CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Carlos López “El Manchado”. Colección Carlos Cuesta Baquero.
La edición del 20 de agosto de 1896, El Siglo Diez y Nueve, p. 2, recordaba lo siguiente:
“Otra víctima de los toros.-El conocido banderillero Carlos López, conocido con el alias del Manchado, fue cogido por un toro en la plaza de Durango, y sufrió una tremenda herida, que solo sobrevivió dos días, falleciendo en la casa de Ponciano”.
Por su parte La Patria, en la edición del 18 de septiembre de 1896, p. 2, informaba ya fuera de contexto que el 9 de agosto de 1896, se presentó en la plaza de toros de Durango la Cuadrilla de Ponciano Díaz. Como el diestro dejara vivos a los bichos que debió matar, el soberano lo apedreó, hiriéndole en la región frontal.
Y sigue la nota. “En la misma corrida fue cogido por un toro el banderillero Carlos López (a) El Manchado, entrándole el asta por la ingle izquierda, de cuya herida murió el desgraciado López cuatro días después”.
Fue costumbre por aquellos años que una noticia de tales dimensiones, se manejara de manera irresponsable, pues mientras algunos diarios informaban del deceso, otros le daban un sentido casi teatral. “Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud”, frase que acuñó el conocido autor José Zorrilla, utilizada a lo que se ve a diestra y siniestra, con lo que puede entenderse que el personaje aquí revisado había salvado la vida.
Pero ¿quién fue Carlos López?
Los pocos datos que sobre él existen los proporciona Heriberto Lanfranchi en su imprescindible obra La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. II, p. 660: Banderillero que nació en Orizaba, Ver., (aunque Carlos Cuesta Baquero indica que nació en la ciudad de México) y que de 1884 a 1896 estuvo en la cuadrilla de Ponciano Díaz. El 9 de agosto de 1896, en Durango, Dgo., sufrió mortal cornada en el pecho al clavar un par de banderillas. Durante dos meses estuvo entre la vida y la muerte, en increíble y prolongada agonía, hasta que falleció el 9 de octubre de dicho año.
De nuevo, apoyándome ahora en apuntes imprescindibles elaborados por Roque Solares Tacubac –anagrama de Carlos Cuesta Baquero-, este refiere que, el día de la tragedia (sucedió) “el percance al lidiarse un toro muy rápido y codicioso, que se “metía debajo”. Fue enganchado y sufrió tremenda cornada en la parte inferior del lado derecho del tórax –en el “hipocondrio-. El asta interesó el hígado, el diafragma, el pulmón. El lesionado fue operado hábilmente por el doctor Herrera, cirujano de justificada nombradía. A pesar de la buena operación, el resultado fue funesto transcurridas algunas horas”. Esta sola afirmación, pone en duda por tanto, la fecha del desenlace, pues Cuesta Baquero señala, que la muerte ocurrió “algunas horas” más tarde, y no como lo indican otras notas en las que habiendo sobrevivido, finalmente dejó de existir hasta el 9 de octubre… ¡Dos meses después!
Y termina apuntando Roque Solares Tacubac: “El sepelio tuvo bastante condolencia sin llegar a exageración. Era un torero forastero y por consiguiente sin arraigadas simpatías entre los duranguenses. Después, el olvido cayó sobre la tragedia”. (Véase La Lidia. revista gráfica taurina, año I, N° 7, del 8 de enero de 1943: “Cornadas mortales casi olvidadas”).
Fue hasta el 25 de octubre de ese mismo año que, en la plaza de toros “Bucareli”, se llevó a cabo un festejo a beneficio de los deudos. En esa ocasión, se presentó la viuda y su hijo, mismos que recogieron $600.00. Aquella tarde alternaron Joaquín Navarro Quinito y José Marrero Cheché, quienes despacharon toros de Tepeyahualco. “Se vio en esa corrida lo que nunca, ¡¡¡el toro en 6° lugar, picado después de banderilleado!!!
Otro percance que sufrió este personaje sucedió la tarde del 4 de septiembre de 1887 en la plaza de toros de Colón. Los toros eran de Jalpa y el cuarto, que portaba divisa caña y rojo, era negro zaino, de libras y cornalón; salió franco y voluntario. En el segundo tercio de la lidia tomó querencia en los medios por el lado del sol y comenzó a recelarse acudiendo al bulto; así lo encontró Ponciano Díaz, encargado de estoquearlo. Carlos López intentó llevarlo a los tercios tirándole un capotazo por los hijares, el toro abandonó un momento la querencia y arrancándose con celeridad alcanzó al diestro enganchándole de la banda por la parte posterior, y echándoselo a la cabeza, lo despidió a distancia, volviendo a recogerlo de la misma banda.
Afortunadamente la cogida no tuvo consecuencias. Tal registro lo he localizado en la revista de toros La Muleta, año I, N° 3, del 18 de septiembre de 1887.
Un intento más por describirlo es el que debe hacerse a partir de una “tarjeta de visita” que ha llegado hasta nuestros días, en la que Carlos López aparece de cuerpo entero, portando un traje de luces, precisamente como los que llevaban los integrantes de las cuadrillas que, para 1885 en adelante habían comenzado a “españolizarse”, lo cual significa que abandonaron vestimentas que semejaban adefesios. Las mangas de la casaquilla son un poco más cortas, y la taleguilla se encuentra un poco sobrada. En este caso, Carlos, de rasgos indígenas, va tocado de bigote, usanza que se impuso desde los tiempos de Lino Zamora y que Ponciano Díaz defendió a ultranza en una época en la que los mexicanos bigotones, se confrontaron con hispanos patilludos.
El apodo no es casual. Al mediar el siglo XIX, buena parte de los integrantes del ejército de Juan Álvarez se les conoció como los “pintos” (enfermedad de la piel) por lo tanto, Carlos López, que no habiendo nacido en Guerrero sino en Veracruz (o en la ciudad de México), pudo haber presentado un cuadro similar…
El capote de paseo, de amplios vuelos se lo colocó al estilo con que desfilaban las cuadrillas encabezadas por Luis Mazzantini, Diego Prieto o José Machío, lo cual es seña de que el porte con que se dejó retratar el “Manchado” muestra ese toque o detalle que mucho destaca la elegancia desplegada por buena parte de toreros del romanticismo hispano.
¿En qué gabinete fotográfico fue a hacerse ese retrato? Se desconoce, aunque pudo haber sido uno de menor categoría, justo en la época en que en la ciudad de México, quienes “cortaban el bacalao” en esos menesteres eran los hermanos Valleto. El telón de fondo no guarda ninguna relación con lo taurino, aunque sí con una escena rústica, donde algunos maderos a punto de caer, parecen representar la cerca de un espacio rural. No hay en Carlos López muestras de desparpajo, sino la afirmación de una figura tan mexicana la cual armoniza con los elementos que hicieron suyos quienes se dieron cuenta que el toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna era ya toda una realidad.
Evocadora imagen, de las pocas que hoy nos permiten conocer, con nombre y apellido a personajes que, no siendo necesariamente las figuras protagónicas, formaron parte del registro con el cual podemos identificar a uno más de los que integraron las huestes de aquella torería decimonónica, a “la mexicana” encabezada, en lo fundamental por Ponciano Díaz.