Archivo mensual: junio 2017

LAS SUERTES DE LA “MAMOLA” Y LA “MEMELA”.

ANTIGUAS SUERTES MEXICANAS DEL TOREO, O REMINISCENCIA DE OTRAS QUE YA NO SE PRACTICAN.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Suerte de “La Mamola”. Antonio Navarrete: TAUROMAQUIA MEXICANA.

    Parecen dos términos que pueden prestarse al juego, a la sospecha, e incluso al picoso manejo del albur. Sin embargo, tanto “mamola” como “memela” tuvieron, durante el siglo XIX una directa aplicación, por lo menos en los toros.

Hacia 1884, y en unos versos dedicados a Ponciano Díaz, el pueblo le demandaba:

¡Ahora, Ponciano!, le gritan,

atórale a ese torito,

Hazle la memela, pues,

con solo tu capotito.

   ¿En qué consistía dicha suerte?

La respuesta se encuentra en curiosa edición de las Suertes de Tauromaquia que Luis G. Inclán publicó en 1862, y cuya reproducción facsimilar se debe a la agrupación de los Bibliófilos Taurinos españoles hecha en 1995. Dice al respecto:

“LA MEMELA.-Para esta suerte se pone el diestro tirado en el suelo boca arriba, en línea recta del viaje. que el toro trae o intenta tomar, y al tiempo de que humilla le pone los dos pies en la frente para que lo haga dar una machincuepa, siga su viaje y el torero salga por los pies del toro”.

Esa fue, a lo que parece, una suerte eminentemente mexicana, realizada con motivos de auténtico alarde, aprovechando, por un lado la velocidad de rayo con la que el burel salía de toriles, y también por el hecho de que viniendo de las oscuridades a un espacio iluminado y abierto, de pronto tanto deslumbramiento no le permitía demasiada claridad.

Dicha suerte parece recordarnos aquel salto que ejecutaban hombres o mujeres en la isla de Cnosos y del que, habiéndose impulsado con uno de los pies en el testuz del toro, se realizaba en el viaje una “machincuepa”, maroma o giro del cuerpo sobre la cabeza, hasta dar de nuevo y en posición vertical, con alarde de gimnasta en cuanto el toro seguía su camino en sentido contrario,

Lo de Ponciano y otros diestros que la pusieron en práctica debe haber tenido su puntito de tensión y de emoción.

En cuanto a la suerte de la “mamola”, esta se realizaba “a porta gayola”, en la cual el aventurado en ejecutarla se colocaba tirado, boca arriba, soportando en las plantas de los pies una olla normalmente llena de ceniza o de yeso, lo cual ocasionaba que el encuentro inmediato del toro que salía al ruedo era de suyo “explosivo”.

Esa suerte, muy antigua tenía gracia y encerraba peligro. Para ello era necesario un toro “limpio”, no un marrajo ya toreado que tirara cornadas. Si este se “quedaba”, el percance era seguro y casi siempre grave. Para hacer la “mamola”, el torero, antes de se abriera el toril, se acostaba de espaldas al suelo frente a la puerta, a una distancia adecuada para ser visto por el toro en los momentos previos a su salida. De pronto, el valiente levantaba verticalmente las piernas para sostener entre los pies una olla –“piñata” llena con ceniza o yeso. En esa postura esperaba la embestida. El toro entonces rompía con el testuz el cacharro aquel y la ceniza o yeso le bañaba la frente, ojos y hocico, pareciendo como si lo hubiesen enmascarado. El torero en tanto era volteado con el impulso de la embestida hacia atrás y daba la machincuepa de rigor.

La mejor forma de entender tan significativo alarde es gracias a la recreación que de esta y otras suertes hizo Antonio Navarrete en su ya clásica obra Trazos de vida y muerte así como en La Tauromaquia en México”, de las que traigo hasta aquí la imagen que ilustra las presentes notas.

Tres puntos finales.

Se percibe una fuerte influencia circense en estas suertes, lo que no es casual, debido a que el diálogo entre espectáculos como el taurino y los circos también se hizo notar con fuerza en el curso, no solo del XIX, sino también durante el XVIII, precisamente cuando el relajamiento social, e incluso sexual se dejó notar con mayor fuerza durante el periodo que se afirmó con la “ilustración”. No es casual que uno de los personajes que llegaron de las carpas –habiendo vestido leotard-, fue Timoteo Rodríguez, primer esposo que fue de María Aguirre la Charrita mexicana.

Otra referencia importante, de la que busco datos y espero encontrarlos, está relacionada con la famosa puesta en escena “Los cuatro siglos del toreo en México”, compañía encabezada por Edmundo El Brujo Zepeda, personaje que emprendió sin mucha suerte el camino de la tauromaquia allá por los años 30 del siglo pasado. Sin embargo, con empeño y paciencia, tuvo a bien montar ese espectáculo que reunía la demostración de diversas suertes como las que esta serie pretende rescatar.

El otro aspecto parte de una sugerencia, la que les hago para que en cuanto puedan, vean Calzonzin inspector, película que Alfonso Arau, su director realizó en 1973. En los últimos 5 o 7 minutos, existe una buena cantidad de imágenes que recrean las mojigangas, esos espectáculos fascinantes que nos vienen de varias centurias para acá, pues todavía es posible admirarlas, más en espacios rurales que urbanos. Es decir, en sitios que vinculados con labores en el manejo de ganado, y esto a su vez con el toque ritual y religioso que supone integrarlo a las fiestas dedicadas al santo patrón o la santa patrona, representa la posibilidad de que en todo ese concentrado de gozo, vayan incluidas tales reminiscencias que se revisten de acuerdo a los tiempos que corren. De ahí que hoy día, se mantienen gracias a los nuevos aspectos que emocionan o conmocionan a la sociedad con objeto de llevarlos a la teatralidad, sin faltar su toque de crítica y de sátira.

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MÁS SOBRE PLAZAS DE TOROS LEVANTADAS A FINALES DEL SIGLO XIX. (CONCLUSIÓN DE ESTOS BOCETOS).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Para Iván Fandiño, con respeto.

In Memoriam.

Colección digital del autor.

   Fueron famosas las plazas de toros de San Rafael, Colón, Paseo, Coliseo y Bucareli, estrenadas entre febrero de 1887 y enero de 1888. Como recordarán, la intensificación del espectáculo en la capital del país se debió, en buena medida, a la derogación del decreto que había prohibido desde 1867 las corridas de toros en la ciudad de México, así que repuestas, lo anterior dio pie a un resurgimiento sin precedentes. Junto a estos cosos, que seguían siendo de madera, también se levantó otro más, por el barrio de Jamaica, y que llevaba el nombre del recién desaparecido Bernardo Gaviño, muerto por cornada que recibió en Texcoco en enero de 1886. Estaba muy cerca de la “Quinta Corona”, propiedad que fue de Juan Corona, antiguo varilarguero en la cuadrilla del gaditano, y que a raíz de una cornada hacía muchos años, tuvo que dejar los toros, pero no su afición. Este Juan Corona “el de la famosa vara de otate”, formó en la quinta antes mencionada un museo de curiosidades, donde además de las rarezas propias de una feria que va itinerando por pueblos o barrios, también poseía algunos objetos de carácter eminentemente taurino.

Apenas perceptible, se aprecia en uno de los muros de esas casas a la orilla del canal de la Viga la “Quinta Corona”, donde estuvo, según lo que puede estimarse la plaza de toros “Bernardo Gaviño”.

Al centro de esta albúmina de Charles B. Waite, podemos apreciar la famosa “Quinta Corona”, sitio de visita imprescindible cuando los habitantes de la ciudad de México acudían al paseo de la Viga, a finales del siglo XIX. Dicha “Quinta”, fue propiedad del viejo picador de toros Juan Corona, miembro de la cuadrilla de Bernardo Gaviño hacia 1852.

Fuente: Nación de Imágenes, http://www.getty.edu/research/tools/digital/mexico/

Con respecto a la plaza, esta, como muchas de los comienzos del siglo XIX, no tuvo una prolongada vida, y acaso, allí se dieron festejos entre los que llegaron a actuar cuadrillas infantiles, así como de la comparecencia de socios fundadores de la entonces Sociedad Bernardo Gaviño. El único cartel que ha sido localizado, lleva la fecha del 8 de enero de 1888, y que encabeza estas notas.

También hubo una plaza más en San Ángel, de la que el registro sólo arroja una tarde en 1887. Un año más tarde, entre las novedades que se presentaron en la entonces apacible ciudad de México, contamos con la célebre inauguración de la plaza de Bucareli. Y ya casi para finalizar ese mismo año, en la Villa de Guadalupe, Ponciano Díaz fue a estrenar otro coso, conocido con igual nombre en sitio tan emblemático, y donde tuvo a bien participar en 6 festejos al hilo; esto en diciembre.

Colección del autor.

   Antes de que culminara el siglo XIX, todavía se levantaron algunas plazas más, mientras se sucedían –en forma intermitente-, una serie de prohibiciones a las corridas de toros, sobre todo por el hecho de que si bien, los afanes por un reglamento taurino no se materializarían sino hasta 1895, durante muchas tardes se desataron las pasiones, ocasionándose con ello la destrucción parcial de los escenarios taurinos, respondiendo la autoridad con las sanciones correspondientes.

Si bien ya estaban dadas las condiciones para evolucionar, sucedieron una serie de circunstancias en las que se acentuaron las pugnas entre el toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna y toda aquella expresión que encabezaba Ponciano Díaz y sus huestes, así como otro buen número de diestros “aborígenes”, tal cual la definición que de ellos diera Carlos Cuesta Baquero, término que llevaba cierta carga peyorativa, misma que intentaba calificar las puestas en escena donde los nuestros se identificaban con el legado que habían recogido de todo el andar del siglo decimonónico, basado en formas que no necesariamente se correspondían con lo que sucedía en España, pero que tenían una fuerte carga de lo nacional, resultado de las lecciones y el control que Gaviño y Ponciano detentaron y pusieron en práctica, junto a aquellos otros complementos, fundamentalmente a caballo, en armónico diálogo entre lo urbano y lo rural.

Colección del autor.

   Sin embargo, se impuso la modernidad, no en balde la defensa a ultranza que unos, los pronacionalistas seguían mostrando, frente a los proespañoles que estaban plenamente convencidos del nuevo estado de cosas que vendría a darle un aire de renovación al toreo mexicano. En ese sentido, las plazas de Tacubaya y Mixcoac, inauguradas en 1894, fueron el espacio para dar cabida a esas muestras de definición entre cuadrillas que cada vez más adoptaban los dictados tauromáquicos españoles y las muestras de una representación nacional que seguía firme en sus convicciones.

Justo el 15 de abril de 1899 muere Ponciano Díaz, último reducto de aquel toreo híbrido, lo mismo a pie que a caballo, y para julio siguiente se estaba desmantelando su plaza, la de Bucareli. A finales de ese mismo año, el 17 de diciembre se inauguró en los rumbos de la Piedad la plaza de toros “México” con un cartel en el que alternaron Antonio Fuentes y Enrique Vargas Minuto, que se las entendieron con ejemplares de D. José Manuel de la Cámara (3) y otros tantos de El Cazadero. La “México” fue el nuevo y definitivo sitio en el que, con una dominante de cuadrillas españolas, el toreo en nuestro país alcanzaría la culminación de aquellos episodios, en los que con notabilidades como Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López. Y luego, Reverte, Chicuelo o Antonio Montes, así como otros tantos matadores e integrantes de diversas cuadrillas, se consolidaría aquella aspiración.

Colección del autor.

   Todavía en esa etapa final del siglo antepasado, seguía funcionando de vez en vez la plaza de toros de la Villa de Guadalupe, donde los festejos ya tenían una completa armonía según lo recomendaban las tauromaquias –como la de Pepe Hillo y la de Francisco Montes Paquiro-, cuyos fundamentos técnicos y estéticos, a la vez que se modernizaban en España misma, culminarían su propósito con una extensión en nuestro país, que desde esos momentos y hasta hoy, y ya plenamente equilibradas las condiciones, se han logrado adelantar y depurar en buena medida los principios de aquellos tratados del toreo de a pie.

Colección del autor.

Este cartel corresponde todavía al último de los festejos que se organizaron con motivo de la inauguración de dicha plaza. Es de la tarde del 1° de enero de 1889, en la que Atenógenes de la Torre y Antonio Mercadilla,  se las entendieron, junto con sus cuadrillas con cuatro ejemplares de Ortega.

Finalmente, con la presencia de la plaza de toros “México” de la Piedad, hubo de darse entre los años que funcionó, de 1899 a 1914 todo un capítulo en el que los aficionados de hace poco más de un siglo, pudieron presenciar el predominio español con apenas unas cuantas insinuaciones del mexicano, que seguían mostrándose, al paso de los años con menor frecuencia gracias a personajes como Arcadio Reyes El Zarco, María Aguirre La Charrita mexicana, Margarito de la Rosa o Natividad Contreras, hasta que un día desaparecieron.

Rápido vistazo, cual si de pronto nos eleváramos en un globo aerostático y, con el tiempo suficiente para conocer algunos rasgos de los espacios que sirvieron en otras épocas a la organización de festejos taurinos en la ciudad de México.

De México y sus alrededores, obra emblemática de mediados del XIX.

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MÁS SOBRE PLAZAS DE TOROS. LA DE TACUBAYA EN 1850.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El cartel…

   En la entrega anterior, pudimos conocer datos relacionados con algunas plazas de toros que se levantaron en el curso de la primera mitad del siglo XIX. Ya tenemos idea, por lo menos de las de Necatitlán, la plaza Nacional de Toros y la de la Alameda.

En esta ocasión, mencionaré otras de las que apenas tenemos escasa información, la que se justifica por tratarse de una época en la que se desarrollaba el proceso de emancipación y que dio paso a un nuevo estado-nación, así como porque tras ese hecho, privó un espíritu antiespañol, sobre todo entre los integrantes de la prensa, quienes se dieron a la tarea de una permanente descalificación, destacando aquí la labor que desempeñaron en ese sentido Carlos María de Bustamante o José Joaquín Fernández de Lizardi Hubo incluso alguien que, con las iniciales F.P.R.P. firmó un soneto antitaurino, y aún más. De la imprenta de Ontiveros, salió en 1820 una edición atribuida a Gaspar Melchor de Jovellanos titulada Pan y Toros que por cierto, debe haberse vendido muy bien.

De aquellos espacios, donde se desarrollaron festejos taurinos se pueden citar plazas como la de Don Toribio (1813-1828), Jamaica (1813-1816), la de Los Pelos (1803), Tarasquillo (1803), Boliche (1819-1833) y la de Villamil, cuyas fechas en las que funcionó son imprecisas. Estos datos, los podemos conocer en el excelente trabajo del Doctor en Historia Benjamín Flores Hernández: La afición entrañable. Tauromaquia novohispana del siglo XVIII: del toreo a caballo al toreo a pie. Amigos y enemigos. Participantes y espectadores. Aguascalientes, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2012. 420 p. Ils., retrs., facs., planos.

Se sabe, según testimonio de Armando de María y Campos en Imagen del Mexicano en los Toros (1953), que el 13 de agosto de 1808 (probablemente sea 1818), se presentaron allí Luis y Sóstenes Ávila para entendérselas con toros de Puruagua. Que la plaza se encontraba en el predio que ocupaban las casas 10, 11 y 12, muy cercano a donde también estuvo la de la Alameda; es decir donde anteriormente se encontraba el palacio de los Mariscales de Castilla –de ahí probablemente el nombre de la Mariscala-.

También hecha alguna revisión en el quehacer de los viajeros extranjeros, poco o nada se ha encontrado al respecto, y vaya que en otros casos abundan las descripciones, como las de Luis de Bellamare, madame Calderón de la Barca, Joel R. Poinsett, C. C. Becher, W. H. Hardy o Mathieu de Fossey.

No queda sino tomar un coche de los que salen de la carrocería del Puente de Peredo, con rumbo a Tacubaya. Allá nos vemos.

Habiendo llegado a la entonces municipalidad de Tacubaya -ya estamos en 1850-, es por el hecho de que entre el 19 de mayo y el 2 de junio se celebraron cuatro festejos, para lo cual se levantó una plaza, efímera como muchas de las que se armaron por entonces. Lamentablemente las pocas que estaban construidas de mampostería, y que son, a mi entender tres, a saber: la de Cañadas, Jalisco, la de Real de Catorce, en San Luis Potosí y la de Tepeapulco, en el actual estado de Hidalgo estaban distantes de las capitales importantes. Sólo una, la hoy llamada Rodolfo Gaona en Cañadas, y cuya construcción se remonta a finales del siglo XVII, sigue en funciones. La disposición del espacio donde se realizan las corridas de toros es peculiar, pues tiene forma rectangular, conservando así la que por entonces regía.

De nuevo en Tacubaya. Los carteles anunciadores nos refieren lo siguiente:

PLAZA DE TOROS DE TACUBAYA, D.F. Domingo 19 de mayo. El domingo 19 se jugarán cuatro tapados de a 50 ps. cada uno, y un mochiler de a 100, comenzando en punto de las 12, para dar lugar a que se presente el hábil profesor en la tauromaquia D. Bernardo Gaviño, a lidiar cinco toros de la acreditada raza de Atenco.

PLAZA DE TOROS DE TACUBAYA, D.F. Lunes 20 de mayo. Los gallos serán lo mismo que el día anterior, y en los toros se presentarán dos indios legítimos comanches, quienes matarán de un flechazo a un toro, y se ejecutarán otras varias equitaciones que agradarán al público. Participa la cuadrilla de Bernardo Gaviño.

De hecho, se entiende que los toros procedían de Atenco. (N. del A.)

PLAZA DE TOROS DE TACUBAYA, D.F. Martes 21 de mayo. Después del mochiler habrá Moros y Cristianos, siguiéndose la tapada y concluyendo con la última corrida de toros; en donde habrá uno embolado que será lidiado por los hombres Gordos de Europa. La empresa no ha omitido gasto ni sacrificio de ninguna clase para complacer al público con la función que ha arreglado en muy poco tiempo. Los toros serán todos puntales y de muerte. De hecho, se entiende que los toros procedían de Atenco.

Los vestidos de los lidiadores llamarán la atención por su riqueza y novedad. Participa la cuadrilla de Bernardo Gaviño.

 PLAZA DE TOROS DE TACUBAYA, D.F. Domingo 2 de junio. Deseosos los encargados de estas funciones de corresponder debidamente a la buena acogida que han merecido del público, no han perdonado medio ni gasto de ninguna especie para que esta corrida sobrepuje, si es posible, a todas las anteriores.

   Los toros que se han de lidiar, son de la muy conocida y acreditada ganadería de ATENCO, los cuales, para que el público pueda conocerlos como es de costumbre en todas las plazas, se distinguirán con lujosas divisas, de la manera siguiente:

La cuadrilla está a cargo del muy acreditado y conocido primer espada, Bernardo Gaviño.

Para el último toro, que será embolado, están dispuestos los Hombres gordos de Europa que tanta aceptación tuvieron en la última corrida.-Dicho toro será muerto con flecha por uno de los indios comanches de la cuadrilla.

La corrida dará principio a las cuatro en punto de la tarde.

Si bien Heriberto Lanfranchi nos dice en su muy conocida obra La fiesta brava en México y en España. 1519-1969 que, en 1852 se registra la primera crónica taurina, en un festejo celebrado el 23 de septiembre de aquel año, puedo afirmar que, al dar lectura al texto aparecido en El Monitor Republicano del 6 de junio de 1850, p. 6 y 7, este fue escrito por Joaquín Jiménez, español de origen, y firmado con el seudónimo El Tío Nonilla. Por su extensión, y por ello obligada revisión y análisis, sugiero a los lectores de “AlToroMéxico.com” remitirse a la siguiente liga, donde encontrarán el desenlace de este interesante caso (https://ahtm.wordpress.com/2016/05/31/se-publica-un-6-de-junio-de-1850-la-primera-cronica-taurina-debida-al-tio-nonilla/).

Finalmente, se entiende que aquellos cuatro festejos fueron organizados en torno a una feria, tan similar a aquellas que se celebraban en San Agustín de las Cuevas, por ejemplo. Sólo que con la particularidad de que además de los muy arraigados juegos de gallos, se sumó como novedad, la presencia de esas corridas, encabezadas no por cualquier improvisado. Se trataba, ni más ni menos que de Bernardo Gaviño, quien se comprometió a actuar en todos ellos lidiando sus toros consentidos: los de Atenco.

Terminará esta pequeña semblanza en la próxima entrega. Gracias.

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SOBRE ALGUNAS PLAZAS DE TOROS DESCONOCIDAS EN EL SIGLO XIX. LA ALAMEDA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Posible ubicación de la antigua plaza de toros de la Alameda, en un plano de la ciudad de México. 1858. Se encontraba en el predio que marcan las calles de la Mariscala, la del Puente de los Gallos y la calle del Puente de la Mariscala. Tomado de un plano de la época.

    Compartiré con ustedes los datos de algunas plazas de toros que, además de las célebres de San Pablo y Paseo Nuevo, se levantaron en el curso del siglo XIX en la capital del país.

Las hubo en efecto, por diversas partes de la ciudad y si bien destacaban en el casco antiguo de la misma, con el tiempo ya se les podía apreciar a las “afueras”; es decir por los rumbos de Tacubaya, Mixcoac, San Ángel; Tacuba, Azcapotzalco o la Piedad.

Efímeras algunas. Otras se conservaron algún tiempo, pero ninguna alcanzó los años de permanencia deseable debido, sobre todo a que se construyeron con madera.

Una de ellas, que fue célebre en sus días, fue la de la Alameda, instalada en el cruce de las actuales avenidaS del eje central Lázaro Cárdenas y Av. Hidalgo. En efecto, se alineaba con la frondosa “Alameda”, de ahí su nombre. Hace más de un siglo, Alberto Leduc –padre a su vez de Vicente y Renato Leduc-, colaborador en el semanario ilustrado México Taurino, y cuyo director era el Dr. Carlos Cuesta Baquero, publicó algunas notas dedicadas a enriquecer la historia de la tauromaquia en México. En su texto puede entenderse la presencia de algunos elementos con los que se constituyó esta diversión durante los siglos pasados. El esfuerzo de Leduc, nos lleva hasta las notas en que se ocupa sobre la plaza que en esta ocasión es motivo de este pequeño pero no por ello insignificante recuerdo.

Antes, advierte que por aquellos días de 1833, y en diversos sectores del país asolaba a la población la epidemia del “cólera morbo”, que causó efectos devastadores. A pesar de ello, la vida debía continuar, y entre otras circunstancias, se celebraban diversos festejos en la ya conocida plaza de la Alameda, de la que Vicente Leduc nos comparte su contenido:

TOROS EN LA ALAMEDA

Deseoso el empresario de la plaza de toros de la Alameda de obsequiar el gusto del público ilustrado de esta capital, y de prolongarle más la diversión y agrado que ha tenido con lo exquisito y selecto del ganado que ha visto lidiar; no menos que por la singular aplicación y habilidad de las respectivas cuadrillas, le participa haber electo para la tarde del próximo domingo, las más divertidas suerte y siete toros de la hacienda de Xajay.-México, 17 de abril de 1833.

Tomado de El Fénix de la Libertad, del 19 de abril de 1833, p. 4.

   “Los toros, eran entonces, como lo indica el autor que voy a citar, el espectáculo único, que los ancianos conservadores no negaban a sus hijas. Imagina, mi cronista, una familia compuesta de un viejo monarquista, de una dueña y de una muchacha locamente enamorada de un joven a quien el vejete no acepta.

Un año después de haberles caído en una cita y cuando ya el buen hombre, supone que la imagen del novio se ha borrado del cerebro de la chica, arrepentido de tanta dureza y compadecido de la resignada actitud de su hija la lleva a los toros a la Plaza de la Alameda.

“Ya estamos en los toros, dice el novelista, por todas partes de oyen los gritos de:

A dos por medio las rosquillas de almendra! Dulces para tomar agua! Quesadillas! Empanadas!

   Los soldados han partido la plaza con una poco difícil evolución; los ociosos se han retirado a sus asientos y todos aguarda, ni más ni menos, que en el día del juicio el sonido de la destemplada corneta que anuncia el toro.

   “Aquí, empinándose un fashionable echa el lente a una lumbrera donde hay dos niñas y una vieja; allá un militar de barragán con casaca de uniforme y sombrero jarano, brujulea a una ciudadana de reboso de bolita y túnico blanco que campea en un ángulo saliente del tendido, entre otra multitud de tan pública notabilidad como ella; acullá cuatro cajeritos del Parián, de los que no salen por la noche se cuentan mutuamente las aventuras del día, al evacuar las citas de damas caritativas que recibieron en la semana detrás del mostrador…

“Sigue la intriga amorosa en la que supone el cronista, que al terminar la corrida y valiéndose de la confusión, el novio ayudado por sus amigos, se roba a la muchacha y pasados algunos días se casa con ella, y hace que el vejete los perdone”.

El mismo Leduc apunta que por esos años la primera plaza formal que se construyó, si mis datos no son erróneos, es la de Necatitlán que se inauguró por los años de 1823 o 24 y estuvo situada en la rinconada de Necatitlán…, hasta aquí don Vicente.

Por cierto Necatitlán quiere decir “cerca de la carne”. Duro poco tiempo; era pequeña y de muy mal gusto.

También existió la “Plaza Nacional de Toros”, de la que ya me he ocupado. Se inauguró, al parecer en 1821 y dejó de funcionar al menos cinco años más tarde. Y junto a ellas, la del Boliche, de la que espero localizar alguna información para traerla hasta aquí.

Algunos datos más que se tienen sobre la plaza de la Alameda, nos los proporciona don Carlos María de Bustamante a través de su Diario Histórico de México (1822-1848) junto con algunos datos provenientes de la prensa de la época. Veamos.

Domingo de Pascua, 7 de abril de 1833

(Mucho calor)

Esta tarde se ha estrenado una magnífica plaza de toros en el barrio de San Pablo, construida de cuenta del coronel Barrera en el mismo lugar donde estaba la que se quemó el día que por desgracia llegó a Veracruz Mr. Poinsett. La concurrencia ha sido numerosísima y brillante con asistencia del vicepresidente Gómez Farías y el Ayuntamiento, pues dizque se hizo la función en celebridad de la instalación del Congreso y no en aumento y utilidad del bolsillo de Barrera. Excelentes caballos de los picadores, buenos arneses, pero mal ganado, sin embargo fueron despanzurrados dos caballos. También hubo toros en la plaza de Necatitlán y en la Alameda, he aquí una ciudad torera, que retrograda a la barbarie en vez de marchar a la ilustración gótica en el siglo XIX. El gobierno cree que así aleja las conspiraciones, como creen todos los tiranos cuando le hacen ruido al pueblo para que no piensen sobre su posición.

Sobre Poinsett, se refería Bustamante concretamente al primer ministro de los Estados Unidos de Norteamérica ante México, Joel R. Poinsett.

Y vienen hasta aquí, los que se localizaron directamente en la prensa de la época, donde predomina cierta austeridad o desdén al tratar el asunto de esas diversiones.

EL FÉNIX DE LA LIBERTAD, D.F., del 6 de abril de 1833, p. 4: TOROS EN LA PLAZA DE LA ALAMEDA. Con motivo de haberse esparcido varias especies tan infundadas como equívocas en orden a dicha plaza, atribuyéndolas gratuitamente, ya al gobierno, ya al empresario, se ha juzgado necesario para desengaño del público participarle que la próxima pascua verá comenzar sin variación alguna la nueva temporada de toros, de que se ha recibido una remesa de las haciendas de Sajay, la Cueva y los Molinos, a toda prueba buena y escogida, y que difícilmente se mejora, pudiéndose decir sin temor de errar, que puede competir con la que se le presente, lo que calificará y no podrá desmentir, el juicio imparcial y buen gusto de los inteligentes. Las diversiones dispuestas para dicha pascua en las tres corridas de once que habrá, podrán verse en el cartel y anuncios de estilo que se han fijado.

LA ANTORCHA, D.F., del 7 de abril de 1833, p. 4: TOROS. En la plaza de S. Pablo, en las tardes de estos tres días y en la de Necatitlán, hoy y mañana, de once; y pasado mañana en la tarde.

LA ANTORCHA, D.F., del 9 de abril de 1833, p. 4: TOROS. Esta tarde en las plazas de S. Pablo y Necatitlán.

LA ANTORCHA, D.F., del 20 de abril de 1833, p. 4: TOROS. Mañana en la tarde, en las plazas de S. Pablo, Necatitlán y Alameda.

LA ANTORCHA, D.F., del 4 de mayo de 1833: TOROS. En la plaza de la Alameda, de once; y en la de S. Pablo y Necatitlán, por la tarde.

LA ANTORCHA, D.F., del 18 de mayo de 1833, p. 4: TOROS MAÑANA. En la plaza de la Alameda de once, y en la de Necatitlán y S. Pablo en la tarde.

LA ANTORCHA, D.F., del 25 de mayo de 1833: TOROS. En las plazas de S. Pablo y Necatitlán, por la tarde; y en la Alameda de once.

En esa plaza, y para terminar, los días en que no se celebraban festejos taurinos, se aprovechaba para funciones de circo y equitación, las que por otro lado, también congregaron a buen número de asistentes.

Aunque conviene hacer caso al aviso que el propio Fénix de la libertad nos ha hecho en el ejemplar del 20 de mayo siguiente, pues para la próxima semana, el viaje lo haremos hasta el hermoso sitio de Tacubaya.

 

 

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