Archivo mensual: octubre 2016

CALAVERAS TAURINAS. SIGLOS XIX AL XXI. ÚLTIMA PARTE…, POR AHORA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

1887

 

LA TARASCA DEL PUEBLO MEXICANO

VIENDO TOREAR DE NUEVO AL GRAN PONCIANO

 

Ahora si que está de buenas

este suelo mexicano,

pues de nuevo va a torear

nuestro querido Ponciano.

 

El jueves nueve de junio,

día de Corpus memorable.

Veremos torear de nuevo

al torero inimitable.

Ahora sí que es indudable

que México va a gozar,

pues que volveré a admirar

arrojos y valentías

que sólo Ponciano Díaz

a cabo puede llevar.

 

Los toros, que ya han sabido

que Ponciano va a torear.

Unos de miedo están malos

y otros se han puesto a rezar.

Ya todos van a elevar

un ocurso al Presidente

suplicando humildemente

se les conceda la paz,

y ya no se mate más

en la época presente.

 

Triste y desconsoladas

las pobres vacas están:

Ya no quieren tener hijos

y hasta a divorciarse van.

Sus hijos esconderán

en el centro de la tierra.

Hasta que pase la guerra

que todos han declarado,

al desgraciado ganado

se la Frontera y de la Sierra.

 

Algunos toros matreros

que son grandes pensadores

quieren en último caso

vengarse en los picadores.

Y aunque sufran los dolores

de alguno que otro pinchazo

les darán más de un pinchazo.

Destrozándoles los jacos,

que ni por viejos ni flacos

les dejaron un pedazo.

De esta fecha es bien seguro

que ni un toro va a quedar,

pues el valiente Ponciano

ni uno solo va a dejar.

ninguno se ha (de) escapar

de la certera estocada,

que nuestro primer espada

le pone a los más rejegos

pues que con él no hay juegos

ni mucho menos lazada.

 

Saludamos entusiastas

al valiente mexicano,

al renombrado Ponciano.

Mas no ha trabajado en vano

por conquistarse su fama,

que todo el pueblo lo aclama

como el rey de los toreros.

Primero entre los primeros

y al que más el pueblo ama.

 

¡Hurra el valiente torero!

¡Hurra el valiente Ponciano!

Que será siempre el primero

en el suelo mexicano.

 

A ver torear a Ponciano

todos irán en tropel,

porque nadie es tan querido

ni mimado como él.

 

De México y los Estados

ansiosa acude la gente

para admirar los capeos

de un mexicano valiente.

 

No hay otro que en banderillas

pudiera ser su rival,

porque siempre las ha puesto

en su merito lugar.

 

Para matar no hay como él

quien tan bien use la espada

porque nunca necesita

dar la segunda estocada.[1]

   Y todavía más. Traigo hasta aquí, algunos datos reveladores que tienen que ver con los anónimos autores de esos versos, asunto del cual me ocupé en mi libro (inédito): José Guadalupe Posada en los toros. Cronista de la imagen, en cuyo capítulo XXV refiero lo siguiente:

 esta-es-la-segunda-parte

Esta “hoja de papel volando”, presenta un grabado que, en principio y por los rasgos peculiares, debe atribuirse a Manilla, aunque existen varias fuentes que le dan validez a José Guadalupe Posada como su creador directo.

   Ahora bien, y como apunta Agustín Sánchez González,[2] él o los creadores de esas cuartetas características, con las que se estimuló el proceso de los “corridos” entraron en un sendero de lo marginal. Veremos por qué.

   La enorme producción generada en los talleres de Vanegas Arroyo requirió el concurso de muchos escritores que, en su mayoría, se encuentran en el olvido.

   El más famoso entre ellos, o cuando menos el más señalado, fue Constancio S. Suárez, de origen oaxaqueño, de quien Antonio Rodríguez escribe: “En su Gaceta, Posada proveía noticias frescas y un reportaje pictórico, mostrando un sinfín de temas dibujados con gran realismo, con textos que describían “los hechos hasta alcanzar el clímax que el título anuncia” […] Con la maleabilidad que sólo los verdaderos artistas poseen, Constancio S. Suárez empleaba, para cada tema, el lenguaje que él requería. Era romántico y dulce en las novelas pasionales como Amar sin esperanza, en las cuales habla de “almas cándidas como azucenas”, o del “dulcísimo rocío de los maternales besos”; burlón con las “jóvenes de cuarenta años” que pedían al milagroso San Antonio de Padua consuelo para sus penas; feroz con las doñas jamonas; jocoso en los pleitos de vecindad; sutil en la descripción y comentario de los sucesos políticos; y severo, ponderado y rico en la exaltación de los hombres valiosos, como Vanegas Arroyo”.

   (…) Alfredo Guati Rojo también menciona al grupo de escritores cercanos a Vanegas y además indica la especialidad de cada uno: “Constancio S. Suárez estaba dedicado a los cuentos, las pastorelas y las comedias; los versos festivos a Rafael García y Rafael A. Romero; los versos para enamorar salían de la pluma de Ramón No. Franco.

   Nicolás Rangel anota como colaboradores de Vanegas Arroyo a Manuel Romero, Constancio S. Suárez, Manuel Flores del Campo, Francisco Zacar, El Chóforo, Ramón N. Franco y Pablo Calderón de Becerra; en otros textos se señala a otros autores, cuyos nombres se pierden en la historia, como Armando Molina, Gabriel Corchado y Abundio García.

   Lector paciente: vaya usted a saber quién de todos ellos pudo haber sido autor de estos versos y de otros muchos que, con motivo y razón taurinos, se desplegaron en diversas publicaciones que circularon en forma generosa por aquellas épocas, de entre siglos.

legitimos-versos

   Ahora bien, en esta reproducción, que recrea la tragedia de Lino Zamora, comparten sus quehaceres tanto Manilla como Posada, lo que explica el hecho de que finalmente el editor, Antonio Vanegas Arroyo haya decidido sacarlo en esta forma con objeto de darle realce a un hecho que si bien, no correspondía con los tiempos en que se publicó (hecho que debe haber ocurrido a finales del siglo XIX o comienzos del XX) pero que, por otro lado, seguía formando parte de un conjunto de historias y sucedidos que, el imaginario popular seguía alentando, sobre todo con motivo de la tragedia, cuyo relato en verso se incluía en esta “hoja de papel volando”.

   Contando con alguna idea más precisa al respecto de la construcción de dichas piezas literarias, cuyo motivo puede surgir de las diversas dinámicas que perviven en una sociedad o de sus integrantes más notorios o protagónicos. Incluso de acontecimientos que sirven como pretexto para hilar una historia, conviene seguir rastreando algunas referencias que podrían ser de nueva lectura, aún tratándose de hechos cuyos datos más antiguos se desarrollaron en 1825, pero que por su contenido, parecen ser interesantes en la medida en que ofrecen detalles poco conocidos.

1825

   En el Aguila Mexicana, D.F.,  del 23 de octubre de 1825, p. 3 se publicó la siguiente nota:

Se está levantando en la plaza mayor una especie de barraca indefinidamente prolongada para festejar dizque a las calaveras. Habrá paseo a pie en armoniosa competencia, mucho galanteo, dulces, frutas y otras muchas cosas que no sé si agradarán a todas las almas benditas. Ya daremos razón de lo que ocurra y podamos olfatear; salvando, sin embargo, todo aquello que no sea digno de la luz pública.

1835

   El Mosquito Mexicano, D.F., del 30 de octubre de 1835, p. 4:

No estamos porque se suprima ningún paseo, sino porque se contenga el desorden que hubiese en ellos. Es muy peligroso en cualquiera nación quitar de un golpe una costumbre, y este carácter tiene en México el paseo de las Calaveras, aunque de estragadísimo gusto, pues es más a propósito para mostrar incivilización, que para recrear. Un sentimiento religioso, por no decir de fanatismo, lo ha ocasionado; pero no se ve en él sino el desenfreno de los vicios, la desmoralización. A las almas benditas está consagrado ese paseo… ¿Pero, qué será lo que llegue al purgatorio?

   Apostamos, sin comprometernos a registrar ese lugar, a que jamás ha llegado a él por ese medio el alivio de las benditas almas, y sí el aumento de sus penas, entre las cuales es gravísima la aflicción moral, y no podemos persuadirnos que les sea indiferente la compañía de almas que se hospedarán desde tal día a buen escapar, en aquel seno, o despidiendo el tufo del chiguirito, o destilando sangre. Ni se nos arguya que esto no pueda suceder al espíritu que es inmaterial, como pueden hacerlo nuestros críticos; porque nuestro intento es muy perceptible, y qui potest capere capiat. Leyes y policía es lo que necesitamos. EE.

1872

La Bandera de Juárez, D.F., del 31 de octubre de 1872, p. 3:

LA CALAVERA.

   Antigua costumbre es entre nosotros la de regalar el día de difuntos algún objeto a nuestros deudos o amigos, a nuestros criados, etc., etc., cuyo toma el nombre de calavera. En ese día, los que a más de pobres de espíritu, lo están de dinero, tienen que encerrarse en su casa, por temor a… los asaltos. En este año creemos que esto no sucederá, pues hay muchos que ellos mismos se van ofreciendo como calaveras, recomendándose nada menos que para mandarines. ¡No vinieran mal a estos calaveras… que le dieran otra calavera!

1878

La Gacetilla, D.F., del 10 de noviembre de 1878, p. 3:

El Republicano de San Luis Potosí, inserta en su número correspondiente al 1° de Noviembre una poesía (?) titulada “Conmemoración de difuntos y calaveras”, formada por un Sr. Arévalo.

   ¿Oiga vd. amigo Arévalo, de buena fe, cree vd. que lo que escribió son versos?

   Y si lo cree, que todo puede ser, ¿le parece a vd. que esas calaveradas le están permitidas a cualquiera? ¿No le parece a vd. que el sentido común se ha de haber sentido abofeteado con sus perversos versos?

   Este otro ejemplo gráfico, fue publicado en 1888, precisamente en La Patria Ilustrada, D.F., del 5 de noviembre de aquel año:

ponciano-y-el-cuerno-de-la-abundancia

   Al pie del mismo dibujo, del que todo parece indicar fue elaborado por José Guadalupe Posada, aparece la siguiente cuarteta:

PONCIANO DÍAZ.

 

Al bajar a los infiernos,

Ponciano, con arrogancia

Dijo: -Para mí los cuernos

Son cuernos de la abundancia.

   Pues bien, ha llegado la hora de traer hasta aquí el manojo de “calaveras” halladas en el camino de una lenta y también larga búsqueda que por años ha sido parte de otra labor igual de abrumante. Me refiero al Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI, del cual proviene la mayoría de los materiales aquí reunidos. Además, conviene advertir que intercalaré algunas de las evidencias en que se podrán apreciar los curiosos trabajos que surgieron, en su mayoría de la imprenta de don Antonio Vanegas Arroyo, y donde se encontrará una variedad de temas, todos ellos sujetos a la curiosa presencia de calaveras y más calaveras…taurinas, por supuesto.

Programa de mano. Teatro “Arbeu”. Jueves 1° y viernes 2 de noviembre de 1888.


[1] Ib., p. 142-144.

[2] Agustín Sánchez González: La portentosa vida de José Guadalupe Posada. México, Ediciones de Don Lupe, 2013. 231 p. Ils., fots., grabs., p. 138-140.

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 CALAVERAS TAURINAS. SIGLOS XIX AL XXI. CUARTA PARTE.

 RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Los hay recordando hazañas o tragedias, como las de Lino Zamora, Bernardo Gaviño o Ponciano Díaz.

1884

   Un traje verde y plata tuvo que guardarse. Lino Zamora lo tenía preparado para vestirlo el domingo 17 de agosto de 1884. Los carteles quedaron a merced del viento y este los terminó arrastrando hasta perderse calles abajo de una plaza que mantuvo cerrada sus puertas en señal de luto. La ciudad de Zacatecas lloró su muerte.

   A los pocos días, y en todo México unas «hojas de papel volando» comenzaron a divulgar la noticia en los «Legítimos versos de Lino Zamora traídos del Real de Zacatecas» y que cuentan la tragedia.

 

Legítimos versos de Lino Zamora

traídos del Real de Zacatecas

 

Pobre de Lino Zamora,

¡Ah!, que suerte le ha tocado,

que en el Real de Zacatecas

un torero lo ha matado.

 

Rosa, rosita, rosa romero

ya murió Lino Zamora,

qué haremos de otro torero!

 

Al salir de Guanajuato,

cuatro suspiros tiró,

en aquel Cerro Trozado

su corazón le avisó.

 

Rosa, rosita, rosa peruana.

Ya murió Lino Zamora;

la causa fué Prisciliana.

 

Lino le dijo a Braulio

que se fuera para Jerez,

que fuera a hacer la contrata

y que volviera otra vez.

 

Rosa, rosita, flor de alelía,

ya murió Lino Zamora,

pues así le convendría.

 

Cuando vino de Jerez

el jueves por la mañana,

le dijo Martín su hermano:

-Lino está con Prisciliana.

 

Rosa, rosita, flor de granada,

ya murió Lino Zamora.

Por causa de una tanteada.

 

En la calle de Tacuba

estaba Lino Parado,

-Aquí te vas a morir

y aquí te quedas tirado.

 

Rosa, rosita, rosa morada,

ya murió Lino Zamora

que fuera el primer espada.

 

Ese gracioso de Carmen

pronto lo agarró del brazo.

Llegó el cobarde de Braulio,

y al punto le dió el balazo.

 

Rosa, rosita, flor de clavel,

ya murió Lino Zamora.

No lo volverás a ver.

 

El día 14 de agosto,

era jueves por la tarde,

-se quedó Lino Zamora

revolcándose en su sangre.

 

Rosa, rosita, flor de romero,

ya murió Lino Zamora,

el padre de los toreros.

 

Toda la gente decía:

-Hombre, ¿qué es lo que has hecho?…

Lo mataste a traición.

No le hablaste por derecho.

 

Lo traía por buen amigo.

Lo traía por compañero.

Lo traía en su Compañía

por primer banderillero.

 

Rosa, rosita, flor de clavel,

ya murió Lino Zamora.

Dios se haya dolido de él.

 

La traían por muy bonita,

echándosela de lado,

y era infeliz mujer

la Prisciliana Granado.

 

Rosa, rosita flor matizada,

al toro siempre mataba

de la primera estocada.

 

La traían por muy bonita,

la traían por muy veloz,

la traían por muy honrada…

¿Cómo mancornó a los dos?…

 

Rosa, rosita, flor de alelía,

nunca culpes a ninguno,

pues así le convendría.

 

De todos ya me despido,

porque la agonía ya entró.

Que rueguen a Dios por mi alma,

eso les suplico yo.

 

Rosa, rosita, flor encarnada,

para el final de mi vida,

ya casi no falta nada.

 

Lloraba su pobre madre.

lloraba sin compasión,

al ver a su hijo querido

que lo echaban al cajón.

 

Rosa, rosita, flor de clavel,

al enterrar a Zamora

no lo volverás a ver.

 

Lloraba su Compañía,

lloraba sin compasión,

de ver a su Capitán

que lo llevan al Panteón.

 

Rosa, rosita de Jericó,

su primer banderillero

de un balazo lo mató.

 

Es muy triste recordar

dice don Ponciano Díaz,

que Lino Zamora, ya

acabó sus tristes días.

 

Ya con esta me despido.

Con los rayos de la aurora.

Aquí se acaban cantando

los recuerdos de Zamora.

 

Rosa, rosita, flor de Belém,

ya murió Lino Zamora,

requiescat in pace. Amén.[1]

   Me parece oportuno incluir a continuación un análisis realizado por el Lic. Eduardo E. Heftye Etienne, quien viene realizando de un tiempo a esta fecha la importante investigación relacionada con los corridos en el tema taurino, y que amablemente me ha proporcionado el asunto que se relaciona con Lino Zamora.[2]

ALGUNAS INTERROGANTES Y PRECISIONES

SOBRE EL TORERO DECIMONÓNICO LINO ZAMORA.

Eduardo E. Heftye Etienne

   Resulta muy interesante explorar el pasado para rescatar y dar a conocer, con la mayor precisión posible, los datos relativos a la historia del toreo en la República Mexicana, aunque es frecuente encontrar algunas inconsistencias en la información proporcionada por los historiadores de nuestra fiesta.

   A continuación me referiré brevemente al nacimiento y muerte de un conocido torero mexicano del siglo XIX, llamado Lino Zamora, quien fue uno de los diestros más famosos y activos de su generación, particularmente por su destreza en la colocación de las banderillas. Sin embargo, Zamora pasó a la historia no tanto por su brillante trayectoria en los ruedos, sino por la manera trágica en la cual falleció, ya que fue asesinado en la ciudad de Zacatecas por Braulio Díaz, integrante de su cuadrilla que mantenía un romance con Presciliana Granado, mujer que también era pretendida por el malogrado diestro.

   El trágico suceso dio motivo a la elaboración del corrido taurino que más se ha reproducido en las obras relativas a corridos, denominado “Legítimos versos de Lino Zamora, traídos del Real de Zacatecas”, que contiene el bello grabado de una suerte de banderillas, cuya autoría corresponde al destacado artista plástico Manuel Manilla.

   En cuanto a los datos relativos al lugar y fecha de nacimiento de Lino Zamora, existen notorias discrepancias. Marcial Fernández “Pepe Malasombra” y José Francisco Coello Ugalde[3] afirman que nació en la ciudad de Querétaro en 1845, basándose para ello en una obra del historiador queretano Valentín F. Frías. Por su parte, el tapatío Ramón Macías Mora[4] menciona que nació en Irapuato, Guanajuato, sin precisar la fecha de su nacimiento.

   Al estar investigando la fecha de inauguración de la vieja plaza El Progreso de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, que estaba localizada en las inmediaciones del hospicio Cabañas, encontré información en el sentido de que fue inaugurada por Lino Zamora y su cuadrilla. En este sentido, Miguel Luna Parra y Federico Garibay Anaya[5] mencionan que “al ser fraccionada la huerta del referido orfanatorio, se construyó frente a él la plaza de toros llamada El Progreso, con capacidad para 3 000 personas, que fue inaugurada hacia 1856 por Lino Zamora y su cuadrilla.” Por su parte, Ramón Macías Mora[6] afirma que dicha plaza de toros “fue muy probablemente inaugurada en 1855 o 1856 y en el cartel inicial estuvo el espada guanajuatense (de Irapuato) Lino Zamora”.

   Si los datos anteriormente proporcionados fueran correctos, se llegaría al absurdo de concluir que Lino Zamora inauguró la plaza de toros El Progreso cuando contaba con 10 u 11 años de edad.

   Lo anterior me llevó a iniciar una búsqueda más precisa sobre Lino Zamora, hasta que localicé una obra que hace expresa referencia a su nacimiento y muerte, con base en los datos que contiene el acta de defunción de dicho diestro. Se trata de la obra “El corrido zacatecano”, cuya autoría corresponde al también zacatecano Cuauhtémoc Esparza Sánchez. De acuerdo con este autor, Lino Zamora nació en la ciudad de Guanajuato, capital del estado del mismo nombre, en el año de 1840. Este dato hace mucho más verosímil la participación de dicho diestro en la inauguración de la plaza El Progreso de Guadalajara.

   Finalmente, debo hacer notar que también existen notorias discrepancias sobre la fecha del citado asesinato de Lino Zamora por parte de su subalterno. De acuerdo con la información que proporciona el texto del propio corrido, sucedió “un jueves por la tarde” y un “14 de agosto”. Con base en tales datos, Heriberto Lanfranchi[7] llega a la conclusión de que el suceso debió haber sido el jueves 14 de agosto de 1884, dato que también es compartido por Marcial Fernández “Pepe Malasombra” y José Francisco Coello Ugalde.[8]

   No obstante lo anterior, Cuauhtémoc Esparza Sánchez asegura que el crimen en cuestión ocurrió el 7 de febrero de 1878 -precisamente un jueves-, basándose en los datos que contiene el acta de defunción de Lino Zamora[9], que obra en el Archivo del Registro Civil del Municipio de Zacatecas, misma que tuvo a la vista y cuyos datos precisos reproduzco a continuación: 

“Libro del año de 1878 No. 16, Defunciones. Empieza el 1º. de enero, termina en 15 de abril. Acta 302, Fol. 62 f. y v.

“Lino Zamora (1840 – 7 de febrero de 1878). Torero. Nació en Guanajuato, Gto. Casado con Juana Alejandrí, también guanajuatense. Después de practicársele la autopsia por orden judicial, en el Hospital Civil, fue inhumado en el panteón del Refugio en un sepulcro especial, donde quedaron sus restos durante 5 años en la ciudad de Zacatecas, donde falleció.”

   Común en aquella época, el corrido, fue y sigue siendo una manifestación popular emanada casi siempre de la inspiración del mismo pueblo, y para quedar en ese territorio, muchas veces sin autor específico. Es decir, obra del anonimato, despertaba con su letra vibrante y nostálgica fuerte clamor que corría de boca en boca, hasta los rincones más alejados de la nación, para convertirse en una noticia nada ajena al pueblo, mismo que hacía suya la desgracia o el hecho sorprendente que transpiraban aquellos versos convertidos en voceros del acontecimiento recién ocurrido. Tal es el caso de dos corridos dedicados a Bernardo Gaviño, y que rescató, como muchos otros, el notable investigador Vicente T. Mendoza, brotados de sus obras clásicas: El romance español y el corrido mexicano y El corrido mexicano. Como arrancadas de una hoja de papel volando, van aquí las letras de estos corridos:

1886

 

CORRIDO DE BERNARDO GAVIÑO

 Bernardo Gaviño, el diestro

que tanto furor causó

en la plaza de Texcoco

lidiando un toro murió.

Su valor no lo libró

de suerte tan desgraciada,

y aunque tenía bien sentada

su fama como torero,

un toro prieto matrero

lo mató de una estocada.

 

Fue del pueblo mexicano

el torero consentido,

y él fue el que le dio a Ponciano

la fama que ha merecido,

siempre se miró aplaudido,

pues con su gracia y valor

supo granjearse el favor

del pueblo más exigente,

que vio en Bernardo al valiente

y sereno toreador.

 

¡Quién se lo había de decir!

después de tanto lidiar,

que un toro de escasa ley

al fin lo había de matar!

¡Y quién no ha de recordar

con el placer más sincero

al simpático torero

que, sin mostrarse cobarde,

hacía de valor alarde

como matador certero!

 

Pero un torito de Ayala

la carrera le cortó,

y en la plaza de Texcoco

don Bernardo falleció;

todo México sintió

la muerte de este torero,

que en el país fue el primero

por su arrojo y su valor,

conquistándose el favor

de todo el público entero.[10]

 verdaderos-y-ultimos-versos1

 verdaderos-y-ultimos-versos2

 CONTINUARÁ.


[1] Vicente T. Mendoza: El corrido mexicano. 3ª reimpr. México, Fondo de Cultura Económica, 1976. 467 p. (Colección popular, 139)., p. 317-321.

[2] Eduardo E. Heftye Etienne: Corridos taurinos mexicanos. Recopilación y textos de (…). México (…).

Evidentemente estos apuntes fueron realizados tiempos antes de la salida del trabajo aquí citado. Por tanto, conviene citar aquí la ficha completa de dicho volumen:

Eduardo E. Heftye Etienne: Corridos Taurinos Mexicanos. Recopilación y textos de (…). 1ª ed. México, Bibliófilos Taurinos de México, Litográfica IM de México, S.A. de C.V., 2012. 400 p. Ils., retrs., grabs., facs.

[3] Los nuestros, toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI. Ficticia, S. de R.L. de C.V., México, 2002, p. 27.

[4] La corrida de ayer…mito, tradición, ritual, suerte y azar de la fiesta de los toros. Editorial Ágata, S.A. de C.V., Guadalajara, Jalisco, México, primera edición, 1996, p. 88.

[5] México se viste de luces. Un recorrido histórico por el territorio taurino de nuestro país. El Informador, Ágata Editores, Guadalajara, Jalisco, primera edición, 2001, p. 100.

[6] Op. cit., p. 88.

[7]Heriberto Lanfranchi: La Fiesta Brava en México y España, 1519-1969, T. 1, Editorial Siqueo, primera edición, México, junio de 1971, p. 181.

[8] Op, cit., p. 27.

[9] Ibidem., p. 116.

[10] Vicente T. Mendoza: El romance español y el corrido mexicano. Estudio comparativo. 2ª edición. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1997. XVIII + 833 p., p. 538-540.

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CALAVERAS TAURINAS. SIGLOS XIX AL XXI. TERCERA PARTE.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

 corrido-romance

Corrido (Romance) del Torero Marroquín.

 

LA INHUMANIDAD

DEL TORERO MARROQUÍN.

 

Quando el hombre a las pasiones

les concede franca rienda,

labra su propio destino

para una fortuna adversa.

La historia de Marroquín

ha sido bien manifiesta:

Tubo padres muy honrados…

¡Oxalá (sic) no sucediera

asi, puesto que a los mismos

que el ser le dieron, de afrenta,

de vituperio cubrió

con su conducta perversa!

Dotóle el cielo de aliento

¿Quién pensará revolviera

este favor contra el propio

que le concedió tal prenda?

Sirvió algún tiempo en las tropas

logrando ascensos en ellas,

Hasta que sus travesuras,

según comúnmente cuentan,

lo apartaron del servicio

consiguiendo la licencia.

Entonces tomó el oficio

de Torero, donde encuentra,

con peligro de la vida,

deshago a su soberbia

exercitando (sic) en las plazas

aquella índole sangrienta.

Ni persuasiones, ni ruegos

de los suyos, aprovechan

para desviarle del rumbo

de tan riesgosa carrera.

Los aplausos de la plebe,

admirando su destreza,

dieron a la vanidad

de este osado más vehemencia.

Montaba bien a caballo

en medio de la carrera

desensillaba, y volvía

a ensillar, sin que pudiera

haber quien le compitiese

con galopa a media rienda

sobre dos brutos parado

andaba; finalmente era

muy afamado en la lucha

de las irritadas fieras.

No contenta sus anvicion (sic)

con la franca subsistencia

que su habilidad le daba,

a los crímenes se alienta,

por caminar de los vicios

desenfrenado la senda.

Cometer solo el primero

delito, trabajo cuesta;

después de uno en otro forman

enlazados la cadena

de robos, asesinatos,

atrevimientos, violencias,

y quanto malo al precio

el hábito le acarrea.

Así sucedió a este iniquo:

Aunque la justicia recta

lo aprisionó, lo contuvo,

no hubo lugar a la enmienda.

por lástima, por piedad,

por indulto, o por clemencia

dos veces se libertó

de la sentencia postrera.

De Señores protegido

con inaudita franqueza

se miró, esperando que

otra vez no delinquiera;

pero quien hizo costumbre

la maldad, no le aprovechan

avisos ni beneficios,

y por todos atropellas.

Cayó preso últimamente

en Guadalaxara, excelsa

corte de la Tierra-adentro

en una prisión estrecha

guardó la víbora insana

que emponzoñara cruenta

la paz de sus moradores.

Apareció la tremenda

insurrección; los autores

buscaron para cabezas

de tan traydores designios

las personas más perversas

de Nueva España. Después

malogradas sus empresas

en las Cruzes, en Aculco,

Guanajuato, y otras tierras

de Michoacán, encontraron

ser vana la resistencia

contra las tropas del Rey.

Truxillo, Cruz, y Calleja

invencibles, defendiendo

la justa causa, los hechan

confundidos, a pesar

de su muchedumbre inmensa.

la inerme Nueva Galicia,

para vengarse proyectan

invadir… Entran furiosos

arrollando quanto encuentran,

del número desigual

validos en la sorpresa;

su Capital toman, donde

fue primera diligencia

del rebelde Hidalgo, dar

libertad, a quien pudiera

ayudarle en los proyectos

sanguinarios: encomienda

el mando de quatro mil

foragidos, al que hiciera

con el humo de venganza

la más horrible tragedia.

¡Oh Dios! Aquí al acordarse

el corazón duda y tiembla…

¡Horroriza esta memoria,

anudándose la lengua!

El instrumento feroz

de oprimir tanta inocencia,

destruir todo Gobierno,

y aún saquear a las Iglesias,

fue el infame Marroquín.

quando tiranos decretan

los tristes asesinatos

en personas tan exentas

de delito, como honrados

padres de la patria misma,

a la barranca lo envían,

Teatro de esta funesta

execución: allí hicieron

extremecerse las piedras.

Sacaban los infelices

en las lóbregas tinieblas,

resonando penetrantes

lamentos, llantos, y quexas:

Al impío tribunal

de un monstruo los encomiendan

cuya sed, sin respetar

la dulce naturaleza,

en efusiones de sangre

solamente se deleita.

ni lugar les concedía

a clamar en la tremenda

hora ante aquel Criador

benigno que los espera:

Martirios y soledad

su desventura acrecientan.

¡Noches de horror, de amargura!

¡Niños huérfanos, doncellas

Viudas honradas, sentían

con las voces lastimeras

despedirse sus maridos

y padres, hasta la eterna

vida, dexando las casas

asombradas y desiertas!

Córtase un eterno velo

a la posteridad nuestra

para que tales acciones

se olviden o se obscurezcan.

¿Pero quedó sin castigo

tanto número de ofensas?

Nó: pues milagrosamente

en la batalla se observa

de Calderón asistir

la divina Omnipotencia

desbaratando al tirano

Nembrot, sin que le valiera

el desmedido poder

de una muchedumbre inmensa.

En la prisión, el valiente

Elizondo hizo temieran

Inexorable justicia

de la sacra Providencia,

con cuyo auxilio logró

hacer tan heroica empresa,

que será inmortal su gloria

para la edad venidera.

El plomo lo respetó

burlando con ligereza

los tiros de Allende, quien

perdió al hijo en la refriega.

¡Cómo acobarda el delito!

Custodiando la defensa

del principal Jefe, aquel

Torero, cuya braveza

ponderaban, se rindió

a la intimación primera:

La voz del Rey convirtió

al cruel tigre, mansa oveja,

entregándose abatido

a arbitrio de la sentencia.

El impío en esto para,

sirva a todos de experiencia:

Quien mal anda mal acaba:

quien daño hace bien (ilegible) espera:

El temerario, que al cielo

arroja atrevido flechas,

en castigo de su culpa

es preciso que les hieran.

Ya se ha cumplido la suerte

que se buscó y le condena:

Mas pues con la vida paga

atrocidades diversas;

pidamos como Cristianos

en el instante que muera,

de satisfacción al mundo,

y Dios de su alma se duela.

 
Terencio Higareda e Íjar.
[1]

 CONTINUARÁ.


[1] Op. Cit.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XII). Los aspectos cualitativos y cuantitativos que garantizaron la presencia de esta hacienda en el espectáculo taurino durante el siglo XIX.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 EL TORO DE LIDIA EN EL SIGLO XIX

   Iniciada la segunda mitad del siglo que nos congrega, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas ya a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, además de Atenco, fueron San Diego de los Padres y Santín, propiedad ambas de don Rafael Barbabosa Arzate, enclavadas en el valle de Toluca. En 1835 fue creada Santín y en 1853 San Diego que surtían de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros.

   Sin embargo, el toro mexicano fue apropiado para que Gaviño desarrollara sus aptitudes artísticas preparadas por una enseñanza adecuada recibida en España y América respectivamente. La frecuencia con que toreaba igual en las plazas de toros, que en los corrales de las “haciendas” donde había ganado bravo, fue factor para que Gaviño conociera a la perfección las condiciones de lidia que tuvo entonces el toro mexicano. Menores en pujanza, impetuosidad y bravura que las del toro español, pero siendo el nacional menos bronco y más bravo que el sudamericano que Bernardo había toreado en plazas de toros como Montevideo, la Habana o Venezuela.

   Durante el período de 1867 a 1886, tiempo en que las corridas fueron prohibidas en el Distrito Federal, y con la ventaja de que la fiesta pudo continuar en el resto del país, el ganado sufrió un descuido de la selección natural por parte de los mismos criadores, por lo que para 1887, al inicio la etapa de profesionalismo entre los ganaderos de bravo, llegaron procedentes de España vacas y toros gracias a la intensa labor que desarrollaron diestros como Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Fueron de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube y Eduardo Ibarra, los primeros toros españoles que llegaron por entonces. La familia Barbabosa, poseedora de Atenco, inicia esa etapa de mezcla entre su ganado criollo adquiriendo un ejemplar de Zalduendo para la reproducción y selección, que fueron entre otras las obligadas tareas de un ganadero de toros bravos. Por una curiosidad, puede decirse que retorna a Atenco el honor de ser la ganadería de toros con el privilegio de poner en práctica el concepto profesional para la crianza y todos sus géneros del toro bravo,[1] como se verá en el Capítulo número cuatro.

   Día a día se mostraba un síntoma ascendente cuya evolución era constante. Quedaron atrás las manifestaciones propias de aquel toreo sin tutela, clara muestra por valorarse así mismos y a los demás por su capacidad creativa como continuidad de la mexicanidad en su mejor expresión. Tras la prohibición a las corridas de toros (de 1867 a 1886) puede decirse que veinte años no significaron ninguna pérdida, puesto que la provincia fue el recipiente o el crisol que fue forjando ese toreo, el cual habría de enfrentarse en 1887 con la nueva época impuesta por los españoles, quienes llegaron dispuestos al plan de reconquista (no desde un punto de vista violento, más bien propuesto por la razón).

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Un ejemplar de Atenco a principios del siglo XX. Col. del autor.

   De ahí que el toreo como autenticidad nacional haya sido desplazado definitivamente concediendo el terreno al concepto español que ganó adeptos en la prensa, así como por el público que dejó de ser un simple espectador en la plaza para convertirse en aficionado, adoctrinado y con las ideas que bien podían congeniar con opiniones formales de españoles habituados al toreo de avanzada.

   Las nuevas alternativas solo se disponían a su indicada explotación, por lo cual el destino del toreo en México tuvo por aquellos primeros años del siglo sus mejores momentos. El ganado lo había español y nacional ya cruzado de nuevo con aquel y dándole en consecuencia gran esplendor a la fiesta.

   Ahora bien: ¿Qué es de Atenco?

   Esta ganadería tuvo épocas brillantes durante los siglos XIX y XX, pero poco a poco fue cayendo en el olvido, luego en decadencia y más tarde en una casi pérdida total. Hoy ya solo la sostienen el recuerdo y un gran entusiasmo de los sucesores de Juan Pérez de la Fuente en coordinación con el Señor Jaime Infante Azamar, su actual administrador. Su nombre ha dejado de escribirse en carteles; en la historia misma. Sus recuerdos solo forman un abigarrado conjunto de acontecimientos que han podido estar a nuestro alcance.

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Imagen tomada de la publicación Mi pueblo. Santiago Tianguistenco. Recuperando nuestras raíces. Edición Especial. 2009. Editor: E. Sergio Moreno Mc Donald.

   Por otro lado la adquisición de ese semental de Zalduendo que llegó a Atenco el año de 1894, pudo haber sido suficiente motivo para originar la leyenda de los toros navarros en campo bravo mexicano. Para Carlos Cuesta Baquero, el semental de Zalduendo (entonces ya de su viuda la Señora Cecilia Montoya) era desperdicio. La venta de aquel “toro” fue una estafa que les hizo a los Señores Barbabosa un espada, de quien no digo nombre y apodo porque ya es fallecido y hay que respetar a los muertos, como apunta Carlos Cuesta Baquero.

   Sin embargo estoy casi seguro de que quien efectuó dicha transacción fue el diestro Diego Prieto de apodo Cuatro dedos, mismo que se encargó de dicho negocio al verle jugosa ventaja en unos momentos en que muchos ganaderos mexicanos de nuevo cuño necesitaban inyectar aquella sangre a toros que manifestaban nacencia criolla, siendo el dicho señor Prieto, uno de los pocos que, además se ocuparon de fomentar a través de las mencionadas transacciones la primera época de la ganadería profesional de casta o de bravo que se desarrolló en nuestro país, desde 1887.

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Portón de la hacienda de Atenco (detalle)

ARTES DE MÉXICO. El toreo en México. N° 90/91, año XIV, 1967, 2a. época.

   Más tarde llegó al campo bravo mexicano ganado no de “casta” de Vistahermosa, sino de antigua y bastante acreditada de Cabrera y de don Rafael Laffite y Castro, bases directas, inmediatas de la ganadería del Señor Felipe de Pablo Romero. Por lo tanto ya no tienen ni el tipo ni las cualidades de lidia que tuvieron los ancestrales.

   Nos dice Joaquín López del Ramo que:

Los menudos bichos de la ribera del Ebro eran tan chicos como codiciosos y ágiles, y su personalidad diferenciada de las distintas razas bravas, las hizo gozar del máximo cartel a mediados del siglo XIX.[2]

   Por otro lado la hacienda de Santín, administrada por don José Julio Barbabosa desde 1847 mantiene su ganado sin cruza española, por lo que en las épocas del auge poncianista (la de Ponciano Díaz, torero vigente entre los años de 1877 y 1899) se le denominada como la ganadería «nacionalista». Por lo tanto, eran toros de los llamados criollos.

   El toro «Garlopo» de Santín, lidiado el 28 de marzo de 1880 en Puebla por Bernardo Gaviño, es recordado por su bravura al tomar 9 puyazos, hiriendo de muerte a 6 caballos. Al parecer lo conserva don Salvador Barbabosa García en Toluca. Dicho toro fue criado por don Jesús María Barbabosa Arzate.

   Carlos Cuesta Baquero apunta:

Haber consultado viejos papeles del Ex-Ayuntamiento con los nombres de los ganaderos españoles y el lugar de su residencia en la Madre Patria, por haber sido los vendedores de las primeras reses con las que se formaron las ganaderías establecidas en nuestro siglo (puede tratarse de las actas de Cabildo).

   Prácticamente, para el conocimiento del origen de las ganaderías mexicanas, esos documentos no tienen mayor importancia, pues no especifican cuáles camadas eran de reses bravas y cuáles no lo eran. Fueron todas globalmente enviadas con la finalidad de utilizarlas en el abasto de la Nueva España y en los servicios agrícolas. No hicieron elección de algunas para destinarlas a la diversión tauromáquica, a ser lidiadas en las plazas públicas.

   Las reses que llegaron a nuestro suelo procedieron, en su mayoría, de las regiones de Castilla, Salamanca y Navarra, y algunas también de Andalucía. Esa es la única deducción exacta y cierta, que hice por la lectura y estudio de esos legajos. Ni aún en la propia España había en esa época ganaderías exprofesamente dedicadas a la cría de toros de lidia; pues la tauromaquia, entonces, era un arte embrionario, concretándose a las suertes de rejonear a caballo. El toreo a pie aun no era establecido. Y esta manera fue la que originó la especialización de las castas de reses bravas, de ganaderías dedicadas a criar toros de lidia en México.[3]

   Coincido con el recordado Roque Solares Tacubac puesto que, como ya se ha dicho, el concepto de la ganadería en cuanto sentido profesional aún no forma parte de la vida común en la fiesta de los toros. Para España va a comenzar a fines del siglo XVIII. En México, ocurrirá un siglo después. Es un hecho de que el ganado se desarrolló de maneras muy distintas en nuestro territorio y habiendo un carácter específico para las fiestas, en todo caso, los señores dedicados a la posible selección, pudieron aplicar un criterio en el que se aprovechara cierta «bravuconería» de toros que finalmente embestían en las plazas.

CONTINUARÁ.


[1] Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 h. Planos, grafcs., h. 24-28.

   La organización de las haciendas dependía de la zona, de las condiciones climatológicas y de la administración impuesta por el administrador en turno. En nuestro caso, Atenco era La Principal y era la que controlaba directamente a las Anexas. Las haciendas, cuya producción se orientaba tanto a la ciudad de México como al consumo interno, se encontraban distribuidas de la manera siguiente:

1.-Hacienda Principal. Tenía como límites: por el norte la hacienda de Atizapán; por el sur su Anexa de Tepemajalco; al oriente la laguna -de la cual disfrutaban los pueblos de San Antonio la Isla, Almoloya y Santa Cruz- y de ahí hasta llegar al primer puente del río Lerma que estaba situado a unos cuantos pasos de la casa de la finca y desde ahí en adelante servía de límite el mismo río; por el poniente colindaba con el rancho de San Cristóbal, el cerro de Chapultepec, hacienda Anexa de Zazacuala, ahijaderos de La Concepción y llano de San Antonio la Isla (…)

2.-Hacienda de Zazacuala. Colindaba por el oriente con El Cercado de Atenco, por el norte con el pueblo de Chapultepec, por el sur con el camino real de Tenango y por el poniente con el pueblo de San Bartolito.

3.-Hacienda de Tepemajalco. Tenía como linderos al norte La Principal, al sur el llano del pueblo de San Lucas, al oriente la ciénaga de dicho pueblo y al poniente tierras del pueblo de San Antonio la Isla.

4.-Vaquería de Santa María. Era parte de La Principal. Limitaba al norte con el llano del pueblo de Santa María, al sur con San Juan la Isla, pueblo y hacienda de Cuautenango, al oriente con la ciénaga del pueblo de Techuchulco y al poniente con casa de los López, potrero de Maximiliano Martínez y potrero de los Ortiz.

5.-Hacienda de Cuautenango. Sabemos de su existencia desde 1722. Limitaba con la Vaquería de Santa María.

6.-Hacienda de Santiaguito. Sus linderos eran, al sur, Cuautenango y potreros de Tenango, al norte la Vaquería y pueblo de San Juan la Isla, al oriente la ciénaga del pueblo de Santa María Jajalpa y al poniente el pueblo de Santiaguito y camino real para Tenango.

7.-Hacienda de San Agustín. Tenía como límites por el norte el camino real de Tenango, por el sur las tierras de don Joaquín Cortina, por el oriente la hacienda de Guadalupe y tierras de Tenango y por el poniente el pueblo de Santiaguito y San Juan la Isla.

8.-Hacienda de San Antonio. De esta hacienda casi no existe información, sólo sabemos que en 1836 pertenecía a ella el rancho de Santa María y que se dedicaba al cultivo de cebada, trigo y nabo.

9.-Hacienda de San Joaquín. Esta hacienda presenta características especiales, pues sabemos que en 1722 era un rancho llamado Quautenango, que estaba situado en el Cerro y en jurisdicción y doctrina de Tenango del Valle; sin embargo, a partir de 1755 cambió su nombre por el de Señor San Joaquín y lo más importante fue que se transformó de rancho a hacienda (se desconoce qué características se requerían para pasar de una categoría a otra, pero se considera importante hacer hincapié en dichas transformaciones); aparentemente la misma suerte corrieron el resto de las haciendas. Sus cultivos eran trigo, maíz, haba y papa.

[2] Joaquín López del Ramo: Por las rutas del toro. España, Espasa Calpe, 1993. (La Tauromaquia, 38) p. 507.

[3] La Lidia Nº 53 del 6 de noviembre de 1943.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XII). Bernardo Gaviño: Influencia definitiva.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Gobernaba el General don Miguel Barragán, Presidente Interino, del 28 de enero de 1835 al 27 de febrero de 1836. Se vivía en nuestro país un nuevo estado de cosas: los bandazos y la confusión más absoluta regida de la lucha encontrada por el poder, eran clima y ambiente. El divisionismo era patente. Todos ambicionaban un mando que pronto se les iba de las manos al enfrentarse dos tremendas fuerzas: los liberales y los conservadores (en medio de ellos los centralistas y los militares) que contaron, cada uno de ellos, con sus propios correligionarios, que eran legión en cada bando. Con un panorama de tales condiciones se encontró Bernardo Gaviño a su llegada a nuestro país en 1835, aunque se presume que ya estaba desde 1829.

   El diestro Manuel Bravo, en compañía del Cónsul mexicano en Orleans, José Álvarez contratan a Gaviño en la Habana. El gaditano se presenta ante el público mexicano el 19 de abril de 1835 en la plaza de toros de “San Pablo”. De hecho no vino a inaugurar la Real Plaza de Toros de San Pablo (lo cual tuvo ocasión el domingo 7 de abril de 1833) como se ha afirmado por ahí. El viajero francés Mathieu de Fossey en su Viaje a México describe cuanto ocurrió aquella tarde inaugural.[1]

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   Por circunstancias muy particulares, el quehacer taurino no tuvo, para la prensa que abarca buena parte de la tercera década del siglo XIX una importancia sustancial, y casi pasa desapercibido todo aquel acontecimiento ocurrido entre los años de 1836, 1837, 1838, y 1841.[2]

   En 1842 encontramos que la “Compañía de gladiadores” encabezada por Gaviño, había cosechado muy buenos triunfos en Puebla luego de actuar en 14 tardes.[3] Esto quiere decir que no habiendo una actividad constante en la capital del país, el gaditano comenzó a buscar un medio donde desarrollarse, puesto que descubre que México posee un terreno sumamente fértil en el cual sienta sus reales logrando que su quehacer comience a gustar entre el público afecto a una diversión sui géneris como es la de los toros. A su llegada a nuestro país se encuentra con que los hermanos Ávila (José María, Sóstenes y Luis) son quienes sostienen el andamiaje del toreo mexicano, un toreo que vive con ellos relativas transformaciones que fueron a darse entre los años de 1808 y 1857, largo período en el que son dueños de la situación.

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   La figura torera nacional alcanza en aquellas épocas un significado auténtico de deslinde con los valores hispanos, al grado de quedar manifiesto un espíritu de autenticidad misma que se da en México, asumiendo significados que tienen que ver con esa nueva razón de ser, sin soslayar los principios técnicos dispersos en el ambiente. No sabemos con toda precisión el tipo de aspectos que pudieron desarrollarse en la plaza. Esto es, de las maneras o formas en que pusieron en práctica el ejercicio, en por lo menos la fase previa a la presencia del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda.

   Debemos recordar de pasada, el todavía fresco carácter antihispano que prevalece en el ambiente. Pero después de él -a mediados del siglo XIX- va a darse una intensa actividad no solo en la plaza, también en los registros de plumas nacionales y extranjeras.

   Si bien, como en España se mostraron intentos por ajustar la lidia de los toros a aspectos técnicos y reglamentarios más acordes con la realidad, en México este fenómeno va a ocurrir y seña de ello es la aplicación de un reglamento en 1822,[4] y luego en 1851 cuando sólo se pretende formalizar de nuevo la fiesta, pues el reglamento se queda en borrador.[5] Todo ello ocurre bajo un cierto desaire, nada peyorativo, que es lo que va a darle al espectáculo un sello de identificación muy especial, pues la fiesta[6] cae en un estado de anarquía, de desorden, pero como tales, legítimos, puesto que anarquía y desorden que pueden conducir al caos, no encaminaron a la diversión pública por esos senderos. De pronto el espectáculo empezó a saturarse de modalidades poco comunes que, al cabo del tiempo se aceptaron en perfecta combinación con el bagaje español. No resultó todo esto un antagonismo. Antes al contrario, ese mestizaje se consolidó aun más con la llegada de Bernardo Gaviño en 1835, conjugándose así una cadena cuyo último eslabón fue Ponciano Díaz.

   Parece todo lo anterior fruto de permanentes confusiones. Y sí, efectivamente se dio tal fenómeno, como resultado de sacudirse toda influencia hispánica, al grado de llevar a cabo representaciones del más curioso tono tales como cuadros teatrales que llevaron títulos de este corte: «La Tarasca», «Los hombres gordos de Europa», «Los polvos de la Madre Celestina», «Doña Inés y el convidado de piedra», “El macetón floreado”, entre muchos otros, que se trasladaron del teatro a la plaza. A esta circunstancia se agregan los hombres fenómenos, globos aerostáticos y hasta el imprescindible coleo,[7] todo ello salpicado de payasos, enanos, saltimbanquis, mujeres toreras sin faltar desde luego la «lid de los toros de muerte». Esto como base y fundamento del toreo español, que finalmente no desapareció del panorama.

   Con toda la mezcla anterior -que tan solo es una parte del gran conjunto de la «fiesta»-, imaginemos la forma en que ocurrieron aquellos festejos, y la forma en que cayeron en ese desorden y esa anarquía auténticamente válidos, pues de alguna manera allí estaban logradas las pretensiones de nuestros antepasados.

   Por otro lado, los hermanos Ávila –también toreros- pasan por ocupar un decanato de alrededor de cincuenta años es decir, no hay una precisión al respecto debido a que existen noticias que los remontan a 1808[8] y otras a 1819[9] en Necatitlán, así como en la plaza del Boliche respectivamente; y hasta 1857, tanto Luis como Sóstenes son quienes ocupan la atención.[10]

   Gracias a los testimonios de la Marquesa Calderón de la Barca quien en la novena carta de La vida en México deja amplísima relación de una corrida presenciada a principios de 1840, empezamos a conocer parte de aquel ambiente que priva por entonces en la fiesta.[11]

   Esta mujer, Frances Erskine Inglis, escocesa de nacimiento, con unas ideas avanzadas y liberales en la cabeza acepta el espectáculo, se deslumbra de él y cumple narrando el desarrollo, al menos, de dos festejos que atestigua, tanto en la ciudad de México, como en Zempoala, Hidalgo.

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   Madame Calderón de la Barca nos presenta un perfil sobre la personalidad de Bernardo Gaviño, quien vuelve a aparecer en la escena, considerando que las cartas de La vida en México fueron redactadas durante 1840 y 1842 fundamentalmente.

   Ambos deben haberse conocido en los constantes encuentros tenidos gracias a invitaciones de los hacendados de la época, quienes no podían dejar de incluir a personajes de tal estatura. Un segundo encuentro se tuvo en la hacienda de Santiago, del señor José Adalid, por los rumbos de Zoapayuca, estado de Hidalgo “viejo caserón que se levanta solitario en medio de grandes campos de magueyes. Junto tiene un jardín abandonado, y entre su enmarañada espesura retozaba un cervatillo domesticado que nos miraba asombrado con ojos salvajes”.[12]

   Desde Tulancingo, y al estremecimiento de otra corrida (en la que seguramente también participó Bernardo Gaviño), madame Calderón lanzó una famosa sentencia que luego se convirtió en complacencia que va así:

   ¡Otra corrida de toros ayer (8 de mayo, en Tulancingo) por la tarde! Es como con el pulque, al principio le tuerce uno el gesto, y después se comienza a tomarle el gusto (…).[13]

   Estas dos cartas, la N° IX y XVI aportan datos significativos sobre la personalidad de Bernardo Gaviño, pero fundamentalmente nos dan elementos sobre un torero que no se ha perdido del panorama. Antes al contrario, se está afianzando en nuestro país y si se ha perdido en el lustro que va de 1835 a 1840 es por razón de que no se encuentran noticias en la prensa de aquellos momentos. Por azar y por fortuna, madame Calderón de la Barca vuelve a ponerlo en circulación, manifestando que se trata de un matador que ocupa un sitio con estatura similar a la que tienen los hermanos Ávila, de Andrés Chávez o de Manuel Bravo, por entonces los diestros más connotados del momento.

   Además, Gaviño como se ve, está siendo acogido por la créme de la sociedad. Es amigo de personajes como el conde de la Cortina, de hacendados  como los Adalid, los Cervantes, entre otros. Su participación en fiestas destinadas a exaltar a presidentes, generales o situaciones patrióticas, a pesar de ser español, pero tan mexicano por avenirse a tales circunstancias sin ningún recato, lo van colocando en lugar privilegiado, situación que debe haber aprovechado de manera inteligente, puesto que su influencia en un medio que le permitía tal condición por haber muy pocas opciones, y ser él quien encabezara al pequeño grupo de toreros encumbrados, fueron moldeando un sistema que le beneficiaba, al grado de convertirse, sin quererlo o no, en un diestro que pudo ostentar el control del toreo en México.

   Si en Aguascalientes el “cacique” taurino (el término no pretende ser peyorativo) era Gregorio González, el centro del país estaba dominado por el diestro gaditano, quien no encontraba mayor amenaza en los hermanos Ávila, puesto que cada quien tenía establecido su territorio y, al fin y al cabo, todo estaba convertido en un enorme conjunto de feudos o monopolios perfectamente delimitados, reconocidos y respetados por sus propios públicos.

   Con toda seguridad, el ambiente que dominaba a México “caló” en Gaviño, al grado de que su presencia en los ruedos estará determinada por un conjunto delimitado de espectáculos donde el pretexto a celebrar era el político. Buena cantidad de corridas de toros organizadas durante el esplendor de Bernardo fueron de este corte; también muchas las que se efectuaban por el simple hecho de cumplir con una temporada. Además se integra al todo de la fiesta, puesto que es uno más de los actores de la escena maravillosa y fascinante de aquella “armonía de la invención”, irrumpiendo en formas que llegan a tocar los excesos de espectáculos que materialmente lindan con lo teatral y lo efímero puestos en escena en la Real Plaza de toros de San Pablo, o más tarde en la del Paseo Nuevo, pero sin perder su encanto.

   Bernardo Gaviño y Rueda ya solo tendrá que salir al extranjero a cumplir algún contrato convenido con “empresas” del Perú, fundamentalmente o de Cuba también. Incluso, muchos nos hacemos la pregunta: ¿Regresa a España? En realidad no lo sabemos.

   Carlos Cuesta Baquero (1865-1951) es un reconocido periodista taurino que desarrolla su quehacer entre los años de 1886 y 1951. Le toca vivir la etapa más variable de la fiesta mexicana, que deja de serlo, para convertirse en española. Esto es, el propio Cuesta Baquero escribió que “nunca ha existido una tauromaquia positivamente mexicana, sino que siempre ha sido la española practicada por mexicanos”. No es nada más un espectador del acontecimiento. Lo narra y lo interpreta a tal grado, que leyendo sus incontables notas, nos damos cuenta del giro radical que sufrió el espectáculo taurino mexicano entre la influencia de Gaviño y más tarde, con la del nuevo grupo de españoles que sentaron sus reales desde 1885, con la llegada de José Machío, mismo que dejará sembrada la semilla que más tarde, en 1887 vendrán a cultivar Luis Mazzantini, Ramón López, Diego Prieto o Saturnino Frutos.

   Roque Solares Tacubac, anagrama de Carlos Cuesta Baquero nos da una visión que comprende perfectamente a Bernardo Gaviño con el siguiente perfil:

Gaviño estaba educado en la hoy anticuada escuela del toreo, en aquella que requería valor, pero escasísimo arte y ningún plasticismo -acéptese como apropiado este vocablo- y conforme a ella hay que estudiarle y censurarlo o elogiarlo.

   En parangón con matadores de su misma escuela no era una nulidad. Si vivieran pudieran atestiguarlo el Barbero (Juan Pastor), el Lavi (Manuel Díaz) y el Salamanquino (Julián Casas) a quienes acompañó en los redondeles de Cuba y Lima.

   Cuando Gaviño estaba en su apogeo era igualmente diestro o más que los citados y entonces fue cuando dio en la plaza del Paseo de Bucareli corridas que produjeron en los espectadores alborozo (…)

   He dicho lo bueno, también tengo que decir lo malo; aquello en que justamente ha sido censurado.

   Bernardo no fue un corruptor del toreo, pero sí un obstruccionista que retardó la evolución.

   Luego que llegaban toreros españoles, hacía todo lo posible porque no toreasen. Ponía en juego influencias e intrigas para que no los contratasen y si no lograba su propósito mandaba a las plazas de toros chusmas que llevaban la consigna de lapidar y decir insultos a los nuevos toreros.

   Por esta temible enemistad no toreaban sino escaso número de corridas y se marchaban descorazonados.

   Con mucha razón, muy justamente, los diestros españoles no apreciaban a su paisano y le daban el título de renegado.

   Es muy severo y denigrante el cargo que lanzo al decano, pero está comprobado. Antes que yo, a raíz de aquellos escándalos, se lo hicieron, con datos fidedignos, periódicos bien informados. Recórranse las colecciones de El siglo XIX y de El Monitor Republicano y en ellas se hallarán los comprobantes.[14]

   A Gaviño no le convenía prestarse a la apertura. Tenía bien controlado el sistema de la fiesta que ocurría en nuestro país, sobre todo porque su centralismo era avasallador.[15] Dicha actitud despótica, propia de un tirano, descubre el lado oscuro del gaditano, quien además de todo, quiere apropiarse del panorama en su conjunto, sin dar lugar a las concesiones.

   De nuevo reaparece actuando en la Plaza Principal de toros de San Pablo el 2 de febrero de 1842, en una función en obsequio del Exmo. Sr. general presidente, benemérito de la Patria, D. Antonio López de Santa Anna en la que, según dato recogido en El Siglo XIX, Nº 117, del martes 1º de febrero de 1842. Mes y medio más tarde se registra otra actuación del gaditano.[16]

   Ambos, Gaviño y Santa Anna parecen conducirse por semejanzas que los pone tan cerca de unos parámetros solamente separados porque uno era presidente; el otro, torero. Los dos, al fin y al cabo, personajes públicos de alta resonancia por entonces.

   Bernardo va a emprender su memorable, trágico y heroico viaje a Chihuahua en 1844.

   Es contratado para actuar en la remota Villa de Allende del Valle de San Bartolo, Chihuahua para torear los días de feria (en febrero), a mañana y tarde. Echaremos mano de un folleto de suma rareza: RECUERDOS DE BERNARDO GAVIÑO[17] que apareció dos años después de la muerte del diestro escrito por el TÍO PUNTILLA.

(…)sale el diestro de Durango con su cuadrilla compuesta de jóvenes valientes, hábiles en la tauromaquia, de buen personal y con vestuario riquísimo al lugar donde fueron llamados, se acompañaron con un convoy de comerciantes de la misma ciudad y después de algunos días de camino, fueron asaltados en el punto llamado “Palo Chico” por un crecido número de bárbaros de la tribu Comanche, con quienes se batieron exasperadamente desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, que huyeron los bárbaros, porque vieron el auxilio que de la hacienda de la Sarca [Durango] les fue á los asaltados [gracias a el “sota” que guiaba la diligencia], que casi todos fueron muertos, quedando únicamente en pié y herido, el valiente Bernardo Gaviño y dos de los de su cuadrilla, Fernando Hernández, banderillero y Vicente Cruz, notable picador. Los tres que sobrevivieron á los sesenta y cuatro que sucumbieron, continuaron su camino con pérdida de cuanto poseían; llegaron al punto de su destino, Bernardo Sana de su herida, completa provisionalmente su cuadrilla con algunos toreros que se le presentaron, y queda listo para cumplir su compromiso, lo cual verificó de una manera sorprendente, como se verá por el siguiente lance que ocasionó la muerte repentina de un anciano entusiasta, que vino desde Paso del Norte con solo la curiosidad de ver torear á su paisano, el diestro y valiente Bernardo Gaviño.[18]

   Por el acto de valentía demostrado en tan agitados momentos, el gobierno lo condecoró con la cruz del “Héroe de Palo Chino” en recompensa a su denuedo.[19]

   Se pueden entresacar algunos comentarios de la cita anterior, diciendo que el torero español había salido de Durango, lugar al que fue a torear y sitio al que llegó después de haber visitado otros tantos en los que cumplió varios contratos de actuación, puesto que el trayecto a lugares tan lejanos, obligaba a permanecer algún tiempo, el razonadamente indispensable, pero aprovechado para contraer compromisos propios de la profesión. Giras de esa magnitud comprendían un cúmulo importante de días o hasta de semanas, recorriendo caminos como recorrer aventuras y estando, como estuvo, a expensas de los bandidos. Además de promoverse, ganaba muy buen dinero.

   La crónica de una de estas tardes, aparece íntegra en el mismo folleto consultado, por lo que me parece importante reproducirla.

   Tercer día por la tarde, sexta corrida en el redondel levantado para las fiestas. Comienza la lidia con toros de la hacienda del Terrón; primer toro, grande alzada, achampurrado, fogoso, bien cornado, fue picado, tomó seis varas, dio muerte á tres jamelgos, recibió tres pares de banderillas y le dio fin Bernardo con un mete y saca, después de dos pases de muleta: segundo toro, del mismo color que el anterior, matrero y buscador, tomó cuatro varas, tres pares de banderillas y una flor en la frente que después se la quitó el loco que se la había puesto; le dio muerte con dos estocadas, una alta y otra baja á volapié Fernando Hernández; tercer toro, ceniciento ahumado, soberbio bicho, cargado, revoltoso y barrendero; tomó seis varas, pero se llevó igual número de bucéfalos por lo que se paralizó la escena, la fiera se enseñoreaba con sus víctimas, el público gritaba frenéticamente, ¡picadores! ¡picadores! y no se presentaban porque ya no había caballos; por fin sale el intrépido Vicente Cruz en un rocinante pedido á un particular, y favorecido por Bernardo con la capa, se le presenta al bicho, lo hace tomar dos varas con la pica á la puente del freno; pero á la tercera fue tan feroz la embestida de la fiera, que á la cabalgadura y al ginete los levantó y echó fuera de la barrera, quedando otra vez paralizada la lid; pero el ágil Bernardo le parte con la capa al terrible animal que la recibe muy bien, juega con ella, lo emborracha, lo persigna, y le da una fuerte palmada en el hocico, gritándole ¡Quite ute de aquí! y el soberbio bicho obedeció con la mayor humildad; tomó después tres pares de banderillas que le puso de frente Bernardo, con aquel salero y gracia propia de Andalucía, siguió el lance ó suerte de la muerte por el mismo gladiador, la ejecutó de la manera sorprendente, pues no hizo más que un pase de muleta, estocó en la trasnuca a la fiera, cayó á sus pies con la cabeza levantada á donde inmediatamente le puso Bernardo la planta de su pié derecho y saludó al público: cuarto y último toro de muerte, grande, capirote, de juego á plomo y rascador, tomó cuatro varas sin matar ni herir a ningún caballo, recibió tres pares de banderillas, y Vicente Cruz le dio fin á caballo con el auxilio de la capa de Bernardo, le entró bien el toro, y recibió éste un limpio mete y saca con lo que cayó muerto.

   ¿Podrán los mexicanos ver otra cosa mejor? puede ser que sí, pero es muy difícil.[20]

   Llama la atención una serie de términos empleados por el “cronista” quien además de todo nos da una reseña completa de la actuación de Bernardo en Villa de Allende del Valle de San Bartolo, Chihuahua. Sabemos que por aquellos rumbos existió una hacienda, la del Terrón que suministraba toros para fiestas como las de esa ocasión. Que achampurrado es una pinta semejante al castaño o berrendo en castaño. Que ese toro salió matrero porque era astuto y desconfiado. Y si probablemente la pinta del tercero era la de un cárdeno oscuro, por eso los denominaban ceniciento ahumado. Además resultó cargado, revoltoso y barrendero, cargado, porque era un animal mañoso que se obstina en salir de donde se le tiene encerrado, es decir “aquerenciado”; revoltoso por su lidia incierta y barrendero, por ser un animal asustadizo o manso. “…á la puente del freno”, peligrosa forma de picar al toro, frente a frente del caballo del picador. Suerte de colear, actualmente en desuso. Además, el término nos lo amplía Luis G. Inclán con la siguiente explicación:

SUERTES A CABALLO. A PUENTE DE FRENO Cuando se tiene ya la pica asegurada en la arca y solo se alza un poco, para que prendiéndola al humillar, quede cuando más, cosa de media vara de pica distante del puente del freno ú hocico del caballo.[21]

   Estocó en la trasnuca es un descabello simple y sencillamente. Capirote que se distingue por tener entre cabeza y cuello pelo más oscuro que el de la capa. Y por último rascador, comportamiento de un toro que se duele de alguna herida y rascando la arena hace que esta llegue al sitio donde quedó divisa, banderillas o los boquetes de los puyazos.

   El apunte nos dice que Bernardo ponía banderillas “con aquel salero y gracia propia de Andalucía”, que la “faena” consistía en uno, o dos pases de muleta, suficientes para ejecutar la “suerte suprema” o estocada, y que Bernardo se lucía en desplantes aplaudidos a rabiar por los espectadores.

   Bernardo Gaviño contaba entonces con 31 años de edad y 9 de estar actuando en tierras mexicanas. Su fama crecía como la espuma del mar, gozando así del favor popular. La forma en que se difundía la trayectoria de un personaje como este se dejaba en manos de una prensa que apenas da cierta idea, gracias a que incluyen crónicas austeras, pero suficientes para enterarnos donde andaba el “ídolo” y si toreaba, a qué fecha correspondía la actuación y dónde. Pero la musa popular hizo lo que no logró la prensa en muchas ocasiones. En la vida y en la muerte le fueron dedicados buen número de versos al gaditano, como el que a continuación presento, y que guarda relación con los hechos ocurridos en Durango, en 1844:

 Caminabas tranquilo y muy gozoso

Acompañado de Bernardo y buena gente,

Cuando fuiste acometido de repente

por el indio feroz y tenebroso

 

Pero tú, Bernardo, firme y valeroso

Aunque a tus compañeros muertos visteis,

El comanche rapaz lo combatiste

Con afán profundo y asombroso.

 

Eterna sea siempre tu memoria,

Consignando tu nombre nuestra historia.[22]

   En octubre de 1845, Bernardo Gaviño se involucró en una más de aquellas incursiones que eran permitidas por un espectáculo a la sazón, dinámico y novedoso. El día 15 de aquel mes solicita, en sus primeros pasos como empresa, una licencia para presentar la lucha de un león africano y un toro en la plaza de San Pablo. Luego de pasar a revisión el oficio enviado por Gaviño, determinó la comisión de diversiones no estar de acuerdo en que se presenten espectáculos de ferocidad, pero que aprueba la petición y propone pague el interesado la cuota de 8 pesos.[23] El espectáculo se efectuó el domingo 26 de octubre.

   De esa forma, Bernardo emprende una modalidad cercana a la de su profesión: la de irse convirtiendo poco a poco en empresario, actividad compartida con la tauromaquia.

   Ahora bien, y como apunta Heriberto Lanfranchi en su obra La fiesta brava en México y en España, 1519-1969, para 1846 la plaza de toros de San Pablo debe haber sido escenario para una cantidad importante de festejos, pero solo de dos programas uno tiene a Bernardo Gaviño como protagonista. Veamos.

PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO. Domingo 19 de abril de 1846.

   “La satisfacción que me acompaña al ver en parte cumplidos mis desvelos, que sólo tienden a divertir completamente a este público tan respetable como bondadoso, me obliga a manifestar que los toros de la corrida de hoy se presentarán, sin duda alguna, con más arrogancia y bravura que los de la anterior, por haberse desechado ya el cansancio del camino

   “Se lidiarán esta tarde por la compañía cinco arrogantes toros de la muy acreditada vacada de ATENCO, y un toro embolado para la chistosa mojiganga del Chasco de los Viandantes, o la Entrega del Criado.

   “Concluyendo la función con un gran coleadero de cuatro toros a la competencia.

Bernardo Gaviño.

   “La función comenzará después de la cuatro y media”.[24]

   Lo que nos dice el gaditano en esta “dedicatoria” es que él mismo tuvo una actuación anterior en la que los toros no fueron del todo buenos para lucirse. Además, era común traerlos luego de haber sido comprados en las haciendas sin más recurso que a pie, echando mano de los mejores jinetes, porque con toda seguridad, el arribo de los toros a la plaza invertía algunos días de trayecto. Generalmente llegaban en horas de la madrugada para no entorpecer la vida citadina.

   Además era ya toda una costumbre que el festejo no era exclusivamente una “corrida de toros” como es común en nuestros días. Se incorporaban pequeñas representaciones de carácter teatral en las que participaba un grupo de personajes quienes, con toda seguridad vestían acordes a la temática presentada. Si bien, en la corrida del 19 de abril fueron lidiados 5 de Atenco, hubo uno más “embolado” para la mojiganga o representación que ya he citado. No conformes con todo aquello, además hubo un coleadero de cuatro toros. Esta parte del festejo, con una fuerte carga de lo nacional, era complementaria. Sin embargo nos deja entrever que la presencia del quehacer en el campo podía filtrarse a las plazas y compartir con toda una inventiva, fenómeno cotidiano digo, porque los festejos organizados no esperaban el domingo. Cualquier día de la semana, excepto las fiestas religiosas, podían contener un espectáculo de esta naturaleza. Además, en aquellas corridas era común el “payaso o el loco”, grotescamente vestido, no con traje de torear sino con alguno diverso. Llevaba la cara enharinada y con manchas rojas de color bermellón sobre los carrillos y labios. Cubría la cabeza con un sombrero de forma cónica, terminado en una borla, o bien con una boina. El cometido de ese bufón taurino, era hacer gracejadas que no tenían ingeniosidad, pero eran suficientes para provocar risotadas en muchos bobalicones concurrentes. Desempeñaba su tarea luego que el toro estaba muerto, mientras que era arrastrado por los lazadores, pues tampoco eran empleados los tiros de mulas, utilizados posteriormente, cuando las corridas eran ya una réplica del modelo español.

   Para los años de vigencia del gaditano el “paseo de las cuadrillas” no tenía el fascinante colorido que luego adquirió. No era pincelada de tan extraordinaria belleza como la describen todos los relatores de la fiesta taurina. “Pincelada que cautiva a los extranjeros y que emociona siempre agradablemente a los nativos de los países donde hay tauromaquia. El paseo de las cuadrillas ha sido asunto para infinidad de descripciones literarias y para multitud de cuadros pictóricos” (Carlos Cuesta Baquero).

   Es de lamentar el poco interés dedicado por la prensa a las corridas de toros. No había entonces un consenso formal o hasta profesional del “cronista” por lo que dejaron escapar buenas oportunidad de reseñar una especie de fascinación permanente, asunto que entendieron algunos viajeros extranjeros y plumas del país que, pretendiendo descubrir esencias de una nación enfrascada en demasiadas utopías, logran retratar al “ser” del mexicano en la segunda mitad del siglo XIX.[25] Ahora bien, la insistencia de mencionar este “descuido” de la prensa en varias ocasiones es porque buena parte del transitar de una fiesta tan intensa no podía quedar tan menospreciado. Si bien, Heriberto Lanfranchi menciona que la primera crónica taurina publicada en México data de la corrida efectuada el jueves 23 de septiembre de 1852, y que apareció en El Orden Nº 50 del martes 28 de septiembre siguiente, es una evidencia clara de que hasta ese momento, quizá bajo una proyección más relevante, demuestra que ya interesaba el toreo como espectáculo más organizado o más atractivo en cuanto forma de su representación. A lo largo de la trayectoria taurina de Bernardo Gaviño sí quedan registrados diversos testimonios, aunque áridos y apenas suficientes para entender el acontecimiento que era en sí cada corrida, la cual, por lo que nos dicen los carteles, era una propuesta de suyo increíble, generadora de multitud de cuadros representados en una misma función; y todo por un mismo boleto.

   Estamos en 1847, año que tuvo su momento más desagradable cuando el 15 de septiembre y en la plaza de armas (hoy de la Constitución) los mexicanos, entre admirados y heridos en su patriotismo veían izada la bandera de las barras y las estrellas. Poca actividad, diría que nula se registró durante ese año, puesto que el maderamen de la Real Plaza de toros de San Pablo fue empleado para servir como trinchera en los distintos lugares donde la estrategia militar así lo requería.

   Se cuenta con una nota escrita por Juan Corrales Mateos, biógrafo del gaditano por entonces, quien afirma que Gaviño era un “torero genial y de una gracia singular”, luego de verlo actuar en la Habana en el año de 1848, acompañándose con una cuadrilla formada por mexicanos.

   Y no es sino hasta el domingo 15 de diciembre de 1850 en que se reestrena la Real Plaza de toros de San Pablo, misma que tuvo que ser reformada para que la asistencia, incluyendo al Exmo. Sr. Presidente de la República, general de división D. José Joaquín Herrera, presenciaran una corrida en la que se lidiaron “seis arrogantes toros del famoso cercado de ATENCO… por los diestros discípulos de Bernardo Gaviño”.[26]

   Lo anterior deja ver a Gaviño convertido en tutor, en maestro de un grupo de toreros que, próximos a él, desean seguir sus pasos, los cuales no se pueden dar si no hay detrás de todo esto una verdadera formación, la cual está legando Bernardo. Dicho legado lo proporcionó a los toreros mexicanos bajo la convicción de que era más útil a los mexicanos que a intrusos con intenciones de desplazarlo del protagonismo.

   Con esto se promovía el aspecto del discutido “nacionalismo taurino” que, como todo principio novedoso, permitía el que se establecieran reglas al estilo del más puro sentido mexicano, sin ignorar que era el propio espada español quien aportaba estos aspectos apoyado en su formación y su aprendizaje antes de venir definitivamente a América. Esto es, el toreo era la representación de una fiesta española a la mexicana. O lo que es lo mismo:

“Nunca ha existido una tauromaquia positivamente mexicana, sino que siempre ha sido la española practicada por mexicanos”. (Carlos Cuesta Baquero), sentencia que ofrece un valor interpretativo de lo que ha sido la evolución del toreo en nuestro país.

CONTINUARÁ.


[1] Mathieu de Fossey: Viaje a México. Prólogo de José Ortiz Monasterio. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994. 226 p. (Mirada viajera).

[2] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en…, Op. cit., T. I., p. 132-33.

[3] Op. cit., p. 134.

[4] El jefe superior interino de la provincia de México Luis Quintanar expidió el 6 de abril de 1822 un AVISO AL PUBLICO que pasa por ser uno de los primeros reglamentos (aunque desde 1768 y luego en 1770 ya se dispusieron medidas para el buen orden de la lidia).

[5] Archivo Histórico del Distrito Federal. En adelante: [A.H.C.M.] Ramo: Diversiones Públicas, Toros Leg. 856 exp. 102. Proyecto de reglamento para estas diversiones. 1851, Reglamento de toros, 5 f.

[6] Josef Pieper: Una teoría de la fiesta. Madrid, Rialp, S.A., 1974 (Libros de Bolsillo Rialp, 69), p. 17. Celebrar una fiesta significa, por supuesto, hacer algo liberado de toda relación imaginable con un fin ajeno y de todo «por» y «para».

[7] Lanfranchi: La fiesta brava…, Op. cit., T. I., p. 128. Para la definición de “coleo”, véase ANEXO Nº 5.

[8] Armando de María y Campos: Ponciano El torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943. (Vidas mexicanas, 7)., p. 23. «…los hermanos Ávila que el día en que fue inaugurada la plaza provisional, de madera en la plazuela de Necatitlán, el 13 de agosto de 1808, se presentaron a torear por primera vez en México…: «Capitán de cuadrilla que matará toros con espada por primera vez en esta muy noble y leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila. Si se inutilizara alguno de estos dos toreros por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermanos de los anteriores y no menos entendido que ellos.» Cfr. Lanfranchi, Op. cit., T. II., p. 767. Plaza de «Necatitlán». De madera, funcionó aproximadamente de 1826 a 1834 [aunque Gabriel Ferry que es seudónimo de Luis de Bellamare la describe en una visita que hizo en 1845 y queda registrada en sus Escenas de la vida mexicana. N. del A.], cuando fue desmantelada. Estaba situada cerca de la actual cerrada de Necatitlán, a un lado de la calle Cinco de Febrero.

[9] Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, «Al sonar el clarín», 1953., p. 167-9. El 1º de marzo de 1819 tomaron parte los hermanos Ávila en una corrida en la plaza de «El Boliche» con toros de Puruagua.

[10] Fue la tarde del 26 de julio de 1857 en que la historia les registra por última vez, pues a partir de ese momento se les pierde todo rastro. Sin embargo, vid. Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938., p. 73. El 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada.

Para esa época actúan, de 1819 a 1867 las siguientes figuras:

(T) Torero;               (B) Banderillero;             (P) Picador;             (O) Otros.

-Felipe Estrada (T)

-José Antonio Rea (T)

-José María Ríos (B)

-Guadalupe Granados (B)

-Vicente Soria (B)

-José María Montesinos (B)

-Joaquín Roxas (O) (Loco)

-José Alzate (O) (Loco)

-Xavier Tenorio (P)

-Ramón Gándara (P)

-Ignacio Álvarez (P)

-José Ma. Castillo (P)

-Luis Ávila (T) (desde 1819)

-Sóstenes Ávila (T) (desde 1808)

-José María Ávila (T) (desde 1808)

-Basilio Quijón (T) (ca. 1820)

-Bernardo Gaviño y Rueda (T) (desde 1835)

-José Sánchez (T) (español)

-Victoriana Sánchez (T)

-Caralampio Acosta (P)

-Pablo Mendoza (T)

-Andrés Chávez (T)

-Victoriano Guevara (T)

-Vicente Guzmán (P)

-José González «Judas» (B)

-Juan Corona (P)

-Dolores Baños (T)

-Soledad Gómez (T)

-Manuela García (T)

-Mariano González «La Monja» (T)

-Antonio Duarte «Cúchares» (T) (español)

-Francisco Torregosa (T)

-Ignacio del Valle (B)

-José Delgado (B)

-Antonio Campos (B)

-Manuel Lozano García (B)

-José Arenas, de Chiclana (P)

-Juan Trujillo, de Jeréz (P)

-Pilar Cruz (P)

-Diego Olvera (P)

-Tomás Rodríguez (B)

-Magdaleno Vera (P)

-Refugio Macías (Picadora)

-Ignacio Gadea (O) (banderilleaba desde el caballo)

-Serapio Enríquez (P)

-Antonio Cerrilla (O) (desde el caballo)

-Fernando Hernández (T)

-Lorenzo Delgado (B)

-Joaquín López «El Andaluz» (B)

-Lázaro Sánchez (B)

-Francisco Soria «El Moreliano» (B)

-Tomás Rodríguez (B)

-Manuel Gaviño (B) (hermano de Bernardo)

-Esteban Delgado (P)

-José Ma. Castillo (B)

-Lázaro Caballero (P)

-Antonio Escamilla (P)

-Antonio Rea (P)

-Cenobio Morado (P)

-Francisco Cuellar (B)

-Joaquín Pérez (B)

-Alejo Garza, «El hombre fenómeno» (O) (se le llamaba así por faltarle los brazos y realizar durante sus participaciones una diversidad de actos y de suertes inverosímiles).

-Ireneo Méndez (B)

-Ángeles Amaya (T)

-Mariana Gil (T)

-María Guadalupe Padilla (T)

-Carolina Perea (T)

-Antonia Trejo (T)

-Victoriana Gil (T)

-Ignacia Ruiz «La Barragana» (T)

-Antonia Gutiérrez (O) (de a caballo)

   70 figuras -de una lista que puede aumentar- son las que conforman el espacio ya indicado y en el cual podemos apreciar la participación directa de mujeres y aquellas consecuencias del quehacer campirano que encontró extensión en los ruedos.

   Fuentes como la de Lanfranchi: La fiesta brava en…, Op. cit., T. I. p. 119-72; Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México). p. 81-124 y María y Campos: Ponciano el…, Op. cit., p. 27-87, suministran la información reunida bloques arriba.

[11] Flores Hernández: Op. cit., p. 98. Cfr. Madame Calderón de la Barca: La vida en México, durante una residencia de dos años en ese país. 6a. edición. Traducción y prólogo de Felipe Teixidor. México, Editorial Porrúa, S.A., 1981. («Sepan Cuántos…», 74)., p. 58-9.

Carta IX, fechada en enero 5 de 1840.

  1. Esta mañana temprano, día de la corrida de toros extraordinaria [a efectuarse en la Real Plaza de toros de San Pablo], aparecieron unos carteles en todas las esquinas, anunciándola, junto con ¡un retrato de Calderón! El Conde de la Cortina [don José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina] vino poco después del almuerzo, acompañado de Bernardo, el primer matador, a quien nos trajo a presentar. Os envío el convite impreso en seda de color blanco, orla de encaje de plata y unas borlitas colgando de cada esquina, para que veáis con qué primor suelen hacer aquí estas cosas. El matador es un hombre guapo, pero de exterior torpe, aunque dicen que es de una gran agilidad y muy hábil.

[12] Calderón de la Barca: Op. cit., p. 116-19.

[13] Ibidem., p. 119.

[14] Carlos Cuesta Baquero (Roque Solares Tacubac): Historia de la tauromaquia en el Distrito Federal. 1885-1905. México, Tipografía José del Rivero, sucesor y Andrés Botas editor, respectivamente. Tomos I y II. T. I., p. 368.

[15] [B.N./F.R./C.S.C.] Caja 18, referencia 18/267. (Véase Anexo número uno).

   Este documento es una clara evidencia de la actitud feudal de Bernardo Gaviño quien se negó rotundamente a que se surtieran de toros a cuatro corridas, en el fondo, programadas por José Ma. Hernández «El Toluqueño» quien se remontó a hacer empresa en Puebla, fallando en el intento, por el bloqueo de Bernardo.

[16] Lanfranchi: La fiesta brava en…, Op. cit., T. I., p. 134.

PLAZA PRINCIPAL DE TOROS. Para esta tarde: Función a beneficio de la Cía. de gladiadores (la cuadrilla de Bernardo Gaviño). Habiendo sido contratada esta compañía para dar 14 funciones en la ciudad de Puebla, ha dispuesto para esta tarde su última corrida en esta capital, dedicada al público mexicano Los toros que se han de lidiar son escogidos a toda prueba. Se ejecutarán varios lances, difíciles y peligrosos; los coleadores darán más realce a la función, ejercitando su destreza con dos toros que se tienen separados para el efecto. Un toro luchará con los perros que se le echen; y ocho figurones montados en burro y a pie, picarán, banderillearán y matarán otro toro… (El Siglo XIX, No 171, del dom. 27 de marzo de 1842).

[17] RECUERDOS DE BERNARDO GAVIÑO. Rasgos biográficos de su vida y trágica muerte por el toro CHICHARRON en la plaza de Texcoco el 31 de enero de 1886. Versos de su testamento y canción popular a PONCIANO DIAZ. Orizaba, Tip. Popular, Juan C. Aguilar, 1888. Véase: Lecturas taurinas del siglo XIX. México, Bibliófilos Taurinos de México-Socicultur, INBA, Plaza-Valdés, 1989. (p. 97-114).

[18] Op. cit, p. 100.

[19] El Por qué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el Bachiller Tauromaquia. Habana, imprenta de Barcina, 1853, (p. 142-3).

[20] RECUERDOS DE…, Op. cit., p. 101-2.

[21] Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995., p. 36.

[22] María y Campos: Ponciano, el…, Op. cit., p. 70.

[23] Raquel Alfonseca Arredondo: Catálogo del Archivo Histórico del Distrito Federal: ramo “diversiones públicas en general”. Las diversiones públicas en la ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX, un espejo de la sociedad. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1999. 125 + 403 p. [A.H.C.M.] Ramo: Diversiones Públicas en General, T. III, Núm. inventario 798, expedientes 110 al 203, 1843-1850 (N.R. 1263 a 1285).

[24] Lanfranchi: Op. cit., p. 135. El Espectador. No 23, año I, del sáb. 18 de abril de 1846.

[25] El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal.

   Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena.

[26] Op. cit., p. 136-7.

   “PRIMERA CORRIDA DE TOROS”.-En el antiguo local se ha levantado una vistosísima plaza bajo las mismas proporciones de la antigua, la cual se halla adornada con un hermoso palco de presidencia, que fue ocupado por la primera autoridad de la República y algunos de los Sres. ministros. Los bichos fueron generalmente buenos, aunque algo jóvenes. La cuadrilla trabajó bastante bien, aunque los coleadores no fueron de los muy diestros, y los espadas, ya sea por la flojera de los animales, ya por el endeble temple de las hojas, mataron con bastante desgracia; y los picadores y chulillos fatigaron demasiado a los toros.

   “La concurrencia fue numerosísima, y tan sólo hubo que extrañarse la multitud de frutas y objetos arrojados durante la corrida en la plaza, lo que podía muy bien ocasionar algún desagradable lance a los lidiadores; y lo más digno de censura fue la lluvia de cojines que se arrojaron en el palenque mientras se lidio la última bestia, ocurrencia que debe tanto más extrañarse por hallarse presente el Presidente de la República”. (El Universal. Nº 761, del lunes 16 de diciembre de 1850).

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Archivado bajo 500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO

CALAVERAS TAURINAS. SIGLOS XIX AL XXI. SEGUNDA PARTE.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Precisamente en dicha figura, quedaron también muchas evidencias del tema taurino, de las cuales existen ejemplos tan antiguos como el que se remonta al año de

1810

   Un júbilo especial es el que comparto a continuación. En intensas búsquedas que no terminan, y gracias al hallazgo de esta ocasión, puedo mencionar que he localizado una pequeña publicación denominada: 2 Romances mexicanos del comienzo de la guerra de Independencia. Obra del Lic. Don Terencio Higareda e Íjar del que prácticamente no se tiene y por ahora, noticia alguna sobre su vida así como por su trabajo creativo. Sin embargo, en ese documento que salió de la imprenta de Mariano Ontiveros en 1810, se incluyen “Carrera militar del Cura Hidalgo” donde a ratos aparecen citas taurinas, donde el famoso torero “Marroquín”, además de sus virtudes de matar con la espada a toros bravos, era la de matar a ciudadanos muchas veces indefensos en auténticas carnicerías, como fueron aquellos capítulos oscuros durante el curso del movimiento de emancipación. Me parece oportuno incluir tanto el romance denominado “Carrera Militar del Cura Hidalgo”, como el “Corrido (Romance) del Torero Marroquín”, refiriéndose el autor a Agustín Marroquín, quien para 1811 fue uno más de los reos de insurrección en Chihuahua, mismos que fueron aprehendidos en dicho distrito, tal y como se muestra en la “Causa militar contra Miguel Hidalgo y Costilla” de 1811:

   “El presente escribano actuario. Certifique a continuación lo que consta de las declaraciones de los reos de insurrección Ignacio Allende, Juan Aldama, José María Jiménez, José María Chico, Agustín Marroquín, y Mariano Hidalgo, en comprobación de la identidad en la persona del cura que fue de Dolores Miguel Hidalgo y Costilla, y de haber éste sido uno de los principales cabezas de la insurrección y mandante de los asesinatos cometidos en la ciudad de Valladolid y Guadalajara, por copia a la letra de las cláusulas que lo acrediten, y conste de las respectivas declaraciones de los enunciados reos, el señor juez comisionado así lo mandó y firmó, por ante mí el presente escribano de que doy fe.⎯ Avella.⎯ Ante mí.⎯ Salcido”.

   Por cierto en el sumario que se formó contra todos estos reos, Marroquín declaró a pregunta expresa que le planteó Francisco Salcido el 5 de julio de ese año:

   “Que en Guadalajara fue mucha la gente europea que pereció según oyó decir; pero el declarante solo concurrió a una de cómo cuarenta y ocho sujetos poco más o menos en la misma noche en que salió de avanzada con sus ciento y cincuenta hombres para el ejército del señor Calleja, lo cual aconteció de este modo. El cura Don Miguel Hidalgo Generalísimo, y caudillo de la insurrección que se hacía dar el tratamiento de Alteza Serenísima mandó al Coronel Alatorre, que todos los individuos constantes en la lista que le entregó, y se hallaban presos en el Colegio de San Juan, los mandase sacar al silencio de la noche, y los llevase a paraje donde todos pereciesen: que en efecto los sacó y trasladó a un paraje llamado San Martín, distante como dos leguas de Guadalajara custodiándolos el declarante con su gente y la del regimiento que mandaba el mismo Alatorre, quien iba a su cabeza, y allí los degollaron a todos, y en un hoyo que hicieron dejaron los cadáveres, después de cuya operación siguieron su camino para invadir el ejército del señor General Calleja”. A la pregunta siguiente, que refiere a cuántos había degollado el declarante Marroquín por su propia mano expresa a la letra lo que sigue “Y aquí añade, que habiendo salido el cura Hidalgo de Matehuala en compañía de sus mozos, del exponente, y de los que traía en su compañía, tomando el camino del tanque de las vacas al rancho de Guachichil para el Saltillo, y encontrando en un carro dos europeos con sus familias que traían a su lado, los mandó degollar, cuya operación ejecutó uno de sus mozos”.[1]

   Finalmente, es de llamar la atención el hecho de que en el mismo juicio, Marroquín fue definido, junto con Vicente Loya, y un nombrado coronel Alatorre y otro Muñiz como “ministros de estas bárbaras ejecuciones” con lo que se entiende la extrema violencia con que actuó en el que en otros momentos era un valiente “torero”.

2-romances-mexicanos

CARRERA MILITAR

DEL CURA HIDALGO.

 

ARIETES.

 

Desde este Mirador

esta noche agradable,

seré un observador

que cante lo notable

de Hidalgo, el Campeador

del nuevo cuño, y diga

del modo que esta fiera

marchó, marchó, marchó,

y empezó la carrera

De la desolación.

De los Dolores sale,

Señores, atención:

a San Miguel el Grande

lleva la seducción;

y logra que un torero,

rapaz y carnicero

lleno de presunción:

traición, traición, traición,

gritara, y al graznido

la tropa se juntó.

Ya camina, Señores,

el nuevo Campeador,

rodeado de canalla

la mas vil y feroz:

llegaron a Zelaya,

Señores, atención;

pues grita su Excelencia,

“ladrón, ladrón, ladrón,

“que viva la rapiña

“y muera el Español.

Aquí se alarman todos,

porque es la Capital

de la Excelencia nueva

que nos viene a ilustrar:

aquí también descuella

la doctrina infernal,

que con sagacidad

quitó, quitó, quitó,

a los Indios la paz

que España les plantó.

Ya todo es confusión:

la doncella: ¡qué horror!

la viuda: ¡compasión!

todo el pueblo lloró:

¡terrible! ¡amargo día

se erigió la anarquía!

solo se oyó esta voz:

furor, furor, furor,

a Guanaxuato todos,

y muera el Español.

Se mete allí, Señores,

toda la rebelión

de la chusma rebelde,

¡estragos! ¡división!

Matan al Intendente,

¡furor! ¡gritos! ¡terror!

se destroza la gente,

¡dolor! ¡dolor! ¡dolor!

Aquí fue Guanaxuato,

Aquí fue: ¡se acabó!

Ensangrentado el tigre

tirano, Cura Hidalgo,

de aquella suerte sigue

corriendo como galgo:

la seducción le rinde

los pueblos que ha pisado,

y así glorioso dice:

“valor, valor, valor

“un torero me sigue,

“y me alaba un traidor.

Por esto muy ufano

en un caballo altivo,

fogoso y placentero

se ríe del mundo entero,

señoreándose esquivo:

con la bandera en mano

los Indios al estribo,

llegó, llegó, llegó,

hasta el pueblo cobarde

que solo se entregó.

Señores, atención:

ya está en Valladolid,

ya el Obispo se huyó

temeroso del tigre

que á nadie perdonó;

pero ya no hay temor,

no hay que tener cuidado,

valor, valor, valor,

Valladolid ha sido

triunfo de la traición.[2]

¡Albricias! se triunfó

gritaba el Cura Hidalgo,

luego que lo saqueó:

y que hizo: ¡pero callo!

¡no se ofenda el pudor!

sigamos, atención,

que llega lo bonito;

giró, giró, giró,

contra México ingrato

que no lo proclamó.[3]

Señores, ya llegó

al Monte de las Cruces

por Toluca, y halló

un banquete de balas

que allí le preparó

México y su Virey:

¡albricias! ya tragó;

tragó, tragó, tragó,

¡fuego! Lo que era suyo

el Diablo se llevó.

Una tropa aguerrida,

un Truxillo veloz,

un Mendivil activo,[4]

lanzeros: ¡qué sé yo!

lo que el Señor Venegas

allí le remitió:

solo sé que encontró

valor, valor, valor,

su castigo el malvado,

fuego la seducción.

¡Abur Seor (sic) general!

¡Abur Seor seductor!

¿Dó está la semillita

que á los tontos venció?

¿Dó está la seducción?

¿Dónde está aquel torero?

¿Dónde el orgullo? ¡horror!

¡cayó! ¡cayó! ¡cayó!

de la cima soberbia

el maldito Dragón.

Vivan los Mexicanos,

Truxillo, las tres Villas,

los Milicianos vivan,

los lanzeros de Yermo,

todos los otros digan:

viva México entero,

el gran Venegas viva;

viva, viva, viva,

para eterna memoria

de la lealtad patricia.[5]

¿Pero qué veo? Señores,

Hidalgo se reanima,

y sigue su carrera

la Excelencia pasiva.

la tropa de Calleja

dizque ya se le arrima:

¡Abur! La Comadreja

llegó, llegó, llegó,

a donde no hará letra

su rabo seductor.

El Señor Brigadier,

¡Españoles, valor!

el inmortal Calleja

dicen que llegó ayer

a los campos de Aculco

con una tropa vieja,[6]

y ya empezó la guerra;

valor, valor, valor,

Españoles, al arma,

muera la seducción.

Así fue, ya tronó;

¡Abur, el equipage (sic)!

¡once coches perdió!

ciento veinte caxones (sic)

de pólvora infernal!

¡la gente! ¡los cañones!

¡todo se le quitó!

¿qué tal? ¿qué tal? ¿qué tal?

esta fue la carrera

de Hidalgo el General.

 

Terencio Higareda e Íjar.[7]

CONTINUARÁ.


[1] Archivo General de la Nación, ramo “Historia”, Vol. 595, f. 51 y 51v.

[2] Entre las mentiras que sembró en Valladolid, se dice que aseguró que había rendido a México su Capitán Allende, y que por esto no lo acompañaba.

[3] Alude a que estando Hidalgo en Zelaya dixo: me la han de pagar los Mexicanos.

[4] Dice el autor: Véase la Gazeta extraordinaria de la guerra del Monte de las Cruces, en que el Señor Truxillo alude al inmortal Mendivil y demás tropa.

[5] La posteridad alabará según corresponde la fidelidad y lealtad de todo el pueblo de México, que aquellos días en que temió la entrada de los enemigos, solo pensaba en acabar co ellos en compañía de su Virey, nuestro amartelado Venegas. Yo ví un trozo de más de quarenta en mi barrio, y a una voz gritaban: vamos al campamento a hacer la guerra a esos demonios.

[6] Alude a que Hidalgo llama especies viejas las que se han escrito contra él, y así corresponde que nosotros llamemos viejos a los soldados que lo han vencido. = L.F.E.

[7] 2 Romances Mexicanos del comienzo de la guerra de Independencia. Impresos en México por Mariano Ontiveros en 1810. (…) Con superior permiso. En la Oficina de D. Mariano Ontiveros, año de 1810. 8 p. La portada del impreso es un trabajo ex profeso, realizado a mano, quizá por el propio autor, del que no aparece su crédito en la obra, ¿o es que Terencio Higareda e Íjar quiso pasar o atribuirse como el autor encontrando en dichos versos la versión anónima? Además, me parece que los bocetos a tinta que fueron hechos en forma deliberada, no tienen ni por asomo, nada que ver con el estilo de la época, tanto en rasgos, como en el uso de la tinta. El exagerado adorno con que están hechas una y otra portada pareciera que fueron hechos en otro momento, totalmente distinto al de la publicación, por lo que es probable que en principio pudiera tratarse de obras anónimas, y que con alguna astucia el propio Higareda e Íjar supo aprovechar con sumo beneficio de su persona y autoría.

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CALAVERAS TAURINAS. SIGLOS XIX AL XXI. PRIMERA PARTE.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Próximos ya los días en que habrán de recordarse a los “fieles difuntos”, considero importante traer hasta esta sección un pequeño aporte, el que he realizado para aumentar el valor de una de mis investigaciones. Me refiero al “Tratado sobre la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI”. En su Anexo N° 12, el tema abordado fue el de las “Calaveras taurinas”. Del mismo comparto las notas introductorias, en espera de que sea del agrado de los lectores.

ahtm_31_pmt_anexo-12_portada

José Francisco Coello Ugalde: “Nuevos compendios para el Tratado sobre la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI. Décimo segundo anexo. México, 2013. 204 p. Ils., fts., facs. (Inédito). (Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 31, Anexo 12).

INTRODUCCIÓN.-

   La mayoría de las fuentes que se ocupan por estos días de “muertos” para dar cobertura al curioso quehacer de las “calaveras” como creación literaria, han dado un dato que se convirtió en copia múltiple y por allí anduvo, hasta en la “red”, pero que no pasa de ser una información sin mayor aporte hasta en tanto no se hagan presentes las referencias de donde proceden. Todas, sin excepción mencionan el hecho de que las primeras evidencias, proceden de un periódico publicado en Guadalajara, Jalisco hacia 1849 y que se llamó El Socialista. Sin embargo, no hay, ni por casualidad una sola muestra de tales “creaciones”. En ese sentido, me encontré entre muchas notas, la que reproduzco a continuación:

 Calaveras literarias, manifestación de la cultura popular

Por OrgullosamenteMexico.mx 30/10/2012 01:00:00

catrina

Surgieron con la finalidad de criticar el contexto social de la época

   En estas fechas y como cada año nunca faltan las tan llamadas calaveras literarias, que son versos compuestos en vísperas del día de Muertos cuya actriz principal es la muerte, escritos satíricamente con la finalidad de burlarse de alguna persona o situación (política, social o cultural).

   Anteriormente conocidos como panteones, estos versos nacieron a finales del siglo XIX a modo de epitafio burlesco y como forma de expresión de ideas o sentimientos que en otras oportunidades sería difícil decir. Conforme pasó el tiempo estos escritos se transformaron en sátiras sociales del contexto mexicano, por lo que fueron frecuentemente censurados o destruidos en la época colonial, ya que, por lo dicho anteriormente, también servían como medio para articular descontento con los políticos de la época.

   No obstante, hubo quien le vio el lado útil a la escritura en verso y la utilizó a favor de algunos personajes, alabando las virtudes de los calavereados y desnaturalizando, por lo tanto, el sentimiento crítico por el cual se formó originalmente.

   Cabe mencionar que las primeras calaveras literarias impresas, aparecieron en 1849 en el periódico El Socialista, de Guadalajara, que editaba el médico italiano José Indelicato.

   A pesar de su censura, hoy en día dichos versos literarios forman parte de la cultura popular de los mexicanos, utilizados principalmente como forma de comunicación y expresión. Ya sea para alabar o criticar, la calavera literaria es solicitada en escuelas, instituciones públicas y diferentes sectores de la sociedad, al punto de ser publicadas en los principales medios de comunicación en México; de hecho existen muchos concursos de calavera, en los que los participantes dan rienda suelta a su imaginación sin perder el  sentido literario de las mismas.

   Los breves poemas son dirigidos a familiares, amigos o compañeros de trabajo,  y pueden ser creados por el pueblo para burlarse en vida de los políticos ladrones, los funcionarios corruptos y de la propia muerte. Lo usual en estas composiciones es que sean ligeras o muy irreverentes, sin consideración a la jerarquía social o a la importancia política de los personajes representados.

   A los dibujos caricaturescos, descarnados, huesudos, cadavéricos que suelen acompañar los versos son conocidos con el nombre de La Catrina o Calavera Garbancera, figura creada por José Guadalupe Posada y bautizada por el muralista Diego Rivera.[1]

   Sin embargo, el tema puede ir más allá de este solo apunte sin mayor trascendencia que se repite como lugar común, hasta el hartazgo sin aportar más que un dato que bien podría servir como tarea escolar y no otra cosa.

   Interesado en encontrar información de mucho mayor valía, pude localizar una tesis que, para obtener el grado de Maestro en Letras Españolas, presentó Rodolfo Gutiérrez García ante la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en octubre del 2000.

   Su autor, define en principio que es necesario acudir a elementos de historia prehispánica para ir conformando un perfil más definido sobre la “concepción de la muerte, del fenómeno como tal, y la actitud ante la misma del antiguo pueblo mexicano”. En ese sentido, no hay mejor ejemplo que en los tzompantli, que no es otra cosa que la concentración de calaveras, resultado de la decapitación, práctica de uso común entre grupos prehispánicos que demostraban con ello una forma de honrar a los dioses.

tzompantli

Este tzompantli se encuentra emplazado en la zona arqueológica del Templo Mayor, en la ciudad de México.[2]

   Entre los célebres poetas que dedicaron su atención a este tema se puede encontrar a Nezahualcóyotl, el cual dedica buena parte de su obra a trascender la muerte.

¡En buen tiempo venimos a vivir!…

¡En buen tiempo venimos a vivir,

hemos venido en tiempo primaveral!

¡Instante brevísimo, oh amigos!

¡Aún así tan breve, que se viva!

 

¡Instantes brevísimos, oh amigos!

¡Aún así tan breve, que se viva!

¿A dónde iremos?

¿A dónde iremos

donde la muerte no existe?

Mas ¿por esto viviré llorando?

Que tu corazón se enderece:

aquí nadie vivirá para siempre.

 

Aún los príncipes a morir vinieron,

hay incineramiento de gente.

Que tu corazón se enderece:

aquí nadie vivirá para siempre.[3]

   Más adelante, el autor refiere, ya en términos del periodo virreinal que:

Para los mexicanos de la etapa colonial, la muerte también era tema de sus escritos. En el año de 1792 se publicó en la Nueva España: La portentosa vida de la Muerte, emperatriz de los sepulcros, vengadora de los agravios del Altísimo y. muy señora de la humana naturaleza, escrita por fray Joaquín Hermenegildo Bolaños. Dicha obra se proponía recordarles a los hombres la Muerte, de su proceder indiscriminado, para que reflexionaran y enderezaran su conducta.[4]

   Cabe mencionar que entre las diversas reflexiones planteadas por fray Joaquín Hermenegildo Bolaños, algunas de ellas son un buen ejemplo –en tanto antecedente-, de las figuras poéticas que, con los años adquirieron las “calaveras” como tales. En el capítulo X, aparece una redondilla dedicada a

A don Rafael Quirino de la Mata:

 Este túmulo elegante,

de un médico es evidente,

que en despachar tanta gente,

no ha tenido semejante.

Con un solo vomitivo,

que don Rafael recetaba,

al enfermo sentenciaba,

a pena de purgatorio.[5]

   En la tesis de Rodolfo Gutiérrez García fluyen los ejemplos entre la última etapa del virreinato y buena parte del México independiente, destacando dicha actividad en el actual estado de Nuevo León, espacio geográfico que fue basamento para la investigación. También no deja de ocuparse de su construcción estrictamente literaria, así como la composición, misma que parte de la presencia de elementos como el metro, la sinalefa, la sinéresis, la diéresis, el hiato, la sílaba adicional, la rima, la acentuación que sin ellos, las “calaveras” serían “calaveradas”. (me quedo en la pág. 37).

   Su siguiente planteamiento deposita todos estos versos en la construcción de los corridos, de los que apunta:

Los corridos son poemas épico-lírico-narrativos integrados por varias estrofas relacionadas y dependientes entre sí. el corrido es de una pieza, tiene sentido completo, presenta un esquema fijo: una introducción donde se pide la atención de los presentes, seguido de una narración de sucesos y termina con una despedida, agradecimientos.[6]

CONTINUARÁ.


[1] Disponible noviembre 5, 2013 en:

http://orgullosamentemexico.mx/permalink/3127.html

[2] Disponible noviembre 8, 2013 en:

http://www.taringa.net/comunidades/taringamexico/5149756/Acatitla-Cuento-Propio.html

[3] Rodolfo Gutiérrez García: “Las Calaveras: Función social; investigación hemerográfica”. Universidad Autónoma de Nuevo León. Facultad de Filosofía y Letras. División de posgrado. Tesis presentada por (…) en opción al grado de Maestría en Letras Españolas, octubre del 2000. 112 p. Ils., p. 3.

[4] Op. Cit., p. 4-5.

[5] Ibidem.

[6] Ibid., p. 37.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XI). PARTICIPACIÓN DEL GANADO BRAVO DE ATENCO DURANTE EL SIGLO XIX MEXICANO Y LOS PRIMEROS AÑOS DEL XX. (1815 – 1915).

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XI). PARTICIPACIÓN DEL GANADO BRAVO DE ATENCO DURANTE EL SIGLO XIX MEXICANO Y LOS PRIMEROS AÑOS DEL XX. (1815 – 1915).[1]

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

JUSTIFICACIÓN A ESTE APARTADO.

   Habiendo iniciado esta fascinante aventura allá por 1985, cuando me di cuenta de la importancia que cobraba día a día el protagonismo de tres historias entrelazadas: la hacienda de Atenco, Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz, hoy, a 25 años de haber realizado ese “periplo”, tengo muy claro diversos aspectos que pretendo desarrollar aquí como un balance de todo ese quehacer. Fue necesario para ello realizar una exhaustiva revisión a diversas fuentes y luego, ya con todos los datos reunidos al respecto, concebir tres diferentes trabajos[2] que quedan concluidos de manera definitiva. Y lo digo así, contundentemente, puesto que puedo afirmarlo sobre el hecho de haber reunido si no toda, al menos sí la mayoría de la información que me permitiera generar una serie de conclusiones al respecto.

atenco-entrada-a-la-casa

Vista de Atenco N° 6. Col. del autor.

   En el caso particular aquí planteado, tengo que establecer algunos parámetros que permitan entender la dinámica a que fue sometida la rigurosa reunión de datos, misma que, por razones de ajuste viene a integrarse como un capítulo más de la tesis doctoral, no previsto en su idea original; más bien como un agregado posterior, alterando, pero enriqueciendo al mismo tiempo dicha investigación.

   Nunca imaginé que, como resultado de tan acuciosa revisión, tuviese reunido más de un millar de informes sobre la presencia de esta hacienda ganadera en el periodo 1815-1915, por lo que me parece oportuno presentar a continuación algunos aspectos interpretativos.

   A este trabajo podría denominarlo también como “… de los mil… encierros de Atenco”, como si me refiriera a la genial octava sinfonía “De los mil”[3] de Gustav Malher, monumental en sí misma, y que así se conoce por el hecho de que debe ser interpretada por 850 cantantes y 171 instrumentos que constituyen el gran orgánico que merece considerarla así.

   En el balance general que debo plantear, existe un importante conjunto de condicionantes que nos van a permitir entender la dinámica de esta hacienda ganadera misma que, por su capacidad primero. Y por su extensión después, (incluyendo los diversos conflictos que enfrentó), la capacidad para cumplir con todos y cada uno de los compromisos establecidos, mismos que aquí se relacionan.

   A lo largo de esta complicada revisión, entre bibliográfica y hemerográfica, sin dejar de incluir la del documento de archivo, carteles o impresos, puedo adelantar el siguiente balance:

1.-Que de una primera etapa de revisión hecha entre 1985 y 2006, se contaba únicamente con los datos reunidos en la tesis doctoral, además de aquellos tomados de las biografías de Ponciano Díaz Salinas y Bernardo Gaviño y Rueda. Para entonces, uno y otro mostraban los siguientes números:

De la tesis doctoral: 523 encierros.

Bernardo Gaviño: 532 festejos, de los cuales, 322 correspondían a ganado de Atenco;

Ponciano Díaz: 352 festejos, de los cuales, 35 correspondía a ganado de Atenco.

   Hoy día, en este último balance, el resultado es como sigue:

De la tesis doctoral: 1177 encierros (mismos datos que se encuentran reunidos en el presente trabajo);

Bernardo Gaviño: 725 festejos, de los cuales, 391 corresponde a ganado de Atenco;

Ponciano Díaz: 713 festejos, de los cuales, 75 corresponde a ganado de Atenco.

2.-Ahora bien, del balance a que me refiero, y para poder entender algunas de sus circunstancias, se aplicaron para ello varios criterios de justificación, a saber:

a)Cronológico. Originalmente estaba previsto todo el siglo XIX. Sin embargo, dado que sólo se encontraban datos hasta 1815, decidí desplazar el rango a 1915, mismo que ahora tiene el presente trabajo.

b)Gráfico y estadístico, contando para ello con varias tablas:

            b.1)La general, que diera en un gráfico de barras la presencia anual de los encierros en su conjunto;

            b.2)La particular por población, ciudad o país (sabiendo que no fue México el único país donde se lidió dicho ganado, sino también en Cuba, Guatemala y los E.U.A.);

            B.3)La de las plazas donde fueron lidiados;

            b.4)La de los toreros que los enfrentaron;

            b.5)La de carteles o comparecencia sin datos;

            b.6)Otros no previstos.

3.-Los criterios o síntomas que debieron producir ausencia de datos concretos, tales como:

a)Antihispanismo;

b)Antitaurinismo;

c)Periodos de prohibición o de irregularidad en la integración no sólo de carteles, sino de temporadas más o menos estables;

d)Posturas ideológicas o políticas de la prensa, reflejadas en el hecho de que mientras un periódico sí reportaba el cartel de cierto festejo para una fecha determinada, otro no lo hacía, aún a pesar de que en la sección de avisos, diversiones o diversiones públicas sí aparecieran otros datos que correspondían, en todo caso a funciones de teatro, pero no de toros;

e)La natural repugnancia en la mayoría de las notas. El ejercicio de la crónica fue dándose lentamente y en otro sentido, es claro encontrar en posturas contrarias, como la de Guillermo Prieto y Enrique Chávarri en El Monitor Republicano por ejemplo, la crónica en sentido favorable o desfavorable, según aparecieran sus apuntes diaria o semanalmente, y

f)Omisión de datos.

4.-La irregularidad en los festejos y su poca formalidad, en apego a la costumbres a ciertas normas, formó una idea de la poca seriedad en la organización del espectáculo en su conjunto.

atenco-la-capilla2Vista de Atenco N° 7. Col. del autor.

   Sin embargo, con el balance alcanzado puede tenerse una idea del significado que alcanzó a tener esta hacienda ganadera, que no alcanzó, por otro lado El Cazadero, hacienda que ni siquiera le iba a la zaga, pero que era con la que más encuentros tuvo a lo largo del siglo XIX.

   Ahora bien, a raíz de la exploración documental que se llevó a cabo, es preciso puntualizar que los valores se modificaron, por lo que ello significó la necesaria adecuación en los tres trabajos que se convirtieron en fuente original de información. Además, los datos se enriquecen con la evidencia gráfica de carteles e inserciones periodísticas, así como por la presencia de nuevas poblaciones y otros protagonistas que participaron a lo largo del siglo XIX mexicano. Es de hacer notar que la preponderancia de la hacienda de Atenco se elevó significativamente en el número de participaciones con el ganado que se enviaba a las plazas, así como por datos de su presencia no sólo en el país; también en el extranjero. Por lo tanto, como ya se sabe, el número se elevó a 1177, resultado de una minuciosa revisión. Es de lamentar que la prensa, en dos distintas corrientes y tendencias, así como por los intereses creados a su alrededor, no haya sido un elemento donde quedaran plasmados esos datos contundentes y comprobatorios alusivos al asunto aquí tratados. Esa “oscuridad” en los registros sobre diversiones como las corridas de toros dejen ver que el espectáculo no gozaba de buena reputación, fundamentalmente por razones en las que la empresa en turno estaba detentada por personajes “non gratos” o posicionados en una condición política de privilegios, lo cual también era reflejo de que los periódicos demostraran o minimizaran aquella actividad lúdico-comercial.

fierro-quemador-y-divisa_atenco

Fierro quemador de Atenco con la divisa y sus colores que la distinguen: azul y blanco.

   Uno más de los efectos era la caótica composición de la corrida, pero sobre todo, con motivo de que seguía siendo un legado de herencia española y por el hecho de conservar fuertes síntomas de barbarie y retroceso, cuestionables a los ojos de mentalidades más avanzadas, que sellaron un pacto con el progreso. Asimismo, no debe olvidarse que a esa importante cantidad de festejos asistieron personajes de la política que impusieron sus reglas, o sus tendencias políticas que afectaban seriamente los intereses de una prensa limitada en su libertad de expresión, así que ignorando los entornos donde se movían dichos personajes, generaban su propio campo de difusión. Es curioso que durante la celebración de una corrida, el registro se diera en un periódico pero en otro no, lo cual conlleva un significado de circunstancias como las referidas aquí.

   El rubro de las diversiones públicas ocupó, en términos de avisos e inserciones un espacio destacable, pero son las corridas de toros uno de esos elementos que no gozaron de buena reputación. Tan es así que en las notas aisladas que se publicaron al respecto, era notorio el rechazo con que se redactaba y salvo la apertura de algunos, se publicaban comentarios, sobre todo cuando se exaltaba el hecho de que la finalidad del festejo fuese con fines benéficos. De ese modo, y hasta antes de la aparición de la que se cree es la primera crónica taurina (El Orden. Nº 50, año I, del martes 28 de septiembre de 1852, correspondiente al festejo de dos días atrás en el Paseo Nuevo) la postura mediática era radical; dejándose notar el repudio a tal “diversión” pero sobre todo al hecho de lo que apuntaba líneas atrás; es decir, al rechazo a una herencia española que quedó grabada en el imaginario colectivo del nuevo país, al punto de su pervivencia y permanencia hasta nuestros días.

   Finalmente, debo mencionar que las ciudades o poblaciones a donde fueron lidiados los toros de Atenco, son entre otras, las siguientes:

   Desde luego, las plazas de toros en la ciudad de México como el Paseo Nuevo, San Pablo, y luego la de Bucareli, Paseo, Colón, Mixcoac, Tacubaya, la “Bernardo Gaviño”, y la de San Agustín de las Cuevas, en Tlalpan. También la “México” de la Piedad, la de la Villa de Guadalupe, Chapultepec y “El Toreo”. En el estado de México, las de Toluca, Amecameca, Tenango del Valle, Tenancingo, Texcoco, Calimaya, Zinacantepec, Santiago Tianguistenco, Cuautitlán, Tlalnepantla y el Huisachal, Mineral del Oro y San Bartolo Naucalpan. En Puebla, la de la ciudad capital. Pachuca, Hidalgo; en Veracruz, tanto la del puerto como en Orizaba. En Cuernavaca, Cuautla y Miacatlán. San Juan del Río, y la “5 de mayo” en Querétaro; León e Irapuato, Guanajuato; Morelia y Zitácuaro, San Luis Potosí, Monterrey, Nuevo León, Nuevo Laredo, Tamaulipas; y Saltillo, Coahuila.

   En el extranjero, cito los siguientes datos:

1895: CORRIDA VERIFICADA EN LA EXPOSICIÓN DE ATLANTA, ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA. 2, 3, 4, 5, 6 y 7 de diciembre

1897: PLAZA DE TOROS “CARLOS III”, LA HABANA, CUBA.-Domingo 25 de abril. Por primera vez se lidiaron toros mexicanos en el extranjero y fueron 2 de Atenco que estoqueó Juan Jiménez “El Ecijano”.

1898: PLAZA DE TOROS DE REGLA, LA HABANA, CUBA. 30 de enero. Existe el registro en verso de la corrida.[4]

PLAZA DE TOROS DE LA HABANA, CUBA. El Toreo, Madrid, del 28 de febrero de 1898, p. 4, aparece el siguiente e interesante dato:

    Habana.-De la corrida que se celebró el día 20 del actual se nos comunica por cablegrama el siguiente dato:

   “Se lidiaron tres toros de Miura y tres de Atenco, que no dieron buenos resultados.

   La corrida fue organizada por la colonia vasco-navarra.

   “Mazzantini, que mató los seis toros, logró cumplir. (En realidad, alternó con él José Centeno).

   “Al quinto lo banderilleó, siendo muy aplaudido”.

1907: PLAZA DE TOROS EN GUATEMALA. En El Toreo, Madrid, del 25 de febrero de 1907, p. 4, aparece la interesante nota que a continuación reproduzco:

 Guatemala 17 de febrero.

   Los toros de Atenco (4) fueron buenos y despenaron seis caballos.

   “Saleri” lanceó muy bien de capa los cuatro toros, escuchando palmas.

   A dos de ellos les puso banderillas al quiebro, siendo ovacionado.

   Y, por último, mató los cuatro bichos con tanta habilidad, que el público le sacó de la plaza en hombros, hasta dejarlo en el carruaje que le había de conducir al hotel.

el-toreo_17-11-1920

Revista El Toreo, año III Nº 78, del 17 de noviembre de 1920, p. 2 a.

   Y luego, como balance final de este amplio estudio, incluyo a continuación las

CONCLUSIONES.

   Al concluir este extenso trabajo, la sensación que queda al respecto, es la de considerar a la hacienda de Atenco como una de las unidades de producción, agrícolas y ganaderas más importantes en el curso del siglo XIX (junto con la deliberada extensión que el presente trabajo le da hasta 1915) en este país. Tal cantidad de encierros que corresponde al número de 1177 deja claro el nivel de importancia, pero sobre todo de capacidad en cuanto al hecho de que, al margen de los tiempos que corrieron, y de las diversas circunstancias que se desarrollaron a lo largo de esa centuria, sea porque se hayan presentado tiempos favorables o desfavorables; ese espacio fue capaz de enfrentar condiciones previstas o imprevistas también.

   Por tanto, y aquí concluyo, es bueno destacar lo significativo del asunto. No estamos ante una casualidad. En todo caso, Atenco se convirtió en toda una realidad y con todo el recuento logrado de manera puntual y a detalle, queda más que comprobada su hegemonía y trascendencia que hoy, a poco más de cien años vista, se reconoce en su auténtica dimensión.

CONTINUARÁ.


[1] NOTA ACLARATORIA: Tras exhaustiva investigación a fuentes bibliográficas, hemerográficas, de archivo; colecciones particulares y carteles, concluyo que en el periodo de un siglo de revisión, fue imposible localizar datos en 16 distintos años relacionados con los toros de Atenco; a saber: 1816-1817, 1819-1823, 1828-1829, 1831-1832, 1835-1837, 1839, y 1845.

[2] José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

–: APORTACIONES HISTÓRICO-TAURINAS MEXICANAS Nº 13, SERIE: BIOGRAFÍAS TAURINAS, Nº 2. “Ponciano Díaz Salinas, torero del XIX, a la luz del XXI. (Ampliado al año 2010). Biografía. Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales de: Daniel Medina de la Serna, Isaac Velázquez Morales y Jorge Barbabosa Torres”. México, 2010, 383 p. Ils., fots., cuadros. Inédito.

–: APORTACIONES HISTÓRICO-TAURINAS MEXICANAS Nº 16. “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia. Tesis que, para obtener el grado de Doctor en Historia presenta (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia, 2007. 251 p. + 134 de anexos. Ils., fots., maps., cuadros.

[3] Monumental sinfonía coral compuesta entre junio y agosto de 1906 y orquestada y finalizada en la primera mitad de 1907. Estrenada en el Neue Musikfesthalle Múnich el 12 de septiembre de 1910, fue el mayor éxito del compositor durante su vida.

[4] Mismo que más adelante se incluye en su totalidad. (N. del A.)

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (X). Esplendor y permanencia en Atenco: 1815-1900. (2 DE 2).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Como una manera de recordar los perfiles y significados que proyectó la hacienda de Atenco, incluyo a continuación algunas de sus consideraciones principales, en momentos en los que se desarrolla el período que he considerado como de esplendor y permanencia.

   La hacienda de Atenco, además de dedicarse a las cuestiones eminentemente ganaderas, como una manera de complementar y diversificar sus actividades, incluía la labor agrícola: siembra de maíz, trigo, haba y en menor escala otras semillas.

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Vista de Atenco N° 4. Col. del autor.

   Atenco era llamada también El Cercado (tal vez este nombre se originó por la cerca que levantaron para deslindar y controlar los ganados, evitando así que éstos invadieran terrenos aledaños: “En Toluca y Tepeapulco, donde se oponían densamente indígenas y ganados, se levantaron cercas para impedir la entrada de los animales en las sementeras”). También se le llamó La Principal, por ser la que ejercía el control administrativo. Tenía como Anexas las haciendas de San Antonio, Zazacuala, Tepemajalco, San Agustín (donde por cierto se dedicaba a la cría de ganado vacuno), Santiaguito, Cuautenango, San Joaquín, así como la vaquería de Santa María, y los ranchos de San José, Los Molinos y Santa María.

   Tanto la hacienda Principal como las Anexas pertenecían al distrito de Tenango del Valle y a la municipalidad de Santiago Tianguistenco, del Estado de México. Debido a cambios efectuados en la organización territorial, para fines del siglo XVIII las haciendas de Atenco (pues no se diferenciaba La Principal de las Anexas) pertenecían unas a la jurisdicción de Metepec y otras a la de Tenango del Valle.

   La hacienda Principal era la que ejercía el control, distribuía y vendía la producción y debía destinar cierta cantidad semanal para las rayas y gastos de las fincas. La forma de ejercer dicho control varió a lo largo del siglo XIX, en relación no solo con las necesidades existentes, sino también con relación al administrador en turno. Funcionaron en bloque hasta 1870-1875 en que debido a las condiciones de arrendamiento, sociedad o mediería, cambiaron las relaciones de las Anexas con La Principal y ésta con aquellas.

   El Administrador era el responsable de la buena marcha de las haciendas y quien debía mantener informado sobre las mismas al propietario, sobre todo en nuestro caso, en el que por la documentación de Atenco y Anexas aparentemente éste último no llegó a visitarlas, no obstante su cercanía con la ciudad de México. El mismo Administrador era la máxima autoridad en las haciendas y quien resolvía los problemas que pudieran presentarse. En las Anexas era representado por el mayordomo, quien en la documentación analizada aparece que percibía un salario de 20 ps. al mes. Por su conducto se efectuaban préstamos a los gañanes. “El administrador carece de todo poder para transformar las posesiones que le son encomendadas; se limita a conservarlas en depósito como un precioso legado de cuya integridad responde ante el dueño; su función se reduce a usufructuar los haberes en beneficio ajeno”.

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Vista de Atenco N° 5. Col. del autor.

   Entre los trabajadores permanentes podemos mencionar los siguientes: El administrador, sus dos ayudantes, el médico, los vaqueros, el carrocero, los sirvientes de casa, los mayordomos de las otras haciendas, el caudillo, los porteros, el velador, el mozo, y el caballerango. En la Vaquería había caporal, vaquero y pastero. Debe señalarse que de estos trabajadores no todos estuvieron empleados simultáneamente, pero los reportamos como permanentes porque durante un determinado período sí fueron estables.

   El caudillo, los vaqueros, el velador, el carrocero, el caballerango y un caudillo jubilado figuraron de 1870 a 1875. Había cinco vaqueros y a partir de 1875 se eliminó uno. Aparte del caudillo en turno, en Atenco figura un caudillo jubilado, quien a pesar de ya no desempeñar completo su oficio, tenía asignada y se le pagaba semanalmente una cantidad inferior del sueldo real, por jubilación.

   Entre los trabajadores temporales mencionamos los siguientes: el mayordomo de atajos, trojero, bueyeros, milperos, ayudantes, carretoneros, peones de a pie, colero, puerqueros, aguador, galopina, carpinteros, pastores, jornaleros, orilleros, gañanes, albañiles, techadores, herreros, peones en la ordeña, peones sueltos, en las zanjas, juntando majada y en la presa. El número de trabajadores temporales fue aumentando considerablemente.

   Según un inventario de 1755, las haciendas cultivaban maíz, haba y trigo, pero a partir del siglo XIX se incluye cebada, nabo, papa, alberjón y eventualmente frijol y alfalfa.

   Fue hasta 1830, luego de la recuperación de la hacienda tras el paso de los “insurgentes” en 1815, cuando La Principal se dedicó de hecho solo a la ganadería, de tal suerte que en la misma se llegó a criar un número considerable de ganado mayor y menor, del que se dotaba a las demás haciendas.

   La Principal estaba integrada por los potreros Bolsa de las Trancas, Bolsa de Agua Blanca, Puentecillas, Salitre, Tomate, Tiradero, Tejocote, Tulito, San Gaspar y La Loma, en lo que en general se concentraba el ganado, mientras que en otras haciendas solo había los animales necesarios para la labranza y transporte de los productos.

   Al igual que la producción de semillas, el ganado vacuno y el bravo se vendían en su mayor parte a la Ciudad de México, aunque éste también era vendido en Toluca y Tenango (1873), en Tlalnepantla, Metepec, Puebla y Tenancingo (1874). En esos años los toros muy contados, también solo se alquilaban.

   De acuerdo con las cifras de los inventarios, el ganado vacuno era el que ocupaba el primer lugar en cuanto al número y comprendía desde la cría hasta la engorda. Figura registrado como cerrero, manso, boyada y de más importancia el ganado bravo.

   Del ganado se hacía el máximo aprovechamiento, ya que o se vendía en pie, enviándose preferentemente a México. En caso de muerte, se comercializaba su carne, las pieles y el sebo que se procesaba. También se vendía su boñiga.

   Por lo que toca a la venta de ganado bravo, en la contabilidad de Atenco figuran, en una época, envíos semanales a México y Toluca, aunque además se anotan remesas a Tlalnepantla, Puebla, Cuernavaca, Tenango, Tenancingo, etc. Datos como estos son los que se analizaron bajo los criterios de volumen, método y eficacia.

   Las reses bravas poco se vendían en la región para su lidia, y excepcionalmente se vendían para alguna celebración, como fue el caso de la venta efectuada en mayo de 1857 de 23 toros y 3 novillos para las fiestas que se dieron en Santiago Tianguistenco y Tenango, vendidos en $956.00. Se sabe que también se efectuaban corridas a beneficio de alguna causa en especial, como se deduce de lo siguiente: “Siempre fueron, y siguen siendo, las corridas de toros recurso seguro para obtener rendimientos pecuniarios con qué atender a obras de beneficencia pública y privada, mejoras materiales o para otras erogaciones de índole diversa.[1]

   También se llevaban a cabo “corridas en beneficio de la ganadería de Atenco”, ya que según una anotación en los libros, al no concederse el resultado económico de la efectuada el 10 de enero de 1856, en el inventario de reses bravas se da salida a “8 toros remitidos a México para la corrida que se dio a beneficio de la hacienda”, cargándose a $60.00 cada uno; lo anterior debido quizá a la bravura y nobleza del ganado criado en Atenco, pues hay anotación que dice que en 1874 en Tenancingo fue indultado un toro de esta ganadería. Además dicho ganado aún era lidiado en la plaza de toros de México por los años de 1940 y hasta nuestros días, reducida su presencia hasta lo más mínimo.[2]

   También se manejaba el ganado manso, en la Vaquería de Santa María donde se realizaba la ordeña. Se contaba para ello con vacas, pero también con toros padre, terneras, toretes y becerros. El ganado manso se dedicaba en su mayor parte al tiro de arados y carretas y un número limitado para engordarse y venderse como carne, puesto que se contaba con ingresos al existir varias carnicerías al interior de Atenco.

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Vista de Atenco N° 6. Col. del autor.

   Entre otros ganados se contaba con el caballar, mular y asnal. Lanar, porcino, caprino, y desde luego el vacuno en dos variedades: manso y de lidia.

   En los años de 1855, 1856 y 1874 el precio de cada toro vendido para las corridas era generalmente de $50.00 y $60.00, aunque eventualmente en el segundo año de los mencionados se llegaron a cobrar hasta $74.00. En ese mismo año las vacas bravas se vendían entre $13.00 y $18.00 y el novillo, si estaba flaco, en solo $10.00. En 1873 los toros vendidos para lidiar en Tenango se cotizaron al mismo precio que los vendidos a Toluca.

   Los animales que se devolvían de las plazas de toros, por mal juego, figuran reingresados en la contabilidad, en 1854 y 1855, en $40.00, y en 1856 y 1857 en 36 pesos 2 reales y hasta en $56.00 cada uno.

   En la misma contabilidad de 1854 aparece un cargo de 22 pesos y 7 reales, del gasto que originaron 3 corridas de toros.

   Durante el siglo XVIII antes de ser autorizado el arrendamiento debía levantarse un inventario, que era presidido por el administrador general del Vínculo y posteriormente con la presencia de varios representantes de Su Majestad se efectuaba el cambio de arrendatario. Para el siglo XIX ya no fue tan riguroso el trámite indicado. En ese siglo se tenía que destinar cierta cantidad para los alimentos que se servían a las personas que presenciaban el cambio.

   A partir de 1855 se incrementó el arrendamiento de pastos, lo que pudo deberse a la existencia de alguna Ley sobre Baldíos, que obligara a ocupar y usar los terrenos, o haberse previsto alguna seguridad para las tierras, a fin de que estuvieran ocupadas por ganados aunque fueran de arrendatarios.[3]

CONTINUARÁ.


[1] Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p. 361.

[2] El último encierro de Atenco que se ha lidiado hasta el momento, se envió a la plaza de San Miguel de Allende, Guanajuato, el 31 de diciembre de 2005. Cinco ejemplares para: José Ignacio Corral, rejoneador. A pie: Marcial Herce y Víctor Martínez.

[3] Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 h. Planos, grafcs., p. 8-146.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (IX). Esplendor y permanencia en Atenco: 1815-1900. (1 DE 2).  

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Al decidir la delimitación del espacio temporal que se indica: 1815-1900, es bajo el criterio de la más notoria presencia de esta hacienda en el desarrollo de las diversas corridas de toros, efectuadas, tanto en la capital del país como en algunos sitios del interior. Es decir, que antes y después de este período, aunque no deja de aparecer en escena, es en el rango de esos 85 años (incluso, tal aspecto lo extendería hasta 1915, con motivo de cerrar el ciclo temporal a un siglo) donde alcanza su mejor etapa: la de esplendor y permanencia, sustentada en una garantía muchas veces confirmada por empresarios y toreros que apelan al buen estilo de los atenqueños. ¿Cuál es ese buen estilo? ¿Cómo se desarrolla la actividad concreta de la crianza que les asegura a los diversos propietarios de la hacienda en ese espacio de tiempo, gozar de privilegios para hacer frente a la constante solicitud de empresarios y toreros? ¿Cuáles son los medios más comunes que se emplearon al interior de la hacienda para garantizar que las condiciones del ganado se hicieran óptimas en el ciclo antes descrito?

   El “esplendor y permanencia” en Atenco, desde mi perspectiva, se generó en una etapa que podría ser vista como de larga duración. Sin embargo, esos 85 años representan para esta ganadería un siglo redondeado. Está comprobado que algunos períodos seculares no se someten al rigor temporal que supone esa delimitación. Por ejemplo, para Eric Hobsbawm, el siglo XX empieza desde su perspectiva en 1914 y termina en 1991.[1]

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Vista de Atenco N° 1. Col. del autor.

   Y Atenco, en tanto espacio geográfico inmediato al centro neurálgico del país, tuvo el privilegio de contar algunas historias como el paso de los insurgentes en 1810, antes de la discutida batalla del monte de las Cruces,[2] o el hecho de que sus habitantes se adaptaran al nuevo sistema del registro civil, sin dejar de seguir bautizando a la población en templos y parroquias del rumbo. Esto último ocurrió durante el año de 1857, cuando fue sancionada la Ley Orgánica del Registro Civil, por instrucciones de José María Lafragua, entonces ministro de gobernación de Ignacio Comonfort, decretando esta ley la creación del registro civil y quitar esas funciones a la iglesia.

   No queda claro si aquella población, eminentemente indígena, haya tenido una idea clara sobre las permanentes crisis no solamente generadas en el arrebato de las fuerzas políticas que pugnaban alrededor del poder. También de aquellas otras sostenidas entre el estado y la iglesia, justo cuando la Constitución de 1857 no solo incorpora la Ley Orgánica del Registro Civil sino también la Ley Juárez y la Ley Lafragua de 1855; la Ley Lerdo de 1856, o la Ley Iglesias de 1857. Sin embargo, esa misma constitución ignoró la separación entre la iglesia y el estado, y entre los amagos de qué era la intolerancia de cultos y cual la tolerancia religiosa, la iglesia condenó aquel instrumento e incluso excomulgó a quienes la juraran. De ese modo, aquella carta magna terminó siendo antidemocrática.

   Ahora bien, y entrando en materia, en el cuadro número cuatro del primer capítulo se ha podido comprobar que, aunque existe un número importante de haciendas ganaderas en el territorio mexicano durante los siglos virreinales y el XIX, muy pocas son proclives a destinar parte de sus actividades a la crianza del toro de lidia. ¿Cuáles podrían ser las causas?

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Vista de Atenco N° 2. Col. del autor.

   Es posible que algunas unidades de producción contaran con un propósito bien definido por cubrir expectativas eminentemente comerciales, fundadas en aprovechar la presencia de un ganado cuya crianza está dirigida a unos fines que las ponían en lugar de privilegio, para ser llamadas a atender demandas establecidas por empresarios taurinos que buscaban entre las haciendas ganaderas, toros que sirvieran para los múltiples espectáculos programados durante el siglo XIX.

   A este complejo, se suma la infraestructura y los objetivos perfectamente definidos que pudieron mostrar ciertos propietarios al estimular, gracias a sus bien fincadas relaciones empresariales, la mencionada crianza, como un elemento que apoyó durante mucho tiempo las irregulares condiciones económicas padecidas al interior de haciendas con este perfil.

   Crianza en cuanto tal como concepto y actividad modernas, no se dará sino hasta finales del siglo XIX, justo en el momento de la incorporación masiva del pie de simiente español, que alentó la reproducción con fines que se tornaron profesionales. Antes de esto, simplemente existe un concepto donde la intuición de muchos de los vaqueros y administradores, junto con los consejos de los toreros en boga, se sumaron con objeto de buscar el mejor prototipo de ganado para la fiesta que entonces se practicó.

   Las diversas fuentes a las que he acudido, registran con notoria frecuencia el nombre de la hacienda ganadera de Atenco, por encima de otras que también gozaron de la predilección de toreros y aficionados. Al menos, desde el mes de abril de 1815 en que se detecta un AVISO AL PÚBLICO[3] hasta un cartel de 1901,[4] las apariciones del nombre de Atenco son frecuentes (que ya las veremos en el inciso “c” de este capítulo).

   Lo que ha sido una constante: la del esplendor y la permanencia se reflejan no sólo en el número de encierros lidiados, sino también en el juego o desempeño durante la lidia, lo que favorece en buena medida los factores del comportamiento del toreo decimonónico, pues deben haber sido toros que pudieron ofrecer mejores condiciones, aprovechadas por los diestros que, como Bernardo Gaviño se inclinaron por su notoria predilección. En la crónica a la corrida del 26 de septiembre de 1852 revisada en detalle en el capítulo anterior, pueden observarse características que fueron común denominador entre esos toros, tal y como lo confirma el siguiente documento, que corresponde a unos meses antes:

Cervantes, José Ma. le informa a su hermano del éxito de una corrida de toros y del entusiasmo de su afición a esa clase de diversión. Méjico, enero 26 de 1852. 1f.

   “Con mucho gusto te participo que la corrida de toros ayer ha sido tan sobresaliente que por voz general se dice que hacía mucho tiempo que no se veía igual: los toros jugaron como unos leones y á cual mejor, diez y ocho caballos hubo entre muertos, heridos y lastimados Magdaleno y otros dos picadores”.

(…)Tu hermano José María.[5]

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Vista de Atenco N° 3. Col. del autor.

   Fueron labores comunes y cotidianas durante aquellos años y en la hacienda de Atenco las de la vaqueada, así como los herraderos. Por otro lado, se tenía la creencia de que ciertos toros a pesar de su mal color, se podía disponer de ellos para jugarlos. Además, otros factores que influyeron a la buena “crianza” son los de las tierras donde pastaban dichos ganados, para lo cual los grupos de vaqueros contaban con la ventaja de desplazar de un sitio a otro para optar por este o aquel, lo cual era un factor para decidir cuáles toros se enviaban a las plazas. El río Lerma también influyó en estos aspectos, pues existían procedimientos para hacer pasar por sus afluentes las puntas de ganado, primero para aprovechar su necesaria limpieza; segundo para evitar en cierta medida la presencia de insectos y sus posibles infecciones, asuntos que fueron atenuándose con la desecación del río Lerma, intentos que tuvieron lugar entre los años de 1757, 1857, 1870, 1907 y 1926.

   En cuanto al estilo que fue peculiar en los toros de la hacienda de Atenco, hubo caso en 1864, año en el que siendo José Juan Cervantes su propietario, establece un compromiso con el entonces empresario de la plaza de toros del Paseo Nuevo, ofreciéndole garantías en cuanto al ganado de su propiedad se refiere.[6] Las 10 cláusulas representan la síntesis de la capacidad que para entonces ya había alcanzado una dedicada atención a la crianza (todavía sin el sentido profesional que comenzó a darse a finales del siglo XIX) de toros para la lidia, misma que se encuentra por encima de las otras haciendas que de igual forma nutren a las plazas para la celebración de festejos. El trabajo conjunto de vaqueros y toreros que están formados dentro del propio territorio atenqueño, o que visitan la hacienda elevan notablemente los índices de calidad que presentó el ganado. Entre esos toreros locales se encuentran Tomás Hernández “El Brujo”, junto con su hijos Felipe y José María “El Toluqueño” que, al lado de Bernardo Gaviño, Mariano González o Pablo Mendoza, y más tarde Ponciano Díaz seguramente influyeron, aportando ideas, interviniendo directamente en tareas selectivas como por ejemplo: el apartado y arreo, el enchiqueramiento o la tienta, preparación de la corrida, el traslado y embarque e incluso el desembarque en la plaza a donde eran destinados los toros.

   Dice el Manual del ganadero mexicano “que todas las grandes mejoras que han llegado a constituir distintas razas, se han alcanzado por el medio fundamental de la selección, que es la reunión de los tipos más selectos en que se encuentran especificadas las calidades que se procura desarrollar, hasta fijarlas en condiciones permanentes, como tipo característico de una raza”.[7] La selección aplicada en el siglo XIX debió traer consigo excelentes resultados, independientemente de que la catalogue como autóctona, para diferenciarla de la que a partir de 1887 elevó aquella “selección” a su nivel profesional, respecto al hecho de la introducción masiva de ganado español a las haciendas mexicanas, mismas que se aliaron a la vanguardia que se practicaba en España. Antes de esta época los métodos eran meramente intuitivos, como resultado de la cotidiana experiencia alejada de fundamentos dirigidos a buscar una selección más rigurosa que arrojara balances satisfactorios, mismos que servían seguramente para establecer principios que luego derivaban en sistemas aplicados, a los cuales se agregaban otras prácticas que, en conjunto, se utilizaban para lograr mejores resultados.

   En función de los documentos consultados en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, cuya reseña completa aparece en el Anexo número uno de este trabajo, se encuentran datos concretos que revelan la magnitud y el volumen que se llegó a tener en ciertos años en Atenco, demostrándose un cumplimiento cíclico que superaba los años críticos, al grado de igualarlos o mejorarlos. Por razones que se desconocen, es hasta el año de 1848 en que comienzan a registrarse diversos reportes por parte más de los administradores que de los propietarios.

CONTINUARÁ.


[1] Eric Hobsbawm: Historia del siglo XX. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1998. 612 p. (Biblioteca E. J. Hobsbawm de Historia Contemporánea)., p. 7. Creo que en este momento es posible considerar con una cierta perspectiva histórica el siglo XX corto, desde 1914 hasta el fin de la era soviética (…)

[2] Ocurrida el 30 de octubre de 1810, pero con el paso previo de las fuerzas encabezadas por el Brigadier D. Torcuato Trujillo y Chacón, el que dispuso que se engrosara la Caballería a su mando por lo que dispuso, que de las haciendas adyacentes, que lo son, la de Atenco, S. Nicolás Peralta, Sta. Catarina y D.ª Rosa, se le remitieran montados los dependientes, aptos de armas tomar que en ella hubiese; lo que así se verificó (…)

[3] Aunque de hecho ya existe otro “aviso al público” con fecha del 2 de febrero de 1815.

AVISO AL PÚBLICO.

No habiendo habido tiempo para forrar las Lumbreras y Tendidos a causa de los días de fiesta, se reservarán las primeras corridas de Toros para los días Jueves y Viernes de la presente Semana. En ellos y en todos los subsecuentes, se partirá la Plaza por la tropa con evoluciones diversas. Se correrán en cada día diez y seis Toros, los diez de Atengo escogidos y descansados, con la divisa de una roseta encarnada, y seis de Tenango que son de muy buena raza, también escogidos, y se señalarán con roseta blanca.

   Los Toreros se han elegido entre los que trabajaron en las corridas pasadas con aplauso, desechando los malos y reemplazándose con otros de habilidad.

   Todos los días por la mañana y tarde, será el último Toro embolado, por lo que agradan al Público los lances de los aficionados, procurándose en todo la diversión más completa sin perdonar gasto.

   El Jueves por la tarde al quinto Toro, figurarán los Toreros un convite ó merienda para plantar banderillas sentados, y concluida la corrida habrá fuegos artificiales de gusto e invención.

   El Viernes al quinto Toro, se echarán Cerdos para que los enlazen varios Ciegos, y á las seis se inflará un Globo para que todos lo vean elevar.

   La víspera de las demás corridas, se anunciará al Público la diversión extraordinaria que ha de haber en cada uno.

-Comenzarán los Toros por la mañana á las once, y por la tarde a las cuatro, advirtiéndose al Público, que la Superioridad ha prohibido a los Toreros que echen saludos y pidan galas, para que no haya emulación ni gravamen en los concurrentes, a menos que alguno quiera voluntariamente darlas, con cuyo objeto se les han aumentado los salarios.

México 4 de Abril de 1815.

Ramón Gutiérrez del Mazo (Rúbrica).

Fuente: Colección Julio Téllez García.

[4] Cartel taurino.

Características principales:

PLAZA DE TOROS “MÉXICO”, D.F.

Domingo 22 de diciembre de 1901. 6a. corrida de la temporada

6 toros de Atenco.

Matadores: Antonio Moreno “Lagartijillo” y Antonio Fuentes.

Estado de conservación: Malo.

Imprenta: Tip. José del Rivero. Victoria 8.

Colección: Diego Carmona Ortega.

[5] Véase [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA 18, referencia 18, 18/2.

[6] [B.N./F.R./C.S.C.] Caja 34, referencia 60, documento s/n).

[7] MANUAL DEL GANADERO MEXICANO. Instrucciones para el establecimiento de las fincas ganaderas, por el Dr. C. Dillmann. Obra revisada y aumentada por el comisionado de la Secretaría de Fomento Miguel García, Médico Veterinario. México, Imprenta y Litografía Española, San Salvador el Seco núm. 11, 1883. 419 p., p. 146.

Además: María Eugenia Romero Ibarra: “Manuel Medina Garduño, entre el porfiriato y la revolución en el estado de México. 1852-1913”. Tesis para optar al grado de Doctora en Historia. División de Estudios de Posgrado. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional Autónoma de México, 1996. 373 p. Ils.,  p. 120.

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