DEL ANECDOTARIO TAURINO MEXICANO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Los fantasmas son invenciones que, deliberadamente ha creado el hombre como un artificio figurado para causar temor o fantasía. El problema surge en el momento en que su “presencia” adquiere sello de realidad y donde más de uno lo cree a pie juntillas, pues afirma haberlos visto, cargando con el susto de rigor.
Novelas como “El fantasma de Canterville” de Oscar Wilde le dan forma a dichas figuras, hasta el punto de que cada uno de los lectores se forja un fantasma diferente. Por estos días, un extraño personaje de carne y hueso, ostentando el alias de “El Fantasma” se presentó, previa publicidad en la plaza de toros de San Miguel el Alto (Jalisco) para dejar evidencia de una gesta. Se trata de un incipiente novillero que fue capaz de dar cara a un toro, de esos que con mucha frecuencia no quieren ver ni en pintura los matadores. Y “El Fantasma” se presentó llevando una peculiar máscara de luchador, cuya “coleta” no era sino el atado de aquel elemento decorativo con el que terminó escamoteando no solo la figura corporal, sino su rostro.
La puesta en escena que es la corrida de toros en cuanto tal, ha admitido a lo largo de varios siglos diversas expresiones donde sus protagonistas han buscado preservar los elementos de un vestuario el cual se modifica en aras de imponer tendencias pero sin alterar tan radicalmente el principio elemental para el que fueron concebidos. Sin embargo esta última modificación la de la máscara, violenta y agrede una serie de representaciones costumbristas para las cuales no hay dictados específicos pero que los más iconoclastas y contestatarios respetan (me parece que el caso más reciente, el de Jorge de Jesús Glison es más evidente). Por tanto, y para evitar una lectura híbrida, la de dos figuras majestuosas: el torero y el luchador, este personaje deberá decidirse ente “Pepe Hillo” y Pancracio; entre “Cúchares” y la parafernalia que la lucha libre ha impuesto llevada de la mano de la modernidad.
Llamar la atención fue su propósito, y además lo consiguió. Por todo lo anterior, me parece que per se, exacerba el sentido que la sola figura del torero ha sido capaz de construir, partiendo de aquella búsqueda elemental de llamar la atención. Esto podría ser mejor visto en obras cinematográficas como “El Zorro”, “El llanero solitario”, “El hombre araña”, “Batman”, “Superman” y muchas otras, pero se estrella en los toros, por más buenas intenciones que haya al respecto. Basta y sobra con que un torero adquiera fama si lo que debe haber de por medio es personalidad, valor. Con el hecho de ostentar ese elemento decorativo, al “Fantasma” no le ayuda sino para descomponer su figura “escamoteando” como ya lo advertía, la singular representación del torero en la plaza.
En torno a su actuación, y según puede observarse en las imágenes que ya circulan por la red (véase: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=galmultd&id=1970) es que se aprecia a un torero medido de valor, con enormes deseos de agradar, que codillea, como resultado de esa falta de soltura, desahogo y desparpajo con que se puede andar por el ruedo. Además, se empecina más en la busca del aplauso fácil que el que se gana a costa de exponer y lucirse, combinación lograda a un tiempo. Por lógica, si es alguien que, como novillero ha tenido pocas oportunidades de ver un pitón y torear, me parece que ese asunto que involucra su destino, debe haberlo llevado a tomar tal decisión: la de enmascarar su figura.
¿Será capaz de desenmascararse en algún momento para forjar, sin necesidad de artificios una propia realidad?
Galería de imágenes, disponible en internet, junio 16, 2015 en: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=galprod&id=4114;
Fotógrafo: Armando Landín-Miranda.