MINIATURAS TAURINAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
Este varilarguero peculiar –de bigote y piocha-, ya prendió en lo alto al corpulento toro, aunque de escasa cornamenta en la suerte de “detener”. Tal parece que se propuso defender a la cabalgadura como dicen que se defendía a los caballos en aquellos tiempos donde todavía no se implantaba el peto protector. Dependía de la habilidad de los hulanos, y de este tipo de habilidades gozaron muchos de los señores de vara larga que ejercieron tan arriesgado oficio durante los últimos años del siglo XIX en nuestro país. Se sabe –a modo de anécdota-, sobre algunos casos donde tal o cual picador de toros llegó a disponer del mismo caballo en dos o más corridas, lo que suena extraordinario.
Manuel Manilla recogió en este grabado a un picador vestido a la usanza mexicana, es decir que no hay manera de reconocer en su traje ninguna insinuación de influencia española. Probablemente llevaba una chaqueta de paño, ribeteada y con alamares; el pantalón de tela flexible llamada “taurina”, con botonadura de plata en la cenefa y el sombrero de fieltro, de copa baja y redonda, adornada con doble toquilla, dan idea cabal del traje de montar común que usaban los señores mexicanos desde los años inmediatos al imperio de Maximiliano, pero que fue siendo común muchos años después.
Al fondo, en un gesto de triste contemplación, aparece el “ payaso o el loco”, grotescamente vestido, no con traje de torear sino con alguno diverso. Llevaba la cara enharinada y con manchas rojas de color bermellón sobre los carrillos y labios. Cubría la cabeza con un sombrero de forma cónica, terminado en una borla, o bien con una boina. El cometido de ese bufón taurino, era hacer gracejadas que no tenían ingeniosidad, pero eran suficientes para provocar risotadas en muchos bobalicones concurrentes. Desempeñaba su tarea luego que el toro estaba muerto, mientras que era arrastrado por los lazadores, pues tampoco eran empleados los tiros de mulas, utilizados posteriormente, cuando las corridas eran ya una réplica del modelo español.
Rico en verdad este detalle de un pasaje de la lidia, una lidia que aún no contaba con ordenes establecidos. Más bien, se dejaba que el azar desplegara sus alas de vértigo para esperar una a una, las diferentes sorpresas de aquella tauromaquia nacional.
La suerte de varas fue una de las escenas más retratadas a fines del siglo pasado. El “loco” se encuentra a la expectativa. Manuel Manilla se encargó de burilarla.
Fuente: Colección del autor.