A TORO PASADO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
II
Notas dedicadas a Rosana Fautsch Fernández,
sabiendo que José Tomás es “su” torero.
Cuando el siglo XXI ha entrado en etapa de composición (o todo lo contrario, debido a su natural aceleración) en este 2008 que avanza, la tauromaquia con su milenaria caminata ha encontrado a estas alturas del trayecto la presencia de uno de sus últimos Mesías: José Tomás. Apenas la tarde del 15 de junio y en Madrid, el que por un lado lo niega con su silencio, pero por otro se mueve en un referente clave (aunque para él sea indeseable) de todo cuanto significa la globalización, es aclamado nuevamente al conseguir trofeos que son para los niveles de la capital del oso y el madroño, que es decir a su vez, la cumbre de todas las aspiraciones, siete orejas obtenidas apenas en el corto lapso de 10 días (es de todos sabido, entre la jornada del 5 y la del 15 de junio), lo que significa haberse colocado en un sitio de plena madurez, como la que vemos en el propio espacio de nuestro tiempo, un tiempo alterado cuyo inicio histórico no ocurrió desde el primer día de 2001; sino cuando transcurría la mañana del 11 de septiembre de ese fatídico 2001. Dramático arranque de otro siglo que vive la tragedia, entre otras cosas, del cambio climático que ya padecemos. Afortunada o desafortunadamente también se intensifica con esa otra, protagonizada por el de Galapagar.
Partir de un ejemplo que nos puede remontar a las Tragedias de Sófocles, escenificaciones teatrales de alto dramatismo y surgidas en uno de los más intensos periodos de la Grecia antigua, nos permite admirar que unas condiciones muy semejantes se acercan y parecen cruzar o andar por la misma ruta, esa, la de un dramatismo dispuesto a convocar en un espacio común tanto a la vida como a la muerte mientras transcurre una tarde de toros, donde la puesta en escena que acapara la atención mediática se llama José Tomás. Y no es para menos.
Sucede como en el caso de otros suicidios que José Tomás planea el suyo. Lo peor de todo es no saber si ocurrirá dentro o fuera del ruedo, pero el hecho es que cada tarde muere un poco en medio de tanta entrega, entrega que ha terminado por callar la vociferación de multitud de opiniones venidas de esos coros perversos, estériles que alucinan con denostar o deformar el firme perfil de este torero que rompe esquemas y convencionalismos como pocas veces. Nos veníamos acostumbrado a estándares donde los toreros por sistema “cumplen”, “triunfan”, se tornan “héroes” efímeros pero hacía tiempo también que un martirologio así no despertara con la furia de una intensidad como la que representa José y que ningún registro era capaz de soportarlo; por cautivante y emocionante, tan de vez en vez… como cuando Manolete conmovió su época y su universo. Pasaron muchos años, más de 50 para que un caso como el presente se repitiera o al menos, se pareciera y se comportara en tonos semejantes entre Manuel Rodríguez y José Tomás.
¿Es Manolete el modelo a seguir por José Tomás? O ¿es José Tomás un Manolete redivivo?
Entre dos tardes fundamentales ha cruzado un puente muy importante, dejando atrás las horas, los días de espera con sabor a angustia, de toda la desazón venida de las malas lenguas que ahora se suman estrepitosa y hasta hipócritamente al coro de elogios, del que surgen auténticos panegíricos y exaltaciones donde todavía reluce el cobre de los que se las gastan en absurdos.
¿En qué consiste la gracia del afortunado milagro tomista que revela, como otro tomista –Santo Tomás-, aquello de hasta no ver no creer?
Dos razones: una de la duda, la otra del hecho, la realidad. El oficio de este torero ha llegado a tal punto de perfección que da la razón a Pepe-Hillo, Paquiro y otros tratadistas sobre la evolución que hoy día alcanza la tauromaquia como summa[1] de la técnica y el arte de lidiar o enfrentar toros bravos. Por otro lado, se encuentran la cadencia, el ritmo, el equilibrio que se pusieron al servicio de capacidades como las de José Tomás para alcanzar las cotas de un ejercicio el cual ya forma parte de la modernidad y que, por misteriosas razones, esa misma modernidad acepta compartir un valor cultural del pasado, lo cual termina siendo algo absolutamente incomprensible.
Disponible en internet, agosto 18, 2015 en:
http://desolysombra.com/2010/04/26/%C2%BFse-pierde-jose-tomas-la-temporada-del-2010/
Apunta, y con razón Antonio Muñoz Molina que los toros “se van convirtiendo de verdad, para la mayor parte de la ciudadanía, en una penosa antigualla que solo sobrevive gracias a la subvención [caso muy específico de España], como cualquier otra de nuestras identidades ancestrales”.[2]
México y el toreo mexicano en lo espiritual reclaman su formación, por lo que este país se siente partícipe de la manera en como José Tomás ha moldeado su ejercicio, por lo que no lo sentimos ajeno. Más bien, lo sentimos como uno de Los nuestros, refiriéndome al título de aquel libro donde Marcial Fernández tuvo a bien invitarme para escribirlo conjuntamente hace algunos ayeres,[3] y que, por obvias razones merece una puesta al día para recomponer el capítulo indispensable de José Tomás.
Acostumbrados a una condición de reposo, alterada eso sí, por la otra presencia reveladora que responde al nombre de Morante de la Puebla, José Tomás es en cada tarde un detonante que arde por dentro y quema todo lo que se encuentra a su alrededor hasta pulverizarlo. Por eso, el José Tomás de una tarde no es el mismo de otra, cada aparición trae consigo el peso de un misterio a cuestas y ese es el valor agregado que tendríamos que considerar entendiendo que lo suyo no es sólo la gesta por conseguir. En sus arranques y decisiones internas se perciben los claros alcances de un destino heroico, estoico, e incluso, si me apuran, paranoico que lo hostiga por dentro.
El recuento de todos sus lances, de todos sus pases, de todas sus reacciones frente al toro traducido en la infinidad de apuntes que en torno suyo se han hecho en dos jornadas madrileñas, donde han corrido ríos de tinta como pocas veces es nada, si lo queremos comprender desde otra perspectiva, simplemente humana, la que, por otro lado, tendría que ser capaz de entender el caos interno, la tragedia de un pensamiento o un espíritu que de tan complejos, no pueden comunicarse con el exterior. De ahí que su grito, su drama sea aquel donde el toreo se convierta justamente en el vaso comunicante con el que intenta decirnos algo… ¡Deténganme, no puedo!
17.06.2008
[1] Recordemos que summa es la reunión de experiencias que recogen el saber de una gran época.
[2] El País, 14 de junio de 2008. Babelia, p. 8.
[3] José Francisco Coello Ugalde y Marcial Fernández “Pepe Malasombra”: Los nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI. México, Ficticia, 2002. 215 p. Ils., Retrs., Fots.