D. CAYETANO DE CABRERA y QUINTERO y D. BERNARDINO SALVATIERRA GARNICA EN 1732.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 DOS AUTORES: CAYETANO DE CABRERA y QUINTERO, BERNARDINO SALVATIERRA y GARNICA, UNA CUENTA DE GASTOS Y LA “RELACIÓN” DE FIESTAS EN 1732.

 I

   Cayetano Javier de Cabrera y Quintero (1698-1775) es el autor a considerar en el presente estudio. A decir de Eguiara y Eguren en su Biblioteca Mexicana, dice de Cabrera y Quintero:

Mexicano de origen y de nacionalidad, habiendo sembrado hondamente los fundamentos a favor de las letras más amenas [Humanidades y Retórica]. Adscrito entre los cultivadores de la Teología y, tenido entre los primeros, adquirió también el grado de la misma facultad.

   Muere en el convento de los padres hospitalarios betlehemitas de la ciudad de México.[1]

   Su obra es muy extensa, puesto que se registran hasta 162 diferentes trabajos.[2] En esta ocasión, nos aproximamos al HIMENEO CELEBRADO,[3] cuyo contenido arroja importante cantidad de elementos poéticos.

1723

 HIMENEO CELEBRADO

 

APLAUSO QUARTO

 

Levantase en los brazos de sí mismo,

a desahogarse en la Región del viento,

(recelando quizá, su corpulencia

plan deleznable, y sólido cimiento

hundan en el Abismo)

el Mexicano; Augusto, Real Palacio;

bien que su incontinencia,

a innoble Plan, tenaz cimiento unido,

con lapidosos Grillos cauto prende,

e igual, por tanto espacio,

cuanto, tres veces, de Arco recogido,

con ímpetu no tardo

recorrer puede desprendido Dardo,

su Fábrica prolonga, y la desprende;

tal es su Arquitectura,

en el follaje tal, y en la estructura,

con que el Pórtico, y Frontis numeroso

Crespa Pilastras, Frisos, y Acroteras,

que si no (tanto pide su alta cumbre)

al cielo aspira, y llega, a ser Coloso;

luego que el Sol, con soñolienta lumbre,

su cumbre enciende, dora sus vidrieras,

tal claridad, tal esplendor recibe,

que es Palacio del Sol; pues en él vive.

Toda esta dilación, y más que encubre

la pluma, que camina, a suelta rienda,

al que viador la espía

distinta se descubre,

por la que el Frontis mira recta senda

mas cercano se ofrece, y los que antes

enmarañaba en copos la distancia

boreales caballeros, si vagantes,

descansada la vista recopila,

y su confusión hila,

cuando ve, que cada uno en el contorno

de la que huella estancia,

devana el viento con cuádruple torno.

Cuando ve, pues, en brutos generosos

que haciendo de los brazos box viviente,

sus crines peinan, y su crencha igualan,

largo tropel de aquellos, que oficiosos

de las vainas de Marte proveedores,

guarnición bruñen, hojas acicalan,

y arman en un instante,

rígida espada de tenaz diamante.

Los cuales, de la paz anunciadores,

blancas vistieron galas, que si copian

la pura tez de blancos alelíes,

su inocencia escarnecen,

cuando en grana se riegan, y se apropian

purpúreas fajas, listas carmesíes;

y campeando de leales,

orlado bandas; y vestido cintas

al cielo elevan, y a la luz ofrecen

el Real Escudo de las Armas Reales

buen anuncio (exclamó locuaz Amyntas,

que en lugar no patente, acaso estaba,

y, haciéndolos, misterios exploraba)

buen anuncio; que ya los que sañudos

ministros eran de campal pelea,

y, a quienes (menesteroso de su arte)

sanguinolentas galas daba Marte;

pacífica librea;

porque del todo no se vean desnudos

les viste en sus aplausos Himeneo.[4]

Mas se explicára, si seguir no viera

de estos las huellas, con igual arreo,

los dos Gremios de aquellos confundidos,

que, abejas racionales, conocidos,

cuando en ferviente obrador trabajan,

unos tratable labran blanca cera;

del panal, otros, que imitar persuaden

en blancas gotas el almíbar cuajan,

y a dulces frutas mas dulzura añaden;

diversos en su oficio; mas, dejadas

sus diarias vestiduras goteadas,

todos galanes, todos semejantes,

o en sus crespos penachos, si peinados,

o en los que visten cabos bien bordados,

que ajustan cuantos, les tejió vestidos,

la piel tratable de curados antes:

lucidos todos; pero más lucidos

cuando (como del sol las claras luces

con vaporosos truenos,

que arrojan disparados arcabuces,

cuando el sol luce, apagan)

procediendo en la noche más serenos

su opacidad estragan.

Con cuantas ardiendo hachas sin sosiego,

declaran en las manos,

del corazón el excesivo fuego.

Jóvenes dos nacer de su ceniza?

Pues así mucho joven, que en lo erguido,

por su Corona tanto fuego envuelve,

si en ceniza se llora confundido,

de su misma ceniza, a nacer vuelve

del Mexicano amor signo lucido,

en alados faroles, se resuelve,

y, yerto el sacrificio, que pregona,

queda de tanto incendio, por corona.

Tanto, por fin, que solo los que erguidos

gigantes, daban, al tonante espanto,

de la noche en tres cursos, repetidos,

joyas sin-cuenta dieron a su manto,

sin numerar aquellos, que lucidos;

aunque pigmeos daban entretanto,

si sonoras sonajas nunca quedas,

al carro de la luz doradas ruedas,

ni menos dar, a luz toros festivos,

que Armados burlan de alquitrán cubiertos;

pues como ya los esperaba vivos,

la atención no ocuparon toros muertos:

Tanto, digo, que Estenopos altivos,

que el fuego rigen, y en su vuelo inciertos

el aire infectan, cual tropel de avispas,

así clararon en rumor de chispas:

Qué es esto? (Genios) donde esta horizonte

raudales guarda de tan viva llama?

Represa, por ventura, al Acheronte,

y con bombas continuas le derrama?

Como no teme de infeliz Phaetonte,[5]

carro sea el artificio, que la inflama,

y ciudad que a la noche solemniza,

campo amanezca estéril de ceniza?

A que numen levanta diligente

el de las bodas Dios copiosa tea?

Tremebunda Tynacria acaso frente,

que Erebo amante, robador campea?

El tálamo se aplaude, que luciente

aun entre nubes, hecate platea,

y abrazada en sus llamas, mariposa

a la Eftygia deidad con bella esposa?

No os engañáis: ni la razón infama,

que sea la que admiráis pompa divina?

Pues sino Plutón, y Hecate,[6] se aclama

numen mayor, mas bella Proferpina:

Así les respondiera; mas me llama

el que a darles respuesta se encamina;

pues qué númenes son? De este contexto

cómico lo dirás, Aplauso sexto.

    El APLAUSO QUINTO no se registra en virtud de no presentar ninguna evidencia del tema en revisión.

 APLAUSO SEXTO

 Yace en el Real Palacio, culta sala,

brillante gabinete, si nocturno,

donde abrogaba la arte el impío cetro

de benéfica cirse

(si, como suele, galas al vestirse,

tablas altera cómico coturno)

al compás numeroso

del, que calzado pie, Mercurial ala,

(que pies tiene también canoro metro)

en músico rumor, Ícaro, bucla,

siéndole aguda, si vocal espuela.

Ya Júpiter ligero (como su-ave

alas vestido de volante pluma)

el Alcázar dejando de los cielos;

ya vistiendo en mares

la dorada hija de la blanca espuma:

Ya Venus exornando regia Delos

al gusto de Latona[7] peregrina,

ya a su antojo sirviendo los manjares:

Y ya la misma escena, que cansada

de haber corrido grave la jornada

a la jocosa meta le reclina;

donde entre otros histriones,

sincero Montañés; mas mesurado

añadiéndose dones

sin más caudal, que el de su voz alterna,

hizo diestro el papel del amo criado.

Ya por fin de tal fiesta el delicado

sainete alegre, baile placentero,

que, al, que cómica musa metro alterna,

de las más bellas formas adornado,

que ministro el Vertumno celebrado

del aplauso tercero,

coronó de la escena la ardua frente.

Bien, que poco antes superior corona

de sí misma logró, cuando luciente

(aunque a la sombra de frondosa palma)

dividió en dos planetas toda su alma,

la que estériles rayos de Luzina,

con luces fecundo fértil Latona.

Empresa, que al deseo,

del Augusto Himeneo

como nacida vino; no ya tanto;

porque a elogio de Nupcias no vulgares

las thedas deben ser los luminares

en la corona de Himeneo; cuanto;

porque en el cielo Hesperio,

cual Latona en el cóncavo hemisferio,

exploró, a Phebo, y admiró, a Diana,

con las que les vistió purpúrea grana,

monarcas en la espera más lucidos:

La nunca extinta púrpura vestidos

sus Príncipes lucir España admira,

y arder, mejor, que en fanal Phebeo,

salamandras en rayos de Himeneo.

Y, en fin; porque si al sol, que rayos gira

príncipe aplauden signos de su esfera;

al que España venera,

séptimo aplauso preparó benigno

con el undécimo, el segundo signo.

 

José Francisco Coello Ugalde: “Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. Facs. (Separata del Boletín, 2ª época, 2).

 APLAUSO SÉPTIMO

 Peyne de rayos circular, Apolo,

del etéreo León araba el pelo,

cuando a aplauso de LUIS del alto Polo,

el Toro celestial bajaba al suelo:

En capaz Plaza se presume solo

festivo signo; pero Acuario anhelo

deshebrándose en lágrimas hilo, á hilo,

descubrió, a nuevo Aplauso, nuevo estilo.

Viértese proceloso, y tanto llueve,

que parece, que a la ánfora en que cave,

del Toro, que del Polo se conmueve

alguna punta fue torcida llave:

Entre espumosas olas Tauro leva

animada de Europa fuera nave,

a no saber en temporal violento

recogerle la Vela el escarmiento.

Zozobró, en fin, hasta que el Sol dorando

de la Virgen Celeste el rostro ciego,

y el estéril Septiembre la hoz vibrando

cortó de Acuario el deshebrado riego:

El sol poroso, con estilo blando

ondas chupó en arena; y luego, luego

con un rayo, que en reja se disfraza

abrió al sañudo toro seca plaza.

Donde de audaz Phaeton hermana verde

trenzada teje pública Alameda,

en cuadro regular, que el suelo muerde,

sube erguida la plaza, y presa queda:

Su cumbre el lince fatigado pierde,

su trabazón al más Teseo enreda,

pues era ya su seno mal distinto,

de recortados cedros Laberinto.

Ciudad portátil en Espera escasa

multiplicado, artífice vadea,

que a una Ciudad entera, que esta abraza

es bien, otra ciudad concavo sea:

Los suelos funda, los Palacios traza,

sobre Edificios quatro, cien quartea,

en cuyos seños, cuando se contrata,

cuanto entra en Gente, se liquida en Plata.

Jardinero el Pincel, a su fachada

húmedo fecundó tales Abriles,

que del Fovonio la aura delicada

mejor no matizára sus perfiles,

que mucho? Si a su fábrica trasada

de los ligeros pesos tantos miles,

cuantos en veinte y cuatro, a los afanes

del hierro labrador fueron imanes.

Industrioso gusano (vivo torno,

que en ramas enredado, en hebras queda)

verse permite el primoroso adorno,

cuando en lignea mansión telas enreda:

Escarseado taladra su contorno,

y en cuanto afan espuma, vierte e seda,

que en Embrión agradable de matices,

gallardetes tiñó, pintó tapices.

No de Pomona frescos miradores

labró mejor urbana agricultura,

jaspeando los tintes de sus flores

bóvedas de silvestre arquitectura:

No Iris del Prado, faja de colores,

arcos corvó a las naves, que figura,

ni por doceles suspendió, a sus salas,

de mariposas las pintadas alas:

Como, a la plaza fértil primavera

vistió en doceles vegetales aseo,

y en cavados remansos de madera,

sin riego fecundó florido Hybleo:

Vestida flores, mil cada Barrera,

nuevo pensil se cultivó, al recreo,

mariposas, su seno, Abril, sus naves,

iris sus arcos, sus banderas aves,

en este, pues, de gente, y de colores

mar proceloso, náufragos los ojos,

un Pharo admiran, cuyos resplandores,

llamas, nutrieron Gallardetes rojos:

Un castillo murado, a los rigores

de cuantos combatientes, sin enojos,

buitres quieren hacer de sus entrañas,

las que juegan al aire leves cañas.

Ya Sierpe de metal; pero ladina

convoca al juego, a la carrera llama;

bufa el Caballo, y por entrar, se empina,

el toro cruje, y por salirle, brama:

A objetos dos la vista peregrina,

para admirar cualquiera se derrama;

mas batída la puerta, en ella encuentra,

que antes que el toro salga, la escuadra entra,

doce africanas garzas (bien sus plumas

en el papel lo escriben de sus galas)

sobre Favonios doce, y sus espumas,

las marlotas esparcen de sus alas;

si no copetes de nevadas brumas,

penachos sus turbantes son de Palas,

eclíptica, a que dieron circulares

partidos astros, íntegros Lunares.

Fazeto[8] Atlante, Norte de sus huellas,

en lugar de compás sus plantas mueve,

y numerando el hado las estrellas,

feminea risa compra, con su nieve:

De un príncipe, a las tímidas querellas,

adulador mendaz; consuelos llueve;

y de su voz el Turco satisfecho

espera el triunfo recostado el lecho.

A apresar cuantas Garzas se congregan,

doce águilas le ofrecen españolas,

que sobre hijos del Zéfiro navegan,

de la fuente del sol purpúreas olas.

Alas a su carrera se desplegan

las crespas crines, las peinadas colas,

garras las lanzas, picos los aceros,

copetes, plumas, plumas los sombreros.

Corvas cuchillas, que el Favonio afila

cortan los cavos la áspera campaña:

tras ellos cada escuadra se deshila,

y voluble en la meta se enmaraña:

Circula el fuerte, y fimbria le perfila,

a su rotunda falda, tan extraña,

que le ciñe, si no viviente anillo,

animada muralla, a su castillo.

Tal del fuerte, que en orbes los quebranta,

se libra cada cual, que a su carrera,

ni fuera freno, pomo de Atalanta,[9]

ni de Euridice[10] el Aspid, grillo fuera:

Vuelven a entrar; mas en revuelta tanta

los obligó a salir el toro fuera;

pues tal está, a la puerta, que furioso,

con una llave quiere abril el coso.

Arco el patente coso, de sus cuerdas,

una flecha dispara con dos puntas,

a cuya extremidad, alas no lerdas,

sus cerdas dieron solas, o conjuntas:

Peina a la espada las plumosas cerdas

y en ella bien crespadas todas juntas

parece le estimulan, corva espuela,

según saeta el toro al blanco vuela.

Blanco amarillo, a la saeta ciega,

muchos Alcides son, a cuya tropa,

de aquel color, que al oro más se llega,

la opulencia vistió dorada ropa:

Al pungente rejón, el furor niega,

cual a las manos cándidas de Europa;

mas qué mucho? Si siente, que conjuntas,

contra él se vuelven sus agudas puntas.

Cuatro veces, de Atlante el rubio hermano,

o matutina, o vespertina estrella,

vé, que de toros el festín hispano

la Africana, menguante luna sella:

Sentido Tauro de su fin temprano

a otra semana dirigió la huella,

en que reconociéndole más bravo,

coronó sus Aplausos el octavo.

 

APLAUSO OCTAVO

 

Grana fina, la Aurora, que teñía

de su Memmon[11] la púrpura luciente,

ya siete veces penetrado había

la rota Claraboya del Oriente,

cuando de sus aplausos la armonía,

octavo la lealtad tan diligente,

que, subiendo a lo sumo su opulencia,

el Non plus ultra puso, a la cadencia.

Bate otra vez el coso, que propicio,

un Calidonio Toro, y tal, socorre,

que, apenas pisa el arenoso quicio,

cuando arrastrado por la arena, corre:

Corta de los incautos el bullicio,

las capas moja, al burlador recorre,

y en el mar espumoso de su boca,

al que más se le opuso, ya sufoca.

Hércules[12] valeroso, a su avenida,

un peñasco tenaz, inmoble copia;

implicase, a su testa humedecida,

y la taladra, con su punta propia:

El cuerno vierte, que truncó la herida,

y vertiera también la Corcupopia,

si en la roja inquietud de sus hervores,

fuere su sangre, púrpura de flores.

A enmendar el fracaso del primero,

otro, tal sale, que la puerta astilla;

su curso enfrena Alcides más ligero,

y ya enfrenando, su furor ensilla:

En él procede ufano Caballero,

y con manual espuela le acuchilla,

en el inquieto Toro tan seguro,

que es viva yedra de vagante muro.

Flota de nervios en un mar de gente,

(que tanta es la que a herillo se comide)

otro se embarca; pero en tropa ingente

remora racional su curso impide:

Cuélganse muchos de su armada frente;

aunque él, instable Barco, los despide,

y en su espada embarcada la más tropa,

para Europa camina, como Europa,

osado joven valida pujanza,

a la puerta del coso firme altera;

y bien librado tras robusta lanza,

unicornio de acero, el toro espera:

Sale veloz, y al bulto se abalanza;

pero interna la punta le tempera,

dándole, trascendente, a vivo toro

la que suele lanza, a muerto Moro.

Tened (oh viles) el errante acero,

el ímpetu voraz, el diestro lance;

que, en tan patentes riesgos, el primero

puede ser de la vida el postrer trance:

Mejor es, can membrudo, y can ligero,

al toro oprima, y la Liebre alcance;

pero los brutos, como el hombre, ciegos.

Los que faltaban, excitaron juegos.

cargados perros, de marfil aljabas

(sus bocas lo declaren colmilludas)

el toro siguen, marfileñas clavas,

que Hércules cazador descarga agudas:

La fiera alcanzan, y con íras bravas,

a las orejas cuélganse lanudas;

y como su pesón mordaces hienden,

animados zarcillos de ellas penden.

Esgrime el toro su bicorne luna,

y con la oreja el perro cae al suelo:

Ensartale; y tan alto lo importuna,

que a ser etéreo can, lo eleva al cielo:

Vuelve a caer: no halla oreja; mas se aduna

a la boca del toro tan anhelo,

que le hace, sin que el diente el cutis rompa,

negro elefante de postiza trompa.

Intervalo a este juego, diestra mano

varias liebres impele, cuerpos graves,

que haciendo, en la carrera, cielo el llano,

fatigan su región, terrestres aves:

Corre esta: vuela aquella: la otra, Alano

no alcanzarás, o Lelidas, si sabes,

que, para huir de las vivientes balas,

sus ariscas orejas le dan alas.

Colmilluda saeta de Diana,

vuela el enjunto Galgo tras la liebre:

Escarcea ella el campo, y hace ufana,

mucho ladrante arpón su vuelo quiebre:

Uno la apresa, y con ella afana;

porque el concurso la prisión celebre;

pero él, que explora el sitio de la nube,

ya llega (dice) ya a la cumbre sube.

Y es, que parto del bosque, erguido pino,

no con alas de cera, si de cebo,

fatigaba la espera al sol vecino

Icaro, sin temer rayos de Phebo:

ICARO, sí; pero también camino,

por donde remontando audaz mancebo,

si las esferas, ICARO, fatiga,

con su mismo calor, sol, le castiga.

Cebo más atractivo, que el que viste,

batida plata, en su corona cuaja:

No lo lamerá, Tántalo,[13] el que triste,

pesado sube; mas ligero baja:

No te encumbres, o ven que resiste,

el mismo afán, que por subir trabaja,

y amenaza también riesgo a la vida

(. . . . . . . . . .)[14]

CONTINUARÁ.

 


[1] Claudia Parodi. Cayetano Javier de Cabrera y Quintero. Obra dramática, teatro novohispano del siglo XVIII. Edición crítica, introducción y notas de (…). México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1976. XCV-256 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 42)., p. XIII-XIV.

[2] Op. Cit., p. LIV-XCIII.

[3] Biblioteca Nacional: 1379 / LAF (1723). Cabrera y Quintero, Cayetano de. HIMENEO CELEBRADO / FESTIVOS APLAUSOS, / CON QUE LA MUY NOBLE, E IMPE- / rial Ciudad de México, celebró el feliz contrato de / las Nupcias del Serenísimo Señor DON LUIS / FERNANDO, Príncipe de las Asturias, con la / Serenísima Señora Princesa de Orleans, &c. / DESCRIBÍALOS / El Br. Cayetano de Cabrera, y Quintero, / Y LOS DIRIGÍA / Al Cap. D. Joseph de Rivas Angulo, / Ensayador Mayor de todo el Reyno, Balanzario de la / Rl. Caja &c. Quien los consagra reverente / Al Exmo. Sr. D. BALTASAR / DE ZÚÑIGA GUZMÁN SOTO- / MAYOR, Y MENDOZA, / Marqués de Valero, de Ayamonte, y Alenquér, / Gentil-Hombre de la Cámara de su Majestad, de su / Consejo, y Junta de Guerra, Vi-Rey, Gobernador, / y Capitán General (que fue) de la Nueva España, / y Presidente de su Real Audiencia, Mayordomo / Mayor de la Serenísima Señora Princesa / de las Asturias, &c. / . . . / CON LICENCIA, EN MÉXICO: / En la Imprenta de Joseph Bernardo de Hogal: En el / Puente del Espíritu Santo. Año de 1723. 128 p.

[4] Garibay K.: Mitología griega…, op. cit., p. 141-2.

Curioso caso. Muy mencionado en la poesía griega y muy borroso. Hijo de Ares en alguna leyenda y de infortunado matrimonio, no feliz en alguna ocasión. Hermoso como nadie, pero mal visto en las bodas, que él preside. Es probablemente una pura personificación de la alegría de la noche inicial en las bodas.

[5] Garibay K.: Mitología griega…., ibidem., p. 105-106.

Faetone: hijo de Helio y Climene. Cuando supo quién era su padre, fue a pedirle que lo dejara guiar sus caballos desde el Oriente. Lo concedió Helio y el muchacho en su fogosa juventud, los lleva arrebatadamente y se encabritan produciendo en el mundo mil desastres. Claman todos a Zeus en demanda de remedio y Zeus lo mata con un rayo. Fue a caer en el Eridano y sus hermanas, que lo habían seguido contemplando desde la tierra, se convirtieron en árboles de ámbar que gotean lágrimas constantemente.

   Mito también primitivo y bien dramatizado por Ovidio.

[6] Ibid., p. 114.

Hecate: diosa telúrica, probablemente de origen prehelénico. Poco precisa en sus lineamientos e historia mítica. No aparece en los poemas homéricos y sí en Hesiodo. Hay quien discuta la autenticidad de este pasaje.

[7] Ib., p. 152.

Leto, latona, en forma romana: una de los Titanes, hija de Coeo y Febe. Famosa por sus hijos, Apolo y Artemis.

[8] Faceto: que quiere ser chistoso, pero no tiene gracia. Muchas comedias o mascaradas que se desarrollaron en el virreinato tenían la doble etiqueta de “a lo grave” o “a lo faceto”. Es decir, mascarada o comedia seria o cómica.

[9] Garibay K.: Mitología griega…., op. cit., p. 56.

Atalanta: hija de Iso y Climene. Era cazadora adversa al matrimonio. Hubo muchos que se enamoraron de ella. Meleagro, que le dio al fin un hijo, que es Partenopeo. Y en seguida, Melanio, su primo, llamado tambien Hipomenes. Para condescender con ellos ponía la condición de que le ganaran una carrera a pie, o bien en otra versión, que corriendo ella por delante pudieran atraparla. Si ella lo alcanzaba a su vez, lo mataba.

[10] Euridice: esposa de Orfeo.

[11] Garibay K.: Mitología griega…, ibidem., p. 159.

Memnon: rey mítico de Etiopía que entra en la leyenda griega.

   Vino a Troya a ayudar a Príamo que era tío suyo. Mató a Antíoco y fue herido por Aquiles, pero Zeus lo sanó y lo hizo inmortal.

[12] Hércules: semidios de la fuerza, hijo de Júpiter y de Alcmena.

[13] Garibay K.: Mitología…, ibid., p. 221.

Tántalo: leyendas confusas sobre este personaje mítico. Se le hace hijo de Pluto y Rea, o de Océano y Tetis. Otras versiones lo hacen hijo de Zeus.

   Amigo de Zeus, fue su comensal constante. Pero reveló los secretos del dios, y robó la ambrosía y el néctar para darlo a los mortales.

   Por estos y por otros delitos, fue penado con durísima pena.

[14] Coello Ugalde, José Francisco: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. Facs. (Separata del Boletín, 2ª época, 2)., p. 85-101.

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