Archivo mensual: febrero 2016

UNA MIRADA A LA SUERTE DE VARAS VISTA POR JOSÉ GUADALUPE POSADA EN 1879.

MINIATURAS TAURINAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 

Conforme nos vamos alejando de algunos aspectos que no nos permiten conocer quienes pudieron ser los protagonistas de tal o cual acontecimiento histórico, lamentamos esa desgracia. Pero por otro lado, cuando queda alguna evidencia, como esta litografía de la primera época de José Guadalupe Posada, fechada en 1879, entendemos que el esfuerzo por ilustrar un pasaje de la tauromaquia, a la que fue tan afecto, nos acerca al conocimiento de los usos y costumbres que incluyen la forma de practicar una suerte como la de varas –por cierto de las más ilustradas-, que parecen enfatizar la capacidad de casta o bravura del ganado, evidenciando en medio de la desproporción, el tamaño o volumen de los toros, el procedimiento aplicado por el picador y, al margen de otros elementos, cómo vestían, cuál era la disposición de los tablados y otros detalles. En el fondo, los rasgos del artista pueden ser plenamente identificados –aún en esta primera época de su producción-, como rúbrica de lo que después sería el resto de su obra. Y ese temprano trabajo evidencia sin demasiadas dudas al artista aguascalentense.

Llama la atención el movimiento, esa difícil forma de expresión que los artistas dan a su obra, para entender con mucho mayor precisión la ocurrencia –en este caso-, de la fundamental suerte de picar toros. Si en tal capítulo aquellos creadores consideraron cuán importante era, quedan infinidad de muestras que representaban un vigor de suerte cuyo significado centró la atención no solo de los nuevos aficionados, sino también de la prensa, de los autores quienes centraron su atención en la suerte eje de la tauromaquia, suerte que siguió teniendo tanta importancia, hasta que el peto fue implantado en México en octubre de 1930. Desde luego, seguían siendo oportunos los quites, y en ese tenor pasaron otros 30 años más o menos, tiempo en el que se modificó el volumen y espesor del peto, tiempo en que los toros también fueron criados con tendencias al lucimiento de la nobleza, no tanto de la bravura, porque evolucionaba la tauromaquia que quedó más al servicio de los de a pie que de los de a caballo.

Puede decirse, finalmente, que la tauromaquia mexicana cuenta hoy día con una serie bastante amplia de elementos artísticos capaces de mostrar la siempre necesaria evolución, en medio de valores que en ocasiones la ponen en evidencia, pero que por otro lado, la magnifican también. La litografía de José Guadalupe Posada que ahora nos ha servido para entender esa manifestación, se convierte en un valioso elemento para explicar el pulso de lo que representó para los toreros del pasado su consiguiente utilidad. UNA MIRADA A LA SUERTE DE VARAS...

Litografía de José Guadalupe Posada que data del año 1879. Para ese año se encuentra establecido en León de los Aldamas, Gto.

Fuente: Carlos Haces y Marco Antonio Pulido. LOS TOROS de JOSÉ GUADALUPE POSADA. México, SEP-CULTURA, Ediciones del Ermitaño, 1985.

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LA TRISTE CONTEMPLACIÓN DEL “PAYASO O EL LOCO”.

MINIATURAS TAURINAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 

Este varilarguero peculiar –de bigote y piocha-, ya prendió en lo alto al corpulento toro, aunque de escasa cornamenta en la suerte de “detener”. Tal parece que se propuso defender a la cabalgadura como dicen que se defendía a los caballos en aquellos tiempos donde todavía no se implantaba el peto protector. Dependía de la habilidad de los hulanos, y de este tipo de habilidades gozaron muchos de los señores de vara larga que ejercieron tan arriesgado oficio durante los últimos años del siglo XIX en nuestro país. Se sabe –a modo de anécdota-, sobre algunos casos donde tal o cual picador de toros llegó a disponer del mismo caballo en dos o más corridas, lo que suena extraordinario.

Manuel Manilla recogió en este grabado a un picador vestido a la usanza mexicana, es decir que no hay manera de reconocer en su traje ninguna insinuación de influencia española. Probablemente llevaba una chaqueta de paño, ribeteada y con alamares; el pantalón de tela flexible llamada “taurina”, con botonadura de plata en la cenefa y el sombrero de fieltro, de copa baja y redonda, adornada con doble toquilla, dan idea cabal del traje de montar común que usaban los señores mexicanos desde los años inmediatos al imperio de Maximiliano, pero que fue siendo común muchos años después.

Al fondo, en un gesto de triste contemplación, aparece el “ payaso o el loco”, grotescamente vestido, no con traje de torear sino con alguno diverso. Llevaba la cara enharinada y con manchas rojas de color bermellón sobre los carrillos y labios. Cubría la cabeza con un sombrero de forma cónica, terminado en una borla, o bien con una boina. El cometido de ese bufón taurino, era hacer gracejadas que no tenían ingeniosidad, pero eran suficientes para provocar risotadas en muchos bobalicones concurrentes. Desempeñaba su tarea luego que el toro estaba muerto, mientras que era arrastrado por los lazadores, pues tampoco eran empleados los tiros de mulas, utilizados posteriormente, cuando las corridas eran ya una réplica del modelo español.

Rico en verdad este detalle de un pasaje de la lidia, una lidia que aún no contaba con ordenes establecidos. Más bien, se dejaba que el azar desplegara sus alas de vértigo para esperar una a una, las diferentes sorpresas de aquella tauromaquia nacional.

LA TRISTE CONTEMPLACIÓN...

La suerte de varas fue una de las escenas más retratadas a fines del siglo pasado. El “loco” se encuentra a la expectativa. Manuel Manilla se encargó de burilarla.

Fuente: Colección del autor.

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LA “JURA DEL REY” DE AGUSTÍN LANUZA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hoy día, una de las colecciones que custodia el Archivo Histórico Municipal de la ciudad de Guanajuato lleva el nombre de “Agustín Lanuza”. El fondo documental “Agustín Lanuza”,[1] está integrado por 205 carteles publicitarios de festejos taurinos celebrados (según fechas extremas) entre 1873 y 1923, siendo abundantísimas las muestras que van del último lustro del siglo XIX a los primeros dos del XX. En dichos documentos puede observarse la elevada actividad taurina que se registraba y que hoy sigue registrándose en el estado de Guanajuato. Gracias a ellos puede uno enterarse que la concentración de tal dinámica se daba en plazas como León, Celaya, Irapuato (La Constancia y de la Estación), Silao, Valle de Santiago, Moroleón, Salvatierra, San Francisco del Rincón, Cortázar, Chamacuero de Comonfort, San Luis de la Paz, Salamanca, Ciudad Porfirio Díaz, sin faltar aquellos festejos celebrados en la plaza de “Gavira”, la propia de Guanajuato, del Jaral y del Cantador. También aparece un cartel de la plaza de toros “Colón” de Querétaro, fechado el 27 de enero de 1901 y otro de la de “Paseo” en San Luis Potosí, que trae impresa la fecha del 16 de noviembre de 1903.

   Lo anterior es motivo de un trabajo que tengo terminado al respecto.[2] Pero no siendo el tema en concreto, sino un motivo más para referirme a un personaje clave en la historia guanajuatense, como lo es este historiador, hay que preguntarse: ¿Quién fue Agustín Lanuza?

   Agustín Lanuza Romero nació el 22 de julio de 1870 en la ciudad de Guanajuato; distinguido escritor e historiador costumbrista, estudiante y maestro del Colegio del Estado de Guanajuato, realizó una intensa labor como investigador de la historia de la Entidad. Como estudiante del Colegio del Estado fue sobresaliente, cursó las carreras de abogado y maestro simultáneamente. Impartió en este Colegio las cátedras de sociología, filosofía del derecho, literatura, etc. En la Escuela Normal del Estado profesó: lecturas literarias, castellano y literatura preceptiva y castellana, además fue autor de artículos, ensayos y poemas, muchos de ellos publicados en el periódico Guanajuato Libre.

   En 1922 y 1925 se publicaron dos de sus obras principales: Guanajuato Gráfico e Histórico e Historia del Colegio del Estado de Guanajuato, en esta última narra la trayectoria de una importante institución educativa. Para la realización de esta obra se procuró de documentos de primera mano y toda una riqueza de dibujos y planos curiosos, grabados antiguos, retratos de personajes célebres y fotografías regionales de mérito indiscutible. Muere en la ciudad de México el 16 de noviembre de 1936.[3]

   Como literato, también dejó una obra emblemática: Romances, tradiciones y Leyendas Guanajuatenses, de la que he consultado para esta entrega la tercera edición de 1950.

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   Siguiendo la línea de un trabajo ambicioso como es el Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI, en el que he venido reuniendo todos aquellos poemas (más de 2000) que tienen o guardan una relación directa con el espectáculo taurino, tengo para esta ocasión un ejemplo en la obra del autor seleccionado para esta ocasión. La obra lleva el título La Jura del Rey misma que incluye una fecha: la del 25 de diciembre de 1790. De hecho, la asunción al reinado por parte de Carlos IV sucedió el 14 de diciembre de 1788 y se extendió hasta el 19 de marzo de 1808. Sin embargo, la exaltación al trono ocurrió, según lo podemos percibir en estas otras dos relaciones de sucesos en 1790:

Breve relación de las funciones que hicieron en los dias 31 de Enero, 2 y 7 de Febrero de 1790. Los patrones del noble arte de platería en debida demostración de su amor y lealtad por la exâltacion á el trono de nuestro amado soberano el Sr. Don Carlos IV. baxo de la direccion del Sr. D. Modesto de Salcedo y Somodevilla, caballero de la Orden de San Juan, … Dada a luz por los patrones del mismo noble arte. Con las licencias necesarias. — México: por D. Felipe de Zúñiga y Ontiveros, en el mismo año, [1790] [2], 18 p.

Valverde, Diego Benedicto. El triunfo de Carlos en el carro de Apolo. Loa para el festejo que en la feliz exaltación del Señor Don Carlos IV. (que Dios guarde) al trono de España, hicieron los dos gremios de pulperos y panaderos de la ciudad de Veracruz… Su autor el Br. D. Diego Benedicto Valverde. — México, imp. Por D. Felipe de Zúñiga y Ontiveros. [1790]

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Retrato del autor.

De lo anterior, Lanuza escribió las siguientes 19 décimas que, por su contenido nos acercan más a un crónica de sucesos colmada de detalles que de una descripción al puro estilo barroco (que rigurosamente no sería este, sino el neoclásico). Por tanto, para darnos cuenta de su imaginación, y la forma en que recrea un espectáculo en sí mismo, tal cual lo eran estas celebraciones, justo en la que ya se va anunciando como la etapa culminante del periodo novohispano, donde abundaba la beligerancia popular por un lado y por otro, una enorme crisis económica que enfrentaban la vieja y la nueva España; fruto entre otras razones, de antiguos conflictos militares que sostuvo la corona española en sus afanes expansionistas.

   Pues bien, creo que es buen momento para pasar a la lectura anunciada líneas atrás. Que la disfruten.

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   Agustín Lanuza nos vuelve a recordar el riguroso protocolo que siguieron las conmemoraciones de este nivel durante infinidad de ocasiones en la Nueva España. Si bien, no hay una mención especial a los festejos taurinos (sólo se citan las “encamisadas”[4]); por otro lado se hace notar el significado de todo un conjunto de elementos ornamentales que daban forma a tales festejos, los que podrían durar varios días. La imaginada participación de personajes como el Marqués de Rayas resaltan la ostentación habida en un espacio minero como Guanajuato, lo que se habría convertido en galas de abundantes monedas acuñadas con la efigie del nuevo monarca, lanzadas desde diversos balcones de las casas señoriales más importantes de este real de minas.

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Disponible en internet, febrero 23, 2016 en: http://teresantolin.com/es/proyecto/fasciculos-teruel-en-fiestas/


[1] Además, autor entre otras obras de: Romances tradiciones y leyendas guanajuatenses. Por (…). México, E. Gómez de la Fuente, 1908. 329 p. Ils., fots., dibujos.

[2] José Francisco Coello Ugalde: “Cartelería taurina en Guanajuato. (1873-1923)”. En la serie: Curiosidades Taurinas de antaño exhumadas hogaño, y otras notas de nuestros días Nº 63 (Inédito). 135 p. Ils., fots., facs.

[3] Guía General del Archivo Histórico. Guanajuato, Archivo General del Gobierno del Estado, Talleres Gráficos del Gobierno del estado de Guanajuato, 2001. 298 p. Ils., fots., facs., maps., p. 243-4.

[4] Dice Octavio Rivera: “Fiestas por los Austrias en la ciudad de México. Siglo XVI”. En Revista Destiempos.com. México, D.F., mayo-junio 2008, año I, N° 1., (p. 250-261), p. 253:

   La actividad festiva que podría considerarse emblemática de una fiesta civil eran los juegos ecuestres, a cargo de los varones de la aristocracia del lugar: juegos de cañas, el más común en Nueva España, sortija y estafermo, entre los más habituales. Otra actividad festiva sobre caballos eran las encamisadas. En ellas, cuadrillas, en ocasiones muy numerosas, de caballeros cabalgaban de noche por las calles de la ciudad, llevando en las manos hachas encendidas. Ligadas con los juegos ecuestres estaban las suerte con los toros, a los cuales los jinetes alanceaban.

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FESTEJO A BENEFICIO DEL “COMEDOR SANTA MARÍA”, A.C.

AHTM, UNA PÁGINA CON HISTORIA…

EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS DEL SIGLO XXI. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.  

   Hace apenas unos días, circuló una interesante noticia que “AlToroMéxico.com” se encargó de difundir en su oportunidad (véase: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=24994). El telón de fondo es la beneficencia como una razón solidaria y generosa que surge tanto entre individuos como en instituciones, sean estas públicas o privadas. Incluso religiosas. Esa muestra desinteresada por apoyar a los otros es algo que distingue a hombres y mujeres que han decidido extender su mano y su corazón para ofrecer auxilio justo cuando surge alguna contingencia en la que solo en esos términos de acogida es posible encontrar el aliento para enfrentarla y superarla.

   En esta ocasión, la ayuda llegará a un comedor comunitario que atiende a niños en pobreza extrema. Por ello se acude una vez más a la tauromaquia con objeto de celebrar una corrida de toros con el siguiente cartel:

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 Seguramente la plaza “Vicente Segura” será un buen escenario para tan plausible ocasión que se convertirá en una efeméride para recordar. Pues bien, y aprovechando este espacio, comparto más adelante un par de datos que tienen que ver con los más antiguos registros existentes y donde los festejos taurinos fueron un fuerte instrumento de apoyo en causas relacionadas con el apoyo al prójimo. Del mismo modo, también fueron elemento para la contribución en la obra pública, en la construcción de iglesias y templos, extendiendo sus alcances en festejos destinados a auxiliar a poblaciones afectadas por algún temblor, inundaciones o el paso de un huracán. No escapa a este recuento el auxilio prestado para consolidar bancos de sangre durante el desarrollo de procesos bélicos, o para la vestimenta de los ejércitos. Hubo corridas que también se celebraron para contribuir con sus ingresos al pago, por ejemplo de la Deuda Americana de 1877. Desde luego, el buen ejemplo habido con intenciones como estas, fue hecho suyo por instituciones de beneficencia, de ahí que se organizaran festejos de gran tronío impulsados por la Beneficencia Española, la Cruz Roja, la Cruz Blanca, la Cruz Neutral, y todas con un fin en común: el auxilio desinteresado hacia sectores vulnerables de la sociedad.

   El informe más antiguo que hasta ahora he localizado, se remonta al año de 1603, cuando el 7 de julio se emitió licencia a la Cofradía de Santa Ana de esta ciudad (de México), para que “en honra de su fiesta se corran toros en la plazuela del Marquesado”, lo que significaba un acuerdo entre autoridades civiles y religiosas con el fin de materializar propósitos de apoyo, en este caso destinado para favorecer a la Cofradía de Santa Ana.

   Otro dato más: Este se generó el 1738, a partir de la petición de Justo Carcau Peñarrieta quien emitió la solicitud para que la Cofradía del Rosario de San Agustín de las Cuevas, representado por Nicolás Mancera, su Mayordomo concretara una petición de licencia para lidiar toros en la Plaza de San Agustín de las Cuevas, el día de la fiesta del Rosario y así poder beneficiarse de las limosnas.

   Datos a cual más interesantes que nos permiten entender que la fiesta de los toros, además de su puesta en escena tan peculiar, también ha sido un elemento solidario que, como ahora, en Pachuca se espera que una vez más demuestre su vena caritativa. De no ser así, vale la pena recordar los sentimientos que, en otro momento también se dejaron notar, y esto precisamente en la

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Archivo Histórico Municipal de la ciudad de Guanajuato. Col. “Agustín Lanuza” (Detalle).

   Allí, los integrantes de las cuadrillas –jóvenes aficionados guanajuatenses- fijaron su posición en estos términos:

   Sin pretensiones de ningún género y convencidos de nuestra insuficiencia en el difícil arte del toreo, pero con la satisfacción de contribuir con nuestro pequeñísimo contingente a socorrer a los pobres y enfermos de LA SEGUNDA ASOCIACIÓN DE CARIDAD, hemos arreglado una corrida de toros, a la que tenemos la honra de invitar al galante público de esta Capital.

   Aliviar en algo los sufrimientos del desgraciado, es una acción altamente meritoria y por eso deseamos que el pueblo Guanajuatense que siempre se ha distinguido por la nobleza de sus sentimientos, acuda gustoso a la función que le ofrecemos; pero que acuda, con solo el ánimo de dar un socorro a los infelices y nunca con la esperanza de presenciar una buena corrida; pues, ya lo hemos dicho, somos incapaces de ejecutar alguna suerte que merezca la aprobación de los inteligentes en el arte y por eso deseamos contar con la benevolencia del ilustrado público que tenga a bien honrarnos con su presencia.

   He aquí un pensamiento donde a “corazón abierto” seguramente acudirán solidarios muchos aficionados como en aquel entonces, a un festejo que dejará su impronta en la vida de muchos niños. ¡Así será!

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UNA AUTÉNTICA CURIOSIDAD…

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   El Monitor Republicano, en su edición del 10 de marzo de 1896, pág. 2, publicaba una interesante nota, como resultado del festejo que se había visto dos días atrás en la plaza de toros de “Bucareli”. Leamos:

TOROS EN BUCARELI.-Bajo la presidencia del Regidor Sr. Fernando Pimentel se verificó antes de ayer en la plaza de Bucareli, la corrida de toros anunciada a beneficio del espada español José Centeno.

   Se lidiaron toros de la ganadería de Parangueo y dieron muy buen juego, sobre todo el segundo y el quinto. Todos resultaron nobles, y duros con los de a caballo.

   El toro español “Burraquito” que sólo fue picado y banderillado, dio también buen juego, dejando varias sardinas fuera de combate.

   Los espadas Centeno y “Exijano” (sic), en sus quites oportunos estuvieron a gran altura y fueron muy aplaudidos; con el capote se lucieron, pero en la suerte suprema no estuvieron afortunados.

   De los banderilleros sobresalió Filomeno, especialmente en el par de poder a poder que puso al toro español.

   De los picadores, Arriero y Pimienta, se hicieron dignos de mención.

   La entrada estuvo buena en sombra y floja en sol.

   Poco antes de comenzar la corrida fue herido accidentalmente con una banderilla, en el muslo derecho, Arturo Bárcenas.

   Le atendieron a tiempo unos practicantes de medicina.

   Instalose en la Plaza con motor un Eiolosco (eidoloscopio sería el nombre correcto. N. del A.), aparato que sacó por segundo 46 vistas del público, las cuales de tamaño natural y con sus movimientos serán exhibidas en los telones de los teatros.

   Hasta aquí con la nota.

   Ahora bien, vale la pena “vestir” y documentar estos apuntes. Tengo por aquí el cartel anunciador del festejo:

CARTEL_08.03.1896_BUCARELI_J. CENTENO_TOROS

Colección del autor.

De ese anaquel he encontrado también el volumen de El Toreo Ilustrado, en cuyo número del 9 de marzo de 1896, p. 8 aparece otra crónica, quizá más a detalle, pero sin mencionar lo del famoso asunto del Eiolosco:

EL TOREO ILUSTRADO_09.03.1896_p. 8

Ustedes disculparán la rotura importante que tiene este ejemplar… pero es que también para estos días casi es el único sobreviviente que nos queda de aquella época. Pero al margen de este detalle, lo que podemos apreciar es la forma en que “Fierabrás” que no es otro que José del Rivero que fue previo a la etapa del empresario un atinado crítico y “revistero”, y quien desde esa tribuna, lanzó duros proyectiles a todos aquellos que no comulgaran con el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna. Justo cuando el “poncianismo” estaba dando sus últimas “boqueadas”.

   En cuanto al Eiolosco, se debió referir el “reporter” de El Monitor Republicano a uno de los tantos nombres de ciertos equipos que el cinematógrafo estaba haciendo realidad, luego de las primeras exhibiciones en la ciudad de México, esto por allá de 1895. Así que había equipos denominados mutoscopio, kinetoscopio o kinetófono, el fantascopio, vitascopio, y que contribuyeron a la exhibición de las “vistas animadas” que por aquel entonces era una novedad, causando gran capacidad de asombro entre los asistentes a las primeras funciones que se dieron en la ciudad de México.

   Desconozco el resultado que habrá tenido aquel “experimento”, pero el hecho es que el registro se convirtió en uno de los primeros intentos en los que el cinematógrafo pasó al interior de una plaza de toros. Con mayor certeza, hay datos que confirman la filmación y exhibición que los señores Currich y Maulinié obtuvieron luego de acudir a la plaza de toros del “Paseo Nuevo” en Puebla, la tarde del 2 de agosto de 1897, ocasión en la que toreaba Ponciano Díaz. De esa jornada, surge el registro cinematográfico denominado “Corrida entera de la actuación de Ponciano Díaz” que, lamentablemente no alcanzó a llegar a nuestros días, ni siquiera en su posibilidad de fotogramas, con lo que habría sido posible conocer otra vertiente del que fue un auténtico ídolo del pueblo, y que para ese año ya no ostentaba, ni por casualidad tamaño prestigio.

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LAS MOJIGANGAS: ADEREZOS IMPRESCINDIBLES Y OTROS DIVERTIMENTOS DE GRAN ATRACTIVO… (I).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

LAS MOJIGANGAS: ADEREZOS IMPRESCINDIBLES Y OTROS DIVERTIMENTOS DE GRAN ATRACTIVO EN LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL MEXICANO SIGLO XIX.

PARTE I

INTRODUCCIÓN Y MARCO HISTÓRICO.

    Durante buena parte del siglo XVI criollos, plebeyos y gente del campo enfrentaron o encararon ciertas leyes que les impedían montar a caballo,[1] por lo cual también habría habido restricciones para ejecutar suertes del toreo ecuestre. Sin embargo, es posible imaginar que muchos personajes pudieron ignorar aquellas restricciones impulsados por la rebeldía, y más aún por el hecho de estar integrados al ámbito de las haciendas, donde eran comunes un tipo de prácticas relacionadas con el manejo de ganados mayores y menores. Así, en convivencia con toros y caballos por ejemplo, hubo posibilidad de crear todo un despliegue de actividades que llevaron a aquellos hombres a dominar suertes eminentemente rurales, que luego se integraron en espacios urbanos como las plazas de toros, ante la mirada de miles de asistentes que contemplaron infinidad de festejos en donde el encuentro de esas tres presencias: hombre, toro y caballo alcanzaron niveles de notabilidad que consolidaron un espectáculo el cual seguía alimentándose y retroalimentándose de aspectos novedosos. A la gran puesta en escena del toreo caballeresco se sumó otro capítulo, el de las mojigangas. Y estas representaciones se extendieron con fuerza inusitada durante buena parte del siglo XIX.  Por otro lado, y ya muy avanzado el siglo XVIII, dejaron de correrse toros en la fiesta de san Hipólito, (en lo que debo considerar cierta pérdida de interés en la misma) lo cual deja ver un síntoma que estaba encaminándose a la emancipación. Esta representación fue durante muchos años un poderoso instrumento de cohesión entre las autoridades no solo civiles sino religiosas, lo que permitió extender la imagen de la dominación española sobre los indígenas, al punto de que las representaciones del toreo a caballo fueron una especie de fiel de la balanza, y donde ciertos personajes secundarios o terciarios en tales festejos, con intención de hacerse de algún protagonismo, intervinieron pero ocultándose detrás de una máscara. Fue por eso que en tiempos en que gobernó el virrey Bernardo de Gálvez, se llegó a conocer a dichos “actores” como “tapados y preparados”, justo en momentos en que el toreo a pie estaba encontrando condiciones muy favorables para su desarrollo. Lo anterior, se suma al universo de contrates que comenzaron a surgir en tanto la nueva casa reinante -los Borbones- sustituía a los Austrias. Esto ocurrió exactamente en 1700. Es conocido el hecho de que Felipe V manifestó un abierto desprecio a ciertas costumbres comunes en la España que él comienza a reinar. Durante el reinado de Carlos III (esto entre 1767 y 1768), se empezaron a tomar iniciativas en España para acabar con la fiesta brava. El toreo fue víctima de aquel desaire y aunque las nobles se mantuvieron erguidos montando briosos corceles y ejecutando lo mejor que hasta ese momento era la tauromaquia de a caballo, se presentó el efecto de aquel ambiente, por lo que para 1730 aproximadamente eran ya muy pocos los caballeros que defendían una causa vigente desde siglos atrás, lo que permitió que una multitud de plebeyos arribara al escenario con lo que se impuso el toreo de a pie. Este partía de su expresión más primitiva pero al cabo de los siglos, dicho quehacer, como lo vemos hoy, alcanza ya lo mejor de su manifestación, luego de que durante varias generaciones fue motivo de constantes cambios y rutas que lograron ponerlo en el sitio que, como ya dijimos, ocupa esplendoroso hasta el día de hoy.

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Entre las mejores recreaciones logradas hasta hoy, se encuentran las que realizó Antonio Navarrete. Aquí, el alanceamiento de un toro, durante el periodo de esplendor del toreo caballeresco en la Nueva España.

En: Antonio Navarrete Tejero: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs.

   Como dice Juan Pedro Viqueira Albán en su libro ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces:

Las corridas dejaron de realizarse exclusivamente para festejos políticos o religiosos y se organizaron temporadas que no tenían otro objeto que recabar fondos para las cajas del Estado.[2]

   Esto es, que también el aspecto administrativo y de organización tomó otro sentido, el cual durante algún tiempo no se pudo controlar, por lo que de pronto los asentistas (o empresarios), lograron imponer férreo control hasta llegar a convertir el espectáculo de los toros en un medio de posicionamiento político.

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En: MUNDO HISPÁNICO Nº 269. Agosto 1970.

   Sin embargo, estos asentistas lograron atraer al público ofreciendo espectáculos donde se programaban “multitud de pequeñas diversiones que le hicieron perder por completo su carácter original de ejercicio de caballería”.[3] A esto, debe agregarse el hecho de que siendo la plaza de toros del Volador la única en que se permitían corridas para celebrar la entrada de los virreyes o por fiestas reales, aparecieron otros cosos en donde ese nuevo tipo de expresiones poco a poco fue adquiriendo fuerza y presencia. Así, surgieron plazas efímeras como: Chapultepec, la de Don Toribio, San Diego, San Sebastián, Santa Isabel, Santiago Tlatelolco, San Lucas, Tarasquillo, Lagunilla, Hornillo, San Antonio Abad y la Real Plaza de toros de San Pablo, escenario este, de la mayor representatividad en aquella época, que va de 1788 a 1864 con sus respectivos cortes, motivo de incendios, suspensiones, desmantelamientos o por su mal estado.

   Durante el siglo XIX, el género de la diversión taurina se hallaba provisto de una riqueza sustentada en innovaciones e invenciones que permiten verla como fuente interminable de creación cuya singularidad fue la de que aquellos espectáculos eran distintos los unos de los otros. Ello parece indicar la relación que se vino dando entre los quehaceres campiranos y los vigentes en las plazas de toros. Sociedad y también correspondencia de intensidad permanente, con su vivir implícito en la independencia, fórmula que se dispuso para el logro de una autenticidad taurómaca nacional.

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Dos escenas primitivas del toreo de a pie, representadas en la “Fuente taurina” de Acámbaro, Guanajuato, obra que se remonta a mediados del siglo XVI. En: ARTES DE MÉXICO. El toreo en México. N° 90/91, año XIV, 1967, 2a. época., p. 26.

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Imagen que representa el “Paseo del Pendón”, con que se conmemoraba el día de San Hipólito. Cada 13 de agosto, desde 1528 y hasta principios del siglo XIX ese pretexto rememoraba la capitulación de la ciudad México-Tenochtitlan, así como la consumación de la conquista española.

En: Antonio Navarrete Tejero: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs.


[1] Fue así como el Rey instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes… así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos…”. Esta misma orden fué reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales.

[2] Juan Pedro Viqueira Albán: ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces. México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 40.

[3] Op. cit., p. 47.

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A PUNTO DE CONCLUIR LA TEMPORADA 2015-2016.

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.  

A Silvia Caramella y a Francisco José Díaz Marcilla, estudiosos que trabajan por estos días en nuestro país. 

   Al margen de las crónicas sobre el último festejo y que ustedes, amables navegantes de este blog ya habrán leído, me permito adivinar que ya cuentan con un amplio juicio de valores, por lo que hoy pretendo hacer algunas observaciones que merecieron mi atención, pues supone un paso adelante en términos más de técnica que de estética a favor de la tauromaquia en su conjunto.

   En principio se lidió el encierro mejor presentado que aun así tuvo “peros” si ha de sometérsele a rigurosas precisiones en términos del significado que tiene el “trapío”. Respecto al juego, se diría que dejaron que desear pues los hubo que voltearon contrarios, o mostraron debilidad en los remos, así como falta de casta o desparramaban la vista a placer. Sin embargo se trataba de un encierro con edad, desarrollo de cornamenta incuestionable, que dieron satisfacción a miles de aficionados quienes, venturosamente estaban viendo una corrida de toros, la cual, junto a los de Manuel de Haro, cumplieron a cabalidad con la más cara de las ilusiones de quienes acuden a un festejo taurino: ver toros. Lo demás, viene por añadidura.

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El Programa coleccionable. México, año 29, N° 1004, 19ª corrida. 14 de febrero de 2016, páginas centrales.

   Y esos toros ofrecieron una lidia digna de anotarse. Por ejemplo, a su salida, prácticamente no derrotaban en los burladeros, salvo que insistieran las infanterías y solo el sexto terminó escobillándose, lo que desmerece por aquella labor a veces inútil e insana que existe en provocar detrás de los burladeros.

   Las cuadrillas, además se excedieron en el uso de capotazos, sobre todo durante el desarrollo del segundo tercio, indicativo de que parecían no estar en capacidad de resolver los problemas sobre la marcha, y más cuando se tenía en frente un encierro como el que se viene desmenuzando.

   El monopuyazo parece haberse convertido en un común denominador pues si bien podría considerarse como parte del propósito de esta suerte, que consiste en provocar una herida por donde se genere hemorragia que libera de estrés al animal. De esto, y en su momento, hubo un importante reportaje del que traigo hasta aquí la parte sustantiva de interés. Me refiero a la entrevista que José Luis Ramón realizó al Dr. Juan Carlos Illera del Portal, quien por el año de 2007 era Director del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. Este médico veterinario presentó por aquellos días un estudio novedoso e inédito, en el que demostraba de manera científica que el toro tiene menos estrés durante su lidia que durante el transporte, y que, ante el dolor, libera unas hormonas, las betaendorfinas, que contrarrestan el sufrimiento, de manera que éste llega a ser muy bajo, o incluso nulo, en relación al castigo a que es sometido durante la lidia. Esto en palabras sintetizadas del propio José Luis Ramón, quien además pregunta:

-¿Siente (el toro) más estrés al salir al ruedo que al pasar por el picador o después de ser banderilleado?

   Así es, hablando siempre de las mediciones efectuadas en los niveles hormonales. Por este motivo, el toro tiene una respuesta totalmente distinta a la de las demás especies animales.

-Siempre se ha hablado del papel nivelador del tercio de varas. Este sirve, desde luego, para rebajarle fuerza, para hacerle toreable y, mediante el sangrado, descongestionarle. Ahora sabemos que esto tiene una explicación científica, y que a medida que el toro va siendo lidiado y toreado siente menos estrés.

   Así es. Con datos tenemos demostrado que, después de sufrir un gran estrés en el momento de salir al ruedo, a los cinco minutos sus niveles hormonales son casi normales.

   Y más adelante vuelve a afirmar Illera del Portal:

   Lo que nosotros queremos decir es que la raza del toro de lidia tiene un mecanismo especial que responde rápidamente, en milisengundos con la liberación de cortisol y catecolaminas. Un humano tarda más en responder. El toro es distinto a los demás animales, porque, en cuanto tiene estrés, en mucho menos tiempo que un segundo ya está liberando hormonas para contrarrestar esa situación, de ahí que, en la mayoría de los casos vuelva al caballo después del primer puyazo. (Datos tomados de 6TOROS6 N° 656, del 23 al 29 de enero de 2007, p. 9-13).

   Hasta aquí con esa interesante entrevista. Pero el hecho es que en la mayoría de los casos ocurridos durante una temporada 2015-2016 a punto de concluir, es que los ejemplares que salieron al ruedo, recibieron en promedio un puyazo, y esto frente a una respuesta cada vez más hostil de parte de un público en el que predominan opiniones vertidas por mayorías que no necesariamente se considerarían aficionados de arraigo, sino de nuevas generaciones que han llegado con la idea de que la fiesta ha cambiado. Y esa idea proviene del hecho de su distanciamiento primero, pero también de su enorme esfuerzo por aprender la compleja lectura de la tauromaquia después. Sin embargo, se encuentran ante un panorama complicado, pues no tienen a su alcance una voz cantante capaz de proveerlos de la información correcta, necesaria para conocer el misterio del toreo. Esto aunado a la pésima labor de la mayoría de los varilargueros que no realizan la suerte de conformidad con los más rancios dictados, o lo que es lo mismo, los usos y costumbres. Por lo tanto, lo que han conseguido hacer de dicha suerte es un disparate, al punto de que es la más repudiada. Además de que montan una cabalgadura excesivamente cargada no solo con el peso de la silla, sino también de un peto que parece no cumplir ni por casualidad lo indicado en el reglamento taurino. A esto debe agregarse la sospecha de que esos caballos que salen a contraquerencia y querencia, se les aplica alguna dosis de somníferos, con lo que en cualquier momento pierden el equilibrio. Luego los “hulanos” (una gran mayoría) se obstinan en tapar la salida, con la enorme ventaja de que el toro se pone en suerte, las más de las veces a dos o tres metros de la cabalgadura, con lo que se tiene eliminada aquella otra oportunidad de verles embestir desde largo, lo que daría más brillo a la suerte. Las adecuaciones que requiere esta suerte son urgentes; incluso para sabernos involucrados en opiniones y comentarios que podrían ser de gran utilidad para ponerla al día; pero sin que pierda su esencia originaria.

   Finalmente, aunque vimos a un Sergio Flores en un momento clave de su vida, debo decir que es preocupante que muchos diestros estén empleando o poniendo en práctica una faena ausente de elementos de comprobación basados en la técnica, sobre todo en los preámbulos de sus trasteos. Pero también, y aquí lo más importante: que esas faenas se parecen mucho entre sí, con lo que se pierde la enorme oportunidad de volver a la fuente creativa en la que siguen a la espera otros métodos y procedimientos tan intensos y ricos como estos, e incluso más, pues en esas labores puede haber técnica y estética desconocida, y que se ha perdido temporalmente porque se impusieron diferentes líneas de mando que desplazaron o marginaron aquellos procedimientos, muy al estilo, por ejemplo de José Gómez Ortega, de Joaquín Rodríguez, de Fermín Espinosa, junto a labores artísticas como las de Rafael Gómez Ortega, Rodolfo Gaona, Manuel Jiménez, Francisco Vega de los Reyes, Alfonso Ramírez o Luis Procuna. Incluso estas últimas vertientes, las de 50 años concentradas en Antonio Ordoñez, Jesús Solórzano, Francisco Romero, Rafael de Paula… o Mariano Ramos y José Miguel Arroyo, como otro periodo de afirmación en el toreo. Es decir: la summa de la experiencia del siglo pasado se ha ido perdiendo para dar paso a la desmesura del minimalismo vuelto faena. Y todo lo anterior, con la colaboración armónica de un toro estandarizado que ha puesto en un predicamento a la fiesta.

   Sobre la suerte suprema, esto será motivo de otro texto que prometo vendrá muy pronto.

17 de febrero de 2016.

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¡NO NOS MERECÍAMOS ESTO!

CRÓNICA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Ocho ejemplares de José Joaquín Marrón Cajiga dieron al traste con una tarde-noche en la que la mansedumbre, junto a los constantes derrumbes de los cornúpetas en el ruedo nos dejan ver –una vez más-, cómo la fiesta se va al precipicio, sin posibilidad alguna de salvación.

   Hace ocho días, un lleno esplendoroso. Hoy, domingo de Super Bowl, las mayorías decidieron quedarse en casa y disfrutar toda esa parafernalia del balón ovalado, mientras en la plaza de toros “México”, se registraba una entrada de novilladas. El asunto no para ahí. Sabíamos los asistentes que hoy nos recetaban un cartel de cuatro matadores, con lo que justo antes de las ocho de la noche, estábamos saliendo del recinto cabisbajos, derrotados, luego de soportar aquel desagradable espectáculo en el que la bravura, la pujanza y otros factores que son característicos en el toro, simple y sencillamente brillaron por su ausencia.

   Si ya en presentación dejaron que desear, en el juego fueron candidatos seguros para la yunta y esto se lo tendrá que pensar muy bien el ganadero, para resolver el tremendo galimatías que hoy tuvo que encarar. Pero también la autoridad, ¿será capaz de valorar y poner a discusión el retiro del cartel por tan malos resultados?

   Lo que hicieran Francisco Rivera Ordoñez, Diego Silveti, Fermín Espinosa “Armillita IV” y Juan Pablo Llaguno desmerece ante unos remedos de toros que además rodaron por la arena incontables ocasiones causando el enojo de los pocos asistentes, que se portaron con bastante decencia. Esto en otros tiempos, hubiera sido motivo suficiente hasta para destruir una plaza o que los aficionados bajaran al ruedo mostrando su indignación por el fraude que se estaba consumando. Evidentemente los tiempos han cambiado, pero lo que hoy hemos presenciado es el reflejo de la crisis que vive el espectáculo en todos sus aspectos, y más aún los que se materializan en la plaza de toros, cuando se lleva a cabo el festejo, eso sí bajo la fuerte presencia del azar. Pero si el azar es todo ese conjunto de circunstancias que he intentado resumir en estas notas, solo puede tenerse como resultado la debacle.

   ¿Qué hacer al respecto?

   En esto mucho tiene la culpa la empresa que no ha sabido cuidar ni sus propios intereses… menos los de los aficionados a quienes nos someten a una especie de graciosa explicación de “Confórmate con lo que te ofrezco”, y además nos cobran unas cantidades que no se corresponden con lo que pagamos. Así que hoy tuvimos el clásico fenómeno del “kilo de a ochocientos gramos” o una supuesta buena bebida rebajada con agua. También ya poco esperamos de las autoridades que no están haciendo su papel y quedan reducidas a ser “convidadas de piedra”. Y me refiero tanto a las de la delegación “Benito Juárez” como a las de la Jefatura de Gobierno que tienen abandonada a su suerte a este espectáculo. A todo lo anterior, esperamos un quehacer digno y responsable de la prensa haciendo un severo extrañamiento. No es justo que la fiesta se desmorone, y más en estos tiempos en que se “enseña el cobre” de esta manera. No bastan declaratorias de Patrimonio Cultural Inmaterial a favor de la fiesta si por otro lado se preparan casos de posible prohibición, por ejemplo en San Luis Potosí, donde ya sólo están esperando un buen momento para consumar ese anhelado propósito. Por lo tanto, no es casual la presencia de movilizaciones de grupos antitaurinos, como la que hoy se registró en el Monumento a la Revolución, bajo la consigna de “Abolición ¡Ya!” contra las corridas de toros. Parece que eso estamos esperando.

   Un delicado asunto también se dejó notar en esta jornada: el monopuyazo, lo que significa que la crianza ha tocado fondo en el hecho de producir un “toro” que no acomete a las cabalgaduras, y si lo hace es porque los públicos, profundamente sensibles y alterados en su percepción, tienen por idea el hecho de que la suerte de varas es precisamente eso: la reservada acometida de reses que apenas tienen la suficiente fuerza para embestir, recibiendo a cambio un puyazo, lo que no puede traducirse sino en descastamiento a pasos acelerados.

FORMIDABLE BRONCA EN LA PLAZA DE EL TOREO

   Los hechos sucedidos la tarde del 7 de febrero de 2016 en la plaza de toros “México” son de suyo delicados y requieren una especial atención, evitando con ello que la fiesta de toros en este país registre otra estrepitosa caída, si no queremos de veras que esto produzca una especie de paro respiratorio y con ello la declaración de muerte. No exagero, pero las condiciones no están para seguir tolerando lo que sólo se mantiene con “pinzas”. Espero que no tengamos que convertirnos en cómplices de esta amenaza que hace agua en la complicada embarcación de la tauromaquia mexicana.

7 de febrero de 2016.

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¿TENEMOS IDEA DE CÓMO TOREABAN LOS ANTEPASADOS DE PONCIANO DÍAZ Y LOS CONTEMPORÁNEOS DE BERNARDO GAVIÑO?

ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Estoy convencido que algunos carteles permiten conocer las formas y prácticas que usaron aquellos diestros foráneos, si nos atenemos al hecho de que la ciudad de México estuvo privada de dicha diversión entre 1868 y 1886, y de que la prensa, que no necesariamente disponía de una tribuna establecida (el Nº 1 de El Arte de la Lidia apareció hasta el domingo 9 de noviembre de 1884), apenas llegó a publicar aisladas reseñas, como la del 9 de septiembre de 1852 en El Siglo XIX. Pues entonces, lo único a donde podemos acudir es a los cuadros de costumbres que nos legaron autores mexicanos como: Antonio García Cubas, Guillermo Prieto o Luis G. Inclán que se combinaron con el testimonio de viajeros extranjeros, entre quienes podemos apuntar a: Madame Calderón de la Barca, Mathieu de Fossey, Brantz Mayer, José Zorrilla o Niceto de Zamacois, entre otros.

   Podrían resultar muy pocos. Afortunadamente cada uno de ellos, legó abundante información que hoy es posible conocer en infinidad de ediciones originales y sus reediciones respectivas.

   Desde el principio de estas notas se hizo una pregunta concreta: ¿Tenemos idea de cómo toreaban los antepasados de Ponciano Díaz y contemporáneos de Bernardo Gaviño?

   Pues vamos a contestarla.

   Para ello, dispongo de pequeños y escogidos pasajes recogidos de la obra de los autores ya mencionados y, para mejor entenderlos, agrego imágenes que habiendo sido publicadas en esas épocas, hoy las rescato para acompañar cada momento de la lidia, en un afán de reconstrucción total.

   Tal iniciativa la vengo madurando en un trabajo de mayores proporciones y que he titulado: ILUSTRADOR TAURINO, del que traigo las siguientes notas:

 INTRODUCCIÓN

 Las tauromaquias en México

no se escribieron.

Se ilustraron.

   Reconstruir cómo se daba una puesta en escena del toreo en nuestro país, durante algunas épocas bien localizadas del siglo XIX -en lo particular-, ya es posible, gracias a que una serie de pintores y grabadores (los hay de reconocida firma o los agrupados en el anonimato), dejaron su propio testimonio acerca de la forma en que percibieron el espectáculo. Un argumento perfectamente interpretado que entendió esa forma de ser y de pensar, como extensión imaginaria de “Los mexicanos pintados por sí mismos”, obra de Hesiquio Iriarte.

   Los ejemplos son ricos en cantidades y calidades, por lo que me parece indispensable primero, hacer un recuento de los artistas y luego, a partir de sus trabajos realizar la deseada aproximación para entender la manera en que se toreaba durante diversas épocas del siglo decimonónico. Mucho ayudarán algunas crónicas localizadas, así como otras tantas TAUROMAQUIAS publicadas en nuestro país, recordando que fue la de Francisco Montes la primera que se publicó con ese fin en nuestro país; editada e ilustrada por el célebre autor Luis G. Inclán, en 1864.

   Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, cada cual en su estilo, independientemente de su gran producción, sintetizaron la tauromaquia en sendos juegos para niños. Ambas manifestaciones podremos admirarlas en el catálogo formado para esta publicación.

   Por ahora, la fotografía no tiene cabida en el presente recuento. Los pocos daguerrotipos, ambrotipos, tarjetas de visita y hasta ilustraciones estereoscópicas que han sido redescubiertas salen de este contexto, dado que rompen con el encanto de la pintura y el grabado, pero en cierta media fueron modelo para que otros tantos artistas mayores o menores se sirvieran de ellas, para enriquecer con su trabajo las publicaciones periódicas o para dar realce a algún volante de los muchos repartidos en las plazas, donde además se publicaban versos o corridos alusivos a alguna ocasión digna de memoria.

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Manuel Manilla. “La oca taurina”. Grabado. Fuente: Colección del autor.

   Sabemos que la fotografía “enfocó” a la fiesta de los toros en nuestro país desde 1864. Luego, en 1885 aproximadamente podemos mencionar tres arcaicas imágenes que nos dan una vaga idea de un probable foto-reportaje (logrado en el Huisachal), concepto que ya se va a dar en mejor medida hacia fines de 1897 cuando se han podido reunir hasta 6 fotografías que dan testimonio de una actuación de Ponciano Díaz en la plaza de Tenango del Valle, acompañado de la torera española Juana Fernández “La Guerrita”. Luego, el 26 de diciembre de ese mismo año se genera el que puede considerarse “primer gran foto-reportaje” en donde se dejó evidencia de una actuación de Luis Mazzantini y Nicanor Villa “Villita” con reses de Tepeyahualco en la plaza de Bucareli, que consta de más de 30 vistas. Ambos trabajos fueron logrados por Charles B. Waite y Winfield Scott, inquietos reporteros gráficos que además se encargaron de retratar otros tantos pasajes de la vida cotidiana de nuestro país, cuyo encanto terminó “atrapándolos”.

   Todavía en los primeros años de la Revolución y concluida esta, los grabados de Manilla y Posada se dispersaron por diferentes imprentas, mismas que usaron aquellas planchas para ilustrar el cartel encargado previamente. Pero fundamentalmente dejaron testimonio que afortunadamente fue rescatado y hoy rescatamos en esa indispensable labor ajena al olvido.

   La captura de imágenes va a ser posible, gracias a uno de mis trabajos: la Aportación Histórico Taurina Nº 24: “Registro Fotográfico”, cuyo levantamiento continua (hasta el momento de elaborar esta “introducción” llevo un registro de 1031 imágenes). Esa AHT es sustento invaluable pues da vida a los diversos apuntes, artículos, ensayos, series y libros que, por otra parte he elaborado, manteniéndose buena cantidad de ellos inéditos (o lo que es lo mismo, en un rincón).

   De Bernardo y de Ponciano, el Dr. Carlos Cuesta Baquero nos obsequió con los perfiles más completos de ambos, porque al no quedar en la marginación y el olvido dado su papel protagónico, se les puede entender a pesar del tiempo que ahora nos separa de ellos (114 y 101 años respectivamente).

   Pero también, más en contra de Díaz que de Gaviño, hubo campañas perfectamente articuladas que lo destrozaron materialmente. Veamos qué dice Eduardo Noriega “Trespicos” allá por noviembre de 1895:

 LA FILOXERA DE LA AFICIÓN

(…)la evolución ya se había impuesto, pese a unos cuantos que todavía quedan, como quedan algunas tardes nubladas cuando se aleja el estío.

   Dura fue la campaña y tenaz la fatiga; pero al fin, el progreso se ha impuesto, y aunque todavía se queman algunos cartuchos en defensa de lo atrasado, de lo malo y de lo nocivo, aunque todavía hay unos cuantos desbandados que pregonan la falsedad en el arte, y con esta bandera tratan de sofocar el gusto de la afición, ya no hay temor de que sus ideales se impongan, ni esperanza de que sus absurdos se realicen.

   El único y tenaz enemigo que hoy tiene la afición en México, es el antiguo espada y novel empresario Ponciano Díaz…

   Con esto, la prensa taurina establecida, adecuada asimismo al quehacer español que se manifestó en México con amplios poderes desde 1887, instrumentó la opinión intelectual de aquella expresión estética y técnica, liquidó el esquema autóctono y rural que durante muchos años se entronizó como forma mexicana del toreo.

   De esa manera, el último reducto del toreo a la mexicana, el diestro Ponciano Díaz, ya sólo tuvo tiempo de disiparse en desesperadas actitudes que de forma acelerada lo llevaron al fin. Tuvo tiempo de actuar en una que otra tarde aislada hasta que sobrevino su muerte, el 15 de abril de 1899.

   Como puede observarse, culminando materialmente el siglo XIX, terminó también aquel capítulo de toreo al estilo del país, con bajonazos y mete y sacas, del que han quedado secuelas en este XX que también termina.

   Así que de esa y no de otra manera, entenderemos el toreo. Crónicas, pequeños pasajes recogidos en novelas de costumbres, visiones de extranjeros y la imagen, serán nuestros más importantes sustentos para entender cómo se toreaba en el siglo XIX mexicano.

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LUIS G. INCLÁN SALE EN DEFENSA DEL TOREO ALLÁ POR 1863.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Del autor Hugo Aranda Pamplona, localicé su obra: Luis Inclán El Desconocido,[1] en la que reproduce facsimilarmente una interpretación sobre lo que está ocurriendo con los toros en 1863, luego de que el mariscal Forey “impugna por efectos de humanidad las corridas de toros”, como buen militar y francés, que ha resentido la derrota en suelo ajeno. Asimismo –apunta Inclán-, apareció por esos días de agosto otra visión, la de Niceto de Zamacois, quien salió a la defensa de “las costumbres de su país”, defensa de un español que no puso los ojos en el quehacer taurino que entonces seguía dominado por un paisano suyo, Bernardo Gaviño, mismo que se presentó en la

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Mariscal Forey. INAH-SINAFO, N° de Cat.: 452729

 PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 15 de noviembre. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, con 6 toros de Atenco.

   En el mismo cartel de esta tarde, Gaviño, anunciaba su regreso a la capital en estos términos:

   De regreso de la Habana y de otras villas y ciudades de esta República, en donde he sufrido mucho, padeciendo inmensas pesadumbres con perjuicio de mi salud e interés, me encuentro otra vez en esta hermosa capital, con el objeto de presentarme nuevamente, como lo haré esta tarde, a ejercer mi profesión del difícil y arriesgado arte tauromáquico, en el que por la bondad de este respetable público han sido bien recibidos mis trabajos, por cuya benevolencia procuraré desempeñar los lances que el bicho me presente y los que yo le buscaré, a satisfacción de la recomendable concurrencia, obsequiando al mismo tiempo los deseos de mis invitadores y amigos, no obstante que mi salud no está completamente restablecida.

NICETO DE ZAMACOIS

   Por aquellos días también se encuentra en la escena Pablo Mendoza, mismo que actuó la tarde del 26 de julio, como consta en el siguiente cartel:

PLAZA DE TOROS / DEL PASEO NUEVO. / TERCERA ASCENSIÓN EAEROSTÁTICA / DE JOAQUÍN DE LA CANTOLLA Y RICO. / SOBERBIA CORRIDA DE TOROS. / FUNCIÓN DEDICADA A LOS EXMOS. SRES. GENERALES DE DIVISIÓN / D. JUAN N. ALMONTE / Y D. LEONARDO MÁRQUEZ, / QUIENES LA HONRARÁN CON SU ASISTENCIA. / Domingo 26 de Julio de 1863. / TOROS DE ATENCO. / CUADRILLA DE PABLO MENDOZA.

   La empresa aerostática mexicana que trabaja en la dirección de los globos desde el año de 1848, después de largos y costosos experimentos que ha practicado, además de las diversas ascensiones hechas con este objeto, deseando concluir el grande aparato que tiene ya trazado, y el que verá la luz pública dentro de breves días, ha dispuesto dar una función, con cuyos productos se auxiliará para el grandioso fin que se ha propuesto.

   El sistema es conocido ya por varias personas, es sencillo y peligroso; por medio de este procedimiento no ofrece la empresa grandes cosas; pero si cree que hará cortas travesías con bastante dificultad, hasta que hombres de mayor talento mejores con sus luces el mecanismo. Con lo poco que haga queda conforme, y a favor del suelo donde ha nacido, solo impetra del genio de la fama una mirada dulce que hasta hoy ha sido esquiva a tantos ilustres científicos de otras naciones. ¿Tendrá la empresa esta satisfacción gloriosa?… muy pronto se practicará la última prueba.

   La función señalada para este día se ha encomendado al aplicado joven CANTOLLA, que ha trabajado tanto en este sentido, y a quien animan los deseos más ardientes por el engrandecimiento de la ciencia y de su país.

La Empresa aerostática mexicana.

   Entusiasta cual lo he sido por los viajes aéreos, hoy tengo el gusto de anunciar al público mi tercera ascensión que verificaré en un globo nuevo y de forma regular; mide 108,000 pies cúbicos, y está marcado en línea perpendicular con los colores nacionales. A pesar de la festinación que se ha hecho, no lo juzgo indigno de ser el precursor del aparato de dirección que está en obra, y el que también tendré la gloria de ocupar en unión de la empresa.

   Justo apreciador el público que se sirva honrarme esta vez con su asistencia, comprenderá los crecidos gastos que ha sido necesario erogar por el deseo de complacerlo, conciliando dejarlo satisfecho y coadyuvar al propósito grande y sublime que nos ocupa.

   Si el público queda satisfecho, también lo estará

Joaquín de la Cantolla y Rico.

PROGRAMA / A las once de la mañana se abrirán las puertas de la plaza para recibir al público con una música militar que tocará exquisitas y agradables piezas, y la ascensión se verificará / A LA UNA DE LA TARDE, SI EL TIEMPO LO PERMITE. / A continuación se lidiarán / TRES BRAVÍSIMOS TOROS DE MUERTE / de la incomparable raza del cercado de Atenco, y se han escogido con tanta inteligencia y cuidado, que si los de la función pasada merecieron repetidos aplausos de la digna concurrencia, se puede asegurar que con los de esta tarde quedará muy satisfecha. / UNA GRACIOSA MOJIGANGA / amenizará la corrida, concluyendo con el / TORO EMBOLADO / de costumbre, que estará adornado con MONEDAS DE PLATA.

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En el recuadro aparece un detalle que hace notar la presencia de un Joaquín de la Cantolla y Rico, con sus 34 años de edad, quien para entonces ya tenía en su haber dos ascensiones… pero esta tenía para él enorme importancia. Reproducción digital del autor.

   Inclán, seguramente indignado por la posición del galo, así como de un Zamacois que llegó a México en enero de 1855, aunque probablemente resentido desde entonces, luego de su accidentado arribo, pues tuvo que enfrentar airados reclamos debido a unos versos atribuidos a él en contra del país, se desbordó en un impresionante texto, que da panorama general sobre lo que para esos momentos concibe como la historia y evolución de la tauromaquia que percibe no solo el aficionado en potencia, sino el ilustrado autor que se inclina por los entrañables aspectos de la charrería, de la que es afecto seguidor y un practicante adelantado. Además, a lo largo del texto, presenta una perfecta combinación de ambos géneros: el de a pie y el de a caballo, con amplio conocimiento de causa.

   Don Luis Gonzaga emplea además, un bagaje de información, donde nos deja ver que no era ningún improvisado, y que por sí solo el texto nos hablará de tales ideas. En la parte final de estos apuntes, incluyo las dos visiones –tanto de Forey como de Zamacois- que inspiraron a Inclán escribir en La Jarana, periódico del que además era editor, la siguiente visión:

 LUIS G. INCLÁN5

LA JARANA, T. I., AGOSTO 23 DE 1863, N° 7

CORRIDAS DE TOROS

   Dicen que dijo el rey D. Alonso el Sabio, que si él hubiese concurrido á la creación del mundo, habría salido la obra más completa, pues como enemigo de disturbios, lo primero que habría establecido era que todos los hombres pensaran iguales, ó que de no ser así, era mejor que ninguno pensara. La Jarana cree que aquel rey tenia razón, porque como dice el adagio, cada cabeza es un mundo y cada cual piensa con su cabeza.

   Hemos visto en las columnas del Pájaro Verde una carta del señor mariscal Forey, en la que parece impugna por efectos de humanidad las corridas de toros. También leímos la que tratado sobre el mismo asunto, aunque escrita en diverso sentido, escribió el súbdito español D. Niceto de Zamacois; él defiende á capa y espada las costumbres de su país; como español expone sus razones en pro de esas costumbres, y nosotros como mexicanos, que las heredamos de ellos, como también somos hijos de Dios y herederos de su gloria, también pensamos, según y como nuestro chirumen nos ayuda: por supuesto como no contamos con la civilización de las naciones cultas que se empeñan en tenernos por bárbaros, todo cuanto nos rodea es bárbaro, y bárbaramente no cometemos mas que barbaridades. En esta inteligencia, diremos unas cuatro palabras sobre las corridas de toros, pues si el señor Zamacois celoso defiende las costumbres de su país, también nosotros tenemos algo de ese celo, y aunque no con la elocuencia de las bien cortadas plumas que han cuestionado sobre este asunto, expondremos nuestro humilde juicio: he aquí lo del rey D. Alonso el Sabio: nos hubiéramos evitado de hablar de este negocio si todos pensáramos iguales.

   Se juzga como origen de depredaciones y crímenes este bárbaro espectáculo de ver sortear á un toro feroz armado de agusada cornamenta, por un hombre que no tiene más defensa que un capotillo ú otro que lo resiste y domina con una pica, que no tiene ni una pulgada de fierro penetrante, montado en un mal jamelgo, que deshechado de todos los usos á que se pudiera destinar, va á terminar su miserable vida entre las astas de un boyante bicho, y porque dejó en la plaza las tripas, ya se dice que espectáculo de sangre, “que el pueblo, por esta razón conserva instintos feroces, y no es extraño que unos á otros se maten tan a menudo”.

   Ese instinto, sin disputa, no es debido á las corridas de toros en las que un hombre mata á una bestia, sino á cincuenta años largos en que por nuestra independencia y luego por las guerras intestinas que nos sembraran nuestros huéspedes, los de las naciones cultas, no ha tenido el pueblo mas ejemplo que el que lo lleven á fuerza á matar hombres con hombres…

   Otra vez viene como de molde lo del rey D. Alonso; mucha sangre derramada y no de toros, se hubiera evitado si todos pensáramos iguales.

   Pero vamos al grano, á la tierra que fueres haz lo que vieres, este también creemos que fue refrán de D. Alonso el Sabio, porque indudablemente evita cuestiones; pero en este pícaro mundo cada cual piensa con su cabeza, y por eso nosotros decimos, que elevado el espectáculo de corridas de toros á la categoría de arte, no hay el positivo riesgo de la vida del gladiador, cuando éste, ya sea por el estudio ó ejercicio, se presenta lujosamente vestido y con la sonrisa en los labios ante una numerosa concurrencia, á demostrar su valor, destreza y habilidad, valido de la eminente ventaja que como racional posee sobre el bruto, á quien burla, domina, y al fin hace sucumbir.

   Tiene esto su riesguesillo, nadie lo duda, ese es nada menos su mérito, y por eso se dice, que desde lejos se ven los toros, y ninguno se atreve a bajar al redondel, en donde diez ó doce diestros diviertes á mas de seis mil espectadores, que en los momentos de fijar la atención en los lances de la lidia, no se acuerdan ni de la madre que los parió, sino que entusiasmados gritan, palmotean y aplauden, no á la sangre que derraman los caballos, ni á la que el toro deja suya en la plaza, sino á los hechos de intrepidez, resignación que al torero porque mató a un toro de una buena estocada, le granjean unos cuantos aplausos y cuatro ó seis pesos de galas; mientras que al guerrero porque hizo cosa igual con otro hombre, le vale un laurel, un grado, y la gloria de valiente.

   Tenia mucha razón el rey D. Alonso, y á juicio de la Jarana, es mas nocivo para la educación del pueblo el armamento, proyectiles y tanto como han inventado los hombres para destrozarse unos á otros, que las consecuencias de la escuela de tauromaquia que regularizó el modo de que un diestro sin el mayor peligro divierta á la muchedumbre afecta á distraerse con espectáculos de toros.

   ¿Quién será más bárbaro, el que inventó la pólvora y armas de fuego y blancas que teñidas con sangre humana cubren de gloria á los guerreros, ó el que con serenidad y sangre fría burla la saña de una fiera y conquista la gloria sin llevar consigo el remordimiento de Caín?…

   ¿Quién de mas pruebas de positivo valor, el que desde gran distancia caza á su enemigo, ó el que nulificando las armas de su contrario lucha con él cuerpo á cuerpo, sin mas parapeto que un pedazo de trapo?

   Las corridas de toros son sin duda, un espectáculo nacional, y quizá por esto, los mexicanos somos fanáticos por ellas; esta diversión no es fácil abolirla porque data de luengos años. Nuestros conquistadores los españoles nos la legaron, y hoy les sacamos dos deditos de ventaja, v.g., en el uso de la reata, en jinetear, en las travesuras del campo, bárbaras, sí señor, no lo negamos, pero útiles particular y generalmente; el hombre que sabe lazar á un toro tiene en su reata una arma poderosa y terrible; el que sabe balonearse para tomar la cola, arsionar y usar de los rápidos movimientos de su caballo, es un excelente lancero y un temible dragón. Mientras que los que solo se destraían con la ópera, las escenas lúbricas, los bailes, &c., eran unas gallinas que no servían ni para el hígado ni para el vaso. En fin, porque las corridas de toros no son del agrado de unos cuantos que ignoran las precisas, terminantes y bien combinadas reglas de la tauromaquia, y que sin embargo de pugnar dicha diversión con sus costumbres, asisten á ella, y hasta llevados del entusiasmo prorrumpen en estrepitosos aplausos, no se debe calificar de inmoral y de bárbara.

   Repetimos lo dicho, ¡lástima que el rey D. Alonso el Sabio no hubiese tomado parte en la creación del mundo! o siquiera la Jarana, que hubiera congeniado á las mil maravillas con aquel rey, y no que cada cabeza es un mundo, y cada uno piensa con su cabeza; y no que mientras unos estudian el modo de matarse á diez ó doce pasos en un desafío ó el prosaico pugilato, otros arman gallos para que se rajen medio á medio; y nosotros estamos en nuestro elemento viendo matar toros feroces y caballos viejos y enteramente inútiles.

   ¡Tal es este pícaro mundo! Nos tocó la renegada, nunca dejaremos de ser bárbaros. Aquí de D. Alonso el Sabio, cada cabeza es un mundo; quizá por eso aquella niña tan extremosa, cuando asistía á los toros, en cada suerte no tenia mas que el Jesús en la boca, pero eso sí, no aparaba los ojos del circo ni dejaba de apretarse constantemente las manos diciendo cuanto se le ocurría.

   -Es toro muy bravo, Jesús!… ya va á salvar la valla San Antonio! Corre, corre Angel de mi guarda! Santos Varones, ya le sacaron las tripas!… ¡Qué horror! Animas que lo maten. Toca Simón! ¡Ay papá!    Bien, bien!… Gracias á Dios que salieron las mulitas!!!

   El papá mortificado al ver los sobresaltos de su hija, resolvió marcharse diciéndole:

   -Vámonos, mi alma, esta diversión no es para ti, te afectas mucho y pueden enfermarte.

   -Siéntate, papacito, no te apures, estos sustitos son los que me agradan, y así asustándome me divierto y gozo.

   De veras, de veras que fue un sabio el rey D. Alonso! ¿No era mejor que todo el mundo se divirtiera con las bellas letras? Pero, ya se ve, cosas de este mundo mal hecho: hay quien se divierta con sustitos! Cada uno piensa con su cabeza!

Abur.-Luis Inclán.

   ¿Qué decía EL PÁJARO VERDE para tener tan admirado a Luis G. Inclán?

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Imagen obtenida de la consulta a: http://www.hndm.unam.mx/consulta/busqueda/buscarPalabras

   Al parecer, con la corrida efectuada el domingo 26 de julio de 1863, en la plaza de toros del Paseo Nuevo, con la tercera ascensión aerostática de Joaquín de la Cantolla y Rico, así como una soberbia corrida de toros, con toros de Atenco, y la cuadrilla de Pablo Mendoza, aparecen en “El Pájaro verde” las siguientes reacciones:

El Pájaro verde,T. I., N° 28, martes 18 de agosto de 1863

CORRIDAS DE TOROS.-Se ha dado publicidad á la carta siguiente:

“México, Agosto 16 de 1863.-Señor director:-Con ocasión de la fiesta del emperador, la ciudad de México ha dado una función de espectáculo en uso en España y en este país, y ha convidado para ella al ejército francés. He creído pagar esta señal de cortesanía concurriendo á dicha función.

   “Mas no querría yo que mi presencia pudiera ser interpretada como una aprobación de espectáculo de tal género. Quiero, por el contrario, aprovechar esta ocasión para expresar mi asombro de que en el siglo XIX y cuando en todos los pueblos civilizados se han dulcificado y refinado las costumbres con la práctica de una religión que proscribe todo acto de barbarie y con el estudio de las artes liberales, pueda haber todavía una nación cristiana que se complazca y deleite en asistir a un espectáculo donde hay, no solamente animales, sino hombres expuestos a perecer.

   “¿Cómo no se han presentando consideraciones de un orden más alto al espíritu de las autoridades que mantienen esta costumbre tan bárbara cuanto impolítica? ¿Cómo no ven que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida?

   “¡Ojalá que la nueva generación sea acostumbrada, en el seno de la familia y por los ministros de Dios, al respeto de la vida de sus semejantes, y que el gobierno comprenda que este espectáculo, digno de los siglos bárbaros, no puede menos de conservar en este país hábitos de homicidio! Así habrá hecho un gran servicio a la nación que no podrá revindicar con justo título, su rango entre los pueblos civilizados, sino cuando haya modificado sus sanguinarias costumbres.

   “Tales reflexiones, convénzanse de ello los mexicanos, no me son inspiradas sino por el interés que abrigo a favor de este país, donde me consideraría dichoso en dejar algunos rastros de mi paso.

   “Recibid, señor director, las seguridades, etc.

   “El mariscal de Francia, comandante en jefe del cuerpo expedicionario de México, Forey”.

El Pájaro verde, T. I., N° 29, miércoles 19 de agosto de 1863

Sres. RR del Pájaro Verde.-Cada de Vdes., Agosto 18 de 1863. Muy señores míos: he de merecer a Vdes. tengan a bien franquear las columnas de su popular periódico a los siguientes renglones, por cuyo favor les viviré reconocido.

CORRIDAS DE TOROS

   Con verdadera satisfacción he leído la carta que el señor mariscal Forey dirije al redactor L´Estaffette, (L´Estafette. Journal Français. México, Imprenta de L´Estafette, 1863-1866) con motivo de la función de toros con que le obsequió el ayuntamiento de esta capital. En ella, lo mismo que en todas las anteriores del expresado señor mariscal, campean las ideas más sanas y humanitarias; ideas que cuadran perfectamente con el carácter que debe distinguir a todo personaje que ocupa el alto lugar en que él se encuentra.

   Sin embargo, por mucho que yo aplauda esas rectas ideas dictadas por la más noble intención, y por inclinado que me encuentre a respetar la opinión de los hombres en quienes concurren el saber, el talento y el ardiente anhelo por el mejoramiento social, permítaseme que me atreve a decir que sospecho encontrar alguna exageración en los funestos resultados que se atribuyen a las corridas de toros.

   En uno de los bellos periodos de la expresada carta, escrita con el sentimiento más puro del corazón, se encuentran estas palabras que revelan los más nobles afectos de humanidad, pero que, como he dicho, presentan las corridas de toros como un semillero de crímenes, que en mi humilde concepto están muy lejos de merecer tan desfavorable epíteto. “¿Cómo no ven, dice la carta, que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre, es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida?”

   Este cargo terrible, formulado con los caracteres que acabo de copiar, no es la primera vez que se les dirige a los países en que se lidian toros. No hay un solo publicista extranjero que no califique de bárbara esa costumbre española; y hasta los ilustrados ingleses que humanitariamente se sacan los ojos en el civilizado pugilato, fulminan sus terribles anatemas contra ella.

   No sostendré yo que las corridas de toros son un espectáculo moral y civilizador; pero como español que veo atacar una costumbre que puede llamarse moral al lado de la del pugilato que ostenta la Inglaterra, que pasa por una de las naciones más civilizadas, y como afecto a todo lo que tiene relación con México, jamás convendré, mientras no se aleguen razones más poderosas que las que hasta hoy han emitido los antagonistas de las corridas de toros, jamás convendré, repito, en que éstas influyan en lo más mínimo en la corrupción de las costumbres, y mucho menos en que sean la escuela de los asesinatos y de los actos más crueles.

   Corridas de toros había en México en los gobiernos virreinales, y sin embargo, los crímenes y los delitos eran tan escasos entonces, que las grandes conductas caminaban por todo el país sin escolta ninguna, llevando solamente una banderita encarnada que indicaba pertenecer aquel dinero al tesoro real. Corridas de toros había en México cuando los comerciantes, sin otro documento que la palabra y la buena fe del comprador, fiaban gruesas sumas a los viandantes que recorrían todas las poblaciones sin encontrar un malhechos que atentase ni a su fortuna ni a su vida. Corridas de toros hubo por espacio de trescientos años, y sin embargo, en esos trescientos años la estadística criminal no arroja de sí los crímenes que presentan en veinte cualesquiera de las naciones donde se desconoce esa diversión. Corridas de toros hay en Vizcaya, en Alava, en Guipúzcoa, provincias de las más alegres de España, pero a pesar de ser sus habitantes tan aficionados a esa diversión, se pasan muchos años para que tenga lugar un asesinato, como lo podrán afirmar varios de los oficiales franceses que aquí se encuentran, y que han visitado aquellos puntos de la Península.

   Si la vista de la sangre familiarizase al hombre con la sangre, como lo afirman los que critican las corridas de toros, los ejércitos, lejos de inspirarnos confianza, nos inspirarían terror, y en vez de ver en cada soldado, como vemos, un buen ciudadano, humano, leal, franco y valiente, no encontraríamos sino un hombre de instintos feroces. Los intrépidos militares que en cien batallas han arrostrado con serena frente la muerte, han visto caer a su lado a sus más leales amigos, destrozados por la metralla enemiga legiones de bravos adalides, humear la sangre de los combatientes y han escuchado los ayes de los heridos, los vemos retirarse, cumplido su servicio, a sus hogares, lamentar las desgracias que han presenciado, y ocuparse en la esmerada educación de sus hijos con el cariño más tierno, siendo modelos de buenos ciudadanos, de excelentes padres y de amantes esposos.

   Si seguro estuviese de obtener una contestación sincera y categórica, yo me aventuraría a dirigirles a varios escritores que con más negros colores han pitado esa costumbre española que nos viene ocupando en este momento, esta pregunta: Si la sangre vertida en las corridas de toros teméis que familiarice al público con la sangre, ¿no teméis que la representación de tanto crimen inaudito en el teatro, lo familiarice con los crímenes? ¿Si condenáis los toros porque endurece, según decís, el corazón, no deberéis condenar esas producciones inmorales, antirreligiosas, donde están hacinados los asesinatos, los incendios, los robos, las traiciones y todo linaje de delitos, esas producciones que son la cátedra de la perversidad en que aprenden los malvados la manera de cometer los crímenes que, generalmente quedan impunes, en esos monstruosos partos de una imaginación exaltada? ¿Creéis que han hecho menos males a las costumbres y a la religión, base de todo bien social, las obras de Voltaire, Rousseau, Diderot, Prud´homme, Sue y otros cien a quienes alabáis, que el simple espectáculo de las corridas de toros? No, de ninguna manera; y sin embargo, mientras elogiáis las producciones de un extraviado ingenio que lleva la duda al corazón del cristiano, que le arranca sus más dulces creencias, os ensañáis contra una costumbre que no tiene más proporciones que la del pasatiempo!

   Balmes, a quien ninguno podrá tachar de abrigar instintos crueles, dice estas palabras al ocuparse de los juegos públicos de otros países y criticar su fiereza: “¿Y los toros de España? Se me preguntará naturalmente, ¿no es un país cristiano católico donde se ha observado la costumbre de lidiar los hombres con las fieras? Apremiadora parece la objeción, pero no lo es tanto que no deje una salida satisfactoria. Y ante todo, y para prevenir toda mala inteligencia, declaro que esa diversión popular es en mi juicio bárbara, digna, si posible fuese, de ser extirpada completamente. Pero toda vez que acabo de consignar esta declaración tan explicita y terminante, permítaseme hacer algunas observaciones para dejar bien puesto el asombro de mi patria. En primer lugar, debe notarse que hay en el corazón del hombre cierto gusto secreto por los azares y peligros. Si una aventura ha de ser interesante, el héroe ha de verse rodeado de riesgos graves y multiplicados; si una historia ha de excitar vivamente nuestra curiosidad, no puede ser una cadena no interrumpida de sucesos regulares y felices. Pedimos encontrarnos a menudo con hechos extraordinarios y sorprendentes; y por más que nos cueste decirlo, nuestro corazón al mismo tiempo que abriga la compasión más tierna por el infortunio, parece que se fastidia si tarda largo tiempo eh hallar escenas de dolor, cuadros salpicados de sangre. De aquí el gusto por la tragedia; de aquí la afición a aquellos espectáculos, donde los actores corran o en la apariencia o en la realidad, algún riesgo.

   “No explicaré yo el origen de este fenómeno; bástame consignarlo aquí, para hacer notar a los extranjeros que nos acusan de bárbaros, que la afición del pueblo español a la diversión de los toros, no es más que la aplicación a un caso particular de un gusto cuyo germen se encuentra en el corazón del hombre. Los que tanta humanidad afectan cuando se trata de las costumbres del pueblo español, debieran decirnos también: ¿de dónde nace que se vea acudir un concurso inmenso a todo espectáculo que por una u otra causa sea peligroso a los actores? De dónde nace que todos asistirían con gusto a una batalla por más sangrienta que fuese, si era dable asistir sin peligro? De dónde nace que en todas partes acude un numeroso gentío a presenciar la agonía y las últimas convulsiones del criminal en el patíbulo? De dónde nace, finalmente, que los extranjero cuando se hallan en Madrid se hacen cómplices también de la barbarie española?

   “Digo todo esto, no para excusar en lo más mínimo esa costumbre, sino para hacer sentir que en esto como casi en todo lo que tiene relación con el pueblo español, hay exageraciones que es necesario reducir a límites razonables. A más de esto, hay que añadir una reflexión importante, que es una excusa muy poderosa de esa criticada diversión.

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“Vue Genérale de México” Litografía de Dusacq et C. realizada en 1865. Vista desde el noroeste hacia el sudeste, muy similar a la elaborada por Casimiro Castro. En ella destacan notablemente las dos plazas que existían en esa época: la de San Pablo y la del Paseo Nuevo.

Miguel Luna Parra / Federico Garibay Anaya: México se viste de luces. Un recorrido histórico por el territorio taurino de nuestro país. Guadalajara, Jalisco, El Informador, Ägata Editores, 2001.232 pp. Ils., fots., facs., maps., p. 51.

   “No se debe fijar la atención en la diversión misma, sino en los males que acarrea. Ahora bien, ¿cuántos son los hombres que mueren en España lidiando con los toros? Un número escasísimo, insignificante en proporción a las innumerables veces que se repiten las funciones de manera que si se formara un estado comparativo entre las desgracias ocurridas en esta diversión y las que acaecen en otras clases de juego, como las corridas de caballos y otras semejantes, quizás el resultado manifestaría que la costumbre de los toros, bárbara como es en sí, no lo es tanto sin embargo, que merezca atraer esa abundancia de afectados anatemas con que han tenido a bien favorecernos los extranjeros.

   “Cuando en los tiempos de la edad media, los caballeros españoles se presentaban en el redondel a luchar temerariamente con la fiera, los toros eran en efecto una diversión sembrada de inminentes peligros; pero en nuestros tiempos, en que el arte y la inteligencia burlan la fuerza bruta del terrible toro, las corridas han ganado en vistosas y poco temibles, aunque siempre imponentes, lo que han perdido en peligrosas y sangrientas”.

   Lo expuesto creo que basta a probar lo que me propuse al principio, esto es, que las corridas de toros no influyen, como se ha pretendido, a endurecer el corazón humano, y mucho menos que sean la escuela de los crímenes y asesinatos en una sociedad como México, presa hace cuarenta y tres años de las guerras intestinas.

   Repito que aplaudo y respeto los sentimientos humanitarios que campean en la bien escrita carta del señor mariscal Forey, que participio en parte de su opinión; pero como español, me he juzgado en el deber de patentizar al ver aludida en ella a mi patria, que la sociedad española, lejos de atentar los instintos feroces que algunos autores creen imprimen en los pueblos las corridas de toros, no cede en nobles sentimientos a las naciones que más blasonan de filantrópicas y de hidalgas.

   Soy de vdes., señores redactores, su afectísimo servidor.-Niceto de Zamacois.


[1] Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 p. Ils., retrs., fots., facs.

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