Archivo mensual: agosto 2017

FLORES LIBRÓ SERIO PERCANCE y OTROS DATOS HISTÓRICOS.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Sergio Flores en el centro del drama. Fotografía: Martín Baez.

Consulta en internet, agosto 29, 2017 en: http://altoromexico.com/index.php?acc=galprod&id=5117

   La noche del 25 de agosto pasado, Sergio Flores, y en el sexto del festejo, de nombre “Huasteco”, se plantó de hinojos frente a la puerta de toriles con afanes de triunfo, a como diera lugar. El de Xajay salió al ruedo como una locomotora, y el joven tlaxcalteca se convertía en esos precisos momentos en carne de cañón, pues el toro se lo llevó por delante. Las escenas que pudieron captarse son escalofriantes, pues lo trajo entre los pitones, campaneándolo por aquí y por allá, como si fuese un guiñapo. Después de soltarlo, y dado el nivel de drama que se generó, todo apuntaba a una auténtica tragedia.

   Por fortuna, y ya superada la crisis, el parte médico, aunque dramático, tranquilizaba a quienes imaginaron lo peor. La oportuna intervención del Dr. Héctor Guerra Malacara, Jefe de los Servicios Médicos de la plaza “Fermín Rivera”, permitió que el espada pudiera superar aquel trance e incluso a 48 horas del percance, Sergio ya daba sus primeros pasos en el Hospital de Beneficencia Española, en la hermosa ciudad de San Luis Potosí.

   Afortunadamente el accidente ocurrió en una plaza de primera categoría. Imagínense ustedes lo que habría sucedido en plazas de segunda o tercera categoría, o en aquellas donde no se cuenta incluso con una enfermería y/o ambulancia.

   Este asunto nos lleva a recordar cierto informe que es un auténtico “garbanzo de a libra”. Allá por 1864, sólo que en Aguascalientes, el torero indígena Severiano Montes, sufrió una cornada en la axila derecha con lesión de la arteria de dicha región. Quien atendió aquel caso, del que salió librado el diestro aborigen, fue el mayor del ejército de intervención francés, el Dr. Jules Aronsshon. El caso, se publicó en la entonces reconocida Gaceta Médica de México, cuya versión aparece en francés. Lo notable del mismo, es que se trata de un “parte médico” en toda forma, lo que lo ubica como un antecedente clave para esta indispensable labor que hoy día siguen realizando los médicos de plaza.

   De igual forma, y en parecidas circunstancias, allá por los años 80 del siglo pasado, Antonio Lomelín también sufrió un percance, luego de intentar lancear con el capote y de rodillas, recibiendo una lesión por cuerno de toro en la axila derecha que le desnudó el brazo derecho, en lo que los doctores llaman “desguantamiento”. El recordado Xavier Campos Licastro, lo intervino como profesional que siempre fue.

   Estos datos, que comparto con ustedes, es el resultado de un trabajo de investigación, en el que el Médico Cirujano Ortopedista Raúl Aragón López y quien esto escribe, estamos realizando de un tiempo a esta fecha. Se trata de la “Historia de la cirugía taurina en México”, donde su solo propósito nos lleva a ubicar datos que se remontan desde el periodo virreinal y hasta nuestros días. En tal propósito, pretendemos dar una explicación sobre la manera en cómo ha evolucionado la cirugía, quienes han sido los médicos más eminentes que han participado en esta labor, historia de las plazas de toros, espacios en los que durante muchos años no existieron sitios destinados a una enfermería (aspecto que se logró en 1886 y 1895 respectivamente). Esto, debido a lo impuesto en sendos reglamentos taurinos, el que estuvo en vigor en la ciudad de Toluca, y luego en la ciudad de México, aunque existe un antecedente más. Se trata del ordenamiento que las autoridades dieron al asentista de la plaza de San Pablo, esto en 1845, para que “se provea de un botiquín y de los hilos vendajes que fueren necesarios para el auxilio de los heridos. Véase: Salvador García Bolio: “Asistencia médica. Plaza de toros de San Pablo. 1845”).

   El primer volumen abarcará desde 1526 y hasta 1946, año en que dejó de funcionar “El Toreo” de la Colonia Condesa. El segundo, va de 1946 a nuestros días. En ambos casos, pretendemos incluir los casos más notorios y documentados sobre cornadas, con objeto de someterlos al análisis riguroso que la ciencia y la historia exigen. La iconografía localizada nos ha sido muy valiosa para definir, desde su sola lectura, aspectos si no evidentes, sí los necesarios para entender cuán necesaria es su presencia en aspectos como la cinemática del trauma, por ejemplo.

   Entre la valiosa información que hemos recabado, se encuentra por ejemplo aquella destinada a conocer el desarrollo de una institución que hoy día sigue dando lustre. Me refiero a la “Sociedad Internacional de Cirugía Taurina”, la cual se fundó en noviembre 1974, bajo el propósito de exponer el tratamiento de heridas por cuerno de toro, y cierre primario de las mismas. Su impulsor, el ya citado Dr. Campos Licastro, revoluciona la terapéutica quirúrgica al cerrar las heridas por cuerno de toro, que antes quedaban abiertas y convertirlas de heridas traumáticas a heridas quirúrgicas, suturándolas; dejando drenajes de “pen rose por contra abertura”. Las actividades de difusión permitieron celebrar el primer Congreso Internacional de Cirugía Taurina en la CDMX.

   En marzo de 1971, se organizó el primer “Curso de Actualización en Traumatología Taurina”, auspiciado por la División de Estudios Superiores de la Facultad de Medicina de la U.N.A.M. Asistieron médicos de plaza de diferentes estados del país. Allí, se pudo comprobar que efectivamente faltaba mucho más por lograr en cuanto al mejoramiento de los Servicios Médicos de las Plazas, tanto en su aspecto físico, como en la estandarización de los procedimientos. (Datos tomados de la publicación “Sociedad Internacional de Cirugía Taurina”, 1990).

   En noviembre de 1974, se realizó el primer “Congreso Internacional de Cirugía Taurina” en la Unidad de Congresos del Centro Médico Nacional del Seguro Social, con la asistencia de profesionales de países como España, Venezuela, Perú, Colombia, Ecuador y evidentemente del país anfitrión: México. Allí quedó instituido el emblema que ahora la representa. Se trata de la imagen de la Virgen de Guadalupe, bordada en el capote de paseo, propiedad de Jaime Rangel, entonces Presidente de la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos, misma que figura en el emblema, por haber sido el único adorno que su puso en el Salón de Juntas de aquel Congreso.

   Posteriormente se conformó el “Capítulo Mexicano” de dicha Sociedad, iniciando con las primeras “Jornadas Nacionales de Cirugía Taurina” en la ciudad de Aguascalientes allá por 1977. Con trabajos expuestos por los jefes de servicios médicos de las plazas de toros de la República Mexicana, se dio el natural intercambio de experiencias en el tratamiento médico-quirúrgico de las heridas por cuerno de toro, a que quedan expuestos quienes actúan en un ruedo, e incluso fuera de él.

   Desde el año 1944, en los Servicios Médicos del Departamento del Distrito Federal, el Dr. Xavier Campos Licastro recibía y atendía a numerosos novilleros, que por motivos económicos y estando completamente desprotegidos por las agrupaciones de toreros, requerían servicios de emergencia. En el Hospital de la “Cruz Verde”, también conocido como “Dr. Rubén Leñero”, eran internados y operados por el entonces estudiante de medicina. Esto le hizo comprender la necesidad de que los Cirujanos Taurinos de todo el mundo se agruparan en una Sociedad Científica, que quizá algún día pudieran extender su mano y vigilar en todos sus aspectos esas vidas, a las que las ilusiones propias de la juventud, llevaban hacia grandes desgracias, por la gravedad de sus lesiones y peor aún la falta de técnicas quirúrgicas adecuadas.

   En marzo de 1977, la Secretaría General de la Sociedad, logra salir a la luz el primer número de la Revista “Cirugía Taurina”, órgano oficial de la Sociedad Internacional de Cirugía Taurina, con la colaboración de todos los Capítulos que forman a la Sociedad.

   En mayo de 1979 el Dr. Xavier Campos Licastro, estando en Madrid, encarga a la célebre “sastre” de toreros, Isabel Navitidad, La Nati, la confección de un capote de paseo de color blanco, en el que –según las intenciones de Campos Licastro-, “aparecerán las rosas de los Congresos efectuados y en que deberán anexarse cada dos años, otra rosa, como aquellas del sueño que había tenido en Madrid y que fue secundado en Colombia, para que en Venezuela se le agregará la cuarta rosa de oro, la firma de los presidentes de los congresos y la bandera de los países organizadores”.

    También en mayo de 1979, nos sigue contando el recordado cirujano, “aprovechando la magnífica calidad de realización de escudos de armas del gran amigo de los Cirujanos Taurinos, Sr. José María Sotomayor, se le pidió elaborara el escudo de la Sociedad Internacional de Cirugía Taurina, en el que aparece, naturalmente el Capote de Paseo, blanco, con rosas y la imagen de la Virgen de Guadalupe, tal y como se hizo constar en los Estatutos de dicha Sociedad, fundada en 1974”. El escudo-emblema del Capítulo Mexicano de la Sociedad Internacional de Cirugía Taurina, obra del pintor John Fulton, lo conserva el Dr. Jorge Uribe Camacho, actual Presidente de esta organización.

   Finalmente mencionaré que hace unos días y en Tlaxcala, se celebraron las XXIX Jornadas Nacionales de Cirugía Taurina, en homenaje al Dr. Fausto Adolfo Baltazar Ibarra, bajo la presidencia del Dr. José Antonio Zamora Lomelí, donde hubo nutrida participación de especialistas, llevándose a cabo, entre otras actividades la aplicación del “Manual de atención pre-hospitalaria en pacientes politraumatizados”, dirigida por el Dr. Francisco Eduardo González Sánchez. Aprovecho para mencionar que el XXX Congreso de esta eminente sociedad, se efectuará en octubre del 2018 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.

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TAUROMAQUIA EN MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS. (ENSAYO. FEBRERO, 2001).

A TORO PASADO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Bajo la condición de 5 grandes temas, elaboré estos apuntes, cuyo título: TAUROMAQUIA EN MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, tienen como propósito plantear un panorama cuya interpretación se alejara -al menos un poco- de los propios esquemas que he ido proponiendo al cabo de varios años de investigación, procurando dilucidar las condiciones que han prevalecido en el espectáculo taurino, desde su asentamiento en México, el año de 1526 y hasta nuestros días. Los grandes “temas” fueron:

LOS TOREROS DESCONOCIDOS EN EL SIGLO XVI.

PRIMEROS CABALLEROS EN EL “SIGLO DE ORO”.

“EL GACHUPÍN TOREADOR”, INFLUENCIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO DE LAS LUCES.

BERNARDO GAVIÑO, LINO ZAMORA, PONCIANO DÍAZ Y OTROS EN EL MEXICANO SIGLO XIX.

RODOLFO GAONA, FERMÍN ESPINOSA “ARMILLITA” Y “MANOLO” MARTÍNEZ, CONGREGACIÓN MARAVILLOSA A LA LUZ DEL SIGLO XX.

   Tomando como modelo la magna obra coordinada por el General D. Vicente Riva Palacio: MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, aparecida por primera vez entre los años de 1884 a 1889, y atraído por su labor monumental, deseo dedicar un homenaje, afirmándolo con el agregado de otra historia, la de la TAUROMAQUIA EN MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS.

 

Cristóbal Gutiérrez de Medina: Viaje de Tierra y más feliz por mar y tierra que hizo el excelentísimo marqués de Villena, mi señor, yendo por virrey y capitán general de la Nueva España en la flota que envió su Majestad este año de mil y seiscientos y cuarenta siendo General della Roque Centeno y Ordoñez, su Almirante Juan de Campos… México, Iuan Ruyz, 1640. 103 p. (Portada).

   ¿Cómo sintetizar 491 años (originalmente estaba escrita la cantidad de 475 años) de historia del toreo en México? Se trata de una historia que parte inmediatamente después de haber terminado las principales jornadas de conquista en medio de circunstancias que significan, por un lado el desplazamiento pero no la liquidación de todo un sistema de vida establecido por el conjunto notable de culturas indígenas, y por el otro, el asentamiento de otras formas eminentemente europeas, que al final no pudieron imponerse. Primero, porque ambas culturas se mestizaron bajo un sincretismo perfectamente articulado y después por el espíritu y carácter propio de este continente. Dicha asimilación dio como resultado de aquel gran encuentro, independientemente del saldo que arrojó, una nueva sociedad novohispana o mexicana, la cual entregó lo mejor de su experiencia a partir de ese nuevo estado de cosas.

   Interesa ocuparme, no tanto de los principales acontecimientos en el toreo, sino los que para esta diversión significaron ser el motor, ya impulsando o causando la fiesta misma. Pero es imposible si el toreo o la fiesta en cuanto tal, permanece al margen, por lo que procuraré un equilibrio de conceptos, debido, entre otras cosas, a que el pueblo goza del privilegio de hacer de la diversión un pretexto, logrando que todo cambie en su vida, al menos durante el tiempo de la efímera condición.

   Así, desde su establecimiento en México y hasta nuestros días, infinidad de motivos han dado pie a la celebración.

Portada del libro: Torneos, mascaradas y fiestas reales en la Nueva España. Selección y prólogo de Don Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco. México, Edit. Cultura, 1918. 82 p., Ils. (Tomo IX, N° 4).

   Por siglos, la permanencia del toreo ha permitido el desarrollo de una serie de manifestaciones, obligadas por motivos muy bien identificados: el fin de una guerra, asunto de las casas reinantes (ascenso al trono de Austrias y Borbones, matrimonios, nacimiento de infantes). La llegada de virreyes y arzobispos; la asunción momentánea a una monarquía en el México independiente que pretendió encabezar Agustín de Iturbide; o los delirios de Antonio López de Santa Anna quien ocupó varias veces la presidencia de la república. Asuntos políticos de diverso calibre también se suman a esta nómina, de igual forma que las fiestas por motivo religioso, de fuerte carácter y raigambre: como las dedicadas a los santos patronos, canonizaciones, por la culminación a diversas obras en los múltiples recintos como templos, catedrales, iglesias o conventos. Incluso, las obras públicas entre ellas algunos acueductos, o la necesidad de un buen empedrado, dieron pie para organizar las infalibles ocasiones de divertimento.

   Es decir que un carácter común de dos culturas distintas se desplegó en el resultado de aquella interesante integración de indígenas y españoles. Mestizos, criollos y otra gama diversa de castas, hasta rebasar más del centenar, al sustentar con su carácter y su ser al México virreinal, fueron capaces de recibir la influencia de costumbres españolas y aquí digerirlas, en una asimilación que dio como resultado la proyección del espíritu americano, obteniéndose de todo esto un producto sincrético. O lo que es lo mismo: un comportamiento entre sí de Indígenas y españoles; mestizos y criollos convertidos en el ingrediente indispensable que hoy adivinamos majestuoso, bajo una perspectiva y una revisión histórica que nos remiten a aquel gran esplendor virreinal e independiente.

   Desde luego el siglo XX también nos habla de una enorme participación, sobre todo en un estado maduro, donde la tauromaquia finalmente llegó a su edad adulta de la mano con grandes exponentes.

   Así pues, el recorrido de casi cinco siglos del toreo en México, nos obliga a hacer un recuento que ahora refuerzo, tratando de explicar la trascendencia señalada por infinidad de protagonistas que conviven entre el orgullo novohispano que manifestó el criollo y el mestizo y luego la fuerza que el nacionalismo lanzó durante buena parte del XIX para encontrarse más tarde con una moderna condición en el siglo que se nos va.

Retrato del rey Felipe V. Imagen disponible en internet, agosto 27, 2017 en:

http://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/11/15111700-FelipeV.html

   Fueron las representaciones caballerescas el primer gran capítulo, cuya importancia se mantuvo desde 1526 y hasta el primer tercio del XVIII, cuando se vieron desairadas por la actitud del nuevo monarca, Felipe V, casa de los Austrias, y francés de origen, que no comulgó con muchos de los principios tan propios de la cultura española, misma condición que atravesó el mar y se depositó en las colonias americanas, siendo la de México en la que más notablemente se hizo evidente aquel estado de cosas.

   Para los españoles resultó un orgullo mantener su imagen desde el caballo por dos razones: una, por la victoria de estos sobre los musulmanes el año de 1492. La guerra entre ambos bandos se extendió por ocho siglos (711-1492) en el territorio de la piel de toro, en medio de cruentas batallas donde el caballo, fue esencial. Terminado el  conflicto, la imagen bélica se tornó estética y los guerreros en caballeros. Precisamente junto a estos argumentos se une la otra razón: la influencia que ejercieron los libros de caballería, creando un fuerte ideal entre aquellos que permanecieron en España viviendo de sus recuerdos; de aventureros y conquistadores que pasaron a América. Uno y otro espacio encontraron en el toreo el pretexto perfecto que alcanzó sus mejores días en torneos, justas, juegos de cañas, alcancías, estafermos, bohordos y, desde luego, el alanceamiento de toros, bajo los principios de la brida y la jineta.

Este biombo, fruto de manos anónimas, representa las fiestas con que se celebró la recepción del virrey don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez, Duque de Alburquerque en 1702 en el fantástico bosque de Chapultepec.

   Tríptico anónimo que representa diversas vistas del recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec, en 1702. Perteneció a los duques de Castro-Terreño.

José Francisco Coello Ugalde: El bosque de Chapultepec: Un taurino de abolengo. Con la colaboración especial de la Lic. Rosa María Alfonseca Arredondo. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2001. 69 p. Ils. (Serie Diversa).

   Junto a ellos fue apareciendo en escena el paje o ayuda del señor de a caballo que a pie lo libraba de los muchos peligros surgidos en tan memorables jornadas, que de tan célebres “fueron cosa muy de ver…”. Es más, se cree que los primeros toreros de a pie surgieron desde el siglo XVI. Como ya hemos visto, el torneo y fiesta caballeresca fueron privativos de conquistadores primero; de señores de rancio abolengo después. Personajes de otra escala social, españoles-americanos, mestizos, criollos o indios, estaban restringidos a participar en los orígenes de la fiesta española en América. Pero supongo que ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones deben haber estado secundadas por la rebeldía. El papel protagónico de estos personajes, como instancia de búsqueda y de participación que diera con la integración del mismo al espectáculo en su dimensión profesional, va a ocurrir durante el siglo XVIII.

   Volvamos al XVI. El indígena quedó privado de montar a caballo, gracias a ciertas disposiciones dictadas durante la segunda audiencia, aunque ello no debe haber sido impedimento para saciar su curiosidad, intentando lances con los cuales aprendió a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que fue depurando al cabo de los años. Esto debe haberlo hecho gracias a que comenzó a darse un gran e inusual crecimiento del ganado vacuno en buena parte del territorio novohispano, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo.

La artesana mano interpreta la forma de ser del toreo encabezado por los estamentos en el inicio del siglo XVIII mexicano.

Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Ramo: Tierras, vol. 1783, exp. 1, f. 21v. Códice “Chapa de Mota”. (F. 7).

   Pero en el XVIII se dieron las condiciones para que el toreo de a pie apareciera con todo su vigor y fuerza. Ya hemos visto que el rey Felipe V fue contrario al espectáculo que detentaba la nobleza española y se extendía en la novohispana. En la transición, el pueblo fue beneficiado directamente, incorporándose al espectáculo desde un punto de vista primitivo, el cual, con todo y su arcaísmo, ya contaba con un basamento que se formó desde el siglo XVI y logró madurez en los dos siguientes. Un hecho evidente es el biombo que, como auténtica relación ilustrada de las fiestas barrocas y coloniales, da fe de la recepción del duque de Alburquerque (don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez) en 1702. Para ese año el toreo en boga, es una mezcla del dominio desde el caballo con el respaldo de pajes o lacayos que, atentos a cualquier señal de peligro, se aprestaban a cuidar la vida de sus señores, ostentosa y ricamente vestidos.

   He allí una señal de lo que pudo haber sido el origen del toreo de a pie en México, primitivo sí, pero evidente a la hora de demostrar la capacidad de búsqueda por parte de los que lo ejecutaban, en medio de sus naturales imperfecciones.

   La ganadería en México lentamente se fue articulando con la enorme presencia de haciendas que requerían de las cotidianas tareas a pie o a caballo para mover infinidad de cabezas de un lugar a otro. Así nacieron los quehaceres campiranos de la charrería, lo que significó un marcado orgullo nacional, ligado por consecuencia a la tauromaquia que también en sitios como esos, alejados de los centros de poder, se practicó e incluso llegó a tener su propio carácter que con el tiempo tuvo la suficiente capacidad de llegar a las plazas mismas, asimilando lo allí visto, y llevándoselo de nuevo a las haciendas, lo que dio por resultado una permanente comunicación de experiencias donde el campo y la plaza se integraron armónicamente, enriqueciendo el bagaje de la expresión taurina, exclusiva de los naturales nacidos en estas tierras.

Plano de la plaza de toros del VOLADOR en 1768. Así era la disposición de aquellos cosos novohispanos.

Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Ramo: Historia, vol. 470, exp. s.n. f. 2.

Benjamín Flores Hernández: «Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII». México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1981 282 p. Ils., planos. (ESTUDIOS DE HISTORIA NOVOHISPANA, 7). (p. 99-160).

   Tal circunstancia fue aún más notoria durante el siglo XIX, al desbordarse materialmente el ya referido orgullo nacional, encontrándonos de continuo con manifestaciones que luego quedaron perfectamente logradas bajo la pluma de Luis G. Inclán quien además ilustró esas hazañas que no solo concretó a la charrería con Recuerdos de el Chamberín, El capadero de la hacienda de Ayala o Astucia. También lo hizo con el toreo, ayudándose de la Tauromaquia de Francisco Montes “Paquiro”, tratado técnico que reflejaba los adelantos de este ejercicio en la España de 1836 que, 26 años después (en 1862) el propio Inclán editó en nuestro país.

   El estado que guardaba el toreo a mitad del siglo XVIII era el de un notable caos, producto de la presencia de señores de a caballo que tuvieron que hacerse a un lado para dar paso a la puesta en escena del pueblo, los toreros de a pie, que representaron su papel disponiendo de principios primitivos en el arte y la técnica de torear, depuradas ambas al cabo de tiempos muy cortos. Tal condición fue semejante en las dos Españas y el compendio de los progresos que se dieron en este nuevo ejercicio, se vieron en otra Tauromaquia: la de José Delgado “Pepe Hillo” que se publicó en 1796.

   Quedaron atrás varios siglos de esplendor donde connotadas glorias de las letras dejaron testimonio ya en verso, ya en prosa. Célebres son en la bibliografía colonial las suntuosas relaciones y descripciones donde, por fortuna, tenemos modo de entender la fastuosidad de fiestas en las que el toreo era uno de sus invitados favoritos. Del Capitán Alonso Ramírez de Vargas es la

SENCILLA NARRACIÓN, ALEGÓRICO FIEL TRASUMPTO, DIBUJO EN SOMBRAS Y DISEÑO ESCASO DE LAS FIESTAS GRANDES CON QUE SATISFIZO EN POCA PARTE AL DESEO, EN LA CELEBRADA NUEVA FELIZ DE HABER ENTRADO EL REY NUESTRO SEÑOR, DON CARLOS SEGUNDO (QUE DIOS GUARDE) (…). Con licencia en México. Por la Viuda de Bernardo Calderón. Año de 1677.

Portada de la obra.

CIRCO MÁXIMO

   Festivo empleo fue para el vulgar alborozo el juego de los toros, que con intermisión de mayores ostentaciones duró seis días (que fueron a partir del día 16 de noviembre de 1676). Esta orden se observa en los juegos circenses, dando lugar a la plebe para el vulgar regocijo, de donde también se llamaron plebeyos, sin dejar de ser grandes.

   Fue intimación de Su Excelencia a la acertada y siempre plausible disposición del señor don Fernando Altamirano de Velasco y Castilla, conde de Santiago, adelantado de las Islas Filipinas, señor de la Casa de Castilla y Sosa, inmediato heredero del marquesado de Salinas, como a corregidor actual desta Ciudad de México; siendo único comisario de todas las fiestas que (con sus discretas ideas, partos nobilísimos de su magnanimidad generosa y vigilante anhelo, que acostumbra en el servicio de Su Majestad) sazonó la más grande, la más solemne pompa, dividida en muchas que vieron las pasadas edades y que pudieron calificar de insuperables los reinos más famosos. Con cuya resolución se escogió sitio bastante para la erección de los tablados, siéndolo la plazuela que llaman del Volador: ilustrada por la parte del oriente con la Real Universidad; por la del poniente, con hermosa casería; por la del sur, con el Colegio de Porta Coeli, y por la del norte, con el Palacio. Ideóse la planta por los maestros; ejecutada en cuadro suficientemente proporcionado (…)

   Diose al primer lunado bruto libertad limitada, y hallándose en la arena, que humeaba ardiente a las sacudidas de su formidable huella, empezaron los señuelos y silbos de los toreadores de a pie, que siempre son éstos el estreno de su furia burlada con la agilidad de hurtarle –al ejecutar la arremetida- el cuerpo; entreteniéndolos con la capa, intacta de las dos agudezas puntas que esgrimen; librando su inmunidad en la ligereza de los movimientos; dando el golpe en vago, de donde alientan más el coraje; doblando embestidas, que frustradas todas del sosiego con que los llaman y compases con que los huyen, se dan por vencidos de cansados sin necesidad de heridas que los desalienten.

   Siguiéronse a éstos los rejoneadores, hijos robustos de las selvas, que ganaron en toda la lid generales aplausos de los cortesanos de buen gusto y de las algarazas vulgares. Y principalmente las dos últimas tardes, que siendo los toros más cerriles, de mayor coraje, valentía y ligereza, dieron lugar a la destreza de los toreadores; de suerte que midiéndose el brío de éstos con la osadía de aquéllos, logrando el intento de que se viese hasta dónde rayaban sus primores, pasaron más allá de admirados porque saliendo un toro (cuyo feroz orgullo pudo licionar de agilidad y violencia al más denodado parto de Jarama), al irritarle uno con el amago del rejón, sin respetar la punta ni recatear el choque, se le partió furioso redoblando rugosa la testa. Esperóle el rejoneador sosegado e intrépido, con que a un tiempo aplicándole éste la mojarra en la nuca, y barbeando en la tierra precipitado el otro, se vio dos veces menguante su media luna, eclipsándole todo el viviente coraje.

 (…) De grande gusto y entretenimiento fueron las cinco tardes que duraron estos juegos plebeyos, ejercitados a uso deste Nuevo Mundo; pero de mayor estimación y aprecio para los cortesanos políticos (fue) otra, de las más plausibles que puede ocupar sin ponderaciones la Fama y embarazar sus trompas, en que a uso de Madrid, mantuvieron solos dos caballeros airosos y diestros en el manejo de el rejón quebradizo y leyes precisas de la jineta en el caso: don Diego Madrazo, que pasó de la Corte a estos reinos en los preludios de su juventud, y don Francisco Goñi de Peralta, hijo deste mexicano país; dos personas tan llenas de prendas cuantas reconoce esta ciudad en las estimaciones con que los mira (…)

   Hasta aquí con la gran descripción de Ramírez de Vargas, ingenio, de los más brillantes que la colonia nos legó, agraciado con singular pluma, capaz de enriquecer junto con su imaginación lo imposible de vestir en otros.

   En medio de aquel escenario el espíritu del siglo de las luces creció con una serie de condiciones que polarizaron instituciones y pensamientos. Hubo quienes estuvieron a favor de las “luces”, marchando al ritmo de una avanzada intelectual que enfrentaba los viejos esquemas. Uno de ellos era el anquilosado panorama taurino, reprochado fundamentalmente por Gaspar Melchor de Jovellanos. El propio monarca Carlos IV ordenó suspender las funciones arguyendo en Real Cédula del año 1805, que se cumpliera en todo el Reyno, sin excepción de la Corte, mandato que se cumplió rigurosamente hasta 1808.

   Años más tarde su hijo, el polémico Fernando VII volvió a restituirlas en un afán de condescender con el pueblo y hasta impulsó una escuela de Tauromaquia en Sevilla, bajo la égida de Pedro Romero y el mecenazgo del Conde de la Estrella.

   Al arribo del siglo XIX, nuevas condiciones se fortalecieron con el ansiado momento de la liberación de un sistema que también empezaba a resquebrajarse. Las viejas instituciones, pero sobre todo las circunstancias sociales en medio de políticas agotadas, y de una constante negativa de dar paso a brillantes americanos, dispuestos a ocupar cargos públicos, así como una absoluta racionalidad del periodo de las “luces” fueron, entre otras las principales condiciones que prepararon el terreno de emancipación. Ya desde 1808 se habían dado síntomas que, dos años más tarde dieron paso a la guerra de independencia.

   Nuevos tiempos, nuevas circunstancias, nuevos ropajes proporcionaron al mexicano en lo particular la suficiente capacidad para valerse por sí mismo. Frente a todo esto, el toreo asumió idéntica realidad, con la pequeña diferencia de que las generaciones emergentes no negaron las sólidas raíces que prendieron en este quehacer y así se siguieron manifestando, representadas fundamentalmente por los hermanos Luis, Sostenes y José María Ávila que, de 1808 a 1858 en que se les pierde la pista, encabezaron la nómina de diestros nacionales, junto a José María Vázquez, Manuel Bravo y Andrés Chávez.

   Entre los años de 1829 y 1835 llegó, procedente de España el gaditano Bernardo Gaviño y Rueda (1813-1886) quien vendría a revolucionar el significado de la tauromaquia nacional, pues a ella se incorporó, la enriqueció y, como lo he señalado en un libro que realicé sobre su vida y su obra, fue Bernardo Gaviño y Rueda aquel español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX.

Bernardo Gaviño, el eterno. Foto: Valleto.

Fuente: Fernando Vinyes. MÉXICO. DIEZ VECES LLANTO. Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1991 (LA TAUROMAQUIA, 36), p. 24.

   Este mismo personaje, apoderado del control taurino mexicano, en una perfecta estrategia centralizadora, obstruyó el paso a sus propios paisanos haciéndoles la vida difícil si se atrevían a traspasar sus dominios. Capacidad y vigilancia, fueron dos entre muchos de los factores que impuso durante casi medio siglo, pues aunque torea hasta el fin de sus días (muriendo el 11 de febrero de 1886, como consecuencia de una cornada recibida el 30 de enero anterior en Texcoco), ya son notables los niveles de decadencia, no quedándole más remedio que permitir el paso a una generación que afirmó el toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna.

   El siglo XIX en manos de Gaviño y sus discípulos fue dueño de unas connotaciones especiales. El toreo se elevó a niveles de fascinación e invención nunca antes vistas. La fiesta gozaba de su propia independencia, vivía al ritmo de los acontecimientos políticos que plaza afuera se registraron con intensa velocidad provocada por la constante aparición en el escenario político de diversos protagonistas, aspirantes al poder y que con el poder enfrentaron a otros que luego llegaron a ese puesto. Así como llegaban, así se iban.

   Ajenos al hecho político, económico y social, pero sirviéndose de él, plaza adentro ocurrieron, más bien se sucedieron, como se sucedían allá afuera los diversos acontecimientos que para México significaron una historia de bandazos. Decía entonces, ocurrieron de manera intermitente los cuadros o representaciones en la plaza de toros misma. Parecían hermanadas en ese momento dos historias: la de México y la del toreo. Precisamente es este un asunto que requiere una reflexión detenida y reposada de la cual espero verme honrado en “Nuestra Historia” quizá en un número venidero para explicarlo.

   Así que Gaviño fomentó y alentó una fiesta de toros a la mexicana sin deslindarse de sus raíces, por lo que otros diestros como Mariano González “La Monja”, Toribio Peralta “La Galuza”, Pedro Nolasco Acosta, Ignacio Gadea, Lino Zamora y Ponciano Díaz le dieron continuidad a su influencia.

   Precisamente quien mejor reflejó esa continuidad, y además le dio un perfil propio fue Ponciano Díaz Salinas, quien nació el 19 de noviembre de 1856 en la famosísima hacienda de Atenco. Hijo de D. Guadalupe Albino Díaz González «El Caudillo» y de Da. María de Jesús Salinas. Pronto se dedicó a las tareas campiranas propias de su edad y de una ganadería de reses bravas. El 1 de enero de 1877 tiene para su haber la primera actuación que se puede considerar como profesional en Santiago Tianguistenco. Sus primeros maestros en el arte propiamente dicho son Bernardo Gaviño y José María Hernández «El Toluqueño».

Cartel de la plaza principal de SAN PABLO para el jueves 11 de junio de 1857.

Fuente: Colección Julio Téllez García.

   Imprescindible en los carteles se le contrata para estrenar la plaza de «El Huisachal» el 1 de mayo de 1881. Torea por todos los rincones del país y hasta en el extranjero pues en diciembre de 1884 actúa en Nueva Orleans (E.U.A.) y entre julio y octubre de 1889 lo encontramos en Madrid, Puerto de Santa María, Sevilla. En Portugal,  Porto y Villafranca de Xira. Semanas más tarde, en diciembre torea en la plaza «Carlos III» de la Habana, Cuba. Precisamente en Madrid, y el 17 de octubre recibe la alternativa de matador de toros siendo su padrino Salvador Sánchez «Frascuelo» y el testigo Rafael Guerra «Guerrita» con toros del Duque de Veragua y de Orozco.

   Entre México y otros países sumó durante su etapa de vigencia y permanencia 304 actuaciones registradas y comprobadas luego de exhaustivas revisiones hemerográficas, y a otras fuentes de consulta aunque esa cifra es muy probable que aumente como resultado de que muchos periódicos de la época o desaparecieron o simplemente no dejaron testimonio de su paso por lugares diversos de la provincia mexicana.

   Estrena su plaza «Bucareli» el 15 de enero de 1888. Nunca alternó con Luis Mazzantini más que en un jaripeo privado el 20 de enero de 1888 en la misma plaza.

   Fue el torero más representativo de lo nacional, mezclando sellos de identidad con los aceptados desde tiempos de Gaviño y luego con la llegada de otros españoles desde 1885, puesto que vestía de luces y mataba al volapié o hasta recibiendo, pero me parece que no quiso aceptar derrota alguna, a pesar de la campaña periodística en su contra y con una pérdida de popularidad que ya no volvería a recuperar jamás.

   Se han localizado alrededor de 50 versos y corridos, todos los cuales giran para celebrar o idolatrar a este personaje popular de fines del siglo XIX. Zarzuelas y juguetes cómicos tales como: «¡Ora Ponciano!», «Ponciano y Mazzantini», «La coronación de Ponciano», «¡Ahora Ponciano!’, «A los toros», son otras tantas evidencias de la fuerza de que gozó el atenqueño. Bueno, hasta su nombre impreso en etiquetas servía para darle nombre a una manzanilla importada de España con la «viñeta Ponciano Díaz». Manuel Manilla y José Guadalupe Posada después de burilar sus gestas y sus gestos, se encargaban de apresurar en las imprentas la salida de «hojas de papel volando» donde Ponciano Díaz era noticia, quedándose mucho de estas evidencias en la historia que lo sigue recordando.

Contemplativo, sereno y hasta melancólico, Ponciano Díaz se dejó hacer esta fotografía en sus años de esplendor. A 1885 se remonta el retrato. Para entonces, lo exaltaban con el grito sincero y unánime de ¡ORA PONCIANO!

Fuente: Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, T. I., p. 186.

   De este personaje sui géneris se tienen un conjunto de historias que nos acercan a entender a un hombre de carne, hueso y espíritu lleno de conflictos internos, pero también lleno de los conflictos que por sí mismo generó alrededor del espectáculo, puesto que su tauromaquia llegó a saturarse frente al nuevo estado de cosas que se presentó a partir del año 1887, momento de la reanudación de las corridas de toros en la capital, pero también momento en que un grupo de diestros españoles comenzó lo que vendría a considerarse como la etapa de “reconquista” taurina, encabezada, fundamentalmente por Luis Mazzantini. Para Ponciano, este acontecimiento marcó una sentencia definitiva, y aunque abraza aquel concepto establecido, prefiere no traicionar sus principios nacionalistas, llevándolos -hasta sus últimas consecuencias, como una mera enfermedad o deformación- hasta el momento mismo de su muerte, convirtiéndose en último reducto de esas manifestaciones. Pero además, ante todo aquello ostentó una capacidad como empresario que trajo consigo solo tragos amargos, lo cual acelera el repudio de sus ya pocos partidarios en la capital del país.

   Uno más de los asuntos que también afectaron su carrera, “haciendo cosas malas que parecen buenas”, fue comprar ganado sin una procedencia clara, el cual terminaba lidiándose en su plaza de “Bucareli”. Dichos toros, o remedos de toros, eran mansos, ilidiables, pero también bastante pequeños de tamaño, lo que puso en evidencia la buena reputación que Ponciano había logrado luego de varios años de ser considerado el torero más querido de la afición mexicana, de ser un “mandón”, el cual tuvo que refugiarse en plazas provincianas para seguir haciendo de las suyas por aquellos rumbos. Lástima que su fama se convirtiera en infortunio, y lo que pudo ser una trayectoria llena de pasajes anecdóticos de principio a fin, solo se conservó fresca durante sus primeros 12 o 13 años. Luego, todo se dejó llevar por esas incongruencias en las que cayó, probablemente, víctima de su propia fama, o del deseo propio al querer demostrar que un torero de su naturaleza podía efectuar, además, como empresario o como contratista de toros.

   Muere el 15 de abril de 1899, muriendo también el toreo de expresión netamente mexicana.

   Al arribo del siglo XX nos encontramos una serie de condiciones similares a las de cien años atrás, con la diferencia de que el régimen de Porfirio Díaz acumula más de 30 años en el poder sin dar señas claras de una sucesión por la vía democrática. Los hombres del campo reciben con rigor el embate de muchos hacendados que aplican métodos y tratos injustos, misma condición presente en los ambientes laborales de la fábrica y la industria. Levantamientos sociales como los de Cananea y Río Blanco y de orden ideológico encabezado por Praxedis Guerrero y los hermanos Flores Magón encauzaron la Revolución de 1910.

Rodolfo Gaona, “el petronio de los ruedos”.

Fuente: Archivo General de la Nación.

   A ella se unió un principio de rescate por el nacionalismo estético logrado por creadores cuya tarea quedó plasmada en la literatura, música y pintura, entre otras expresiones. El toreo no solo tenía en Rodolfo Gaona a su representante nacionalista. El de León de los Aldamas fue más allá. Trascendió sus conocimientos aprendidos bajo severas LECCIÓN impuestas por Saturnino Frutos “Ojitos”, banderillero español formado en el mejor momento de “Lagartijo” y “Frascuelo”, figuras emblemáticas de la tauromaquia española del último tercio del siglo XIX. Y Gaona al asimilar con creces esa experiencia, puedo afirmar que les regresó la conquista, como dueño de unos valores que a 75 años de su retirada todavía sigue siendo tema de conversación. Por lo tanto el también llamado “indio grande” se convierte en el primer gran torero mexicano universal.

   En seguida, varias generaciones de enormes figuras concretan esa condición e imponen una presencia sólida que cautiva a los aficionados de aquí y de allá. Nombres como los de Fermín Espinosa, José Ortiz, Alberto Balderas, Jesús Solórzano, Luis Castro, Lorenzo Garza, Fermín Rivera, Luis Procuna, Alfonso Ramírez, José Rodríguez “Joselillo” y un largo etcétera con el cual no doy por terminada la exposición. Más bien, dejo indicados a los más sobresalientes como seña de que nuestro país ha aportado al toreo vetas riquísimas que han representado un peso significativo para una historia de grandes dimensiones.

“Manolo” Martínez en plena juventud. El Heraldo de México, jueves 20 de mayo de 1968.

   Para quienes disfrutan del espectáculo y lo han admirado en el último tercio del siglo XX, existen absolutas coincidencias para afirmar que es “Manolo” Martínez la figura representativa que acumula una tauromaquia matizada de contrastes que van de la grandeza a la polémica, en función de su fuerte carácter y personalidad, mismos que supo proyectar perfectamente en su quehacer, por lo que se convierte en figura discutida, imponiendo un término que muy pocos toreros han alcanzado: ser “mandón”. Mandón, «porque está solo, sin pareja, sin rival permanente, invadiendo terrenos y ganando batallas hasta quedarse solo mientras el boumerang de su propia dictadura se vuelve contra él», nos dice Guillermo H. Cantú, en su libro: Manolo Martínez, un demonio de pasión. México, Diana, 1990.

   Nuestra época, plagada de nuevos y acelerados acontecimientos como “el fin de la utopía”, y el triunfo absoluto del neoliberalismo, en 1989, a raíz de la caída del Muro de Berlín, también ha causado en México un síntoma cuyo camino es el de la democracia que de alguna manera liquidó la presencia de un partido en el poder, incorporándose otros, e incluso, llegando uno de ellos, considerado como de oposición a ocupar la presidencia de la república. En este contexto, con apenas algunos ejemplos del escenario nacional y mundial, transitamos de un siglo a otro, mientras en el toreo las actuales condiciones nos proyectan un interesante panorama donde varios de nuestros espadas como “Jerónimo”, Ignacio Garibay, Antonio Bricio, pero fundamentalmente Eulalio López “El Zotoluco” han remontado lo que por muchos años significó un ostracismo en ruedos españoles, bien provocado por mínimas aspiraciones o por el escaso interés de sus potenciales capacidades. Eso ha quedado atrás, y si de nuevo el mercado de oportunidades se abre para buscar el equilibrio de fuerzas entre diestros españoles y mexicanos, estaremos viendo dentro de poco tiempo una recuperación de modo que, conforme a los ciclos en la historia, se repita con este, lo ya registrado al menos durante la primera mitad del siglo XX que, como hemos dicho, llega a su culminación.

   Pinceladas o rasgos de un gran tema como el de la fiesta de toros en México, desde sus orígenes y, hasta nuestros días, es lo que hemos conseguido en esta revisión de conjunto, esperando cumpla dignamente los propósitos que persigue “Nuestra Historia”. Por mi parte, quedo en deuda, esperando saldarla asimismo con otros materiales que puedan ser complementarios a LA TAUROMAQUIA EN MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, que aquí termina.

 

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ENSAYO Y NOTAS SOBRE UNA CONFERENCIA DE LA DRA. DOLORES BRAVO (Fiesta pública y escenificación del poder).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Villa de Guadalupe, 4 de marzo de 2004. Amanece nublado, aunque a ratos sale y se oculta el sol.

I

   El sentido de entretenimiento o diversión, adquirió imagen especial durante el virreinato, pues fue en ese periodo donde se manifestó la consolidación no solo de la fiesta oficial. También la de carácter religioso, e incluso civil. Lo pagano y lo profano al servicio de dos poderes fundamentales: la corona y la iglesia. Además, y fuera del contexto novohispano, muchas de ellas continuaron efectuándose quizá bajo otra mentalidad, diferentes tiempos y otras razones, permitiéndoles a otro buen número pervivir hasta nuestros días, inclusive. Al hacer un recuento de todas aquellas celebraciones que afirmaron no solo el sentido de un pueblo con derecho a divertirse, sino que además legitimaron y garantizaron el afianzamiento de la autoridad fuese esta política, eclesiástica e incluso universitaria (ya veremos su participación concreta). Pues bien, el citado recuento alcanza una cantidad muy importante de celebraciones de diversa índole y cada una de ellas encuentra su detonante en el calendario litúrgico, fiestas de tablas y otras. Del mismo modo, la corona y sus representantes en América también fueron causa para otras celebraciones cuyo impacto alcanzó diversas magnitudes, traducidas en conmemoraciones, muchas de ellas testimoniadas en multitud de relaciones de fiestas, sermones y otros, factor por escrito donde los cronistas dispusieron de suficientes motivos para describir esos acontecimientos con lujo de detalle.

   De igual forma, la Universidad como institución, también se posicionó privilegiadamente para efecto de sumarse a las conmemoraciones, agregando al catálogo sus propios elementos, de los que se platicará con amplitud más adelante.

   Bien, ya contamos con el sustento institucional generador y estimulador de las múltiples versiones de fiesta y otras puestas en escena, como túmulos funerarios o fábricas, que recordaban la reciente muerte del monarca o algún miembro de la casa reinante, así como los autos de fe, donde el tribunal de la Inquisición, tras el grave aparato que imponía, terminaba dictando sentencias a diversa escala.

   Ahora es preciso hacer un repaso a ese enorme catálogo que en su momento, debe haber rebasado a un pueblo siempre cautivo en fiestas. De ahí que considere la siguiente nómina como

 CATÁLOGO DE CONMEMORACIONES Y MOTIVOS DE CONCENTRACIÓN POPULAR, SEGÚN GREGORIO MARTÍN DE GUIJO Y ANTONIO DE ROBLES (1648 – 1664 y 1665 – 1703, respectivamente).

GREGORIO MARTÍN DE GUIJO: 1648 – 1664.[1]

1648

-Auto del Santo Oficio. Entre otro de los juzgados fue Martín Garatuza (30 de marzo).

-Día de la Exaltación de la Cruz. Reedificación de la Cruz del cementerio de la Catedral, jubileo de las cuarenta horas en ella y procesión de sangre, religiones y cofradías, por la peste. (14 de septiembre).

1649

-Procesión de la Cruz del Santo Oficio. Procesión entre muchos caballeros de hábito y la nobleza del reino con toda gala y bizarría (10 de abril).

-Auto general de la fe en la plazuela del Volador (17 de abril).

-Colocación de suntuoso retablo en una capilla de la catedral. Hubo procesión con el Santísimo Sacramento y varias misas (21 de octubre).

1650

-Día de la Purificación de Nuestra Señora (catedral), en medio de gran fiesta. (2 de febrero).

-Auto de la fe en la Catedral (13 de marzo).

-Paseo víctor del Doctor de Miguel de Ibarra por varios conventos –facetamente, con espadas desnudas- (14 de marzo).

-Colocación del altar de Santa Rita (Convento de San Agustín). Acudieron diversas órdenes religiosas y mucha gente del pueblo. (22 de mayo).

-El Vicario general de la Merced, Fr. Pablo Arias de Soto tomó posesión con grandes júbilos y festejos (22 de junio).

-Juramento del señor virrey (Conde de Alva de Lista). Bienvenida, recepción, toros y tocotines de los indios (esto último en Chapultepec). (28 de junio).

-Entrada del virrey entre gran ceremonia. Te deum laudamus, arco triunfal y otros (3 de julio).

-Máscara de los Estudiantes de la Compañía. Máscara a “lo faceto” que se decía en “hacinamiento de gracias de la venida del señor virrey…” (7 de julio).

-Auto de la Inquisición (10 de julio).

-Bendición de la iglesia de San Lorenzo con mucha y variada asistencia (11 de julio).

-Dedicación de la iglesia de San Lorenzo (16 de julio).

-Ordenó el arzobispo al hijo del virrey, con corona y grado en medio de júbilo (5 de agosto).

-Altar nuevo, colateral dedicado a Nuestra Señora del perdón, con muy solemne fiesta (5 de agosto).

-Fiesta de San Hipólito (13 de agosto).

-Visita del Sr. Virrey con motivo de “haberse hecho a la vela la flota”, visita a varios conventos, entre música, bailes y regalos (14 de agosto).

-Consagración del arzobispo de Filipinas (4 de septiembre).

-Sermón del obispo de Segovia. Concurrió todo el reino (17 de septiembre).

-Publicaciones y procesión de la devoción del Rosario. Procesión (con) tanto número de gente que no se había visto mayor concurso (2 de octubre).

-Muerte del Sr. Arzobispo Juan de Mañosca. Un día después, embalsamado, acudieron a misa de requiem varias órdenes (12-13 de diciembre).

1651

-Maitines de Reyes. Ocurrió mucha gente de todos estados (5 de enero).

-Honras del señor Arzobispo. Asistió el virrey, audiencia, tribunales, todas las religiones y mucho número de gente (15 de enero).

-Consagración de óleo. Jueves santo (6 de abril).

-Fiesta de la Cruz en el Rastro. Los rastreros celebraron la fiesta con una lucida máscara de indios, misa, simulacros militares. El turco en el remate del castillo. Participación y compañía del virrey a la plaza, donde hubo tres días de toros. Similar aparato, con el “que se alborotó el reino”, tuvo lugar en diciembre del año anterior (7 de mayo).

-Festejo del conde de Alva, acompañado de la nobleza del reino, paseó con notable concurso de gente en bizarros caballos (29 de junio).

-Procesión de sangre para mitigar el colixtle, con rogativa en catedral. (13 de octubre).

-Fiesta de Santa Teresa con asistencia del virrey y audiencia, a más de las religiones (15 de octubre).

-Toros (recoger notas en Guijo, T. I., p. 179-180).

1652

-Fiesta de nuestra Señora de la Concepción. Gran celebración. Procesión, misas, toros y máscaras (23 de enero).

-Iglesia de la Piedad, día de la Purificación de nuestra Señora, apertura de la iglesia, casa y convento a nuestra Señora de la Piedad (acudió a ella todo el reino) (2 de febrero).

-Máscaras. Celebra sus años el virrey con toros, lidiados en el parque (3 de septiembre). (Recoger notas en Guijo, T. I., p. 199-200).

-Muerte de la Condesa Da. Luisa de Albornoz y Legazpi con asistencia “de toda la nobleza del reino” (18 de mayo).

-Venida de la Virgen de los Remedios. Hubo un “grande concurso de gente que le salió a recibir…”. Repique, luminarias, etc. (17 de junio).

-Procesión de la octava de Corpus. Hubo comedia (19 de junio).

-Consagración del señor arzobispo, con asistencia de diversas personalidades (25 de julio).

-Entrada del señor arzobispo, quien fue recibido con arco de colgaduras y acompañado por diversas órdenes religiosas y el pueblo (3 de agosto).

-Entrada del virrey duque de Alburquerque. Arco en forma acostumbrada (15 de agosto).

-Pendón transferido por la dilación de la entrada del virrey (24 de agosto).

-Honras al obispo de la Habana. Túmulo muy honrado, con asistencia del virrey, audiencia y religiones (1° de octubre).

-Juramento de defender la Concepción de Nuestra Señora, celebrada en medio de gran aparato (5 de octubre).

-Entierro y honras del señor arzobispo. Asisten: virrey, audiencia y tribunales. (15 de noviembre).

-Fiesta al Santísimo Sacramento (23 de noviembre).

-Toros (22, 23 y 25 de diciembre).

1654

-Fiesta de la Concepción entre grandes demostraciones de la Real Universidad (17 de enero).

-Máscaras “a lo grave” y a “lo faceto” (29 de enero).

-Cumpleaños del rey en medio de saraos con asistencia mayúscula (8 de abril).

-Dedicación de la Iglesia nueva de la Merced (30 de agosto).

-Salida del Conde de Alva de Lista en medio de gran demostración popular (17 de octubre).

-El suceso de las cuarenta horas (6 de septiembre). (Véase Guijo, T. I., p. 264).

1655

-Fiesta continua del Santísimo Sacramento por todo el año (1° de enero).

-Fiesta de la Concepción de nuestra Señora en la Universidad (20 de enero).

-Anatema (14 de marzo).

-Años del rey (8 de abril).

-Apertura de la iglesia de la Concepción (13 de noviembre).

1656

-Mejoría del virrey (21 de enero).

-Muerte de una negra de la virreina (24 de enero).

-Dedicación de la Catedral (1° de febrero).

-Traída de la Virgen de los Remedios (16 deptiembre).

-Auto particular de inquisición (20 de octubre).

-Fiesta del rey (12 de noviembre).

-Aviso de estar la flota en la Habana (13 de noviembre).

-Rogativa por la flota (2 de diciembre).

1657

-Capilla nueva (19 de julio).

1658

-Parto de nuestra reina (20 de marzo).

-Fiesta al parto de la reina del príncipe Felipe Próspero (28 de abril).

-Mascarada “a lo faceto” (1° de mayo).

-Toros (20, 21 y 22 de mayo).

-Justicia de catorce personas por el pecado de la sodomía (6 de noviembre).

-Celebración de la edad del señor príncipe Próspero (28 de noviembre).

1659

-Fiesta de Corpus (26 de mayo).

-Segundo parto de la reina nuestra señora, infante (13 de julio).

-Entrada del Conde de Baños (16 de septiembre).

-Asistencia del virrey al convento de San Jerónimo (30 de septiembre).

-Pregón del Santo Oficio (1° de octubre).

-Fiestas (desde el 13 de octubre).

-Procesión del Santo Cristo de la Columna (5 de noviembre).

-Procesión del auto general de la fe (18 de noviembre).

-Toros (22 de noviembre).

1661

-Años del rey (8 de abril).

-Traída de Nuestra Señora de los Remedios (14 de junio).

-Segunda octava de la virgen (3 de julio).

-Muerte de una nieta del virrey (11 de agosto).

-Colación de nuestra Señora Copacabana (5 de octubre).

-Apertura de la iglesia de San José de Gracia (26 de noviembre).

1662

-Años de la virreina (25 de mayo).

-Comedia (11 de junio).

-Procesión de la bula de la Concepción (16 de julio).

-Procesión de Nuestra Señora Santa María la Redonda (14 de agosto).

-Procesión de la Concepción en la catedral (2 de septiembre).

-Fiesta de la Concepción en el convento de Santo Domingo (10 de septiembre).

-Fiesta de la Compañía en la Profesa (14 de septiembre)

-Fiesta de la Concepción (17 de septiembre).

-Auto de fe (30 de septiembre).

-Fiesta en San Jerónimo (8 de octubre).

-Fiesta en el Carmen (5 de noviembre).

-Fiesta en Jesús María (5 de noviembre).

-Fiestas reales con toros (7 de noviembre).

-Fiesta de la Merced (19 de noviembre).

-Fiesta de Balvanera (19 de noviembre).

-Fiesta en Santa María la Redonda y fiestas en Santa Catarina Mártir (25 de noviembre).

-Fiesta en el Hospital real de Indios y fiesta de la platería, esta última con toros (8 de diciembre).

-Fiesta en San Bernardo (10 de diciembre).

-Santa Catarina, reedificación y apertura (22 de enero, sic.).

1663

-Traída de la Virgen de los Remedios (26 de junio).

1664

-Auto de fe (4 de mayo).

-Pendón asistido del señor obispo virrey (12-13 de agosto).

-Entrada del virrey en Chapultepec. Hubo toros. (7 de octubre).

-Entrada del de Mancera en el gobierno. Hubo toros (15 de octubre).

-Primera asistencia del virrey en la iglesia de San Lucas (18 de octubre).

-Segunda asistencia, en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen (19 de octubre).

-Edad del príncipe (16 de noviembre).

-Asistencia del virrey a Catedral. Fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora (9 de noviembre).

-Entrada del señor arzobispo Cuevas (10 de noviembre).

-Posesión del señor arzobispo (15 de noviembre).

(Hasta aquí Gregorio Martín de Guijo).

ANTONIO DE ROBLES (1665 – 1703).[2]

1665

-Entierro Del señor arzobispo (4 de septiembre).

-Dedicación de la iglesia de Jesús Nazareno (11 de octubre).

-Vísperas y oración fúnebre del señor arzobispo (25 de octubre).

1667

-Venida de nuestra Señora de los Remedios (11 de mayo).

-Novenario a nuestra señora (12 de mayo).

-Beatificación de San Pedro Arbúes. Fuegos en la plazuela y toros (17 de septiembre).

-Remate de las bóvedas de catedral con muchas fiestas (22 de diciembre).

1668

-Auto de la fe de Santo Domingo (3 de febrero).

-Venida de nuestra señora de los Remedios (13 de junio).

-Beatificación de Santa Rosa del Perú (12 de febrero en Perú).

1669

-Fiestas del pendón (12 y 13 de agosto).

-Fuegos, luminarias, máscaras de 84 caballeros y toros (2 de septiembre).

1670

-Años del rey nuestro señor D. Carlos II (6 de noviembre).

-Recibimiento del señor arzobispo (8 de diciembre).

-Azotados por el santo oficio (9 de diciembre).

1671

-Dedicación de la iglesia de Balvanera (7 de diciembre).

-Anuncio de la publicación de la beatificación de Santa Rosa del Perú (1°-12 de marzo).

1672

-Fiestas de canonización de San Francisco de Borja (25 de enero y 14 de febrero).

-Máscara (7 de febrero)

-Ahorcado (14 de mayo).

-Fiesta a Santa Rosa de Viterbo (4 de septiembre).

1673

-Casamiento de la hija del virrey (28 de mayo).

-Dedicación de la iglesia de las capuchinas (10 de junio).

-Siete hombres quemados por sodomitas (13 de noviembre)

-Entrada del duque de Veraguas a Chapultepec (16 de noviembre).

-Entrada del virrey a la ciudad de México (8 de diciembre).

1674

-Celebración de los años del rey, comenzaron con los toros (7 de noviembre).

1675

-Dedicación de San Cosme (13 de enero).

-La Universidad celebra la fiesta a la Purísima Concepción de nuestra Señora con comedias y torneo a lo “faceto” (27 de enero).

-Máscara ridícula (6 de febrero).

-Torneo y toros por fiesta de la Universidad (8 de febrero).

-Día de Corpus (13 de junio).

-Entrada del visitador de San Agustín (10 de octubre).

-Años del rey con comedia en palacio (6 de noviembre).

-Toros a los años del rey (11, 19 y 20 de noviembre).

1676

-Se pregona se bata moneda de oro y de que saliesen todos los ministros de la Casa de la Moneda a caballo; hubo muchos arcos y atabales (23 de mayo).

-Toros por la entrada del rey en el gobierno (6-21 noviembre).

-Máscara de caballeros (25 de noviembre).

-Fiesta de los gremios por la entrada de S. M. al gobierno ( 8 de diciembre).

1677

-Carreras de caballos en San Sebastián (20 de enero).

-Fiesta de la Universidad (24 de enero).

-Fiesta del rey en Tacuba; cañas y toros (25 de enero).

-Fiesta, sermón y comedia (9 de agosto).

1678

-Auto del Santo Oficio (20 de marzo)

-Azotados (22 de marzo).

-Venida duodécima de Nuestra Señora de los Remedios (30 de mayo).

-Octava de Corpus (16 de junio).

-Vuelta de nuestra Señora de los Remedios (19 de junio).

-Procesión al hospital (¿de indios?) con muchos fuegos, loas y estandartes (8 de octubre).

-Toros (22, 23 y 24 de noviembre).

-Toros (4, 5 y 6 de diciembre).

-Primera piedra de Santa Teresa (8 de diciembre).

1679

-Carrera de 8 caballeros delante del balcón de Palacio (27 de junio).

-Toros y maroma (11 de diciembre).

-Toros. Uno en zancos, toreó. (13 y 14 de diciembre).

1680

-Dedicación nueva capilla de Nuestra Señora de Loreto (5 de enero)

-Día de la Epifanía, misa, sermón y mucho concurso (6 de enero).

-Dedicación en San Felipe Neri de una colateral (29 de enero).

-Fiesta de la Universidad (18 de febrero).

-Fuegos, hachas, luminarias (5 de abril)

-Fiesta en San Agustín (28 de agosto).

1682

-Toros (11 de enero)

-Certamen de la Real Universidad (18 de enero)

-Fiesta de las escuelas (25 de enero)

-Día de Corpus (8 de mayo)

-Fiesta del rey (29 de noviembre).

1683

-Fiesta de la Universidad (21 de febrero)

-Años de la reina (21 de abril)

-El Corpus (17 de junio)

-Bautismo del hijo del virrey (14 de julio)

Víctor o toma de grado de un bachiller (22 de julio)

-Entrada del arzobispo (4 de octubre)

-Fuegos de la cruzada y sarao con asistencia de los virreyes (28 de noviembre).

-Toros en el Volador (2, 9, 13, 23, 28 y 30 de diciembre).

1684

-Toros en la plazuela de la Trinidad. Cañas y máscaras (segunda quincena de junio).

-Los años del hijo del virrey (5 de julio).

-Años del rey (6 de noviembre).

1685

-Fiesta de Nuestra Señora de la Concepción en la Universidad (13 de mayo).

-Venida de nuestra Señora de los Remedios (2 de junio).

-Bendición de la cruz para la nueva iglesia de San Bernardo (23 de junio).

1686

-Fiesta en la real Universidad de la Limpia Concepción de Nuestra Señora (3 de febrero).

-Toros en Chapultepec (11 de noviembre).

-Asiste el virrey a la fiesta de los Betlemitas (27 de diciembre).

1687

-Acto de la Universidad al Virrey (21 de enero).

1688

-Años del virrey. Hubo cadenas y comedia (6 de enero).

-Auto en Santo Domingo (8 de febrero).

-Fiesta de nuestro padre San Pedro (11 de julio).

-Toros y moros y cristianos en la plazuela de Jesús Nazareno, a la celebración de la cruz (5 de octubre).

-Entrada del virrey en público (4 de diciembre).

-Fiesta de Jesús Nazareno, por la dedicación de iglesia nueva (7 de diciembre).

-Fiesta de Jesús Nazareno (8 de diciembre).

-Fiesta de la congregación de San Pedro en la dedicación de la iglesia de Jesús Nazareno (15 de diciembre).

-Años de la reina (22 de diciembre).

1689

-Fiestas de la Cruz de la Trinidad. Se lidiaron toros en la plazuela de la Santísima Trinidad (24 y 25 de enero).

-Toros en San Pablo y moros y cristianos (10 de mayo).

-Elección de rector de la cofradía del Santísimo Sacramento (2 de julio).

-Toros en la casa del conde de Santiago (11-14 de julio).

-Repetición del hijo de D. Diego Franco (16 de agosto).

-Fuegos de la cruzada de noche (26 de noviembre).

1690

-Azotado (21 de febrero)

-Auto en Santo Domingo (5 de marzo)

-Azotado (6 de marzo)

-Fiesta de la Santísima Trinidad (21 de mayo).

-Fiesta de Corpus Christi (25 de mayo).

-Toros en el parque de Palacio con tablados (14-15 de junio).

-Toros (19 de junio).

-Fiesta de la congregación de San Pedro en la Octava de la dedicación de San Bernardo (2 de julio).

-Fiesta de la Trinidad (9 de julio).

-Fiesta de San Bernardo (20 de agosto).

-Fiesta en el hospital de Jesús Nazareno (8 de octubre).

1691

-Bandera arbolada para China (11 de enero).

Víctor del Dr. D. Juan de Brisuela (4 de febrero).

-Matrimonio de la Condesa de Santiago (2 de mayo).

-Máscara curiosa (9 de mayo).

-Máscara de los plateros (10 de mayo).

-Máscara del conde de Santiago (11 de mayo).

-Toros, cañas –de los de Amozoc-, con castillo y tienda de campo, en el Volador (28-31 de mayo).

1692

-Fiesta de Nuestra Señora de los Remedios (10 de agosto).

-Procesión de sangre de San Sebastián (30 de septiembre).

-Fiesta de la limpia Concepción de nuestra Señora (7 de diciembre).

-Pregón de la canonización de San Juan de Dios (8 de diciembre).

1693

-Certamen en San Agustín (18 de enero).

1694

-Paseo para la borla en Teología del Dr. D. Manuel Mendrice (23 de agosto).

-Fuegos y luminarias en la calle de Tacuba (7 de diciembre).

1695

-Años del virrey (11 de enero).

-Visita de los virreyes a la Santísima Trinidad, donde hubo comedia (31 de enero).

-Ida de la Virgen de los Remedios (7 de marzo).

-Fiesta de la Merced (30 de octubre).

-Años del rey (6 de noviembre).

-Toros en Chapultepec (15 de noviembre).

1696

-Auto en Santo Domingo (15 de enero).

-Azotados (16 de enero).

-Fiesta de San Juan Sahagún (13 de febrero).

-Entrada del virrey (27 de febrero).

-Lutos por la muerte de la reina (30 de octubre).

-Honra de la reina en Catedral (24 de noviembre).

-Honra de la reina en Santo Domingo (10 de diciembre).

-Procesión del Santo Cristo de la Columna (13 de diciembre).

1697

-Entrada del conde de Moctezuma por virrey (2 de febrero).

-Fiesta de los betlemitas en la Catedral (10 de febrero).

-Ahorcados (21 de febrero).

-Honras de la reina en Jesús María (9 de marzo).

-Ahorcados (14 de marzo).

-Ahorcados (29 de abril).

1698

-Honras del señor arzobispo (2 de septiembre).

1699

-Azotados (18 de febrero)

-Fiesta de corte (14 de mayo)

-Auto de la fe (14 de junio).

1700

-Luminarias y fuegos (20 de octubre).

-Canonización de San Juan de Dios en la ciudad de México (16-30 octubre).

-Toros que hubo en aquellos días de la canonización.

-Máscara (6 de noviembre).

-Máscara de niños (7 de noviembre).

-Toros por las fiestas de San Juan de Dios, en la plaza de San Diego (15 de noviembre).

-Toros a mañana y tarde (16 de noviembre).

-Mulata sentada como hombre, toreó a caballo (17 de noviembre).

-Toro de once (24 de noviembre).

-Toros (13-15 de diciembre).

1701

-Fiesta en Santiago Tlatelolco. Asistió el virrey (16 de enero).

-Pregón de luto por el rey Carlos II (16 de marzo).

-Tarasca nueva de siete cabezas que anduvo dentro de la Catedral (26 de mayo).

-Auto en el Santo Oficio (22 de julio).

-Toros por el virreinato del señor arzobispo en la plazuela de San Diego (13-15 de diciembre).

1702

-Recepción del palio por el señor arzobispo (6 de enero).

-Toros en San Diego (23-25 de enero).

-Posesión del virreinato (27 de noviembre).

-Toros en Chapultepec (28 de noviembre).

-Toros en Chapultepec (2-3 de diciembre).

-Fiesta de la Concepción en la Universidad con máscara ridícula. (10 de diciembre).

1703

-Auto del Santo Oficio (18 de mayo).

-Arribo de ocho salteadores negros y mulatos (…) acompañados de mucha gente (31 de mayo).

-Vuelta de los virreyes a la ciudad. Toros (4-6 de junio).

-Toros de los virreyes a la ciudad. Toros. (4-6 de junio).

-Toros que se jugaron en Chapultepec a los años de la señora virreina (25 de junio).

-Fiesta de San Ignacio de Loyola en la casa Profesa con gran solemnidad (21 de julio).

-Toros en Chapultepec, en honor de los años dela hija de los señores virreyes (30 de julio-1° de agosto).

-Toros en Chapultepec a los años del señor virrey. Carreras de los de Toluca, que vinieron a celebrarle los años con dichos toros y juegos de cañas y alcancías. (9 de noviembre).

-Toros en Chapultepec (10 de noviembre). (297 acontecimientos).

Sergio Carrillo Escobar: Historia de un corazón. México, Gobierno del Distrito Federal, 1999. Este libro fue editado, entre otros propósitos para los niños. En tan interesante como lucida obra, se “fomentan la vivencia de la historia a partir de una serie de imágenes que muestran los cambios del Zócalo de México a lo largo de seis siglos, desde la fundación de Tenochtitlan, hasta el terremoto de 1985”. (Datos obtenidos en internet, agosto 27, 2017 en: http://www.ibero.mx/exalumnos/pdf/boletin_31_otono_2005.pdf).

II

   Lo anterior viene a confirmar las puntuales apreciaciones hechas por la Doctora Dolores Bravo Arriaga, quien dictó la conferencia “Fiesta pública y escenificación del poder”, dentro del marco del ciclo denominado ARTE Y CULTURA COLONIAL: EL APARATO FESTIVO.

   El tema, que cuenta con importante sustancia, dio motivo a las presentes notas.

   Fiesta que depende del poder o la autoridad: fiesta oficial. No hubiera sido posible el mundo hispano de no haberlo heredado por el sentido de las fiestas oficiales que organizó el poder. La celebración barroca está ligada al poder. La fiesta se ubica en un ámbito urbano, detenta y proyecta a los ciudadanos los símbolos del poder. Arzobispo y virrey en la Nueva España eran la máxima potestad. Al poder le interesa por lo tanto que sus grandes símbolos estén representados ante el gran público, el pueblo. Participan representantes de los diversos estamentos. Fiestas civiles y religiosas, en estos el poder encuentra su afianzamiento. Las fiestas tienen un tiempo que se debe –entre otras razones-, al calendario litúrgico que con su contexto se establecía un orden para la celebración de la fiesta misma, rompiendo la “tranquilidad” del devenir de la capital novohispana. En templos, parroquias se celebraban las fiestas de sus patronos (con novenarios, procesiones o luminarias). Si había dedicación del templo, la dimensión de fiestas era similar.

   Fiestas civiles, paseos del pendón, mascaradas. Los espacios: atrios de las iglesias, plazas públicas, la plaza mayor como centro simbólico, escenario primordial de las acciones festivas. Las fiestas entonces celebradas eran catárticas en medio de liberación, emociones, donde coincidían las clases sociales, estratégicamente repartidas a lo largo y ancho del espacio de celebración.

   Al poder novohispano, ¿qué le interesa poner en escena?

   Con las relaciones de fiestas tenemos constancia de aquellas celebraciones donde se podían conocer la doble cara, tanto en sucesos alegres como desafortunados. Ante dos máscaras -Demócrito y Heráclito- se admiraba la población novohispana. En la Universidad, al doctorarse algún estudiante de teología –por ejemplo-, esto daba motivo para organizar una fiesta, como afianzamiento también de su poder. Canonizaciones de santos, dedicaciones de templos (obras terminadas), la más importante de ellas fue, desde luego, la de la Catedral Metropolitana en 1667.

   La beatificación de Santa Rosa de Lima, es una de las fiestas majestuosas celebradas donde los indios y criollos la hicieron y la tomaron como suya.

   Suntuosidad, riqueza de procesiones, con que se adornaban las imágenes. Fiestas presididas por los altos representantes de la autoridad civil y religiosa. Canonización de San Juan de Dios –en 1700-, que incluye paseo del pendón, lo que significaba el nacimiento de la Nueva España, fiesta la mayor que se hacía en México, según opinión de Gemelli Carreri.

   El esplendor de la fiesta barroca le debe mucho la pugna con las sectas luteranas, debido a que son las que establecen la diferencia entre reforma y contrarreforma. Autos sacramentales, procesiones, carros alegóricos, tarascas, máscaras o mascaradas (a lo grave o serio, o a lo “faceto”). Todas ellas eran en consecuencia, una profunda emoción que penetraba por los sentidos.

   Las mascaradas encarnaban la realidad, como mundo, como escenario del tiempo. El barroco, como arte, va a permitir todos los contrastes.

   También es de tomarse en cuenta las despedidas que se dieron a determinados personajes de la vida política o religiosa, como fue el caso de la de Fray Payo Enríquez de Rivera, en la cual se hicieron fiestas para evocar su alejamiento de la ciudad.

   Autos de fe, puestos en escena por la Inquisición eran otro motivo de concentración pública, a pesar de su imagen macabra. Hasta aquí los apuntes derivados de la conferencia de la Dra. Bravo Arriaga.

   El balance hecho a las obras de dos diaristas fundamentales como Gregorio Martín de Guijo y Antonio de Robles, nos dan una idea más que precisa sobre el comportamiento de las diversas actividades citadinas que no se reducen a la sola fiesta o celebración. También están presentes una importante cantidad de acontecimientos de índole variada, capaces todas ellas de poseer un poder de convocatoria suficiente para reunir de manera colectiva o multitudinaria a los habitantes de una ciudad como la capital del reino de la Nueva España.

   Los patrones de comportamiento que hemos visto a lo largo de 55 años son suficiente materia de estudio para comprender la patología citadina que se enteraba entre repiques de campana, pregones, desfiles, arcos triunfales, recepciones de virreyes y otras autoridades, nupcias reales, nacimientos de infantes, fallecimiento de monarcas, autos de fe y otros, de situaciones extraordinarias las cuales se convertían en concentraciones populares que atestiguaban “con sus propios ojos” la diversa situación a la que fueron convocados. De ahí que la vida cotidiana en la Nueva España no estaba reducida al solo influjo de la fiesta. También se unieron a este catálogo otras tantas conmemoraciones como las ya revisadas en las obras de Guijo y Robles. En algunos años los índices aumentaban o disminuían en función del acontecimiento ocurrido. Pero por ningún motivo fueron épocas en reposo o perdidas en el oscurantismo de la ausencia de datos. Estos existen por fortuna, y sólo hay que tenerlos como referencia para efectuar un balance desde diversas perspectivas.

   Como se ve, la Nueva España entre los años de 1648 a 1703. Y luego, como ocurrirá bajo el registro de otras fuentes documentales como la “Gaceta de México”, nos dan un rico panorama de posibilidades sobre los diversos detonantes que inquietaron a una ciudad siempre dinámica. No podemos olvidar toda la gama de motivos de carácter religioso como las movilizaciones de imágenes: la virgen de los Remedios, la virgen de Santa María la Redonda, las procesiones de sangre y otros que sirvieron como paliativo a sequías o inundaciones. Incluso, para encontrar una pronta solución a las epidemias o enfermedades constantes que azotaban este gran centro urbano que, una vez más, nos vuelve a declarar la intensidad en que vivía.

   Entre aquellos tiempos y los nuestros han cambiado muchas cosas, es cierto. Sin embargo, todavía existen un buen conjunto de elementos que funcionan en franca continuidad de lo que eran en el periodo virreinal. Es cierto, ya no existe la inquisición, ni los virreyes. Tampoco se acostumbran ya los arcos triunfales, pero en asuntos religiosos o taurinos, por ejemplo, todavía se perciben muchas semejanzas donde ha cambiado la forma, el fondo permanece casi intacto. El calendario religioso marca pautas, eso sí, cada vez en menor medida, pero se conservan fiestas consideras como “claves”. Allí están la de la Candelaria, la del Corpus, la del 12 de diciembre, la fiesta de la cruz, celebrada con todo boato hoy día por albañiles y personas de la construcción en su conjunto, entre otras.

   El velo de un pasado se mantiene, menos contundente que en épocas como las de los siglos virreinales. Sin embargo, esa Fiesta pública y escenificación del poder planteada en su conferencia por la Dra. Dolores Bravo se mantienen intensas bajo otras condiciones, pero sin deslindarse de su principio original.


[1] Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65).

[2] Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32).

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IMPUGNACIONES A PONCIANO DÍAZ Y A FELIPE HERNÁNDEZ.

MINIATURAS TAURINAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Para 1896, Ponciano Díaz y Felipe Hernández seguían dando, lo que, en la jerga popular son “patadas de ahogado”, y más aún, en momentos donde el deslumbramiento de la tauromaquia de a pie, traída por diestros españoles como Luis Mazzantini, Diego Prieto “Cuatro dedos”, Juan León “El Mestizo”, Juan Moreno “El Americano”, José Machío y otro interesante y compacto grupo de lidiadores, estaba apoderándose de todos los rincones taurinos del país. Fue por eso que El Toreo Ilustrado, año I, Nº 14, del 24 de febrero de 1896, lanzó tremenda crítica a ambos espadas nacionales en estos términos:

Ponciano Díaz. Plaza de Toros de Toluca. 23 de febrero de 1896 alternó con Felipe Hernández. 2 de Atenco y 3 de desecho de Cieneguilla y El Fresno.

     Los matadores (!!!) de Poncianillo, el que alterna con el panzón de Felipe Hernández, (muy señor mío y conocido en su casa), ni se puede decir nada de él ni esperar que hiciera algo bueno. Sin igualar, sin liar y al estilo del país bajonazos y mete y sacas.

¿Acaso será la figura de Felipe Hernández? Imagen de un cartel de la época.

   Ambos torean en la plaza de Toluca, uno de los últimos bastiones defendidos por Ponciano Díaz en franca decadencia, que se hizo acompañar aquella tarde del 23 de febrero por Felipe Hernández, hijo de Tomás Hernández “El Brujo”, hábil y famoso vaquero de la hacienda de Atenco, que en su momento de mayor control, fue causante de diversos escándalos, rencillas y luchas por el poder y control en cuanto al cuidado del ganado se refiere.

   Felipe Hernández, seguramente pudo haberse comparado con Luis Mazzantini, dueños de una no muy grata figura, pero que con todo y eso eran aceptados por los aficionados. Lo que ya no acepta la prensa es que Ponciano y Felipe sigan en su plan de no igualar, no liar y matar a bajonazos y mete y sacas a los pocos enemigos que les quedan por enfrentar.

   Los tiempos ya cambiaron…

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LA FILOXERA DE LA AFICIÓN.

MINIATURAS TAURINAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   El Toreo Ilustrado, año I, Nº 1, del 18 de noviembre de 1895:

Biblioteca “Miguel Lerdo de Tejada”. Col. Fondo Reservado.

La filoxera de la afición.

     La evolución está hecha y la verdad se impone, pese a unos cuantos que todavía quedan, como quedan algunas tardes nubladas cuando se aleja el estío.

     Dura fue la campaña y tenaz la fatiga; pero al fin, el progreso se ha impuesto, y aunque todavía se queman algunos cartuchos en defensa de lo atrasado, de lo malo y de lo nocivo, aunque todavía hay unos cuantos desbandados que pregonan la falsedad en el arte, y con esta bandera tratan de sofocar el gusto de la afición, ya no hay temor de que sus ideales se impongan, ni esperanza de que sus absurdos se realicen.

     El único y tenaz enemigo que hoy tiene la afición en México, es el antiguo espada y novel empresario Ponciano Díaz.

   El solamente es la filoxera que ataca a la afición, ya contraviniendo el Reglamento, ya alterándolo, ya no obedeciéndolo. El, y solo él, es quien por ahora procura sostener por fuerza o de grado las prácticas antiguas: todo lo que se ha hecho ha sido arrancándoselo con esfuerzos inauditos, obligándolo a entrar por fuerza en las prácticas modernas, en las formalidades que debe tener la reina de las diversiones.

   Si Ponciano Díaz, desechando como ropa infecta, las necias preocupaciones que a todo trapo quiere sostener; si desoyendo los malos consejos de los pocos adeptos que lo desvían, y si, en fin, comprendiendo sus intereses, procurara entrar por la vía que la experiencia le marca, se adaptara al Reglamento, y dando gusto a la afición en todo y por todo, sacrificara sus rancias ideas, Ponciano Díaz alcanzaría un altísimo grado de estimación, volvería a su popularidad, ganaría dinero y entonces sí que podría decir lleno de orgullo:

   -No fui el rutinero obstinado que se empeñó en cocear contra el aguijón; fui el hombre racional que hice cuanto pude por el progreso del arte que me ha dado personalidad.

   No sabemos cuál sea el temperamento de Ponciano Díaz; pero la experiencia nos obliga a prejuzgar y ese prejuicio es pésimo para él, y como creemos que la experiencia adquirida a costa de tanta contrariedad es fundada, no insistiremos en ministrarle consejo que ha de rehusar abiertamente, pero tampoco hemos de ceder en la lucha.

   Sépalo de una vez el Empresario de Bucareli: siempre que entre al cartabón y se ajuste al Reglamento; siempre que vea por los intereses de la afición a la par que por sus propios intereses, Ponciano Díaz nos tendrá a su lado en todo y por todo, seremos sus principales adictos; pero siempre que como hasta aquí, el antiguo torero procure barrenar la ley, torcer el cauce del progreso y quiera que volvamos al año de 1860, hemos de estar frente a él, señalaremos con claridad sus abusos, condenaremos sus desvíos y reprenderemos su conducta con toda la energía que tenemos probada, rechazando abiertamente sus procederes.

   Escoja, pues, el discípulo de Gaviño: venimos con la guerra a un lado y la paz en el otro: a él toca decidir.

TRESPICOS.

   Los tiempos han cambiado. A propósito dejé que esta “miniatura” abriera con lo que El Toreo Ilustrado decía de Ponciano Díaz en 1895, pero es que esa “verdad” (tan subjetiva siempre) ya impuesta, la del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna se encontraba para entonces perfectamente asentada.

   Como en toda nueva manifestación del arte, siempre va a ver reacios, seres humanos que difícilmente acepten y reconozcan la llegada de un amanecer distinto, al que sus noches eternas se acostumbraron. Y es cierto, “Dura fue la campaña y tenaz la fatiga…” Desplazar los viejos esquemas, hacer a un lado lo que definitivamente estorba, levantar todas las piedras del camino, no fue nada fácil, porque hubo quien todavía declarara como “nocivo y falso” aquel horizonte que dejaba mirar las primeras luces de su esplendor.

   Y es que, en este caso, hubo un enemigo declarado a los ojos de El Toreo Ilustrado, que no quiso aceptar ninguna de las condiciones establecidas. Ese personaje era el famoso torero de a pie y a caballo Ponciano Díaz, a quien encontramos activo en los últimos años de una carrera que en esos momentos es descendente, se aferra a lo que para él significaba su vida. No es posible que polarice su situación entendiendo que había sido un hombre nacido y creado en el campo, y que esta fuente de la que brotaron infinidad de circunstancias, que a su vez fueron a depositarse en las plazas, y de estas se registraba una especie de regreso, o lo que, en otras palabras podemos entender como una dialéctica, un diálogo permanente; donde los diferentes valores de esa tauromaquia nacionalista tuvo épocas de verdadero esplendor, pero que llegó un momento en que su estado de madurez convocaba al siguiente nivel que ya no se registró. En todo caso, aparecieron aquellas otras condiciones que avasallaron y llenaron el escenario de otras tantas posibilidades, todas ellas novedosas, con un contenido y una sustancia que venía a darle al toreo en México otro carácter.

   De ese modo, se apoderó del control y de los destinos el considerado toreo de a pie, a la usanza española y, lo que es muy importante destacar, en versión moderna.

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MÁS SOBRE EL “ECLIPSE”…

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Así se observó el eclipse al norte de México. Fotografía tomada de internet.

   Hace dos días ocurrió aunque en forma parcial, un eclipse de sol, acontecimiento que evidentemente produjo una natural capacidad de asombro entre quienes lo observamos. Tal circunstancia, de inmediato me llevó a buscar entre las curiosidades algo relacionado con este hecho y lo taurino en el pasado… y encontré los siguientes datos que ahora comparto con ustedes.

   El Tiempo, del 7 de marzo de 1886, p. 1 nos recuerda algo sobre

EL ECLIPSE. CIUDAD DE MÉXICO, D.F. Una nube entrometida cubrió la tarde del viernes pasado (5 de marzo de 1886) el globo del sol, en los momentos en que principiaba a verse el fenómeno de su conjunción con la luna.

   Un momento pudo verse el eclipse, cuando ya llegaba a su máximum; pero fue de poca duración ocultándolo de nuevo la nube.

   En cambio, se veían agitarse en las azoteas y observatorios de esta capital, y por todos los rumbos, hasta en las más lejanas perspectivas, multitud de gentes armadas con anteojos y vidrios de colores.

   Un eclipse total de sol tuvo lugar a principio de este siglo, siendo visible en esta capital. La oscuridad fue total en los momentos mismos en que se lidiaban toros en la plaza de San Pablo. Las gentes estaban atemorizadas.

   Viéronse lucir las estrellas como si fuera de noche y los gallos entonaron un coro general en toda la capital, secundados por los ladridos de incontables perros.

   Pues bien, la primera gran duda que genera tal remembranza es dar con la fecha de aquel acontecimiento celestial. Todo parece indicar que el fenómeno sucedió la tarde del 21 de febrero de 1803, tal cual lo recuerdan las páginas de la Gaceta de México, publicadas el 11 de marzo siguiente.

   Ese 21 de febrero de 1803 fue lunes según lo revela un gran “calendario” cuya información va de 1821 al 2080, el cual me es muy útil. Así que, día lunes, hora en que llegó a “eclipsar enteramente”, 3 y 58 m. Y sigue el apunte: “Se demoró en la tiniebla dicho eclipse 4 minutos en cuyo tiempo se dejaron ver las estrellas de primera y segunda magnitud. Comenzó a observarse la emersión a las 4 y 2 m. quedando el Sol libre absolutamente de la sombra a las 5 y 4 minutos”.

   Por supuesto todo lo anterior ocurrió en dichas horas de la tarde, y aunque no tuvo las magnitudes del ocurrido el 23 de agosto de 1691 y que detalla Carlos de Sigüenza y Góngora, “Fue el nuestro de la mitad de aquel en el tiempo de la mayor obscuridad; pero fue esta tal, que quedaron las calles como antes de que amanezca, y en las casas fueron necesarias luces artificiales para distinguir los objetos y seguir sus maniobras”.

   Un nuevo y espectacular eclipse total de sol ocurrió hasta el 12 de febrero de 1831.

   Todos estos datos son importantes pues nos indican que el 21 de febrero de 1803, además del gran acontecimiento, hubo toros. En aquellos años primeros del siglo XIX era común la celebración de espectáculos entre semana, lo que no necesariamente indica que se ajustaran al día domingo, pues la organización de ciertas temporadas, sobre todo en apego a fechas religiosas, significaba armar un bloque de festejos que se daban de lunes a viernes, salvo casos específicos, como lo indica un “Aviso al Público” del 16 de diciembre de 1815 el cual señala:

   “Las corridas se celebrarán por las tardes, comenzando después del despejo, a las tres y media en los meses de Invierno, y a las cuatro en los de Primavera, excusándose las de las mañanas para que no tengan tanta distracción los Artesanos y demás, sino que aprovechándolas con afanar su trabajo, puedan lograr la diversión sin desatender los talleres, con cuyo objeto igualmente está dispuesto que sean los días de fiesta, a excepción de las festividades más solemnes, y Lunes de cada Semana, cuando no haya necesidad de mudar la tarde, o de aumentar otra en la Semana; en el concepto, de que las de días de fiestas se lidiarán Toros despuntados como en Jamaica, Plaza de D. Toribio y Palenque de Gallos, porque no están permitidos los puntales, y las tardes de días de trabajo serán puntales”.

   Lamentablemente no tengo más información que esta, la cual no necesariamente podría ser la que corresponda o coincida con los hechos del eclipse del mes de febrero de 1803. Sin embargo, el día en que ocurrió, así como por la hora del mismo; y ateniéndome a lo que el Reporter anotaba en El Tiempo, por ahora todo podría inclinarse a la confirmación del asunto.

   Alguna duda que queda de todo lo anterior es que en la propia nota de El Tiempo su autor refiere a la plaza de toros de San Pablo, que de hecho estaba en pie por entonces. Sin embargo, al localizar otro registro periodístico de la época, se puede entender que además de la de San Pablo, funcionaba la del Volador, plaza en la que se presentaban los espectáculos de mayor ostentación. Digo lo anterior, pues aquella fue una época en que se solían presentar grandes puestas en escena, y ello significaba ensayar en espacios previos, como vino a ocurrir también con la plazuela de los Pelos o la del Baratillo. Pero también con otra ubicada en el Paseo nombrado de Bucareli, de ahí que pueda suponerse que en el ensayo correspondiente al día 21 de febrero de 1803, previo al de los grandes festejos por ocurridos en el Volador también hayan ocurrido los hechos en que el eclipse se convirtió en telón de fondo. Veamos qué dice la Gaceta de México del 11 de marzo festejos, los más inmediatos al 12 de febrero:

Estando determinado por S.M. se celebre el ingreso al Gobierno de los Exmos. Señores Virreyes con corridas de Toros, se verificaron las correspondientes al que hoy con tanto acierto nos gobierna en los seis días de trabajo de la semana anterior a las Carnestolendas y en los dos últimos de ellas, no habiéndose verificado desgracia de consideración.

   A el efecto se construyó una hermosa Plaza en la nombrada del Volador de uniforme perspectiva, se eligieron Toreros y ganados de los más acreditados, y se hicieron en tiempo oportuno los ensayos acostumbrados en otra plaza hacia el Paseo nombrado de Bucareli.

   Total, ¿San Pablo, el Volador o el Paseo de Bucareli?

   Cosas veredes.

 

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UNA TEMPORADA TARDÍA EN PUERTA.

   La empresa que regentea la plaza de toros «México» ha anunciado las novilladas, que llegan como una bocanada de aire fresco, aunque es de notar que sólo pretende cumplir con los 12 festejos de rigor, con objeto de que se celebre de la temporada grande 2017-2018.

   Sin embargo, es poca cosa ese número de tardes, si vemos con detalle información como de la que nos provee el portal «AltoroMéxico.com», véase la liga: http://altoromexico.com/index.php?acc=escalafon.

   Allí están incluidos 90 jóvenes o aspirantes, que ya es una buena cantidad, pero que en el balance de sus actuaciones en lo que va del año, solo hay cuatro que rebasan los 10 festejos, en tanto que el resto refleja una escasa dinámica que únicamente puede crecer en la medida de que se les den más oportunidades. Por tanto, esta temporada en la capital del país tendría que ser tan notable como para crear la caja de resonancia que se complementa en la provincia mexicana, de acuerdo a ciertos esquemas convencionales que, en nuestros días parece ser que ya no funcionan.

   A estas alturas del año, y en otras circunstancias, esa misma temporada, cuyo inicio hubiese ocurrido al menos dos o tres meses atrás, tendría otro balance, quizá el necesario para comprender o valorar las capacidades o limitaciones de los muchachos que aspiran llegar a convertirse en figuras del toreo. Lamentablemente la mentalidad de esta empresa es cumplir el requisito pero no otra serie de condiciones que quizá podrían mejorar el estado de cosas que prevalece en el país con respecto a la cosa taurina.

   Es obligación de dicha empresa el cumplimiento de ciertos compromisos que hasta ahora, en términos de balance no ha obtenido desde la temporada anterior, y donde tomaron las riendas del control en la capital. Quizá se trate de entender que el desarrollo de un serial no es suficiente con ese número tan justo, sino que necesita de más y más tardes donde se incentive y estimule el capítulo novilleril que tanto anhelamos los aficionados. A 35 años vista después del último gran episodio que protagonizaron Valente Arellano, Ernesto Belmont y «Manolo» Mejía, el cual se convirtió en referencia y modelo a seguir, no hemos vuelto a admirar la consagración de otros novilleros, sobre todo a ese nivel, estadio que se necesita para que una plaza como la «México» se convierta nuevamente en el espacio donde puedan acudir por miles no solo aficionados, sino todos aquellos otros sectores de interesados o curiosos con intención de comprobar, tal cual ocurrieron entre 1982  y 1983, aquellas históricas jornadas.

   Sin embargo, y ya sin el beneficio de la duda que concedimos hace un año a dicha empresa, esperamos un resultado satisfactorio. En sus afanes de «Soñadores de gloria», han programado ya once de los doce festejos (dejando el último para los triunfadores). Destacan dos de ellos a celebrarse los sábados 9 y 30 de septiembre a las 12:30 horas, que no son, de acuerdo a la costumbre buenas fechas. Sin embargo se verá como responde el público ante días y horarios nada convencionales. Llama la atención que el sábado 30 serán lidiados en el coso de Insurgentes 6 ejemplares de Zacatepec, ganadería tlaxcalteca que el año pasado se convirtió, al menos desde mi punto de vista, en lo más notable de la temporada. Esperemos ratifiquen su historial una vez más.

   Como aficionado no aplaudo la noticia. Ya era algo esperado desde hace meses y forjar novilleros no es de la noche a la mañana. Toma tiempo, necesitan de gente que los conduzca con acierto, mucha voz desde el callejón, opiniones que los pulan y cuestionen sus actuaciones al punto de que ellos mismos generen la autocrítica consciente y honesta, antes de caer en el error de que, por comentarios equivocados, sientan incluso que son más que «Manolete! y «Armillita» juntos. Pero sobre todo, necesitan oportunidades, aquellas en las que una tarde sí y otra también estén ahí, dejándose ver, hasta el punto de que se comience a hablar de ellos y que por tanto, se les vea como posibles continuadores por y para una tauromaquia que, como la mexicana, necesita renovarse.

   Que se mantienen los mismos precios, es lo de menos. Que se llenen los tendidos o que se registren mejores entradas es el quid del asunto, pues ello será el reflejo de importancia que adquiera la temporada. Recuerdo entradas muy malas hace un año, pero es que aquello también era un síntoma que acumulaba la falta de una publicidad apropiada, la presentación de jóvenes con apenas el mínimo de un bagaje con que llegar dignamente a la plaza más importante del país, lo cual trajo como consecuencia un final no mediano; mediocre.

   Entiendo también, y creo que es el sentir de muchos aficionados, el esfuerzo que implica este nuevo compromiso. Pues bien, hay que hacerlo pensando en resultados notables y no en «poquita cosa». Es una buena oportunidad para que se demuestren como están trabajando empresa, ganaderos, autoridades, medios de comunicación, toreros, cuadrillas y demás personajes protagónicos en pro de un espectáculo por el que hay que trabajar a su favor en forma contundente. La labor a nivel municipal o estatal que ya ha conseguido el Vo.Bo. para que la tauromaquia sea un patrimonio cultural no significa colgar la medalla y punto. El objetivo es que ese anhelo algún día alcance el nivel nacional, por un lado, e internacional por el otro para lograr lo que tanto hemos aspirado en términos de su preservación. Pero debemos seguir trabajando y mucho, con objeto de que la fiesta de los toros se justifique plenamente, sin necesidad de falsos discursos ni protagonismos fuera de lugar.

   Esperamos finalmente un remate afortunado para este serial que arrancará el domingo 27 de agosto, pues creo que ya no podemos tolerar algo que simple y sencillamente apuntaría a la mediocridad.

   ¡No más mediocridad!

23 de agosto de 2017.

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OBRA PUBLICADA POR EL AUTOR, DE 1987 A 2017.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Con frecuencia, algunas personas me consultan sobre mi trabajo publicado. Debo decir, no sin modestia, que a continuación encontrarán ustedes respuesta a esa duda. El archivo que acompaña estas notas, indica que entre 1981 y 1987 hubo un trabajo de iniciación con alrededor de mil colaboraciones. De 1987 y hasta la fecha, son 93 las publicaciones en que aparezco como autor o coautor. Espero sea de utilidad el presente registro.

OBRA PUBLICADA DE JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

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HOY RECORDAMOS A MANOLO MARTÍNEZ, 21 AÑOS DESPUÉS DE SU PARTIDA.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

MANOLO MARTÍNEZ. COLECCIÓN: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Manolo Martínez pertenece a la inmortalidad desde el 16 de agosto de 1996, al abandonar este mundo luego de haber logrado uno de los imperios taurinos más importantes del siglo pasado.

Su sola presencia alteraba la situación en la plaza, y como por arte de magia, todos aquellos a favor o en contra del torero revelaban su inclinación.

Parco al hablar, dueño de un carácter enigmático, adusto, con capote y muleta solía hacer sus declaraciones más generosas, conmoviendo a las multitudes y provocando un ambiente de pasiones desarrolladas antes, durante y después de la corrida.

En sus inicios como torero, el regiomontano Manolo Martínez, comparte una época donde la presencia de Joselito Huerta o Manuel Capetillo determinan ya el derrotero de aquellos momentos. Dejan ya sus últimos aromas Lorenzo Garza y Alfonso Ramírez Calesero. Carlos Arruza recién ha muerto y su estela de gran figura pesa en el ambiente.

En poco tiempo Manolo asciende a lugares de privilegio y tras la alternativa que le concede Lorenzo Garza en Monterrey  inicia el enfrentamiento con Huerta y con Capetillo en plan grande, hasta que Manolo termina por desplazarlos. También acumula una etapa en la que se confronta con Raúl Contreras Finito. Su inesperada muerte terminó con aquel episodio más pronto que ya.

Su encumbramiento se da muy pronto hasta verse solo, muy solo allá arriba, sosteniendo su imperio a partir de la acumulación de corridas y de triunfos. Pronto llegan también a la escena Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos y Antonio Lomelín quienes cubrirán una etapa polémica en el quehacer taurino contemporáneo.

Hombre solitario, artista capaz de dar rienda suelta a sus emociones internas. Manolo Martínez quien con su peculiar forma de ser en el ruedo creaba un ambiente propicio para las «pasiones y desgracias», que dijera el gran poeta Miguel Hernández.

En la plaza, el público, impaciente, comenzaba a molestarlo y a reclamarle. De repente, al sólo movimiento de su capote con el cual bordaba una chicuelina, aquel ambiente de irritación cambiaba a uno de reposo, luego de oírse en toda la plaza un ¡olé! que hacía retumbar los tendidos.

Para muchos, el costo de su boleto estaba totalmente pagado. Con su carácter, era capaz de dominar las masas, de guiarlas por donde el regiomontano quería, hasta terminar convenciéndolos de su grandeza. No se puede ser “mandón” sin ser figura.

   No es mandón el que manda a veces, el que lo hace en una o dos ocasiones, de vez en cuando, sino aquel que siempre puede imponer las condiciones, no importa con quién o dónde se presente. (Guillermo H. Cantú).

El diestro neoleonés acumuló muchas tardes de triunfo, así como fracasos de lo más escandalosos. Con un carácter así, se llega muy lejos. Nada más era verle salir del patio de cuadrillas para encabezar el paseo de cuadrillas, los aficionados e «istas» irredentos se transformaban y ansiosos esperaban el momento de inspiración, incluso el de indecisión para celebrar o reprobar su papel en la escena del ruedo.

Manolo ser humano, de “carne, hueso y espíritu” le tocó protagonizar un papel hegemónico dentro de la tauromaquia mexicana en los últimos 30 años del siglo pasado.

Manolo Martínez procedía de una familia acomodada. Nació el 10 de enero de 1947 en Nuevo León. Sobrino-nieto del presidente constitucionalista Venustiano Carranza, mismo que, de 1916 a 1920 prohibió las corridas de toros en la ciudad de México, por considerar que

…entre los hábitos que son una de las causas principales para producir el estancamiento en los países donde ha arraigado profundamente, figura en primer término el de la diversión de los toros, en los que a la vez que se pone en gravísimo peligro, sin la menor necesidad la vida del hombre, se causan torturas, igualmente sin objeto a seres vivientes que la moral incluye dentro de su esfera y a los que hay que extender la protección de la ley.

Su padre, el Ingeniero Manuel Martínez Carranza participó en el movimiento revolucionario, para lo cual se unió a las filas del Ejército Constitucionalista, llevando el grado de Mayor.

A su madre, doña Virginia Ancira de Martínez le hizo pasar tragos amargos, porque Manuel, desde un principio dio muestras de rebeldía, integrándose a la práctica de la charrería que combinaba con sus primeros acercamientos al toreo, gracias a que su hermano Gerardo contaba con una ganadería, no precisamente de toros bravos.

Todo esto motivó el rechazo familiar. El colmo es cuando anuncia que deja los estudios de veterinaria en la Facultad de Ingeniería del Tecnológico de Monterrey para cumplir con su más caro deseo: hacerse torero.

“Déjenle que pruebe sus alas y sus ilusiones…” dijo doña Virginia a la familia. Y antes de partir a los sueños impredecibles, le advirtió a Manuel: “Ve, anda, si quieres ser torero, demuestra tu valor. Si no eres el mejor, regresa al colegio. Recuerda que en esta casa no hay cabida para los mediocres…” Tales palabras sonaron a sentencia en los oídos del joven, que ya no tenía más voluntad que la de convertirse en una gran figura del toreo.

A pesar de que no había problemas económicos en la familia Martínez Ancira, Manuel se marchó empezando sus correrías sin más ayuda que su deseo por verse convertido en “matador de toros”. Puede decirse que a partir del domingo 1° de noviembre de 1964, tarde en la que triunfó en la plaza de toros AURORA, nacía, la gran figura del toreo mexicano.

No sólo enfrentó el peligro ante los toros, sino también en otras circunstancias como tomar una motocicleta y buscar los caminos más difíciles y sinuosos, como también pilotear una avioneta y describir piruetas en el aire ante el asombro de muchos.

Corto de palabra, reducía sus diálogos a unos cuantos monólogos o a unas cuantas respuestas. Era como artista, una fuerza poderosa e indescriptible, surgiendo con ello los hilos de comunicación que se entrelazaban en un diálogo estentóreo, misterioso que conmocionaban los cimientos de cualquier plaza donde se presentara.

Consagrado sufrió serias cornadas, siendo la de BORRACHON, de san Mateo la que lo puso al borde de la muerte, dada la gravedad de la misma. Fue un percance que alteró todo el ritmo ascendente con el que se movía de un lado a otro el gran diestro mexicano.

De hecho, la muerte casi lo recibió en sus brazos, de no ser por la tesonera labor del cuerpo médico que lo atendió. Tal herida causó un asentamiento de firmeza en el hombre y en el torero. Se hizo más circunspecto y calculador. De ahí probablemente su altivez, pero, al fin y al cabo una altivez torera.

Como figura fue capaz de crear también una serie de confrontaciones entre sus seguidores, que eran legión y los que no lo eran, también un grupo muy numeroso. Su quehacer evidentemente estaba basado en sensaciones y emociones, estados de ánimo que decidían el destino de una tarde. Así como podía sonreír en los primeros lances, afirmando que la tarde garantizaba un triunfo seguro, también un gesto de sequedad en su rostro podía insinuar una tarde tormentosa; tardes que, con un simple detalle se tornaban apacibles; luego de la inquietud que se hacía sentir en los tendidos.

Ese tipo de fuerzas conmovedoras fue el género de facultades con que Manolo Martínez podía ejercer su influencia, convirtiéndose en eje fundamental donde giraban a placer y a capricho suyos las decisiones de una tarde de triunfo o de fracaso.

Era un perfecto actor en escena, aunque no se le adivinara. De actitudes altivas e insolentes podía girar a las de un verdadero artista a pesar de no estar previstas en el guión de la tarde torera.

Pesaba mucho en sus alternantes y estos tenían que sobreponerse a su imagen; apenas unos movimientos de manos y pies, conjugados con el sentimiento, y Manolo transformaba todo el ambiente de la plaza.

Quienes estamos cerca de la fiesta, debemos despojarnos de la camisa de las pasiones y de los alegatos sin sentido, para ir entendiendo la misión de uno de los más grandes toreros mexicanos del siglo XX.

Su proyección hacia otros países también deja una honda huella que se reconoce perfectamente, a pesar de las posibles omisiones, por lo que su obra quedó inscrita en el universo taurino.

La tauromaquia de Manolo Martínez es una obra soberbiamente condensada de otras tantas tauromaquias que pretendieron perfeccionar este ejercicio. Sus virtudes se basan en apenas unos cuantos aspectos que son: el lance a la verónica, los mandiles a pies juntos y las chicuelinas del carácter más perfecto y arrollador, imitadas por otros tantos diestros que han sabido darle un sentido especial y personal, pero partiendo de la ejecución impuesta por Martínez.

En el planteamiento de su faena con la muleta, todo estaba cimentado en algunos pases de tanteo para luego darse y entregarse a los naturales y derechazos que remataba con martinetes, pases de pecho o los del «desdén», todos ellos, únicos en su género.

La plaza era un volcán de pasiones, cuyas explosiones se desbordaban en los tendidos, hasta que el estruendo irrepetible de cien o más pases dejaba a los aficionados sin ya más fuerzas para agitar las manos después de tanto gritar.

Capote y muleta en mano eran los elementos con que Manolo Martínez se declaraba ante la afición. Lo corto de sus palabras quedaba borrado con lo amplio y extenso de su ejecución torera.

Manolo Martínez cimentó durante todo su recorrido profesional la imagen que nos dejó. Ahora perdura sólo el recuerdo del gran torero olvidando rencillas y rencores inclusive entre sus más declarados enemigos.

Sus triunfos, pero también sus fracasos como torero dejaron huella. Es decir, hablamos de los extremos, del bien o del mal, del amor o del odio, de la vida o la muerte. Manolo supo forjar momentos de grata memoria, pero también de aciaga condición.

Como todo gran torero, España fue otra meta a seguir. En 1969 logra sumar 49 actuaciones a cambio de tres cornadas que le impidieron llegar probablemente a las 80 corridas. El espíritu de conquista se dio con Manolo, puesto que logró convencer a la exigente afición hispana

La pasión de los toros…, según Manolo Martínez lo lleva a entregarse a una de las ambiciones de todo gran torero: dedicarse a la crianza de toros bravos. Es por eso que movido por sus deseos en 1976 y en el rancho de Guadalupe, municipio de Llera, Tamaulipas, funda su propia ganadería, destinando para ello simiente de Garfias, san Martín, Torrecilla, Valparaíso, lo que marca la influencia total de SAN MATEO, alma esencial de la ganadería mexicana durante casi todo el siglo pasado.

Se involucró tanto en esta actividad que al mismo tiempo que logró un ganado con estilo propio, apoyó también a los principiantes, en quienes puso todo su empeño, al grado de que Enrique Espinosa “El Cuate” gozó de las recomendaciones del “maestro”, quien en todo momento confió en este muchacho pero que no cuajó como era de esperarse.

Y Manolo no era el hombre dedicado en cuerpo y alma a su profesión. También era hombre de sentimientos. El 9 de mayo de 1969 se casó con Bertha Asunción Ibargüengoitia Cortázar, emparentada con ganaderos de reses bravas fundamentales en el quehacer taurino mexicano.

Con el tiempo los hijos fueron llegando: Bertha, Manuel Fernando y Mónica. La familia Martínez-Ibargüengoitia gozaba de los pocos días que Manolo no tenía comprometidos para torear. En esa intimidad, el señor Manuel Martínez Ancira hallaba refugio, amor y cariño.

Qué difícil condición la de ser torero cuando se llega tan alto. Ahora comprendemos en su exacta dimensión el papel desempeñado por uno de los grandes en el toreo mexicano: MANOLO MARTINEZ.

Manolo el hombre, la figura que, enfundada en el hábito de los toreros -el majestuoso traje de luces-, nos legó multitud de recuerdos que hoy siguen causando emoción y polémica.

He aquí un pequeño rasgo de la majestad torera, del sentido humano alcanzados –en frase muy atrevida y discutible también- por el mejor torero mexicano de los últimos tiempos: MANOLO MARTINEZ.

16 DE AGOSTO DE 2017.

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UN 9 DE AGOSTO DE 1896, CARLOS LÓPEZ “EL MANCHADO” RECIBIÓ GRAVE CORNADA EN DURANGO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Carlos López “El Manchado”. Colección Carlos Cuesta Baquero.

La edición del 20 de agosto de 1896, El Siglo Diez y Nueve, p. 2, recordaba lo siguiente:

“Otra víctima de los toros.-El conocido banderillero Carlos López, conocido con el alias del Manchado, fue cogido por un toro en la plaza de Durango, y sufrió una tremenda herida, que solo sobrevivió dos días, falleciendo en la casa de Ponciano”.

   Por su parte La Patria, en la edición del 18 de septiembre de 1896, p. 2, informaba ya fuera de contexto que el 9 de agosto de 1896, se presentó en la plaza de toros de Durango la Cuadrilla de Ponciano Díaz. Como el diestro dejara vivos a los bichos que debió matar, el soberano lo apedreó, hiriéndole en la región frontal.

Y sigue la nota. “En la misma corrida fue cogido por un toro el banderillero Carlos López (a) El Manchado, entrándole el asta por la ingle izquierda, de cuya herida murió el desgraciado López cuatro días después”.

Fue costumbre por aquellos años que una noticia de tales dimensiones, se manejara de manera irresponsable, pues mientras algunos diarios informaban del deceso, otros le daban un sentido casi teatral. “Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud”, frase que acuñó el conocido autor José Zorrilla, utilizada a lo que se ve a diestra y siniestra, con lo que puede entenderse que el personaje aquí revisado había salvado la vida.

Pero ¿quién fue Carlos López?

Los pocos datos que sobre él existen los proporciona Heriberto Lanfranchi en su imprescindible obra La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. II, p. 660: Banderillero que nació en Orizaba, Ver., (aunque Carlos Cuesta Baquero indica que nació en la ciudad de México) y que de 1884 a 1896 estuvo en la cuadrilla de Ponciano Díaz. El 9 de agosto de 1896, en Durango, Dgo., sufrió mortal cornada en el pecho al clavar un par de banderillas. Durante dos meses estuvo entre la vida y la muerte, en increíble y prolongada agonía, hasta que falleció el 9 de octubre de dicho año.

De nuevo, apoyándome ahora en apuntes imprescindibles elaborados por Roque Solares Tacubac –anagrama de Carlos Cuesta Baquero-, este refiere que, el día de la tragedia (sucedió) “el percance al lidiarse un toro muy rápido y codicioso, que se “metía debajo”. Fue enganchado y sufrió tremenda cornada en la parte inferior del lado derecho del tórax –en el “hipocondrio-. El asta interesó el hígado, el diafragma, el pulmón. El lesionado fue operado hábilmente por el doctor Herrera, cirujano de justificada nombradía. A pesar de la buena operación, el resultado fue funesto transcurridas algunas horas”. Esta sola afirmación, pone en duda por tanto, la fecha del desenlace, pues Cuesta Baquero señala, que la muerte ocurrió “algunas horas” más tarde, y no como lo indican otras notas en las que habiendo sobrevivido, finalmente dejó de existir hasta el 9 de octubre… ¡Dos meses después!

Y termina apuntando Roque Solares Tacubac: “El sepelio tuvo bastante condolencia sin llegar a exageración. Era un torero forastero y por consiguiente sin arraigadas simpatías entre los duranguenses. Después, el olvido cayó sobre la tragedia”. (Véase La Lidia. revista gráfica taurina, año I, N° 7, del 8 de enero de 1943: “Cornadas mortales casi olvidadas”).

Fue hasta el 25 de octubre de ese mismo año que, en la plaza de toros “Bucareli”, se llevó a cabo un festejo a beneficio de los deudos. En esa ocasión, se presentó la viuda y su hijo, mismos que recogieron $600.00. Aquella tarde alternaron Joaquín Navarro Quinito y José Marrero Cheché, quienes despacharon toros de Tepeyahualco. “Se vio en esa corrida lo que nunca, ¡¡¡el toro en 6° lugar, picado después de banderilleado!!!

Otro percance que sufrió este personaje sucedió la tarde del 4 de septiembre de 1887 en la plaza de toros de Colón. Los toros eran de Jalpa y el cuarto, que portaba divisa caña y rojo, era negro zaino, de libras y cornalón; salió franco y voluntario. En el segundo tercio de la lidia tomó querencia en los medios por el lado del sol y comenzó a recelarse acudiendo al bulto; así lo encontró Ponciano Díaz, encargado de estoquearlo. Carlos López intentó llevarlo a los tercios tirándole un capotazo por los hijares, el toro abandonó un momento la querencia y arrancándose con celeridad alcanzó al diestro enganchándole de la banda por la parte posterior, y echándoselo a la cabeza, lo despidió a distancia, volviendo a recogerlo de la misma banda.

Afortunadamente la cogida no tuvo consecuencias. Tal registro lo he localizado en la revista de toros La Muleta, año I, N° 3, del 18 de septiembre de 1887.

Un intento más por describirlo es el que debe hacerse a partir de una “tarjeta de visita” que ha llegado hasta nuestros días, en la que Carlos López aparece de cuerpo entero, portando un traje de luces, precisamente como los que llevaban los integrantes de las cuadrillas que, para 1885 en adelante habían comenzado a “españolizarse”, lo cual significa que abandonaron vestimentas que semejaban adefesios. Las mangas de la casaquilla son un poco más cortas, y la taleguilla se encuentra un poco sobrada. En este caso, Carlos, de rasgos indígenas, va tocado de bigote, usanza que se impuso desde los tiempos de Lino Zamora y que Ponciano Díaz defendió a ultranza en una época en la que los mexicanos bigotones, se confrontaron con hispanos patilludos.

El apodo no es casual. Al mediar el siglo XIX, buena parte de los integrantes del ejército de Juan Álvarez se les conoció como los “pintos” (enfermedad de la piel) por lo tanto, Carlos López, que no habiendo nacido en Guerrero sino en Veracruz (o en la ciudad de México), pudo haber presentado un cuadro similar…

El capote de paseo, de amplios vuelos se lo colocó al estilo con que desfilaban las cuadrillas encabezadas por Luis Mazzantini, Diego Prieto o José Machío, lo cual es seña de que el porte con que se dejó retratar el “Manchado” muestra ese toque o detalle que mucho destaca la elegancia desplegada por buena parte de toreros del romanticismo hispano.

¿En qué gabinete fotográfico fue a hacerse ese retrato? Se desconoce, aunque pudo haber sido uno de menor categoría, justo en la época en que en la ciudad de México, quienes “cortaban el bacalao” en esos menesteres eran los hermanos Valleto. El telón de fondo no guarda ninguna relación con lo taurino, aunque sí con una escena rústica, donde algunos maderos a punto de caer, parecen representar la cerca de un espacio rural. No hay en Carlos López muestras de desparpajo, sino la afirmación de una figura tan mexicana la cual armoniza con los elementos que hicieron suyos quienes se dieron cuenta que el toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna era ya toda una realidad.

Evocadora imagen, de las pocas que hoy nos permiten conocer, con nombre y apellido a personajes que, no siendo necesariamente las figuras protagónicas, formaron parte del registro con el cual podemos identificar a uno más de los que integraron las huestes de aquella torería decimonónica, a “la mexicana” encabezada, en lo fundamental por Ponciano Díaz.

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