EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
PLAZA DE TOROS “EL HUISACHAL”, ESTADO DE MÉXICO. 25 de enero. Toros de San Diego de los Padres para la “Cuadrilla mexicana” dirigida por José Machío.
El Diario del Hogar, 25 de enero de 1885, p. 7.
José Machío (Sevilla, 1842-1891), no fue precisamente un torero colmado de virtudes. Con una estatura más allá de los estándares, apenas consiguió posicionarse en ciertos lugares justo en una época en la que quienes dominaban en ruedos hispanos eran ni más ni menos que “Lagartijo” y “Frascuelo”, lo que seguramente obligó al sevillano a hacer un viaje a América, donde su llegada a México ocurrió alrededor de la fecha que hoy nos ocupa.
Sin embargo, la participación que él tuvo, junto a otros toreros españoles, como Francisco Gómez “el Chiclanero” o Francisco Jiménez “Rebujina” fue haberse convertido en vanguardia de aquella otra generación que arribó a nuestro país en 1887. En todo ese proceso ocurrió el episodio que he denominado como la “reconquista vestida de luces”.
Tal “reconquista” debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que dicha expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.
El grupo de diestros españoles que tiene aquí protagonismo central, aparece desde 1882, aunque los personajes centrales sean José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López o Saturnino Frutos “Ojitos”, cuya llegada se va a dar entre 1882, 1885 y luego en 1887. Esa fue suma de esfuerzos que determinó una nueva ruta, afín a la que se intensificaba en España, por lo que era conveniente acelerar las acciones efectuadas en nuestro país, hasta lograr tener el mejor común denominador. Los toreros mexicanos –en tanto- no solo tuvieron que aceptar, sino adecuarse a esos mandatos para no verse desplazados, pero como resultaron tan inconsistentes, poco a poco se fueron perdiendo en el panorama. Pocos quedaron, es cierto, pero cada vez con menores oportunidades. Y Ponciano Díaz, que vino a convertirse en el último reducto de todas aquellas manifestaciones, aunque aceptó aquellos principios, no los cumplió del todo, e incluso se rebeló. Y es curioso todo el vuelco que sufrió el atenqueño, porque después de su viaje a España, a donde fue a doctorarse el 17 de octubre de 1889 tal circunstancia provocó un profundo conflicto, pues creyó que su regreso sería triunfal. Pero ello no fue así. Los aficionados maduraron rápidamente en aquel aprendizaje impulsado por la prensa, y se dieron cuenta por lo tanto que Ponciano ya no era una pieza determinante en aquel cambio radical que dio como consecuencia la instauración del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna.
Por otro lado, en alguna entrega anterior, mencioné a la sociedad taurina “Espada Pedro Romero”, consecuencia de estos cambios en el proceder de la tauromaquia en el México de finales del siglo antepasado.
Tal “centro taurino” quedó consolidado hacia los últimos diez años del siglo XIX, gracias a la integración de varios de los más representativos elementos de aquella generación emanada de las tribunas periodísticas, y en las que no fungieron con ese oficio, puesto que se trataba –en todo caso- de aficionados que se formaron gracias a las lecturas de obras fundamentales como el Diccionario Taurómaco, de José Sánchez de Neira, o los Anales del toreo de Leopoldo Vázquez y Rodríguez. Me refiero a personajes de la talla de Eduardo Noriega, Carlos Cuesta Baquero, Pedro Pablo Rangel, Rafael Medina y Antonio Hoffmann, quienes, en aquel cenáculo sumaron esfuerzos y proyectaron toda la enseñanza taurina de la época. Su función esencial fue orientar a los aficionados indicándoles lo necesario que era el nuevo amanecer que se presentaba con la profesionalización del toreo de a pie, el cual desplazó cualquier vestigio o evidencia del toreo a la “mexicana”, reiterándoles esa necesidad a partir de los principios técnicos y estéticos que emanaban vigorosos de aquel nuevo capítulo, mismo que en pocos años se consolidó, siendo en consecuencia la estructura con la cual arribó el siglo XX en nuestro país.
Finalmente, y como resultado en el que se descubre la actuación de Machío en la plaza de El Huisachal, ello trajo consigo la estela de una interesantísima crónica, misma que escribió GADEA, “reporter” de El Arte de la Lidia. Revista taurina y de espectáculos, en cuyo número del 1° de febrero de ese mismo año, se lee lo que sigue:
REVISTA DE TOROS.
Corrida extraordinaria verificada en la plaza del Huisachal tarde del domingo 25 de enero de 1885.
Nadie negará que las últimas corridas de la temporada de invierno dadas en la plaza del Huisachal por una conocida Empresa fueron malas; y que tanto el ganado que se lidió, como la cuadrilla que trabajó, recibió una rechifla general.[1]
En la corrida de que nos vamos a ocupar podremos decir sin equivocarnos, que ha sido la mejor; pues el ganado de San Diego de los Padres jugó valientemente y la cuadrilla lidiadora en general, estuvo muy feliz; y esto se debe en gran parte a la buena dirección el matador de cartel José Machío.
Vamos, pues, con toda imparcialidad, a dar una reseña de los acontecimientos taurinos que tuvieron lugar esa tarde.
Desde los primeros días de la semana pasada, en todos los círculos de la Capital se hablaba de la llegada de un nuevo torero español y más tarde, por fin, se supo que se llamaba José Machío. Grandes cartelones en las esquinas hicieron saber que en este día haría su debut en la plaza del Huisachal, matando tres toros de San Diego de los Padres, acompañándolo en la lid una regular cuadrilla mexicana. El entusiasmo taurino se generalizó por todas partes, y sólo se esperaba llegara el domingo 25 para asistir presurosos a la vieja plaza del Huisachal.
En efecto, el público de México dio a conocer una vez más su afición a las corridas de toros, pues no obstante que esa tarde había un coleadero y otras muchas diversiones, y que se aumentaba el precio de entrada, asistió una numerosa concurrencia que llenó por completo todas las localidades de la plaza, al grado de que los tranvías del ferrocarril no fueron suficientes para conducirla al rancho del Huisachal; y hubo necesidad de recurrir a diligencias, coches, carros y demás vehículos, aparte de los concurrentes que fueron a pie y a caballo.
Cada quien en su puesto y llegada la hora anunciada, el Juez que presidía dio la señal para la lid.
La cuadrilla a cuyo frente figuraba el primer espada José Machío, que vestía un espléndido traje verde y oro, hizo el saludo de costumbre. La componían los mejores toreros mexicanos cuyos nombres son ya conocidos y tres aplaudidos picadores de Atenco.
Desde luego, todas las miradas se dirigían con avidez, tratando de descubrir actitudes especiales en Machío, de quien un periódico de la Capital se había expresado en los términos siguientes: “El capitán, d nacionalidad española, es un hombrazo de estatura más que regular, de muy buena presencia, casi guapo; tendrá unos 40 años (la flor de la edad de los toreros) viste espléndidamente, y es arrogante en sus movimientos y hasta altivo en su porte”.
El espada Machío fue saludado por una salva de nutridos aplausos entre el toque del clarín que anunciaba la salida del primer toro de San Diego de los Padres.
Josco era su color, de poca edad, pero valiente y de mucha ligereza.
Recibió cinco varas de los piqueros, tres en buen sitio y dos en las costillas. Hirió dos jamelgos y el público quedó satisfecho.
Tomás Vieyra lo banderilló regular; el primer par de palos a la media vuelta, y los segundos y terceros bien y con destreza. Recibió palmas el chico.
Llegó la hora de la muerte. José Machío tomó los trastos y con valor y serenidad se fue a buscar al bicho. Lo encontró mal puesto y receloso. Los pases de muleta los dio con una destreza y limpieza sin igual. El toro no entraba a la muleta y el diestro tuvo necesidad de irse sobre él. Esto no agradó al público de sol. Dio un pinchazo en buen sitio y una estocada alta regular de bastante arte, que ocasionó la muerte. El público inteligente lo aplaudió, el resto le silbó y le tiró naranjazos. Estas últimas demostraciones desconcertaron mucho al valiente torero.
Sale el segundo a la arena, josco, negro, ligero y bien puesto.
Acomete a los picadores sin miedo al principio después blandea. Recibe seis varas. El torero mexicano Felipe Hernández, es aplaudido frenéticamente, al quitar el toro a un picador, pues agarrándolo de la cola con solo un tirón lo acuesta en tierra.
José Machío se luce con el capote y recibe aplausos.
El banderillero Candela queda bien. El segundo y tercer par de palos los coloca en buen lugar, llamando al bicho de frente. Recibe muchas palmas.
Machío vuelve a la suerte de estoque. Este toro, como el anterior, no se presta y es mañoso. El diestro tiene que recurrir a su valor y conocimientos. Da dos pinchazos y una estocada caída. El cachetero lo remata.
El público del sol se impacienta, le silba y le tira una lluvia de naranjas. Machío con una serenidad admirable, no hace caso de nada e impávido sigue cumpliendo con su deber. Los concurrentes del departamento de sombra lo obsequian con puros y otras demostraciones de simpatía.
En este toro vimos con sentimiento que el Juez no cumplió con su deber, pues permitió que toreros no anunciados en el programa, bajaran al redondel vestidos de paisanos.
El clarín dio la señal para el tercer toro. El chiquero se abrió y salió uno de color morado, de buena edad y estampa y con muchos pies.
Entró sin miedo a la pica recibiendo unas siete varas, tres de ellas muy regulares. Ocasionó la muerte de una jaca y estuvo a punto de coger a un picador, el que fue salvado, pues Machío ocurrió violentamente con el capote quitándole el toro. Esto le valió al torero español una nutrida salva de aplausos.
Felícitos Mejía banderilló a caballo en pelo con mucha limpieza y agilidad. Recibió palmas, y la diana susodicha tocada por la murga.
En este toro, Machío dio prueba de ser un verdadero torero, pues queriendo dar a conocer que también sabe matar de meteisaca así lo verificó.
Este bicho se prestó para la muerte, y por lo tanto, no hubo necesidad de mucha faena. El diestro sólo dio dos pases de muleta y una estocada de meteisaca caída a la derecha, que hizo que el toro cayera muerto en la arena.
Palmas, dianas, obsequios y entusiasmo general. Los naranjazos cesaron desde luego y el público del sol no chillaba ni barbarizaba.
El cuarto de la tarde, salió a la arena, y fue tan malo y huido, que hubo necesidad de volverlo al chiquero.
El suplente y último de la corrida que jugó fue prieto y cerrado de cuernos, de mucho brío y ligereza aunque de poca edad.
Los piqueros se lucían, pues el bicho les entró sin miedo. Se despacha a la difuntería un jamelgo e hirió otros dos.
Debía haberlo banderillado el Orizabeño, pero por haberse bajado el Cuquito al redondel vestido de paisano, incidente que desagradó bastante a la concurrencia, el Orizabeño no ejecutó sus suertes como debía. Sin embargo, prendió muy bien su primer par, cosa que no pudo hacer con tanta limpieza Cuquito.
Como estaba anunciado, a Felícitos Mejía tocaba dar muerte al toro que por cierto se prestó bastante. Felícitos se vio apurado en la faena y si no hubiera sido por Machío, jamás lo hubiera matado. Dio un pinchazo en hueso y en mal sitio, quedando desarmado; y una estocada de meteisaca que le dio muy buen resultado; pues como antes decimos, Machío le colocó perfectamente el toro.
Después siguió el embolado y terminó la función.
RESUMEN:
Ganado de San Diego, bravo y de juego.
Cuadrilla, feliz en todas sus suertes.
El matador José Machío, bien en las estocadas de los dos primeros toros y sobresaliente en el tercero.
Concurrencia, lleno completo.
Público del sol, imprudente.
Corrida en general, buena.
GADEA.
Para terminar, considero que esa etapa, la que comprende los años de 1882 y hasta 1905, supuso el periodo de transición que colocó a la tauromaquia practicada en México en condiciones de elevar su nivel de importancia a la mayor escala, esa en la que ya Rodolfo Gaona, convertido en partícipe notable alcanzó lo que José Alameda calificó como la “universalización del toreo”.
[1] El redactor de la crónica se refiere al festejo que se celebró el 18 de enero anterior y donde el programa indica lo siguiente:
Cuatro toros de San Diego de los Padres, uno de reserva y un embolado.
Espadas.-Felícitos Mejía y Genovevo Pardo.
Banderilleros.-Orizabeño, Vieyra, Candela y otros.
Picadores.-Santín, Rea y demás que no conocemos.
Hora de comenzar.-Las cuatro de la tarde en punto.
Consulta realizada a El Arte de la Lidia. revista taurina y de espectáculos, año I, N° 9, del 25 de enero de 1885, p. 1.