Archivo mensual: marzo 2016

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (III).

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (III). OBLIGADOS TEMAS DE NUESTROS DÍAS QUE GARANTICEN EL FUTURO DE ESTE ESPECTÁCULO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   La profunda revisión que pretendo en 500 años de tauromaquia en México, no puede quedar exenta de una serie de aspectos que son, a su vez, ejes torales de las reflexiones o discusiones a que se somete este legado en nuestros tiempos y lo que podría ser de esto en el futuro inmediato. Por ahora, varios son los asuntos que, desde mi punto de vista, deben someterse a una rigurosa revisión.

1.-Sobre la necesaria puesta al día, adaptación y adecuación de la corrida de toros de conformidad con el ritmo de nuestros días.

   He observado, a lo largo de varios años, que la “puesta en escena” del espectáculo taurino, al margen de su anacronismo y de que convive o cohabita con la modernidad, requiere unos cambios que permitan cambiar la forma, no el fondo, con lo que corregir diversos episodios que ocurren en el curso del festejo, podrían dar una mejor visión del ya de por sí cuestionado efecto que producen esas deficiencias. Recientemente Francis Wolff quien estuvo en México, notaba el hecho de lo atemporal en el espectáculo taurino, cosa bastante importante si entendemos que por dicha condición es necesario que se permita consolidar tal especificidad para que consiga su auténtica realidad como espectáculo, lo que por otro lado es posible por la sola razón de que en algunos años, alcanzará los 500 de permanecer entre nosotros, justo cuando se integró como consecuencia de esa compleja amalgama cultural, inmediatamente después de la conquista. Lamentablemente tal “amalgama” no ha llegado a ser del todo asimilada. Justo en 2021 cuando se cumplan cinco siglos de aquel episodio, será necesario un ejercicio serio y profundo sobre los significados que trajo consigo la conquista como un proceso bélico. Esperemos suceda, sobre todo porque es un asunto que deberemos discutir al margen de cegadoras pasiones. Es bueno pensar que un pueblo madura precisamente a partir de ejercicios como los que atrevidamente se proponen desde estas líneas.

2.-Entender y contener el “fundamentalismo evolucionista” que detentan, sostienen y defienden los contrarios. De hecho, entre sus acciones ya han logrado suprimir las funciones de circo y el “Sea World” aduciendo que la presencia de animales fue motivo de maltrato. Sin embargo, sus siguientes objetivos son o pueden ser los espectáculos taurinos, las peleas de gallos y no dudo que la charrería y hasta los jaripeos, que todas estas formas de expresión contenidas en el ámbito del patrimonio inmaterial se encuentran en su “lista de espera”. En conjunto, todas estas representaciones son consecuencia de un largo proceso de adaptación sumado al complejo sincretismo y al hecho de que dos grandes culturas se asimilaron entre sí, dando por resultado un mestizaje variopinto, dueño de múltiples contrastes. Así, perviven hasta hoy, luego de casi cinco siglos de aceptación y rechazo.

3.-Derivado de lo anterior, se encuentra otra línea que sea capaz de iluminar el viejo trauma que Miguel León Portilla entendió a la perfección, hasta convertirlo en un libro. Me refiero a la Visión de los vencidos, junto a otros títulos que han logrado comprender aspectos de nuestro pueblo. Allí están las Enfermedades políticas de la Nueva España, de Hipólito Villarroel, o Los mexicanos pintados por sí mismos, en el siglo XIX, junto con obras esenciales del XX, tales como: El perfil del hombre y la cultura en México de Samuel Ramos, México. El trauma de su historia de Edmundo O´Gorman o Las trampas de la fe, de Octavio Paz, entre otras muchas.

4.-Cómo conciben la fiesta de toros aficionados, neoaficionados y aquellas personas con actitud tolerante (e incluso intolerante) en nuestros días. Con ello, tendremos por separado cada opinión, pero con objeto de integrarlas en una gran estructura o superestructura, capaz de alternar las miradas y conseguir así la realidad misma.

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La obra de Miguel León Portilla que la U.N.A.M. ha publicado en numerosas ocasiones.

5.-Abordar el polémico territorio en el que la infancia en los toros es sujeto de cuestionamiento. Hace relativamente poco tiempo, reseñaba una obra infantil pensada para dar un panorama sobre los posibles escenarios que se construyen en la mente del niño a partir de la vida de un toro, tanto en el campo como en la plaza. El resultado no puede ser más que evidente. Lo comparto con ustedes.

KERU. La historia de un torito.

   Cada nuevo libro que aparece es como un aliento que se agradece. En este caso, acabo de adquirir uno que, dedicado a los niños se ocupa del tema taurino, aunque con algunas obligadas observaciones por hacer. KERU posee en su contenido el discurso destinado a dar una idea que lamentablemente no se corresponde con el contexto de la crianza y lidia del toro. Su autor, en cambio lo humaniza al grado de construir sentimientos y no sensaciones que en su significado animal o humano pueden o podrían tener notorias diferencias. Simón Potl que no siendo un hacedor con obligación de conocer el modus vivendi del campo o la plaza, pero sí con la idea de comunicar sus realidades, hace de esta obra un trabajo deliberadamente pensado para que los niños construyan o conciban una idea –por demás equivocada-, de los aspectos que rodean al toro de lidia en lo particular y de la fiesta en lo general. En KERU hay un conjunto de mensajes subliminales metidos allí para construir notorias y diversas razones que, una vez más, representan más sentimientos humanos que los propios códigos animales, sujetos en este caso a la necesaria domesticación.

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Simón Potl: KERU. La historia de un torito. Ilustraciones: Antonio Castellanos. México, BBM Ediciones, S.A. de C.V. 54 p. Ils.

   De parir la vaca a separar la cría pasados 9 o 10 meses (operación denominada “destete”) es tener un primer y necesario paso que los ganaderos aplican para integrar al potencial añojo a la manada. Por otro lado, se refiere intermitentemente la ausencia de un “padre”, integrante del que se tiene presencia y no, puesto que son los machos, con la edad apropiada que luego de una rigurosa y paciente selección, los que son enviados a la plaza. Sin embargo KERU lamenta esto y anhela encontrar algún día a quien lo procreó. Desde luego, y al paso de la lectura, se encuentra a un protagonista en edad apropiada para ser enviado a la plaza. Eso, a los ojos del autor sucede en una circunstancias que tampoco corresponden con la realidad, como también no lo es cuando plantea la presencia de diversos maltratos a que se somete a un toro previa su salida al ruedo. Nos consta a muchos aficionados que si bien, existen sospechas en la aplicación de métodos flagrantes y atentatorios en contra de la integridad del toro; no tenemos por otro lado, evidencias que así nos lo hagan confirmar. Y si como desliza el autor existen esos casos de tortura, esa será la visión que se concibe desde la especulación misma; distante y ajena del conjunto de significados que la tauromaquia ha acumulado en siglos de expresión. Por lo tanto KERU es un libro con el cual el niño debería concebir una visión general, pero no equivocada sobre la tauromaquia y sus diversos matices, si para ello depende una confirmación honesta y equilibrada de los padres.

   En el fondo, si la idea es manipular la conciencia infantil para que los niños construyan falsos escenarios, esa me parece una mala labor, pero también un empeño didáctico sesgado que insisto, no es afín al universo que se ha concebido desde hace siglos en torno al espectáculos de los toros y que en este aquí y ahora, pretenden alterar desde visiones totalmente equivocadas, mismas que serían en el fondo, detonantes fundamentales de esa deliberada campaña que hoy fabrican personas e instituciones para argumentar que los toros generan un mal en la mentalidad infantil, dando ejemplos como aquel en que con la sola presencia del niño en la plaza se tiene a potenciales asesinos en potencia y otras aberraciones que debemos derribar en ese pleno ejercicio de la libertad primero. De la justificación de la tauromaquia después.

CONTINUARÁ.

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PUBLICIDAD TAURINA DE HACE POCO MÁS DE 100 AÑOS EN MÉXICO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   La inserción que viene incluida aquí, forma parte de una interesante forma de publicitar el festejo que se desarrolló la tarde del 26 de enero de 1908.

TOROS PABLO ROMERO_1908

El Imparcial, del 25 de enero de 1908, p. 7.

Puede observarse el cuidadoso empeño que la “empresa” puso en aquel momento para presentar –o presumir-, la adquisición de ganado tan especial para festejo también… muy especial. Al margen de que se tuviese un toro, uno nada más de San Nicolás Peralta, cinco fueron los “cromos” de Felipe Pablo Romero que complementaron el requisito de material prima, tal cual pueden apreciarse en esa imagen, con todos sus defectos, resultado de la muy reciente incorporación de la fotomecánica a la prensa escrita. Alguna película se exhibió en el transcurso de abril siguiente gracias a las gestiones de Camilo Santillán empresario, pero no hay certeza que se trate de un registro que diera cuenta precisamente de aquella jornada. Si algún aficionado mostraba duda de lo que estaban viendo sus ojos, podía acudir directamente a los aparadores que la empresa misma tenía para mostrar con la notoria frecuencia del caso, sus carteles y otros elementos de publicidad. En dicho “aparadores” se encontraba a la vista el contrato “entre Felipe Pablo Romero y esta Empresa…” Seguramente algún hecho inmediato pudo poner en un predicamento a la propia empresa, lo que fue motivo para comprar media página, entre otros periódicos como El Imparcial, para anunciar “con bombo y platillo” el suculento plato que pronto se pondría al alcance de la afición.

   Poco más de un siglo y ya en nuestros días, habiendo toda una serie de avances ciertas empresas todavía no entienden que la publicidad, bien manejada, puede funcionar a las mil maravillas. Aquí les dejamos este ejemplo para ver si se atreven a copiarlo.

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LAS MOJIGANGAS: ADEREZOS IMPRESCINDIBLES Y OTROS DIVERTIMENTOS DE GRAN ATRACTIVO… (VI).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Va a ser importante referir las maneras en que los novohispanos de fines del XVIII reciben y aplican las alternativas de la «reacción castiza» propia del pueblo español, reacción que aquí se incrementó junto a otra de similares condiciones. Me refiero a la reacción criollista,[1] dada como resultado a los ataques de parte de ilustrados europeos entre algunos de los cuales opera un cambio de mentalidad irracional basado en la absurda idea sobre lo ínfimo en América. Buffon, Raynal, de Pauw se encargan de despreciar dicha capacidad a partir de puras muestras de inferioridad, de degeneración. Todo es nada en el Nuevo Mundo. Ese conjunto de diatribas sirve para mover al criollo a su natural malestar y a preparar respuestas que comprueben no solo igualdad sino un hondo deseo de mostrar toda su superioridad, lo cual le permite descubrirse a sí mismo.

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Este biombo, fruto de manos anónimas, representa las fiestas con que se celebró la recepción del virrey don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez, Duque de Alburquerque en 1702 en el fantástico bosque de Chapultepec.

   Tríptico anónimo que representa diversas vistas del recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec, en 1702. Perteneció a los duques de Castro-Terreño. Fuente: Banco Nacional de México. Colección de arte.

   Ese modo de comportarse da al mexicano sellos originales de nacionalismo criollo, un nacionalismo que no se significará en cuanto tal para el toreo, aunque este va a asumir una propia y natural expresión. Y si natural llamamos al estado de cosas que se anunciaba, es decir, la independencia, ésta se enriqueció a partir de factores en los que

A pesar de encontrar oposición, España continuó con la extensa reorganización de su imperio durante los últimos años del siglo XVIII, proceso al que comúnmente se le conoce como las Reformas Borbónicas.[2] Estableció un ejército colonial, reorganizó las fronteras administrativas y territoriales, introdujo el sistema de intendencias, restringió los privilegios del clero, reestructuró comercios, aumentó los impuestos y abolió la venta de oficios. Estos cambios alteraron antiguos acuerdos socioeconómicos y políticos en detrimento de muchos americanos.[3]

   Luego, con el relajamiento van de la mano el regalismo y un centralismo, aspectos estos importantísimos para la corona y su política en América desde el siglo XVI, de los cuales se cuestiona si favorecieron o contrariaron el carácter americano. Ello es posible de confirmar en las apreciaciones hechas por Hipólito Villarroel en su obra de 1769, «Enfermedades políticas…» donde se acusa una total sociedad desintegrada, tal y como podemos palparlo a continuación:

El desorden de todas las instituciones era responsable de la despoblación y destrucción de los habitantes y el gobierno debía remediarlo mediante una nueva legislación para todo. Las grandes ciudades como la de México, se cargaban de maleantes y de lupanares y todo sucedía a la vista de las autoridades, porque también representaban otra carga de personas varias, ostentosas e insoportables. Todos vivían como se les antojaba y llegaban a perturbar hasta el reposo, de día y de noche, y no se atendía a los reglamentos que existían para uno de los corregidores.[4]

   De nuevo, frente a nosotros, el relajamiento, respuesta dispersora de la sociedad,[5] misma que encuentra oposición de parte de los ilustrados, quienes definen al toreo como

un entretenimiento tan cruel y sangriento como éste, [que] era indigno de una nación culta. ¿Qué podía pensarse, decían ellos, de un pueblo que gozaba viendo cómo se sacrificaba a un animal que no hacía más que defenderse y cómo un hombre arriesgaba su vida, y a veces la perdía, sin razón alguna?[6]

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“El palo ensebado”, “cucaña”, o “monte parnaso” fue una representación novohispana que durante el siglo XIX adquirió fuerte protagonismo en las corridas, sobre todo durante la hegemonía de Bernardo Gaviño.

Fuente: Antonio Navarrete. TAUROMAQUIA MEXICANA, Lám. Nº 13. “La cucaña taurina”.

   Ellos mismos se encargaron de encontrarle muchos males sociales. Así, con sus observaciones detectan oficinas de gobierno vacías; padres que gastan sumas elevadas para ir a ellas (a las corridas), privando de necesidades vitales a sus familias lo cual en suma ocasionaba el empobrecimiento de la población. Y en otros términos caían en la tentación del dispendio.

   Los ilustrados encabezados por Feijoo, Clavijo y Cadalso, se oponen. Para Campomanes el toreo es la ruina y en Jovellanos es la negativa de popularidad total sin embargo, a todos ellos, se contrapone Francisco de Goya y toda su fuerza representativa, misma que dejó testimonio vivo de lo que fueron y significaron aquellas fiestas bajo el dominio de Carlos IV. Y es que Goya deja de padecer la guerra y sobre todo la reacción inmediata a ella, refugiándose en la sugerencia que Nicolás Fernández de Moratín le ofrece en su Carta Histórica.[7] Es decir, ese recrear la influencia de los moros y que a su vez quedó impresa en el toreo, es el resultado directo de la TAUROMAQUIA de Goya.

   Por su parte Gaspar Melchor de Jovellanos propone luego de concienzudo análisis, que la estatura del conocimiento permite ver en los pensadores un concepto del toreo entendido como diversión sangrienta y bárbara. Ya Gonzalo Fernández de Oviedo

pondera el horror con que la piadosa y magnífica Isabel la Católica vio una de estas fiestas, no se si en Medina del Campo [escribe Jovellanos]. Como pensase esta buena señora en proscribir tan feroz espectáculo, el deseo de conservarla sugirió a algunos cortesanos un arbitrio para aplacar su disgusto. Dijéronle que envainadas las astas de los toros en otras más grandes, para que vueltas las puntas adentro se templase el golpe, no podría resultar herida penetrante. El medio fue aplaudido y abrazado en aquel tiempo; pero pues ningún testimonio nos asegura la continuación de su uso, de creer en que los cortesanos, divertida aquella buena señora del propósito de desterrar tan arriesgada diversión, volvieron a disfrutarla con toda su fiereza.[8]

   Jovellanos plantea en su obra PAN Y TOROS el estado de la sociedad española en el arranque del siglo XIX. Es una imagen de descomposición y relajamiento al mismo tiempo y al verter sus opiniones sobre los toros es para satirizarlos diciendo que estas fiestas «ilustran nuestros entendimientos delicados, dulcifican nuestra inclinación a la humanidad, divierten nuestra aplicación laboriosa, y nos prepara a las acciones guerreras y magnánimas». Pero por otro lado su posición es subrayar el fomento hacia las malas costumbres cotejando para ello a culturas como la griega con el mundo español que hace suyo el espectáculo, llevándolo por terrenos de la anarquía y la barbarie, sin educación también que no tienen los españoles -a su juicio- frente a ingleses o franceses ilustrados. Y así se distingue para Jovellanos España de todas las naciones del mundo. Pero: «Haya pan y toros y más que no haya otra cosa. Gobierno ilustrado, pan y toros pide el pueblo, y pan y toros es la comidilla de España y pan y toros debe proporcionársele para hacer en los demás cuanto se te antoje».

   Hago aquí reflexión del papel monárquico frente a las propuestas de Jovellanos. Cuanto ocurrió bajo los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III se puede definir como etapa esplendorosa, que facilitó la transición del toreo, de a caballo al de a pie, permitiendo asimismo que la fiesta pasara de un estado primitivo, a otro que alcanzó aspectos de orden a partir de la redacción de tauromaquias como Noche fantástica, ideático divertimento (…) y la de José Delgado que sigue siendo un sustento por las muchas implicaciones que emanan de ella y aun son vigentes. La llegada al poder de Carlos IV significó la llegada también de los ideales ilustrados ocasionando esta coincidencia un férreo objetivo por desestabilizar al pueblo y su fiesta. En alguna medida los ilustrados lo lograron, pero ello no fue en detrimento del curso del espectáculo. La crítica jovellaniana recae en opiniones casadas con la civilización y el progreso, tal y como fue vertida por Carlos Monsivais a propósito de la representación de la ópera «Carmen» efectuada el 22 de abril de 1994 en la plaza de toros «México» (véase La Jornada N° 3454, del 21 de abril de 1994, p. 59: «Sobre las corridas de toros»). Sin duda, existen personajes públicos en suma bien preparados que lo mismo aceptan o rechazan los toros como espectáculo o como fiesta. Esto siempre ha ocurrido, aunque no ha sido así cuando pretenden ir más allá y atentar contra la fiesta de toros. Pocas iniciativas han prosperado (en el caso de esta tesis, un conjunto de factores sociales, económicos e históricos son motivo de profundo análisis para entender el porqué de la prohibición de 1867). En algunos países latinoamericanos, luego de definirse sus respectivas formas de gobierno -casi siempre militarista, centralista, dictatorial-, fueron liquidadas las demostraciones taurinas.

img411Col. del autor.

CONTINUARÁ.


[1] Edmundo O’ Gorman. Meditaciones sobre el criollismo. Discurso de ingreso en la Academia Mexicana correspondiente de la Española. Respuesta del académico de número y Cronista de la Ciudad, señor don Salvador Novo. México, Centro de Estudios de Historia de México, CONDUMEX, S.A., 1970. 45 pp., p. 24. El criollismo es, pues, el hecho concreto en que encarna nuestra idea del ser de la Nueva España y de su historia; pero no ya entendido como mera categoría racial o de arraigo domiciliario, ni tampoco como un «tema» más entre otros de la historia colonial, sino como la forma visible de su interior dialéctica y la clave del ritmo de su desenlace.

[2] Las Reformas Borbónicas en México son los cambios propiciados por el gobierno español y las medidas que  se  tomaron  para  llevarlos a cabo.

[3] Universidad de México. Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México. Septiembre, 1991. «El proceso político de la Independencia Hispanoamericana» por Jaime E. Rodríguez O., p. 10.

[4] Carlos Bosch García. La polarización regalista de la Nueva España. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990 (Serie Historia Novohispana, 41). 186 pp., p. 155.

[5] Viqueira, Op. cit., p. 16. No está de más señalar que esta idea de un «relajamiento» generalizado de las costumbres forma parte de una caracterización más bien positiva de la situación económica, social y cultural de la Nueva España en ese siglo: penetración del pensamiento ilustrado, de la filosofía y de las ciencias modernas, múltiples reformas con el «fin de promover el progreso espiritual y material del reino novohispano» (reformas administrativas, medidas estatales filantrópicas y de beneficencia social), todo eso acompañado y sostenido por un «auge de la riqueza» debido al enorme aumento de la producción minera.

[6] Ibidem., p. 43.

[7] Nicolás Fernández de Moratín. Las fiestas de toros en España Vid. Delgado, José: La Tauromaquia. (Véase bibliografía).

[8] Gaspar Melchor de Jovellanos. Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley agraria. Edición de José Lagé. 4a. edición. Madrid, Cátedra, S.A. 1983 (Letras Hispánicas, 61). 332 pp., p. 95-6.

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SOBRE LA SUERTE DE PONER BANDERILLAS DESDE EL CABALLO.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hemos visto en estos últimos tiempos a Pablo Hermoso de Mendoza colocar banderillas a dos manos, suerte que además se realiza como sabemos, montado en briosos corceles. La misma alcanza dimensiones espectaculares y arranca sinceras ovaciones, pues el público aprecia un momento en el que jinete y caballo se enfilan al hilo de las tablas. En terreno tan comprometido el toro acomete, aprieta el paso hasta que el conjunto permite que se logre un momento de auténtica brillantez. Ese mismo alarde lo llevó a la práctica hace cosa de unos 20 o 30 años el rejoneador capitalino Ramón Serrano, también con bastante éxito.

   La historia por fortuna nos proporciona datos en los que esa suerte ha tenido otros exponentes, y de ellos me ocuparé a continuación.

IGNACIO GADEA POR LUIS G. INCLÁN...

PONER BANDERILLAS. Algunos sujetos saben parear, y esto se ejecuta a la media vuelta y caso de estar, el toro aplomado, al sesgo, corriendo, o al trascuerno, como lo ejecutan los toreros, y ya sea para parear o solo poner una, este es el modo común de ejecutarlo; algunos también prenden una banderilla al alcance, es decir, cuando el toro va embrocado en el mismo viaje que lleva el caballo, el jinete se echa para atrás y se la pone al toro cuando llega al alcance de su brazo. Probablemente el personaje que aparece en la ilustración que elaboró el autor de Astucia sea el propio Ignacio Gadea. En Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995.

   Se sabe que tan arriesgada como emocionante composición tuvo, a lo largo del siglo XIX a intérpretes como un criado del virrey D. José Iturrigaray, de apellido Aguilera si mal no recuerdo. Al mediar ese siglo, Ignacio Gadea no solo la practicó sino que se anunciaba como el inventor de la misma. Su presentación ocurrió el 23 de enero de 1853 en la plaza de toros del “Paseo Nuevo” con el siguiente cartel: Cuadrilla de Bernardo Gaviño. 6 toros de Atenco.

   “Se presentará por primera vez en esta capital una notabilidad en el ARTE para BANDERILLEAR A CABALLO, el famoso IGNACIO GADEA, quien desempeñará esa suerte con el caballo ensillado, poniendo también algunas flores en la frente, y después en pelo, arrojando atrevidamente la silla, sin apearse, colocará otros pares de banderillas. Teniendo además la habilidad de COLEAR de una manera enteramente nueva y desconocida en esta capital, dará también una prueba de ella”. A Gadea, poblano de nacimiento, siguieron otros ejecutantes, como Felipe Hernández, Lino Zamora, Pedro Nolasco Acosta, Arcadio Reyes “El Zarco”, María Aguirre “La Charrita Mexicana” pero principalmente Ponciano Díaz que llegó a sublimar dicha notoriedad desde el caballo, lo mismo montado en silla que a “pelo”. Dicha suerte la presentó infinidad de ocasiones, destacando las que ejecutó en su campaña por ruedos españoles, entre el verano y el otoño de 1889. En aquellas jornadas, acompañado de Vicente Oropeza y Celso González, los tres charros mexicanos asombraron a la afición hispana que les tributó grandes ovaciones, a cambio de una serie de demostraciones como jaripeo, lazar y colear.

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Arcadio Reyes “El Zarco”, uno más de los compañeros de andanzas de Ponciano Díaz, llegó a picar toros y a dominar la suerte de banderillas a caballo como su contemporáneo, el espada de Atenco. Brilló “El Zarco” entre los últimos tres lustros del XIX y los dos primeros del XX. LA FIESTA Nº 192, del 25 de noviembre de 1948

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Un par de banderillas a caballo colocado por “La Charrita mexicana”. Grabado en relieve de plomo, por José Guadalupe Posada. Ambas imágenes en Carlos Haces y Marco Antonio Pulido: “LOS TOROS de José Guadalupe Posada”. México, Ediciones Ermitaño, 1985. s/n. Ils. grabs. (Ediciones del Ermitaño).

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La estatura más bien regular de Ponciano Díaz se ve rebasada por la figura propia de la personalidad y popularidad que llegó, incluso a grados de idolatría mayor. Compararlo con los curados de Apam y con la virgen de Guadalupe…, eso no le decimos nosotros, lo dijo el pueblo en su tiempo.

Fernando Claramunt. HISTORIA ILUSTRADA DE LA TAUROMAQUIA. Madrid, Espasa-Calpe 1989, T. I., p. 407.

   Diversos poemas, versos y corridos recuerdan tal momento, como estos de 1887:

Banderilleaba a caballo…

 

Banderilleaba a caballo

a cualquier bicho rejego,

y esto lo subía de fama

y aquilataba su precio.

 

No hubo plaza en que no fuera

de todo mundo apreciado.

Luego que se presentaba

gritaban, ¡Ahora, Ponciano!

 

¡Ahora, Ponciano!, le dicen

le dicen con entusiasmo,

mata bien a ese torito,

en descanso ponle el alma.

 

¡Que viva Ponciano Díaz!

¡Viva Bernardo Gaviño!

¡Vivan todos sus toreros!

 

¡Ahora Ponciano!, le gritan:

Entre todos sus amigos,

hoy te vendremos a ver

en el siguiente domingo (sic.)

   Ya en el siglo XX, un charro de apellido Velázquez no quiso quedarse atrás en estos menesteres, lo mismo que ocurrió con los Aparicio varios lustros más tarde. Ellos fueron quienes dieron continuidad a una suerte que hoy, por fortuna, sigue presente no solo en el imaginario colectivo, sino en el repertorio de varias de las celebridades en el toreo de a caballo de mayor realce, así como de otros principiantes en quienes se tiene asegurada su continuidad, la de una suerte que es eminentemente de manufactura mexicana.

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LOS “TORITOS” PIROTÉCNICOS Y SU “BRAVA y ARDIENTE” EMBESTIDA.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Desde la entrada de ciertos virreyes para gobernar –en tanto representantes de la monarquía- a la otrora Nueva España, hubo para su recepción diversas celebraciones que incluían festejos taurinos. En ellos estaba integrada al final de las mismas una pequeña escena denominada “toros de pólvora”. En la recepción del marqués de Villena, en agosto de 1640 hubo ya este tipo de representaciones. Y para que no quedara duda de sus riesgos, pero tampoco de su articulación, por parte de los artesanos dedicados a este riesgoso oficio, en 1780 se solicitó permiso a la autoridad, misma que lo autorizó bajo este principio: “Se promueve el uso de fuegos artificiales en las funciones que se celebren”.

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Fiestas jesuitas en Puebla. Ilustraciones de Fernando Ramírez Osorio.

Fuente: “Fiestas jesuitas en Puebla. 1623”. Anónimo. Gobierno del Estado de Puebla. Secretaría de Cultura, Puebla, 1989. 46 pp. Ils. (Lecturas Históricas de Puebla, 20).

   Ya en el siglo XIX, hubo un personaje llamado Severino Jiménez, cuyos diversos trabajos lo recuerdan –entre otros documentos- este cartel, que da cuenta de un festejo taurino celebrado el domingo 2 de diciembre de 1866:

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Col. del autor.

Del mismo documento, se desprenden varios detalles que me gustaría compartir, y así continuar con esta reseña, que tiene un doble e interesante motivo.

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Detalle N° 1

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Detalle N° 2

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Detalle N° 3

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Detalle N° 4

Años más tarde, José Guadalupe Posada trabajó este hermoso grabado:

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Grabado de José Guadalupe Posada: “Julio” en Decimocuarto almanaque crítico-burlesco de El Padre Cobos, para el año de 1888. Colección particular.

   Todos estos datos, necesarios como antecedentes, nos llevan a tener mejor idea sobre las imágenes que ahora son motivo de esta nueva entrega. Y me refiero, en primera instancia, a la extraordinaria fotografía que tomó Mario Antonio Núñez López, quien registró el momento en que un “bravo” torito no solo embiste, sino que los valientes que se proponen darle cara, tienen que pasar entre las luces lo que genera quemaduras. Dicha tradición se conserva en Tultepec, población del estado de México donde se ha mantenido la expresión de la pirotecnia, por lo que muchos son los artesanos, pero también los riesgos que allí perviven. Para ese hombre que “pasó entre las luces” debe haberle quedado, seguramente un conjunto de tatuajes fruto de aquel detonar de pólvora, fuego, ruido, aquelarre que en celebración de San Juan de Dios, patrono de los artesanos de fuegos artificiales decidieron llevar a cabo los habitantes de Tultepec, justo el 8 de marzo de cada año. Dice la crónica de Juan Manuel Barrera: “¡Fuego, fuego!” pide, exige la multitud recién el “toro” entra a la plaza. Alguien enciende la mecha y el silbido de los buscapiés estalla en el aire. Las chispas dibujan en la oscuridad y el bullicio crece. Los jóvenes brincan para esquivar los proyectiles.[1]

LA JORNADA_10.03.2016 p. 32

La Jornada, 10 de marzo de 2016, p. 32.

   Y sigue la crónica:

   Al mediodía del 8 de marzo inició en el barrio La Piedad el paseo de los “toros”, muchos de ellos monumentales. En el camino se suman más astados de cartón y madera, hasta llegar a unos 250 de diversos tamaños, todos cargados con cohetes.

   De lo anterior, parece que hay una fuerte necesidad de conservar una tradición con este valor agregado: los toros, donde el riesgo se encuentra lo mismo, frente al burel que soportando el fuego.

   Nos sigue diciendo Juan Manuel Barrera:

   “Durante el recorrido la gente se vuelca en las calles, el colorido de los toros, la música y el entusiasmo crean un ambiente festivo que culmina con la quema horas más tarde; también se pueden apreciar las tradicionales mojigangas, cuyas luces son encendidas cuando inician las notas musicales que acompañan la danza”, relata Juana Antonieta Zúñiga Urbán, cronista de Tultepec.

   “Los toros pirotécnicos se elaboran de diferentes tamaños, desde aquellos que, a la manera tradicional, son portados en hombros por los niños, como las grandes estructuras que en las últimas dos décadas se construyen y que oscilan entre los tres metros de altura y de cinco a seis metros de largo, que para ser movidas requieren de la fuerza de 15 a 20 personas o bien de implementarlas con llantas que faciliten su traslado”.

   “Cachetes”, “El Soñador”, “Trompis”, “Bulldog”, “Tauro”, “Chimbón”, “Diablos”, “La Fiesta”, “Luisitos”, “Gusano”, “Comandante sin cenar” y “Cordobés Jaguar” son los nombres de algunos “toritos”.

   A las 19:00 horas del 8 de marzo comenzó el desafío al fuego de los habitantes de Tultepec. Uno a uno entraron los “toros” a la plaza, también uno a uno fueron quemados.

   En el paseo participaron miles de personas, pero sólo unas 500 ingresan al ruedo para provocar a los “toros”, en la llamada “Pamplonada Pirotécnica”.

   Entra el “toro” y da vuelta a la plaza. Los jóvenes gritan “¡fuego, fuego!” y se retan entre sí: “puto el que se abra”. Los buscapiés salen disparados a todos lados, suben, bajan, golpean cuerpos, rebotan en paredes, se pierden en la noche. Entonces los muchachos brincan para esquivarlos, también eluden al “toro” que los embiste. Algunos osados llevan el torso desnudo, dicen que así no entra ningún cohete en su ropa.

   La fiesta termina la madrugada del 9 de marzo, entre música y bebidas de todo tipo.

   Alrededor de 500 personas resultaron lesionadas por quemaduras y golpes leves, que fueron atendidas en el lugar. Sólo cuatro requirieron traslado a hospitales para atención especializada.

   La cosa no terminó ahí. Días más tarde, y con motivo de la conmemoración de “Semana Santa”, ya para concluir esta, es costumbre inveterada la “Quema de los Judas”, esos personajes non gratos que el pueblo decide destruir en pleno Sábado de Gloria. Entre los sentenciados, el que se llevó todos los honores del repudio y la degradación fue el precandidato a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump, quien se ha ganado el rechazo y animadversión de los mexicanos, como ese señor lo tiene de nosotros. Rocío González Alvarado, en la reseña que publicó La Jornada dice que, con

“La salida de dos toritos –armazones e carrizo cargados de cohetes con la forma de los astados- manipulados por jóvenes, que corrieron detrás de la multitud, haciendo estallar la pólvora y los gritos de los mirones, prosiguió el ritual…”

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Fotografía: Francisco Olvera. La Jornada. 27 de marzo de 2016, p. 23.

   Desde luego, nadie quiso quedarse con las ganas de ver consumido en su propia efigie al susodicho millonario y político “gringo” que ha venido ofendiendo y degradando al pueblo mexicano, sin que haya autoridad –política o diplomática- que le pongan un alto a sus desmedidas actitudes. Si en algo puede servir la quema del “traidor de Jesús”, he aquí lo que quedó de sus arriesgadas declaraciones:

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¡¡¡Pum!!! ¡¡¡Trash!!!… ¡¡¡Trump!!!

Fotografía: Francisco Olvera. La Jornada. 27 de marzo de 2016, p. 23.

   Mientras tanto, en la tranquilidad de otros tiempos, aparece aquí la representación de otra imagen entrañable, la que concibió José Jara (atribuida) a principios de siglo XX… que no todo es fuego.

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«Fiesta de pueblo». Catálogo de la galería López Morton.


[1] Disponible en internet, marzo 28, 016 en: http://www.eluniversaledomex.mx/home/nota36171.html

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KERU. La historia de un torito.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Cada nuevo libro que aparece es como un aliento que se agradece. En este caso, acabo de adquirir uno que, dedicado a los niños se ocupa del tema taurino, aunque con algunas obligadas observaciones por hacer. KERU posee en su contenido el discurso destinado a dar una idea que lamentablemente no se corresponde con el contexto de la crianza y lidia del toro. Su autor, en cambio lo humaniza al grado de construir sentimientos y no sensaciones que en su significado animal o humano pueden o podrían tener notorias diferencias. Simón Potl que no siendo un hacedor con obligación de conocer el modus vivendi del campo o la plaza, pero sí con la idea de comunicar sus realidades, hace de esta obra un trabajo deliberadamente pensado para que los niños construyan o conciban una idea –por demás equivocada-, de los aspectos que rodean al toro de lidia y de la fiesta en lo general. En KERU hay un conjunto de mensajes subliminales metidos allí para construir notorias y diversas razones que, una vez más, representan más sentimientos humanos que los propios códigos animales, sujetos en este caso a la necesaria domesticación.

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Simón Potl: KERU. La historia de un torito. Ilustraciones: Antonio Castellanos. México, BBM Ediciones, S.A. de C.V. 54 p. Ils.

   De parir la vaca a separar la cría pasados 9 o 10 meses (operación denominada “destete”) es tener un primer y necesario paso que los ganaderos aplican para integrar al potencial añojo a la manada. Por otro lado, se refiere intermitentemente la ausencia de un “padre”, integrante del que se tiene presencia y no, puesto que son los machos, con la edad apropiada que luego de una rigurosa y paciente selección, los que son enviados a la plaza. Sin embargo KERU lamenta esto y anhela encontrar algún día a quien lo procreó. Desde luego, y al paso de la lectura, se encuentra a un protagonista en edad apropiada para ser enviado a la plaza. Eso, a los ojos del autor sucede en una circunstancias que tampoco corresponden con la realidad, como también no lo es cuando plantea la presencia de diversos maltratos a que se somete a un toro previa su salida al ruedo. Nos consta a muchos aficionados que si bien, existen sospechas en la aplicación de métodos flagrantes y atentatorios en contra de la integridad del toro; no tenemos por otro lado, evidencias que así nos lo hagan confirmar. Y si como desliza el autor existen esos casos de tortura, esa será la visión que se concibe desde la especulación misma; distante y ajena del conjunto de significados que la tauromaquia ha acumulado en siglos de expresión. Por lo tanto KERU es un libro con el cual el niño debería concebir una visión general, pero no equivocada sobre la tauromaquia y sus diversos matices, si para ello depende una confirmación honesta y equilibrada de los padres.

   En el fondo, si la idea es manipular la conciencia infantil para que los niños construyan falsos escenarios, esa me parece una mala labor, pero también un empeño didáctico sesgado que insisto, no es afín al universo que se ha concebido desde hace siglos en torno al espectáculos de los toros y que en este aquí y ahora, pretenden alterar desde visiones totalmente equivocadas, mismas que serían en el fondo, detonantes fundamentales de esa deliberada campaña que hoy fabrican personas e instituciones para argumentar que los toros generan un mal en la mentalidad infantil, dando ejemplos como aquel en que con la sola presencia del niño en la plaza se tiene a potenciales asesinos en potencia y otras aberraciones que debemos derribar en ese pleno ejercicio de la libertad primero. De la justificación de la tauromaquia después.

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FRAY GARCÍA GUERRA, UN VIRREY TAURINO… HASTA LA MÉDULA.

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   En tiempos de Felipe III, en la entonces Nueva España su alter ego, gobernó don Fray García Guerra, Arzobispo de México de 1611 a 1612 en que murió. En aquellos pocos meses, este religioso dio muestras de tener inclinaciones por la vida relajada. Ahora que transcurre la “semana santa”, comparto con ustedes el siguiente recuento, mismo que proviene de uno de los célebres libros de don Artemio de Valle-Arizpe, cronista de la ciudad de México y que en esa basta obra que nos legó, no escaparon a sus intenciones, abordar aspectos eminentemente taurinos, de donde resulta que este señor Arzobispo fue importante protagonista.

LA NEGRA DEL SEÑOR ARZOBISPO.

   Son los tiempos en que estaba en la Nueva España el muy peculiar Arzobispo Fray Pedro o Francisco García Guerra. Peculiar, porque presidió siempre la vida de don Fray García Guerra un oculto maleficio. De un mal iba a otro mal mayor y así hasta que llegó a la muerte, supremo descanso… Ya desde su viaje emprendido para ocupar el cargo de virrey en este reino, estuvo plagado de tribulaciones de todo tipo. Pues bien, llegó al puerto de Veracruz el afligido señor acompañado de su cohorte. Luego de rumbosa recepción en la que hubo preciosos arcos de flores y de verdura, a tiro de arcabuz unos de otros; a cada paso salía multitud de indios con altos y brilladores penachos de plumas de colores, tocando trompetas, sacabuches, chirimías, dulzainas, albogues y roncos tamborinos… En cierto momento, uno de los muchos cohetes que se soltaron para festejar, fue a posarse a los pies de la mula frisona montada por el arzobispo. Ya imaginarán ustedes la consecuencia: un brazo roto, el brazo con el que bendecía tan amorosamente, ¡qué lástima!, y dio, además, un formidable cabezazo, y, como era natural se le rajó el cráneo al pobre señor, pero el pedrusco, menos mal, sí quedó intacto todo él y hasta decorado con unas sinuosas chorreaduras de sangre, que le hacían bien, armonizando con su color gris.

   Siguió su camino rumbo a Zumpango, luego a Huehuetoca lugar donde sufrió otro accidente. ¡Válgame Dios! Tras el nuevo susto, y algo repuesto, llegó a Guadalupe, donde tomando precauciones ante el aviso de que montaría otra mula, prefirió una carroza, en la que por fin arribó a la gran ciudad de México. Pasando por la calle de Santo Domingo, y dispuesto a subir un templete, este se hundió estruendosamente cayendo todo lo que fueron suntuosos adornos.

   A Su Señoría Ilustrísima don Fray García Guerra no le pasó casi nada, si nada grave es la torcedura de una pierna, que se le volvió al revés, con el talón novedosamente hacia delante, por la sencilla cosa de que le cayó encima una gruesa tabla (…)

   Camino a la Catedral, un nuevo accidente se sumó a esa marcha que se antoja colmada de una desgracia y otra también. Y así pasaron los días, en que ya no hubo –al parecer- más sustos, hasta que otro igual de inusitado lo llevó, después de severo golpe cayendo del carruaje arrastrado por unas mulas desbocadas, a pasar varios días reponiéndose del susto y los dolores intensos que padeció.

   Con lo que en aquellos tiempos escandalizaba un eclipse, pues miren que vino a ocurrir en los días en que ya el Arzobispo solo pensaba en las fiestas para hacer su entrada pública como virrey. Y eso no podía ser sino un pésimo agüero de su fatal presencia en estos dominios. Las calamidades no terminaron ahí. En tanto, se efectuó la recepción, tal y como estaban establecidos los usos y costumbres de tan singular acontecimiento, -¡claro!- sin que faltara otra desgracia. Y es que

Unos juglares, para agasajar al nuevo virrey, había preparado un artificio para hacer volatines desde lo alto de un pino en la plaza de Santiago Tlatelolco, y al llegar Su Excelencia le hicieron algunas suertes muy vistosas, pero se descompuso el armadijo que tenían y vinieron al suelo, estrellándose casi a los pies del flamante Virrey: un jeme escaso faltó para que le cayeran encima y lo dejaran desmenuzado y deshecho, y como compensación sólo le salpicaron irrespetuosamente de sangre y de sesos las manos y las suntuosas vestiduras; pero con unos lienzos y un poco de agua quedó remediado el mal, y esos trapos inmundos se los disputaba la gente para guardarlos como reliquias veneradas.[1]

   Seguramente por estas, y otras razones, fue que Artemio de Valle-Arizpe denominó a presente pasaje como La negra del señor arzobispo. No se piense en ninguna mulata. Menos, en una mujer de intenso y oscuro color que le acompañara en el austero séquito. No. Era su desgraciada suerte que tuvo, como lo cuenta Mateo Alemán,[2] el cronista de estos sucedidos, en infortunios uno seguido del otro. Incluso –y como lo veremos más adelante-, hasta en sus honras fúnebres.

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Arzobispo-virrey Fray Pedro García Guerra.

   Y como don Pedro o Francisco era harto entusiasta para las fiestas que se le organizaron en su recepción, no excluyó las taurinas. Fue por eso de que

(…) a los pocos días de su toma de mando iba a celebrar el Ayuntamiento las fiestas anuales que estaban ordenadas que se hicieran solemnemente el día del glorioso Señor San Hipólito, en recordación de la toma de la ciudad azteca por Hernán Cortés y los suyos, y ya no se pudieron hacer otras especiales para honrar al nuevo mandatario, sino que se acordó que las del 13 de agosto fuesen también dedicadas para agasajarlo. Así es que se quedó sin festejos don Fray García Guerra; pero la madre tierra se esmeró en proporcionarle uno muy soberano en los primeros días de su gobierno, poniéndose a temblar más que potranca ante un león.[3]

Salvándose de que le cayera encima un alto estante lleno de libros, aunque más de alguno de aquellos volúmenes le vino a causar los golpes de rigor, esto que no le impidió pensar, ¿en qué creen ustedes?

Pero mandó celebrar unas corridas de toros; ¿cómo iba a ponerse a mandar tranquilamente como virrey don Fray García Guerra, sin haber tenido antes aunque fuese una mala festividad? No, eso no era posible; equivaldría a subvertir el orden de las leyes naturales. Hubo dos corridas, y mandó, además, el uncioso prelado que se jugaran alcancías, pero todo ello se interrumpió por otro temblor de tierra inoportuno, que llenó a todo el mundo de pánico, pues por todas partes llovían piedras y vigas de las casas de los alrededores del coso, que se venían abajo estrepitosamente y entre espesas polvaredas. Hubo heridos numerosos, y también hubo muchos muertos; de los toros se fueron a ver, beatíficamente, a los serafines y arcángeles o a los diablos en los apretados infiernos, según fuere su limpieza de alma o el sucio caudal de sus pecados.[4]

   Se sabe que dicho festejo se celebró “en un cortinal de palacio” y, a lo que parece, no fue precisamente en el palacio virreinal, sino en el arzobispal, a donde tenía sus aposentos el desgraciado fraile, quien a partir de ese otro susto mayúsculo, comenzó a estar muy enfermo. Como quedara en manos de unos médicos que diagnosticaron todo, pero no lo más acertado, hasta llegaron al extremo de

Que lo partieron casi en canal, pues que aseguraron estos majaderos hombres de ciencia que se había corrompido por el interior, “porque las materias hicieron grandísima eminencia en la parte de las costillas que llaman mendozas, siendo muy necesario que viniesen cirujanos a abrirlo”, y luego que lo destazaron vieron “que salió poca materia, por haber corroído ya el diafragma y subido arriba”, y que “las costillas mendozas estaban tan podridas que se deshacían entre los dedos”. Con grandes, incesantes dolores, que lo tenían en un perenne grito, más por la destazada que por lo de las materias que le habían “subido arriba” y que por lo deleznable de las costillas mendozas, murió don Fray García Guerra el 22 de febrero del año de 1612.[5]

   Y hasta aquí con este pasaje de don fray García Guerra, taurino hasta la médula.


[1] Valle-Arizpe: Del tiempo pasado. 3ª ed. México, Editorial Patria, S.A., 1958. 251 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreinal, XIV)., p. 121.

[2] Mateo Alemán: Sucesos de D. Frai García Guerra, Arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de la Nueva España. A Antonio de Salazar Canónigo de la Santa Iglesia de México, mayordomo y administrador general de los diezmos y rentas de ella: Por el Contador Mateo Alemán, criado del rey nuestro señor. Con licencia en México. En la imprenta de la Viuda de Pedro Balli. Por C. Adriano César. Año de 1613.

[3] Valle-Arizpe: Del tiempo…, op. cit., p. 121-122.

[4] Ibidem., p. 122-123.

[5] Ibid., p. 123.

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LAS MOJIGANGAS: ADEREZOS IMPRESCINDIBLES Y OTROS DIVERTIMENTOS DE GRAN ATRACTIVO… (V).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

En seguida, se recoge un cuadro sintético del prereformismo borbónico, el cual nos orientará a otras latitudes.

Cuando caracterizamos al siglo XVIII español como reformista pensamos, ante todo, en la actividad desplegada durante el reinado de Carlos III, a la que sirvió de pórtico, en algunos sectores, la de los ministros de Fernando VI. El reformismo del primer borbón fue de distinto signo y, en general, mucho más moderado. No se propuso reformas ideológicas o sociales. Su finalidad era reforzar el Estado, para lo cual había que atacar sectores contiguos, en especial el económico. También debía asegurarse el control sobre una Iglesia prepotente. Tres son, por lo tanto, los aspectos a considerar: la reorganización del aparato estatal, el intervencionismo en el campo económico para lograr una mayor eficacia y el reforzamiento del regalismo en materia eclesiástica.[1]

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Tomás Venegas El Gachupín Toreador, estuvo en la Nueva España entre 1760 y finales del siglo XVIII. Fue un personaje influyente en el destino de la tauromaquia novohispana camino a la emancipación.

Antonio Navarrete Tejero: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs.

Se va vislumbrando desde España una dispersión, un relajamiento de las costumbres, de las modas y modos, hasta llegar a extremos de orden sexual. Caemos pues, en el relajamiento de las costumbres mismo que se va a dar cuando el afrancesamiento, más que las ideas ilustradas son ya influyentes. Para el último tercio del XVIII se manifiestan comportamientos muy agitados en la vida social. A continuación pasaremos a revisar brevemente el motín de Esquilache.

Sucede que con el motín se da un vuelco importante en el comportamiento taurino -que ya en lo social ha ocurrido y en forma muy profunda-. Como consecuencia, veinte años más tarde el Conde de Aranda pone en marcha sus propósitos por prohibir las corridas en 1785.

Se llamaba Leopoldo Gregorio, Marqués de Squilacce que por extranjero y reformador a ultranza, pronto se ganó la antipatía. En la primavera de 1766 las cosechas resultaron desastrosas y el Marqués tomó medidas que ocasionaron inconformidad entre los agricultores que, deseando aplicar precio especial a sus escasos productos, solo encontraron el bloqueo de Esquilache. Hasta que a fines de 1765 se desató el conocido motín contra el personaje, considerado como motín del pueblo en contra del ministro por las medidas de policía adoptadas por este, produciendo el natural descontento de las capas bajas del pueblo de Madrid (Obsérvese hacia donde se dirige tal condición: a las capas bajas del pueblo… N. del A.)

Lo que saca de quicio por el fondo del argumento es la absurda medida del marqués quien encauzó la prohibición del uso de capas largas y sombreros redondos, lo cual ocasionó -como era de esperarse- un nuevo brote de violencia, justo en 23 de marzo de 1766. La casa de Esquilacce fue saqueada, Carlos III huyó de la corte encontrando refugio en Aranjuez.

Allí cedió a lo que pedían los amotinados, «por su piedad y amor al pueblo de Madrid». En adelante, quedaba permitido el uso de capas largas y sombreros redondos y «todo traje español», a toda clase de personas. También accedió el rey a rebajar el  precio de las subsistencias y a suprimir la junta de abastos.[2]

Enseguida Esquilache también fue destituido de sus funciones. Lo que llama la atención es que el motín arrojó consecuencias que fueron de orden histórico-político muy especiales. En el cambio ministerial, Aranda reajusta las disposiciones que puso en práctica su antecesor. El motín fue móvil perfecto para la expulsión de los jesuitas, ya que estos y su papel sirvieron de pretexto para adoptar la medida. Se acusaba a miembros de la compañía como activistas directos en aquellas jornadas de revuelta.

El Conde de Aranda pone en marcha propósitos bien firmes por prohibir las corridas en 1785. Sin embargo, podemos observar medidas de control -que no de prohibición- en un anticipo de reglamento elaborado en la Nueva España en 1768.[3]

El control social -en la corona española- que ya es manifiesto durante el siglo XVIII, surge como tal desde el primer tercio del XVII, creando una conciencia muy abierta pendiente de los deslices sociales que fueron cayendo en un síntoma total de permanencia, causado por aspectos como la guerra de Treinta años en 1635 de España con Francia cuya amenaza, para soliviantarla en territorios del dominio hispano, buscaba apelar al factor providencial con el cual, y de pasada, sosegar la vida relajada. Respecto a las corridas de toros, estas nos muestran el dominio de nobles sobre plebeyos y luego un vuelco donde los segundos vinieron a tener el control sobre los primeros, lo cual terminó con un viejo sistema de poder.[4] Y esas mismas corridas van a ser -para muchos ilustrados- signo de una sangrienta y bárbara diversión que solo podía agradar a aquellos que se oponían al progreso y a la civilización.

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Es esta una fiel representación del sabor barroco mexicano de fines del siglo XVIII, cuando el virrey Conde de Gálvez, uno de los más entusiastas taurinos de aquella época pudo admirar esta estampa, reproducida en un biombo. ”Corrida de toros”. Siglo XVIII. Col. Pedro Aspe Armella.

Fuente: ARTES DE MÉXICO. La ciudad de México I. Enero 1964/49-50.

En cuanto a la proyección recibida en América, por ahora no me detendré en revisión minuciosa del toreo novohispano, ya que este conservaba una línea similar a la española con sus particulares características. Y es que importa revelar todo lo anterior a la luz de los hechos, gracias a que conformaron una estructura la cual  fue adquiriendo fisonomía propia de la que emergieron todas aquellas posibilidades técnicas del toreo de a pie. Creo que de no haber hecho revisión al panorama de antecedentes tendríamos una idea simplemente vaga del significado de este quehacer. Por otro lado, debo decir que justo la forma que ha venido adquiriendo el prolegómeno de esta tesis, asume una posición planteada por Enrique Florescano en estos términos:

Los historiadores, antes preocupados por el cambio violento y las crisis que parecían anunciar el acabamiento de una época y el comienzo de otra, hoy muestran un interés decidido por las PERMANENCIAS Y LAS CONTINUIDADES.[5]

Bien, luego de este entremés de Clío, prosigamos.

CONTINUARÁ.


[1] Domínguez Ortiz, Ibidem., p. 84.

[2] Gonzalo Anes. El antiguo Régimen: los Borbones. 2a. edición. Madrid, Alianza Editorial, 1976 (Alianza Universal, 44). 4 vols. Vol. IV. Historia de España. Alfaguara. 513 pp., p. 372.

[3] Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM). Ramo: Diversiones Públicas. Toros. Leg. 855 exp. No. 20. Bando de los Sres. Regidores Comisionados para las Corridas de Toros, sobre el buen orden en la Plaza. 4f.

[4] Juan Pedro Viqueira Albán. ¿Relajados o reprimidos?…op. cit., «La reacción o los toros», pp. 23-52.

[5] El Búho, N° 318 del 13 de octubre de 1991. «Enrique Florescano y el nuevo pasado mexicano».

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (II).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

GANADOS QUE SE ESTABLECIERON EN LA NUEVA ESPAÑA. 

   Fue en el segundo viaje del almirante genovés, el de 1493 y en noviembre cuando llegó a la isla de la Dominica «todo género de ganado para casta» como lo apunta Enrico Martínez.[1] Y el término “para casta” fue manejado con el sentido de explicar que aquel género de ganado” serviría simple y llanamente para la reproducción.

   Establecidos aquí una serie de elementos básicos sobre el traslado de ganado de Europa a América, pasemos ahora a observar la manera en que se fomenta el desarrollo de diversas variedades de plantas y animales, obra realizada por quienes comenzaban a convertirse más en colonizadores que en conquistadores. Aunque ni una ni otra labor se olvidó. Se pregunta Sonia Corcuera:

¿Por qué no recordar en Cortés al pionero que introdujo desde las Antillas semillas, caña de azúcar, moreras, sarmientos y ganado para iniciar su labor ya no de conquista, sino de colonización?[2]

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El conquistador Hernán Cortés. Lámina del Códice Panes-Abellán (Theatro de Nueva España en su gentilismo y conquista). México. Fines del siglo XVIII.

Fuente: Biblioteca Nacional de México.

   Hacia 1512, al fundarse en la isla de Cuba la ciudad de Baracoa, Hernán Cortés sigue, con mayor éxito que en la Española (Santo Domingo), sus pacíficas tareas de escribano y granjero. Emprende paralelamente el cultivo de la vid, cría vacas[3] y toros, ovejas y yeguas; explota minas de oro y se entrega al comercio.[4]

   Luego de la conquista (13 de agosto de 1521), ha dicho Fernando Benítez: “Tenochtitlán no murió de muerte natural sino violentamente, por la espada, único final digno de una ciudad guerrera”,[5] por lo que para 1524 se encontraban establecidos algunos factores para llevar a cabo el proceso de la agricultura y el de la crianza de ganados, mayores y menores. Así se cuenta con bestias de carga y de leche (bestias de carga y arrastre: caballo, mula y buey; de carne y de leche: vacas, cerdos, ovejas y cabras. Por otro lado de gallinas y pavos de castilla sin contar otras especies de menor importancia), cosas tan provechosas como necesarias a la vida.

   Sin embargo, el 24 de junio de 1526

que fue de San Juan…, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…»[6]

se corren toros en México por primera vez. Entonces ¿qué se lidió al citar el término «ciertos toros», si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos?

   ¿No serían cíbolos?

   Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encargó de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un «toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos».

   El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila.

   Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron en un principio contar con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, este fenómeno encuentra una serie de contrastes en el espacio temporal que el demógrafo Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión”,[7] aunque conviene matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus afirman que

Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.[8]

EL GANADO CAZA AL HOMBRE

Cuadro que relaciona el comportamiento que se dio con la sobrepoblación de las distintas cabezas de ganado establecidas en Nueva España, entre 1540 y 1630, y dicha sobrepoblación con el decremento de la población de indígenas y blancos que poblaron dichos territorios.

Fuente: BORAH, Woodrow W: El siglo de la depresión en la Nueva España. México, ERA, 1982. 100 pp. (Problemas de México)., p. 18.

   El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera:

Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes.

   Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.[9]

   En cuanto a la tesis de cíbolos o bisontes, ésta adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran festejos taurinos. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el segundo virrey de la Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era

“muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (…) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.[10]

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”Animal de pelaje de león y joroba parecida a los camellos”, es probable que éstos sean los “toros” que Cortés alanceó por primera vez en México, o como los que se corrieron en el Volador en 1732 y que se mantuvieron a resguardo en Chapultepec.

Fuente: CAMPO BRAVO, año 4, Número 18, noviembre 1988, p. 54.

   Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que no sólo fue privativo de los señores. También los mestizos, pero sobre todo los indígenas lo hicieron suyo como parte de un proceso de actividades campiranas a las que quedaron inscritos.

   El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII.

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Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida: en el qual se contiene muchos primores, así en las señales de los cavallos, como en las condiciones: colores y talles: y como se ha de hazer un hombre de á caballo (…) En Sevilla, año de 1580. México, La Afición, 1950. 149 p. Ils.

Esta obra, desde mi punto de vista, es la primera gran síntesis de experiencias registradas por un personaje nacido en territorio novohispano, quien recoge en el “Tractado” episodios que fueron vertebrando, desde el quehacer urbano, pero también el que se intensificaba en el ámbito rural toda una serie de manifestaciones que consolidaron la tauromaquia mexicana en la segunda mitad del siglo XVI.

   El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

   Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar por parte del ganado vacuno embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Muchos de ellos eran indígenas.

   Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes, uno de los cuales muestra el empeño de a pie,[11] común en aquella época, forma típica que consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentó la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzaba a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la «desjarretadera», instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Un relieve más nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el «quite».

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Las dos escenas taurinas en la fuente de Acámbaro, que a lo que parece, fue obra que se remonta a principios del siglo XVII, aunque con recreaciones de estas escenas que deben haberse representado durante la última parte del siglo XVI.

   En la continuación de la reseña de Suárez de Peralta se encuentra este pasaje:

Toros no se encerraban [en Chapultepec] menos de setenta y ochenta toros, que los traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son de los cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias, de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otros; en el campo no había más, pues la carne a los perros. Hoy día se hace así, creo yo, porque es tanto el ganado que hay, que no se mira en pagarlo; y yo he visto, los días de fiesta, como son domingos y de guardar, tener muchos oficiales, alanos, que los hay en cantidad, por su pasatiempo salir a los ejidos a perrear toros, y no saber cuyos son ni procurarlo, sino el primero que ven a aquél le echan los perros hasta hacerle pedazos, y así le dejan sin pagarle ni aún saber cuyo es, ni se lo piden; y esto es muy ordinario en la ciudad de México y aún en toda la tierra.[12]

   Volviendo al buen caballero don Luis de Velasco, él tenía la más principal casa que señor la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra, como apunta Suárez de Peralta. Tenía de costumbre, todos los sábados ir al campo, a Chapultepec, y allí tenía de ordinario media docena de toros bravísimos; hizo donde se corriesen (un toril muy lindo); íbase allí acompañado de todos los principales de la ciudad, que irían con él cien hombres de a caballo, y a todos y a criados daba de comer, y el plato que hacían aquel día, era banquete; y esto hasta que murió.

   Al referirse Juan Suárez de Peralta a los “toros de los chichimecas”, nos está dando elementos para comprobar que en aquel tiempo era común traer esos animales desde aquellas regiones que hoy ocupan los estados de Coahuila y hasta el norte de Guanajuato. Dicho ganado no es sino el bisonte ó cíbolo, como se le conoce al mamífero, animal cuadrúpedo, del orden de los rumiantes, llamado en Europa toro de México o mexicano, por parecerse a un toro ordinario, con la diferencia de que sus astas están echadas hacia atrás, y el pelo largo y parecido a la lana de un perro de aguas ordinario: es montaraz, poco domesticable, y andan en manadas en las espesuras de los bosques, especialmente en la provincia de Texas. Por lo tanto, este tipo de ganado específico fue utilizado en alguna otra ocasión, como fue el caso ocurrido en 1734.[13]

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   En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de México, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca mismo. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial «Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos…» [14]

Fuente: Antonio Navarrete. TAUROMAQUIA MEXICANA. México, Edit. Pulsar, 1996. Ils. Lám. Nº 3. “Atenco”.

CONTINUARÁ.


[1] Enrico Martínez: Repertorio de los tiempos e historia de Nueva España (1606). México, SEP, 1948. (Testimonios mexicanos, 1), cap. XXVI, p. 141.

[2] Sonia Corcuera: Entre gula y templanza. Un aspecto de la historia mexicana. UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1981. 261 p. Ils. (COLEGIO DE HISTORIA, Colección: Opúsculos/Serie: Investigación), p. 51.

[3] Antiguamente, referirse a las vacas era generalizar -en cierto sentido- al ganado vacuno, ya que sólo se hablaba de la posesión de los vientres. Por añadidura estaban los machos que, como elemento de reproducción no podía faltar en una ganadería.

[4] “El Cronista A”, Hernán Cortés. En: “El Albatros” N° 4, 1971. Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Julio-Agosto, 1971.

[5] Fernando Benítez: La ruta de Cortés. México, Cultura-SEP, 1983. 308 p. Ils. (Lecturas mexicanas, 7), p. 288.

[6] Hernán Cortés: Cartas de Relación. Nota preliminar de Manuel Alcalá. Décimo tercera edición. México, Porrúa, 1983. 331 p. Ils., planos (“Sepan cuántos…”, 7), p. 275.

[7] Woodrow, W. Borah: El siglo de la depresión en la Nueva España. México, ERA, 1982. 100 p. (Problemas de México).

   El autor apoya su tesis en las actividades de la economía durante la colonia para conocer los comportamientos demográficos que se dieron en forma agresiva a causa de nuevas enfermedades, la desintegración de la economía nativa y las malas condiciones de vida que siguieron a la conquista. Este fenómeno tuvo su momento más crítico desde 1540 y hasta mediados del siglo XVII, mostrando bajos índices de población, entre los indígenas y los españoles (hacia 1650 se estiman 125,000 blancos en Nueva España y unos 12,000 indígenas). La población indígena alcanzó una etapa de estabilidad, luego de los efectos señalados, a mediados del siglo XVIII “aunque siempre a un ritmo menor que el aumento de las mezclas de sangre y de los no indígenas”.

   Es interesante observar una de las gráficas (AHT24RF541, véase anexo número cinco) donde vemos valores de cabezas de ganado mayor y menor muy disparados contra un decremento sustancial de los indígenas y blancos, lo cual originó, por otro lado, un estado de cosas donde dichos ganados mostraron no solo sobrepoblación sino que el hábitat se vulneró y se desquició lo cual no permite un aumento de la producción, pues los costos se abatieron tremendamente.

   Esta tesis ha perdido fuerza frente a otros argumentos, como por ejemplo los que plantea la sola trashumancia habida en buena parte del territorio novohispano, o aquel otro que propone Pedro Romero de Solís en su trabajo denominado “Cultura bovina y consumo de carne en los orígenes de la América Latina” (véase bibliografía). Pero también se ha desdibujado por motivo de que el autor nunca consideró que habiendo una crisis demográfica de las dimensiones analizadas en su estudio, estas nunca iban a permitir que la economía creciera. Por supuesto que la economía colonial creció desde finales del siglo XVI, se desarrolló durante todo el siglo XVII y se consolidó, en consecuencia hasta que operaron abiertamente las reformas borbónicas.

[8] Enrique Florescano y Margarita Menegus: “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico (1750-1808)” (p. 363-430). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 365-6.

[9] Andrés Lira y Luis Muro: “El siglo de la integración” (p. 307-362). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 311. Además, véanse las páginas 316 y 317 del mismo texto que abordan el tema de “La población”.

[10] Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1589 por don (…) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3), p. 100.

[11] Empeño de a pie. Obligación que, según el antiguo arte de rejonear, tenía el caballero rejoneador de echar pie a tierra y estoquear al toro frente a frente, siempre que perdía alguna prenda o que la fiera maltrataba al chulo.

[12] Suárez de Peralta, Op. cit.

[13] Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs., p. XIV: “Dies y Ocho pesos que tubo de Costo el armar Vn toril, para las Cibolas, que Se trajeron a lidiar…”, “…Síbolos, que se traxeron del R.l Alcazar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día dela Segunda Semana de la lidia de Toros (justo el jueves 10 de junio).

[14] Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997.

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UN MOMENTO HEROICO DE JOAQUÍN RODRÍGUEZ.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Luego de algún tiempo en que esta serie pasó sin encontrar la imagen propicia, de pronto surgen razones suficientemente poderosas para dedicar la atención a lo que sigue:

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En la mayoría de los detalles carezco de información puntual. Plaza, fecha, procedencia del toro, resultado posible de aquella jornada, incluso la paternidad del registro fotográfico, con lo que es imposible dar los créditos como sería deseable.

   Sin embargo, estamos viendo en la misma a un Joaquín Rodríguez decidido a triunfar, conforme a lo impuesto por el estilo de “Cagancho” lo cual representaba un auténtico misterio, pues lo mismo era gozar aquel estado de gracia que verle detenido por la guardia para luego ser enviado a la cárcel y cumplir así con el castigo impuesto por la autoridad. Y es que “Cagancho” podría haber provocado tremenda bronca, mientras que Joaquín Rodríguez se aprestaba a dar la “nota” con detalles como el que apreciamos, entregándose en convencida actitud de torero, de artista y profesional, dispuesto además a dar un buen espectáculo. Aquí Joaquín parece darse cuenta de las enormes facultades de un toro que además, arremete como un tren sin posibilidad de parar su loca carrera. Es tal la pujanza, ese sello de casta que asoman por todos lados en esa impetuosa pose que adquirió el respetable ejemplar, que no le quedaba otro recurso al gitano que estar bien ante un público que ha llenado la plaza y que según puede apreciarse, estaba ahí para verle torear.

   La arena que se levanta y la postura que adquiere Joaquín en el momento que ve pasar al imponente toro, tras pegar también ese imponente pase por alto. Es que el solo paso del astado representaba una especie de impetuosa tempestad con lo que a su paso, se mueve y se conmueve todo, causando el estupor y una emoción muy especial –en este caso- de reencontrarse con una más de las improntas de la tauromaquia: el toro en su más recia expresión. Y para lograr el equilibrio, un torero… un gran torero como Joaquín Rodríguez, que en esa ocasión decidió elevar las cotas a niveles que ni el propio “Cagancho” habría comprendido, pues “Cagancho” era esa especie de Antígona, el contestatario y la antítesis del Joaquín Rodríguez mismo. Sin embargo “Cagancho” era el dueño de la gracia, de la desfachatez, de la genialidad y Joaquín, ese hombre dispuesto a entregarse como se entregó en esa ocasión, la que nos permite contemplar tremenda fotografía, inigualable fotografía, que si bien y por rigor, no formaría parte de esta serie, pero el hecho es que la hace suya, entre otras cosas, por la profunda relación que Joaquín Rodríguez “Cagancho” tuvo para con México. Suficiente motivo para integrarla, sentirla y gozarla.

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