CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Del autor Hugo Aranda Pamplona, localicé su obra: Luis Inclán El Desconocido,[1] en la que reproduce facsimilarmente una interpretación sobre lo que está ocurriendo con los toros en 1863, luego de que el mariscal Forey “impugna por efectos de humanidad las corridas de toros”, como buen militar y francés, que ha resentido la derrota en suelo ajeno. Asimismo –apunta Inclán-, apareció por esos días de agosto otra visión, la de Niceto de Zamacois, quien salió a la defensa de “las costumbres de su país”, defensa de un español que no puso los ojos en el quehacer taurino que entonces seguía dominado por un paisano suyo, Bernardo Gaviño, mismo que se presentó en la
Mariscal Forey. INAH-SINAFO, N° de Cat.: 452729
PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 15 de noviembre. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, con 6 toros de Atenco.
En el mismo cartel de esta tarde, Gaviño, anunciaba su regreso a la capital en estos términos:
De regreso de la Habana y de otras villas y ciudades de esta República, en donde he sufrido mucho, padeciendo inmensas pesadumbres con perjuicio de mi salud e interés, me encuentro otra vez en esta hermosa capital, con el objeto de presentarme nuevamente, como lo haré esta tarde, a ejercer mi profesión del difícil y arriesgado arte tauromáquico, en el que por la bondad de este respetable público han sido bien recibidos mis trabajos, por cuya benevolencia procuraré desempeñar los lances que el bicho me presente y los que yo le buscaré, a satisfacción de la recomendable concurrencia, obsequiando al mismo tiempo los deseos de mis invitadores y amigos, no obstante que mi salud no está completamente restablecida.
Por aquellos días también se encuentra en la escena Pablo Mendoza, mismo que actuó la tarde del 26 de julio, como consta en el siguiente cartel:
PLAZA DE TOROS / DEL PASEO NUEVO. / TERCERA ASCENSIÓN EAEROSTÁTICA / DE JOAQUÍN DE LA CANTOLLA Y RICO. / SOBERBIA CORRIDA DE TOROS. / FUNCIÓN DEDICADA A LOS EXMOS. SRES. GENERALES DE DIVISIÓN / D. JUAN N. ALMONTE / Y D. LEONARDO MÁRQUEZ, / QUIENES LA HONRARÁN CON SU ASISTENCIA. / Domingo 26 de Julio de 1863. / TOROS DE ATENCO. / CUADRILLA DE PABLO MENDOZA.
La empresa aerostática mexicana que trabaja en la dirección de los globos desde el año de 1848, después de largos y costosos experimentos que ha practicado, además de las diversas ascensiones hechas con este objeto, deseando concluir el grande aparato que tiene ya trazado, y el que verá la luz pública dentro de breves días, ha dispuesto dar una función, con cuyos productos se auxiliará para el grandioso fin que se ha propuesto.
El sistema es conocido ya por varias personas, es sencillo y peligroso; por medio de este procedimiento no ofrece la empresa grandes cosas; pero si cree que hará cortas travesías con bastante dificultad, hasta que hombres de mayor talento mejores con sus luces el mecanismo. Con lo poco que haga queda conforme, y a favor del suelo donde ha nacido, solo impetra del genio de la fama una mirada dulce que hasta hoy ha sido esquiva a tantos ilustres científicos de otras naciones. ¿Tendrá la empresa esta satisfacción gloriosa?… muy pronto se practicará la última prueba.
La función señalada para este día se ha encomendado al aplicado joven CANTOLLA, que ha trabajado tanto en este sentido, y a quien animan los deseos más ardientes por el engrandecimiento de la ciencia y de su país.
La Empresa aerostática mexicana.
Entusiasta cual lo he sido por los viajes aéreos, hoy tengo el gusto de anunciar al público mi tercera ascensión que verificaré en un globo nuevo y de forma regular; mide 108,000 pies cúbicos, y está marcado en línea perpendicular con los colores nacionales. A pesar de la festinación que se ha hecho, no lo juzgo indigno de ser el precursor del aparato de dirección que está en obra, y el que también tendré la gloria de ocupar en unión de la empresa.
Justo apreciador el público que se sirva honrarme esta vez con su asistencia, comprenderá los crecidos gastos que ha sido necesario erogar por el deseo de complacerlo, conciliando dejarlo satisfecho y coadyuvar al propósito grande y sublime que nos ocupa.
Si el público queda satisfecho, también lo estará
Joaquín de la Cantolla y Rico.
PROGRAMA / A las once de la mañana se abrirán las puertas de la plaza para recibir al público con una música militar que tocará exquisitas y agradables piezas, y la ascensión se verificará / A LA UNA DE LA TARDE, SI EL TIEMPO LO PERMITE. / A continuación se lidiarán / TRES BRAVÍSIMOS TOROS DE MUERTE / de la incomparable raza del cercado de Atenco, y se han escogido con tanta inteligencia y cuidado, que si los de la función pasada merecieron repetidos aplausos de la digna concurrencia, se puede asegurar que con los de esta tarde quedará muy satisfecha. / UNA GRACIOSA MOJIGANGA / amenizará la corrida, concluyendo con el / TORO EMBOLADO / de costumbre, que estará adornado con MONEDAS DE PLATA.
En el recuadro aparece un detalle que hace notar la presencia de un Joaquín de la Cantolla y Rico, con sus 34 años de edad, quien para entonces ya tenía en su haber dos ascensiones… pero esta tenía para él enorme importancia. Reproducción digital del autor.
Inclán, seguramente indignado por la posición del galo, así como de un Zamacois que llegó a México en enero de 1855, aunque probablemente resentido desde entonces, luego de su accidentado arribo, pues tuvo que enfrentar airados reclamos debido a unos versos atribuidos a él en contra del país, se desbordó en un impresionante texto, que da panorama general sobre lo que para esos momentos concibe como la historia y evolución de la tauromaquia que percibe no solo el aficionado en potencia, sino el ilustrado autor que se inclina por los entrañables aspectos de la charrería, de la que es afecto seguidor y un practicante adelantado. Además, a lo largo del texto, presenta una perfecta combinación de ambos géneros: el de a pie y el de a caballo, con amplio conocimiento de causa.
Don Luis Gonzaga emplea además, un bagaje de información, donde nos deja ver que no era ningún improvisado, y que por sí solo el texto nos hablará de tales ideas. En la parte final de estos apuntes, incluyo las dos visiones –tanto de Forey como de Zamacois- que inspiraron a Inclán escribir en La Jarana, periódico del que además era editor, la siguiente visión:
LA JARANA, T. I., AGOSTO 23 DE 1863, N° 7
CORRIDAS DE TOROS
Dicen que dijo el rey D. Alonso el Sabio, que si él hubiese concurrido á la creación del mundo, habría salido la obra más completa, pues como enemigo de disturbios, lo primero que habría establecido era que todos los hombres pensaran iguales, ó que de no ser así, era mejor que ninguno pensara. La Jarana cree que aquel rey tenia razón, porque como dice el adagio, cada cabeza es un mundo y cada cual piensa con su cabeza.
Hemos visto en las columnas del Pájaro Verde una carta del señor mariscal Forey, en la que parece impugna por efectos de humanidad las corridas de toros. También leímos la que tratado sobre el mismo asunto, aunque escrita en diverso sentido, escribió el súbdito español D. Niceto de Zamacois; él defiende á capa y espada las costumbres de su país; como español expone sus razones en pro de esas costumbres, y nosotros como mexicanos, que las heredamos de ellos, como también somos hijos de Dios y herederos de su gloria, también pensamos, según y como nuestro chirumen nos ayuda: por supuesto como no contamos con la civilización de las naciones cultas que se empeñan en tenernos por bárbaros, todo cuanto nos rodea es bárbaro, y bárbaramente no cometemos mas que barbaridades. En esta inteligencia, diremos unas cuatro palabras sobre las corridas de toros, pues si el señor Zamacois celoso defiende las costumbres de su país, también nosotros tenemos algo de ese celo, y aunque no con la elocuencia de las bien cortadas plumas que han cuestionado sobre este asunto, expondremos nuestro humilde juicio: he aquí lo del rey D. Alonso el Sabio: nos hubiéramos evitado de hablar de este negocio si todos pensáramos iguales.
Se juzga como origen de depredaciones y crímenes este bárbaro espectáculo de ver sortear á un toro feroz armado de agusada cornamenta, por un hombre que no tiene más defensa que un capotillo ú otro que lo resiste y domina con una pica, que no tiene ni una pulgada de fierro penetrante, montado en un mal jamelgo, que deshechado de todos los usos á que se pudiera destinar, va á terminar su miserable vida entre las astas de un boyante bicho, y porque dejó en la plaza las tripas, ya se dice que espectáculo de sangre, “que el pueblo, por esta razón conserva instintos feroces, y no es extraño que unos á otros se maten tan a menudo”.
Ese instinto, sin disputa, no es debido á las corridas de toros en las que un hombre mata á una bestia, sino á cincuenta años largos en que por nuestra independencia y luego por las guerras intestinas que nos sembraran nuestros huéspedes, los de las naciones cultas, no ha tenido el pueblo mas ejemplo que el que lo lleven á fuerza á matar hombres con hombres…
Otra vez viene como de molde lo del rey D. Alonso; mucha sangre derramada y no de toros, se hubiera evitado si todos pensáramos iguales.
Pero vamos al grano, á la tierra que fueres haz lo que vieres, este también creemos que fue refrán de D. Alonso el Sabio, porque indudablemente evita cuestiones; pero en este pícaro mundo cada cual piensa con su cabeza, y por eso nosotros decimos, que elevado el espectáculo de corridas de toros á la categoría de arte, no hay el positivo riesgo de la vida del gladiador, cuando éste, ya sea por el estudio ó ejercicio, se presenta lujosamente vestido y con la sonrisa en los labios ante una numerosa concurrencia, á demostrar su valor, destreza y habilidad, valido de la eminente ventaja que como racional posee sobre el bruto, á quien burla, domina, y al fin hace sucumbir.
Tiene esto su riesguesillo, nadie lo duda, ese es nada menos su mérito, y por eso se dice, que desde lejos se ven los toros, y ninguno se atreve a bajar al redondel, en donde diez ó doce diestros diviertes á mas de seis mil espectadores, que en los momentos de fijar la atención en los lances de la lidia, no se acuerdan ni de la madre que los parió, sino que entusiasmados gritan, palmotean y aplauden, no á la sangre que derraman los caballos, ni á la que el toro deja suya en la plaza, sino á los hechos de intrepidez, resignación que al torero porque mató a un toro de una buena estocada, le granjean unos cuantos aplausos y cuatro ó seis pesos de galas; mientras que al guerrero porque hizo cosa igual con otro hombre, le vale un laurel, un grado, y la gloria de valiente.
Tenia mucha razón el rey D. Alonso, y á juicio de la Jarana, es mas nocivo para la educación del pueblo el armamento, proyectiles y tanto como han inventado los hombres para destrozarse unos á otros, que las consecuencias de la escuela de tauromaquia que regularizó el modo de que un diestro sin el mayor peligro divierta á la muchedumbre afecta á distraerse con espectáculos de toros.
¿Quién será más bárbaro, el que inventó la pólvora y armas de fuego y blancas que teñidas con sangre humana cubren de gloria á los guerreros, ó el que con serenidad y sangre fría burla la saña de una fiera y conquista la gloria sin llevar consigo el remordimiento de Caín?…
¿Quién de mas pruebas de positivo valor, el que desde gran distancia caza á su enemigo, ó el que nulificando las armas de su contrario lucha con él cuerpo á cuerpo, sin mas parapeto que un pedazo de trapo?
Las corridas de toros son sin duda, un espectáculo nacional, y quizá por esto, los mexicanos somos fanáticos por ellas; esta diversión no es fácil abolirla porque data de luengos años. Nuestros conquistadores los españoles nos la legaron, y hoy les sacamos dos deditos de ventaja, v.g., en el uso de la reata, en jinetear, en las travesuras del campo, bárbaras, sí señor, no lo negamos, pero útiles particular y generalmente; el hombre que sabe lazar á un toro tiene en su reata una arma poderosa y terrible; el que sabe balonearse para tomar la cola, arsionar y usar de los rápidos movimientos de su caballo, es un excelente lancero y un temible dragón. Mientras que los que solo se destraían con la ópera, las escenas lúbricas, los bailes, &c., eran unas gallinas que no servían ni para el hígado ni para el vaso. En fin, porque las corridas de toros no son del agrado de unos cuantos que ignoran las precisas, terminantes y bien combinadas reglas de la tauromaquia, y que sin embargo de pugnar dicha diversión con sus costumbres, asisten á ella, y hasta llevados del entusiasmo prorrumpen en estrepitosos aplausos, no se debe calificar de inmoral y de bárbara.
Repetimos lo dicho, ¡lástima que el rey D. Alonso el Sabio no hubiese tomado parte en la creación del mundo! o siquiera la Jarana, que hubiera congeniado á las mil maravillas con aquel rey, y no que cada cabeza es un mundo, y cada uno piensa con su cabeza; y no que mientras unos estudian el modo de matarse á diez ó doce pasos en un desafío ó el prosaico pugilato, otros arman gallos para que se rajen medio á medio; y nosotros estamos en nuestro elemento viendo matar toros feroces y caballos viejos y enteramente inútiles.
¡Tal es este pícaro mundo! Nos tocó la renegada, nunca dejaremos de ser bárbaros. Aquí de D. Alonso el Sabio, cada cabeza es un mundo; quizá por eso aquella niña tan extremosa, cuando asistía á los toros, en cada suerte no tenia mas que el Jesús en la boca, pero eso sí, no aparaba los ojos del circo ni dejaba de apretarse constantemente las manos diciendo cuanto se le ocurría.
-Es toro muy bravo, Jesús!… ya va á salvar la valla San Antonio! Corre, corre Angel de mi guarda! Santos Varones, ya le sacaron las tripas!… ¡Qué horror! Animas que lo maten. Toca Simón! ¡Ay papá! Bien, bien!… Gracias á Dios que salieron las mulitas!!!
El papá mortificado al ver los sobresaltos de su hija, resolvió marcharse diciéndole:
-Vámonos, mi alma, esta diversión no es para ti, te afectas mucho y pueden enfermarte.
-Siéntate, papacito, no te apures, estos sustitos son los que me agradan, y así asustándome me divierto y gozo.
De veras, de veras que fue un sabio el rey D. Alonso! ¿No era mejor que todo el mundo se divirtiera con las bellas letras? Pero, ya se ve, cosas de este mundo mal hecho: hay quien se divierta con sustitos! Cada uno piensa con su cabeza!
Abur.-Luis Inclán.
¿Qué decía EL PÁJARO VERDE para tener tan admirado a Luis G. Inclán?
Imagen obtenida de la consulta a: http://www.hndm.unam.mx/consulta/busqueda/buscarPalabras
Al parecer, con la corrida efectuada el domingo 26 de julio de 1863, en la plaza de toros del Paseo Nuevo, con la tercera ascensión aerostática de Joaquín de la Cantolla y Rico, así como una soberbia corrida de toros, con toros de Atenco, y la cuadrilla de Pablo Mendoza, aparecen en “El Pájaro verde” las siguientes reacciones:
El Pájaro verde,T. I., N° 28, martes 18 de agosto de 1863
CORRIDAS DE TOROS.-Se ha dado publicidad á la carta siguiente:
“México, Agosto 16 de 1863.-Señor director:-Con ocasión de la fiesta del emperador, la ciudad de México ha dado una función de espectáculo en uso en España y en este país, y ha convidado para ella al ejército francés. He creído pagar esta señal de cortesanía concurriendo á dicha función.
“Mas no querría yo que mi presencia pudiera ser interpretada como una aprobación de espectáculo de tal género. Quiero, por el contrario, aprovechar esta ocasión para expresar mi asombro de que en el siglo XIX y cuando en todos los pueblos civilizados se han dulcificado y refinado las costumbres con la práctica de una religión que proscribe todo acto de barbarie y con el estudio de las artes liberales, pueda haber todavía una nación cristiana que se complazca y deleite en asistir a un espectáculo donde hay, no solamente animales, sino hombres expuestos a perecer.
“¿Cómo no se han presentando consideraciones de un orden más alto al espíritu de las autoridades que mantienen esta costumbre tan bárbara cuanto impolítica? ¿Cómo no ven que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida?
“¡Ojalá que la nueva generación sea acostumbrada, en el seno de la familia y por los ministros de Dios, al respeto de la vida de sus semejantes, y que el gobierno comprenda que este espectáculo, digno de los siglos bárbaros, no puede menos de conservar en este país hábitos de homicidio! Así habrá hecho un gran servicio a la nación que no podrá revindicar con justo título, su rango entre los pueblos civilizados, sino cuando haya modificado sus sanguinarias costumbres.
“Tales reflexiones, convénzanse de ello los mexicanos, no me son inspiradas sino por el interés que abrigo a favor de este país, donde me consideraría dichoso en dejar algunos rastros de mi paso.
“Recibid, señor director, las seguridades, etc.
“El mariscal de Francia, comandante en jefe del cuerpo expedicionario de México, Forey”.
El Pájaro verde, T. I., N° 29, miércoles 19 de agosto de 1863
Sres. RR del Pájaro Verde.-Cada de Vdes., Agosto 18 de 1863. Muy señores míos: he de merecer a Vdes. tengan a bien franquear las columnas de su popular periódico a los siguientes renglones, por cuyo favor les viviré reconocido.
CORRIDAS DE TOROS
Con verdadera satisfacción he leído la carta que el señor mariscal Forey dirije al redactor L´Estaffette, (L´Estafette. Journal Français. México, Imprenta de L´Estafette, 1863-1866) con motivo de la función de toros con que le obsequió el ayuntamiento de esta capital. En ella, lo mismo que en todas las anteriores del expresado señor mariscal, campean las ideas más sanas y humanitarias; ideas que cuadran perfectamente con el carácter que debe distinguir a todo personaje que ocupa el alto lugar en que él se encuentra.
Sin embargo, por mucho que yo aplauda esas rectas ideas dictadas por la más noble intención, y por inclinado que me encuentre a respetar la opinión de los hombres en quienes concurren el saber, el talento y el ardiente anhelo por el mejoramiento social, permítaseme que me atreve a decir que sospecho encontrar alguna exageración en los funestos resultados que se atribuyen a las corridas de toros.
En uno de los bellos periodos de la expresada carta, escrita con el sentimiento más puro del corazón, se encuentran estas palabras que revelan los más nobles afectos de humanidad, pero que, como he dicho, presentan las corridas de toros como un semillero de crímenes, que en mi humilde concepto están muy lejos de merecer tan desfavorable epíteto. “¿Cómo no ven, dice la carta, que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre, es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida?”
Este cargo terrible, formulado con los caracteres que acabo de copiar, no es la primera vez que se les dirige a los países en que se lidian toros. No hay un solo publicista extranjero que no califique de bárbara esa costumbre española; y hasta los ilustrados ingleses que humanitariamente se sacan los ojos en el civilizado pugilato, fulminan sus terribles anatemas contra ella.
No sostendré yo que las corridas de toros son un espectáculo moral y civilizador; pero como español que veo atacar una costumbre que puede llamarse moral al lado de la del pugilato que ostenta la Inglaterra, que pasa por una de las naciones más civilizadas, y como afecto a todo lo que tiene relación con México, jamás convendré, mientras no se aleguen razones más poderosas que las que hasta hoy han emitido los antagonistas de las corridas de toros, jamás convendré, repito, en que éstas influyan en lo más mínimo en la corrupción de las costumbres, y mucho menos en que sean la escuela de los asesinatos y de los actos más crueles.
Corridas de toros había en México en los gobiernos virreinales, y sin embargo, los crímenes y los delitos eran tan escasos entonces, que las grandes conductas caminaban por todo el país sin escolta ninguna, llevando solamente una banderita encarnada que indicaba pertenecer aquel dinero al tesoro real. Corridas de toros había en México cuando los comerciantes, sin otro documento que la palabra y la buena fe del comprador, fiaban gruesas sumas a los viandantes que recorrían todas las poblaciones sin encontrar un malhechos que atentase ni a su fortuna ni a su vida. Corridas de toros hubo por espacio de trescientos años, y sin embargo, en esos trescientos años la estadística criminal no arroja de sí los crímenes que presentan en veinte cualesquiera de las naciones donde se desconoce esa diversión. Corridas de toros hay en Vizcaya, en Alava, en Guipúzcoa, provincias de las más alegres de España, pero a pesar de ser sus habitantes tan aficionados a esa diversión, se pasan muchos años para que tenga lugar un asesinato, como lo podrán afirmar varios de los oficiales franceses que aquí se encuentran, y que han visitado aquellos puntos de la Península.
Si la vista de la sangre familiarizase al hombre con la sangre, como lo afirman los que critican las corridas de toros, los ejércitos, lejos de inspirarnos confianza, nos inspirarían terror, y en vez de ver en cada soldado, como vemos, un buen ciudadano, humano, leal, franco y valiente, no encontraríamos sino un hombre de instintos feroces. Los intrépidos militares que en cien batallas han arrostrado con serena frente la muerte, han visto caer a su lado a sus más leales amigos, destrozados por la metralla enemiga legiones de bravos adalides, humear la sangre de los combatientes y han escuchado los ayes de los heridos, los vemos retirarse, cumplido su servicio, a sus hogares, lamentar las desgracias que han presenciado, y ocuparse en la esmerada educación de sus hijos con el cariño más tierno, siendo modelos de buenos ciudadanos, de excelentes padres y de amantes esposos.
Si seguro estuviese de obtener una contestación sincera y categórica, yo me aventuraría a dirigirles a varios escritores que con más negros colores han pitado esa costumbre española que nos viene ocupando en este momento, esta pregunta: Si la sangre vertida en las corridas de toros teméis que familiarice al público con la sangre, ¿no teméis que la representación de tanto crimen inaudito en el teatro, lo familiarice con los crímenes? ¿Si condenáis los toros porque endurece, según decís, el corazón, no deberéis condenar esas producciones inmorales, antirreligiosas, donde están hacinados los asesinatos, los incendios, los robos, las traiciones y todo linaje de delitos, esas producciones que son la cátedra de la perversidad en que aprenden los malvados la manera de cometer los crímenes que, generalmente quedan impunes, en esos monstruosos partos de una imaginación exaltada? ¿Creéis que han hecho menos males a las costumbres y a la religión, base de todo bien social, las obras de Voltaire, Rousseau, Diderot, Prud´homme, Sue y otros cien a quienes alabáis, que el simple espectáculo de las corridas de toros? No, de ninguna manera; y sin embargo, mientras elogiáis las producciones de un extraviado ingenio que lleva la duda al corazón del cristiano, que le arranca sus más dulces creencias, os ensañáis contra una costumbre que no tiene más proporciones que la del pasatiempo!
Balmes, a quien ninguno podrá tachar de abrigar instintos crueles, dice estas palabras al ocuparse de los juegos públicos de otros países y criticar su fiereza: “¿Y los toros de España? Se me preguntará naturalmente, ¿no es un país cristiano católico donde se ha observado la costumbre de lidiar los hombres con las fieras? Apremiadora parece la objeción, pero no lo es tanto que no deje una salida satisfactoria. Y ante todo, y para prevenir toda mala inteligencia, declaro que esa diversión popular es en mi juicio bárbara, digna, si posible fuese, de ser extirpada completamente. Pero toda vez que acabo de consignar esta declaración tan explicita y terminante, permítaseme hacer algunas observaciones para dejar bien puesto el asombro de mi patria. En primer lugar, debe notarse que hay en el corazón del hombre cierto gusto secreto por los azares y peligros. Si una aventura ha de ser interesante, el héroe ha de verse rodeado de riesgos graves y multiplicados; si una historia ha de excitar vivamente nuestra curiosidad, no puede ser una cadena no interrumpida de sucesos regulares y felices. Pedimos encontrarnos a menudo con hechos extraordinarios y sorprendentes; y por más que nos cueste decirlo, nuestro corazón al mismo tiempo que abriga la compasión más tierna por el infortunio, parece que se fastidia si tarda largo tiempo eh hallar escenas de dolor, cuadros salpicados de sangre. De aquí el gusto por la tragedia; de aquí la afición a aquellos espectáculos, donde los actores corran o en la apariencia o en la realidad, algún riesgo.
“No explicaré yo el origen de este fenómeno; bástame consignarlo aquí, para hacer notar a los extranjeros que nos acusan de bárbaros, que la afición del pueblo español a la diversión de los toros, no es más que la aplicación a un caso particular de un gusto cuyo germen se encuentra en el corazón del hombre. Los que tanta humanidad afectan cuando se trata de las costumbres del pueblo español, debieran decirnos también: ¿de dónde nace que se vea acudir un concurso inmenso a todo espectáculo que por una u otra causa sea peligroso a los actores? De dónde nace que todos asistirían con gusto a una batalla por más sangrienta que fuese, si era dable asistir sin peligro? De dónde nace que en todas partes acude un numeroso gentío a presenciar la agonía y las últimas convulsiones del criminal en el patíbulo? De dónde nace, finalmente, que los extranjero cuando se hallan en Madrid se hacen cómplices también de la barbarie española?
“Digo todo esto, no para excusar en lo más mínimo esa costumbre, sino para hacer sentir que en esto como casi en todo lo que tiene relación con el pueblo español, hay exageraciones que es necesario reducir a límites razonables. A más de esto, hay que añadir una reflexión importante, que es una excusa muy poderosa de esa criticada diversión.
“Vue Genérale de México” Litografía de Dusacq et C. realizada en 1865. Vista desde el noroeste hacia el sudeste, muy similar a la elaborada por Casimiro Castro. En ella destacan notablemente las dos plazas que existían en esa época: la de San Pablo y la del Paseo Nuevo.
Miguel Luna Parra / Federico Garibay Anaya: México se viste de luces. Un recorrido histórico por el territorio taurino de nuestro país. Guadalajara, Jalisco, El Informador, Ägata Editores, 2001.232 pp. Ils., fots., facs., maps., p. 51.
“No se debe fijar la atención en la diversión misma, sino en los males que acarrea. Ahora bien, ¿cuántos son los hombres que mueren en España lidiando con los toros? Un número escasísimo, insignificante en proporción a las innumerables veces que se repiten las funciones de manera que si se formara un estado comparativo entre las desgracias ocurridas en esta diversión y las que acaecen en otras clases de juego, como las corridas de caballos y otras semejantes, quizás el resultado manifestaría que la costumbre de los toros, bárbara como es en sí, no lo es tanto sin embargo, que merezca atraer esa abundancia de afectados anatemas con que han tenido a bien favorecernos los extranjeros.
“Cuando en los tiempos de la edad media, los caballeros españoles se presentaban en el redondel a luchar temerariamente con la fiera, los toros eran en efecto una diversión sembrada de inminentes peligros; pero en nuestros tiempos, en que el arte y la inteligencia burlan la fuerza bruta del terrible toro, las corridas han ganado en vistosas y poco temibles, aunque siempre imponentes, lo que han perdido en peligrosas y sangrientas”.
Lo expuesto creo que basta a probar lo que me propuse al principio, esto es, que las corridas de toros no influyen, como se ha pretendido, a endurecer el corazón humano, y mucho menos que sean la escuela de los crímenes y asesinatos en una sociedad como México, presa hace cuarenta y tres años de las guerras intestinas.
Repito que aplaudo y respeto los sentimientos humanitarios que campean en la bien escrita carta del señor mariscal Forey, que participio en parte de su opinión; pero como español, me he juzgado en el deber de patentizar al ver aludida en ella a mi patria, que la sociedad española, lejos de atentar los instintos feroces que algunos autores creen imprimen en los pueblos las corridas de toros, no cede en nobles sentimientos a las naciones que más blasonan de filantrópicas y de hidalgas.
Soy de vdes., señores redactores, su afectísimo servidor.-Niceto de Zamacois.
[1] Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 p. Ils., retrs., fots., facs.