Archivo mensual: julio 2017

LAS MOJIGANGAS EN EL MEXICANO SIGLO XIX. (Primera de tres partes).

ANTIGUAS SUERTES MEXICANAS DEL TOREO, O REMINISCENCIA DE OTRAS QUE YA NO SE PRACTICAN. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Imagen que procede del cartel de la plaza de toros DEL PASEO NUEVO para el domingo 22 y martes 24 de febrero de 1857. Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX.

    Comparto con ustedes, en esta ocasión otro de los componentes que dieron forma al espectáculo taurino durante los siglos virreinales y el XIX. Me refiero a las “mojigangas”. La lectura que encontrarán más adelante, es el resultado de un trabajo de investigación cuyo título es: LAS MOJIGANGAS: ADEREZOS IMPRESCINDIBLES Y OTROS DIVERTIMENTOS DE GRAN ATRACTIVO EN LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL MEXICANO SIGLO XIX, que elaboré entre 1998 y 2013 y sigue inédito.

 

   El toreo mexicano carecía de voz propia, y las memorias de esos tiempos se pierden entre los disparos de fusilería de nuestras rencillas políticas.

Armando de María y Campos.

Los toros en México en el siglo XIX.

 Como una constante, el conjunto de manifestaciones festivas, producto de la imaginaria popular, o de la incorporación del teatro a la plaza, comúnmente llamadas “mojigangas” (que en un principio fueron una forma de protesta social), despertaron intensas con el movimiento de emancipación de 1810. Si bien, desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX ya constituían en sí mismas un reflejo de la sociedad y búsqueda por algo que no fuera necesariamente lo cotidiano, se consolidan en el desarrollo del nuevo país, aumentando paulatinamente hasta llegar a formar un abigarrado conjunto de invenciones o recreaciones, que no alcanzaba una tarde para conocerlos. Eran necesarias muchas, como fue el caso durante el siglo antepasado, y cada ocasión representaba la oportunidad de ver un programa diferente, variado, enriquecido por “sorprendentes novedades” que de tan extraordinarias, se acercaban a la expresión del circo lo cual desequilibraba en cierta forma el desarrollo de la corrida de toros misma; pues los carteles nos indican, a veces, una balanceada presencia taurina junto al entretenimiento que la empresa, o la compañía en cuestión se comprometían ofrecer. Aunque la plaza de toros se destinara para el espectáculo taurino, este de pronto, pasaba a un segundo término por la razón de que era tan basto el catálogo de mojigangas y de manifestaciones complementarias al toreo, -lo cual ocurría durante muchas tardes-, lo que para la propia tauromaquia no significaba peligro alguno de verse en cierta media relegada. O para mejor entenderlo, los toros lidiados bajo circunstancias normales se reducían a veces a dos como mínimo, en tanto que el resto de la función corría a cargo de quienes se proponían divertir al respetable.

Desde el siglo XVIII este síntoma se deja ver, producto del relajamiento social, pero producto también de un estado de cosas que avizora el destino de libertad que comenzaron pretendiendo los novohispanos y consolidaron los nuevos mexicanos con la cuota de un cúmulo de muertes que terminaron, de alguna manera, al consumarse aquel propósito.

El fin de esta investigación estriba en recoger el mayor número de evidencias de este tipo que se hicieron presentes en el toreo decimonónico enriqueciéndolo de forma por demás evidente. A cada uno de los datos, de las representaciones, creaciones y recreaciones se dedicará un análisis que nos acerque a entender sus propósitos para que estos nos expliquen la inquietud en que se sumergieron aquellas fascinantes invenciones.

Durante el siglo XIX, y en las plazas de San Pablo o el Paseo Nuevo hubo festejos taurinos que se complementaban con representaciones de corte teatral y efímero al mismo tiempo. También puede decirse: en ambas plazas hubo toda una representación teatral que se redondeaba con la corrida de toros, sin faltar “el embolado”, expresión de menores rangos, pero desenlace de todo el entramado que se orquestaba durante la multitud de tardes en que se mostraron estos panoramas. Ambos escenarios permitían que las mencionadas representaciones se complementaran felizmente, logrando así un conjunto total que demandaba su repetición, cosa que los empresarios Mariano Tagle, Manuel de la Barrera, Javier de las Heras, Vicente del Pozo y Jorge Arellano garantizaron permanentemente, con la salvedad de que entre un espectáculo y otro se representaran cosas distintas. Y aunque pudiera parecer que lo único que no cambiaba notablemente era el quehacer taurino, esto no fue así.

El siglo XIX mexicano en especial, reúne un conjunto de situaciones que experimentaron cambios agresivos para el destino que pretende alcanzar la nueva nación. Ya sabemos que al liberarse el pueblo del dominio colonial de tres siglos, tuvo como costo la independencia, tan necesaria ya en 1810. Lograda esta iniciativa y consumada en 1821 pone a México en una condición difícil e incierta a la vez. ¿Qué quieren los mexicanos: ser independientes en absoluto poniendo los ojos en Estados Unidos que alcanza progresos de forma ascendente; o pretenden aferrarse a un pasado de influencia española, que les dejó hondas huellas en su manera de ser y de pensar?

Este gran conflicto se desata principalmente en las esferas del poder, el cual todos pretenden. Así: liberales y conservadores, militares y hasta los centralistas pelean y lo poseen, aunque esto fuera temporal, efímeramente. Otra circunstancia fue la guerra del 47´, movimiento que enfrentó en gran medida el contrastante general Santa Anna, figura discutible que no sólo acumuló medallas y el cargo de presidente de la república varias veces, sino que en nuestros días es y sigue siendo tema de encontrados comentarios.

Esa lucha por el poder y la presencia de personajes como el de Manga de Clavo fue un reflejo directo en los toros, porque a la hora en que se desarrollaba el espectáculo, las cosas se asumían si afán de ganar partido, y no se tomaban en serio lo que pasara plaza afuera, pero lo reflejaban -traducido- plaza adentro, haciendo del espectáculo un cúmulo de creaciones y recreaciones, como ya se dijo.

Aprovecho, antes de terminar, para compartir un primer ejemplo que puede apreciarse en el siguiente cartel que ilustra la presente colaboración:

PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO / FUNCIONES EXTRAORDINARIAS DE CARNAVAL, / Para el Domingo 22 y Martes 24 de Febrero de 1857 / CUADRILLA DE BERNARDO GAVIÑO / TOROS DE ATENCO. / MAGNÍFICOS FUEGOS ARTIFICIALES. / Sobresaliente Iluminación.

Al terminarse la presente temporada de corridas, es un deber de la empresa dar las gracias al público que la ha favorecido en todas ellas, y al mismo tiempo presentarle las dos últimas funciones lo más sobresaliente posible para lo cual no ha omitido gasto ni diligencia alguna; si con ellas logra complacer a los espectadores, quedará completamente satisfecho su deseo.

DOMINGO 22 / En esta primera función comenzará la corrida jugándose / CUATRO TOROS, / de lo más escogido que se ha encontrado en el Cercado de Atenco, que por su hermosura y valentía en nada desmerecerán de los que hasta aquí se han estado lidiando.

Para que la cuadrilla pueda retirarse a cambiar de traje, se echarán

DOS PARA COLEADERO, / y en seguida volverá a presentarse caprichosamente / VESTIDA DE MÁSCARA / y jugará otros / DOS TOROS / de la misma Raza de Atenco, y de tan buena calidad como los primeros; ejecutándose en el que sea más a propósito la difícil suerte de  / BANDERILLAR A CABALLO / por un aficionado que también estará enmascarado. Concluyendo la corrida con el / TORO EMBOLADO de costumbre.

En seguida aparecerá vistosísimamente iluminado el interior de la Plaza y tendrán lugar unos magníficos / FUEGOS / DE ARTIFICIO, / dispuestos con todo esmero y gusto por especial recomendación que se ha hecho al hábil pirotécnico mexicano, que ha ejecutado los que con tanto agrado ha visto el público en otras varias funciones.

MARTES 24 / Como en la corrida anterior, se ha dispuesto que en la de este día, comience jugándose / CUATRO ARROGANTES TOROS / de la tantas veces recomendada justamente Raza de Atenco, y en seguida se presentarán los / DIABLOS EN ZANCOS / a jugar un valiente / TORETE DE ATENCO, / el que también será lidiado por la intrépida aficionada / ÁNGELA AMAYA, / que por segunda vez se presentará en esta plaza, y ejecutará las tres suertes, de / PICAR, BANDERILLAR Y MATAR, / con la serenidad y valor de que ha dado pruebas. / De nuevo aparecerá la cuadrilla toda en / TRAGE DE MÁSCARA, / y lidiará los otros / DOS TOROS / de la corrida, repitiéndose en uno de ellos, la difícil y arriesgada suerte de / BANDERILLAR A CABALLO, / por otro aficionado vestido igualmente de máscara; terminando la función con el / TORO EMBOLADO / para los aficionados.

TIP. DE M. MURGUÍA                                            Manuel Gaviño.

CONTINUARÁ.

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JOSÉ LUIS CUEVAS. IN MEMORIAM.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Ha muerto, y no escapó esta íntima circunstancia al enredo de la polémica, el pintor José Luis Cuevas. Como vemos, hasta en su desenlace mismo se rodeó de esos ruidos tan inquietos como él mismo. El hecho es que ante la ausencia de un personaje de tal magnitud debemos dejar que la historia inmediata y apasionada se desborde. Esperaremos razonablemente a que la historia hecha y reflexionada a la distancia, permita conocer y reconocer su obra, al margen de todos los efectos levantiscos, contestatarios e iconoclastas que abanderó en cuanta oportunidad tuvo de hacerlo.

Lamento el hecho y desde aquí, me sumo a la larga lista de quienes se unan al duelo. No faltara esa otra cantidad de personas que descarguen su lenguaje, su ira o hasta sus más oscuros sentimientos para decir algo de él, o en contra de él.

   Ya lo decía María Félix: «Si hablan bien o mal de mí, pero que hablen».

Allá por los comienzos de 1966, se desataba una polémica que hizo explosiva Fernando Benítez, al autocalificarse como el “jefe de la mafia”, lo cual incomodó a más de uno de los muchos intelectuales que por entonces realizaban un ejercicio de reflexión, comprometidos con sus tareas. Parecería por tanto que un joven José Luis Cuevas se uniría a la causa. Desconozco si así ocurrió. El hecho es que para mayo de ese mismo año, presentó en dos salas de Galería de Arte de Coleccionistas una selección de su obra, en la que no faltaron motivos para que buena parte de la crítica se le fuera materialmente a la “yugular”, con objeto de pulverizarlo.

Afortunadamente dispongo de una muestra para conocer en forma detallada parte de aquel asunto y que comparto a continuación.

El Sol de México, edición del domingo 15 de mayo de 1966.

Veamos en detalle la obra:

“Bertha y yo toreando a GOYA-TORO” (Obra de 1961).

   En aquella época, su pareja, la señora Bertha Riestra fue convertida en torera, y ostentando un vestido negro, se le ve pasar de muleta a un bravo toro que es montado –con silla y todo-, por José Luis Cuevas que se balancea en los lomos del ejemplar. José Luis, como todo torero que se precie, lleva el traje de luces y luce sonriente mientras enaltece desde ese trabajo a la tauromaquia, expresión que hizo suya en cuanta oportunidad pudo, como aquella, que supongo haya sido la última, cuando acudió como invitado al palco de transmisiones para hacer las narraciones pertinentes la tarde del 7 de noviembre de 1993.

En esa ocasión, además de enriquecer la reseña, que seguramente lo debe haber hecho con la vivacidad de quien teniendo un micrófono en las manos y volcarse así en infinidad de asuntos, se hizo acreedor, no podía ser la excepción a las flechas venenosas de los gritos del tendido.

José Luis Cuevas. SINAFO_31302

Veamos qué paso con la notoria presencia del «Narciso mexicano» en la plaza.

El asunto de que un pintor acuda a los toros no es ningún acontecimiento notable, puesto que los vemos como aficionados comunes que somos todos en el tendido, receptor este de la democracia sin más. Pero el hecho de que José Luis Cuevas fuera invitado para acompañar los comentarios por televisión ese domingo 7 de noviembre mueve a diversidad de anotaciones.

Goya, Picasso, Ruano Llópis. Casimiro Castro, Rugendas, Orozco, Rivera y ahora, Cuevas. Discutido como artista y personaje juntos.

«¡José Luis Cuevas ese toro pinta como usted: de la *&Ç!», fue el grito expresivo se le envió desde las alturas, como puyazo artero luego de comparar su arte con un toro de pésima lidia que le correspondió al rejoneador. Grito vox populi. Sin embargo, el artista, eje de la ruptura con el muralismo y punta de lanza en el arte pictórico de hoy no escapa a la crítica ni a las envidias. Su protagonismo intelectual en medio de posmodernismos y «performances», pero sobre todo, en medio de marcada pobreza intelectual, escala alturas que muy pocos ascienden y logran mantener. Ni hablar. Es como de pronto recordar el capítulo de los «mandones» en el toreo, para depositarlo en figura tan connotada del medio intelectual.

Manolo Martínez, el futuro “mandón”, frente a la obra de un artista universal. Francisco de Goya y Lucientes. Esto sucedía en mayo de 1968, cuando realizó su primer viaje a España. El Heraldo de México, edición del viernes 31 de mayo de 1966.

Por cierto, para eso de los «mandones» nada mejor que andar a la caza del excelente libro de nuestro buen amigo Guillermo H. Cantú y que recomiendo ampliamente. Se trata de: Manolo Martínez, un demonio de pasión. México, Diana, 1990. 437 pp. ils.

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EDMUNDO “EL BRUJO” ZEPEDA Y LOS CUATRO SIGLOS DE TOREO EN MÉXICO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Edmundo “El Brujo” Zepeda. En El Redondel, año XIX, domingo 21 de abril de 1959, N° 1477, p. 7.

    En la entrega pasada, mencioné a Edmundo “El Brujo” Zepeda que bien podría vérsele como un personaje de la picaresca taurina mexicana. Su vida, toda ella colmada de tribulaciones tuvo en un momento esa revelación de echar a andar un proyecto que funcionó, y le funcionó muy bien.

Pero no lo contaré yo. En esta ocasión, retomo datos de una antigua entrevista que realizó el recién desaparecido Rafael Morales “Clarinero”, y que se publicó en las páginas de El Redondel, en su número del 21 de abril de 1957. ¡Hace la friolera de 60 años!

Nos recuerda “El Brujo” que

“…una noche leyendo Historia del toreo en México de don Nicolás Rangel, ahí consigna que fue el 13 de agosto de 1529, en la llamada plazuela del Marqués, que es hoy Seminario y Guatemala”, donde se celebraron buena cantidad de festejos taurinos. Es bueno recordar que el primero, que bien pudo ocurrir en los actuales terrenos de lo que queda del convento de San Francisco –es decir, donde actualmente se encuentra la torre Latinoamericana-, sucedió el 24 de junio de 1526.

“Los corrales estaban en las casas de Moctezuma, que ahora es Monte de Piedad. Se corrieron siete toros de Atenco (precisamente, la encomienda de la Purísima Concepción de Atenco, tuvo origen el 19 de noviembre de 1528. Si bien, ya existía ganado en dicho sitio, este se encontraba destinado en su mayoría al abasto, no existiendo por entonces propósitos concretos de crianza, aspecto este del que se perciben ya los primeros indicios al finalizar el siglo XVIII. N. del A.) y fueron lidiados por militares españoles y los aborígenes más audaces. Las capas estaban teñidas de azul y blanco o de rojo y blanco.

“Me pareció que era justo celebrar ese acontecimiento, ya que es una fiesta tradicional de gran raigambre y significado. Creí que volver a escenificar aquella corrida resultaría soso.

“Pensé en la conveniencia de resucitar suertes antiguas, de las que muchos aficionados apenas tenían referencias por láminas o grabados. Bauticé aquello como Cuatro Siglos del Toreo en México, aunque pueda haber discrepancia, aduciendo algunos que son más o menos…

“Entre las suertes (que se practicaron estaban): La Mamola, de origen azteca (sic); el Don Tancredo, relativamente moderna –la cual puso en práctica a finales del siglo XIX Atenógenes de la Torre-; el salto de la garrocha; salto al trascuerno; banderillas con la boca; banderillas en silla; banderillas en barril; la suerte de los comprometidos, torear en zancos, etc.

“La de los comprometidos se hace entre cuatro personas que, sentadas cada una en su silla alrededor de una mesa toman su cerveza… Sale el toro y… a ver qué pasa. En realidad es un Tancredo colectivo, siempre del agrado del público.

“Presenté el espectáculo aquí, en la plaza México, el 14 de agosto de 1955. Hemos toreado en esta plaza dos veces más, siempre con gran éxito; en Guadalajara llenamos la plaza tres veces; hemos toreado en Monterrey, Laredo, San Luis Potosí y otras importantes plazas que sería largo decir. El primero de mayo toreamos en Torreón.

“Si no es precisamente un negocio fantástico, sí nos deja para vivir, y tiene la ventaja, sobre otros, de que le permite a uno estar dentro del ambiente del toro.

¿Y cuáles son sus planes?, pregunta “Clarinero”.

“Torear mucho en todas plazas de la República, y después, si hay suerte, ir al extranjero, en donde creo tendremos bastante resonancia”.

Hasta aquí con aquella entrevista.

Sólo queda reafirmar que un espectáculo así, fue el compendio de suertes que se practicaron en siglos pasados, no solo de suertes virreinales. Destacan mucho las que se realizaban en el XIX, justo en momentos en los que era necesario recuperar e interpretar –o reinterpretar-, el desarrollo de diversas puestas en escena, mismas que ocurrían en una sola tarde.

Como puede apreciarse, el repertorio fue un conjunto de elementos que la torería virreinal y decimonónica puso en práctica como resultado, posiblemente de un relajamiento con respecto a los dictados técnicos y estéticos que se daban desde España. Efectivamente deben haberse transmitido con el rigor de los tratados que imperaron por entonces. Sin embargo, un carácter americano, y más aún novohispano o nacionalista terminaron por alterar y adecuar todas aquellas normas en aspectos con variantes notables. Cambiaba la forma, no el fondo.

Lo que llegó hasta el entorno del propio “Brujo” Zepeda fue ese residuo de antiguos vientos que recuperó y adaptó para que la “compañía de gladiadores” (así se conocían hace dos siglos a las cuadrillas) o la “troupe” se dieran a la entregada demostración de las que también eran las mojigangas.

Allí estaban, entre otros, el diablo, que según lo sé de cierto, era representado por José Luis Carazo “Arenero”, padre de Luis Ramón Carazo, que heredó la afición y los quehaceres periodísticos.

Vayan por todos los que hicieron posible aquella recuperación nuestro reconocimiento, con la posibilidad de que en unos pocos años más, el 2026 para ser exactos, sea un buen momento en el que renovadas cuadrillas y troupes nos vuelvan a decir, a través de la escena misma, cómo se practicaron suertes que hoy siguen recuperándose, por fortuna, de viejas lecturas y arcones polvosos del recuerdo.

 

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