CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Retomo una vez más el texto que Francisco Zarco, o Fortún publicara en La Ilustración mexicana.
Hay una circunstancia muy notable, y es que este público que ama los toros y la ópera, pasa muy bien sin representaciones dramáticas. Quedan, pues, sin llenar necesidades morales e intelectuales, y se satisfacen las de los sentidos. La ópera, la obra maestra del tiempo de Metastasio, la gloria de la Italia y la Alemania que comenzó por asemejarse a la tragedia griega, fue sin embargo un espectáculo de lujo, que se dirigía solo a la imaginación y a los sentidos, pero no al entendimiento y al corazón.
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Entre nosotros parece que no se hace distinción alguna en toda clase de diversiones, y que lo único que se busca es la muchedumbre, el lujo y la ostentación. Triste es que en México pasen meses y meses sin que haya una compañía de verso, y que el público afecte el más marcado desden hacia todo lo que no sea ópera y toros.
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El público de los toros es estrepitoso, intolerante, y casi de la misma manera demuestra su favor y su desprecio. Allí está en la división de sol y sombra la gran separación social, la separación de fortunas. Pero, en cuanto a lo demás, muchas veces la sombra da muestras de mayor barbarie y de menos moderación que los humildes concurrentes que van a sufrir los rigores del astro del día.
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Lo repetimos. Ni la ópera ni los toros son señales seguras para apreciar nuestro carácter. En México lo cierto es que no hay carácter nacional. La faz de nuestra sociedad es desigual y tornasol, es un mosaico en que aparecen desvanecidos todos los colores. Nuestro pueblo no va a los toros por barbarie, sino porque no tiene otra parte a donde ir. Las personas acomodadas van por verse unas a otras, y porque allí las mujeres pueden ostentar a toda luz ciertas galas que no llevan a otra parte. Hay familias que pueden alegar como disculpa para ir a los toros, la monotonía y la aridez de la calzada que hemos convenido en llamar paseo de Bucareli.
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La docilidad de nuestro carácter, que degenera ya en apatía e indolencia, nos hace adoptar toda clase de costumbres y aún de opiniones, cediendo siempre a influencias extranjeras y extravagantes. Nuestros usos y nuestras cosas todas, presentan ya un conjunto deforme, heterogéneo, y la anarquía se enseñorea de los espíritus, aún en las materias más insignificantes. No solo en política, sino en todo, va desapareciendo la unidad nacional. Esto es triste, y puede ser demasiado funesto.
Nuestra sociedad, hablando en general, no consulta ni sus gustos ni sus inclinaciones. Cede a todo, es verdad; pero esa condescendencia no puede producir amor, ni pasión por nada. En los espectáculos, en los paseos, en las tertulias, en todas esas reuniones numerosas, se observa que el tedio se pinta en todos los semblantes, que las gentes se cansan de las demás y de sí mismas, y que no hay quien encuentre lo que busca…
Si los espectáculos públicos han de influir en formar el carácter nacional ilustrando el entendimiento, ennobleciendo el corazón y dando buena dirección a las pasiones, poca esperanza debe tener un pueblo que solo mantiene ópera y toros por moda, por lujo, y no por una afición decidida. Tan lejos estamos del impetuoso arrojo de la barbarie, como del refinamiento muelle y femenil de la civilización puramente sensual. ¿Cuál es, pues, nuestro carácter? No lo sabemos, o mejor dicho, no lo tenemos.
Disponible en internet abril 21, 2016 en:
Hasta aquí Zarco o Fortún.
En este último párrafo condensa una de las patologías que refleja la sociedad decimonónica mexicana. Es decir, creo que en el fondo, Francisco Zarco pretende poner en valor la ausencia de un carácter, el de este pueblo que parece no plantearlo ni afirmarlo tampoco. Si sus referentes fueron esos dos espectáculos públicos, predominantes en aquellos tiempos, seguramente puede reflejarnos una fuerte señal de decadencia ante el hecho de que al parecer, eran las dos únicas opciones para hacerse ver, hacerse notar, aunque no para entrar en el territorio de sus profundidades como puestas en escena. Lo que sí es un hecho es que desde el punto de vista de la organización, al menos en lo que a toros se refiere; 1851 fue un año que tuvo una actividad bastante intensa en festejos taurinos. Además, fue un año en el que las diversas “compañías de gladiadores” como la de los hermanos Sóstenes y Luis Ávila, o Pablo Mendoza. Incluso, Bernardo Gaviño, Mariano González “La Monja” y algunos más, mantuvieron una constante de festejos que resultaron, la mar de atractivos. Si no, admiren ustedes el siguiente cartel:
Cartel celebrado el 23 de noviembre de 1851 en la Real Plaza de toros de San Pablo.
Disponible en internet, abril 21, 2016: en http://www.hndm.unam.mx/consulta/busqueda/buscarPalabras
Por lo tanto, y en el fondo, este parece ser un profundo análisis en el que la sociedad de aquellos tiempos mostraba diversas inestabilidades que permitiesen garantizar el absoluto mexicano. Zarco, a lo que parece, tuvo que echar mano de la que para el eminente periodista resultaba una muestra decadente reflejada en toros y ópera, y donde por el recuento, parece haber una serie de excesos por parte de su permanente asistencia, de la que el género femenino resultó severamente cuestionada, con las sutilezas que sabía manejar muy bien Fortún. Sin embargo, diversas opiniones en ese sentido no son sino una serie de juicios o prejuicios moralizantes en los que ciertos códigos hicieron caer o limitar las representaciones que la mujer tendría al acudir o a la ópera o a los toros, y cuya presencia se convertía en blanco de encontrados comentarios como el que aquí nos comparte el autor nacido en Durango en 1829. Sorprende que a los 23 años de su edad, Zarco tuviese esta luminosa forma de pensar, lo que le llevó a ser figura central en la construcción del periodismo que hoy, precisamente hoy, bien podría el mismo poner en el banquillo de los acusados. Como se puede entender, y por todo cuanto viene sucediendo en México en lo que va del siglo XXI, hemos podido presenciar un ataque frontal, por parte del estado hacia el sector de periodistas, a quienes aquel pretende aniquilar bajo distintos métodos.
Sin embargo, y por lo que recoge Fortún a lo largo de esta interesante apreciación, ello nos permite entender cómo se comportaban estos espectáculos, pero también la que para Zarco era una crisis social muy profunda. Tal parece que en ese sentido, este último sector no pudo remontar la enorme oportunidad de concretar un país en el que todavía resuena esa frase contundente que Edmundo O´Gorman convirtió en uno de sus libros emblemáticos: México, el trauma de su historia.