500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XII). Los aspectos cualitativos y cuantitativos que garantizaron la presencia de esta hacienda en el espectáculo taurino durante el siglo XIX.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 EL TORO DE LIDIA EN EL SIGLO XIX

   Iniciada la segunda mitad del siglo que nos congrega, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas ya a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, además de Atenco, fueron San Diego de los Padres y Santín, propiedad ambas de don Rafael Barbabosa Arzate, enclavadas en el valle de Toluca. En 1835 fue creada Santín y en 1853 San Diego que surtían de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros.

   Sin embargo, el toro mexicano fue apropiado para que Gaviño desarrollara sus aptitudes artísticas preparadas por una enseñanza adecuada recibida en España y América respectivamente. La frecuencia con que toreaba igual en las plazas de toros, que en los corrales de las “haciendas” donde había ganado bravo, fue factor para que Gaviño conociera a la perfección las condiciones de lidia que tuvo entonces el toro mexicano. Menores en pujanza, impetuosidad y bravura que las del toro español, pero siendo el nacional menos bronco y más bravo que el sudamericano que Bernardo había toreado en plazas de toros como Montevideo, la Habana o Venezuela.

   Durante el período de 1867 a 1886, tiempo en que las corridas fueron prohibidas en el Distrito Federal, y con la ventaja de que la fiesta pudo continuar en el resto del país, el ganado sufrió un descuido de la selección natural por parte de los mismos criadores, por lo que para 1887, al inicio la etapa de profesionalismo entre los ganaderos de bravo, llegaron procedentes de España vacas y toros gracias a la intensa labor que desarrollaron diestros como Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Fueron de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube y Eduardo Ibarra, los primeros toros españoles que llegaron por entonces. La familia Barbabosa, poseedora de Atenco, inicia esa etapa de mezcla entre su ganado criollo adquiriendo un ejemplar de Zalduendo para la reproducción y selección, que fueron entre otras las obligadas tareas de un ganadero de toros bravos. Por una curiosidad, puede decirse que retorna a Atenco el honor de ser la ganadería de toros con el privilegio de poner en práctica el concepto profesional para la crianza y todos sus géneros del toro bravo,[1] como se verá en el Capítulo número cuatro.

   Día a día se mostraba un síntoma ascendente cuya evolución era constante. Quedaron atrás las manifestaciones propias de aquel toreo sin tutela, clara muestra por valorarse así mismos y a los demás por su capacidad creativa como continuidad de la mexicanidad en su mejor expresión. Tras la prohibición a las corridas de toros (de 1867 a 1886) puede decirse que veinte años no significaron ninguna pérdida, puesto que la provincia fue el recipiente o el crisol que fue forjando ese toreo, el cual habría de enfrentarse en 1887 con la nueva época impuesta por los españoles, quienes llegaron dispuestos al plan de reconquista (no desde un punto de vista violento, más bien propuesto por la razón).

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Un ejemplar de Atenco a principios del siglo XX. Col. del autor.

   De ahí que el toreo como autenticidad nacional haya sido desplazado definitivamente concediendo el terreno al concepto español que ganó adeptos en la prensa, así como por el público que dejó de ser un simple espectador en la plaza para convertirse en aficionado, adoctrinado y con las ideas que bien podían congeniar con opiniones formales de españoles habituados al toreo de avanzada.

   Las nuevas alternativas solo se disponían a su indicada explotación, por lo cual el destino del toreo en México tuvo por aquellos primeros años del siglo sus mejores momentos. El ganado lo había español y nacional ya cruzado de nuevo con aquel y dándole en consecuencia gran esplendor a la fiesta.

   Ahora bien: ¿Qué es de Atenco?

   Esta ganadería tuvo épocas brillantes durante los siglos XIX y XX, pero poco a poco fue cayendo en el olvido, luego en decadencia y más tarde en una casi pérdida total. Hoy ya solo la sostienen el recuerdo y un gran entusiasmo de los sucesores de Juan Pérez de la Fuente en coordinación con el Señor Jaime Infante Azamar, su actual administrador. Su nombre ha dejado de escribirse en carteles; en la historia misma. Sus recuerdos solo forman un abigarrado conjunto de acontecimientos que han podido estar a nuestro alcance.

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Imagen tomada de la publicación Mi pueblo. Santiago Tianguistenco. Recuperando nuestras raíces. Edición Especial. 2009. Editor: E. Sergio Moreno Mc Donald.

   Por otro lado la adquisición de ese semental de Zalduendo que llegó a Atenco el año de 1894, pudo haber sido suficiente motivo para originar la leyenda de los toros navarros en campo bravo mexicano. Para Carlos Cuesta Baquero, el semental de Zalduendo (entonces ya de su viuda la Señora Cecilia Montoya) era desperdicio. La venta de aquel “toro” fue una estafa que les hizo a los Señores Barbabosa un espada, de quien no digo nombre y apodo porque ya es fallecido y hay que respetar a los muertos, como apunta Carlos Cuesta Baquero.

   Sin embargo estoy casi seguro de que quien efectuó dicha transacción fue el diestro Diego Prieto de apodo Cuatro dedos, mismo que se encargó de dicho negocio al verle jugosa ventaja en unos momentos en que muchos ganaderos mexicanos de nuevo cuño necesitaban inyectar aquella sangre a toros que manifestaban nacencia criolla, siendo el dicho señor Prieto, uno de los pocos que, además se ocuparon de fomentar a través de las mencionadas transacciones la primera época de la ganadería profesional de casta o de bravo que se desarrolló en nuestro país, desde 1887.

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Portón de la hacienda de Atenco (detalle)

ARTES DE MÉXICO. El toreo en México. N° 90/91, año XIV, 1967, 2a. época.

   Más tarde llegó al campo bravo mexicano ganado no de “casta” de Vistahermosa, sino de antigua y bastante acreditada de Cabrera y de don Rafael Laffite y Castro, bases directas, inmediatas de la ganadería del Señor Felipe de Pablo Romero. Por lo tanto ya no tienen ni el tipo ni las cualidades de lidia que tuvieron los ancestrales.

   Nos dice Joaquín López del Ramo que:

Los menudos bichos de la ribera del Ebro eran tan chicos como codiciosos y ágiles, y su personalidad diferenciada de las distintas razas bravas, las hizo gozar del máximo cartel a mediados del siglo XIX.[2]

   Por otro lado la hacienda de Santín, administrada por don José Julio Barbabosa desde 1847 mantiene su ganado sin cruza española, por lo que en las épocas del auge poncianista (la de Ponciano Díaz, torero vigente entre los años de 1877 y 1899) se le denominada como la ganadería «nacionalista». Por lo tanto, eran toros de los llamados criollos.

   El toro «Garlopo» de Santín, lidiado el 28 de marzo de 1880 en Puebla por Bernardo Gaviño, es recordado por su bravura al tomar 9 puyazos, hiriendo de muerte a 6 caballos. Al parecer lo conserva don Salvador Barbabosa García en Toluca. Dicho toro fue criado por don Jesús María Barbabosa Arzate.

   Carlos Cuesta Baquero apunta:

Haber consultado viejos papeles del Ex-Ayuntamiento con los nombres de los ganaderos españoles y el lugar de su residencia en la Madre Patria, por haber sido los vendedores de las primeras reses con las que se formaron las ganaderías establecidas en nuestro siglo (puede tratarse de las actas de Cabildo).

   Prácticamente, para el conocimiento del origen de las ganaderías mexicanas, esos documentos no tienen mayor importancia, pues no especifican cuáles camadas eran de reses bravas y cuáles no lo eran. Fueron todas globalmente enviadas con la finalidad de utilizarlas en el abasto de la Nueva España y en los servicios agrícolas. No hicieron elección de algunas para destinarlas a la diversión tauromáquica, a ser lidiadas en las plazas públicas.

   Las reses que llegaron a nuestro suelo procedieron, en su mayoría, de las regiones de Castilla, Salamanca y Navarra, y algunas también de Andalucía. Esa es la única deducción exacta y cierta, que hice por la lectura y estudio de esos legajos. Ni aún en la propia España había en esa época ganaderías exprofesamente dedicadas a la cría de toros de lidia; pues la tauromaquia, entonces, era un arte embrionario, concretándose a las suertes de rejonear a caballo. El toreo a pie aun no era establecido. Y esta manera fue la que originó la especialización de las castas de reses bravas, de ganaderías dedicadas a criar toros de lidia en México.[3]

   Coincido con el recordado Roque Solares Tacubac puesto que, como ya se ha dicho, el concepto de la ganadería en cuanto sentido profesional aún no forma parte de la vida común en la fiesta de los toros. Para España va a comenzar a fines del siglo XVIII. En México, ocurrirá un siglo después. Es un hecho de que el ganado se desarrolló de maneras muy distintas en nuestro territorio y habiendo un carácter específico para las fiestas, en todo caso, los señores dedicados a la posible selección, pudieron aplicar un criterio en el que se aprovechara cierta «bravuconería» de toros que finalmente embestían en las plazas.

CONTINUARÁ.


[1] Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 h. Planos, grafcs., h. 24-28.

   La organización de las haciendas dependía de la zona, de las condiciones climatológicas y de la administración impuesta por el administrador en turno. En nuestro caso, Atenco era La Principal y era la que controlaba directamente a las Anexas. Las haciendas, cuya producción se orientaba tanto a la ciudad de México como al consumo interno, se encontraban distribuidas de la manera siguiente:

1.-Hacienda Principal. Tenía como límites: por el norte la hacienda de Atizapán; por el sur su Anexa de Tepemajalco; al oriente la laguna -de la cual disfrutaban los pueblos de San Antonio la Isla, Almoloya y Santa Cruz- y de ahí hasta llegar al primer puente del río Lerma que estaba situado a unos cuantos pasos de la casa de la finca y desde ahí en adelante servía de límite el mismo río; por el poniente colindaba con el rancho de San Cristóbal, el cerro de Chapultepec, hacienda Anexa de Zazacuala, ahijaderos de La Concepción y llano de San Antonio la Isla (…)

2.-Hacienda de Zazacuala. Colindaba por el oriente con El Cercado de Atenco, por el norte con el pueblo de Chapultepec, por el sur con el camino real de Tenango y por el poniente con el pueblo de San Bartolito.

3.-Hacienda de Tepemajalco. Tenía como linderos al norte La Principal, al sur el llano del pueblo de San Lucas, al oriente la ciénaga de dicho pueblo y al poniente tierras del pueblo de San Antonio la Isla.

4.-Vaquería de Santa María. Era parte de La Principal. Limitaba al norte con el llano del pueblo de Santa María, al sur con San Juan la Isla, pueblo y hacienda de Cuautenango, al oriente con la ciénaga del pueblo de Techuchulco y al poniente con casa de los López, potrero de Maximiliano Martínez y potrero de los Ortiz.

5.-Hacienda de Cuautenango. Sabemos de su existencia desde 1722. Limitaba con la Vaquería de Santa María.

6.-Hacienda de Santiaguito. Sus linderos eran, al sur, Cuautenango y potreros de Tenango, al norte la Vaquería y pueblo de San Juan la Isla, al oriente la ciénaga del pueblo de Santa María Jajalpa y al poniente el pueblo de Santiaguito y camino real para Tenango.

7.-Hacienda de San Agustín. Tenía como límites por el norte el camino real de Tenango, por el sur las tierras de don Joaquín Cortina, por el oriente la hacienda de Guadalupe y tierras de Tenango y por el poniente el pueblo de Santiaguito y San Juan la Isla.

8.-Hacienda de San Antonio. De esta hacienda casi no existe información, sólo sabemos que en 1836 pertenecía a ella el rancho de Santa María y que se dedicaba al cultivo de cebada, trigo y nabo.

9.-Hacienda de San Joaquín. Esta hacienda presenta características especiales, pues sabemos que en 1722 era un rancho llamado Quautenango, que estaba situado en el Cerro y en jurisdicción y doctrina de Tenango del Valle; sin embargo, a partir de 1755 cambió su nombre por el de Señor San Joaquín y lo más importante fue que se transformó de rancho a hacienda (se desconoce qué características se requerían para pasar de una categoría a otra, pero se considera importante hacer hincapié en dichas transformaciones); aparentemente la misma suerte corrieron el resto de las haciendas. Sus cultivos eran trigo, maíz, haba y papa.

[2] Joaquín López del Ramo: Por las rutas del toro. España, Espasa Calpe, 1993. (La Tauromaquia, 38) p. 507.

[3] La Lidia Nº 53 del 6 de noviembre de 1943.

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