RECOMENDACIONES y LITERATURA.
SOBRE LA COLECCIÓN TESOROS TAURINOS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
En julio de 2002 escribía estas notas, que se integraron al proyecto que se comenta en la presente serie.
“TESOROS TAURINOS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.: 1895-1975”, es un trabajo que reúne por vez primera una parte significativa de los acervos custodiados por la Universidad Nacional. Sabemos con toda certeza, que desde el viernes 18 de enero de 1895 ocurrió la primera exhibición de cine realizada en México, por los señores Maguire, Bacus y John D. Roslyn, representantes de Thomas Alva Edison, usando para tal ocasión un kinetoscopio. Entre las películas que fueron presentadas en el salón de la 3ª calle de San Francisco Nº 6 fueron incluidas dos cintas de asuntos mexicanos: Lasso Thrower y Mexican Knife Duel, filmadas en algún estado de la nación norteamericana –y a finales de 1894-, cuando pasaba por aquellos lugares una compañía circense. Las imágenes de Lasso Thrower recogen la actuación de Vicente Oropeza, quien fue, a la sazón, miembro de la cuadrilla de Ponciano Díaz. Oropeza, además de ser un hábil picador de toros, también se convirtió en el mejor charro mexicano de finales del siglo XIX. Es decir, que sin ser escenas de carácter eminentemente taurino, se convierten en las primeras que recogen a un protagonista de esta diversión popular.
Esta serie de fotogramas, muestra la secuencia de actuación que representó Vicente Oropeza en “Lasso Thrower”, filmación realizada a finales de 1894 por los representantes de Thomas Alva Edison en Estados Unidos de Norteamérica. Vicente fue integrante en la cuadrilla de Ponciano Díaz, actuando como picador y lazador. Las escenas de este cortometraje fueron exhibidas el 23 de enero de 1895 en la 3ª calle de San Francisco N° 6, ciudad de México.
Un año más tarde, se presenta en la ciudad de México un kinetófono junto a un fonógrafo, invenciones ambas de Edison, con las que se tuvo la idea de unir imagen y sonido al mismo tiempo, sueño que con el tiempo se volvería realidad. Para el 6 de agosto de aquel 1896, los señores Ferdinand Von Bernard y Gabriel Veyre, representantes de la casa Lumière, ofrecieron la premiere de diversos materiales filmados por otros mensajeros de aquella firma al General Porfirio Díaz en el Castillo de Chapultepec, residencia del Presidente de la República. Aquellos acontecimientos ocurridos en un tiempo relativamente corto, representaron un importante capítulo que vino a dar un vuelco definitivo, tanto en las costumbres como en la asimilación de una nueva forma de ver el mundo, partiendo de condiciones absolutamente ingenuas, por lo mismo incapaces de aceptar un agresivo desplazamiento de lo que para entonces era el terreno dominado por la fotografía. De igual forma, el hecho de tenerse que adecuar a un nuevo lenguaje “cinematográfico”, obligó a las sociedades a buscar rápidamente las expresiones adecuadas para definir y entender al cine. Porfirio Díaz vio en aquello, un instrumento publicitario del que se sirvió para incrementar su imagen. Sin embargo, nunca imaginó que a pesar de aquella buena oportunidad, se vería rebasado por el número de filmaciones con tema taurino que se presentaron desde enero de 1895 hasta la fecha en que tuvo que renunciar, en mayo de 1911, fecha en la que se obtuvo un importante triunfo de la Revolución Mexicana. En una relación preparada ex profeso para este trabajo, se han encontrado arriba de cien diferentes materiales con tema taurino que abarcan ese periodo, en el que se incluyen filmaciones logradas en México, España y Francia por camarógrafos tales como: los representantes de Thomas Alva Edison, los señores Von Bernard y Veyre, representantes de la casa Lumière. Se suman a esta relación a Albert Promio, Enoch C. Rector, Otway Latham, Louis Currich y Enrique Moulinié. Fred Blechynden, quien trabajó junto al productor James White, sin faltar los trabajos de Salvador Toscano, los hermanos Becerril, los hermanos Alva, Carlos Mongrand, Julio Kennedy, Enrique Echaniz Brust, Juan C. Aguilar, Enrique Rosas Priego y José Cava, por mencionar a todos aquellos que trabajaron en la primera época del cine en su formato más primitivo.
Fotograma que muestra una escena filmada la tarde del 16 de diciembre de 1902 por los Asociados de Thomas Alva Edison.
Puede decirse con toda seguridad, que después de “Corrida de toros”, trabajo de Enoch C. Rector, escenas logradas en febrero de 1896 en la plaza de toros de San Pablo, Chihuahua; y “Una corrida de toros” filmada por Otway Latham en nuestro país entre finales de 1895 y comienzos de 1896, la que tiene una resonancia que incluso llega hasta nuestros días es “Corrida entera de toros por la cuadrilla de Ponciano Díaz”, filmada en Puebla, el 2 de agosto de 1897 por los señores Currich y Moulinié, con lo cual se convierten en el primer trabajo fílmico logrado en México. Lamentablemente estas tres producciones se encuentran perdidas.
Mientras tanto, el cine, expresión que fue adquiriendo una relevancia sin par en nuestro país entrado ya el siglo XX, logra que sean llevadas a la pantalla las producciones con tema taurino que se incrementaron notablemente, lo cual generó un mercado sujeto a las competencias leales y desleales, pues tanto camarógrafos como productores y distribuidores se peleaban las novedades que fueron expuestas en los teatros más sobresalientes, tanto de la capital como de la provincia. Más tarde, las necesidades de consumo obligaron a los productores y camarógrafos a “emplazar sus cámaras” por otros senderos: los de la producción de cine con argumento, del que “Santa”, dirigida en 1918 por Luis G. Peredo, y producida por Germán Camus viene a convertirse en el primer gran trabajo con esos alcances. Después vendrían “La puñalada” de 1922, en la que uno de los protagonistas es Antonio Fuentes, “Susana” de United Artist (1921), “Oro, sangre y sol” de Miguel Contreras Torres, con Rodolfo Gaona (1923), “Último día de un torero o la despedida de Rodolfo Gaona” de Rafael Trujillo y Rafael Necoechea (1925), “La sirena de Sevilla”, “El Relicario” de Miguel Contreras Torres (1926), “El tren fantasma” de Gabriel García Moreno (1927), “los amores de Gaona” de María Luisa Garza “Loreley” (1928), hasta llegar a la primer gran super-producción: “¡Que viva México!” del director soviético Sergei M. Eisenstein, filmada y producida en nuestro país en 1931.
Uno de los diestros que mayor número de registros cinematográficos se tienen sobre él, es ni más ni menos que Rodolfo Gaona. Aquí, rematando con una “larga cordobesa”, de la que hizo particular interpretación. En: La Temporada. Semanario taurino ilustrado, número del mes de marzo de 1914.
El cine silente quedó desplazado por el cine sonoro de manera por demás satisfactoria, y el tema taurino no fue la excepción. Una nueva producción de “Santa”, aparece en 1931, dirigida por Antonio Moreno, con la adaptación a la obra de Federico Gamboa por parte de Carlos Noriega Hoppe, seguida, entre otras, por: “Soñadores de la gloria” de Miguel Contreras Torres (1932), “El tigre de Yautepec” de Fernando de Fuentes (1933), donde participó el diestro José Ortiz. Tras la gran producción de “¡Allá en el rancho grande!” (1936), donde el cine participa también en la reivindicación del nacionalismo mexicano, comienza a darse una sucesión de temas, favorables unos, recurrentes otros; trillados y sin soporte argumental algunos más. El hecho era entrar en un mercado que devino en comercialismo efímero, pero sin sustancia creativa. La aparición de “¡Ora Ponciano!” de Gabriel Soria en 1936, se sumó a ese cine que, unido al nacionalismo emergente, recreaba en buena medida, el porfiriato, espacio histórico que ofreció infinidad de aristas, incluyendo algunas de ellas un mensaje subliminal o más bien soterrado, que recuperaba los parámetros en las costumbres familiares, exaltando los principios conservadores vs. un relajamiento de la sociedad, produciéndose escenas que terminaban siendo verdaderos modelos de virtud. Fueron momentos en que diversos directores aprovecharon la vuelta a los buenos tiempos en que el teatro, o las ascensiones de Joaquín de la Cantolla y Rico dieron lustre a la “pax porfiriana” sin que necesariamente se creara un discurso que reconociera los logros de la dictadura encabezada por el “héroe de Tuxtepec”. Bastaba con que se elogiara la escenografía que se creó alrededor de este periodo. En esencia, la figura de Porfirio Díaz tuvo un trato pertinente que en ningún momento convocó a reñir con el pasado, asumiendo productores, actores y público una actitud prudente, porque quizá no era el tiempo de llamar al banquillo de los acusados a uno de los personajes más polémicos de la historia en los últimos dos siglos que hoy, junto con otros de semejantes perfiles, son distinguidos bajo la etiqueta de “héroes” o “antihéroes” de la patria.
El cine, durante sus momentos de madurez, comenzó a incorporar en las salas de exhibición aquellos materiales que con el tiempo se convertirían en auténticos “reportajes”, mismos que dieron relevancia a las funciones durante los intermedios. Así, desde 1924, aparecen las primeras REVISTAS CINEMATOGRÁFICAS DE EL UNIVERSAL, claro antecedente de los noticieros EMA y CINE MUNDIAL (insertos algunos de ellos en esta obra monumental), que hicieron las delicias de muchos cinéfilos, quienes sin necesidad de ir a la plaza, se entusiasmaban viendo las escenas de los festejos recientes, celebrando con igual emoción que los aficionados en la plaza.
Entre las producciones que deben calificarse como memorables o históricas, se encuentra la película “Torero” de Carlos Velo y Miguel Barbachano Ponce (1956). Este material, que se hizo acreedor a varios premios internacionales, se ha convertido en un auténtico “clásico” del cine mexicano, al punto de que pasadas varias décadas, sigue exhibiéndose en diversas salas cinematográficas y siempre con notable éxito.
Materiales como los de Daniel Vela –incluidos en los TESOROS TAURINOS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.-, recrean las hazañas de los principales diestros que desfilaron por ruedos mexicanos entre los años de 1941 y 1946. El disco, dedicado a este personaje reúne una antología por demás destacada, ya que pretende mostrar una selección de las mejores faenas, de los momentos claves en la trayectoria de toreros como Fermín Espinosa “Armillita”, Lorenzo Garza, Silverio Pérez, Luis Procuna, Carlos Vera “Cañitas”, Ricardo Torres, Alfonso Ramírez “Calesero”, la notable rejoneadora Conchita Cintrón. No pueden faltar aquellas imágenes donde es posible apreciar a una serie de “héroes” efímeros, como Rafael Osorno o Félix Guzmán, y hasta aquellas de la inauguración de la plaza de toros “México”, el 5 de febrero de 1946 con la presencia notable de Manuel Rodríguez “Manolete”. En su mayoría son películas tomadas a color que, para el cine de aficionados es una novedad.
Después vinieron una serie de producciones de diversas calidades, entre las que sobresale definitivamente el trabajo dirigido por Juan Ibáñez en 1972 y que tituló “Los caprichos de la agonía”, en donde el memorable diestro neoleonés Manolo Martínez nos cuenta parte de su vida, cuyo argumento es una danza constante con las obsesiones que la muerte es capaz de producir en diversas circunstancias, por lo que un torero de semejante calibre como lo fue este “mandón”, dentro y fuera de los ruedos, fue el indicado para expresar lo que representan también los múltiples tonos que el miedo (miedo al fracaso, o miedo a la muerte) produce a lo largo de una carrera intensa como la que en vida representó la figura polémica de Manuel Martínez Ancira. Y todo ello lo entendió a la perfección Juan Ibáñez quien pudo recoger en este importante trabajo el contraste de la vida y la muerte, el temor y la absoluta confianza de sí mismo; el fracaso y la gloria apenas experimentadas en unas horas donde un hombre cotidiano y mortal, se convierte materialmente en un dios inmortal, o en el demonio eterno.
Contiene esta obra, y de forma por demás sintetizada, una relación que pretende incluir todos los trabajos con tema taurino filmados o exhibidos en México desde 1895 y hasta 1977, época ésta última en que definitivamente se dio el cambio de generación entre el cine y el video, sin que ello signifique la desaparición de otras grandes producciones que han sido preparadas bajo el formato tradicional con el que el cine en su conjunto ha trabajado de siempre. Pocos en realidad han sido los que se han ocupado del tema de los toros en el curso de los últimos veinte años, como Latino bar, de Paul Leduc (1991), Fuera de serie, de René Cardona y Tony García (1997); Manolete, producción franco-mexicana de Emilio Maillé (1997) y Petatera, crónica de una plaza portátil que año con año es autoconstruida por los habitantes de Villa de Álvarez, Colima para celebrar a San Felipe de Jesús, documental en el que intervinieron Carlos Mendoza, el Arq. Carlos Mijares bajo la producción ejecutiva de Iván Trujillo. Como puede entenderse, el cine en su más amplia visión, no ha dejado de ocuparse del tema taurino, por lo que es posible prever futuras producciones.
He allí pues, contenida la diversidad de materiales que han sido considerados para enriquecer los TESOROS TAURINOS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M., de los que apenas hemos abordado con datos elementales, en el entendido de que sea el valor esencial de las propias imágenes, el encargado de dar el panorama más completo que aficionados a los toros y cinéfilos, pero también todos aquellos interesados, esperan para conocer los elementos de lo que fue y ha sido el tránsito de una fiesta, hoy por hoy, cinco veces centenaria, de la que se recogen los años fundamentales en que el cine se convirtió en pieza clave para trascender su relevancia: 1895 a 1975.