Archivo mensual: noviembre 2016

“ARMADURAS y PINTAS EN EL TORO BRAVO MEXICANO”.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Hace casi 130 años comenzó a circular una publicación taurina de enorme importancia. Me refiero a La Muleta (cuyo primer número salió el 4 de septiembre de 1887. El último de ellos circuló el 3 de febrero de 1889). Fue su director el notable ingeniero Carlos Noriega, que para mejor seña se apodaba Tres picos. Después de El Arte de la Lidia que encabezaba Julio Bonilla, ambas se convirtieron en referente para modificar la idea que, sobre la tauromaquia existía por entonces en nuestro país. En La Muleta número 5, fechada el 2 de octubre de 1887, un colaborador se dio a la tarea de explicar los cambios que habrían de darse en términos de identificar “Armaduras y pintas” que ostentaban los toros. Veamos a continuación, con el contexto pertinente, en qué consistieron esas adecuaciones que propiciaron la correcta identificación, misma que hasta hoy prevalece.

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Cabecera de la “Revista de toros” La Muleta. Cortesía de la biblioteca “Salvador García Bolio”. Centro Cultural y de Convenciones “Tres Marías”. Morelia, Michoacán.

   Por lo menos, hasta 1887 hubo un conocimiento empírico, aprovechado en el amplísimo espacio de la tauromaquia nacional. Y digo que “por lo menos” y también “empírico”, porque al quedar derogado el decreto que, desde 1867 había generado la prohibición a las corridas de toros en el Distrito Federal, estas expresiones se reactivaron con mucha intensidad en algunas plazas de la provincia mexicana, como también ocurrió en el ámbito rural, espacio que operó como recipiente con capacidad para recibir y procesar el toreo urbano para luego transmitirlo en ciclos continuos a las plazas de toros mismas. Ello permitió que la tauromaquia nacional se nutriera de infinidad de elementos que lograron mantener la dinámica en dicho espectáculo durante un buen número de años. Es cierto, el toreo pudo haber sufrido una recaída en términos estéticos y técnicos, pero por otro lado se cargaba de nuevos elementos que permitieron su continuidad.

   La desaparición de Bernardo Gaviño (en febrero de 1886) fue un efecto importante, pero también se pudo notar la reubicación estratégica y protagónica de Ponciano Díaz, lo que permitió que, para 1887, con esa reanudación de actividades, concretamente en la ciudad de México no tomara por sorpresa, sobre todo a quienes eran, en ese momento, potenciales aficionados a la fiesta. Para ello, hubo todo un engranaje en el que la prensa jugó un papel decisivo. A través de su difusión, fue posible encontrar las vertientes más claras sobre el tipo de tauromaquia practicada en España y México. A través de sus páginas se fundamentaron y se dieron a conocer los pensamientos de diversos tratadistas que valoraban en términos muy concretos la evolución hasta entonces desarrollada. Así también fue posible que se conocieran elementos del lenguaje que seguía formando parte no solo de los aficionados “urbanos”, sino del que llegaba e influía con fuerte carga “rural”. En ese sentido, un número de La Muleta. Revista de toros, del 2 de octubre de 1887, daba a conocer el significado que, sobre “Armaduras y pintas” privaba en el imaginario colectivo de aquella naciente etapa, que por años he visto y entendido como la irrupción del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna.

   Lamentablemente, la conservación de diversos ejemplares de esta publicación en nuestros tiempos no permite verla en forma completa. Aun así, lo que aparece en aquel número 5 del primer año de la “revista” dirigida por Eduardo Noriega Tres picos permite entender que se daba un paso adelante en las pretensiones de querer cambiar ciertos lenguajes que ahora dan sustento a esta nueva entrega para “AlToroMéxico.com”.

   Apunta el colaborador de Noriega, quien se firmaba con las iniciales P.P.T.[1] que “Conocidos de una manera clara y de difícil equivocación los verdaderos colores de los toros, según la única clasificación que debemos seguir”, pasemos a comparar esta con la que sigue y usa nuestra gente de campo”. En ese párrafo de justificación, parece advertir dos cosas: primero, que ya en el número anterior se habían tratado a detalle las diferentes denominaciones que eran de uso común, por lo menos en España, de las pintas en los toros. Y segundo, que por esa sola razón, ya era necesario usarlas de manera constante y definitiva, por lo que en estas nuevas apreciaciones que a continuación presento, ya solo iba a quedar en el recuerdo todo ese conjunto de términos que, hasta 1887 fueron común denominador no sólo de “nuestra gente de campo”, sino también de aquella que, en la ciudad empleaba de manera corriente. He aquí pues, parte de estas expresiones y luego una serie de explicaciones con que terminará su doctrina el propio P.P.T.

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   Como puede observarse al primer golpe de vista hay mucha divergencia entre unos y otros colores.

   Para ser mejor entendidos, supongamos en el redondel un toro castaño encendido, ojo de perdiz, bragado y meano; según nuestra nomenclatura se dirá simplemente que ese toro era amarillo o enchilado, ojos ribeteados.

   Supongamos otro toro, negro listón y bragado; a este se le llamaría josco o listoncillo.

   Veamos otro: castaño oscuro, ojalado; se le denominaría morado, ojos ribeteados.

   Para no cansar con más ejemplos preguntamos ¿si un revistero siguiendo la clasificación del país dice que un toro es josco, qué se debe creer? ¿Qué es listón, albardado o aldinegro?

   Nosotros, además, no tenemos frases hechas para designar a los meanos y bragados, ni a los toros berrendos con toda exactitud.

   Si con arreglo a esta clasificación se dice de un toro que es ojos ribeteados, no se sabe si es ojo de perdiz, ojinegro ú ojalado.

   Es verdad también que las voces hociblanco y hocinegro, son de significación más clara que las equivalentes españolas, pero son éstas únicamente, o cuando más alguna otra, mientras que las frases amarillo y morado aplicadas a un toro, son completamente inexactas e impropias.

   Parece con lo expuesto, quedar suficientemente comprobado que la terminología española es por todos conceptos la que en rigor debe seguirse, y por nuestra parte aseguramos que La Muleta la seguirá con toda exactitud.

   Aquí, como en España, existe la preocupación de que ciertas pintas influyen en la bravura de las reses.

   Esto no tiene razón de ser, sin embargo, las pintas oscuras son las preferidas para la lidia y recordarán los aficionados que hasta estos últimos tiempos se han visto pisar nuestros redondeles toros jaboneros y berrendos, porque se tenía el error de que los de estas pintas eran de poca sangre.

   Obedeciendo tal vez a esta preocupación, vemos por ejemplo, que los ganaderos han cuidado que sus toros sean de pintas oscuras. Así los de la vacada de Atenco son castaños con exclusión de toda otra pinta, negros o muy oscuros los de S. Diego de los Padres y lo mismo los de Santín, negros los de Ayala, castaños y negros los del Cazadero, y lo mismo los de Guanamé, Jalpam, Guatimapé, Trujillo, Piedras negras, etc., etc., pero la verdad del caso es que la bravura la da la sangre y no la pinta, que solo influye en la más o menos bonita lámina del toro.-P.P.T.


[1] Salvador García Bolio: EL PERIODISMO TAURINO EN MÉXICO. Historia. Fichas técnicas. Cabeceras. Con un prólogo de Alberto A. Bitar Letayf “A.A.B.”, Director de “El Redondel”. México, Bibliófilos Taurinos de México, s.a.e., s.p.i., 120 p. Ils., facs., p. 41. Dice García Bolio: “P.P.T” es el seudónimo del mexicano Dr. Vicente Morales. Dato que encontré en el artículo “Facetas de la Crítica” escrito por “Roque Solares Tacubac” para la revista gráfica taurina “La Lidia de México” del 23 de julio de 1943 (Año I, número 35).

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CON LOS DE “EL VERGEL”… POCO OROPEL.

CRÓNICA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   En efecto, los toros propiedad de Octaviano García Rodríguez, procedentes de la Hacienda Soledad, en Vallecillo, Nuevo León fueron ejemplares que, en conjunto no mostraron un comportamiento homogéneo. Antes al contrario, lo heterogéneo de lidia y juego de los seis que se lidiaron, arrojó un balance harto interesante que sirvió de mucho para entender no solo el arte de los toros. Sino la técnica que va aunada a aquel ejercicio. Y no es que hayan sido toros terroríficos, sino por el hecho de que la lidia –vuelvo a ese término clave-, la lidia hubo de tener algunos cambios frente a lo que la estandarización nos tiene acostumbrados.

   Con los de José Julián Llaguno en su nueva línea o encaste Domecq (vía Jandilla), los aficionados asistentes el sábado 26 a la plaza “México”, tuvieron el privilegio de reencontrarse con toros. Lamentablemente no fue lo que se esperaba… Y este domingo 27 de noviembre, la materia prima estuvo formada por un encierro justo en presentación, y donde cada uno de los seis ejemplares se desbordó en diferentes comportamientos lo cual fue de enorme utilidad para quienes se encontraban en el ruedo y para aquellos que, desde los tendidos observamos y analizamos el desarrollo del festejo.

   A Sergio Flores le correspondió un lote complicado, sobre todo su primero con el que las cuadrillas naufragaron en pésima actuación. El tlaxcalteca terminó doblándose con él, castigándole para someterlo y todavía tener algo con qué lucirse, pero no se lo permitió. Así que la labor fue de una brevedad que se agradeció. Con el quinto de la tarde, Flores tuvo enfrente a un ejemplar que parecía mansear, pero que entre sus negativas de embestir y luego hacerlo con fijeza pudo forjar una faena a la cual, y si me apuran, faltó ese ingrediente de reposo para encontrar mejor equilibrio. Sergio en algún momento estaba tan entregado que no supimos en realidad qué quiso hacer en ese instante, pero corrigió a tiempo y volvió a tomar el paso, obligando al de el Vergel a permanecer en el centro del ruedo, cuando este pretendía irse a la querencia –y que en algún momento lo logró-. Sin embargo pudo más la voluntad tlaxcalteca que se extendió en otros tantos momentos, hasta culminar con una casi entera, traserilla que derrumbó al que hizo quinto. La petición fue unánime, aunque habría sido suficiente una oreja. Sin embargo, la demanda obligó a que Jesús Morales se retractara de su decisión como Juez de plaza y de uno pasar a dos apéndices, lo que en automático generó esa especie de devaluación a lo ya sentenciado. Si la decisión de la máxima autoridad en la plaza se altera en esa forma, genera un distanciamiento más con el rigor y la justicia.

   Tanto en ese toro como en alguno más, se desató una especie de miedo colectivo entre los de a pie, pues no atinaban colocar un par de banderillas como es su obligación. Pasaban en falso, intentaban, y así lo consiguieron, colocar los palitroques con el recurso poco afortunado de la suerte de sobaquillo. Y peor aún, en angustiosas carreras pretendieron más de dos colocar un palo. Lo único que estaban causando era una pésima condición en la lidia, pues a sus carreras y pasadas en falso se agregaban más capotazos. Penosa circunstancia que soportamos, y que deben evitar en lo sucesivo.

   Fermín Rivera que carga con ese nombre, el mismo que llevó su abuelo, se ostenta como un torero a lo clásico. Le falta “romper” para convertirse en definitiva en la figura del toreo que muchos hemos esperado de él. Llevamos varias temporadas cargando con esa paciencia de santo, y hoy casi lo logra, pues consiguió además de unas lucidas chicuelinas, construir una faena en la que fue posible apreciar firmeza en el trazo, rotundidad en los remates. La estocada, casi entera tardó en hacer efectos. El toro se refugió en tablas pero no se dejó humillar para el descabello. A Fermín en tanto, se le concedió una oreja y con ella dio merecida vuelta al ruedo.

   El español José Garrido, en la confirmación de su alternativa diré que cumplió dignamente y que estuvo voluntarioso, aunque sin conectar con los tendidos salvo en algunos momentos afortunados.

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LA NUEVA EMPRESA SIGUE DE TROPIEZO EN TROPIEZO.

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Es increíble que una nueva empresa como la que actualmente regentea la plaza de toros “México” siga sin dar pie con bola. Su primer gran desacierto: subir el precio de los derechos de apartado así como el de las entradas de forma considerable. Lo anterior vino a sumarse al hecho de ofrecer una temporada con festejos sábados y domingos, y en el arranque mismo de esa temporada grande mezclar los tres últimos festejos novilleriles que fueron además un auténtico fracaso (sobre todo en balance y en entradas, las tres menores con menos de quinientos asistentes promedio). Tuvieron que echar mano de la promoción, ofreciendo el pago de una localidad –para el sábado o el domingo-. Pero el hecho es que el tenedor o quien así adquiriera su boleto, contaba con el regalo de otro como opción para uno y otro día. Y el resultado fue de miedo. Tres mil asistentes el sábado 26 y otro tanto el domingo 27. El domingo, nada más fue llegar al coso de Insurgentes y lo que nos tenía preparada la empresa era otro de esos errores que no aciertan corregir, pues consideró que en el espacio que queda en la zona de entrada, nada más uno traspasa la puerta principal de sombra, era el indicado para poner un conjunto musical, como si aquello fuera un salón de baile, con el escándalo consiguiente. Pero ese propósito no se corresponde con el espíritu, naturaleza y hasta con los usos y costumbres que han prevalecido en los festejos hasta ahora celebrados en la plaza capitalina.

   Otra falla notoria es su obsesión en programar los festejos a las cinco de la tarde. Medio festejo lo vemos con luz de día o lo que queda de este, y el resto en la penumbra, aunque con el apoyo de la iluminación, misma que, salvo cumplimiento reglamentario, todavía deja mucho que desear en términos del requisito en lúmenes obligados. El sonido también no ha sido resuelto del todo, así que persisten esos problemas técnicos que deberán ser atendidos y resueltos a la brevedad.

   Es cierto, ya se ven cambios que no son meramente cosméticos, sino de fondo. Las nuevas butacas en barreras de sol y sombra dan mejor imagen, lo mismo que los baños, a los que también ya atendieron, luego de que eran auténticos chiqueros. Se aprecia también el remozamiento en escalinatas y localidades numeradas pues eran evidentes miles de fracturas del viejo cemento. Incluso, la isóptica original prácticamente ya se perdió por la aplicación permanente de capas y más capas en los asientos de cemento, consiguiendo únicamente “tapar el ojo al macho” con lo que la solución temporal servía para salir airosos de la situación, pero no se ponía remedio definitivo al deterioro que año tras año ha venido sufriendo un inmueble de estas dimensiones y con una muy marcada antigüedad. Llama la atención el hecho de que hayan colocado una escultura de enorme formato frente a la puerta de “pases”. Por lo menos en sus características artísticas no encontramos relación alguna con tema taurino, lo cual rompe con el equilibrio del conjunto escultural que rodea a través del muro perimetral a toda la plaza

   Si bien este tipo de espectáculo no se ha renovado en ciertos aspectos. Pero por otro lado, conserva fuertemente la tradición, el arraigo, y alterarlo como lo pretenden ahora arruina o afea esa imagen tradicional. Es cierto, deben hacerse esfuerzos por tener una puesta al día, aunque para ello es necesaria la intervención equilibrada de quienes pretendan tamañas modificaciones.

   Me parece, a título personal que estos no son los medios apropiados para atraer a una afición que se ha alejado, primero por mantenerse bastante engañada, luego por los altos precios de las localidades. También por la idea equivocada (y esto corresponde directamente a la empresa)  de que se puedan llenar los tendidos al solo anuncio de carteles en los dos días finales de la semana. Y ahora hasta nos quitan el aliento con detalles como el del conjunto musical, lo cual deja mucho que desear por el solo hecho de preguntarnos a quién se le ocurrió tamaña tontería. Creo que en términos de publicidad, y publicidad muy bien pensada o diseñada, deben existir infinidad de posibilidades de crear un ambiente más propicio, afortunado, que sea dirigido a una afición constituida por nuevos y viejos aficionados con el propósito de disuadir sus sospechas y generar desde luego, con buenos resultados, el retorno o la atracción que suponga el buen manejo de campañas, dirigidas a encontrar una mejor imagen del espectáculo. Y si a todo lo anterior, la empresa decide entregarse para ofrecer el mejor producto, créanme que los resultados definitivamente van a ser otros… pero como van, todo parece indicar que los esfuerzos por mejorar la imagen del espectáculo estarán condenados al fracaso.

   Justo en estos momentos es cuando más se necesita fortalecer la imagen de la tauromaquia en México, darle credibilidad, usar mecanismos de mensaje que generen fortaleza, confianza. E incluso, hasta puede haber un punto en el que si la apuesta es tal, la empresa, con la enorme capacidad económica que tiene detrás, podría decantarse por propuestas más atrevidas (ofrecer los precios que imperaron durante la temporada 2015-2016, por ejemplo), pero sin llegar a extremos como los que se han venido apuntando hasta aquí y que devalúan o generan desaliento entre los clientes potenciales, que es la afición en su conjunto.

   Los 3 mil o 5 mil asistentes promedio que hubo este fin de semana son el resultado de un conjunto cautivo de aficionados que suelen acudir con frecuencia al espectáculo, pero la plaza tiene 42 mil localidades y no la llenan ni con la confección de los “mejores” carteles que se propusieron ofrecer.

   Hace muchos años que la plaza no registra los llenos esperados, a pesar de que ha habido carteles sumamente importantes (lo del mano a mano entre José Tomás y “Joselito” Adame se convirtió en un asunto atractivo y fallido a la vez, pues los festejos que siguieron al de tan mediática propuesta, la plaza volvió a sus medias entradas de siempre).

   Finalmente debo reiterar que seguir por ese sendero, el de abaratar y devaluar la imagen del espectáculo taurino, primero que todo va en menoscabo de la tradición misma. Y lo otro, es que urge hacerse de un buen conjunto de asesores, capaces de pretender recuperar la honra de la tauromaquia mexicana. Gente experta en mercadotecnia, campañas publicitarias (hechas por taurinos, e incluso por quienes no lo son, pero al final gente sensible), es uno entre los muchos pendientes que nos debe la nueva empresa; claro si quiere recuperar desde luego la confianza de todos sus clientes potenciales, que seguimos siendo los aficionados a los toros.

   Se ha terminado el beneficio de la duda y ahora lo único que esperamos los aficionados es un mejor espectáculo, que para organizarlo con mayor calidad deben dejarse de lado desaciertos como los que hasta aquí he referido. Mi opinión no pretende ser más que el eco de otras tantas que queremos levantar la voz y protestar, reclamar y pedir insisto calidad, no cantidad.

27 de noviembre de 2016.

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LOS EMPEÑOS DE UNA CAUSA.

A TORO PASADO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Rematada el 15 de junio de 2006, esta crónica que hoy comparto fue resultado de un contraste literario cuyo misterio resolverán los amables lectores si es que aciertan a degustarla con paciencia.

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LOS EMPEÑOS DE UNA CAUSA. Apuntes y reflexiones a la cuarta y última corrida de la temporada “torista” en la plaza “México”. Domingo 4 de junio de 2006. Ignacio Garibay, Alberto Espinosa y Jorge López (confirmación de alternativa de los dos últimos). 4 toros de Santa María de Xalpa y 2 de Barralva.

Dª. Juana Inés de la Cruz.

Convento de San Jerónimo,

Ciudad de México.

Dignísima señora:

   Con la licencia que usted me permita, quisiera informarle que he encontrado en el título de una de sus obras de teatro, para más seña, “Los empeños de una casa” el motivo de mis “apuntes y reflexiones”. En tanto comedia de enredo, ingeniosa y ágil, junto con su respectivo sainete, fue obra común de siglo tan novohispano como el XVII. Sólo que, por el hecho necesario de hacer una pequeña modificación, por el momento retiro de su título la parte correspondiente a la habitación –la casa-, para darle, tal y como lo indica el diccionario de la Real Academia española de la lengua, a la “causa” el “motivo o razón para obrar”.

   Enterado de sus notables quehaceres y más aún, de que habiendo sido representados en 1683 “Los empeños de una casa”, vaya por usted, esta sorpresa que hoy día he reunido en uno de mis trabajos capitales.[1]

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LOS EMPEÑOS DE UNA CASA[2]

SAINETE SEGUNDO

(. . . . . . . . . .)

ACEVEDO[3]

 

Silbadores del diablo,

morir dispongo;

que los silbos se hicieron

para los toros.[4]

(. . . . . . . . . .)

JORNADA TERCERA

 

ESCENA TERCERA

 

CASTAÑO[5]

 

Dame licencia,

señor, de contarte un cuento

que viene aquí como piedra

en el ojo de un vicario

(que deben de ser canteras):

Salió un hombre a torear,

y a otro un caballo pidió,

el cual, aunque lo sintió,

no se lo pudo negar.

Salió, y el dueño al mirallo,

no pudiéndolo sufrir,

le envió un recado a decir

que le cuidase el caballo,

porque valía un tesoro,

y el otro muy sosegado

respondió: “Aquese recado

no viene a mí, sino al toro”.

Tú eres así ahora que

me remites a un paseo

donde, aunque yo lo deseo,

no sé yo si volveré.

Y lo que me causa risa,

aun estando tan penoso,

es que, siendo tan dudoso,

me mandes que venga aprisa.

Y así, yo ahora te digo

como el otro toreador,

que ese recado, Señor,

lo envíes a Don Rodrigo.[6]

    Pues bien, como “empeños de una causa”, por cierto loables, se encuentra la de saludar y celebrar el esfuerzo que una vez más, la nueva empresa de la plaza de toros “México” tuvo en ofrecernos durante la temporada “torista” el elemento que nos fue negado durante años, pero manejado como si existiera: el toro. Al margen de resultados y balances, es esta especie de la raza animal la que se encontraba secuestrada y amenazada por los propios encargados de dar forma al espectáculo. Claro que no son todos, pero los pocos que manejaban el mayor peso específico de esta balanza, lo hicieron con tal habilidad que terminaron causándole daños severos, algunos irreversibles a una infraestructura, por lo que hoy día, varias plazas del país permanecen cerradas, así como por el hecho de que otras tantas ganaderías, de las 300 que existen a lo largo y ancho del territorio nacional fueron marginadas, disfrutando del beneficio apenas unas cuantas que siguen, por ahora, en el candelero, como si fuesen las únicas en surtir y satisfacer, de manera constante todas las necesidades creadas a lo largo de un año taurino.

   Esperamos tiempos mejores a partir de ejemplo tan positivo, estimulado por dos empresarios que de esto, ya saben un rato. Sin embargo, al poner el dedo en la llaga se están comprometiendo no sólo con la fiesta. También con la afición que espera una constante y no una baja en la calidad que ya nos garantizaron, por lo menos, en cuatro festejos inolvidables a donde, de hecho no acudieron las mayorías esperadas, pero se desplegó un importante aparato publicitario que los pone, insisto, en el dilema de continuar o replegarse. Lo primero es deseable. Lo segundo, de ocurrir, habrá de ponerlos en situación comprometida.

LOS TOREROS

   Ignacio Garibay, con siete años de alternativa, comprueba su muy avanzada carrera con vistas a convertirse en figura del toreo, sólo que para que eso suceda necesita demostrarlo una y otra vez, en cuanto cartel sea incluido. Pero ni Garibay ni otros en el presunto candelero merecen una atención tan inestable de una actuación hoy y la otra hasta quien sabe cuándo. Sin embargo, razones como la caudalosa serie de verónicas con que nos obsequió en sus dos ejemplares da motivos suficientes para pensar en lo bien asimilado que trae el arte y la técnica taurinas, pues, como lo sabemos, esos lances de recibo son de una belleza sin igual, pero de un enorme grado de dificultad si no se tiene idea clara del enorme potencial con que salen al ruedo los toros, y pararles, con todo el temple, la gracia y carácter requeridos, lo cual da por resultado la gracia en toda su dimensión. Ambas faenas tuvieron el privilegio del equilibrio, aunque por momentos no se definiera bien la situación, en virtud de que el lote enfrentado mostraba elementos de casta y bravura a veces seca, a veces intensa, como se requiere en cualquier lidia o enfrentamiento. Por el buen desempeño de labor desplegado sobre todo en el segundo, cuarto de la lidia ordinaria, y luego de colocar una muy buena estocada, se le otorga merecida oreja de la que no pudo ocultar su enorme satisfacción.

   Alberto Espinosa y Jorge López llegan a la confirmación de alternativa con algunos festejos en la espuerta. Imposible ponerse exigentes con dos matadores de toros que han podido acumular, acaso, algunos otros festejos en lo que va del año. Se trata, en efecto, de toreros marginados, marginación que debe terminar siempre y cuando encuentren una administración más favorable, que los apoye, que encuentren por vía del diálogo y el entendimiento otras tantas oportunidades en cuanta plaza, feria o ciclo se organice. Sus demostraciones dieron idea de que pueden, pero para hacerlo requieren de la constante para afinar métodos, esquemas, procedimientos. Pero, por encima de todo esto, poner al servicio de su profesión el arte y la técnica, dos valiosos instrumentos de que se vale toda figura del toreo que se precie.

   Una tarde no es suficiente para sacar conclusiones. En todo caso, nos entusiasmará muchísimo el hecho de que podamos verlos una y otra también para poder definir el tipo y estilo que los vaya caracterizando al cabo del tiempo.


[1] José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 31: La poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI (Antología). México, 1986-2006. 1067 p. Ils., fots. (Inédito)., p. 118-119.

[2] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. IV. Comedias, Sainetes y Prosa. Edición, prólogo y notas de Alberto G. Salceda. México, 4ª reimpr. Fondo de Cultura Económica-Instituto Mexiquense de Cultura, 2001. XLVIII-720 p. Ils., retrs., facs. (Biblioteca americana, serie de Literatura colonial, 32)., p. XVIII. Los Empeños, con su loa, sainetes, letras y sarao, se representó en la casa del Contador don Fernando Deza, en Méjico, el 4 de octubre de 1683, con motivo de un festejo ofrecido a los virreyes Condes de Paredes y en ocasión de la entrada pública del nuevo arzobispo don Francisco de Aguiar y Seijas.

[3] Acevedo, es uno de los interlocutores, junto a Muñiz, Arias y compañeros.

[4] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. IV., op. cit., p. 123.

[5] Castaño, es uno de los interlocutores, junto a Don Carlos.

[6] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. IV., ibidem., p. 131.

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UN DÍA COMO HOY, PERO DE 1851 SE INAUGURA LA PLAZA DE TOROS DEL “PASEO NUEVO”.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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La plaza de EL PASEO NUEVO, como se ve, ya solo es una ruina, sitio que se ocupó -luego de la prohibición de 1867- para funciones de circo y acrobacia. Fue derribada en 1873.

Foto estereoscópica (ca. 1870). Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: Felipe Teixidor.

PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Estreno de la plaza. Domingo 23 de noviembre de 1851. Cuadrilla de Bernardo Gaviño y Mariano González “La Monja”. 5 toros de El Cazadero. Según una inserción periodística de la época, aparecida en El Ómnibus del día anterior se tiene una pequeña variación que leemos como sigue:

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   Esta fue una plaza cuya actividad fue constante entre ese año de 1851 y el 22 de diciembre de 1867, en que se dio la última corrida de toros, antes de que entrara en vigor el decreto que prohibía los festejos, y que firmaron los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada justo un mes antes. Solo por citar un caso, Bernardo Gaviño, entre 1851 y 1867 actuó en la misma 320 ocasiones, lo cual indica el nivel de importancia del coso que se levantó a un costado del Paseo de Bucareli, además de que por aquel entonces la competencia con la de San Pablo ya no fue el mismo, pues ya para 1854 dejaron de darse festejos en esta última, sobre todo debido a su estado de conservación. Seguramente hubo algunas otras tardes (hasta 1860) en que abrieron sus puertas, y para 1864 estaba siendo desmantelada.

   El recuento de célebres tardes en la del Paseo Nuevo rebasa el anecdotario, por lo que conviene en algún momento la elaboración de una memoria que recuerde un buen conjunto de ocasiones en que trascendió la tauromaquia mexicana, sobre todo bajo la égida del portorrealeño Bernardo Gaviño.

   Esta “monumental plaza de toros”, la del Paseo Nuevo, situada privilegiadamente en la antigua glorieta que todo mundo conoció como “El Caballito, fue construida al oriente de la pieza escultural de Manuel Tolsá. Actualmente debemos ubicarla en donde se encuentra el antiguo edificio de la Lotería Nacional. Lauro E. Rosell dice que

en dicha plaza (…) tomaron parte, entre otros, el famosísimo torero español que fue ídolo de las multitudes llamado Bernardo Gaviño, (del que se afirma que nunca dio tres estocadas a un toro) en compañía del renombrado torero Mariano González, apodado “La Monja”, así como también allí lució sus portentosas habilidades como lidiador, el célebre torero mexicano Ignacio Gadea, notabilísimo jinete que fue el inventor de la olvidada y hermosa suerte de poner banderillas a caballo.[1]

   Además, por aquella época también participó el genial novelista Luis G. Inclán quien en compañía de su excelente caballo El Chamberín hicieron las delicias del público.

   Lo que debe destacarse aquí es que como “teatro de acontecimientos” cumple cabalmente con dicha etiqueta, puesto que se representaron festejos llenos de una intensa fascinación, participando no solo los toreros de a pie o de a caballo que por costumbre eran conocidos, sino también por otro conjunto de actores que representaban mojigangas, ascensiones aerostáticas, fuegos de artificio y otra variedad muy pero muy interesante. Durante los 16 años que funcionó como escenario taurino, la plaza del Paseo Nuevo estuvo al servicio de una independencia que así como enriqueció al espectáculo, probablemente también lo bloqueó porque no hubo un avance considerable, puesto que las representaciones se limitaban al sólo desarrollo de lo efímero. Con Bernardo Gaviño las condiciones no iban más allá de lo cotidiano Esto es, se convierte de pronto en un personaje que lo controla todo lo que, a los ojos de Carlos Cuesta Baquero

originaba también que las corridas fuesen de identidad tan completa que llegaba a la monotonía. Todas estaban calcadas en el mismo estilo artístico. Toreando siempre el mismo espada, los mismos banderilleros y los mismos picadores, haciendo durante todo el año y por muchos años, en veinticinco ocasiones, porque ese número eran las corridas efectuadas en las poblaciones de importancia. Los aficionados asiduos, que los había igualmente que en la época actual, podían de antemano describir los lances taurinos que harían los toreros y el modo artístico que les imprimirían. Salvo algún incidente sangriento -afortunadamente excepcionales- los espectáculos taurinos eran completamente iguales unos a otros.

   Por tal acostumbrada monotonía, cuando algún “AS” andariego, se presentaba, acompañado de uno o dos banderilleros o de un banderillero y un picador, el público abarrotaba los billetes de entrada y llenaba las localidades del coso. Había la ilusión de lo novedoso, la promesa de contemplar algo diverso a lo ya conocido. Y cualquier detalle sin importancia pero que ofreciera desemejanza a lo habitual era inmediatamente notado y comentado exageradamente. Pero desafortunadamente tales detalles disímbolos eran muy escasos, pues todos los “ASES” tenían el mismo, igual pauta.

   Así eran las características de “nuestro nacionalismo taurino” en su primera etapa. Persistieron hasta el final, cuando la penúltima jornada artística de Ponciano Díaz, pero en el año de 1851 adquirió otro distintivo. Fue lo que en nuestro idioma nombramos PATRIOTERÍA y tomando neologismos del idioma inglés y del francés titulamos respectivamente “JINGOISMO” y “CHOVINISMO” (…)

   Como vemos, surgió además un síntoma de obsesiones que marcaron el comportamiento de una afición que sintió como suyo a Gaviño, torero que además de todo, aprovechó perfectamente dicha circunstancia al grado de que cuando sucedía alguna “invasión” como la de los supuestos Antonio Duarte “Cúchares” y Francisco Torregosa “El Chiclanero” (“invasión” ocurrida en diciembre de 1851) estos prácticamente fueron expulsados por la afición; pero en el fondo, todo aquello fue arreglado por el gaditano quien no quería verse alterado por “intrusos” de aquella ralea.

   Con todo y que Bernardo era español, pero un español avecindado de por vida en México, y quizá habituado a la forma de ser del mexicano, escuchó, de parte de los asistentes a varias de las corridas donde actuaban paisanos suyos, el grito intolerante de “¡Mueran los gachupines!” como una muestra de rechazo hacia el intruso, pero de afecto y apoyo hacia un torero que el mismo público -de su lado- terminó haciéndolo suyo, al grado de semejantes demostraciones de pasión extrema.

   Y a todo esto, ¿quién fue su constructor?

   En principio, debe recordarse que a principios de 1851, además de José de las Heras, asentista de la Real Plaza de Toros de San Pablo, se encontraban los hermanos Domingo y Vicente Pozo, que habrían de convertirse en competidores acérrimos del que fue sucesor del polémico Manuel de la Barrera, también asentista de la de San Pablo (años atrás), de algunos teatros y hasta monopolista en el control en eso de recoger la basura en la ciudad de México hacia los años 30 del XIX. Los hermanos Pozo se asumían con un nuevo concepto de empresarios taurinos, que apostaban por darle a la ciudad otra plaza de toros, dado que la de San Pablo, constantemente mostraba signos de deterioro debido al hecho de que la madera fue el material empleado para su armado y construcción. Entre otros datos ubicados en la prensa tenemos el que aporta

EL DAGUERROTIPO, D.F., del 22 de febrero de 1851, p. 8.

NUEVA PLAZA DE TOROS.-El martes (18) se colocó cerca del paseo de Bucareli la primera piedra de la nueva Plaza de Toros que en aquel punto va a edificar el Sr. D. Domingo Pozo: Hubo músicas, cohetes et tout le terrremblement…

   Entretanto permite el gobierno se levante otra Plaza de Toros, no concede siquiera el esqueleto de algún inútil edificio público para que en él se plantee el Liceo artístico y literario, instituto que tan buenos y preciosos beneficios debiera y pudiera reportar a la sociedad mexicana…

   El arquitecto consagrado a dicho proyecto, fue el entonces reconocido y polémico Lorenzo de la Hidalga,[2] según he podido constatar en un importante texto de la Doctora Elisa García Barragán.[3]

   Sin más preámbulo, la eminente historiadora apunta:

(Lorenzo de la Hidalga) Edificó la plaza de toros de la calle de Rosales, junto a la cual construyó su casa habitación, cuya imagen hizo plasmar al paisajista Javier Álvarez, óleo que muestra la fidelidad del arquitecto hacia un academicismo italianizante.

casa-de-campo-de-lorenzo-de-la-hidalga

En el mismo texto de Elisa García Barragán se reproduce tan bella con romántica expresión de aquel espacio, creación de Lorenzo de la Hidalga.[4]

   En otro estudio también de la maestra universitaria[5] plantea que de la Hidalga fue un precursor del funcionalismo, mismo principio que desarrollarían ampliamente Le Corbusier y Mies van del Rohe en el siglo pasado. Tal “funcionalismo” quedaba patente en el propósito de construcción de tal o cual edificio. Si en este caso se trataba de una plaza de toros, seguramente de la Hidalga así lo pensó, y más aún en el hecho de que, además de haber cubierto los requisitos de funcionalidad, se le daba un toque extra de belleza arquitectónica que daba, per se el significado de su construcción.

   Así a 165 años de aquel suceso, comparto un pasaje de ese referente urbano en la ciudad de México a mediados del siglo XIX, mismo que estuvo visible hasta el 15 de julio de 1873 en que desapareció.


[1] Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la Capital desde 1521 hasta 1936. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1935., p. 28.

[2] Lorenzo de la Hidalga nace el 4 de julio de 1810 en la provincia de Álava, cerca de la ciudad de Vitoria, en la región vascongada. Sus estudios profesionales los realizó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, obteniendo su título el 31 de enero de 1836. Inspirado por una corriente “romántica o racionalista”, se forma en sus primeros años profesionales. Este polémico personaje ya estaba en México a partir de marzo de 1838, muriendo en 1872.

[3] Elisa García Barragán: “El arquitecto Lorenzo de la Hidalga”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2002. En “Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas”, Nº 80, p. 101-128.

[4] Op. Cit., p. 127.

[5] Elisa García Barragán: “Lorenzo de la Hidalga: un precursor del funcionalismo”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Nº 48. México. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1987.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XVI). EL ESPECTÁCULO EN LA SEGUNDA MITAD DE AQUEL SIGLO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 10.-FEDERALISMO.

    Se sugiere el presente apartado debido a que su carácter en cuanto tal, da pie y favorece por su estructura a la fiesta de toros, pero en provincia; dado que solo en la capital fue puesta en práctica la ley de la que hago análisis aboliendo en periodo efectivo de 19 años y 9 meses este espectáculo. Sabemos ya que algunos gobernadores[1] se hicieron condescendientes a la disposición firmada por Juárez pero solo un estado, el de Oaxaca se mantuvo fiel a esa disposición. De haber estado vigente un régimen centralista y/o militarista, el giro de este asunto hubiese sido total, como ocurrió en Uruguay o Argentina, países donde desaparecieron las corridas de toros.[2]

   Ahora bien, las explicaciones aquí no debieran ser tan abundantes o detenidas, pero es preciso ajustarnos a ciertos principios establecidos por el régimen en cuestión. Así, el federalismo no se explica sino como la conformación de estados libres y autónomos agrupados entre sí. La Constitución del 57′ sigue el primer modelo de federalismo, establecido en 1824. La carta magna de 1857 permitía que el gobierno del Distrito Federal estuviese en poder y mando del Presidente de la República quien no podía legislar más que para dicha jurisdicción estatal.

   Metidos en el contexto de la Constitución de 1857, su art. 19 expresa entre otras cosas el prohibir toda violencia en la aprehensión y todo maltrato e innecesarias molestias en las presiones, prohibiendo expresamente la exacción[3] de gabelas[4] o contribuciones.

   Precisamente El Siglo diez y nueve publicó algo relacionado con las rentas municipales:

ADMINISTRACION DE RENTAS MUNICIPALES.

La ley de 31 de Marzo de 1862, previene lo siguiente:

   Art. 86. El pago de los impuestos municipales, se hará dentro de los primeros diez días de los plazos fijados por la ley. Si se hiciere después de vencidos dichos diez días, pero dentro del resto del mes, se exigirá el recargo de un seis y cuarto por ciento. Concluido ese término, el recargo será el de diez y ocho y tres cuartos por ciento, aplicándose el seis y cuarto á los fondos y el doce y medio restante a la recaudación por gastos de cobranza.

   Art. 87. Por regla general, todos los causantes de contribuciones y rentas de los ramos municipales, tienen obligación de ocurrir a pagarlas a la oficina recaudadora del ayuntamiento; incurriéndose, si no lo verifican, en los recargos que expresa el artículo anterior. En caso de hacerse efectivo el embargo, se aumentarán hasta el 25 por ciento, destinándose siempre el seis y cuarto para los fondos y no pudiendo exigirse otro gravamen aun cuando se llegue al remate.

   En virtud de los anteriores artículos, en los diez primeros días del presente mes deben presentarse en esta oficina los causantes de las contribuciones y demás rentas del ayuntamiento que en seguida se citan, a satisfacer sus respectivas cuotas y adeudos.

   Por trimestres.-Expendio de pulques, casas de empeño.

   Por meses.-Arrendamiento de fincas, Rentas de los cajones de los mercados, Cervecerías, Carruajes de alquiler, Establecimientos de diligencias generales, Vacas de ordeña, Juegos permitidos.

   Se advierte a los interesados que pasados los referidos diez días, procederá esta administración a verificar el cobro aplicándoles las penas que señalan los artículos insertos, a los causantes morosos.

   México, Octubre 2 de 1867.-Administrador, Pantaleón Tovar.-Contador, Ignacio M. Lerdo.[5]

   De todo esto es importante recoger y analizar testimonios que de alguna forma aclaran la manera en que se desarrolló una actividad legislativa que intentaba depurar, corregir y advertir a los «causantes de contribuciones y rentas de los ramos municipales» para sus pagos de impuestos correspondientes. Con un mes de anticipación a los hechos que demanda el presente análisis, se preparó el Administrador para dar el aviso correspondiente y así evitar las anomalías consiguientes.

   Por otro lado, cabe hacer mención de varios de los artículos que conforman la Constitución y así entender las condiciones políticas -única y exclusivamente- en que se desenvolvía la nación explicando las estructuras del federalismo, para lograr la comprensión también a este apartado.

TITULO II, SECCION I (DE LA SOBERANIA NACIONAL Y DE LA FORMA DE GOBIERNO).

   Art. 40. Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente á su régimen interior; pero unidos en una Federación, establecida según los principios de esta ley fundamental.[6]

   A esto, podemos agregar la visión que José Gamas Torruco tiene al respecto.

La idea del federalismo mexicano se originó así en las cortes de Cádiz y su autor fue Ramos Arizpe. Fue el ilustre coahuilense el más destacado defensor de las diputaciones provinciales sobre las cuales se cimentó nuestro Estado Federal. Su nacimiento obedeció exclusivamente a la necesidad de las provincias de contar con un órgano político propio que les liberase del centralismo opresor.[7]

   Desde remotos tiempos, apenas consumada la independencia, el deseo de un régimen novedoso, basado en las experiencias que arrojaba muy buen resultado por parte de los Estados Unidos de Norteamérica, movieron y provocaron el espíritu de muchos hombres -obtenida la emancipación formal- para conseguir el fin deseado. Recién superado el imperio y todas sus implicaciones, hubo objetivos emergentes de dar a la nación sentido federal que ya desde 1824 se revelan ampliamente.[8] Pero si el Imperio fue popular, también lo fue la República. Experimentando aquél con los resultados que se sabe, el régimen republicano era el único sistema que quedaba para articular en él la fórmula salvadora; para no acceder por la vía de un centralismo opresor y si la Constitución ofrece aquello de que Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrático, federal (…) pues se está en la condición exacta de constituirse bajo marcos de legitimidad plena.

   Art. 41. El pueblo ejerce su soberanía por medio de los poderes de la Unión en los casos de su competencia, y por los Estados para lo que toca á su régimen interior en los términos respectivamente establecidos por esta Constitución federal y las particulares de los Estados, las que en ningún caso podrán contravenir a las estipulaciones del pacto federal.[9]

   Sabemos cuales son los rasgos esenciales del federalismo.[10] Luego de las palabras de Francisco Zarco quien nos apoya enormemente en este sentido, nada mejor que recordar las visiones aportadas por Locke en este sentido: «las formas de gobierno» son la madurez que se va manifestando conforme sociedad en cuanto tal y sociedad política se comunican.

SECCION II. DE LAS PARTES INTEGRANTES DE LA FEDERACION Y DEL TERRITORIO NACIONAL.

   Art. 46. El Estado del Valle de México se formará del territorio que en la actualidad comprende el Distrito Federal; pero la erección sólo tendrá efecto, cuando los supremos poderes federales se trasladen a otro lugar.[11]

   Este artículo nos demuestra claramente como el Distrito Federal se hace totalmente independiente -como estado soberano- lo cual no afecta las circunstancias que pueden ser generalizadas en un régimen central (v.gr.). Además de todo

El país deseaba el sistema federativo, porque es el único que conviene a su población  diseminada  en un vasto territorio; el solo adecuado a tantas diferencias de productos, de climas, de costumbres, de necesidades; el solo que puede extender la vida, el movimiento, la riqueza, la prosperidad a todas las extremidades, y el que promediando el ejercicio de la soberanía, es el más a propósito para hacer duradero el reinado de la libertad y proporcionarle celosos defensores… la federación, bandera de los que han luchado contra la tiranía, recuerdo de épocas venturosas, fuerza de la república para sostener su independencia, símbolo de los principios democráticos, es la única forma de gobierno que en México cuenta con el amor de los pueblos, con el prestigio de la legitimidad, con el respeto de la tradición republicana.[12]

   Propósitos de esta dimensión fueron contemplados con clara visión por aquellos mexicanos de una nueva época, que aun no sabían comportarse bajo identidad o personalidad propias y sí se dejaban llevar por los influjos que venían directamente reflejados del extranjero o del pasado inmediato.

   Art. 62. El Congreso tendrá cada año, dos periodos de sesiones ordinarias: el primero comenzará el 16 de Septiembre y terminará el 15 de Diciembre; y el segundo improrrogable, comenzará el 1o. de Abril y terminará el último de mayo.

   Art. 64. Toda resolución del Congreso no tendrá otro carácter que el de ley ó acuerdo económico. Las leyes se comunicarán al Ejecutivo firmadas por el Presidente y dos Secretarios, y los acuerdos económicos por solo dos Secretarios.

PARRAFO II. DE LA INICIATIVA Y FORMACION DE LAS LEYES.

   Art. 65. El derecho de iniciar leyes compete:

I. Al Presidente de la Unión.

II. A los Diputados al Congreso Federal.

III. A las legislaturas de los Estados.[13]

   Enunciamos tres artículos constitucionales en función de que ofrecen la manera técnica en que se elaboraban leyes o decretos, fijándose en períodos de tiempo estrictamente comprendidos, así como de que las resoluciones terminaban siendo avisadas al Ejecutivo. En este caso sabemos que la Ley de Dotación a más de ser firmada por Benito Juárez, se extendió a Sebastián Lerdo de Tejada, ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación quien envió finalmente el texto con atención al gobernador del Distrito Federal.

PARRAFO II. DE LA INICIATIVA DE LAS LEYES.

   Art. 66. Las iniciativas presentadas por el Presidente de la República, las legislaturas de los Estados ó las diputaciones de los mismos, pasarán desde luego á comisión. Las que presentaren los diputados, se sujetarán a los trámites que designe el reglamento de debates.[14]

   Esa mencionada «comisión» es la que para nosotros elaboró, redactó y concluyó los distintos pasajes de la Ley de Dotación que analizo en su art. 87 y en consecuencia turnó al presidente de la república y secretario de gobernación respectivamente para su firma y aprobación.

Art. 70. Las iniciativas ó proyectos de ley deberán sujetarse á los trámites siguientes:

Dictamen de comisión.

Una o dos discusiones en los términos que expresan las fracciones siguientes:

III. La primera discusión se verificará en  el  día  que  designe  el  presidente  del  Congreso,  conforme  a Reglamento.

Concluida esta discusión se pasará al Ejecutivo copia del expediente, para que en el término de siete días manifieste su opinión, o exprese que no usa de esa facultad.

Si la opinión del Ejecutivo fuera conforme, se procederá sin más discusión, a la votación de la ley.

Si dicha opinión discrepare en todo o en parte, volverá el expediente a la comisión, para que, con presencia de las observaciones del gobierno, examine de nuevo el negocio.[15]

   En conjunto, la exposición y comentarios hechos a los diversos artículos constitucionales que ejercieron influencia en la cuestión aquí estudiada nos dicen, por un lado, de esa autonomía estatal garantizada por el régimen federal, aspecto que afecta única y exclusivamente al Distrito Federal no así al resto de los estados de la república. Por el otro, dicha condición sólo afectó al centro y capital del país sin que en ninguna medida se extendiera a otros lugares. ¿Por qué de mi insistir acerca de estas condiciones? Debido a la razón de que la fiesta de toros no perdió su continuidad en territorio mexicano, conservándose y arraigándose más en sus provincias y pobladores que hicieron suyo el espectáculo con sellos más profundos de mexicanidad como continuidad de la fiesta que si bien  de raíz española, y asentamiento -en suelo mexicano-, consiguió la permanencia, misma que pasados los años de la prohibición consiguió integrarse rápidamente a la vida cotidiana de la capital y verse renovada o depurada casi inmediatamente de su reposición tan luego llegaron los diestros españoles trayendo formas modernas de expresión taurómaca que pronto desplazaron lo  mexicano: combinación de faenas campiranas con el toreo de a pie, dueño de una intuición y una invención muy del gusto de gentes del tendido más que de aficionados, pues estos, fueron surgiendo en cuanto tal al llegar a México los hispanos y sus reglas, sus principios, amén de toda la preocupación implícita que significaba ponerse al día, sentirse orientados por otros quienes asumieron  la posición del periodismo que brotó masivamente al surgir todo ese nuevo estado de cosas.

   De ahí la necesidad de comentar la presencia y consecuencia federalista,[16] porque la fiesta siguió y sigue su marcha con los naturales cambios ejercidos con el tiempo. El arraigo de una costumbre española -consecuencia del coloniaje- sigue entre nosotros como elemento, el menos culpable de otras condiciones de las cuales decidió pronunciarse México en contra obteniendo su independencia de España. Otras naciones -ya lo veremos- asumieron en momentos determinados otros sistemas de gobierno los cuales, rechazaron rotundamente la fiesta, suprimiéndola definitivamente.

 11.-TEMOR DE JUAREZ A UN LEVANTAMIENTO POPULAR RECIEN TOMADO (O RETOMADO) EL DESTINO DEL GOBIERNO.

    Cabe aclarar aquí el supuesto de que Benito Juárez se sintiera incómodo ante las masivas actitudes populares. La plaza de toros se prestaba para ello, pero creemos que con todo y que estuviera agitada aquella sociedad ante los muchos incidentes que con frecuencia se sucedían, no pudo registrarse lo que justifica este apartado. Sin embargo, sirvan para esclarecer y enriquecer la propuesta, algunos apuntes y revisiones bibliográficos que comentaremos.

   Desde 1854[17] hubo insistente deseo en procurarle a la nación que se agitaba todavía por las tormentas de la siempre presente pugna de liberales y conservadores, las invasiones y otros fenómenos, un orden nuevo basado en otros tantos ataques al viejo sistema el cual seguía infiltrado en diversas formas entre la sociedad. Pero todo parece indicar que las pugnas borraron aquella buena intención, pues los mismos que tomaron la iniciativa -los reformadores-

hacían del orden nacional su primera prioridad y no dejaban de hablar de pacificación. Al mismo tiempo aplicaban políticas que solo podían provocar el desorden. Sus adversarios tenían que pelear porque tardaban en aparecer a la estridente oposición.[18]

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Reproducción digital de este documento el cual perteneció al Lic. Julio Téllez García.

   Así pasaron los años hasta que en 1867, pacificadas y mucho las cosas, no transcurrió demasiado tiempo para saberse de nuevos brotes marcadamente violentos. Tras la Restauración, en el ámbito del ejército se mantenían a miles de no-bandidos (término acuñado por Collinwood) quienes se aliaron con los liberales pretendiendo conseguir una mejor vida y garantía de ésta. Pero el gobierno no podía mantener un ejército con grandes conglomerados en sus filas por aspectos de carácter económico y político. Por tanto debía licenciar a miles de soldados y así esperar que volvieran a su anterior vida de subsistencia. El resultado fue el bandidaje desquiciando lo social y la cuestión política del régimen. De esa forma

los rivales que aspiraban a la presidencia, como Porfirio Díaz, agitaban a los ex soldados asegurándoles que el gobierno de Juárez los había engañado e impugnaban abiertamente la capacidad de los administradores para lograr la paz.[19]

Y si a todo esto agregamos que el 14 de agosto de 1867

Juárez convocó a elecciones, en razón de que dos años antes había terminado su periodo de gobierno. La publicación de esta convocatoria dividió a los liberales: juaristas, lerdistas, y porfiristas, eran los grupos en pugna, aparentemente por la innovación propuesta de crear el Senado mediante un plebiscito e instituirse el veto del Presidente a las resoluciones de las Cámaras.

   Don Benito Juárez resultó electo Presidente. Este triunfo determinó la rebelión de algunos descontentos, quienes sostenían que el general Díaz había ganado la Vicepresidencia. El gobierno suspendió las garantías individuales y sometió a los rebeldes.[20]

Habrá que entender al Juárez que se integra a la actividad en momentos inciertos. Por consecuencia es que necesita fortalecer su imagen ante el pueblo. Desde el 15 de julio de 1867 lo recibe una nación ansiosa de paz y tranquilidad. Pero el pueblo, no hay que olvidarlo, fuera de esas hondas preocupaciones esparce su entretenimiento en actividades y hasta diversiones de todo tipo. Los gallos, o los toros son ese motivo de intenso impacto, por el germen festivo y violento que en ellos se produce. Así que la plaza era seguramente un pretexto mayor donde bien pudieron originarse brotes de inconformidad en respuesta a los sucedidos mismos del ruedo; y nada más que de la fiesta torera. Involucrar otros acontecimientos fuera de ese entorno no sería válido, pues ni siquiera ocurrieron estos hechos de agitación en los tendidos. Muy al contrario, el único aroma que se respiraba era el del gozo por la diversión misma.

   De ahí, no sabemos si aprovechando la ocasión que tanto pudo favorecer aquel cambio de proceder, y entendiendo inclusive que las sociedades humanas, desde que existen como tal han mostrado signos violentos y sangrientos (conste que no es justificación al caso sino plena ubicación de sentidos racionales o irracionales que por desgracia los ha habido -como se ha dicho-, desde tiempos muy remotos). De tal modo, aquel espectáculo seguía bajo esas connotaciones bien definidas, con sus justificables cambios en las distintas épocas por su tránsito en México.

   Todo ello, como ya se ha insinuado, pudo haber sido un argumento para que el Benemérito impusiera aquella drástica medida hacia el espectáculo de toros. Pero recuérdese -y no como insistencia justificadora- que la plaza misma no fue escenario de brotes populares que violentaran a la sociedad.

   El acento de la situación lo destacaba Juárez,

el federalista, ante el impuesto de la guerra civil y el reto del Congreso, [quien] se orientaba [Juárez mismo] sin cesar hacia la derecha. El orden interno parecía exigirlo. Para llenar las filas del reciente cuerpo el gobierno hizo inteligentemente policías de bandidos. Mejor dicho, hubo bandidos que convinieron en hacerse policías. Fueron ellos, y no el gobierno, los que así lo decidieron.[21]

   Todo esto no es nuevo. Sabemos de la realidad nacional que se orientaba por diversos rumbos, aunque cayendo en su mayoría en los terrenos más conflictivos. Por ejemplo, si bien fue relativo cierto orden interno que siguió a la intervención francesa, volvió a tornarse desorden en el Imperio (seguramente como respuesta de una permanente inconformidad).[22] El síntoma del orden

sólo empezó a avanzar algo cuando resultó más ventajoso que el desorden para los turbulentos; y aún entonces, la pacificación engendraba nuevas formas de descontento (…).[23]

   En todo esto va implícito el continuo conflicto de los grupos políticos en el poder (o con ambición por el poder). Pero es de recordarse que la situación no podía continuar así, aunque fuera por algunos meses solamente. Si con la recuperación concebida como «restauración» la punta de lanza de esa causa que fue Juárez se interpone históricamente luego de  «cuatro años de un gobierno que se desvanece hasta convertirse en símbolo», es así como quedaron atrás los procesos de la Reforma con su esquema de libertad política, las intervenciones hechas invasión, monarquía con príncipe extranjero, todo eso obligaba, provocaba el olvido de un pasado difícil de arrancar. Pero nuevas experiencias en el campo de la política vuelta poder, originaría aspirantismos que provocaron incluso, las reacciones que se querían olvidar.

   Un crítico panorama yacía en la entraña nacional en aquellos momentos,[24] parteaguas, ruptura que deseaba despojarse de un pasado ateniéndose a un presente que bien poco podría enfrentar el porvenir más que como aporía. Se apoderaba del ambiente la fuerza aceptadora de la libertad electoral como respuesta también a la presencia revitalizadora del progreso. No se quiere negar u ocultar todo lo acontecido en los procesos catárticos pero se llegaba el momento de comprobar ciertamente teorías, hipótesis o auténticas leyes en la sociedad. A los males se sumó el problema colectivo de un desempleo en las filas del ejército el cual, de pronto, se vio reducido en actuación. De ahí, la formación aislada pero fuerte de «feudos regionales» como el de Porfirio Díaz, quien iniciaría así una activa presencia en el teatro de las decisiones nacionales.

   Y no acabamos por aceptarlo -a Juárez-, pues fue al fin y al cabo, un hombre de carne, hueso y espíritu y porque

tenía también otro ingrediente del político, solo que la leyenda y el lugar común lo han desfigurado tanto al pobre, que han acabado por arrebatárselo: era flexible y conciliador.[25]

   Pronto dio inicio la pugna por el poder, como ya sabemos. Era preciso el que se diera a conocer la Convocatoria para las elecciones (ello ocurrió el 14 de agosto de 1867). Juárez, era un hecho, se reelegía sustentando tal decisión en dos circunstancias:

primera por ser una deuda de honor contraída con el hombre; y segunda, por ser una satisfacción nacional, ya que Napoléon se había negado a reconocerlo o a negociar con él.[26]

   Los otros dos candidatos, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz asumían el compromiso con sus personales caracteres. Lerdo era impopular y su presencia sólo ocasionó divisiones en el gobierno. Díaz militar era una pieza valiosísima. Como político le quedaba todavía mucho camino por aprender. Era él, el candidato de la oposición, balanza política que lo hizo suyo y como manera de compensarle honores diversos, negados por la patria, lo nombró candidato a la presidencia de la República. Entonces el presidente tanto a Díaz como a miles de soldados más no les otorgó reconocimiento de ninguna especie, por lo que se ganó con Díaz a un recio oponente pues el entonces general Díaz

se convirtió en el prototipo del patriota de todos aquellos que cargaron con el grueso de la guerra y que no alcanzaron honores, ni reconocimiento, ni colocación en el presupuesto al terminarse la contienda.[27]

   El resultado de todo aquello era el de 60 mil veteranos con una vida militar liquidada y difícil de incrustarse en la civil si no había los suficientes recursos para hacerlo. Díaz pudo apoderarse del gobierno por la vía del golpe militar, optando mejor retirarse de la contienda luego de ser aconsejado por la prudencia, aunque las huellas de sus pisadas quedaron desde entonces bien marcadas.

   Al ganar Juárez las elecciones y asumir de nuevo otro periodo presidencial, el grupo en el poder argumentaba que eligiéndose a Juárez, el pueblo se elegía a sí mismo. La oposición manejaba el argumento del fraude electoral y su manipulación.

   Volvamos al asunto del ejército.

   Dice Ralph Roeder que la desmovilización del ejército desmoralizaba al país. Eran sesenta mil los individuos cuyo ritmo de vida era la anarquía bélica y descalificados para la existencia civil, muchos de ellos mutilados, desvalidos, sin recursos, sin pensiones, sin empleo, resentidos contra el gobierno que los abandonaba a la miseria y difícilmente asimilables por una población empobrecida y el país regurgitaba un excedente suficiente de estos patriotas superfluos para multiplicar las gavillas de bandoleros con una corriente tributaria de desperdicios sociales y para hacer de la rapiña un problema tan tenaz como lo fue para los franceses. Sobre estos residuos de la guerra resultaba tan fácil sembrar querellas políticas como lo fue transformar a bandidos en guerrilleros; y varios intentos en ese sentido se hicieron en el año 1868 (…).[28]

   Las citas del autor que ahora recogemos nos dan soporte para justificar la parte final del planteamiento. Cuando la población para 1867 se estimaba en cerca de los 9 millones de habitantes en todo el país,[29] doscientas mil personas, básicamente en el Distrito Federal, significaban o contaban con un peso notable para resolver el factor económico de haberse pensado en su mantenimiento, como individuos enrolados en el ejército. Tal no ocurrió y de ahí que muchos mostraran estar «resentidos contra el gobierno» porque no se resolvía nada con quienes irían a convertirse en «patriotas superfluos» y aun peor, en «desperdicios sociales» que decayeron en el bandolerismo no solo en la capital sino en el resto del país, porque la miseria es la madre de todas las desgracias y cometer el robo, la rapiña fueron cosa común en aquel momento, como respuesta a la postura de Juárez que además de licenciar a ese ejército, no lo reconoció por la ayuda a la causa liberal. Sin embargo las actitudes tomadas por aquellos ciudadanos sin oficio ni beneficio, «residuos de la guerra» adquirieron mayor relevancia hasta 1868. Esto es, luego de que Juárez ingresa a la ciudad, el 15 de julio de 1867 y hasta el fin de ese año, se dieron apenas tres corridas, y cuatro según registro[30] en ninguna de ellas hubo fuentes o brotes de violencia.

   De esta forma vuelvo a sostener para concluir, que la idea planteada como argumento de Juárez a la cancelación de las corridas de toros, se descarta.

 12.-DE QUE NO SE EXPIDIO EL DECRETO CON EL FIN EXCLUSIVO DE ABOLIR LAS CORRIDAS, SINO PARA SEÑALAR A LOS AYUNTAMIENTOS MUNICIPALES CUALES GABELAS ERAN DE SU PERTENENCIA E INCUMBENCIA. POR ESO EL DECRETO FUE TITULADO «LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES» Y EN EL SE ALUDE AL DERECHO QUE TIENEN LOS AYUNTAMIENTOS PARA IMPONER CONTRIBUCIONES A LOS GIROS DE PULQUES Y CARNES, PARA COBRAR PISO A LOS COCHES DE LOS PARTICULARES Y A LOS PUBLICOS Y PARA COBRAR POR DAR PERMISO PARA QUE HAGAN DIVERSIONES PUBLICAS (DE LAS CUALES LA DE TOROS RESULTO SER LA MAS AFECTADA).

    En distinta medida he abordado el asunto en esta parte de la tesis, pero considero de capital importancia detenerme a una interpretación a fondo de aspectos técnicos que tienen que ver con la decisión por el bloqueo al curso de las fiestas taurinas en la capital del país.

   Se pensaría entonces que el resto de las opiniones deja de tener un peso o su importancia menor es inflada a circunstancias mayores posiblemente resueltas con algunos párrafos. Sin embargo, cada vez que se logran unificar en un criterio homogéneo con fines de solución al dilema, resultan formar una unidad sumamente relacionada con los hechos directamente concentrados en la fecha del 28 de noviembre de 1867. Por supuesto, hay visiones que se dan desde 1859 y 1863 pero como marcado antecedente de hechos que rescataron su continuación o continuidad en ese 1867.

   Puede resultar todo el estudio en que me he detenido demasiada visión para tan poco destacable en el panorama: una prohibición. Lo significativo en todo caso es su presencia y duración en dos décadas, donde seguramente los principios de la idea del progreso hicieron su parte impidiendo durante ese tiempo una costumbre que bien pudo desaparecer por efecto de una pérdida de interés o de desaprobación total; razón ésta que bien se encargarían de abanderar los liberales.

   Efectivamente como el encabezado de esta última propuesta lo dice, no fue la «Ley de dotación de fondos municipales» el documento de efecto rotundo para «acabar» con la fiesta de toros. En todo caso se trata de un esquema legal con fines y propósitos de cobro de los arbitrios (y/o impuestos). En la segunda propuesta de mi tercer capítulo de tesis se hace revisión generalizada de la ley. En efecto, para el apartado de las «Diversiones públicas» se condiciona y se recomienda seguir unos pasos adecuados para su mejor desarrollo, aunque es inflexible y drástico el argumento del artículo 87, puesto que ya desde sus primeras palabras no están considerando como diversión pública permitida, las corridas de toros, por lo que se prohíbe en función de la negativa de otorgar la licencia respectiva en los ayuntamientos o por el gobernador del Distrito Federal. El destino de los impuestos o arbitrios era el de los fondos municipales, entidad administrativa que apoyaba fundamentalmente en las obras públicas (y no se si llamarle a la recuperación en 1887 un hecho de reconsideración, pues se derogó la prohibición para el apoyo de la obra mayor del desagüe del Valle de México, implícita a las obras públicas y en consecuencia, aspecto este vigilado y apoyado por los fondos municipales).

   Ya desde 1865 hubo de tomarse una primera medida legal por suprimir el espectáculo. Así como se pedía la prohibición de las corridas, y no aceptarse la medida, sí en cambio se sugirió que se decretara la duplicación del impuesto fijado a las mismas a favor de los Fondos Municipales.

   Esto nos mueve a pensar la alternativa del riesgo que significaban las fiestas de toros, -seguramente- con altos ingresos en la taquilla aunque para 1867 no repartidos convenientemente, llegando apenas un pequeño porcentaje al fondo municipal, lo cual significaba una reclamación a cada vez de celebrada una corrida.

 CONCLUSIONES.

    De la revisión amplia y generalizada al motivo de la prohibición y bajo el planteamiento de doce exposiciones, es de considerar -en primera instancia-, la participación directa de todos los elementos, como asociación de un momento histórico sometido a los rigores de la transición, a la renovación, tratando de superar la crisis nacional y procurando también la modificación de los valores ideológicos propios de una época cuyos contextos significaron arraigo mental significativo que se proyectó en la forma de ser y de pensar; tanto en sus costumbres como en su forma de vivir.

   Si la fiesta de toros se consideró contraria a la civilización y el progreso, era de esperarse un combate directo para eliminarla, de ahí todos los argumentos manejados por los hombres de esa época, hombres con ideas liberales, deseosos de un cambio que tardaba en darse o de aparecer en escena, como deslumbramiento y azoro del esfuerzo mayor impuesto a tales ambiciones.

   Por eso, la fiesta torera concentraba de una forma especial, los ingredientes del carácter contra el cual se atentaba y pugnaba por su desaparición en consecuencia. De esa forma caos y anarquía, o el antitaurinismo de Juárez (si es que lo hubo), aunque lo fue y lo sigue siendo para muchos, son dos aspectos que animaron el estudio, pero han perdido peso al no encontrar en ellos el soporte necesario para continuar. El sentido de la imposibilidad de realizarse la nación como tal no sin antes eliminar, para permitir tal realidad los aspectos de «hipocresía, inmoralidad y de desorden» que desde 1859 fueron señalados abiertamente en el «Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación», el cual cuestionó -hasta llegar a la propia médula- las costumbres, los hábitos, los privilegios «y -más profundamente- contra el modo de vivir y pensar de la mayoría de los mexicanos de aquella época» según nos lo muestra O’ Gorman.

   Que la prensa jugó un papel determinante en este asunto, es indudable. No fue masivo el comportamiento, aunque sí incisivo por parte de quienes no dejaron de insistir en la necesidad de su erradicación, resolviendo la propuesta por una mejor educación que generara factores de cultura importantes. Por eso, «moralizar en vez de corromper» fue la bandera instituida.

   Liberales y positivismo también son parte del nuevo panorama y no es que no existieran. Surge una filosofía donde el orden y progreso se postulan como razones existenciales para una nueva época por venir.

   De lo que sucedió durante el Imperio de Maximiliano, apenas deja entrever intentos de prohibición que se resolvieron en los mejores términos sin alterar en consecuencia, un espectáculo al que era afecto el emperador (aunque solo haya asistido -no tengo más datos-, a dos corridas en 1864).

   Si lo que apunté sobre Gaviño y Juárez como incómodo encuentro allá por 1863 y luego manera de arreglo o desarreglo en la corrida del 3 de noviembre de 1867, en que vuelven a verse las caras, resulta un modo de afectación al bloqueo, es o sería insignificante pensarlo como tal, pues esto se supone entonces en un arreglo de cuentas personales y nada más que eso.

   En alguna medida la reafirmación de la segunda independencia abrió caminos para el logro de objetivos muy claros. Disipó -por algún tiempo- rencillas de todo tipo y solo se puso como constante recuperadora de lo que una primera independencia no había podido lograr. Razón emergente seguía siendo la de separarse o divorciarse de las «costumbres y los hábitos heredados de la época colonial» horizonte todo este que marca el arraigo mental tan pronunciado entre aquellos que, emancipados de una manera solamente formal, no habían conseguido las formas de independencia legal, social y hasta económica. De ahí la vicisitud que afectó una razón de ser tan indefinida de mexicanos quienes se dedicaron a la provocación, al desorden y a la lucha por el poder; todo esto en conjunto, permitió en consecuencia el avance de «las costumbres y los hábitos heredados de la época colonial» alterado si se quiere de forma, pero no de fondo, puesto que se estaba ya en épocas distintas. Gran parte de esa lucha ideológica y por el poder la mantuvieron los masones, personajes de gran inteligencia y astucia quienes lucharon abiertamente contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo fenómenos los tres, que dominaban el ambiente mexicano en el cual sus valores culturales escaseaban por lo cual el riesgo de infección por falta de preparación era mayor.

   Hemos visto que el federalismo favorece la fiesta por la conformación de estados libres y autónomos agrupados entre sí. Por tanto, esa autonomía si bien, consiguió que la afectación ocurriera en el Distrito Federal, no sucedió así en el resto del país, en el cual las corridas de toros continuaron desarrollándose normalmente, tanto en pueblos como en ciudades.

   El temor de Juárez a un levantamiento popular producido por todos aquellos que fueron licenciados luego de la lucha por la causa liberal puede ser en buena medida, fuente o brote de sospechas a nuestro estudio. Se esperaba que aquellos no-bandidos regresaran a su anterior forma de vida. Solo que ocurrió lo contrario. El bandidaje resultó ser la respuesta a aquella condición que incluso acarreó el malestar de 60 mil hombres alineados a la causa, de la cual no obtuvieron ningún reconocimiento; mucho menos un ofrecimiento de mejora en sus vidas. Esto, en su conjunto significaba un riesgo, pero la plaza de toros seguía siendo el centro de reunión colectiva donde la gente gozaba de todo cuanto en ella sucediera.

   Sin embargo, llegamos a lo que sentimos como el alma de todo este asunto, esto es, lo relacionado al cobro de impuestos, pues era preciso que el (o los) ayuntamiento(s) supiera(n) cuales «gabelas» eran de su pertenencia o incumbencia y sabemos que GABELA tiene un significado de tributo, contribución o impuesto. Como se puede comprender, gabela es, ante todo, una exacción (o impuesto en resumidas cuentas) que los antiguos señores feudales imponían a sus vasallos, arbitrariamente y sólo con el objeto de emplearlos en comodidad propia. Esto lleva a pensar en una aplicación de sentido feudal por su género, de suyo arbitrario. Pero sobre todo es la forma en que la ley de Dotación de Fondos Municipales logró un control de los impuestos, control que requería una renovación o un ajuste ante los abusos cometidos. Ahora bien, la Constitución de Cádiz al referirse al papel de los municipios es clara y abierta, por lo que se adelanta en mucho a las condiciones de beneficio común que estos deben ofrecer, lejos ya de toda evidencia del pasado. Por lo que respecta a las medidas, estas se basan en disposiciones que se remontaban al año 1854; la ley de 1862, primer aviso de suspensión no cumplida, aunque aplicada la duplicación del impuesto fijado a las corridas de toros en abril de 1865 y luego, la puesta en vigor del art. 87 de la ley de dotación, el cual no otorga ipso facto la concesión de licencias para el desarrollo del espectáculo, esto como una medida que atentaba los intereses de la empresa, comandada por Manuel Gaviño, quien seguramente no llevaba bien el estado administrativo-económico de la plaza, lo cual tampoco satisfacía las peticiones del ayuntamiento por hacer la repartición equitativa y porcentual de los impuestos que debían ingresar al ayuntamiento, soporte de los fondos municipales, utilizados en las mejoras de la condición urbana, desagüe, alumbrado y otros servicios públicos.

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   De esa forma, podemos concluir que el motivo que llevó a no conceder las licencias para el desarrollo del espectáculo fue, única y exclusivamente administrativo, lo cual nos hace entender que si bien son implícitos los conceptos que promueven la prohibición -entendida como tal, aunque el art. 87 en ningún momento indicaba se procediera con dicha aplicación-, es más directo el factor relacionado con los impuestos. Lo curioso es que en esos justos momentos se concentraban las ideas, formulaciones y demás aspectos que decidí analizar, por lo que resulta aún más atractivo el conglomerado de propuestas.

CONTINUARÁ.


[1] Flores Hernández, op. cit., p. 123-4. Si bien este ordenamiento legislativo solo debía tener aplicación obligatoria en el Distrito Federal, no tardó mucho en ser imitado en disposiciones semejantes expedidas por diversas entidades federativas: Puebla en enero de 1868, Chihuahua poco después, Jalisco el 16 de diciembre posterior, y casi enseguida, San Luis Potosí, Hidalgo y Coahuila. Pero, en general, la prohibición en provincia no tuvo larga vida -salvo en Oaxaca, donde continúa hasta ahora-, y no mucho después casi únicamente persistió en el Distrito.

[2] José María de Cossío, et. al. Los Toros. T. VI., p. 704. De la fiesta de toros en la Argentina y, propiamente relacionado a la prohibición que allí se dio se dice: Pero la fiesta de los toros se estrella contra mil escollos. En 1822, durante el Gobierno de Martín Rodríguez, aparece un Decreto prohibiendo en todo el territorio de la provincia las corridas de toros sin permiso del jefe de Policía y exigiendo en todo caso que los toros fueran descornados. En 1856, las Honorables Cámaras dictan una ley prohibiendo el  establecimiento  de plazas o circos para corridas de toros en todo el territorio del estado. Pese a tal prohibición, en 1870 se da alguna corrida y en 1880 se llega a construir una placita. Torea Cara-Ancha en 1882, pero en 1890 la Sociedad Protectora de Animales denuncia una corrida de toros embolados que había de tener lugar en un terreno de la calle de Victoria, y el asesor municipal aconseja la prohibición.

  1. 756: República Dominicana. Mientras estuvo unida a España, en Santo Domingo también se lancearon toros en ocasiones solemnes, pero al cobrar la independencia la fiesta taurina fue prácticamente abolida.
  2. 758-9: Uruguay Del 26 de febrero de 1889 es el siguiente dato:

«A las dos de la tarde del mismo día -escribe Gori Muñoz- varios diputados pidieron la abolición de las corridas en toda la República. Era durante la administración de Tajes, pero en el mismo año (1889), el Consejo de Estado nombró una comisión para prever la ley abolicionista de las corridas, cuya comisión expidió un voto favorable. Las dos tendencias antagónicas mantuvieron un criterio sin llegar a expedirse con una solución definitiva.

   La enconada cuestión volvió a plantearse ahora en la Legislatura que habría de reemplazar al Consejo de Estado. Un nuevo y borrascoso debate tuvo lugar, y la Cámara de Diputados sancionó, a mediados de 1898, la resolución derogatoria de la ley por una abrumadora mayoría. Todo lo que la minoría consiguió fue la reglamentación de las picas con toros embolados para ahorrar al público el espectáculo del sacrificio de los caballos.»

   Y añade el citado historiador: «El empeño en promulgar o derogar definitivamente la ley da idea de que las corridas eran en verdad populares. Sus apasionados partidarios se sentaban en la Cámara Alta; los senadores partidarios del restablecimiento del espectáculo tenían un solo voto de ventaja, ventaja que desapareció cuando don José Batalle y Ordóñez, con su voto en contra, dio motivo a un empate que habría de repetirse una vez reabierto el debate, con lo que el proyecto fue desechado. Ni aun así se dieron por vencidos los apasionados partidarios. En 1900 una nueva campaña se mueve en favor del proyecto rechazado. Volvió a triunfar en los debates y otra vez los partidarios de la derogación de la ley de 1888 vuelven a la carga y obtienen mayoría. Al fin se llega a una fórmula transaccional: los toros estarán embolados.

   Pero el asunto no había terminado todavía. Así modificado, el proyecto volvió a la Cámara de Diputados, la que después de borrascoso debate rechazó la enmienda del Senado. La Asamblea General debió expedirse en 1902. Sin debate alguno se rechazaron los proyectos: «el presentado por los diputados, con toros de punta que puedan matar al torero, y el de senadores, con toros embolados que no podían matar, pero que podían ser muertos por los toreros».

   Decretada la supresión de las corridas integrales, únicamente estaban permitidas aquellas que contaban con la desaparición de la primera y cuarta suerte. El aficionado uruguayo no cedió en su empeño vindicatorio: mítines, conferencias, asambleas en el Teatro Solís, gestiones e intentos de legisladores, todo cuanto hay que hacer se hizo.

   Las presiones políticas en torno a la prohibición de las corridas habían cedido ligeramente. En la Colonia del Sacramento (o San Carlos) se construyó en 1909 una plaza con capacidad para 10,000 espectadores.

Armando de María y Campos. Breve historia del teatro en Chile… y de su vida taurómaca, p. 45-6. El 15 de septiembre de 1823 el Congreso dictó una ley declarando abolidas perpetuamente en el territorio de Chile las lidias de toros, tanto en las poblaciones como en los campos, provocando una suspensión temporal, porque la afición al espectáculo estaba tan arraigada, que poco a poco volvieron a restablecerse las corridas en las provincias, motivando que el ministro del Ejecutivo, Diego Portales, remitiera a los Intendentes con fecha 24 de noviembre de 1835, una circular en la cual les decía que el Gobierno había sabido que en algunos pueblos de la República, se infringía escandalosamente la disposición referida, por lo cual el Jefe Supremo de la Nación le había ordenado que encargase a los Intendentes que velasen por su observancia bajo la más estricta responsabilidad.

   Con lo que se le dio la puntilla a la fiesta taurina en Chile que, por otra parte, no dejó para la historia del toreo en América nombre alguno de los lidiadores españoles o chilenos, ni de los criadores de toros en aquellos lejanos campos de la América del Sur.

[3] EXACCION. Véase impuestos y/o gabelas.

[4] GABELA, tributo, contribución, impuesto.

   Estas palabras se refieren a una idea común y su diferencia consiste en que GABELA explica las EXACCIONES que los antiguos señores feudales imponían a sus vasallos, arbitrariamente y con sólo el objeto de emplearlas en comodidad propia. Tributo es la exacción que imponen los conquistadores a los pueblos conquistados, no solo por utilidad propia, sino también en reconocimiento del dominio. CONTRIBUCION es la exacción general y que se hace extensiva a todas las clases de la sociedad por el gobierno de las mismas, y con el objeto de subvenir a sus atenciones sociales. IMPUESTO es una parte de esta misma CONTRIBUCION, referente a un solo ramo de las rentas públicas. D. Iñigo López de Tobar, imponía GABELAS a sus pueblos para sostener sus necesidades, sus placeres, sus castillos y sus caprichos. Legaspi exigía TRIBUTOS a los indios de Filipinas, y Cortés y Pizarro los exigieron a los americanos. Napoleón exigía CONTRIBUCIONES; los malos hacendistas exigen impuestos. Las CONTRIBUCIONES suponen un sistema rentístico. Los IMPUESTOS un remedio casero para curar los males de la sociedad (López Pelegrín).

[5] El siglo diez y nueve, 7ª- época, año vigésimo cuarto, del jueves 3 de octubre de 1867, T. V., Nº 81 p. 3.

[6] Constitución federal de los Estados Unidos Mexicanos. Sancionada y jurada por el Congreso General Constituyente el día 5 de febrero de 1857, p. 33.

[7] José Gamas Torruco. El federalismo mexicano, p. 33.

[8] Edmundo O’Gorman. «Fr. Servando Teresa de Mier» (Seis estudios históricos de tema mexicano). p. 90-1. Pero si el Imperio fue popular [el de Iturbide], también lo fue la República. Experimentado aquél con los resultados que se sabe, el régimen republicano era el único sistema que quedaba para articular en él la fórmula salvadora. Pero aconteció, como siempre acontece cuando se pretende resolver la vida por aplicación externa de remedios infalibles, que las circunstancias reales no se dejaban imponer tan fácilmente. En primer lugar surgió inmediatamente un problema escabroso. Se vio que decir república era una ambigüedad, porque había una serie de repúblicas, posibles según se acercasen o alejasen de los dos extremos de república federal con soberanía de las entidades federales o bien de repúblicas tipo centralizada. ¿Cuál de estas formas contenía la fórmula mágica para México? Esta era la gran cuestión, la decisiva y en torno a ella giró por muchos años toda la historia política de nuestro país.

[9] Constitución de 1857, op. cit., p. 33-4.

[10] Gamas Torruco, op. cit., p. 47. «La nación queda una, indivisible, independiente y absolutamente soberana en todo sentido, porque bajo de ningún respecto político reconoce superioridad sobre la tierra. Sus intereses generales los administra la autoridad central dividida en tres poderes supremos… Cada estado es independiente de los otros en todo lo concerniente a su gobierno interior, bajo cuyo respecto se dice soberano de sí mismo. Tiene su legislatura, su gobierno y sus tribunales competentes para darse por sí las leyes que mejor le convenga…» (Fragmento del Pacto Federal de Anáhuac).

[11] Constitución de 1857, ibidem., p. 34-5.

[12] Gamas, ibidem., p. 74

[13] Constitución de 1857, ibid., p. 40.

[14] Ib.

[15] Ib.

[16] Ralph Roeder. Juárez y su México, p. 997-8. El federalismo era un anacronismo, adoptado en los primeros días de la República como una reacción y una garantía contra el poder centralizado de los regímenes coloniales y conservadores, que creó una federación floja y flaca  de gobiernos regionales que correspondía a la psicología de la nación en las etapas embrionarias de su desarrollo; la guerra extranjera había estimulado la coherencia nacional y exigía el robustecimiento correspondiente de la autoridad del gobierno supremo. El foco de estas tendencias estaba concentrado en el Congreso que, en virtud de ser el Poder Legislativo, ejercía un control receloso sobre el Ejecutivo, y como la enmiendas recomendadas por la convocatoria [a elecciones] tendientes a aumentar las facultades constitucionales del Presidente y a debilitar las del Congreso, no podían menos que suscitar una oposición que el gobierno anticipaba y pensaba circunvenir, dirigiéndose directamente al electorado. La necesidad de contrarrestar la flaca filosofía federalista y de frenar sus efectos políticos quedó ampliamente demostrada por una década de dura experiencia y confirmada por el Congreso mismo al conceder facultades omnímodas al Presidente para la defensa del país; pero el centralismo era un sistema identificado con las dictaduras conservadoras, y las reformas indicadas despertaron las sospechas de la oposición, que veía en la invocación -el fruto gastado- de la excesiva discreción concedida al Presidente durante la guerra y de su emancipación del freno constitucional al prorrogar su ocupación del poder arbitrariamente en 1865. Al profanar al Arca intocable del Testamento, Juárez fue herido por el clamor supersticioso de los ortodoxos. A pesar del tabú, la consulta se verificó; mas el resultado le fue adverso y tuvo que remitir las reformas al Congreso. Pero la impresión dejada por su iniciativa resultó más perjudicial que su fracaso, porque en el curso de la controversia se creó en la opinión pública la presunción de un designio, de parte del Presidente, de usurpar la corona constitucional con un subterfugio democrático: presunción fervorosamente fomentada por la oposición que, a falta de fuerza propia, absorbía como una esponja toda fuente de descontento, toda indicación de transgresión, para aumentar sus filas y ampliar su voz.

[17] Vanderwood, op. cit., p. 62. Hubo un acuerdo en 1854, y los liberales reunieron suficiente fuerza provincial para obtener un tenue poder nacional con una vaga coalición de ambiciones frecuentemente en conflicto. A pesar de la debilidad de este núcleo, desencadenaron la reforma prometida mediante una política de enfrentamientos, en que insistían en que no deseaban ser duros con sus adversarios. Para afirmar el orden nuevo habían atacado vigorosamente al antiguo, no solo al ejército y a la Iglesia sino a todo el sistema que siguió a la Independencia, con sus caudillos, sus bandidos, su desorden deliberadamente mantenido en el campo, y sus comunidades indígenas con sus prioridades comunales tradicionales. Paradójicamente, los liberales hundieron el país en un desorden total en su frenético afán por imponer el orden. Para ellos, paz era igual a progreso, pero necesitaban el desorden para crear su propio estado de cosas: su sistema. El desorden no es exclusivo de los pobres y los desposeídos. Las élites también conocen su valor. Pero los liberales mexicanos descubrieron que el desorden, una vez alentado, no es fácil de dominar, y que el restablecimiento de la tranquilidad nacional podía costarle al país un alto precio.

[18] Ibidem., p. 63.

[19] Ibid., p. 74.

[20] Antonio Rojas Pérez Palacios. Centenario de la Restauración de la República, p. 84-5.

[21] Vanderwood, ib., p. 76.

[22] Archivo General de la Nación (AGN). Ramo: Gobernación leg. 1506-7, caja 1835, exp. 5: «De Tranquilidad pública del 2 de octubre de 1865».

–:(AGN). Ramo: Gobernación leg. 375, caja 492, 1 exp.: «Ley de los inquilinos 8 al millar» [respecto a la proporción de cobros].

[23] Vanderwood, ib., p. 91.

[24] Daniel Cosío Villegas, et.al. Historia moderna de México. La República Restaurada (Vida política), p. 56-7. La tarea de avanzar y conseguir a la vez esas dos metas resultó excesiva para México, a causa de la desproporción entre la magnitud de ella y el tiempo y la adversidad de las condiciones en que debía realizarse el intento. México debió concentrarse entonces en el avance hacia una de las metas a costa de abandonar el progreso en la otra, continuando así hasta el momento en que el desequilibrio era ya grave e imperativo restablecer el equilibrio; de ahí que debiera volver sobre la meta abandonada para avanzar hacia ella, pero aplazando el progreso en la otra. Y así llegó a romperse el equilibrio de nuevo y a necesitarse su restablecimiento.

   La vida del México independiente hasta 1867 se consagra de preferencia a conquistar la libertad política; con el triunfo de los liberales en las guerras de Reforma e Intervención no sólo la consiguen, sino que en ella creen tener la clave de la felicidad nacional. Sin embargo, bien pronto se advierte el problema de la descompensación, pues mientras en la acción política se había llegado a una situación en verdad halagadora, la economía del país estaba en ruinas después de medio siglo de destrucción y estancamiento. El grupo de los grandes liberales reformistas hace de 1867 a 1876 un esfuerzo patético para que el país progrese económicamente sin sacrificar la libertad conquistada; pero la liquidación de la creencia de esas dos guerras mantiene todavía al país en la discordia civil, en el motín y en la revuelta; no mejoran de modo visible las condiciones materiales de la gente, y a veces empeoran; el estacionamiento o la regresión inducen a apetecer el progreso con un ansia cada vez más perentoria, y, al mismo tiempo, asoma y crece la duda sobre el valor y la eficacia de la libertad.

[25] Op. cit., p. 78.

[26] Roeder, op. cit., p. 998.

[27] Ibidem., p. 999.

[28] Ibid., p. 1013.

[29] Ciro Cardoso. México en el siglo XIX, p. 55.

[30] Lanfranchi, ib., T. I., p. 171-2. Según su registro: Hubo temporada en la plaza de toros del Paseo Nuevo a principios de año (Bernardo Gaviño y su cuadrilla: toros de Atenco) y otra que principió en el mes de noviembre; pero las corridas fueron prohibidas en el Distrito Federal y tuvieron que suspenderse.

PLAZA DEL PASEO NUEVO. Domingo 13 de enero de 1867. Función extraordinaria a beneficio del Hospicio de Pobres. Por unos aficionados. Toros de Atenco.

PLAZA DEL PASEO NUEVO. Domingo 3 de noviembre de 1867. Extraordinaria y grandiosa función a beneficio de los desgraciados que han sufrido las consecuencias del horroroso huracán e inundación en Matamoros y otras poblaciones mexicanas de las orillas del Bravo, a la cual asistirá el Presidente de la República Mexicana C. Benito Juárez. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Cinco toros de Atenco.

PLAZA DEL PASEO NUEVO. Domingo 17 de noviembre de 1867. Primera función de toros de la temporada. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Cinco bravos toros de muerte de Atenco.

PLAZA DEL PASEO NUEVO. Cuadrilla de aficionados. Extraordinaria y grandiosa corrida  de toros, manganeo y jaripeo por jóvenes aficionados, dirigidos por Bernardo Gaviño, a beneficio de nuestros hermanos de Matamoros, que arruinados por el huracán que causó tantos males en la frontera de nuestra patria, deben recibir en tan tristes circunstancias un testimonio de afecto de los habitantes de la capital… Se lidiarán 6 toros de muerte de Atenco, bajo la dirección de Bernardo Gaviño…» (La Iberia. No. 220, del sáb. 7 de diciembre de 1867).

PLAZA DEL PASEO NUEVO.«A las cuatro y media. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Cinco toros de Atenco. Habrá enseguida una mojiganga que lidiará otro torete, después del tercer toro de la lid. Toro embolado de costumbre.» (La Iberia. Nº 233, del dom. 22 de diciembre de 1867).

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Archivado bajo 500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XV). EL ESPECTÁCULO EN LA SEGUNDA MITAD DE AQUEL SIGLO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

7.-UN INCIDENTE DE BERNARDO GAVIÑO EN EL GOBIERNO DE JUAREZ EN 1863.

    Otro punto de apoyo a nuestros planteamientos se genera en San Luis Potosí en 1863. Sucede que a raíz de la avanzada francesa que ocupa finalmente la ciudad de México, Juárez y su gente se dirigen hasta territorio potosino, donde se establece provisionalmente la capital de la república.

La penuria financiera del gobierno de Juárez se agrava al ocupar las fuerzas navales francesas el Puerto de Tampico el 7 de agosto de 1863, por lo cual el gobierno de la República dejaba de percibir el pago de los derechos sobre el comercio exterior, que en cantidades importantes se  recaudaban  en  dicho  puerto.  Las pugnas en las huestes  juaristas  continuaban,  por  una  de ellas renunció Luis Couto al gobierno de Michoacán; la disciplina se quebranta por acciones de algunos gobernadores.[1]

¿Qué tiene que ver lo anterior con Gaviño? Mucho, como se verá. Resulta que fue desterrado de México por los disidentes (o lo que es lo mismo, republicanos a decir de El pájaro verde), pasó a la Habana, de allí se dirigió a Tampico para internarse a Durango, en donde se había contratado para dar corridas; pero al pasar por San Luis le aprehendieron y encerraron en un fétido calabozo, en donde por espacio de tres meses no vio la luz del sol. ¿Quienes le aprehendieron? Fue la legalidad juarista que lo reputó como sospechoso y lo tuvo en prisión de dos a tres meses, con tal rigor, que hasta se llegó a temer por su vida.[2]

   Tales testimonios fueron recogidos de El Pájaro Verde, tanto de octubre como de noviembre de 1863. El referido a octubre y con fecha del 31 nos provee de todo lo sucedido en agosto. En dicho mes llegó Bernardo a San Luis, y el día 7 las fuerzas navales francesas ocupan Tampico. La sospecha no es oculta. Todos los cabos se juntan y, seguramente al enterar a la legalidad juarista de la llegada de Bernardo Gaviño de Durango, con procedencia de Tampico, nada difícil es que aquello se convirtiera en una detención aduciendo al gaditano ser algún enviado secreto de los franceses o cosa por el estilo. Sin embargo, hemos de recordar que al paso del tiempo, Juárez y Gaviño se encuentran de nuevo. Ello ocurre el 3 de noviembre de 1867 y en un festejo benéfico, participando ambos en una causa humanitaria.

   Tal planteamiento, por meras causas particulares merece ser considerado pues allí es donde puede estar un pretexto que sirviera para que Juárez se prendiera de él y no pusiera punto final, hasta no ver culminada la «Ley de Dotación del Fondo Municipal de México» con fecha del 28 de noviembre de 1867.

 8.-CON LA REAFIRMACION DE LA SEGUNDA INDEPENDENCIA, ¿SUCEDE LA RUPTURA?

    En el ya famoso Manifiesto de Benito Juárez con fecha del 15 de julio de 1867, con el cual se celebra la entrada de su gobierno a la capital y con ello la restauración de la República, afirma al final del documento:

Mexicanos: Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por SEGUNDA VEZ LA INDEPENDENCIA de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad.[3]

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Disponible en internet noviembre 21, 2016 en: http://www.hndm.unam.mx/

   Por las características en que España sometió a la colonia mexicana las condiciones en 1810 para una revolución estaban dadas. Si bien, con los fines bélicos y destructivos que acarrea un proceso de esa magnitud, no deben ser más que muestra de que hubiera conciencia en la sociedad de cuanto ocurría y de que este pueblo se transformara mentalmente, único medio posible de desvincularlo de las costumbres que la tradición española le había impuesto.[4]

   Por todo cuanto hemos visto, la «diversión compensadora» no resultó afectada en ninguna de sus partes y siguió su curso sin novedad alguna. Parece encajar esa significación en una idea lanzada por Leopold Von Ranke en el siguiente tenor:

(…)no hay problema más importante en el campo de la historia universal que el de saber cómo este elemento de la cultura, ya de suyo desarrollado, pero vinculado siempre a una determinada existencia política, ha podido conservarse y trasplantarse a través de las vicisitudes de los destinos de los pueblos, sus titulares y exponentes, cómo ha sido capaz de perdurar por sobre todas las sangrientas destrucciones de estados antiguos y las violentas instauraciones de otros nuevos.[5]

   Respecto al pronunciamiento de Juárez mostrado a la entrada del presente apartado, se me ocurre pensar, si se habla de una «segunda independencia», que si los toros como diversión popular heredada por España se convierten en «último reducto» entre una notable serie de valores e ideologías, amen de moldes que quedaron y aun circulan -que son valores propios de la colonia, se prestaba ese momento para sacudir los viejos esquemas con ese nuevo empeño que arrancaba en razón paralela con los principios bien establecidos del orden y progreso.

   Al respecto nos dice Edmundo O’Gorman lo siguiente:

la significación del «Triunfo de la República» en el ámbito de nuestra historia consiste en que fue consumación de la independencia nacional respecto al dilema en que se hallaba el ser de la nación al surgir en el escenario histórico. Fue, por lo tanto, el triunfo de la posibilidad de ser republicano sobre la del ser monárquico; pero más profundamente, fue la conquista de la nacionalidad misma, entendida como una suprema responsabilidad hacia la patria en su pasado, su presente y su porvenir.[6]

   Si esto fue así, ¿se propondrían los fines liberales o la prensa o quien fuera a cancelar la diversión popular de los toros en 1867? ¿Por qué tuvo que ser precisamente el de la restauración de la República y no antes o después?

   Tales preguntas no tienen respuesta más que con la intervención de la prensa (cuyo sentido de peso sigue influyendo, como influyó e influyen -ya lo he dicho- en su medida proporcional cada uno de los aspectos planteados aquí), de la ideología liberal al servicio de mejores etapas y a los resortes con que hemos venido manifestando el esquema. Pero por otro lado no basta la pura significación por haber obtenido esa deseada «segunda independencia». En el fondo, se manifiesta una abierta pugna entre liberales y conservadores en pos de esa anhelada meta.

¿Qué hay en el fondo de esa interna lucha entre puros y moderados? ¿Qué, detrás del dilema que los dividió en el congreso? ¿Qué, en fin, por debajo de la pugna entre restaurar el código de 1824 o adoptar una nueva ley fundamental?

(…) bases de la reforma que en vano se había intentado antes. Pero, ¿reforma de qué? Obviamente de la sociedad mexicana. He aquí al descubierto el fondo de la cuestión. En efecto, ESTA CLARO QUE LOS MODERADOS TAMBIEN QUERIAN ESA REFORMA, PUES DE LO CONTRARIO NO ESTARIAN INCLUIDOS EN EL PARTIDO LIBERAL; PERO LA QUERIAN COMO SIEMPRE LA HABIAN QUERIDO, NO A BASE DE MEDIDAS DRASTICAS Y ENERGICAS DE EFECTOS INMEDIATOS Y FULGURANTES, SINO PAULATINA, ES DECIR, UNA REFORMA TIBIA Y CONTEMPORIZADORA, TEJIDA DE CONCESIONES Y RESPETOS HACIA LAS COSTUMBRES Y LOS HABITOS HEREDADOS DE LA EPOCA COLONIAL. El nuevo dilema era, pues, o reforma o transacción; pero, a enorme diferencia con el falso dilema entre régimen central o federal, el liberalismo se enfrentaba, por fin, a la auténtica disyuntiva que debía resolver, porque en la alternativa de aquellos extremos se ventilaba, ni mas ni menos, la posibilidad misma de realizar su programa o dicho en nuestros términos, estaba en juego la actualización del ser republicano para México.[7]

   Es muy importante recoger de la cita anterior el concepto que aplicaron -a los ojos de O ‘Gorman- los liberales; esto es ejerciendo «una reforma tibia y contemporizadora, tejida de concesiones y respetos hacia las costumbres y los  hábitos  heredados  de  la época colonial». Ello nos muestra no más que un alejamiento respetuoso de las costumbres y los hábitos heredados de la época colonial, para que en el momento más oportuno se decidiera una intervención a nivel del discurso político para derrumbar toda presencia en los órdenes ya vistos y poner en marcha el sistema óptimo y deseable a partir de 1867, año en que concluyen además de una serie de guerras internas e invasiones extranjeras, y en cierta manera las pugnas entre puros y moderados. El plan de avanzada total encontró entonces el campo libre para sembrarlo de aspiraciones que en Juárez tuvo a su mejor cultivador.

   Así, Juárez mismo encuentra una probable salida al destino de México: el «ser» de la nación. Esto, bajo un tratamiento historicista nos conduce a la siguiente reflexión planteada por José Ortega y Gasset:

el prototipo de este modo de ser, que tiene los caracteres de fijeza, estabilidad y actualidad (=ser ya lo que es), el prototipo de tal ser era el ser de los conceptos y de los objetos matemáticos, un ser invariable, un ser siempre lo mismo.[8]

   Esto es, mantener la identidad con la que se forma y/o concibe una entidad «X»; nace, crece y se desarrolla tal o cual razón viva; sin intervención ajena de algo, de alguna cosa.

9.-LA MASONERIA: ¿INTERVINIERON SUS IDEALES EN LA PROHIBICION?

    Aquí se pretende conocer un par de situaciones:

1.-La forma (muy generalizada) en que la masonería tuvo origen, desarrollo en influencia entre la sociedad decimonónica mexicana, y

2.-si tales comportamientos de carácter ideológico afectaron en mayor o menor medida el desarrollo de las fiestas taurinas del mismo siglo.

   No es este, por supuesto un estudio a fondo de la masonería. Por el contrario, se pretende explicar con ella como instrumento ideológico la aportación hacia el significado de estudio, sin desprenderse por supuesto de la historia de México en su periodo de 1821 a 1867.

   Luego de que se obtuvo la categoría de nación, intereses de distinto orden, surgidos de su propio seno o del extranjero, ocasionaron un dislocamiento que marchó por rutas de diverso sentido. Encaminaron el destino:

La iglesia, los masones, los liberales, los conservadores, los federales, los centralistas, los monárquicos, los republicanos, en suma, los que dejaban de lado la preocupación nacional desde el punto de vista interior, (ellos) eran los elementos que rivalizaban en la pugna por definir la evolución de México.[9]

   La novedosa situación del país quedó sometida a aspectos muy dispares. Dejaba de ser lo que fue durante tres siglos, según la opinión optimista de liberales y se resistía a un nuevo concepto, que atentaba el sistema establecido; que así puede entenderse la visión de los conservadores.[10]

   Ante esos dos frentes de lucha se incrustaron esquemas que aprovechaban el caos para influir ideológicamente entre la sociedad. Desde 1806 hay indicios de la masonería en México, pero es hasta la llegada de Joel R. Poinsett cuando esta acaba por tomar una fuerza notable. Recordemos que el fin de la masonería es y ha sido llevar la razón del concepto, luchar contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo.

Génesis de la masonería en México.

   «La separación de España y la independencia se suponían sinónimos -apunta Timothy E. Anna-, lo cual ayuda a explicar por qué pocos autores han observado que el resultado del Tratado de Córdoba no fue la independencia, sino la autonomía».[11]

   Independencia, autonomía, emancipación fueron los signos con que se manifestó la presencia de un cambio en el camino de la búsqueda por la nación. Los años iniciales del siglo XIX y los que le siguieron se significaron como el caldo de cultivo a sinfín de intentos contradictorios. Llama la atención que hombres convencidos del progreso y no del regreso (en todo caso rechazado); de continuo no dejaban de aparecer en la línea de batalla, enfrentándose con el sistema tradicional.

   Por otro lado, no sabemos cual sea el delito de Juárez al haber abrazado ideas formalmente progresistas que ya no compaginaban con el viejo sistema. Es claro el hecho de que durante buena parte del XIX se rehace al mundo señorial con la manera o intención de mantener el régimen conservador, el sentido colonial en consecuencia. Aunque Gibaja y Patrón llega a decir de Juárez que era variable en sus creencias; «fue cristiano católico, luego masón anti-cristiano, después fundó la secta cristiana protestante: la Iglesia Mexicana».[12]

   Se logra alcanzar una nueva etapa si se sabe romper frente al viejo esquema que empuja al siguiente nivel.

   Concretando las intenciones a las que sometí estos apuntes, se pueden establecer ciertos márgenes con los cuales se arrojan respuestas sobre la participación o no de masones en el espectáculo de toros, más que el de esbozar un resumen a la visión histórica sostenida hasta el momento.

   Sabemos sí, de la presencia de masones en torno a la fiesta. Alfredo Chavero, Ignacio Manuel Altamirano, Sebastián Lerdo de Tejada, Juárez y todos aquellos que, estando involucrados, deben responder a nuestra pregunta de si su participación o su idea concreta -como masones- y a ello agregado el espíritu liberal, decidieron en el bloqueo a la fiesta de toros en 1867.

   Quizás en lo que a continuación se exprese podremos entender una de las verdaderas fuerzas de impulso que quedaron de nuevo en reposo y que, hasta la «Restauración» se pondrían en práctica. Juárez expide, luego de las insistencias tanto de Lerdo como de Santos Degollado una ley, «El Manifiesto del gobierno constitucional a la nación» (julio, 1859) donde se marcan los linderos definitivos entre la iglesia y el estado. Como reforma, tiene de suyo un planteamiento: manifestar el alejamiento de los sustentos tradicionales que la sociedad ha mantenido, como producto de las secuelas colonialistas. Por eso, no hay como las Leyes de Reforma, con cuya mezcla, desterraría viejos cuadros que la iglesia tenía bien establecidos. Y no es solo la iglesia; es el poder social y político del clero, de sus representados el que detenta la situación. No es ese gran entorno el solo punto de ataque. Lo es, también la tradición, la costumbre que el mexicano -como un ser independiente al español- hizo propio luego de tres siglos de control, que no son fáciles de sacudir inmediatamente. He allí la gran posibilidad de hacer del México conservador un México metido en cambios y en progresos. Es significativo el contraste.

   El espíritu de la época influía en gran medida. Propósitos muy firmes por la personalidad auténtica de México en aras del progreso y las ideas liberales, iban dándole perfiles diversos con objeto de desbastar las fisuras e imperfecciones propias de un pasado al que se combatía. Es lógico que ese pasado es la herencia española misma, la cual ni un movimiento emancipador (1810) ni leyes de todo peso y tipo (1824, 1857, 1859 v.gr.) lograron restarle a esta conformación y sociedad civil, religiosa y por qué no decir política que la representaba, su natural arraigo. Sufrió alteraciones y afectaciones también, pero no se trata de un peso específico posible de variar, sino de uno absoluto que debe y precisa llegar hasta sus propias raíces.

   Abundando sobre la masonería, es muy factible que haya participado, aunque realmente no sabemos si la postura de los masones, es por masón auténtico o por protestante. El masón concilia con las cosas del progreso y de la razón y es muy seguro que hasta aceptara el contexto del espectáculo. Por su parte, los protestantes odian la fiesta (matan cristianos y árabes, pero defienden animales). Pero no olvidemos que su esquema -el de los masones- se mueve gracias a la acción de otros elementos. Si resolvemos esto por una sumatoria, resolvemos parte de nuestra duda.

   Las tendencias de los fundadores de la masonería en México, eran liberales; pero lo eran en el sentido español, es decir, excusándose de dar parte á los mexicanos, y los pocos que eran admitidos, se puede asegurar, sin temor de equivocarse, que pertenecían a familias nobles y españolizadas (…).[13]

   Decir que Juárez fue masón es estar en lo cierto. Pero, ¿en qué medida el oaxaqueño proyectó esa mentalidad hacia el toreo -en concreto-, en el momento de dar marcha a la «república restaurada» con todo lo que ella, en sí misma implicaba?

   Esto es, si el objetivo de la masonería: llevar la razón del concepto, luchar contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo,  bajo esta premisa se entiende entonces la posible negativa hacia el espectáculo de toros, por considerarlo contrario en todo sentido a los principios establecidos por las logias. Pero Juárez siendo un miembro del Rito Nacional Mexicano era preciso que se sujetara a un principio donde fijaron (los fundadores del rito) el principio de que

no es cordura atacar hábitos y costumbres, respetadas por los hombres más sabios de todo el mundo, y ponerse en hostilidad con las reglas seguidas hasta entonces por la fraternidad, y sobre todo, que una innovación de la naturaleza que tenía la de que se trataba, y sin saberse positivamente hasta donde podía tener su punto de contacto con la masonería antigua, producía desde luego una alarma que era preciso calmar.[14]

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Disponible en internet noviembre 21, 2016 en: http://www.hndm.unam.mx/

   Con lo anterior tengo que caer en la cuenta de que masón o no; centralista o republicano; militarista o no, el hombre público o el hombre común acudían a la plaza sin tener que ostentar dentro de ella su bandera ideológica o partidista. Entendamos al toreo como un espectáculo simple y sencillamente y no un punto de influencia para la actividad política de esta índole.

   En conclusión, la masonería entendemos que participó de forma parcial en este acontecimiento con sus ideas (la tregua constante de la modernidad política mexicana con el pasado así nos lo muestra). Sólo que el carácter económico que de suyo tuvo el hecho de la prohibición, de pronto descarta y resta responsabilidad a la participación masónica.

   Ya sabemos que hubo medidas previas de dotación al fondo municipal en abril de 1865 al duplicarse el impuesto de beneficio que evitó la solicitud de prohibición a las corridas de toros en esos mismos momentos. Es importante considerar que entre 1863 y 1867 imperó -a decir de Gibaja- una pro-libertad nacional contra el monarquismo:

-Republicanos (liberales y algunos conservadores);

-monarquistas (conservadores y muchísimos liberales).

   Pero fundamentalmente, y para terminar, se da en 1867 la ruptura del monopolio político, militar y en consecuencia con las costumbres. En el fondo, el gobierno de Juárez rompe con el viejo régimen. Solo que esa ruptura para con las costumbres se dio en el papel, mas no en la práctica, y fuera de los principios de la masonería que ya vimos párrafos atrás. Las tradiciones y su profundo arraigo si bien fueron disminuidas en la capital y desplazadas a provincia, allí encontraron espacio para mantenerse; no tanto para evolucionar, que eso ocurriría -para los toros- al reanudarse en la capital en 1887. Como vemos este punto geográfico de nuestro país mantuvo su influencia hegemónica a partir de un vigoroso modelo  centralista, rezago y herencia de todo aquello que repudiaron los liberales al confrontar su posición con la presencia de los siglos coloniales en México, y que tanto cuestionaron.

CONTINUARÁ.


[1] Jorge Fernández Ruiz. Juárez y sus contemporáneos, p. 284-5.

[2] Lanfranchi, ibid., p. 168-9.

[3] González, Galería…, op. cit.

[4] Gloria Villegas. «Reflexiones en torno al motor de la historia», p. 60-1.

[5] Leopold Von Ranke. Pueblos y estados en la historia moderna, p. 475.

[6] O’ Gorman, La supervivencia política…, p. 88.

[7] Ibidem., p. 55-6.

[8] José Ortega y Gasset. Historia como sistema, p. 29.

[9] Carlos Bosch García. Historia diplomática de México, p. 10.

[10] O’ Gorman, México. El trauma…, op. cit., p. 32. Nos interesa sobremanera y particularmente este enorme problema. O’Gorman resume magistralmente estos enfoques, confrontando las posibilidades a que se orientan cada una de las vertientes: la liberal y la conservadora. De esa forma conviene remitirse a la válida visión de nuestro historicista, quien postula:

LA TESIS CONSERVADORA

(Propósitos)

 

Constituir a la nueva nación de acuerdo con el modo de ser tradicional, aceptando como vigente el legado de la Colonia; pero no como mera prolongación estática, sino logrando un progreso social y material que rivalice con el de Estados Unidos, pero siempre en lo compatible con el modo de ser tradicional.

LA TESIS LIBERAL

(Propósitos)

 

Constituir a la nueva nación de acuerdo con el modo de ser de Estados Unidos. Se alcanzará así la prosperidad social y material logrado por el modelo norteamericano.

   Luego va planteando todos los problemas que sorteó cada alternativa, los avatares, hasta la obtención de mezclas extrañas de esas dos entidades. La conclusión de O’ Gorman es como sigue:

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Sabemos ya que desde 1806 (68a) surge una logia (68b) con serias pretensiones del logro emancipador. Nos interesa ahora  seguir el curso  y la actividad de masones (68c) de una y otra ideología. El rito escocés (68d), da cabida a las ideas de conservadores en tanto que el yorkino (68e) lo será para las de los liberales. Sin embargo, la aparición de esta logia en particular nos atrae sobremanera (68f) y pretendemos para ello, abordar el curso de los movimientos de la masonería en el periodo ya indicado, intentando ser específicos. [11] Timothy E. Anna. El imperio de Iturbide, p. 17.

   Entre 1821 y 1822 se dan varios acontecimientos destacados, a saber:

-la llegada a México del diplomático norteamericano Joel R. Poinsett en plan de observador (68g), los indicios bien claros porque cayera Iturbide del imperio, promovido el asunto por el periódico El Sol; y la exposición del plan de Casa Mata.

   Poinsett, un obsesivo del poder definió su estilo en medio de un instinto «idealista fervoroso y cabal», con ello

se las hubo con irrealistas empecinados, a quienes pudo imponer la supremacía de lo ideal sobre lo irreal (68h).

La manera en que el embajador se reflejó ante la sociedad muestra unos propósitos obsecados, pretensiones ambiciosísimas y un deseo por imponer cambios en los programas de mentalidad, que no fue cosa de establecerlos solo en nuestra nación. También viajó por Suecia, Finlandia, San Petersburgo, Moscú, Kasán. En Moscú se entrevista con el zar Alejandro a quien trata de convencer para envolverlo en propósitos que lo hicieran estar al servicio de su país.

   Pero también destaca Fuentes Mares un aspecto reflejado más que en sus acciones mismas, en su rostro que «delata concentración, inteligencia analítica, talento para la acción» según cuatro retratos que sobre él existen. Su tipo sicológico dice el historiador chihuahuense es «asténico, esquizotímico». Hombre de temperamento especial que a fuerza de pretender algo, lo consigue. Claro, de por medio, la intriga juega un papel trascendental.

   Los otros sucesos van en relación al disgusto por la presencia rectora de Iturbide. Por eso

la voz cantante en contra de Iturbide a fines de 1821 y principios de 1822 partió del periódico El Sol, que hablaba a favor de los masones escoceses y por tanto estaba a favor de los Borbones (68i).

   Claro que en la misma publicación y poco antes de la proclamación del emperador postulaba con acierto: que repúblicas como los Estados Unidos no eran adecuadas al panorama nacional pues ello ocasionaba la presencia de «multitud de pequeñas repúblicas». Su tendencia central -es lógico- daba pie a tales comentarios. Padeció este periódico el rechazo de la monarquía por lo que reanudó sus números a dos semanas de la abdicación (en abril de 1823).

   Personajes como Miguel Ramos Arizpe, Mariano Michelena, Luis Iturribarría son dirigentes organizativos de las logias masónicas escocesas, opositoras en gran medida al régimen iturbidista. Sabemos que Poinsett hace una visita a México en octubre de 1822 con propósitos por establecer el modelo de república federal que emanaba de la suya propia, como una manera de dar cabida a lo que muy pronto será el «destino manifiesto» (68j). Luego entonces, al proponerse el Plan de Casa Mata, este

no pedía la creación de una república, sino que de hecho garantizaba la continuación de la monarquía, tuvo el efecto de destruir el gobierno central, como lo explicara Nettie Lee Benson (68k). El artículo décimo del plan de 11 partes pedía que el gobierno en la provincia de Veracruz se depositara en la diputación provincial de Veracruz hasta que se resolviera la crisis (68l).

En esa forma, el mencionado artículo movió a todas las diputaciones provinciales a hacer suyo el Plan de Casa Mata y de esa forma lograr el control estatal o provincial, de manera independiente en un caso extremo. El plan en consecuencia tuvo apoyo en cuanto lugar se aposentó.

   Se piensa que por continuador al proyecto español -«una monarquía constitucionalmente central que reconocía los poderes y privilegios regionales (aun cuando Fernando VII había rechazado personalmente esa tradición, en su intento de crear un absolutismo nuevo, más conservador)»- este fue un intento por derrocar a Iturbide.

Bajo esta luz, parece que no es posible interpretar al Plan de Casa Mata como una conspiración masónica secreta para reemplazar al emperador nacido en México por un miembro de la dinastía de los Borbones de España, como algunos historiadores sostienen. Quizá eso fue parte de la motivación de algunos individuos como Echávarri, quien pudo haber  conservado  ciertos sentimientos de simpatía hacia el acuerdo original

de Iguala en donde se pedía que un Borbón tomara el trono de México pero tal idea de seguro la hubiesen denunciado, y de hecho ni siquiera fue considerado por las provincias y sus dirigentes civiles y militares criollos. De cualquier manera no se puede rechazar de un plumazo el testimonio de Bustamante, Zavala y Alamán con respecto a que al menos algunos de los líderes de Casa Mata estaban motivados por el plan masónico de colocar un Borbón en el trono (68m).

   Todo ello indica la propuesta no superada por ver en el poder a uno de los continuadores o sostenedores de la monarquía, en primera instancia; y en segunda la de garantizarse la continuidad del proyecto conservador. Pero entre fines de 1822 y comienzos de 1823 surgieron en forma masiva logias antiiturbidistas, escocesas y masónicas, dirigidas por los republicanos que recién habían vuelto. Borbonistas y republicanos las constituyeron, y personajes importantes (como Guerrero, Bravo o Victoria) mostraron su oposición a la causa iturbidista con lo cual se consiguió dar un paso sólido a la oposición; aunque podemos respirar la confusión pues

Aún cuando la mayoría era aún leal a Iturbide a fines de 1822, las logias se convirtieron en centros que estimularon un sentimiento antiiturbidista entre estos oficiales (68n).

   Y era claro que hasta en los apoyos de Iturbide -caso de Lorenzo de Zavala- se diera un síntoma de no afinidad, pues Zavala pugnaba por la república federal -en cuanto idea- mostrando así su rechazo a los escoceses, que promovían la causa conservadora. Y dentro del esquema de Zavala, su afecto por la ocupación monárquica en México por un Borbón era evidente, aunque es verdad, quienes mantuvieron en pie tal alternativa poco gozaron, pues la aceptación no creció notablemente.

   En cuanto al pensar de la masonería o de esta como encauzadora de los debates políticos que entonces no contaban con dirigencia propia, nos damos cuenta de que al sancionarse el Acta Constitutiva de la República, disentir en contra de ella era disentir contra la patria misma. Por eso, los escoceses mostraron preocupación por organizarse pues

en el país nunca había existido una política de partidos políticos organizados, y la logia ofrecía una excelente organización con reglamentos muy claros y con formas definidas para aceptar a nuevos miembros (68o).

Y si ellos conseguían tal estructura, resultado de su necesidad conformadora, no se quedaron atrás los yorkinos, encauzados por Poinsett quienes se integraron en logia. Algunos de ellos fueron: Lorenzo de Zavala, José María Tornel y Mendivil y Vicente Guerrero. A su vez, los yorkinos operaban en función del federalismo, del antihispanismo y la defensa de la independencia. Irrumpieron en momentos muy necesarios pues la liberación parecía regresar a su punto de partida en cuanto modo de ser provocada por los postulados conservadores-católicos, sostenidos por escoceses, promotores del esplendor que con todo y el ataque de que fueron víctimas -ellos y el sistema- se mantuvieron, alterados en su forma quizás; en su fondo fue muy poca la afectación.

   Dos frentes de lucha ideológica aparecían en la liza. Sin embargo, los fines y objetivos de cada uno de ellos es como pensar en prácticas de laboratorio: en permanente mezcla.

68(a) Manuel Esteban Ramírez. Apuntes sintéticos sobre la masonería en México, p. 5. En el año de 1806, fué fundada una Logia Simbólica en la calle de las Ratas, No. 4, hoy séptima de Bolívar No. 73, casa en que vivía el regidor del Ayuntamiento de México, don Manuel Luyando: esta Logia fué establecida por don Enrique Muñiz, a la cual pertenecieron algunos regidores del Ayuntamiento de México, entre los que se encontraban don Manuel Luyando, el Marqués de Uluapa, el licenciado Verdad y otros del mismo Ayuntamiento, que ya trabajaban en secreto por la Independencia de México. En dicha Logia aparecen los nombres de Fray Melchor de Talamantes, de don Gregorio Martínez, don Feliciano Vargas, don José María Espinosa, don Miguel Betancourt, don Ignacio Moreno, don Miguel Domínguez, don Miguel Hidalgo y Costilla y don Ignacio Allende, estos dos últimos proclamaron la Independencia de México el 15 de septiembre de 1810; vinieron expresamente a recibirse masones antes de la Independencia y posaron en la casa No. 5 de la calle de las Ratas, en que vivía un señor de apellido Lindo. La logia llevaba el nombre de Arquitectura Moral y se ignora bajo qué auspicios trabajaba, pues no existe documento oficial que dé una idea, de su origen y dirección.

68(b)  Enciclopedia «Monitor» T. 8. p. 4084. Se llama logia  a la  agrupación  de  masones  que  se  reúnen  en  el

templo, lugar en el que habitualmente llevan a cabo sus trabajos. Cada logia está dirigida por un presidente, que tiene el grado de maestro y el título de Maestro Venerable, al que ayudan el primero y segundo vigilante, el creador, y el secretario. En escala descendente están el tesorero, el hospitalario, el experto, el maestro de ceremonias, el primer diácono, el segundo diácono y el cobijador interno.

68(c)  Op. cit. Sociedad secreta cuyos miembros afirman la existencia de Dios, se reconocen entre sí por medio de signos y emblemas y están divididos en grupos llamados logias. La leyenda atribuye a Hiram, arquitecto de Salomón, la fundación de la masonería, pero en la actualidad se piensa que tuvo origen en las corporaciones de los albañiles ingleses, que se reunían en logias con el objeto de mantener en secreto las peculiaridades de su oficio.

68(d)  Lorenzo Frau Abrines. Diccionario enciclopédico abreviado de la masonería, p. 165-6. Escocés. Nombre de varios ritos de la Masonería que se descomponen en las siguientes denominaciones: Escocés filosófico, en 15 grados; Escocés Primitivo, en 25 grados; Escocés Primitivo, en 33 grados; Escocés Reformado, en 7 grados; Escocés filosófico, en 18 grados; Escocés Antiguo y Aceptado, en 33 grados. El Rito Escocés Antiguo y Aceptado en 33 grados constituyó una reforma realizada por el rey de Prusia Federico II sobre la base de todos los demás Ritos llamados Escoceses. El verdadero origen del título del Rito llamado Escocés Antiguo y Aceptado se remonta a una disidencia surgida en 1739 en la Gran Logia de Inglaterra, a la que se acusaba de haber suprimido muchas de las antiguas ceremonias y de haber alterado los Rituales e introducido innovaciones, injiriéndose en las ciudades que se hallaban bajo la jurisdicción de la logia de York. Los disidentes se acogieron bajo la bandera de York y formaron una nueva Gran Logia de Inglaterra con el nombre de Régimen Escocés Antiguo, dando a la Madre Logia de donde procedían el título del Régimen Moderno (…) Por otra parte, hacia 1802 surgió en América un nuevo régimen bajo el título de Rito Escocés Antiguo y Aceptado, en 33 grados, Rito que ha promovido grandes controversias, siendo considerado dentro de la Orden masónica. Además de los anteriores Ritos, llevan el nombre de Escocés muchos grados de los mismos y de otros Ritos.

68(e)  Op. cit., p. 608-9. York. Ciudad de la Gran Bretaña, célebre en los fastos de la Masonería. Fué construida, según se consigna en los mismos, con el nombre e Eboranum, un siglo antes del nacimiento de J.C., por las sociedades de constructores que acompañaban a las legiones romanas y que la convirtieron en centro de las célebres Confraternidades de constructores, las cuales encontraron en ella seguro refugio y se conservaron intactas, salvándose de la ruina y descomposición a que llegaron en diferentes épocas las corporaciones del continente. Carta de York. Documento histórico, cuya autenticidad ha sido puesta en duda por algunos investigadores, que constituye uno de los Códigos más antiguos de la Masonería y sobre el cual se han basado las principales Constituciones que se conocen.

68(f)  David Brading. Los orígenes del nacionalismo mexicano, p. 130-1.

«…importante resulta señalar que los yorkinos representaban el primer intento por destruir la perpetuación del sistema colonial que encerraba el Plan de Iguala. Muchos españoles peninsulares mantuvieron sus posiciones influyentes en el ejército y la burocracia; los comerciantes gachupines eran numerosos y muy importantes. ¿Qué era la independencia si no liberarse de la presencia de los españoles? Doblegándose al expresivo antiespañolismo de antiguos insurgentes y de la gran mayoría del pueblo, los líderes yorkinos votaron sucesivamente dos leyes, en 1827 y 1829, que estipulaban la expulsión de casi todos los españoles del país.

68(g)  José Fuentes Mares. Poinsett. Historia de una Gran Intriga, p. 54. Ya en México, Mr. Poinsett se revistió, alternativamente con los diversos caracteres a que se prestaba su ambigua condición viajera: algunas veces como representante semioficial de su gobierno, y otras las más, como un simple viajero particular. Iturbide, por otra parte, fue informado de la visita de Mr. Poinsett, e inmediatamente se propuso evitar su desembarco, mas la orden imperial o no llegó a tiempo o no fue obedecida, ya que Santa Anna, jefe de la guarnición en el puerto, no sólo no opuso reparos al desembarco, sino que agasajó al recién llegado con la mayor efusión. Pese a los deseos de Agustín I, el 19 de octubre de 1822 era ya Poinsett un huésped inevitable.

68(h)  Op. cit., p. 11.

68(i)  Anna, op. cit., p. 70.

68(j)  Juan Antonio Ortega y Medina. Destino Manifiesto, p. 120 y ss. El legado puritano adquirió naturalmente entre los estadounidenses sus características peculiares hasta encontrar históricamente su propia consagración y fórmulas agresivas: destino manifiesto. Es a saber, misión regeneradora, libertaria, democrática y republicana sobre todo el continente… y sobre el mundo entero. Si los Estados Unidos se convertían en el santuario de la libertad y de la democracia, ello era debido al indiscutible y heredado designio providencial y no por mero capricho o contingencia. La economía divina dirigía de tal modo la marcha de la historia (aquí la idea de progreso espiritual-material peregrino queda subsumida en la de progreso ilustrado) que el fanal americano alumbraría los

inciertos pasos de los hispanoamericanos por el camino de la independencia, del progreso y de la libertad. La regeneración se proyectaba, por consiguiente, a escala continental; pero se aspiraba incluso a una escala mayor, universal. La extensión del área de la libertad, como lo pensaron y expresaron los norteamericanos más audaces, ambiciosos y prominentes, viene pues a ser, ni más ni menos, que la secularización de la vieja idea original de la regeneración espiritual.

   La imaginación norteamericana se calenturaba con las míticas riquezas de México y soñaba con penetrar en un no lejano día «in the Hall of Montezuma» (expresión que casi se convierte en atractivo eslogan de la época) y de paso dedicarse al depurador y purificante deporte de saquear conventos, iglesias y catedrales atiborradas de oro y plata mal habidos. En 1853 la razón que se daba para extender la Unión Americana hasta Panamá era la existencia de las riquísimas minas de plata mexicanas y centroamericanas, que así pasarían a poder de un pueblo más industrioso e inteligente.

   Como puede verse, el argumento de la tan manoseada regeneración es utilizado eficazmente por los norteamericanos para excusar doctrinal, religiosa e históricamente su intervención no sólo en México sino también en el resto de Hispanoamérica: «La inspiración moral de los expansionistas -escribe Justin H. Smith- se derivó de la concepción de un deber religioso capaz de regenerar al pueblo infortunado del país enemigo, atrayéndolo hacia el vivificante santuario de la democracia americana.» Y sobre el mismo tema de la regeneración, pero en términos ya de ecuación secular (evangelización = civilización = democratización), como en el caso anterior, tenemos este piadoso-político consejo del Heraldo de Nueva York (15 de mayo de 1847): «La universal nación yanqui puede regenerar y emancipar a ese hermoso país y facilitar a sus habitantes el modo de apreciar y disfrutar algunas de las muchas ventajas y bendiciones de que nosotros gozamos». No creemos que violentemos demasiado los textos por el hecho de querer detectar en ellos la tradicional corriente regeneratriz anglosajona, cuyas fuentes reformadas (anglicanismo, puritanismo) ya conocemos.

68(k)  Anna, ibidem., p. 193. Cfr. Benson, Nettie Lee. «The Plan of Casa Mata». Hispanic American Historical Review 25, 1 (febrero de 1943): 45-46.

68(l)  Ibid.

68(m)  Ib., p. 195-6.

68(n)  Ib., p. 101-2. Refiriéndose en concreto por cuerpos militares clave, como el Décimo Primer Regimiento de Caballería, que había lanzado una representación antimonárquica ante el congreso el 6 de mayo de 1822.

68(o)  Enrique Plasencia de la Parra. Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867), p. 41.

[12] Gibaja, Ibid., T. V., p. 331.

[13] José María Mateos. Historia de la masonería en México desde 1806 hasta 1884. Por (…) fundador del rito nacional Mexicano G.I.G y VEN. MTRO. DE LA R.L. FORTALEZA No. 6. Publicada con autorización del SUP.GR.oriente del mismo rito en su periódico oficial «La Tolerancia». México, 1884, p. 13.

[14] Op. cit., p. 47.

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Archivado bajo 500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XIV). EL ESPECTÁCULO EN LA SEGUNDA MITAD DE AQUEL SIGLO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 4.-LA PRENSA: FACTOR INFLUYENTE DEL BLOQUEO A LAS ASPIRACIONES DEL ESPECTACULO TAURINO EN 1867.

    No creo que frente a manifestaciones de alegría, ostentación y chispa de un pueblo que acudía al Paseo Nuevo, cuyo aforo rebasaba los 10,000 asientos, se hayan presentado brotes de disturbio que alteraran el destino de las corridas de toros. El problema en gran medida parte de una profunda e involucrada postura de la prensa, cuyos argumentos rebasaban los límites de la paz taurómaca.

   La prensa planteó argumentos de protesta bastante airados en tonos como que el «sangriento espectáculo (es) digno solamente de las épocas de Nerón».

   Sin embargo llama la atención uno aparecido en las páginas de El Correo de México.

No más toros.-¿Por qué no se dan al pueblo espectáculos que lo instruyan, en vez de las escenas del tiempo del retroceso y los virreyes? No más toros.-La civilización rechaza los espectáculos de sangre: no más sangre, tinta en vez de sangre; ilustración y no barbarie: educación al pueblo: diversiones que hablen a su inteligencia y no a sus sentidos; artes útiles en lugar de mojiganga; periódicos en vez de banderillas; el cincel y no el puñal del carnicero. La veterinaria y la ley sobre el trato a los animales útiles, en vez de la risa por la horrible agonía de un caballo indefenso. El teatro por los toros. El teatro a precio ínfimo para el pueblo. Enseñar a pensar y no a matar. Moralizar en vez de corromper.

   Por todos los artículos sin firma

   José T. de Cuellar.[1]

el-correo-de-mexico_16-09-1867_p-3

Disponible en internet noviembre 21, 2016 en: http://www.hndm.unam.mx/

Ese comportamiento, ese pensar y reflexionar tan airado e intransigente fue posible en el justo momento en que da inicio la República Restaurada. No antes. Los artículos fueron presentándose de manera poco frecuente, pero no por ello dejaron de aparecer. ¿Qué resorte impulsaría a determinadas tendencias periodísticas a atacar así un espectáculo público? ¿Sería -quizás- porque los liberales, ávidos de orden y progreso, colocados en la prensa o influyendo en esta, no veían en los toros más que un triste cuadro de regresión hacia lo salvaje? Sin embargo, aquí es donde encontramos una de las opciones con peso que pueden servir para nuestros fines.

   El 26 de abril de 1874 se inaugura la plaza de Tlalnepantla.

Los grandes esfuerzos de los hombres pensadores y sencillos de la Unión, están ya nulificados con la plaza de toros de Tlalnepantla… parece que después de tanto trabajar sólo se dictaminó que no hubiera toros en el patio de una casa y por consiguiente, ha quedado en pie, con una burla terrible; pues con burla es la que a las puertas de México exista la plaza de toros, y que los convites para ellos se fijen en las esquinas de la capital y se repartan a los transeúntes de ella… Recordemos lo que el poeta Selgas dijo a los españoles: Tres bestias entran en la plaza de toros: una va a fuerzas, la llevan a lazo; la otra va por cobrar y la tercera paga por entrar… ¿Cuál de las tres es la mayor?[2]

   En 1881 sucede lo mismo en el estreno de la plaza del Huisachal. De la apertura de esta plaza dijo El Monitor Republicano:

El nuevo teatro para la barbarie es amplio, con capacidad para ocho o diez mil espectadores. Es lástima que los propietarios no emplearan el dinero gastado en edificar un hospital o siquiera un teatro para ópera.

Con la reanudación de las corridas de toros en 1887, más de alguna página editorial lanzó protestas airadas, como aquella en la que se tilda a la época de «pulque y toros»:

(…)La pulquería y el redondel son los dos templos en los que se rinde culto al embrutecimiento y la barbarie.

No faltó el poeta ripioso quien destapó el pomo de las esencias, pues

 En vez de teatros y escuela

hoy tenemos nueve plazas;

que han costado capitales

de regular importancia:

una, plaza de Colón,

frente a Pane situada;

dos en el Paseo Reforma;

«El Huisachal», Tlalnepantla,

San Rafael y Belem,

En la Viga y Tacubaya.

 

Y tres más que hay en proyecto

según la prensa diaria.

  Hay además cuatro escuelas

llamadas de tauromaquia,

una en Toluca, otra en Puebla,

otra en la culta Orizaba

y otra entre nosotros mismos

cuatro veces por semana.[3]

   Quise enfocarme en este contexto para entender que si bien, el decreto había sido derogado, las cosas seguían igual. Igual -sí, efectivamente- porque la fiesta tuvo la oportunidad de llegar a rincones provincianos que se significaron como el punto en que pudieron mantenerse las expresiones antes, durante y después de la suspensión de fines de 1867 en la capital del país.

   La prensa cuando influye en campañas feroces y tenaces es capaz de abrirse camino, de poder crear una conciencia y aprovechar -seguramente como lo aprovechó a partir del 15 de julio de 1867-, al ir de  modo sistemático imponiendo un orden, y repudiando a partir de una dicotomía todo aquel sentido implícito en la fiesta.

   Que el espectáculo siempre ha tenido una connotación de sangriento y de bárbaro no se niega. Que ha habido épocas y personajes bien dispuestos a cancelar su tránsito, también es muy cierto. Sin embargo, parece ser que los cambios tan drásticos que operaron por lo menos de 1864 a 1867 significan una alteración sintomática en las nuevas perspectivas puestas a funcionar estrenada la restauración.

   Las plazas de toros en aquel y creemos que en todos los tiempos, eran y han sido el mejor termómetro con qué medir el gusto o rechazo del pueblo alrededor de sus toreros o hasta del papel que ejercen sus gobernantes. Y no nos lo niega el hecho de que el 3 de noviembre de 1867, fecha en la que se da la referida función a beneficio de los desgraciados de Matamoros, asiste el Presidente C. Benito Juárez. La cuadrilla se formó con el primer espada Bernardo Gaviño quien lidió cinco toros de Atenco. Un día después la prensa condolida o convencida de lo que significaba ese hecho, apuntó:

PRENSA NACIONAL

LA CORRIDA DE TOROS AYER.

La junta encargada de arbitrar recursos para las poblaciones devastadas por el huracán en la frontera, no han apelado en valde a los sentimientos filantrópicos de la capital. Para el primer llamamiento que a ellos ha hecho, creyó conveniente emplear el señuelo de placer, presentando al público un espectáculo más popular, por desgracia en México, de lo que pudieran desear los amigos de la civilización. Y a fe que el éxito de este buen intencionado artificio, no ha podido ser más brillante.

   La corrida de toros, ese placer tradicional de la raza española, ese solaz predilecto de nuestro pueblo, a que se han replegado el interés sanguinario y salvaje del circo y del palenque, este espectáculo que no se debería dar al público, sin velar ante la estatua de la civilización, cuenta todavía en México, muchos partidarios, y los que tienen que impugnarlo, por no dar testimonio de poco refinamiento, apetecen una ocasión como la de ayer, en que la caridad sirve de madrina al mal gusto, y en los instintos feroces de la antigüedad se abrigan bajo el palio del sentimiento más dulce entre cuantos ha desarrollado el evangelio. A extraños contrastes y aproximaciones da lugar este siglo de transición en que vivimos: La Beneficencia patrocinada por la afición a la sangre y a la matanza, los combates con las fieras, el terrible suplicio de los primeros cristianos, convertidos hoy en un arbitro de caridad, en un medio para practicar la moral del Cristianismo!…

   Las personas del sexo débil, la mitad más tierna y sensible de la raza humana, los ministros naturales de la conmisceración y de la beneficencia, quizá no son las menos propensas a aprovechar la coyuntura de un pretexto caritativo, el asistir a ese espectáculo a propósito, en medio de su bárbaro carácter, para saciar la sed femenil de sacudimientos y emociones.

   La sociedad protectora de las poblaciones perjudicadas por el huracán, deben tener en su seno algún profundo moralista a quien se debe seguramente la idea de explotar en nuestra sociedad las disposiciones a que acabamos de aludir; y el buen suceso de la empresa acredita lo feliz de la concepción.

   La corrida de toros de ayer formará época en los anales de la tauromaquia mexicana. Nuestra memoria se remonta hasta fechas muy lejanas y no recuerda otra ocasión en que la hermosa plaza del Paseo se haya llenado con tal y tan numeroso conjunto. Lo mejor de la sociedad mexicana, las bellas dolientes del imperio, la nova progenies que como de costumbre en las restauraciones, ha salido a flor de agua en la superficie social al renacer el gobierno nacional, el pasado y el presente, la aristocracia y la democracia, el Imperio y la República se han encontrado ayer frente a frente, quizá por primera vez, después de mucho tiempo, celebrando una alianza de buen agüero bajo los dobles auspicios del placer y de la caridad. Difícil sería hallar mejores intermedios para la reconciliación.

   Este hecho a que nos referimos, y que creemos útil poner en realce, ha dado un carácter peculiarmente satisfactorio y risueño a la corrida de toros dada ayer a beneficio de las poblaciones de la frontera. Es acaso la primera fiesta después de la caída del imperio, en que el eclipse de ciertas fisonomías familiares para los que frecuentan el gran mundo, no han mezclado ciertos resabios de tristeza con la expansión y el regocijo.

   Nosotros que aun en el momento mismo del triunfo sobre el imperio, no hemos vacilado en declararnos apóstoles de paz y reconciliación, huyendo estudiosamente de aparecer como ministros de la Némesis republicana, no es extraño que saludemos con sincero aplauso estos primeros síntomas que anuncian el término de nuestros grandes antagonistas sociales y políticos.

   Cabalmente porque la democracia republicana es la última palabra de nuestras disensiones, cabalmente porque es el poder de la época y el porvenir, debemos poner término a la diversión entre proscriptores y poscritos y demostrar que en las repúblicas del siglo XIX no caben los Alcmenoides ni los Sylas.

   El espectáculo de ayer no solo ha sido la fiesta de la filantropía y de la caridad, sino la fiesta de la esperanza. Cuando una sociedad entera se entrega a una especie de solaces que ponen en contacto a los hombres y les distraen de las preocupaciones políticas, hay motivo para esperar que estas no sigan siendo una barrera que divida a los hijos de una misma patria en dos bandos irreconciliables.

   La comisión encargada de preparar la corrida salió airosa de la encomienda y supo hacer a su buen gusto tributario de su filantropía. La decoración vegetal de la plaza, compuesta de ramas de sabino y festones de flores graciosamente dispuestos, daban  al gran anfiteatro un aire alegre y risueño y proporcionaba un fondo boscoso bien calculado, para que sobre él se destacaran como otras tantas flores, las bellas concurrentes que poblaban las lumbreras. Hasta la atmósfera, turbia y variable en estos últimos días, se despejó ayer tarde, armonizando con la disposición cordial y apacible de los corazones, y dando un nuevo realce á la función de que vamos hablando. Todos los necesarios de ella correspondieron al empeño de la comisión directora, por dar un espectáculo digno de la desusada concurrencia que llenó ayer la plaza de toros; bien que en tributo de justicia, debemos declarar que al buen éxito contribuyó mucho la eficaz cooperación de la compañía y muy especialmente de su simpático director D. Bernardo Gaviño, quien con un desinterés superior a todo elogio, allanó todas las dificultades e hizo fáciles y nada dispendiosos, muchos de los recursos que contribuyeron a dar interés al espectáculo.

   Los habituados a él nada tuvieron que desear. Aun hubo  en  los  lances  tauromáquicos  muchos  de  los incidentes feroces y sangrientos que por desgracia complacen tanto a la mayoría de los aficionados a la lid de toros. Los cadáveres de varios caballos sirvieron de trofeo a la fiereza de los bichos de Atenco.

   Cuando el resultado de la función de ayer se traduzca en socorros abundantes y oportunos para nuestros hermanos de la frontera, comprenderán aquellos pueblos que la sociabilidad  y la afición al placer de esta gran metrópoli, de esta Capua política, de esta corrompida meretriz, como por allá suele llamarse a México, no merecen tantas maldiciones.-F.M. (EL GLOBO).[4]

   La prensa que afirmaba esto da a notar que el «imperio» y la «república» no estaban reñidas. Muy al contrario, formaron alianza en la plaza y daban por iniciado un largo período de bonanza social, rota muchos meses atrás, pretendiendo prolongar la vida a algo ya liquidado.

   La fiesta nunca encerró -y por lo visto- repulsa alguna entre los conservadores (o es que acaso los disturbios sociales y militares no dieron tiempo de atender esta circunstancia y pasó desapercibida). En conclusión podemos ver que la reacción, el ataque da inicio en cuanto Juárez ocupa la capital del país recuperando el federalismo y proporcionando alternativas y reformas para el nuevo régimen de paz que se mostró tan próspero y reluciente, ambicioso y lleno de modernidad y de progresos.

   Antes de continuar, es preciso anotar el hecho de que en El Boletín Republicano Nº 49 del martes 27 de agosto de 1867 piden derogar una ley de Lafragua (hacia 1855) y poner en vigor la ley Lerdo del mismo 1867 «más conforme con el espíritu liberal, puesto que establece como garantía del escritor la hermosa institución del jurado». Al parecer dicha ley Lerdo no llegó a ponerse en vigor, luego de que al revisar la obra LEGISLACION MEXICANA de Manuel Dublán, en su tomo X no encontramos evidencia al respecto. Luego, haciendo revisión de las principales fuentes hemerográficas, cuya participación pudo ser concreta en el destino del espectáculo taurino, el número no es nutrido pero sus tendencias sí bastante comprometidas, seguramente reafirmadas en la breve ley de imprenta de José Ma. Lafragua que atenuó una en vigor y de índole restrictiva en tiempos de Santa Anna.

   A continuación la reseña de fuentes periodísticas que publicaron aisladamente algunas noticias relacionadas con la diversión de los toros. El Siglo XIX (1841-1896) liberal, que defendió con entereza las causas de la república, del federalismo y todo aquel propósito de progreso y expansión del país.

El Monitor Republicano (1844-1896) con tendencia del más puro y radical liberalismo aunque no dejó de mostrar discrepancias. Estuvo pendiente de los mayores problemas sociales por entonces generados.

Boletín Republicano (1867) liberal recalcitrante, defendió las ideas republicanas bajo la dirección de Lorenzo Elízaga.

-Por último El Globo (1867-1869), diario de oposición al gobierno juarista. Sus redactores exigieron el respeto irrestricto a la Constitución, la reorganización de la administración pública y el impulso a la educación popular. Fue publicado bajo la dirección de Manuel M. de Zamacona.[5]

   En concreto, es la sangre y la violenta forma de generarla uno de los motores fundamentales que pudieron llevar a la prohibición, razones que caían -puede ser posible- en la aceptación y en la configuración de unas formas que acaban por crear un sentido de armonía; de felicidad como lo puede causar cualquier entretenimiento. Pero entretelas la fiesta brava se baña de sangre, y eso a ningún periodista convencido de lo liberal era de su gusto. Pero si a esto no queda satisfecho el planteamiento, hagamos un examen más concienzudo de la situación.

   Todo parece indicar que en razón de unos cuatro meses las acciones periodísticas liberales contra los toros surtieron efecto. Recordemos aquella evidencia que recoge José T. de Cuellar[6] en El Correo de México del 16 de septiembre anterior. Luego, el 10 de octubre siguiente en El Boletín Republicano Nº 87 de 1867, Gabino F. Bustamante escribe el editorial: «Sobre el trato que se debe dar a los animales» (sin achaques a la diversión de los toros).

   De nuevo El Correo de México Nº 66 del 16 de noviembre en la sección «Diversiones Públicas» y en vez del sólo anuncio del festejo,[7] tienen la puntada de decir:

(con) los sectarios del género bárbaro, las corridas de toros. Mañana las hay para todos los gustos.

Dos días después, en la misma publicación y en su Nº 67 aparece una reseña acerca de la representación del drama «María Juana, o la loca de Sevilla», dada el día anterior en el Teatro Iturbide con la actriz, Sra. Da. Amelia Estrella de Castillo. Apuntan

El público de la tarde no es el vulgo ni el populacho; es la parte de la sociedad en que se encuentran más virtudes, más modestia y más corazón. El buen público de la tarde está exento del lion y del niño fino, porque estos están en Bucareli y en los Toros, que son más bonitos; no está allí el abonado del tiempo de Palomera, ni el agiotista del tiempo de Santa-Anna.

Si con el artículo que hemos visto aparecido el 6 de noviembre en El Boletín Republicano reseñando elocuente y ampliamente LA CORRIDA DE TOROS DE AYER, y donde se manifiesta un constante coqueteo con lo liberal pero también con lo festivo y se deparan destinos inciertos, será con un apunte del ilustre Ignacio Manuel Altamirano con el que se cierre a los propósitos de continuidad de los toros como espectáculo.

   Decía este abanderado del pensamiento republicano y liberal de nuevo en El Correo de México Nº 85 del 9 de diciembre de 1867

Ayer tuvo lugar la corrida que dieron algunos jóvenes aficionados á beneficio de los habitantes de Matamoros. Los jóvenes que creyeron conveniente poner la barbarie al servicio de la filantropía, hicieron todos los esfuerzos posibles para lucirse; pero el público los silbó desapiadadamente desde el principio hasta el fin, no concediéndoles sino uno que otro aplauso. El público no tuvo consideración que los aficionados se exponían delante de la fiera por favorecer a los menesterosos de Matamoros. Con esta corrida que se permitió á la caridad, concluyeron para siempre en nuestra capital las bárbaras diversiones de toros, a las que nuestro pueblo tenía un gusto tan pronunciado desgraciadamente. Los hombres del pueblo saben más de tauromaquia que de garantías individuales.

Esa es la fuerza del periodismo y que influyó tanto en el cambio de mentalidad que operó contra la diversión popular de los toros.

 5.-INFLUENCIA DE LOS LIBERALES Y ELLOS ACOMPAÑADOS DE LA TENDENCIA POSITIVISTA.

    Hay que considerar algunos antecedentes fincados en el Dr. José María Luis Mora el que, con sus ideas de la intensa búsqueda del orden y progreso se establece como un especial precursor de las ideas que luego el Dr. Gabino Barreda pondría en práctica apoyado en consecuencia del comtismo.

   Entre 1847 y 1851 encontramos a Barreda en Francia. Tuvo oportunidad de abrevar en las enseñanzas de Augusto Comte, asistiendo al Palais Royal, donde el gran pensador de Montpellier dictaba conferencias de filosofía positiva. Luego, en el año de la restauración encontramos al Dr. Barreda en Guanajuato, huyendo del imperio y luego dando lectura a su ORACION CIVICA, pronunciada en aquel estado el 16 de septiembre. Gabino Barreda acusa a España de haber pretendido mantener a México extraño a las corrientes culturales de los tiempos nuevos.

La emancipación mental, caracterizada por la gradual decadencia de las doctrinas antiguas, y su progresiva substitución por las modernas; decadencia y substitución que, marchando sin cesar y de continuo, acaban por producir una completa transformación (…) resistencias que alguna vez lograron atajarlo por cierto tiempo, pero siempre acabaron por ser arrollados por todas partes, sin lograr otra cosa que prolongar el malestar y aumentar los estragos inherentes a una destrucción tan indispensable como inevitable.[8]

Los toros, por ejemplo.

   Sin embargo, es notorio el sentido que siguió aquella importante ORACION CIVICA, cuyo contenido entró en vigor el 2 de diciembre de 1867, curiosamente cuatro días después de que se expide, la multicitada Ley de Dotación. Sí, la notoriedad se encuentra en la conclusión de su discurso.

Conciudadanos: que en lo de adelante sea nuestra divisa LIBERTAD, ORDEN Y PROGRESO; la libertad como MEDIO; el orden como BASE y el progreso como FIN; triple lema simbolizado en el triple colorido de nuestro hermoso pabellón nacional, de ese pabellón que en 1821 fué en manos de Guerrero e Iturbide el emblema santo de nuestra independencia; y que, empuñado por Zaragoza el 5 de mayo de 1862, aseguró el porvenir de América y del mundo, salvando las instituciones republicanas.[9]

   En la obra de Leopoldo Zea: El positivismo y la circunstancia mexicana, inscribe las determinaciones y consecuciones habidas entre liberales que aspiraron a dicho estado de cosas. Largo fue el camino puesto que ya en 1810 los planteamientos de emancipación se gestaron de un modo que sacudió el alma de lo que sería la nueva nación. Era su despertar.

La lucha de la revolución mexicana es la lucha del espíritu positivo contra las fuerzas de estados inferiores convertidas en enemigas del progreso. Una de estas fuerzas, el clero, trató de detener la marcha de este progreso, siendo el resultado de esta oposición una acumulación de fuerzas progresistas que hicieron saltar con gran violencia los obstáculos que se le oponían. Lo que pudo ser natural evolución se transformó en revolución. La revolución mexicana que se inicia en 1810 y termina en 1867 tiene su origen en esta oposición de fuerzas que habiendo sido positivas, se transformaron en negativas, al enfrentarse a todo progreso.[10]

   Zea, mira al mundo elevado de una conciencia que ya supera los estadios teológico y metafísico; es decir el positivo, para explicar cómo se dieron cita unas fuerzas que se desbordaron en la independencia misma. El clero se opone a un progreso apetecido porque su liga con el sistema es tal que ve en todo ello una amenaza. Y defiende hasta el último momento su «anquilosada hegemonía». Anquilosada por el tiempo que opera en Nueva España y hegemónica porque aún, a pesar de la pérdida de la Compañía de Jesús, su influencia seguía siendo tal que la consideramos como un estado dentro de otro estado. En todo aquel proceso se manifestaron desequilibrios que no se explicarían a la luz de las ideas de Zea, más que de esta forma:

El desorden de la sociedad mexicana era el resultado de la desigualdad cultural de los mexicanos. Unos se encontraban todavía en una etapa teológica, otros en la etapa metafísica, y los mejores habían alcanzado la etapa positiva. Pero esta diversidad hacía imposible el orden social. «En estado teológico los primeros y en estado metafísico los segundos -en opinión de Ezequiel A. Chavez-, cada uno trataba de imponer a los otros su propia fe, su propio ideal, su misma concepción del universo; y ante este atentado contra el santuario de las conciencias, cada uno estallaba. El desorden era el resultado de que cada grupo tratase de imponer a otros sus ideas. Este intento provocaba la resistencia y con ello la lucha con todas sus consecuencias. El mal estaba en la diversa etapa de las conciencias de los mexicanos; había, pues, que eliminar este mal.[11]

   Hubo que combatir intensamente tal diferencia. Largo y pesado se mostró ese deseo, conseguido a golpe de altas y bajas en el poder de liberales y conservadores; ensayos de  onarquía, ocupaciones transitorias en el poder; invasiones extranjeras y el caos interior. Es hasta 1867 -en el segundo despertar-, en que la marcha de la nación cobra otra conciencia, pura y sólida, respaldada por la gran acumulación de experiencia de sus hombres.

   Antes del ciclo de la restauración se manifiestan búsquedas y razones de un ser propio. En efecto, la pugna liberal contra la conservadora le dio el triunfo a aquella, quien se encargaría de abanderar la Reforma. Esos liberales brotaron de la clase privilegiada, la burguesía, de la cual opina Justo Sierra

(es) la clase media de los estados, a la que había pasado por los colegios, a la que tenía lleno de ensueños el cerebro, de ambiciones el corazón y de apetitos el estómago: la burguesía dio oficiales, generales, periodistas, tribunos, ministros, mártires y vencedores a la nueva causa». Es este el nuevo grupo la nueva clase social que habría de salir vencedora después de más de medio siglo de lucha. Esta nueva clase social alcanzaría el máximo de su desarrollo con el Porfirismo.[12]

Sus orígenes teóricos que van seguramente a aplicarse en la práctica tienen apoyo en la filosofía de los enciclopedistas franceses, a cuyo mando quedaría para su preparación el Dr. Gabino Barreda quien se encarga de aleccionar

a la entonces joven burguesía mexicana para dirigir los destinos de la nación mexicana. El instrumento ideológico de que se sirvió el maestro mexicano fue el positivismo. En el positivismo encontró Barreda los elementos conceptuales que justificasen una determinada realidad política y social, la que establecería la burguesía mexicana.[13]

   Finalmente, la mencionada realidad queda señalada para funcionar como filosofía al servicio de una forma de gobernar que se puso en vigencia a partir de que el régimen juarista asume el poder definitivamente.

De la ideología neutra, que Juárez y los demás liberales querían que fuese, se transformó en lo que verdaderamente era: en una ideología que, al igual que todas las ideologías, pretendía tener un valor total, político como en el individual. Una ideología así no podía aceptar, como querían las leyes de Reforma, que el poder espiritual continuase en manos de la iglesia católica, ni tampoco estar subordinada al estado como instrumento de orden. La transformación del positivismo mexicano en una ideología de carácter total, puesto al servicio de un ideal positivista.[14]

Ese es el objetivo trazado por aquel frente. Con aquello se señala que todas las pretensiones marcadas o establecidas por positivistas convencidos obtuvieron una aplicación que superaría el plano de alcances con el porfirismo.

   El derrotero taurino se vería pues, afectado de base y circunstancia. Si no había más que barbarie y regresión al estado salvaje, la idea establecida por J. J. Rousseau de que si ¿fue la civilización un error? o algo como que el progreso genera un regreso (el hombre al fin y al cabo requiere progreso. Y si este no llega por la vía de un espíritu renovador,  la razón  pasa  a  ser  un  esfuerzo  inútil. El subrayado  es nuestro) provocaba de pronto las controversias de rigor. El progreso, el orden, la libertad son banderas que ondean firmes en 1867; se oponen y rechazan todo regreso a tal o cual estado de evolución primitiva. Prefieren una elevación racional e intelectual a la altura de su época que dar cabida o aceptar al espectáculo con todo y su atraso.

 6.-POSIBLE PRESENCIA DE SIMPATIZANTES DEL IMPERIO DE MAXIMILIANO, LOS CUALES PUDIERON HABER GIRADO EN TORNO A LA ORBITA TAURINA.

    Es aventurada ahora esta propuesta. Juárez luchaba contra los franceses y puso freno a las ambiciones de la corona cuando su frente de lucha se dirige en definitiva a la ocupación de la ciudad de México. Fuera de los emisarios de 1863, aquella monarquía impuesta debe haber tenido muy pocos y abnegados partidarios. Y el hecho de que a la llegada de Maximiliano en 1864 se hayan registrado dos corridas de toros[15] no debe haber sido más que por el solo motivo de que está dispuesta una ocasión o un pretexto de celebrar fiestas taurómacas, no encontrando de momento ningún trasfondo político que las hubiese generado. Ni con el empresario del Paseo Nuevo ni con los nombres de alguno de los toreros de aquel entonces encontramos algún nexo que ponga en entredicho a algo o a alguien. Bernardo Gaviño, único torero extranjero entonces en escena, aunque tuvo diferencias con Juárez (como lo veremos más adelante), no creo tampoco que se expusiera a seguir la corriente imperialista.

   Por otra parte, lo que sí es un hecho fue la prevención hecha por el Subsecretario de Estado y del Despacho de Gobernación Don J. M. González de la Vega, quien ordenó -vísperas de la aparición pública de Maximiliano– el siguiente bando:

«Aclamaciones.-Solo se dirigían a sus SS.MM. el Emperador y la Emperatriz. Prefectura política de México.-Sección de Gobernación.-Núm. 608.-Secretaría de Estado y del Despacho de Gobernación.-Palacio Imperial.-México, 23 de abril de 1864.

   Siendo costumbre en las monarquías que solo a los soberanos que las rigen se les aclame con vivas. Dispone la regencia: que en la recepción de nuestros Emperadores, no puedan ser aclamadas otras personas que las de SS.MM. y me honro de comunicarlo a V.S. para los fines consiguientes».[16]

   De la asistencia de los soberanos a la plaza del Paseo Nuevo el 24 de junio de 1864, se sabe gracias a la curiosidad bibliográfica del coronel francés Carlos Blanchot titulada L’Intervention Francaise au Mexique París, 1911, 2v. En el tomo segundo aparece la amplia reseña que a continuación recogemos.

Era un regocijo ruidoso, de un principio  teatral  más  realista,  al  que  debo  consagrar  especial  mención, porque tuvo un carácter extraordinario y poco trivial. Era una gran corrida de toros.

   Las corridas de toros, esas reminiscencias sanguinarias, y crueles de los circos antiguos, no me ofrecían de costumbre sino un interés mediocre, y me inspiraban generalmente impresiones de aversión. El espectáculo repugnante de caballos despanzurrados que arrastraban sus entrañas sobre las cuales pateaban para marchar aún al ataque del toro, no podía ser compensado con el atractivo, a veces apasionante, de estos toreros, banderilleros, picadores, hábiles, audaces, llevando fieramente sobre el redondel polvorientos los brillantes trajes de terciopelo y de rasos bordados que cooperaban al ornato de los salones de otro tiempo. Revoloteaban en torno al animal furioso como enervantes moscas, para empujarlo al paroxismo de la cólera, y lanzarlo, en fin, ciego e inconsciente, sobre la muleta sangrienta del espada, donde se oculta traidoramente el arma mortífera. Todo esto me repugnaba. Pero en tal día de gala, ya no era el redondel de los asalariados en el que por algunos sujetos del pueblo desplegaban, con peligro de su vida, una destreza y un valor emocionante; era un deporte de grandes señores que se entregaban, para honor y admiración de las demás, a este torneo particular; era una corrida de «gentlemens» toreros ofrecida a sus Majestades.

  En efecto, el personal completo de una cuadrilla estaba enteramente compuesta de mexicanos de las mejores y más ricas familias del país, que adiestrados desde su infancia en todos los deportes nacionales, descollaban en todos los ejercicios de destreza, de agilidad, de fuerza y de audacia. Revestidos de trajes magníficos, montados, desempeñaban todas las funciones del drama con un brío, una destreza, una agilidad y un valor notables, recogiendo a cada pase conmovedor los aplausos frenéticos, los hurras entusiastas de una multitud delirante. Varios toros fueron lidiados con una maestría soberbia y matados con una seguridad de espada llena de elegancia y de intrepidez. Después, como apoteosis del toro muerto, la sacada de la víctima se hacía por una cuadrilla de soberbios alazanes de pura sangre inglesa, salidos de las cuadras de Mr. Barrón, el rico banquero inglés, que conducidos por lacayos a pie de gran librea, se llevaban de la arena, brincando espantados, el sangriento despojo del toro. Era un magnífico y pasmoso espectáculo.

  Pero más pasmoso todavía era el anfiteatro. Sobre gradas amontonadas en pisos numerosos se apiñaba una muchedumbre turbulenta de diez mil personas de todas clases, de todos rangos, en los trajes de fiesta más variados, en el seno de los cuales brillaban, reverberando, llenas de elegancia y de riqueza, las toalettes frescas y floridas de las patricias por el nacimiento, la fortuna o la belleza. En torno al emperador y la emperatriz en un palco, sin embargo, que no tenía nada del de los Césares, se apretaba la corte y los personajes del día de ambos sexos, en medio de ricas colgaduras enguirnaldadas por la flor nacional. Toda esta gente cautivada por el carácter insólito de su espectáculo favorito, manifestaba sus sentimientos con explosiones entusiastas, sobre todo las mujeres, a quienes allá, más que en otra parte, las emociones dramáticas tienen el don de arrastrar a delirantes transportes. A veces en ese tumulto tempestuoso, se creía ver que la sala se desfondaba, porque tenía con los anfiteatros romanos la diferencia que existe entre la madera y la piedra. En todas partes, y sin cesar resonaban, según las peripecias del drama, los gritos opuestos de «¡bravo, toro!» «¡Fuera, torero!» «¡Ha muerto el toro!», a los cuales se mezclaban a cada momento de entusiasmo los de «¡Viva el Emperador!»

  «¡Ay! cuantos de estos labios que lanzaban la porfía esos vivas patrióticos, dejaron escapar un día el grito siniestro de «¡Muera el Emperador!» Así son, a veces los pueblos. ¡Bien loco es el que se fía de ellos!».[17]

   Como resultado de otras manifestaciones que el público reflejaba al repudiar el imperio, las autoridades no se vieron más que obligadas a promulgar el 1º de noviembre de 1865 una ley sobre la Policía General del Imperio, con su apartado de «Diversiones Públicas» (artículos 67 a 73) donde se establecían disposiciones sobre el buen desempeño de los asistentes.

   Pero es aun más curioso un dictamen que corrió en los primeros meses de 1865 y que bien se conjuga con el tema central de nuestro estudio. Apareció en El Diario del Imperio y dice así:

«Los Sres. Pimentel, Reyes e Ibarrola, presentaron la siguiente proposición:

-Se prohíben en la capital del Imperio las corridas de toros. Puesta a discusión, fue reprobada, en el concepto de que se reformaría convenientemente: Al efecto, El Sr. Labat y el Sr. Berganzo presentaron la siguiente:

   Elévese al Supremo Gobierno atenta solicitud, suplicándole se sirva decretar la duplicación del impuesto fijado hoy á las corridas de toros, en beneficio de los Fondos Municipales.

   Puesta a discusión, fué aprobada».[18]

   Hasta donde se pueden explicar los elementos justificantes del presente apartado, nos damos cuenta de situaciones bien importantes. Por un lado, la jerarquía que las autoridades dan a sus majestades en cuanto a la proclamación de bienvenida. Luego, el interesante cuadro que el coronel Blanchot deja como testimonio de sus interpretaciones personales sobre una fiesta que da fe del caos ya manifiesto, pero que no por eso deja de ser de capital interés a la sociedad, a la afición de aquel entonces. Y finalmente, dos esquemas que intentan regular el espectáculo: uno, con el que se graduaba el comportamiento de las masas en las plazas de toros; el otro, más agresivo, pero que de su propuesta original pasó a que se decretara «la duplicación del impuesto fijado (…) a las corridas de toros, en beneficio de los Fondos Municipales». Si recordamos, el problema de mi tesis atañe lo relacionado con los Fondos Municipales, sus ingresos, derivados directamente de cuanto arrojaran las corridas de toros, por lo cual me detuve aquí para su análisis, por considerarlo antecedente clave.

   Por otro lado, el cuadro de la alta sociedad mexicana «finisecular» muy poco deja de parecerse a la parisina.

México era una capital culta, con ópera, buenos teatros, museos, conciertos, tertulias y costumbres muy europeizantes entre las clases pudientes criollas.[19]

Pero no dejaban de manifestarse en los estratos, la relajación de las costumbres y un afrancesamiento que terminó por romper añejas tradiciones gracias, entre otras cosas a: …que hubo «Bailarinas de gruesas pantorrillas y lúbricas contorsiones, sublimes de desvergüenza y de delirio, con las faldas subidas hasta el cuello!» a decir de Ignacio Manuel Altamirano. Los toros, dentro de su inventiva, no dejaban de ser blanco de ataque, lanzado por progresistas y liberales, cuya voz iba siendo cada vez más permanente.

   De que hubo simpatizantes a la «solución conservadora: monarquía con príncipe extranjero e intervención armada» (permítaseme parafrasear a Edmundo O’Gorman) es un hecho.[20] Sin embargo, era tal el continuo ir y venir de ideas y tendencias que muchas veces se abrazaban a ella liberales, moderados y conservadores en forma temporal. Ahora bien,  víspera de la llegada de Juárez a la capital del país -a raíz del triunfo republicano- se señala en un decreto lo siguiente:

Los individuos que pertenecieron a la clase militar y prestaron servicio activo, aunque pudiera procederse contra ellos como todos los demás que han cometido el delito de traición, a juzgarlos con toda la severidad de la ley, imponiéndole la pena capital, el ciudadano presidente de la República, en virtud de sus amplias facultades, se ha servido indultarlos de dicha pena (…).[21]

   Del sector señalado como todos los demás seguro es que sí hubo peso de la ley para con ellos.[22] Sin embargo, en una revisión hemerográfica general no se encontró evidencia alguna en cuanto a nombres de personajes taurinos metidos en líos de este orden. Por lo tanto, este tema, queda de momento descartado.

 CONTINUARÁ.


[1] El correo de México Nº 13 del 16 de septiembre de 1867, p. 3.

[2] Luis González y González, et. al. Historia moderna de México. República Restaurada (vida social), p. 617.

[3] Daniel Medina de la Serna. Las prohibiciones de la fiesta de toros en el Distrito Federal, p. 7.

[4] El Boletín Republicano Nº 110 del 6 de noviembre de 1867.

[5] La prensa, pasado y presente de México, p. 55, 104 y 106.

[6] Armando de María y Campos. De la Reforma al Imperio, p. 106-8. En el Liceo Mexicano, el día 9 de agosto de 1867 se pronunció un discurso que puede considerarse  como  el acta  de nacimiento  de un movimiento para regenerar y nacionalizar el teatro de México.

«Compañía Dramática del Liceo Mexicano.-Primera temporada cómica de 1867 a 1868.-La nueva era de paz y de prosperidad en que la nación se encuentra hoy por fortuna, ofrece mucho campo a todos los hombres de saber y de patriotismo, para prestar un apoyo eficaz al engrandecimiento de México. A las voces de asociación y progreso que se oyen por todas partes, se ven brotar empresas útiles y sociedades animadas por grandes pensamientos. La sección de Teatro Nacional del Liceo Mexicano tiene a su cargo una de las misiones más altas, y una de las exigencias políticas y sociales más importantes: el teatro. La decadencia de este espectáculo eminentemente civilizador, es lamentable, así como su reorganización y su engrandecimiento es necesario. En la formación del repertorio nacional está interesada la honra de México, y este gran paso en la senda del saber y del progreso, será una nueva prueba dada al mundo de que los mexicanos saben tanto alcanzar las palmas de la victoria en los campos de batalla, como conquistar los laureles de genio y las ovaciones del talento (…)

   Todo lo anterior viene al caso pues el promotor de este movimiento fué el autor, novelista y ensayista José T. de Cuellar, aquel quien recogió en su columna de El Correo de México la nota donde se cuestiona a la fiesta de toros.

[7] Lanfranchi, op. cit., p. 172. Plaza del Paseo Nuevo. Domingo 17 de noviembre de 1867. Primera función de la temporada. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Cinco bravos toros de Atenco. Además, la mojiganga de MOROS Y CRISTIANOS en GALLOS DE CARTON.

[8] Gabino Barreda. Estudios, p. 76.

[9] Op. cit., p. 109.

[10] Leopoldo Zea. El positivismo y la circunstancia mexicana, p. 58.

[11] Op. cit., p. 182.

[12] Ibidem., p. 46.

[13] Ibidem., p. 47.

[14] Ibidem., p. 71.

[15] Lanfranchi, ibidem., p. 169. Plaza del Paseo Nuevo. Viernes 24 de junio de 1864. Gran función extraordinaria en celebridad de la llegada de SS.MM. II a esta capital. Cuadrilla de Pablo Mendoza. PLAZA PRINCIPAL DE TOROS DE LEON, GUANAJUATO. Jueves 29 de septiembre de 1864. Corrida en obsequio de S.M.I. Maximiliano I de México.

[16] Armando de María y Campos. Imagen del mexicano en los toros, p. 127-8. «Una fiesta de toros en honor de Maximiliano y Carlota (1864)».

[17] Op. cit., p. 129-32.

[18] Diario del Imperio. México, miércoles 5 de abril de 1865. T. I., Nº 79 p. 318.

[19] Torcuato Luca de Tena. Ciudad de México en tiempos de Maximiliano, p. 134.

[20] Op. cit., p. 118 y 127. ADICTOS AL IMPERIO. El señor Adalid, dueño de la hacienda «De los Reyes» quien hasta llegó a ser designado caballerizo de Su Majestad.

   En lo político, Maximiliano consiguió la adhesión de algunos liberales. José Fernández Ramírez, enemigo meses atrás, aceptó la cartera de Asuntos Exteriores; los generales juaristas José López Uraga, Tomás O’Horan y Juan Bautista Caamaño se pasaron al imperio y en septiembre hicieron lo mismo militares prestigiosos del bando liberal como los generales Vidaurri y el coronel Quiroga que habían combatido con las armas a los franceses.

[21] Dublán, op. cit., p. 24-5.

[22] Antonio Gibaja y Patrón. Comentario crítico, histórico auténtico a las Revoluciones sociales de México, T. V., p. 336. Tan pronto como el Sr. Juárez estableció su gobierno mandó que se presentaran ante él todas las personas que hubiesen servido al imperio en el ejército o en la nómina civil. Algunos se ocultaron como D. Santiago Vidaurri que se alojó en la casa de un norte-americano, número 6 de la calle de San Camilo. Este ciudadano de los Estados Unidos denunció a su huésped y de ahí lo sacaron para fusilarlo, como se hizo en la plaza de Santo Domingo de la capital, tocando una banda de música piezas burlescas como «La Mama Carlota» y «Los Cangrejos», durante su ejecución. Fue fusilado también el general D. Tomás O’Horan.

   Las 222 personas que se presentaron por el mandato de D. Benito Juárez fueron condenadas a cuatro, a dos y a un año de prisión.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. EL SIGLO XIX MEXICANO. (XIII). EL ESPECTÁCULO EN LA SEGUNDA MITAD DE AQUEL SIGLO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hace 20 años obtuve el grado de Maestro en Historia, defendiendo mi tesis: José Francisco Coello Ugalde: “CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICION (…).[1] En dicha investigación abordé el caso en el que se aplicó aquella medida, esto a partir del 28 de noviembre de aquel año. Diversas especulaciones rodearon el asunto, de tal forma que, para contenerlas, discutirlas, debatirlas y de todo ello obtener un balance más apropiado, el Capítulo III se convirtió en la esencia de aquel propósito, por lo que con la presente entrega y las próximas tres, los amables lectores tendrán oportunidad de conocer en detalle mis apreciaciones al respecto. Evidentemente conviene tener un marco de referencia, mismo que se propuso en la parte inicial del estudio que ahora comparto.

INTRODUCCION

…los toros son como el pulque. Al principio les tuerce uno el gesto, luego les toma uno el gusto…

Madame Calderón de la Barca. La vida en México.

   Historiar las diversiones públicas no es común. Ni es común tampoco, hacerlo con la fiesta de los toros -sobre todo a un nivel riguroso y serio-, por todo el significado de barbarie y violencia que es condición sine qua non en tal espectáculo.

   Por otro lado, muy amplia puede considerarse la bibliografía en este género de diversión, aunque poca la que en verdad ofrece posibilidades de información clara y valedera. Pongo mi «cuarto a espadas» no con intenciones manifiestas de hacer señalamientos ligeros sobre el tema por abordar. Va más allá el propósito. Desde luego, el toreo encierra valores de sentido técnico y estético que se proyectan en el gusto de las masas y es algo que en la literatura ha trascendido. Sin embargo, el espacio temporal donde detengo la vista, encierra tal riqueza de la cual no voy a sustraerme. El siglo XIX mexicano -siglo de reacomodos y asentamientos- y todo lo que él implica, ofrece la gran posibilidad de relacionar acontecimientos político-económico-sociales que inciden de una u otra forma en la tauromaquia, recogiéndose testimonios que dejan muy bien marcado lo dicho anteriormente.

   En 1867 luego de la Restauración de la República, se prohíben las corridas de toros. Pretendo para ello justificar con base en análisis y testimonios profundos, el o los motivos que se involucraron en la prohibición. Llama la atención que las corridas básicamente dejaron de darse en el Distrito Federal -lugar donde se expidió el decreto mejor conocido como Ley de Dotación de Fondos Municipales-, por un periodo de 20 años.

   ¿Qué debió ocurrir entonces, para disponer un espacio tan grande y no consentir más las fiestas taurinas?

   Ello, mueve a preparar un estudio que se remonte al siglo XVIII, pues en él encontramos evidencia e influencia muy claras que superaron la alborada del XIX y continuaron manifestándose con sus sintomáticos caracteres (que descansan en bases de relajamiento social; asunto este, de total importancia al análisis).

   Para ello se ha diseñado una estructura que permita acercarse con detalle al sentido de mi proposición de tesis, dejando que explique toda la gama de ideas y hechos propios de la fiesta, procurando no dejarse llevar por atracciones vanas; pues causan apasionamiento, lográndose -así lo creo- sólo parcialidad y compromiso.

   He aquí el esquema:

Antecedentes. El espectáculo taurino durante el siglo XIX. (Visión general). Para ello, será necesario acudir a la centuria anterior que da pie a comprender los comportamientos sociales, mismos que se relacionan con la actividad política y de emancipación dada desde 1808. El toreo, por tanto, sufrirá su propia independencia.

Plazas, toreros, ganaderías, públicos. Ideas en pro y en contra para con el espectáculo; viajeros extranjeros y su visión de repugnancia en unos; de aceptación, sin más, en otros.

Motivos de rechazo o contrariedad hacia el espectáculo, ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Para ello viene en seguida una justificación.

   En las circunstancias bajo las cuales se mueve la diversión popular de los toros en México y durante el siglo XIX, vale la pena detenerse particularmente en 1867, profundizar en ese sólo año y tratar de acercarnos a las causas motoras que generaron la más prolongada prohibición que se recuerde, en el curso de 470 años de historial taurómaco en nuestro país (esto, entre 1526 y 1996).

   La tauromaquia como divertimento que pasa de España a México en los precisos momentos en que la conquista ha hecho su parte, inicia su etapa histórica justo el 24 de junio de 1526 y adquiere, al paso de los años cada vez mayor importancia y consolidación al grado de estar en el gusto de muchos virreyes y miembros de la iglesia; así como entre las clases populares.

   Ocasiones de diversa índole como motivos reales, religiosos o por la llegada de personajes a la Nueva España, eran pretexto para organizar justas o torneos caballerescos; esto en el concepto del toreo a caballo, propio de los estamentos. Luego, bajo el dominio de la casa de Borbón se gestó un cambio radical ingresando con todas sus fuerzas el toreo de a pie. Tal fue causa de un desprecio (y no) de los monarcas franceses contra las «bárbaras» inclinaciones españolas, sustentadas hasta el primer tercio del siglo XVIII por los caballeros hispanos y su réplica en América. Así, el pueblo irrumpió felizmente en su deseado propósito de hacer suyo el espectáculo.

   A fuerza de darle forma y estructura fue profesionalizándose cada vez más, por lo que alcanzó en España y México valores hasta entonces bien estables. En los albores del XIX surge en México el convulso panorama invadido por el espíritu de liberación, para emanciparse del esquema monárquico. Tras la guerra independentista lograron nuestros antepasados cristalizar el anhelo y la nación mexicana libre de su tutor colonial inició la marcha hacia el progreso, con sus propios recursos.

   Y en el toreo ¿qué sucedía?

   El ambiente soberano que se respiraba en aquellos tiempos permitió todo concepto de tolerancias. Fue entonces que el libre albedrío, la magia o el engaño de improvisaciones llenaron un espacio: el de las plazas de toros, donde se desarrollaron los festejos. El toreo basaba su expresión más que en una fugaz demostración de dominio del hombre sobre el toro, en los chispazos geniales, en las sabrosas y lúdicas connotaciones al no contar con un apoyo técnico y estético que sí avanzaba en España, llegando al grado inclusive de que se instituyera una Escuela de Tauromaquia, impulsada por el «Deseado» Fernando VII. Todo ello, a partir de 1830. Pero no avanzaba en México de forma ideal, probablemente por el fuerte motivo del reacomodo social que enfrentó la nueva nación en su conjunto.

   Con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría así, con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cádiz, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.

   Mientras tanto, el ambiente político que se respiraba era pesado. El enfrentamiento liberal contra el conservador, las guerras internas e invasiones extranjeras fueron mermando las condiciones para que México lograra avances; uno de ellos, aunque tardío, llegó el 15 de julio de 1867 cuando el Presidente Juárez entra a la capital y restaura la República.

   Se discuten auténticos planes de avanzada y la fuerza que adquieren los liberales, el ingreso del positivismo como doctrina idónea a los propósitos preestablecidos -con su consigna de orden y progreso-, ponen en acción nuevos programas. Aunque extraña y misteriosamente Juárez, ya casi al concluir ese año de la restauración, prohíbe las corridas de toros.

   Extraña su resolución. El, que había asistido en varias ocasiones a festejos en compañía de su esposa -para recaudar fondos para las tropas partícipes en las jornadas de mayo de 1862-, cambió de parecer, sin más.

   Cabe hacer ampliación de otras posibles causas además de la ya expuesta, que por muy explícita se reduciría al antitaurinismo del Benemérito.

   Los otros motivos de estudio son:

-Influencia de los liberales y de la tendencia positivista;

-caos y anarquía en el espectáculo, oposición del «Orden y progreso»;

-posible presencia de simpatizantes del Imperio de Maximiliano, los cuales pudieron haber girado en torno a la órbita taurina;

-la influencia del federalismo;

-un incidente de Bernardo Gaviño en el gobierno de Juárez en 1863;

-la prensa como dirigente del bloqueo a las aspiraciones del espectáculo taurino en 1867;

-con la reafirmación de la «segunda independencia», ¿sucede la ruptura?;

-temor de Benito Juárez a un levantamiento popular recién tomado el destino del gobierno;

-incidencias probables que arroja el Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación el 7 de julio de 1859;

-la masonería: ¿Intervinieron sus ideales en la prohibición?; y

-de que no se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los Ayuntamientos Municipales cuáles gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES y en él se alude al derecho que tenían los Ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada).

   Continúa describiéndose el corpus de la tesis.

Los diversos comportamientos que se dieron durante la ausencia de corridas de toros en la capital del país en el período de 1867 a 1886. El ambiente político.

Recuperación del espectáculo. Cambios hacia una nueva concepción de la tauromaquia. El sistema y la sociedad frente al toreo ¿marcan alguna dialéctica de beneficio, o efecto de reciprocidad?

Tránsito taurino del XIX al XX. Nuevas alternativas.

Conclusiones

-Bibliografía

   Bajo este panorama podrá entenderse el estado de cosas y los hechos de un período «muerto» que sin embargo tuvo dinámica rebelde en plazas de los estados de México y Puebla fundamentalmente, hasta alcanzar la fecha de 1887, en la cual se recupera el ritmo y surgen nuevos aires que refrescan y enriquecen el bagaje de la diversión, instaurándose la expresión del toreo a pie, a la usanza española en su forma más moderna, a cuyo frente encontramos a Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López y poco más adelante a Saturnino Frutos, entre otros diestros hispanos.

   Por otro lado, el comportamiento de la fiesta torera luego de su recuperación en la capital del país, fue dirigiéndose por procesos de formalización que tomaron como estafeta diestros de inmediatas y futuras generaciones, en el tránsito de siglos, del XIX al XX lo cual ha de servir para explicar el camino de depuración que adquirirá el toreo, logrando superar etapas de inmadurez y extrema violencia hasta alcanzar los de esplendor y magnificencia logrando así el fruto de las metas proyectadas.

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    Deliberada o no, la CAUSA en esta historia ocupa un lugar determinante. De ahí que me detenga a explicar el porqué de su presencia.

   Un preguntar permanente de porqués a la historia creo que establece la búsqueda de las causas que originaron un hecho. Es cierto, causa de buenas a primeras nos sugiere determinismos que mueven al análisis causal del por qué ocurrió.

   ¿Por qué? El porqué va unido casi umbilicalmente a la causa. Dice E. H. Carr que «se conoce al historiador por las causas que invoca». En el concepto de causa-efecto se manifiesta una simbiosis, relación de estas dos cosas, en virtud de la cual el primero es unívocamente previsible a partir del primero o viceversa. Platón dijo que consideraba la causa como el principio por el cual una cosa es, o resulta, lo que es. En tal sentido afirmaba que la verdadera causa de una cosa es lo que para la cosa es «lo mejor», es decir, la idea o el estado perfecto de la cosa misma.

   Ante ese construir un estado de conveniencias ideológicas es que surge la causa con su constante preguntar y afirmar de porqués. De un abanico de posibilidades el historiador será capaz de discernir y simplificar los elementos causales de algún acontecimiento bajo estudio.

   El determinismo o condicionante de causas en la historia puede arrojar un historicismo que ampara en gran medida actos o actitudes de personajes diversos; de ahí que un historicismo bajo influencia determinista (si cabe el término) origina la siguiente idea: El ser humano cuyas acciones no tienen causa, y son por lo tanto indeterminadas, es una abstracción tanto como el individuo situado al margen de la sociedad.

   Una causa no es movida u originada si no es por alguna intervención del hombre (puede haber causas externas, la naturaleza por ejemplo) pero no por causa de un determinado acontecimiento particular y a veces sin importancia pueden cambiar los destinos de algo verdaderamente importante. El historiador debe ser capaz de valorar los elementos de un hecho, desmenuzarlo, orientarlo por distintas direcciones hasta encontrar los motivos que originaron lo que es ya su materia de estudio. Al discriminar los componentes menores procura salvar otros elementos importantes aunque no decisivos como son lo «inevitable», «indefectible», «inexorable» y aun «ineludible».

   Despojada su historia de sinfín de soportes, ¿qué le queda por hacer al historiador?  Si se han eliminado impurezas, su tarea es interpretar un hecho que ocurrió partiendo de cuanto dispone, sin desviarse de la realidad hasta lograr un perfil donde se manifiesten conclusiones efectivas. Ha traducido causa-efecto para tornarla en un rico elemento que prueba el acontecimiento en toda su magnitud.

   En cuanto a la causa ajustada a una visión de Meinecke se aprecia así: «la busca de causalidades en la historia es imposible sin la referencia a los valores… detrás de la busca de las causalidades, siempre está, directa o indirectamente, la busca de valores».

   Causa es para la interpretación histórica una entre varias condiciones necesarias de lo que se dicen ser sus efectos, y pueden producir estos últimos sólo en cooperación con otras. Véase para ello el amplio CAPITULO III de esta tesis donde, de acuerdo con mis intereses y mis proyecciones me propongo mostrar una suma de cosas con el suficiente peso, capaz de mostrar en acción conjunta la opinión que originó el suceso de estudio.

   Es bien real que la actitud del historiador hacia el pasado es, en consecuencia, completamente teórica: piensa que su cometido consiste total y únicamente en determinar, sobre la base de testimonios presentes, cómo ocurrieron las cosas en tiempos pasados (E. W. WALSH).

   Ante todo esto es importante la presencia del historiador pues, en la medida en que hace suyo un examen de acontecimientos, en esa medida desborda sus opiniones y les da por consecuencia un sello de interpretación. Reconstruye y comprende el pasado con sus propias ideas, contestando así a cada uno de los porqués que se han presentado en el curso de sus apreciaciones, ya sea como causa o como cualquier otro elemento de explicación de la historia misma.

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Juárez a quien se atribuyó la prohibición de las corridas de toros en 1867, aparece aquí tras de una ventana rota constituida por diversas escenas de las corridas en aquel entonces. Fuente: Colección del autor.

CAPITULO III

 

MOTIVO DE RECHAZO O CONTRARIEDAD HACIA EL ESPECTÁCULO, OFRECIENDO EL ANÁLISIS A DOCE PROPUESTAS QUE SE SUGIEREN PARA EXPLICAR CAUSA O CAUSAS DE LA PROHIBICIÓN EN 1867.

    En el arranque de la segunda mitad del siglo XIX, el México taurino se hallaba muy dinámico en festejos que se daban intermitentemente bajo unas formas particulares de expresión. Poner los ojos en el comienzo de esa centuria tan rica en manifestaciones de todo tipo, es delimitarse en un marco de referencia que trazó la emancipación del anquilosado sistema virreinal impuesto por la metrópoli y su natural liberación la cual, en un principio, se mostró desordenada; pero con el anhelo bien firme de iniciar un nuevo curso histórico cancelando toda tutoría, por lo cual pronto alcanza el perfil que lo definió.

   Comprendido a la mayor proporción que me ha sido posible, se tiene el panorama de conceptos, ideas, circunstancias y demás aspectos que se relacionan en una u otra medida con el planteamiento general de la presente tesis. Se Asiste, en tanto, a la disección del problema, cuyo contexto se ha subdividido en 12 propuestas. Tal número no se da por ser conflictivo; se da porque en un principio se pensaba en la figura de Juárez como el autor intelectual de tal bloqueo. Pero en razón de ir encontrando otros comportamientos ajenos a él mismo y su actuación política, me llevó a plantear serios argumentos y uno sucedía a otro y así, sucesivamente hasta llegar a doce, (la síntesis evitó el incremento de propuestas) y con los cuales creo que se da la manera concreta de argumentar algo que sale de un sentido convencional. No es ya la fiesta por la fiesta, es algo más allá de esa esfera, un algo explicado a la luz de los planteamientos braudelianos (los de Fernand Braudel) en cuanto a mostrar una orquesta de historias particulares dirigidas bajo la batuta de la Historia, con mayúscula. Por lo tanto y para concluir con esta justificación, vemos en todo nuestro programa de trabajo una íntima relación dada entre fiesta y sociedad, fiesta y política; fiesta y filosofía; fiesta y economía. No son afanes de vulgarizar un estudio, sino de comprender que la historia particular de un acontecimiento se liga a la historia mayor de un pueblo. Y sin temor a equivocarme puedo decir que la presente historia es paralela a la historia de México.

   Es en 1835 cuando el toreo en México adquiere una nueva conformación. Y es que Bernardo Gaviño se encuentra ya en nuestro país. Con él y sus cincuenta y un años a cuestas de actividad profesional (1835-1886), vamos a encontrarnos de continuo en el trayecto del trabajo. Su quehacer, fincado en bases auténticamente españolas se mezcla con las formas mexicanas, tipificadas en expresiones del toreo campirano nacional, manera muy propia de charros y vaqueros en pueblos, ranchos y haciendas del interior. Si a ello agregamos el significado nuestro de hacer el toreo de a pie, estamos viendo una combinación que seguramente llenaba de gozo y felicidad -efímeras, al fin y al cabo- las plazas de toros. En el capítulo anterior se ha planteado una visión general de las cosas y los hechos que envolvieron a la fiesta para que un nutrido grupo de pensadores y escritores se manifestara en pro o en contra. Por lo tanto ahora solo  queda sustentarse de todo ese esquema para argumentar, por la vía de las explicaciones más lógicas posibles, él o los fenómenos causantes del tema que ahora nos atrae.

   Preparado el terreno, dispongámonos a marchar.

   Sintamos el ambiente acudiendo a la corrida efectuada el 3 de noviembre de 1867. Para entonces, la restauración de la República ha resonado con agitados golpes de esperanza, proporcionando al país las posibilidades de reubicación luego del incómodo pasado que convirtió a México independizado en cisma por un lado; en instrumento del poder, por el otro. Ello a causa de la pugna de grupos por el poder.

   Pues bien, para ese día 3 de noviembre de 1867, se anunciaba una majestuosa corrida de toros en estos términos:

Plaza de toros del PASEO NUEVO

Extraordinaria y grandiosa función, á beneficio de los desgraciados que han sufrido las consecuencias del horroroso huracán e inundación de Matamoros, y otras poblaciones mexicanas de las orillas del Bravo, a la cual asistirá el Presidente de la República, C. BENITO JUAREZ. Para el domingo 3 de noviembre de 1867.[2]

   No podía ser mejor la muestra donde se concentran los esquemas en que se comprende el alcance y magnitud de la fiesta taurina, en los precisos momentos de su amenazado tránsito, que 25 días después de esta corrida, se vio consumado al aplicarse la medida de prohibición. Mas adelante dedicaré un espacio apropiado para ocuparme de los detalles en dicha corrida y todo lo que arrojó el acontecimiento.

 LOS DOCE PLANTEAMIENTOS.-

    Suponía en un principio que explicar las motivaciones con las cuales se frenó el curso de la historia taurina en México, de 1867 a 1886, sería cuestión de remitirse al argumento de que por el caos y la anarquía se desencadenaba aquel «golpe asestado» por el Benemérito en la Ley de Dotación de fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867. Sin embargo el listado de planteamientos creció y es preciso ahora desentrañar cada uno de ellos para considerar si tienen peso e influencia directa en la consecución ya manifestada en este estudio.

   Hemos visto ya cómo ocurrieron las fiestas de toros durante la primera parte del siglo XIX. Y con el cartel del 3 de noviembre de 1867 llegamos a entender el significado que alcanzó la estructura de este espectáculo en los justos momentos de su bloqueo. Toda ella era una fiesta intensa y dramática, llena de colorido y de emociones que se acercaron a lo indecible pero que rayaron en lo dramático y en lo trágico también. Así los dos escenarios que vivieron aquellas jornadas: la Real Plaza de Toros de San Pablo (1815-1863) y la del Paseo Nuevo (1851-1873) fueron teatro de las circunstancias definitivas que mostraron aún y con la presencia de Gaviño, productos taurinos de mestizaje bien consolidados. El espectáculo tuvo como norma la mezcolanza, alternando un quehacer sujeto a columnas tradicionales (producto de la disposición que quedó de mantener el arraigo del toreo netamente español como diversión) que bien pronto se veía salpicado de las cosas más dispares e inverosímiles -creadas por la inspiración nacional- que podamos hoy imaginar y aunque parecieran absurdas a los ojos de nuestra contemplación, en su momento eran válidas.

 1.-CAOS Y ANARQUÍA EN EL ESPECTÁCULO.

    El toreo es un juego. Un juego normado por su propia evolución a través de los tiempos. Pero es un juego en el sentido de jugar con un arma de dos filos: por un lado el miedo al fracaso del torero y el juego mismo con la muerte. Es un juego que pasa a lo dramático, donde se yuxtaponen ambos elementos en ese todo efímero. Pero el juego es la esfera más pura de la estética, adquiere rangos superiores y sublimes; ordenes mayores de encanto y misterio. Pasa de la frontera seria y ritual que tiene el espectáculo convirtiéndose en un manantial de «duendes»; del carácter mismo de tragedia que de suyo lo tiene se torna en pura felicidad individual y colectiva.

   De la época que tratamos se conocen muchas evidencias encerradas en el carácter lúdico. Y hay fiesta; se da fiesta como un juego serio que rompe con todo esquema circunspecto al brotar el toro del chiquero.

   Huizinga señala al respecto:

El juego es un algo bello, propio del dominio estético. Ese dominio encierra efectos de la belleza: tensión, equilibrio, oscilación, contraste, variación, traba y liberación, desenlace. El juego oprime y libera, el juego arrebata, electriza, hechiza. Está lleno de las dos cualidades más notables que el hombre puede encontrar en las cosas y expresarlas: ritmo y armonía. Y junto a «su» tensión todo es incertidumbre, todo es azar, todo un rodeo de misterio.[3]

   Parece que vemos en el círculo mágico, en el escenario, generadas todas esas efímeras circunstancias, sobresaltos y emociones subyugantes cuando el torero se abre de capa poniendo de manifiesto su sensibilidad y su dominio en lances que trascienden al tendido, creando un diálogo que surge de ese místico y arriesgado quehacer llamado toreo; honda conmoción de arte, de suspenso que es convivir de continuo con el peligro y con la tentación provocativa hacia la muerte.

   A lo largo de determinadas épocas estos entretenimientos han sido interpretados como evasión de la realidad, como manipulación estúpida que mantiene en trance a entidades colectivas, «divorciadas» por el sistema. «Pan y circo»[4] se dijo en tiempos del esplendor romano. De «Pan y toros» calificó Arroyal el método que a sus ojos resultaba manipulador bajo la égida borbónica que con todo y su despotismo ilustrado, a pesar de todo, los toros se daban no como espectáculo en sí, sino como instrumento de donde echar mano para la mejora de ciertas obras públicas.

   Este espectáculo encierra en lo dicho anteriormente un factor atenuante que mantiene marginada la acción de pensar, de cuestionar. Pero esto es ya harina de otro costal. Volvamos a la plaza. Entre murmullos, alegrías y una tragedia siempre permanente, «el juego (que se da en los toros),  constituye un fundamento y un factor de la cultura».[5]

   Así también el autor holandés nos proporciona una aplicación nada peyorativa a los toros:

El juego no es lo serio, el juego no es cosa seria, ya la oposición no nos sirve de mucho, porque el juego puede ser muy bien algo serio.[6]

   España aportó dentro de un enorme esquema de posibilidades para vivir, uno con qué distraer la atención, con qué divertirse. Sí, uno entre muchos. Ese hablar del toreo desde su forma más primitiva manifiesta en México, es remitirlo a un producto del mestizaje que se formó bajo condiciones de nuestro propio ser. Por eso es que México participa con España y lo hace con una forma peculiar, emancipada -no del todo- de cánones peninsulares.

   Caos y anarquía no fueron la causa fundamental para que Juárez aceptara suprimir el espectáculo. La revaloración analítica de los hechos nos lleva a pensar de entrada en la intervención e injerencia directa por parte de la prensa, esa prensa que no es taurina, pues aunque no existe como tal, sí se conocen algunos testimonios, no muchos ni permanentes de aquella otra dedicada en dar razón de los acontecimientos sociales más sobresalientes. La prensa, sobre todo liberal combate al espectáculo recién restaurada la República.

   Y ese sector de redactores críticos hacen caer el peso de sus opiniones no en el caos ni en la anarquía, sino en el factor violencia existente en la función. Es de hacerse notar que en todas las épocas dicha etiqueta de crudeza y salvajismo está presente; claro, a los ojos de una racionalidad firme, que no se casa con emblemas propios del ser lúdico, agresivo, y estético que enmarca el toreo en sus configuraciones tanto a caballo como a pie. La sangre como elemento de impacto hacia la sensibilidad es irremediable. La fuerza violenta para combatir al toro a razón de lances que miden su poder, de puyazos que destrozan carnes, vértebras, músculos. De pares de banderillas cuya función primitiva era la de considerarlos como «avivadores» no llevan otro propósito más que  exaltar la furia de ese indefenso cuadrúpedo. Luego, en aras de un lucimiento más bien breve en aquellos tiempos, se preparaba a la víctima para el sacrificio final: la muerte, a partir de una estocada y esta concebida por medio de un esquema técnico y dramático en el que como «todos a una» fijan su atención para atestiguar la liquidación total del burel empleando los mejores procedimientos posibles. Si ha sido perfecta, el delirio en los tendidos; han visto matar como mandan los cánones. Si el intento falla, oh desilusión, el toreo ha errado y por consecuencia deshace la esfera del misterio que se echa a volar entre silbas o protestas; en el simple desprecio de masas inconformes, sedientas de triunfo, de gloria, pero también de violencia sangrienta propia del espectáculo.

   La fiesta de toros, además de ser «caos y anarquía» es «ritmo y armonía», por lo cual quedó en el  ambiente el resabio (cuestión ésta que no califico peyorativamente) de la herencia colonial y el espectáculo, por tanto, seguía conservando sellos heredados por trescientos años de dominación hispana en América.

   Finalmente, dejo considerada la tesis primera, que unida a los otros elementos de prueba (mejor llamados «causas») representa un peso  de influencia pues con ella no se ve ningún indicio que se enfoque a originar situaciones involucradas con los argumentos de barbarie, salvajismo y de perjuicio a la sociedad, «porque consumen las economías del fruto del trabajo de las clases menesterosas».

 2.-EL ANTITAURINISMO DE JUAREZ.

 En la plaza de toros.-

   Imaginemos de pronto, el ingreso a la plaza de toros del Lic. Benito Juárez acompañado de su Sra. Esposa Da. Margarita Maza de Juárez. En la plaza vemos a los más insignes personajes, como los más desagradables individuos quienes han hecho de nuestra nación la viva imagen de su circunstancia.

   Antes de hacer comentarios generales, quisiera presentar una pequeña relación de festejos  donde vemos presente al oaxaqueño en corridas de toros.

-27 de enero de 1861. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran Función extraordinaria dedicada al Exmo. Sr. Presidente interino de la República D. Benito Juárez quien la honrará con su presencia. Toros de Atenco. Bernardo Gaviño y su cuadrilla. Graciosa mojiganga y magníficos juegos artificiales dirigidos por el afamado pirotécnico D. Severino Jiménez.[7]

-9 de noviembre de 1862. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Corrida a beneficio de los Héroes de Puebla. Cinco toros escogidos de Atenco para la cuadrilla de Pablo Mendoza. Dos para el coleadero y el embolado de costumbre.[8]

-22 de febrero de 1863. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran corrida de toros a beneficio de los hospitales militares de la Santísima y de las Vizcaínas. Cuadrilla de Pablo Mendoza.[9]

-3 de noviembre de 1867. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Beneficio de los damnificados del huracán en Matamoros. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, toros de Atenco. Toro embolado, mojiganga y toros para el coleadero.

Como se ve, quienes iban a mostrarse tan contradictorios de la fiesta no desdeñaban entonces usarla como instrumento para agenciarse recursos financieros con los cuales sostener su lucha.[10]

   Ya metidos en considerar qué tan sincero haya sido Juárez o no con la fiesta, vayamos a conocer algunos testimonios que lo califican como antitaurómaco.

   Tal consideración la encontramos expuesta por un periodista, pero uno de la fuente taurina, el Dr. Carlos Cuesta Baquero cuyo anagrama lo identifica como Roque Solares Tacubac. Refiriéndose a Julio Bonilla, otro periodista -creador del Arte de la Lidia en 1884- comenta:

Era (J. Bonilla) asiduo concurrente a las corridas que desde el año de 1867 en adelante eran efectuadas en los pueblos inmediatos, relativamente, a la ciudad de México. Eran en Cuautitlán, Tlalnepantla, Texcoco, Amecameca, Zumpango y otros. También en la ciudad de Toluca, capital del Estado de México. No las había en la metrópoli y en la jurisdicción del Distrito Federal, POR TENERLAS PROHIBIDAS EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA, LICENCIADO DON BENITO JUAREZ, QUIEN FUE ANTITAUROMAQUICO, A PESAR DE QUE A VECES RECURRIO A «LOS TOROS» para arbitrarse dinero destinado al sostenimiento de hospitales militares, cuando el heroico asedio que sostuvo la ciudad de Puebla en el año de 1863.[11]

   La contradicción a la que he orientado esta tesis puede tener dos causas básicas:

1.-Que de verdad Juárez haya sido  antitaurino y sólo se prestara para consolidar con su presencia una serie de festejos benéficos.

2.-Que resultara ser uno de los adoctrinados, bien por los liberales, bien por la prensa (o condicionado por ésta).

   Con todo esto:

¿Qué pudo ver Juárez en todo aquel colorido espectáculo?

¿Repugnancia, aberración, barbarie o la oportunidad de fortalecer la ideología más recomendable por entonces a los ambiciosos proyectos de tener un México metido a trabajar en el progreso?

   Es el momento de interpretar la Ley de dotación del Fondo Municipal de México.

Benito Juárez, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, a todos sus habitantes, sabed:

Que en uso de las amplias facultades de que me hallo investido, he tenido a bien decretar la siguiente

LEY DE DOTACION

DEL FONDO MUNICIPAL DE MEXICO

Art.1.- El ayuntamiento de México, además de sus propios, queda dotado con los arbitrios que establece esta ley, conforme a la cual se cobrarán desde 1º de Enero de 1868, cobrándose entretanto los establecidos en las leyes anteriores.

   Entendemos por «arbitrios» y su dotación el hecho de contemplar impuestos o contribuciones cuyo destino era controlado por la secretaría de Hacienda de aquel entonces.

   En distintos apartados se van comprendiendo Mercados, Fiel Contraste, Licencias para obras, Aguas. Derechos municipales sobre los frutos y efectos que se introduzcan a la capital, contribución predial, derecho de patente, expendio al menudeo de licores, cafés y fondas. Incluidas van las pulquerías, panaderías, casas de empeño, fábrica y expendios de tabaco, carruajes de particulares; carruajes de alquiler, vacas de ordeña hasta que llegamos a las Diversiones públicas donde nos detendremos a examinar con paciencia sus seis artículos.[12] Véase cada artículo y contrastarlo con las opiniones aquí vertidas.

Art. 82: Si el espectáculo se daba es porque debió ser controlado con las licencias respectivas.

Art. 83: El público pagaba las «altas cifras» que luego tanto recriminó la prensa aduciendo que «agrava la miseria de las familias pobres, que por acudir al espectáculo, se quedan sin el sustento de varios días». He allí la forma en que congenian estos argumentos con el decreto que prohibe las loterías o rifas públicas del 28 de junio de 1867.[13]

Art. 86: El 17 de noviembre dio inicio la «primera función de toros de la temporada». Temporada es sinónimo de abono y es muy probable que el empresario que bien pudo ser el propio hermano de Bernardo Gaviño, Manuel, haya cumplido con los requisitos de este artículo (o quizás no como se verá más adelante).

Art. 87:  En el fondo, dos son los resortes que mueve a tal decisión:

i)Un sentido que estrictamente nace de la razón «impuesto» ó gabelas, y

ii)Dispendio que causaban las funciones taurómacas entre las clases bajas fundamentalmente.

   El art. 100 dice a la letra:

 Se aplican a los fondos municipales, los productos del derecho creado por decreto de 13 de Febrero de 1854, sobre las licencias que expedirá la autoridad política o municipal,  conforme  a  sus respectivas atribuciones, con arreglo a dicho decreto y esta ley. Las licencias se extenderán en papel común, con solo el sello de la oficina; no se expedirán, sin que los interesados acrediten haber pagado previamente el derecho en la recaudación municipal; y continuará sin efecto lo dispuesto en aquel decreto, acerca de los letreros y de las diversiones públicas.[14]

   Las notas nos sugieren que el 13 de febrero de 1854 hubo unas disposiciones similares a la de noviembre de 1867.  Este sentido se asocia con los fundamentos del apartado No. 12 de mi capítulo III.

 3.-INCIDENCIAS PROBABLES QUE ARROJA EL «MANIFIESTO DEL GOBIERNO CONSTITUCIONAL A LA NACION» EL 7 DE JULIO DE 1859.

    En la ciudad de Veracruz y en plena guerra civil, el julio 7 de 1859 fue lanzada la Justificación de las Leyes de Reforma de el Gobierno Constitucional a la Nación. Fija este documento el asunto de forma de gobierno. El tono liberal emerge con fuerza y dice Edmundo O’Gorman que cuanto resalta aquí es porque «el problema no es político, es social». De esa forma, y volviendo a un punto clave del conocido Manifiesto se apunta que, dentro de las pretensiones que

con más o menos extensión, en los diversos códigos políticos que ha tenido el país desde su independencia y, últimamente, en la Constitución de 1857, no han podido ni podrán arraigarse en la Nación, mientras que en su modo de ser social y administrativo se conserven los diversos elementos de despotismo, de hipocresía, de inmoralidad y de desorden que los contrarían, el Gobierno cree que sin apartarse esencialmente de los principios constitutivos, está en el deber de ocuparse muy seriamente en hacer desaparecer esos elementos, bien convencido ya por la dilatada experiencia de todo lo ocurrido hasta aquí, de que entretanto que ellos subsistan, no hay orden ni libertad posibles.[15]

   Inmoralidad y desorden son dos elementos que salpican la diversión popular, pero como un aderezo muy suyo. Ahora bien -y regresamos con O’Gorman-

El ataque, ya se ve, va dirigido en derechura no contra la Iglesia, ni siquiera contra el clero, según es tan habitual decir, va contra el poder social y político del clero que no es lo mismo. Pero en su último fondo, va dirigido contra las costumbres, los hábitos, los privilegios y -más profundamente- contra el modo de vivir y pensar de la mayoría de los mexicanos de aquella época.[16]

   Punto clave y determinante es este pues siguiendo a Edmundo O’Gorman nos ubica con lo visto anteriormente en «el sentido de nuestra historia nacional. El Triunfo de la República… se va columbrando».

   El toreo, por tanto, es una costumbre heredada del tránsito colonial (permítaseme insistir), fusionada y asimilada por nuestros antepasados y en alguna  medida mestizada (mestización que  se daría completamente hasta el siglo XIX).

   Justo esa «mestización» de la que hablo puede entenderse como un síntoma que refleja la cancelación del antiguo orden social, con su estela de comportamientos y prácticas rígidamente establecidos, donde todos modificaron ahora la herencia autóctona al introducir en ella nuevas normas que vinieron a añadirse o a sustituir a las antiguas.[17]

   Bajo el concepto adquirido por la sociedad de las castas en la Nueva España es, a partir de la relación de español e india como surge el mestizo,[18] que en el concepto de la cultura no aparece referido como tal. Se aplica, como el de cultura criolla, a una realidad específica: la cultura mexicana.

   Esta mezcla de culturas alcanza desde el siglo XVI su auténtica dimensión[19] y ya en el siglo XIX Ignacio Manuel Altamirano le dio un panorama que no solo es de carácter literario; lo es también en términos del ser que manifiesta nuestra nación.[20]

   Es pues el mestizaje elemento de una participación en un grupo de nacionalidad matizado por vínculos sanguíneos, literarios, cultos preponderantes y hasta costumbres que enfatizan ese modo de ser.

   A su vez -y ya en términos de lo taurino-, es como expreso la existencia de esa manera interpretativa lograda por antepasados, quienes dieron con la forma no sólo de encontrarse en el proceso sincrético. Su capacidad fue más allá y superaron ese sincretismo, dándole sellos de autenticidad pronto manifiestos en el campo y la ciudad, sin que por ello hubiese un separatismo con la estructura técnica aportada por los españoles. Esta continuaba siendo enriquecida por el constante flujo de personajes que enriquecieron con su conocimiento y experiencia al toreo del que México no quedó aislado.

   Interesante es el hecho de que Benito Juárez acudiera a algunas corridas como aquella del 27 de enero de 1861, dedicada al todavía presidente interino, cargo que se tornaría en Constitucional el 11 de junio siguiente. O la del 3 de noviembre de 1867 (justo en el mismo mes en que se extiende el decreto de prohibición), corrida celebrada en el Paseo Nuevo para recaudar fondos y así ayudar a los damnificados de Matamoros que sufrían la desgracia del paso de un huracán.

   En tanto que la «justificación a las Leyes de Reforma» es dada a conocer, el escenario de México se determina por nuevos acontecimientos como aquel del triunfo efímero de los mexicanos del 5 de mayo de 1862, triunfo embestido después por las fuerzas que encabezaba el Mariscal Forey con la que cae Puebla, por lo que a Juárez solo le da tiempo de decretar el 26 de febrero de 1863 la «extinción de las comunidades religiosas» y dar inicio a su peregrinaje hacia el norte del país, mientras la capital vive por segunda vez el ingreso y posesión temporal de un ejército extranjero.

   La guerra de tres años y luego la preparación de la monarquía con príncipe extranjero no permitieron cosa alguna a un Juárez que se movió en tanto, por San Luis Potosí, Chihuahua, Durango, Paso del Norte y Zacatecas. Años más tarde se mueve hacia el centro y capital del país, ya de regreso para consumar su triunfo sobre el Imperio.

   El ingreso triunfal a la capital del país -justo el 15 de julio de 1867- significó extender un Manifiesto de alto rango espiritual con el que se anuncia el feliz momento de la Restauración de la República. Al final del mismo, apunta Juárez:

   Mexicanos: Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad.[21]

   He allí establecido -y por partida doble- un anhelo que jamás se disolvió en manos de este liberal, quien se mantuvo fiel a sus ideales por sacudir los residuos (bien llamados costumbres, hábitos y privilegios) que quedaban de la colonia en esa «segunda independencia». Si bien los toros sufrieron aquel bloqueo por dos décadas y bajo régimen federal, estos como espectáculo siguieron su curso entonces por el interior del país y en 1886, por amplias necesidades en las obras del desagüe del Valle de México, hubo que echar mano en la gran posibilidad de restaurar las corridas, pues se convirtieron de pronto en una de las pocas alternativas para resarcir los gastos de tan enorme proyecto.

   Frente a todo esto, hay dos pautas bien importantes que definen el espíritu de estos principios de «inmoralidad», de «desorden» y son, a saber:

1)De la Constitución Federal de 1824, emana un párrafo que dice

A vosotros, pues, legisladores de los Estados, toca desenvolver el sistema de nuestra Ley fundamental, cuya clave consiste en el ejercicio de las virtudes públicas y privadas. La sabiduría de vuestras leyes resplandecerá en su justicia y su cumplimiento será el resultado de una vigilancia SEVERA SOBRE LAS COSTUMBRES.[22]

2)Una consideración de Justo Sierra:

México no ha tenido más que dos revoluciones. La primera fue la revolución de Independencia; la segunda fue la gran Reforma de 1854 a 1867. Ambas fueron para México parte del mismo proceso social: EMANCIPARSE DE ESPAÑA FUE LO PRIMERO; FUE LO SEGUNDO EMANCIPARSE DEL REGIMEN COLONIAL; DOS ETAPAS DE UNA MISMA OBRA DE CREACION EN UNA PERSONA NACIONAL DUEÑA DE SI MISMA.[23]

   A todo esto, quizás un poco desordenado, me es preciso remarcar una posición que no será absoluta, y es la de que el planteamiento que ahora hago de las «Incidencias probables…» es determinante pero no definitivo, basando esto en una observación de Luis G. Cuevas, de que

Lo poco que tenemos en el orden civil más bien se debe a los hábitos que conserva una sociedad, y que no pueden destruirse de un golpe, que al influjo de la ley y de las autoridades.[24]

Entonces: ¿Cómo se desencadenó aquel ideal propio de la Reforma en 1867? ¿Por qué solo las corridas de toros?

   En este caso no fueron únicamente las corridas de toros, pues ya desde el 28 de junio de aquel año se prohíben las loterías o rifas públicas. El de los toros es un espectáculo de honda raigambre española, y que, en sus para 1867, 341 años de vida en México, ha consolidado y encajado en el gusto del pueblo que bien puede tener un par de acepciones de entre las varias ya conocidas como etiquetas. Por un lado tenemos a los estamentos o grupos sociales privilegiados que sobre todo en la colonia, se distinguieron con mayor relevancia como protagonistas y como asistentes a los fastos que con motivos civiles o religiosos se dieron por aquellas épocas. Ello no es indicativo de la ausencia del pueblo bajo, de «la canalla» -a decir de Voltaire- o el «pueblo masa o multitud porcina» de acuerdo con Burke. Ahí está, lo encontramos también en una plena combinación que rompe con las distinciones, ruptura que durante el siglo XIX permite además de la abierta disposición a la mezcla sin ambages de todas las capas, la total demostración de autonomía, resultante de un proceso como el independiente. Justo esa porción del pueblo es la que hará suyo el espectáculo por la vía del pleno concepto demostrador del carácter nacional sustentado en el factor de la autonomía (permítasenos la reiteración) que por razón propia no es más que un sentido vacío.[25] Por otro lado, y ya referido es ese entorno de las singulares nociones de concebir el toreo -no como expresión española-, sí bajo la espontaneidad de una invención bien definida y caracterizada por los múltiples géneros mexicanos o nacionales que salpicaron las fiestas taurinas desde el inicio del siglo pasado hasta que adquieren personalidad formal a partir de 1887; una personalidad que estará dada bajo conceptos modernos venidos de España. Esto es, el espacio de la prohibición dictada o no por Juárez se inscribe justamente en aquel transitar de años decimonónicos que buscan la definición del ser mexicano.

   Concluimos que el oaxaqueño no debe haber sido afín a los principios de aquellos residuos hispanos por lo cual se dedicó o trató de exterminarlos en dos etapas. Una la del famoso pronunciamiento del Manifiesto a la Nación de 1859 y respaldado esto por otro Manifiesto, en el que declara a México como República Restaurada en 1867. Recordemos las palabras ya citadas anteriormente, al respecto de esa bien consumada «por segunda vez la independencia…» Desde luego, ello es solamente parte del complejo que le da vigencia a la prohibición que se da contra las corridas de toros. En el espacio del federalismo -contemplado en los presentes apartados- se harán distinciones de unos elementos remitidos en el PARRAFO II. DE LA INICIATIVA DE LAS LEYES y en el art. 66 de la Constitución de 1857, en cuyo manejo dice que toda aquella iniciativa presentada por Presidente de la República, legislatura o diputación de los estados debe pasar por una COMISION.

   Precisamente, es que habré de hacer detallado análisis sobre la referida COMISION que está ocupada en revisar la ley de Dotación para ver qué facultades poseía y si es posible, quién o quienes la constituyeron, y porqué tomaron la determinación expresa en el art. 87 de la LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES de 28 de noviembre de 1867 para prohibir las corridas de toros.

   Por otro lado, puede decirse con seguridad que la participación política de toreros mexicanos durante el XIX está descartada. Se sabe sí, que un tal Agustín Marroquín «El Torero Luna», insurrecto de la independencia, participa en algunas acciones militares bajo las órdenes de Hidalgo. Por otro lado, a Ponciano Díaz (1856-1899) se le postula para la candidatura de un cargo público mismo que rechazó. Ahora -y esto es cierto- muchos de los toreros nacionales se fueron a unir en las filas que estaban combatiendo la avanzada francesa. De ahí en fuera, sólo el caso de Bernardo Gaviño y Benito Juárez en 1863 es tema que abordaré en el apartado Nº 7 de este trabajo.

   En lo relativo a empresarios y ganaderos; aficionados o distinguidas personalidades cuya filiación política sea manifiesta, no he detectado respuesta de esa índole. Seguramente como es lógico pensar, se da la natural inclinación o afecto hacia determinada tendencia política de parte no sólo de este pequeño grupo sino de la sociedad en su conjunto. Claro, brotan esas gentes exaltadas que comulgan con un ideal de modo apasionado, frenético o fanático inclusive.

   Ganaderos destacados de aquel entonces lo son el de Atenco D. José Juan Cervantes y Michaus (último conde de Santiago). También los de Parangueo, El Cazadero, Guanamé.

   Empresarios destacados: D. Mateo de la Tijera que lo fue de la del Paseo Nuevo, jefe de una familia de abolengo que entonces figuraba en la creme de la sociedad mexicana (1851-1857). D. Manuel Gaviño, hermano de Bernardo quien fungió como empresa en los últimos años del coso del Paseo de Bucareli.

   Bien claro debe manifestarse un sentido en el que las plazas de toros o aquellos sitios de congregación popular para dar rienda suelta al gozo y a la diversión se alejan de todo carácter político. Es claro también el hecho de reflexionar sobre los corrillos que puedan formarse para hablar o discutir de este o aquel tema del día. Pero las historias no registran un hecho donde escenarios de esa índole hayan sido fuente o brote de violencia por razones políticas. La violencia en los lugares públicos de diversión se da -seguramente- por verse aquellas masas defraudadas de una mala organización o de un mal resultado que generan la bronca.[26] Acuden a la plaza todas las escalas sociales,[27] el espectáculo no es negado a nadie,  como se puede observar de aquel año 1867, el cobro de las entradas era sumamente elevado,[28] lo cual significaba arrastrar a las clases desposeídas a un sacrificio con riesgo de verse mermada su economía familiar.

   Las Leyes de Reforma propuestas en 1859 no son resultado de las preocupaciones recientes de Miguel Lerdo de Tejada y Manuel Ruiz, entre otros. Ya desde 1850 es un anhelo que Melchor Ocampo externa abiertamente. Las apoya en el justo momento de surgir el Gral. en Jefe del Ejército Federal don Santos Degollado.

   En su propósito más profundo se da el sentido de mostrar una realidad del tiempo en que se han dado las largas luchas; se dan entre los «partidarios del oscurantismo -agresores- (que van contra los) principios de la libertad y del progreso social».

   Hay un orden de la sociedad y unas garantías que son el propósito de búsqueda en aquellos momentos de confusión.

   En tanto, el partido liberal de la República postula su programa basado en unas ideas que

tiene hoy el Gobierno la honra de representar, no es la bandera de una de esas facciones que en medio de las revueltas intestinas aparecen en la arena política para trabajar exclusivamente en provecho de los individuos que la forman, sino el símbolo de la razón, del orden, de la justicia y de la civilización, a la vez que la expresión franca y genuina de las necesidades de la sociedad.[29]

Justamente, basamos el razonamiento de la discusión del discurso de Juárez sobre la civilización vs. barbarie en las últimas citas de la identidad del partido liberal en el sentido de ser un «símbolo de la razón, del orden, de la justicia y de la civilización, a la vez que la expresión franca y genuina de las necesidades de la sociedad». Todos estos elementos van contra el sentido de un retroceso encarnado -sobre todo para los toros- en esos principios de la barbarie, fuerza descompensadora del raciocinio, arma letal que no permite avance a ninguna parte. Sin embargo, la «erupción del entusiasmo» anunciada con exaltación -al referirse algunos escritores de la época acerca del público- nos ubica en la verdadera manifestación popular aplicada por todos  aquellos  asistentes a  la contienda.

   Toda una simbología se creaba alrededor de un ambiente cuya necesaria dinámica de cambio, siempre obligó a empresas y a toreros a incorporar nuevas modalidades en cada festejo desarrollado.[30] De ese modo se entiende también, la variante y rica expresión adquirida en la corrida de toros en buena parte del diecinueve mexicano.

   Antonio García Cubas nos regala en El libro de mis recuerdos un retrato en tarde de toros por 1853:

todo lo más granado de la sociedad ocupaba las lumbreras y el tendido de la sombra, como henchidas por el pueblo estaban las lumbreras y el tendido de sol.[31]

Gabriel Ferry -por otro lado- apunta una visión todavía más fogosa.

La plaza de Necatitlán (que funcionó aproximadamente de 1826 a 1834) presentaba un espectáculo tan raro como nuevo para mí. Los palcos de sol recibían de lleno los rayos de este temible astro en aquellas regiones, y detrás de las mantas y de los rebociños extendidos para hacer sombra, el populacho, apiñado en pirámides caprichosas en las gradas del circo, se entregaba a un concierto abominable de gritos y silbidos. En la parte de la sombra los plumeros de los oficiales y los chales de seda de diversos colores ofrecían un golpe de vista que mitigaba hasta cierto punto la dolorosa impresión que acababa de producir la miseria y la desnudez que poblaba los palcos de sol. Cien veces había visto esta diversión y había contemplado igualmente a esa muchedumbre fatigada, pero no saciada de ver correr sangre, cuando a eso del anochecer, al terminar la corrida, sólo salían de aquellas gargantas irritadas exclamaciones roncas, cuando el sol hacía entrar sus rayos a través de las tablas mal unidas del anfiteatro, cuando el olor de los animales muertos en la lidia atraía encima de la plaza de toros bandadas de buitres hambrientos;(…).[32]

   Plaza adentro conocemos un sinfín de comportamientos propios durante las épocas que preceden a la prohibición en tiempos de Juárez. Entendemos la forma de reaccionar en las gentes que gozan plenamente del espectáculo. Pero, y plaza afuera, ¿qué ocurría?, ¿ese mismo público, consciente de la problemática cotidiana se hacía ver, o hacía reflejar su inquietud en el entorno del coso?

   Los problemas fuera de la plaza eran muy serios y en ese intento de «orden nuevo» luego de la realidad de nuestra independencia, la idea del ser mexicano se vio alterada por hondos disturbios en los que, a decir de Vanderwood fueran los liberales quienes encabezaron ese atentado, dirigido al sistema. Paz y progreso no lo eran todo, por eso con ambos postulados se alía el desorden que abarca a las escalas sociales en su conjunto. Por tanto, caos y desorden son incontrolables por lo que, frenarlos significaba poner al país al borde del peligro.

   La pugna liberal-conservadora (dicotomía con carácter cotidiano por aquel entonces) se arrojaba entre sí infinidad de principios con el fin de establecerse una, -vencedora- encima de la otra, -vencida-. Sólo que sus propuestas significaron entrar a un terreno que no veía posible la claridad, acabando por eclipsarse en una yuxtaposición bien marcada, pero dolorosa para el propio destino de México como nación.[33]

   Otro de esos problemas comunes y cotidianos lo fue el de la consecuencia de los enfrentamientos bélicos cuya resultante fue

El desorden nacional (que) se exacerbaba ante la necesidad de licenciar a miles de no-bandidos que se habían pasado a los liberales con la promesa de mejorar de vida(…) El gobierno no podía tener un ejército grande, por razones tanto políticas como económicas. Debía licenciar a los soldados y esperar a que volvieran a su anterior vida de subsistencia. Pero sabía que la economía del país asolada por la guerra, no podía absorberlos a todos. En 1867 Juárez licenció a unos cuarenta mil de aquellos ex soldados. El subsiguiente recrudecimiento del bandidaje no sólo perturbó el comercio y el orden social sino que también estremeció políticamente al régimen. Los rivales que aspiraban a la presidencia, como Porfirio Díaz, agitaban a los ex soldados asegurándole que el gobierno de Juárez los había engañado e impugnaban abiertamente la capacidad de los administradores para lograr la paz.[34]

   Esto último tiene una razón de fondo en la medida en que si Díaz agitaba así a los ex-soldados por el engaño habido, Juárez mismo debió pensar en que una congregación multitudinaria, como la que se daba en la plaza de toros era del todo peligrosa, por lo que en el fondo pudiera pensarse en una causa para prohibir las diversiones de toros no por lo que eran en sí, sino por la razón de darse en cualquier momento un movimiento de rebelión.

   Es claro reconocer el hecho de que la plaza de toros es una concentración de desorden acorde a sus circunstancias implícitas; esto es, la condición de fiesta exaltada en todas sus manifestaciones en convenio al horror de una muerte masiva de toros y caballos por la adecuación del hombre que logra llevar a esos extremos el esquema de la corrida, a partir de principios estéticos y técnicos.

   Es otro de los diversos comportamientos de la sociedad, cuando para 1867 vemos buena parte de ella influida todavía por los poderes monárquicos. El afrancesamiento en ciertos hábitos fue severamente criticado por La Orquesta o por La Sombra, periódico jocoserio, que se dieron a la tarea de mostrar las nuevas «costumbres». Por eso del afán de afrancesarse,

de ennoblecerse que se apoderó de la «gente decente» la sátira hizo, naturalmente, comidilla. A este afán se le nombró el «aspirantismo».[35]

Al ingreso de Juárez al poder en 15 de julio de 1867 los esquemas trazados en la sociedad por el imperio se fueron diluyendo pronto pues

que no nos darían categoría de civilizados, ni la entrada a la universalidad, ni el respeto y la dignidad en el futuro y sí, en cambio, los principios republicanos(…)[36]

eran los propicios a la modernidad como hecho real, una modernidad que bien fue  encontrando su composición total en pleno porfiriato.

   Se expuso páginas atrás que las incidencias probables que arroja el Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación el 7 de julio de 1859, son «determinantes pero no definitivas».

   ¿Por qué?

   Son varias las razones.

   Es correcto el apunte de Luis G. Cuevas con base en las ideas sociales. Los militares también se alían en todo aquel convulso acontecer de 1859 a 1867, pero ante todo, llama seriamente la atención el hecho de que dentro de la «Comisión» que preparó, discutió y redactó la Ley de dotación de fondos municipales de 28 de noviembre de 1867, la cual sólo pasó para firma y aprobación final del Presidente de la República y Secretario de Gobernación; es decir: los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada respectivamente. Aspectos de carácter económico (impuestos, en otras palabras) orientan asimismo el rumbo de este capítulo y del cual, acabo de pasar por un punto clave, el cual ha sido capaz de mostrarnos valores que descansan en un aspecto sicológico de masas, el cual a su vez, se vio afectado por la herencia colonial, síntoma este de una preocupación proyectada en leyes y otros documentos -como el Manifiesto a la Nación- con tal de hacer significativa la «emancipación».

CONTINUARÁ.


[1] José Francisco Coello Ugalde: “CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICIÓN. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado, Colegio de Historia, 1996. Tesis que, para obtener el grado de Maestro en Historia, presenta (…).  228 p. Ils., retrs.

[2] El Boletín Republicano Nº 107 del 2 de noviembre de 1867.

CUADRILLA DE BERNARDO GAVIÑO

Cinco arrogantes y bravísimos toros de muerte de la sin rival hacienda de Atenco.-Un torete de la misma raza para la divertidísima mojiganga denominada: EL CONVIDADO DE PIEDRA Y DOÑA INES.-Ocho toros para coleadero, por parejas, con su premio para el que logre dar caída redonda, invitando para esta diversión a todos los aficionados que quieran tomar parte.-Toro embolado para los aficionados, el que saldrá adornado, tanto en la frente como en la cornamenta, con monedas de plata para los que las tomen.-Gran partimiento ó despejo de plaza, por uno de los mejores cuerpos de la guarnición.

   La Junta establecida en esta capital para procurar socorro á las familias desgraciadas que se han quedado sin recursos en Matamoros y otras poblaciones mexicanas de las orillas del Bravo, casi destruidas por el Huracán, ha organizado una brillante función de toros cuyos productos están destinados a este objeto. Los propietarios de la plaza y el dueño de los toros, se han prestado generosamente á ello, y lo mismo ha hecho el simpático y popular jefe de la cuadrilla D. Bernardo Gaviño con su desprendimiento acostumbrado. La junta espera que el público acudirá solícito a esta función, que tiene por objeto enjugar las lágrimas de muchos infelices que se han quedado sin pan y sin abrigo.

ORDEN DE LA FUNCION

1.-Tan pronto como se presente en su palco el C. Presidente de la República se procederá al GRAN DESPEJO O PARTIMIENTO DE PLAZA

2.-Una vez despejado el redondel, se procederá a la lid del primer Toro de muerte.

3.-Dará principio el Coleadero por parejas, y al que diere caída redonda, se le entregará un ramito con escuditos de oro.

4.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.

5.-Otros dos toros de cola por dos parejas, con premio.

6.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.

7.-Otros dos toros de cola por pareja, con premio.

8.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.

9.-Otros dos toros de cola por pareja, con premio.

10.-Toro de muerte lidiado por la cuadrilla.

11.-Graciosísima mojiganga denominada:

EL CONVIDADO DE PIEDRA Y DOÑA INES

Con acompañamiento de Esqueletos, Diablos, etc.

12.-TORO EMBOLADO

Para los aficionados, el que llevará de ofrenda en la frente y cornamenta, Monedas de plata para el que logre cogerlas.

PRECIOS DE ENTRADA

 

Lumbreras por entero para ocho personas…………….$ 100

Entrada general a sombra……..             ………………..   10

Entrada general a sol………………………..              ….    02

La plaza estará magníficamente adornada interior y exteriormente. Por la junta central de socorros.-General Felipe Berriozabal, Rafael Martínez de la Torre.-M. M. de Zamacona.-Agustín del Río.-Manuel Saavedra.-General Manuel González.-Vicente Riva Palacio.-Anselmo de la Portilla.-Ramón Guzmán, Secretario.-Francisco Espinosa, Secretario.-Jesús Fuentes Muñiz, Tesorero.

Las puertas de la plaza se abrirán a la una de la tarde, y la función empezará a las tres y media.

NOTA.-Los boletos se expenden desde la víspera de la función, en el Puente de San Francisco junto al núm. 4; y en las casillas de la plaza el día de la función desde la una.

[3] Johan Huizinga. Homo ludens, p. 23.

[4] R.G. Collingwood. Los principios del arte, p. 97-99. Una historia de la diversión en Europa podría dividirse en dos capítulos. El primero, al que se titularía panem et circenses, trataría de las diversiones en el mundo decadente de la Antigüedad, los espectáculos del teatro y el anfiteatro romanos, tomando su material del drama religioso y de los juegos del período griego arcaico; el segundo, al que se llamaría le monde où l’on s’amuse, descubriría la diversión en el Renacimiento y en las épocas modernas, primero aristocrático, provisto por artistas principescos, para espectadores principescos, luego transformado en grados por la democratización de la sociedad hasta llegar al periodismo y el cinematógrafo de hoy, y siempre tomando manifiestamente su material de la pintura, la escultura, la música, la arquitectura, las procesiones y la oratoria religiosas de la Edad Media.

   Los lectores modernos, herederos de los prejuicios del siglo XIX sobre la identificación del arte con la diversión, han interpretado mal generalmente el ataque de Platón a la diversión, considerándolo como un ataque al arte; en el nombre de la teoría estética lo han tomado como un agravio, y han colmado de elogios a Aristóteles por una apreciación más justa sobre el valor del arte. No obstante, a decir verdad, Platón y Aristóteles no difieren tanto en sus criterios sobre la poesía, salvo en un punto. Platón pudo ver que el arte de diversión despierta emociones sin darle salida en la vida práctica; y concluyó equivocadamente que el excesivo desarrollo de este arte produciría una sociedad sobrecargada de emociones sin propósito. Aristóteles, en cambio, no razonó del mismo modo, porque según él las emociones generadas por el arte de diversión son descargadas por la diversión misma. El error de Platón sobre este punto le condujo a pensar que los males de un mundo entregado a la diversión podrían curarse controlando o aboliendo las diversiones. Pero una vez que el torbellino ha tomado su ritmo, eso no puede hacerse; porque la causa y el efecto se entrelazan en un círculo vicioso, que se rehará en el momento en que se le interrumpa; lo que empezó siendo la causa de la enfermedad se convierte sólo en un síntoma, que es inútil tratar.

   Los peligros previstos por el profético pensamiento de Platón para la civilización necesitaron mucho tiempo para madurar. La sociedad grecorromana era lo suficientemente vigorosa para seguir pagando por seis o siete siglos el interés sobre la deuda acumulada de las energías de su vida diaria. Pero a partir de Platón la vida de esta sociedad se convirtió en una defensa de retaguardia contra la bancarrota emocional. Se llegó al momento crítico cuando Roma dio origen a un proletariado urbano cuya única función era comer pan gratis y ver espectáculos gratis. Esto significó la segregación de toda una clase que no tenía trabajo alguno, función alguna que cumplir en la sociedad, ya fuera económica, militar, administrativa, intelectual o religiosa, cuyo único papel era el de ser sostenida y divertida. Cuando eso ocurrió fue sólo cosa de tiempo que la pesadilla de Platón sobre una sociedad de consumidores se realizara: los zánganos impusieron a su rey, y la historia de la colmena concluyó.

   Además: Jorge Alberto Manrique, et. al. «Toreo, tránsito y permanencia» (pp. 191-200). El arte efímero en el mundo hispano.

-Francisco de Solano, et. al. «Las voces de la ciudad de México. Aproximación a la historiografía de la ciudad de México» (pp. 55-78). La ciudad. Concepto y obra.

-José Francisco Coello Ugalde. «Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835». (Separata, 293 pp). Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas Nueva época, 1.

[5] Huizinga, op. cit., p. 17.

[6] Ibidem.

[7] Agradezco al Lic. Julio Téllez García el permitirme el acceso a su biblioteca y llegar hasta el original de dicha corrida.

[8] Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava en México y en España. 1519-1969. T. I., p. 166.

[9] Op. cit., p. 167.

[10] Benjamín Flores Hernández. La ciudad y la fiesta, p. 122.

[11] La Lidia, No. 3 del 11 de diciembre de 1942.

[12] Manuel Dublán. Legislación mexicana, T. X., p. 152 y ss.

[13] Infra, NOTAS AL CAPITULO II, No. 120.

[14] Dublán, op. cit., p. 153.

[15] Jorge L. Tamayo. Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, T. II., p. 512.

[16] Edmundo O’Gorman. La supervivencia político-novohispana, p. 61.

[17] Solange Alberro. Del gachupín al criollo, p. 187.

[18] Elsa Cecilia Frost. Las categorías de la cultura mexicana, p. 124.

[19] Op. cit., p. 126.

[20] Ibidem., p. 128.

[21] Luis González. Galería de la Reforma, p. 226.

[22] Jorge Sayeg Helú. El nacimiento de la república federal mexicana, p. 130.

[23] Charles A. Hale. El liberalismo mexicano en la época de Mora, p. 6 n. 3.

[24] Luis G. Cuevas. El porvenir de México, p. 402.

[25] «La autonomía como la libertad, como el libre albedrío, es un concepto vacío, que es preciso llenar día a día con la acción. Ser libre no tiene sentido si no nos preguntamos, ¿para qué ser libres?» Discurso de Alejandro Gómez Arias sobre Autonomía Universitaria.

[26] En la historia del toreo y en el último tercio del siglo XIX, encontramos varios acontecimientos que generaron la «bronca», tales como los ocurridos en la plaza El Huisachal un 20 de diciembre de 1885, misma que quedó parcialmente destruida. El 16 de marzo de 1887 en la plaza San Rafael se desarrolló una pésima corrida en que los toros de Santa Ana la Presa fueron malísimos. Sin embargo el sambenito de aquel desaguisado se le colgó a Luis Mazzantini, diestro español que toreó aquella tarde. El 1 de diciembre de 1889 en El Paseo y con destrucción de la plaza, fue motivo más que suficiente que originó una nueva prohibición contra las corridas de toros. Su duración fue de cuatro años.

[27] Vicente Guarner. «Y algo más sobre toros, su soledad sonora». En El Búho, 286. Sección cultural de Excelsior. 3 de marzo de 1991. Al espectáculo taurino asiste la mayor parte del pueblo, sin que en ello falte ningún representante social. Lo mismo acuden obreros que comerciantes; artesanos que profesionales; ricos que cortos, y artistas en todos los menesteres. Y aristócratas de nuestra nobleza de hoy: la política, que es la única estirpe de «alcurnia» existente en nuestro mundo. La plaza de toros es, en la mayor parte de los países hispano parlantes, en los portugueses parlantes y en ciertas regiones de los mismo franco parlantes, el lugar físico y social en el cual la totalidad del pueblo alterna en una convivencia igualitaria. Un escenario en el que se vive intensamente el mismo paroxismo sicológico y colectivo. Donde el ministro comenta los pormenores con su vecino y lo mismo le alcanza la llama de la emoción y levanta los brazos en pleno éxtasis, que increpa al matador con aspavientos y, a veces, hasta con improperios…

[28] En la corrida del 3 de noviembre de 1867, verificada en la plaza El Paseo Nuevo, los costos eran los siguientes:

Entrada general a sombra: $10

Entrada general a sol: $2

   Por otro lado, si algún capitalino quería acudir en esas mismas fechas al «Teatro Nacional» y escuchar una función de ópera allá, en las galerías pagaba la módica cantidad de $0.75. Así también, un adicto a las bebidas generosas pagaba por un decimal, una de a dos, una chica o una catrina, que costaban respectivamente, uno, dos, tres y seis centavos; o un pinto tres tlacos (equivalente a cuatro y medio centavos).

[29] Tamayo, op. cit., p. 526.

[30] A inventar día a día el espectáculo. Así recordamos los intermedios teatrales, las suertes de lazar, colear implícitas en aquel entorno. No podían faltar los «payasos», las suertes del salto de la garrocha y con dos garrochas también; de «la mamola», de «la rosa», «los esqueletos toreros» y un sinfín de «temas con variaciones».

[31] Antonio García Cubas. El libro de mis recuerdos, p. 356.

[32] Gabriel Ferry (seud.). La vida civil en México, p. 23-4.

[33] Edmundo O’ Gorman. México. El trauma de su historia, p. 32.

[34] Paul J. Vanderwood. Desorden y progreso, bandidos, policías y desarrollo mexicano, p. 74.

[35] Clementina Díaz y de Ovando. «La vida mexicana al filo de la sátira», p. 103.

[36] Op. cit., p. 107.

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EL PASE DEL “IMPOSIBLE” POR EL “IMPOSIBLE”.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.  

   He aquí, y sin necesidad de una complicada explicación el procedimiento que Antonio Moreno Campos empleaba para lograr uno de los pases de muleta cuya realización es compleja, exacta, milimétrica y que al consumarse, tiene al borde del delirio a los aficionados que admiran y elogian al torero capaz de realizar ese pase que, por fortuna se interpreta de vez en vez. Se le conoce con el adjetivo de “Imposible”. Fue creación de dicho torero que hizo de la misma una versión portentosa y valiente, a cual más.

cci20032014_0036

Los Toros. Semanario del Buen Aficionado. México, enero 4 de 1965, p. 15. Colección “Roberto Mendoza Torres”.

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