LA TAUROMAQUIA EN LA CIUDAD DE MÉXICO: CONVIVENCIA CERCANA A LOS CINCO SIGLOS.

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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La plaza de toros “México” el pasado 31 de enero de 2016. En esa ocasión, dicho escenario registró un lleno total. Fotografía del autor.

   La ciudad de México ha sido, desde hace varios siglos, el centro dominante donde se han concentrado culturas, poderes –políticos o religiosos-, sin faltar otros aspectos que como el taurino tiene muchas historias por contar.

   Desde el 24 de junio de 1526, fecha de la primera noticia en los registros taurinos, pocos años después de consumada la conquista y hasta nuestros días, permite entender que en ella se concibieron y se han concebido las mejores páginas del repertorio de un espectáculo que arraigó en el gusto popular, y que hicieron suyo otras culturas, las cuales en su complejo entendimiento, lograron consolidar el mestizaje, sobre todo a lo largo del virreinato; y luego durante el siglo XIX, donde el valor de lo mexicano fue uno de los grandes anhelos entre su población. Puede apuntarse además, que en el siglo XX se afirmó por obra y gracia de otros tantos capítulos, y llega a este XXI enriquecida y admirada por nuevas generaciones.

   Se sabe que en 490 años, ha habido poco más de 50 plazas de toros, donde más de alguna ocupó sitios tan emblemáticos como el de la Plaza de la Constitución. Me refiero a la Plaza Nacional de Toros, que funcionó de 1822 a 1825. La gran mayoría de ellas fueron de madera, por lo tanto eran efímeras, pero no por ello escapaban al hecho de mostrar sorprendentes diseños arquitectónicos. Tal es el caso de la del Volador (1586-1815), la Real Plaza de Toros de San Pablo (1788-1858), la del Paseo Nuevo (1851-1867) o la del “Coliseo” (1888-1890), por ejemplo.

   Cientos, quizá miles de funciones taurinas se han celebrado en esta ciudad, reuniendo a entusiastas aficionados que al poder de convocatoria de carteles y toreros de fama, han acudido en distintas épocas y también por diversas razones. Una de ellas es el de la beneficencia, por cuyos motivos, ha habido muchas ocasiones en las que la solidaridad se ha hecho presente en apoyo a damnificados, a los bancos de sangre; e incluso a la obra pública, o en respaldo, por ejemplo al pago de la deuda de México con los Estados Unidos de Norteamérica (1877). De igual forma en 1938, cuando organizado un festejo, este fue con objeto de reunir fondos para el pago de la deuda petrolera.

   Tras un periodo de prohibición impuesto a raíz de motivos administrativos (1867-1886), la ciudad quedó privada del espectáculo. Reanudado este en 1887, se intensificó desde entonces la presencia de otras plazas así como de nuevas generaciones de aficionados. Surgieron diversos medios de comunicación en la prensa escrita que divulgaron este espectáculo y llegado el siglo XX de la mano con la modernidad, ello permitió –entre otras cosas-, que se construyera la primera plaza de toros de mampostería. Se trata de la plaza de toros “El Toreo”, ubicada en la colonia Condesa y que funcionó de 1907 a 1946, mismo año en que también fue inaugurada la que sigue siendo hasta hoy, el escenario taurino por excelencia: la plaza de toros “México”.

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Plaza de toros “El Toreo” en 1907. Col. del autor.

   En todo ese conjunto de espacios se han reunido para solaz y esparcimiento de diversas épocas y generaciones, toros y toreros que, en su conjunto nutrieron y siguen nutriendo el imaginario colectivo a tal grado que en buena medida, la historia de la ciudad de México no se entendería desde el territorio de los espectáculos, como un espacio de celebración en el que, desde siglos atrás hubo grandes festejos en ocasión a la entrada de virreyes, o por el fin de una guerra. De igual forma, la independencia de este país también fue motivo para celebrarla en lo taurino. No faltaron razones cívicas o religiosas acompañadas del festejo respectivo que luego, con el paso de los años y otros ritmos, se adaptaron a un calendario peculiar, ese en el que se organizan las así llamadas “temporada chica” o de novilladas, y la “temporada grande” o de corridas de toros. Ese conjunto de funciones, ha estado sujeto, por lo menos desde 1895 y hasta nuestros días a un reglamento taurino el cual, en consonancia con los usos y costumbres, ha logrado llegar hasta este siglo XXI, manteniendo y conservando auténticos valores rituales y de tradición. Es decir, un auténtico patrimonio.

   Como se habrá podido comprobar, la tauromaquia a través de casi cinco siglos se ha convertido en un auténtico legado, intangible sin más, que debe conservarse.

   A esta ciudad, han venido las mejores ganaderías, los más consagrados toreros nacionales y extranjeros. En torno a sus plazas se han forjado legiones de entusiastas aficionados y los medios de comunicación han hecho labor de difusión en prensa que abarca ediciones emblemáticas, de colección, sin faltar la importantísima presencia de la radio y la televisión hasta llegar a las expresiones digitales a través de internet, con lo que su difusión está garantizada, no solo a escala local. También a nivel global. En otro sentido, la producción bibliográfica con tema taurino es otro rico complemento a la amplia literatura que comprende este tema de vida cotidiana tan arraigada a la historia de la gran ciudad de México.

   Muchos taurinos estamos convencidos de que dicho espectáculo debe pervivir puesto que se trata de un sistema en el que participan no solo los protagonistas en esa puesta en escena tan peculiar, sino un conjunto muy importante de personas quienes encuentran un medio legítimo de ingresos. Con ello se incentiva el resto de una compleja estructura que se extiende, por ejemplo, hasta las propias ganaderías, que son por así decirlo, soporte y nutriente de la materia prima fundamental para este espectáculo: el toro de lidia.

PANORÁMICA PLAZA MÉXICO_31.01.2016

Panorámica del coso de Insurgentes la misma tarde del 31 de enero de 2016. Fotografía del autor.

   La fiesta de toros es, hoy en día, una expresión celebratoria que reúne aquella tipología difícil de ser aceptada por nuevas generaciones, las cuales se han decantado por influencias propias de la postmodernidad, sustento ideológico que no se corresponde con aspectos que han definido al hombre y su cultura desde muchos siglos atrás. Renunciar al hecho de que “el pasado nos constituye”, hace que lo antiguo y lo moderno se confronten, por lo que se ha exacerbado la postura de quienes la consideran anacrónica, fuera de lugar, o bajo el argumento de que en ella se comete tortura.

   En todo caso, ante el hecho de que allí se desarrolla una puesta en escena que incluye en su compleja representación el sacrificio y muerte de un toro, esto va ligado con antiguos rituales. Milenarios unos, seculares otros; que al fin y al cabo, son la suma de circunstancias que culminan en auténtica ceremonia.

   Cierro aquí con una hermosa cita que recoge el historiador Juan A. Ortega y Medina refiriéndose al viajero extranjero Brantz Mayer (autor de la obra México lo que fue y lo que es), quien estuvo en nuestro país en el primer tercio del siglo XIX. Mayer:

estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vio como un contraste entre la vida y la muerte; un «sermón» y una «lección» que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.

   Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que otro gran maestro e historiador, Edmundo O’Gorman se encarga de envolver este panorama:

Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: «el ser para la vida» y el «ser para la muerte», y todo en el mismo domingo.

   En espera de que estos apuntes sean de utilidad, sobre todo para aquellos asuntos cuyos fines persiguen alentar con ello su presencia; y todo con vistas a conservar como es nuestra intención, este espectáculo en la ciudad de México; justo en momentos previos a la discusión y aprobación de la primera Constitución en esta megalópolis.

   Por lo tanto, es la Tauromaquia, y no puede ser de otra forma, un patrimonio vivo construido a lo largo de casi cinco siglos, mismo que se encuentra en legítimas condiciones de transitar en los años por venir.

Ciudad de México, mayo de 2016.

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