CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO, y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Entre los integrantes de la que, para 1848 fue la sociedad literaria “La Familia Rennepont” se encontraba el joven escritor y poeta Guillermo Prieto. En Revista de Revistas. El Semanario Nacional, año XXV N° 1302, del 28 de abril de 1935. Col. del autor. Daguerrotipo.
Un enorme esfuerzo, el que se ha concretado en mi “Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI”, y que actualmente reúne más de dos mil muestras. Gracias a dicho trabajo es posible compartir en esta ocasión, una serie de versos que, siendo de la autoría del célebre “Fidel”, seudónimo de Guillermo Prieto, los mismos guardan relación directa ya con la tauromaquia, ya con la charrería. Veamos.
Ca. 1850-1860.
PLACERES CAMPESTRES
RODEO, COLA Y CAPAZÓN.
Entre las quiebras del monte,
Bajo el estrellado cielo,
Se oyen correr los caballos
De los traviesos rancheros;
Ya al ganado se despierta
Y ya comienza el rodeo;
Reluce de la mañana
El matutino lucero
Alegre anunciando gozos,
Feliz llamando a festejos.
Vaqueros y aficionados
Forman un círculo inmenso,
Y los toros y las vacas
Van reconociendo un centro
En donde está la parada,
Que es a la falda de un cerro,
Como desgracia espinoso,
De altos peñascos cubierto,
De enmarañados espinos
Y precipicios horrendos.
Como las sombras discurren
Tras las reses los rancheros,
Y en el oscuro horizonte
Se ven sus perfiles negros.
Inquietos braman los toros,
Audaces ladran los perros,
El ¡oh! Se percibe agudo
De caporales expertos,
Y ronco suena el bramido
Del solícito becerro;
Pero una luz blanquecina
Que oscurece los luceros,
Sobre las crestas del monte
Esparce dulces reflejos;
Se tiñen las nubes de oro,
De topacio y grana el cielo
Y brota al fin el sol puro
En el limpio firmamento.
¡oh cuadro! ¡divino cuadro!
¡Cómo halagaste mi pecho!
¡Cómo acariciar viniste
Mi mirada de extranjero!
¡Cómo en tus variadas tintas
Exaltabas el contenido!
¡Cómo disfrutado hubiera
Contigo goces sin cuento,
Si mi corazón marchito
Capaz fuera de consuelo!
Cuadro de tierna inocencia
Y de júbilo perfecto,
Abismo de luz y aromas
Para el Hacedor excelso…
Pintar no puede ese cuadro
Quien no tenga pincel diestro;
Pero mucho hace el que emprende
Y tiene el pulso resuelto.
RODEO
Tendiéndose entre montañas
Se mira apacible valle,
Que corre desde el Oriente
Hasta el Ocaso distante;
Lo ciñen montes enormes
Cubiertos de peñascales,
De tan agrupadas rocas,
De tan áridos breñales,
Que apenas entre sus grietas
Transita medroso el aire;
Son tan peladas sus piedras,
Sus picos tan desiguales,
Que apenas el pensamiento
Osa por allí treparse;
Cuelgan de entre aquellas rocas
Toscas biznagas salvajes,
Las de púas afiladas
Y los cardones punzantes.
Al lado opuesto se miran
Continuas desigualdades,
Los bajíos más risueños,
Los rastros de los raudales,
Y la arcilla colorada
Donde ni la yerba nace,
Pero do brotan cardones
Y mesquites y nopales
Y con todo esto el bajío
Tiene conjunto agradable;
Y a la luz del sol naciente
Y al manso correr del aire,
Cobraba aquella corrida
Encantos inexplicables.
Ya de muy lejos vaqueros
Disperso torete traen
En tropel alborotado,
Obligándole tenaces
A que venga a la parada,
Aunque bufe y aunque rabie.
Unos rancheros dejando
A los caballos colgarse,
Son inmóviles custodios
Del ganado que allí pace,
Otros furiosos persiguen
Al toro que se retrae;
Todos los ojos espían
La res que quiere fugarse;
Y ellos forman remolinos,
O solitarios se esparcen,
Con ¡oh! ¡jo! llenando el aire,
Sin reir ni distraerse,
Pero momento a momento
Salta el toro, inquieto vase,
Corren en tropel los buenos,
Círculos hace en el aire
La gaza extensa del lazo,
Como ellos dicen, mecate;
Se alza entonces la algazara,
Vense correr y ocultarse
Los entusiastas vaqueros
En quiebras y matorrales,
Ladran los perros corriendo,
El toro cual rayo parte,
Por fin, córtanle la vuelta
Y a la parada lo traen.
Otras veces un becerro
Logra azorado espacarse,
Y como liviana cabra
Sobre las rocas treparse;
Allí va feroz ranchero,
Compite, salta, encarámase,
Escúrrese entre las grietas
De los altos peñascales;
Nadie le dice: “Detente”,
Nadie grita: “No te mates”,
Y vuelve con su becerro
Y del pescuezo lo trae.
PARADA
Entre tanto en la parada,
En revuelto torbellino
De astas, de lomos y colas,
Se oyen amantes bramidos,
Con mayor indiferencia
Ningún héroe fue al martirio,
Ni en los asientos de amores
Vi corazones más finos,
Que se embriagan de placeres
Al borde del precipicio,
Cuando a trozar sus delicias
Va el carnicero cuchillo.
A veces se encela un toro
O hace de Otelo un torito,
Que al bravo rival emplaza
A tremendo desafío;
Y se apartan y se chocan,
Dando feroces bramidos,
Lanzando chispas sus ojos,
Lleno de espuma el hocico;
Los agudos cuernos traban,
Se alejan enfurecidos
Y tornan en rudo choque
Y permanecen unidos
Resoplando furibundos,
Topándose con ahinco.
En esos tremendos lances
Tronchan mesquites y espinos,
Y queda rastro sangriento
En donde fue el desafío.
El amor en todas partes
Hace fieros desaguisos,
Aunque no entre los cornudos,
Que siempre son mansos bichos,
Digo los de cara blanca,
No los mecos, ni los pintos.
Acabóse la parada,
Ya de marcha se dio el grito;
Llegan al corral los toros
En carreras y amoríos;
Cabe el corral, se halla el toldo;
Mas antes de ver el sitio,
A tomar un refrigerio
Nos llama el amo político,
Bajo del pajizo techo
Que prestó contento el indio,
Donde en el suelo se mira
Extendido el mantel limpio.
ALMUERZO
Venga el de tuna encendido
Y la blanda barbacoa,
Que se sienta por el suelo
Esa concurrencia toda,
Y cuando se alegra el vientre
Las lenguas están de gorja.
El tlecuil, como una hoguera,
Les da existencia a las gordas…
Muchachos! como se pueda,
Beban y gocen y coman,
Así en círculos sentados…
-Qué hombre! parece una bola,
-Si embiste con el cabrito,
Ni los huesos le perdona!
Rebosando el colorado
Vierte su linfa espumosa
Sobre los labios sedientos
Del que primero lo toma;
La cocinera contenta,
Con su faldero gibornia,
A la puerta los sirvientes
De la alegre comilona;
Allí el punzante epigrama,
Allí la confianza loca,
Allí el nácar cuentecillo,
Allí la amistosa broma,
Allí al colegial las burlas
Y al ranchero las lisonjas.
Veloces del corderito
Desaparecen las lonjas,
Y en un estanque de caldo
El chile relleno asoma.
¡On qué divina franqueza,
Oh qué holganza generosa!
¿Quién, en tu amistoso seno,
Tus convites ambiciona,
Corte, que en doradas copas
Brindas con hiel y ponzoña?
Vamos a apartar, muchachos!
Gritan, y a caballo montan,
Que ya se acerca el momento
De la carrera y la cola.
APARTADO, COLA Y CAPAZÓN
Está reunido el ganado,
Haciendo tales diabluras
Que no son para contadas
Por mi pudorosa pluma.
Es amor al viento libre…
Las campestres hermosuras
Lo miran desde la cerca
Como quien ve cosas chuscas
Y… los puntos suspensivos
Esta introducción concluyan.
Allí se opera el divorcio
Y se ven vacas viudas
Consolarse de sus penas
Con esposos de remuda;
Que estas hembras por lo menos
De la fe común no abusan,
Ni cubren sus gatuperios
Con la sombra de la tumba.
Apartados, al martirio
De Orígenes van los toros;
Pero antes en la carrera
Y en la cola unos tras otros
Darán pábulo al contento,
Serán objeto de holgorio.
En las trancas, frente al lienzo
Hay un valladas vistoso
Formado por los jinetes
Que están esperando al toro,
Del lienzo casi al extremo,
Que es un extremo remoto.
Se agrupan los lazadores
En caballos menos briosos,
De ancho y de carnudo encuentro,
Firmes patas y buen lomo,
Ya se nombró la parada,
Ya se apartó ardiendo un josco,
Y ua, viendo el toro un claro,
A correr se lanza bronco.
Retienbla el suelo al escape,
Un jinete se ampareja
Y tras el ligero toro
Veloz como el viento vuela;
Los gritos pueblan los aires,
El brioso corcel se empeña,
Brillan con el sol luciente
Su piel de oro y manchas negras;
Ya el hombre tomó la cola,
Ya diestro se valonea,
Mete cuarta, avanza fiero,
Redobla su ligereza,
Alza la pierna y estira
Y… el toro cae y da vuelta
Y la faz de aquel jinete
De gusto relampaguea.
Gritos y vivas se escuchan,
Todo tiene aire de fiesta;
Apenas el toro se alza
Los lazadores se aprestan,
Y con un tino exquisito
Lo lazan o manganean;
Brama el toro de coraje
Cayendo en tierra humillado
Y viene luego el verdugo,
Con ansia de buitre llega,
Y torpe, vil cirujano,
Con mano tosca lo opera;
Muge de dolor el toro,
Con su sangre el suelo riega…
Ya puede servir de eunuco
Y de irrisión a sus bellas…
Y se transforma en cuitada
Su hermosura naturaleza,
De buey el nombre ha tomado
Y vil coyunda lo espera.
Pero tornando a los gozos
Y a los placeres de gresca,
En cada toro de cola
Se repiten las escenas;
Ya se corrió tal jinete
Porque a la cola no llega;
Otro queda descontento
De sólo dar media vuelta;
Y en el caballo desquita
Su desdicha o su torpeza.
Sucede en tales festejos
Con desgraciada frecuencia,
Que corredores y toros
Inadvertidos tropiezan;
La fiesta se torna en duelo,
Los gritos de gozo en quejas;
¡Cuántos ayes doloridos
Y cuántas profundas penas!
Al corredor desdichado
Lo arropan y lo confiesan
Y luego en tosca zaranda
Su estropeado cuerpo llevan;
Pero en esta hermosa frasca
Ni hubo heridos ni reyertas,
Las caras de gozo llenas
Todos se miran amigos
Y huye lejos la etiqueta.
El corral quedó desierto,
Las chican dejan la cerca;
Formando nubes de polvo
Los concurrentes se alejan,
Y yo tomo fatigado
(Como acaso el lector queda)
Entre jarillas y espinos
El camino de la hacienda.
Guillermo Prieto.[1]
Enorme semejanza de estos versos con los que Luis G. Inclán escribiera en 1872 bajo el título de «Capadero en la Hacienda de Ayala».
Ca. 1855-60.
TRÉPALE QUE ES MANSITO
Como después de la lluvia
que destierra la sequía,
parece más lindo el cielo
con cara lavada y limpia,
lloran de placer las ramas,
los sembrados resucitan,
las flores alzan el rostro
saludando al Sol que brilla,
y las corrientes del suelo
se juntan, se arremolinan
y parece que retozan
pereciéndose de risa,
así en Zapotlán pasaba
tras la negra tiranía,
con la lluvia de chinacos
que hizo su poder cenizas…
Horita ¡Van a los toros!
Y la plaza se improvisa
con carretas y tablones
y está dialtiro maciza.
Forman inmenso cuadrado,
de las carretas las filas,
y dejan al medio un campo
de primor para la lidia.
Engalanan las carretas
arcos de ramas, cortinas,
y un celemín de rancheros
y de muchachas bonitas.
Ellos bota de campana
y botonadura rica,
con la camisa bordada
y toquilla de chaquira;
Y ellas de enagua encarnada
y lentejuelas que brillan,
rebozo de seda y seda,
redibada la camisa,
y como frescas manzanas
las abultadas mejillas.
Pero hay debajo los toldos
mil catrines y catrinas,
con tápalos de burato,
con sus mascadas de la India,
con sus peinetas de gajos
y sogas de perlas finas;
Y más arriba del coso
hecho de robustas vigas,
están señores y jefes
que son de primera fila.
Allí estaba el Don Santitos
asomando la carita;
pero a la verdad pelada,
que ninguno en él se fija.
Que unos le conocen muchos,
y otros no le conocían.
Y que comienzan los toros,
y empieza la gritería,
que es la salsa de la fiesta,
de peligro y fechorías:
Hay sus saltos de garrocha,
capeo de muletillas,
y sus flores delicadas,
y vistosas banderillas;
y hay también sus revolcados
entre palmadas y trisca,
que se alzan atarantados
y corren sin salida…
En esto, que sale un toro
que al redondel ilumina…
Cornicorto, grueso el cuello,
soberbio, ligero, altivo,
eran llamas sus dos ojos,
y era su conjunto lindo,
y era marrajo de genio,
y era muy matrero el bicho;
para la capa, mañoso,
para la garrocha, esquivo,
para el lazo, inconsecuente,
para la cola, tardío…
-¡Que lo monten!- grita el pueblo;
y entre zambras y silbidos
que con el toro en la tierra
y le trepan los más listos…
Pero uno y otro sucumben
y pierden el equilibrio,
quedando el toro triunfante,
y los toreros corridos…
-¡Apriétele ese braguero!-
gritó en lo alto Don Santitos.
Todos el catrín burlaron,
de su audacia sorprendidos…
-¡Túmbenlo por aquí enfrente!-
con tono imperioso dijo…
y comenzó la maniobra
del pretal, como previno…
-¡Triple vuelta!-…
-¡Más forzado!-
-¡Así le hiere el codillo!…
-¡Menos abierto ese nudo!…
-¡Ora bueno!…
-¡Está bien fijo!-
dijo entonces satisfecho
el catrín desde su sitio.
-¿Quién lo monta? –dijo entonces,
y estallaron encendidos
un “¡Móntalo tú!” en mil voces
y entre golpes inauditos…
entonces, con gran calma,
don Santos desciende al circo,
sin ambages, sin espuelas.
Muy modesto y espedido…
se afianza bien, salta al toro,
repite terribles brincos,
y el jinete sube y baja,
pegado cual con tornillos…
se alza, se sienta la bestia.
Culebrea el cuero liso.
y él, en el lomo clavado,
fuerte como un martillo…
-¿Quién es ese hombre? –Preguntan
los rancheros más peritos,
y responden orgullosos
los de Morelia aguerridos;
-¡Ese es Santos Degollado,
ese es nuestro Jefe invicto!…
-¡Viva el héroe de Zamora!-
-¡Viva, viva Don Santitos!…
Las damas le arrojan flores
los jefes le hacen cumplidos,
y suenan dianas alegres
en el aire conmovido,
el ejército y el pueblo
ensalzan a su caudillo,
mientras Comonfort le abraza
con sincero regocijo.
Don Santos a Colima
con mando reconocido;
y Comonfort, justiciero,
le dio el mando de Jalisco,
para bien de nuestra causa
y en premio de sus servicios.[2]
Guillermo Prieto.
Romancero Nacional.
1887
Un pollo en los toros.
Rendido a Baco el matutino culto
con seis cocteles[3] métese a Iturbide;
come, y bebiendo siempre, se decide
a seguir de los Toros el tumulto.
Llega a la plaza, y con semblante estulto
el redondel con la mirada mide,
¡Toroo! con vos aguardentosa pide
y a cada picador grita un insulto
y ¡bruto! a aquel que se salvó de un salto.
Y ronco de gritar como un carnero,
ya de resuello y de vergüenza falto,
al ver un volapié del Habanero,
arroja al redondel su sombrero alto
con una interjección de carretero.[4]
Seguramente con el tiempo se hallarán algunos otros escritos en la monumental colección de OBRAS COMPLETAS (17 tomos) que CONACULTA editó hace ya algunos años.
[1] Luis G. Inclán. Guillermo Prieto. Reseña de Dos capaderos y algo más… Prólogo de Rosalío Conde. México, ediciones Mundo Charro, 1979. 162 p. (Colección Charrerías, 1)., pp. 145-162.
[2] El Eco Taurino. México, D.F., 19 de enero de 1939, Nº 469. Este verso se encuentra fechado el 7 de marzo de 1894.
[3] Cok-Taill.-Mezcla de jarabe, amargos, cognac y hielo.
[4] Las hijas del Anáhuac. Ciudad de México, 4 de diciembre de 1887, p. 8.