas en la revolución, hoy día, ¿el petróleo?, hijos, bienes personales o familias que da una sintomatología especial: Todo o nada, que dice Octavio Paz.

Vida desordenada que se da entre chistes y transas, deudas y cachondeos, manías y depresiones, en las áreas del acontecer social, familiar, sexual, social, laboral o institucional que repercuten: en lo económico, poblacional, epidemiológico o político. Neurosis traumática, expresada en el todo o nada, narcisismo individual y colectivo, anterior a la teórica expresión del voto, donde se repiten componentes traumáticos. Sólo una educación adecuada, masiva, gradual, llevará a la elaboración de los múltiples duelos que sin elaborar paseamos como panteones ambulantes: decenas de planes de desarrollo (estudios), uno nuevo o más por cada gobierno, expresión de pérdidas de nuestra sicología traumatizada, sin constancia de objetos (clave del desarrollo sicológico), armonioso, incompatible con la democracia vivida como un ideal, fuera de la realidad.

Esto no quiere decir que no se deba luchar por la democracia, sino lo contrario. La lucha empezaría por ubicar los problemas como hace Paz, darles solución, desidealizándolos, forma de exorcizar demonios. La idealización opuesta a una verdadera relación encubre persecuciones expresadas –creo–, es el afecto más significativo hoy día: la desconfianza, cuyo origen está en las mil formas de abandono.

Octavio Paz, genial, claro, centra la pregunta del momento. ¿Podemos abdicar del todo o nada?

Disponible en internet, junio 12, 2015 en:

http://www.jornada.unam.mx/2015/06/12/cultura/a08a1cul

   La versión tal cual nos la propone Octavio Paz, procede de la prosa desplegada en “¿Águila o Sol?” como sigue:

“(…) Me quedo quieto en medio de la gran explanada egipcia. Pirámides y conos de sombra me fingen una inmortalidad de momia. Nunca podré levantarme. Nunca será otro día. Estoy muerto. Estoy vivo. No estoy aquí. Nunca me he movido de este lecho. Jamás podré levantarme. Soy una plaza donde embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. Lo ataco, mas cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de mis labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable (…)”[5]

   Por su parte, Guillermo Sheridan, escribió una interesante evocación en torno a Octavio Paz, en LETRAS LIBRES de abril de 2012, y en su célebre SALTAPATRAS “El Poeta y el Torero”,[6] refiriéndose a una interesante fotografía en la que aparece el célebre poeta, junto también, al célebre torero mexicano Silverio Pérez, que por aquel año de 1941, estaba alcanzando estaturas envidiables que solo concede la fama. El texto sugiere lo ocurrido no solo en la redacción de una revista en que Paz fue colaborador, sino las sugerencias en las que, el propio Sheridan afirma la afición a los toros del poeta mayor, e incluso llega a citar algunos pasajes que resultan harto interesantes.

   Mi amigo (y crítico) el historiador Felipe Gálvez me regala una nota que pepenó en sus tenaces visitas a la hemeroteca. Viene del semanario capitalino Así, que dirigía el gran Gregorio Ortega, con quien Paz colaboró: le daba artículos y le acercó plumas como las de Elena Garro, que debutó en sus páginas, y amigos como Julián Gorkin, José Revueltas y Efraín Huerta.

   La nota aparece en el número 47 (4 de octubre de 1941) y relata una visita que hace a la revista, “para echar un poco de relajo”, el “Faraón de Texcoco”, Silverio Pérez. Recibido por Paz, el “torero torerazo” charla con desenfado (“¡Piocha, compadre!”) sobre la próxima temporada, cuyas crónicas Paz ofrece “escribir para Así, en poesía pura”. ¿Lo habrá hecho?

SILVERIO PÉREZ Y OCTAVIO PAZ_1941

   Porque a Paz le gustaban los toros. De niño vio torear a Sánchez Mejías en Puebla, como cuenta en su “Saludo a Rafael Alberti” (1990), poeta de la fiesta grande, como García Lorca y Miguel Hernández. Más que gusto, Paz tuvo por los toros una simpatía que alza el testuz aquí y allá en las praderas de su obra. Por ejemplo, en un poema de 1939, “Los viejos”, mira a los “toros ciegos y violentos / de huracanado luto rodeados”. En “Picasso: el cuerpo a cuerpo con la pintura” (1982) dice:

   En el centro de la plaza, rodeado por las miradas de miles de espectadores, el torero es la imagen de la soledad; por eso, en el momento decisivo, el matador dice a su cuadrilla la frase sacramental: ¡Dejarme solo! Solo frente al toro y solo frente al público.

   Uno de los “Trabajos del poeta” (1949) es más elocuente. Con un guiño a la teoría de Jung –“el sueño es el teatro, y el soñador es la escena, el actor, el utilero, el director y el autor, el público y el crítico”-, narra Paz un delirio de insomne: “Soy una plaza donde embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados […] nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes”.

   En Al vuelo de la página. Diario 1990-2000, libro admirable y nutritivo que acaba de publicar, Juan Malpartida cuenta una visita a Paz en 1994. Hablando de su amor a la fiesta, le contó que todavía frecuentaba la plaza “a principios de los años cincuenta, pero ciertas opiniones de no sé quién –un escrito francés- le hicieron abandonar la afición, y luego de su estancia en la India ya le fue imposible ver el sacrificio”. ¿Quién sería ese francés? Paz conocía bien el hechizo que los toros ejercían en Bataille, cuyo “sistema tauromasoquista” sostiene su Histoire de l´oeil (1928), y a Michel Leiris, cuyo De la literatura considerada como una tauromaquia (1946) fue para Paz “un texto capital de las letras modernas”. En 1966, en La búsqueda del comienzo (escritos sobre el surrealismo), escribe Paz siguiendo sus pasos: “En el toreo el peligro alcanza la dignidad de la forma y ésta la veracidad de la muerte. El torero se encierra en una forma que se abre hacia el riesgo de morir. Es lo que en español llamamos temple: arrojo y afinación musical, dureza y flexibilidad”.

   ¿Habrá sido Claude Simon el antitaurino? Abominaba de los toros por su inconmensurable empatía con los caballos maltratados. En L´Acacia (1989), su precioso ensayo autobiográfico, se lo explica por un relato que le escuchó niño a su madre: cuando un toro despanzurra a un caballo, lo cosen de prisa para que continúe la brega. La horrible escena se convertiría en una imagen de si mismo y aun de la Europa en guerra: “este continente cruzado de cicatrices, como cosen las panzas de los caballos abiertos por los cuernos del toro…”

   En todo caso, por 1972 y por lo menos en público, Paz se ha salido de la plaza: “Odio ese espectáculo infame”, le escribe al poeta Lysander Kemp, que ha publicado un ensayo que repite la vieja conseja antitaurina: “la única bestia que hay en la plaza es el público”. Quizás. Y sin embargo, como se aprecia en la foto, en aquella tarde de 1941, junto al torero, no habría cambiado “por un trono” su barrera de sol…

   Y sin necesidad de ningún aviso o señal que así lo advierta, viene a continuación

Saludo a Rafael Alberti

Octavio Paz

México, agosto de 1990.[7]

   Mi descubrimiento de la poesía moderna de nuestra lengua -una empresa inacabable: todavía ahora descubro islas poéticas sepultadas y constelaciones desconocidas- comenzó cuando yo tenía unos 16 o 17 años y estudiaba el bachillerato en San Ildefonso. Una de mis primeras lecturas fue la de Rafael Alberti. Al leer sus poemas penetré en un mundo en donde las viejas cosas y las gastadas realidades, sin dejar de ser las mismas, eran otras. Habían cambiado de piel y parecían acabadas de nacer, animadas por un entusiasmo contagioso. Leí aquellos poemas – incluso los más tristes y misteriosos- con júbilo, como si cabalgase una ola verde y rosa sobre la movible llanura del mar, poblada de toros, delfines, sirenitas, tritones y muchachas caídas del cielo, intrépidas nadadoras de todos los bósforos del amor -para no hablar de las náyades de la estratósfera, como Miss X, enterrada en el viento del oeste. Fue un ejercicio vital: aprender a beber la luz de cada día, pensar con la piel, ver con la yema de los dedos.

   Por esos años un grupo de jóvenes aprendices y poseídos por ideas radicales -Salvador Toscano, Rafael López Malo, Arnulfo Martínez Lavalle y yo, al que pronto se unieron Manuel Moreno Sánchez, José Alvarado, Enrique Ramírez y otros pocos más- publicamos dos revistas: Barandal y Cuadernos del Valle de México. En la segunda aparecieron algunos poemas de Alberti, uno de nuestros poetas favoritos y cuya reciente adhesión al comunismo nos había entusiasmado. Dos años más tarde, en 1935, llegaron a México Rafael Alberti y María Teresa León.

   Inmediatamente los fuimos a ver e inmediatamente nos conquistaron. Animados por su cordialidad -rara en el mundo literario mexicano- los visitamos con frecuencia en su minúsculo apartamento del recién construido Edificio Ermita, en Tacubaya. Recuerdo algunos paseos con Rafael y fragmentos de conversaciones sobre lo humano y lo divino, más sobre lo primero que sobre lo segundo, Quevedo y Neruda, García Lorca y Sánchez Mejía -muerto hacía poco y al que yo, niño, había visto torear en la Plaza de Puebla-. Aquí terminó Alberti su elegía a la muerte del gran torero, Verte y no verte;[8] aquí la publicó en una preciosa edición ilustrada por Manuel Rodríguez Lozano, el gran dibujante; y aquí la firmó en la antigua plaza de El Toreo, teatro de las batallas de Ignacio Sánchez Mejía y Rodolfo Gaona. La estancia de los Alberti fue memorable y dejó, entre las montañas y el aire fino del Altiplano, un poco del mar de Cádiz, revestido de armadura azul y jinete en un caballo de sal.

   He mencionado a Cádiz y debo hacer un brevísimo paréntesis: yo me siento un poco paisano de Alberti no sólo por la poesía, cuya sangre, aunque invisible, nos vuelve hermanos a todos los poetas, sino por la tierra: mis abuelos maternos eran de la provincia de Cádiz, mi abuelo de Medinasidonia y mi abuela del Puerto de Santa María. Por esto, quizá, cuando leí por primera vez sus poemas, me pareció que no sólo descubría una poesía nueva sino que recobraba un pasado muy antiguo y que, siendo ajeno, también era mío.

   Mi segundo encuentro con Rafael Alberti fue en Madrid, en 1937. Recuerdo las bombas y los escombros, las calles a oscuras y la gente con hambre, un batallón de soldados muertos de sueño doblando una esquina y las colas de las mujeres en las panaderías; también recuerdo la extraña, alegre animación de la ciudad martirizada, la fiebre y la pasión compartidas, la terca esperanza -única sobreviviente en los diarios desastres-, la melancólica conversación durante algún paseo por el Parque del Retiro, las carreras entre la arboleda y las yerbas altas de Niebla, el hermoso perro de Rafael (debería haberse llamado, por sus saltos en zig zag, Rayo). Hubo un tercer encuentro, fugaz, en 1967, en Spoletto, en el Festival de Poesía, al que concurrió también Stephen Spender, otro de los sobrevivientes de aquel Madrid de 1937. Para entonces ya la historia, siempre cruel, nos había separado. Por honradez debo decirlo. No reviven querellas; tampoco reniego de lo que pensé y pienso; digo, simplemente, que siempre he visto a Rafael Alberti, desde la otra orilla que es mi orilla, como uno de nuestros pararrayos poéticos, en el sentido que daba Rubén Darío a esta palabra:

Torres de Dios, poetas,

pararrayos celestes…

   Ahora la misma historia -o para llamarla con otro de sus nombres, tal vez el verdadero: el destino- nos ha vuelto a unir: Rafael Alberti ha regresado a las altas tierras de México. Lo saludo y le ofrezco, simbólicamente, una pluma azul y verde de colibrí, el pájaro que bebe la sangre del sol, para que la deje caer, como una semilla, en la tierra de Cádiz. Se convertirá en un árbol y a su sombra conversarán los poetas de América y de España.

Disponible en internet, junio 12, 2015 en:

http://www.lainsignia.org/2004/enero/cul_011.htm


[1] Octavio Paz: ¿Águila o sol? Portada e ilustraciones de Rufino Tamayo. México, 3º reimpr. Fondo de cultura económica, 2003. 102 p. Ils. (Colección popular, 123).

[2] Op. Cit., p. 15-16. Este primer material, corresponde a “Trabajos del poeta”, obra de 1949.

[3] Ibidem., p. 82. ¿Águila o sol?, es una obra escrita entre 1949 y 1950.

[4] José María de Cossío: LOS TOROS. TRATADO TÉCNICO E HISTÓRICO. Madrid, Espasa Calpe, T. VII, 1088 p., retrs., fots., p. 295-296. Además: Roldán: Poesía universal…, op. cit., V. II., p. 89-90.

[5] Octavio Paz. Libertad bajo palabra. México, Fondo de Cultura Económica, 1983. 1ª edición en Lecturas Mexicanas. 262 p. (Lecturas Mexicanas, 4), p. 153.

[6] Guillermo Sheridan: “El Poeta y el Torero”. Disponible en internet, junio 12 de 2015 en:

http://www.letraslibres.com/revista/columnas/el-poeta-y-el-torero

[7] Texto leído por Carlos Fuentes en el homenaje que se realizó en agosto de 1990 al poeta gaditano, en el teatro Julio Jiménez Rueda de la ciudad de México.

[8] Al culminar su elegía, se descubre la fecha y el sitio en que ocurrió tal circunstancia: “Plaza de toros El Toreo. México, 13 de agosto de 1935.

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