A TORO PASADO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
(Texto elaborado en diciembre de 2001).
Las TAUROMAQUIAS de José Delgado y Francisco Montes, publicadas en 1796 y 1836 respectivamente, han logrado abarcar todos los conceptos que la técnica allí expuesta puso al servicio del toreo como expresión que incluye –no podía ser la excepción-, el valioso toque de la estética, concebida en su peculiar condición efímera, que por eso la hace más destacable. Con el paso de los años, fueron surgiendo otros intentos que se depositaron en sendas TAUROMAQUIAS, como la de Rafael Guerra Guerrita, o la que Federico M. Alcázar concibió como TAUROMAQUIA MODERNA en 1936. Es curioso que no existan, hasta donde tengo conocimiento, trabajos teóricos que describan las normas empleadas por José Gómez Ortega Joselito, Rodolfo Gaona y Juan Belmonte (y si así fuera, perdonen mi ignorancia), aunque de ello se ocuparan en su momento Gregorio Corrochano y José Alameda, de quien por cierto El hilo del toreo es una de las obras sustanciales en este sentido. De igual forma, Domingo Ortega con su conferencia “El arte del toreo” de 1950, aportó con sus experiencias otros tantos adelantos de la manifestación ambivalente (arte y técnica; técnica o arte, como quieran ustedes) no habiendo más remedio por parte de las nuevas generaciones de toreros que adaptarse y adecuarse a estos cambios, pues de otra forma el ejercicio técnico y el espíritu estético se quedarían rezagados, como una moda fuera de época.
Ha habido también otras condiciones que por una u otra razón se quedaron sin ser expresadas en trabajos de esta naturaleza. Allí están los legados de Armillita, Manolete, Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez, Joselito Huerta, Paco Camino o del Niño de la Capea. Sin embargo, nunca es tarde si ha de hacerse una disección a estos capítulos de suyo importantes y que se desplegaron peculiares durante buena parte del siglo pasado. Será porque no han encontrado al amanuense o tratadista adecuado, o tal vez por el hecho de que en algunos casos es tan reciente su paso que aún no ha sido posible asimilar sus influencias.
Instalados en pleno siglo XXI, la tauromaquia ha podido lograr un estado que se adapta a los nuevos tiempos, que, como apuntó en su momento Raúl Aramburú (6TOROS6, N° 389, del 11 de diciembre de 2001) –y del quien me ocuparé con extensión en lo que resta de este artículo-. Aramburú dijo de José Tomás (que) “interpreta en el momento actual –en medio de un mundo globalizado, altamente tecnificado y donde la estadística, las cantidades y los resultados prevalecen las más de las veces sobre la esencia y la autenticidad- el retorno, aunque parezca contradictorio, a los orígenes de la más pura forma de interpretar el arte de torear”.
Las notas de Aramburú nos recuerdan hoy la célebre jornada del 2 de diciembre de 2001 en la plaza de Acho, en Lima, Perú, cuando Paco Ojeda y José Tomás torearon “mano a mano”, hecho que convocó a dos toreros representativos de dos generaciones distintas, y ambos poseedores de un común denominador: la trascendencia en el toreo de su tiempo.
Uno es sucesión del otro.
En cuanto al Paco Ojeda, que decide reinstalarse antes de perpetuarse, su presencia en Lima, como en muchas otras plazas representó un impacto, pero también un “antes y un después de su revolución. No fue una figura convencional, que se rigiera por las leyes ni las exigencias formales del mercado taurino de su tiempo, ni tampoco estuvo en la cima lo suficiente para marcar una época, pero sin duda constituye un punto de superación de la técnica de torear, incluyendo su nombre en la selectiva lista de los que hicieron avanzar el toreo a pie a lo largo de sus trescientos años de historia. Fue, por sus características técnicas y anímicas y sin el menor asomo de duda, un auténtico revolucionario”.
De esta primera cita del corresponsal peruano se desprende una notable y sintética interpretación que se acerca al intento por darle a la TAUROMAQUIA como tal su última y más actualizada versión, lo cual representa un importante reto para cualquiera que se aventure a semejante empresa.
Este libro, cuyo hacedor es Carlos Cazalis, recién ha llegado a mis manos…
La otra parte que merece atención en este momento es el enigma que comienza a generar con su toreo José Tomás. Retomando de nuevo el apunte de Raúl Aramburú, este dijo de Tomás: “Es un tópico decir que la tauromaquia de José Tomás invita a la intriga, a la curiosidad, y por supuesto a la polémica. Sucede siempre que se trata de un revolucionario. Y el de Galapagar también lo es, sin duda alguna. Basta con advertir las innovaciones que su toreo aportó en el corto tiempo de fin de siglo, quietud extrema, ligazón, cercanía, personalidad, suavidad (producto de un temple muy grande), hondura y largueza en su toreo de muleta y, si me apuran mucho, nuevas técnicas inaplicadas hasta ahora”.
En estos dos importantes toreros recae hoy día el nuevo arquetipo en el que se sostendrán los conceptos venideros de la tauromaquia más moderna, la cual no ignora sustentos del pasado que aplica en el presente, con una perfecta conciencia de lo que será también el porvenir. Las tauromaquias –está visto en nuestro tiempo- van ligadas por un hilo invisible, por lo que la siguiente cita del peruano termina por darnos un perfecto esquema de conclusiones:
José Tomás (es), en la práctica un continuador de Paco Ojeda aunque distinto, no es torero de números ni de vorágines estadísticas. Torea para sí y pretende reivindicar, desde su óptica, la integridad del artista, que es al final el eje sobre el que gira toda la fiesta. El protagonista principal. Y en este empeño se encuentra en la actualidad, tratando de imponer su concepción basada en la solución de los problemas que plantean los toros convenciéndoles, sin forzarlos, con una quietud asombrosa, una ralentización de las formas, un concepto meridiano de las distancias y las alturas, un temple elevado a la máxima percepción y así poder sacar a flote todas las virtudes de sus oponentes con el añadido de un valor espartano, sin el cual nada de lo anterior sería posible”.
Esto último parece marcar el síntoma peculiar y estrictamente acorde a los tiempos que corren, donde breves descripciones apuntalan el signo de todas las experiencias acumuladas en tres siglos, escenario temporal que ha visto pasar la evolución del toreo de a pie hasta llegar a ser lo que hoy es. A tal grado de perfección ha llegado la tauromaquia que no necesita demasiadas teorías, o es que es tan “perfecta” que apenas unos cuantos “teoremas” alcanzan para describirla. Sin embargo esa “perfección” puede estar muy cerca de ocasionar una ruptura en la medida en que se aleje de los más rancios principios, ruptura ceñida de misterio que genere el alumbramiento de un estado de cosas cercano a la belleza sin peligro.