EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
La plaza de EL PASEO NUEVO, como se ve, ya solo es una ruina, sitio que se ocupó -luego de la prohibición de 1867- para funciones de circo y acrobacia. Fue derribada en 1873.
Foto estereoscópica (ca. 1870). Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: Felipe Teixidor.
PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Estreno de la plaza. Domingo 23 de noviembre de 1851. Cuadrilla de Bernardo Gaviño y Mariano González “La Monja”. 5 toros de El Cazadero. Según una inserción periodística de la época, aparecida en El Ómnibus del día anterior se tiene una pequeña variación que leemos como sigue:
Esta fue una plaza cuya actividad fue constante entre ese año de 1851 y el 22 de diciembre de 1867, en que se dio la última corrida de toros, antes de que entrara en vigor el decreto que prohibía los festejos, y que firmaron los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada justo un mes antes. Solo por citar un caso, Bernardo Gaviño, entre 1851 y 1867 actuó en la misma 320 ocasiones, lo cual indica el nivel de importancia del coso que se levantó a un costado del Paseo de Bucareli, además de que por aquel entonces la competencia con la de San Pablo ya no fue el mismo, pues ya para 1854 dejaron de darse festejos en esta última, sobre todo debido a su estado de conservación. Seguramente hubo algunas otras tardes (hasta 1860) en que abrieron sus puertas, y para 1864 estaba siendo desmantelada.
El recuento de célebres tardes en la del Paseo Nuevo rebasa el anecdotario, por lo que conviene en algún momento la elaboración de una memoria que recuerde un buen conjunto de ocasiones en que trascendió la tauromaquia mexicana, sobre todo bajo la égida del portorrealeño Bernardo Gaviño.
Esta “monumental plaza de toros”, la del Paseo Nuevo, situada privilegiadamente en la antigua glorieta que todo mundo conoció como “El Caballito, fue construida al oriente de la pieza escultural de Manuel Tolsá. Actualmente debemos ubicarla en donde se encuentra el antiguo edificio de la Lotería Nacional. Lauro E. Rosell dice que
en dicha plaza (…) tomaron parte, entre otros, el famosísimo torero español que fue ídolo de las multitudes llamado Bernardo Gaviño, (del que se afirma que nunca dio tres estocadas a un toro) en compañía del renombrado torero Mariano González, apodado “La Monja”, así como también allí lució sus portentosas habilidades como lidiador, el célebre torero mexicano Ignacio Gadea, notabilísimo jinete que fue el inventor de la olvidada y hermosa suerte de poner banderillas a caballo.[1]
Además, por aquella época también participó el genial novelista Luis G. Inclán quien en compañía de su excelente caballo El Chamberín hicieron las delicias del público.
Lo que debe destacarse aquí es que como “teatro de acontecimientos” cumple cabalmente con dicha etiqueta, puesto que se representaron festejos llenos de una intensa fascinación, participando no solo los toreros de a pie o de a caballo que por costumbre eran conocidos, sino también por otro conjunto de actores que representaban mojigangas, ascensiones aerostáticas, fuegos de artificio y otra variedad muy pero muy interesante. Durante los 16 años que funcionó como escenario taurino, la plaza del Paseo Nuevo estuvo al servicio de una independencia que así como enriqueció al espectáculo, probablemente también lo bloqueó porque no hubo un avance considerable, puesto que las representaciones se limitaban al sólo desarrollo de lo efímero. Con Bernardo Gaviño las condiciones no iban más allá de lo cotidiano Esto es, se convierte de pronto en un personaje que lo controla todo lo que, a los ojos de Carlos Cuesta Baquero
originaba también que las corridas fuesen de identidad tan completa que llegaba a la monotonía. Todas estaban calcadas en el mismo estilo artístico. Toreando siempre el mismo espada, los mismos banderilleros y los mismos picadores, haciendo durante todo el año y por muchos años, en veinticinco ocasiones, porque ese número eran las corridas efectuadas en las poblaciones de importancia. Los aficionados asiduos, que los había igualmente que en la época actual, podían de antemano describir los lances taurinos que harían los toreros y el modo artístico que les imprimirían. Salvo algún incidente sangriento -afortunadamente excepcionales- los espectáculos taurinos eran completamente iguales unos a otros.
Por tal acostumbrada monotonía, cuando algún “AS” andariego, se presentaba, acompañado de uno o dos banderilleros o de un banderillero y un picador, el público abarrotaba los billetes de entrada y llenaba las localidades del coso. Había la ilusión de lo novedoso, la promesa de contemplar algo diverso a lo ya conocido. Y cualquier detalle sin importancia pero que ofreciera desemejanza a lo habitual era inmediatamente notado y comentado exageradamente. Pero desafortunadamente tales detalles disímbolos eran muy escasos, pues todos los “ASES” tenían el mismo, igual pauta.
Así eran las características de “nuestro nacionalismo taurino” en su primera etapa. Persistieron hasta el final, cuando la penúltima jornada artística de Ponciano Díaz, pero en el año de 1851 adquirió otro distintivo. Fue lo que en nuestro idioma nombramos PATRIOTERÍA y tomando neologismos del idioma inglés y del francés titulamos respectivamente “JINGOISMO” y “CHOVINISMO” (…)
Como vemos, surgió además un síntoma de obsesiones que marcaron el comportamiento de una afición que sintió como suyo a Gaviño, torero que además de todo, aprovechó perfectamente dicha circunstancia al grado de que cuando sucedía alguna “invasión” como la de los supuestos Antonio Duarte “Cúchares” y Francisco Torregosa “El Chiclanero” (“invasión” ocurrida en diciembre de 1851) estos prácticamente fueron expulsados por la afición; pero en el fondo, todo aquello fue arreglado por el gaditano quien no quería verse alterado por “intrusos” de aquella ralea.
Con todo y que Bernardo era español, pero un español avecindado de por vida en México, y quizá habituado a la forma de ser del mexicano, escuchó, de parte de los asistentes a varias de las corridas donde actuaban paisanos suyos, el grito intolerante de “¡Mueran los gachupines!” como una muestra de rechazo hacia el intruso, pero de afecto y apoyo hacia un torero que el mismo público -de su lado- terminó haciéndolo suyo, al grado de semejantes demostraciones de pasión extrema.
Y a todo esto, ¿quién fue su constructor?
En principio, debe recordarse que a principios de 1851, además de José de las Heras, asentista de la Real Plaza de Toros de San Pablo, se encontraban los hermanos Domingo y Vicente Pozo, que habrían de convertirse en competidores acérrimos del que fue sucesor del polémico Manuel de la Barrera, también asentista de la de San Pablo (años atrás), de algunos teatros y hasta monopolista en el control en eso de recoger la basura en la ciudad de México hacia los años 30 del XIX. Los hermanos Pozo se asumían con un nuevo concepto de empresarios taurinos, que apostaban por darle a la ciudad otra plaza de toros, dado que la de San Pablo, constantemente mostraba signos de deterioro debido al hecho de que la madera fue el material empleado para su armado y construcción. Entre otros datos ubicados en la prensa tenemos el que aporta
EL DAGUERROTIPO, D.F., del 22 de febrero de 1851, p. 8.
NUEVA PLAZA DE TOROS.-El martes (18) se colocó cerca del paseo de Bucareli la primera piedra de la nueva Plaza de Toros que en aquel punto va a edificar el Sr. D. Domingo Pozo: Hubo músicas, cohetes et tout le terrremblement…
Entretanto permite el gobierno se levante otra Plaza de Toros, no concede siquiera el esqueleto de algún inútil edificio público para que en él se plantee el Liceo artístico y literario, instituto que tan buenos y preciosos beneficios debiera y pudiera reportar a la sociedad mexicana…
El arquitecto consagrado a dicho proyecto, fue el entonces reconocido y polémico Lorenzo de la Hidalga,[2] según he podido constatar en un importante texto de la Doctora Elisa García Barragán.[3]
Sin más preámbulo, la eminente historiadora apunta:
(Lorenzo de la Hidalga) Edificó la plaza de toros de la calle de Rosales, junto a la cual construyó su casa habitación, cuya imagen hizo plasmar al paisajista Javier Álvarez, óleo que muestra la fidelidad del arquitecto hacia un academicismo italianizante.
En el mismo texto de Elisa García Barragán se reproduce tan bella con romántica expresión de aquel espacio, creación de Lorenzo de la Hidalga.[4]
En otro estudio también de la maestra universitaria[5] plantea que de la Hidalga fue un precursor del funcionalismo, mismo principio que desarrollarían ampliamente Le Corbusier y Mies van del Rohe en el siglo pasado. Tal “funcionalismo” quedaba patente en el propósito de construcción de tal o cual edificio. Si en este caso se trataba de una plaza de toros, seguramente de la Hidalga así lo pensó, y más aún en el hecho de que, además de haber cubierto los requisitos de funcionalidad, se le daba un toque extra de belleza arquitectónica que daba, per se el significado de su construcción.
Así a 165 años de aquel suceso, comparto un pasaje de ese referente urbano en la ciudad de México a mediados del siglo XIX, mismo que estuvo visible hasta el 15 de julio de 1873 en que desapareció.
[1] Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la Capital desde 1521 hasta 1936. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1935., p. 28.
[2] Lorenzo de la Hidalga nace el 4 de julio de 1810 en la provincia de Álava, cerca de la ciudad de Vitoria, en la región vascongada. Sus estudios profesionales los realizó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, obteniendo su título el 31 de enero de 1836. Inspirado por una corriente “romántica o racionalista”, se forma en sus primeros años profesionales. Este polémico personaje ya estaba en México a partir de marzo de 1838, muriendo en 1872.
[3] Elisa García Barragán: “El arquitecto Lorenzo de la Hidalga”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2002. En “Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas”, Nº 80, p. 101-128.
[4] Op. Cit., p. 127.
[5] Elisa García Barragán: “Lorenzo de la Hidalga: un precursor del funcionalismo”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Nº 48. México. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1987.