Archivo mensual: diciembre 2017

FIESTAS DE NAVIDAD EN CELAYA… Y UN RECUERDO A JUAN SILVETI REYNOSO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 

A la izquierda, un cartel celebrado en Celaya, Guanajuato en 1936. A la derecha, la figura egregia de Juan Silveti Reynoso (qepd).

   La navidad es una celebración que configura a diversas sociedades que hicieron suya la religión católica y que, con toda su carga ritual o ceremonial, ha llegado hasta nuestros días conservando sus mismos significados, lo que cada cultura o sociedad les ha venido dando de acuerdo a sus diversas formas de pensar.

   En ese sentido, arraigó en nuestro territorio a pocos años de la conquista, y de ese aspecto se encargaron los evangelizadores que desplegaron una nueva forma de expresión entre los diversos grupos indígenas que poco a poco la asimilaron hasta incorporarla en el amplio calendario de celebraciones, hasta darle ese toque mestizo que adquirió al paso de los siglos. Cambiaba la forma, no el fondo.

   Y desde luego, ante la posibilidad de acentuar ese motivo, no faltaron las corridas de toros, festejos que se afirmaron con más fuerza en diversos espacios provincianos. Tal es el caso de Celaya, Guanajuato. De esto daba cuenta la Gaceta del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos –continuación de la Gazeta de México, publicada el miércoles 7 de diciembre de 1831, donde se puede encontrar información alusiva a los orígenes de las fiestas de navidad, mismas que remontan al año de 1826 en la entonces apacible población del bajío mexicano. En una condición compartida con las que ocurrieron de igual forma en Querétaro, en uno y otro sitio se distinguieron y caracterizaron por irse mejorando, lo que representó verdadera “competencia”, al grado de establecer una “junta protectora del Rosario de la noche buena” y así, en Celaya “de inmemorial tiempo a esta parte, se ha hecho un Rosario en que se representa al natural varios sucesos y misterios de nuestra redención; que algunas veces había corridas de toros, y otros espectáculos con que atraían gentes de los lugares vecinos, dando así además un impulso no pequeño a su industria y su comercio”.

   Así que a partir de la navidad de 1840 tuvo verificativo lo que se considera el primer desfile de carros alegóricos. Con el tiempo, dicha ocasión alcanzó niveles de verdadera tradición y se cuenta que al concluir el siglo XIX se complementaba la fiesta navideña con “corridas de toros, las peleas de gallos, los bailes populares y el juego en la “Partida” de grandes sumas de dinero”, como dice Luis Velasco y Mendoza en su muy conocida obra Historia de la ciudad de Celaya, en cuatro volúmenes, edición de 1947.

  En el curso de aquel siglo y luego el XX, la “corrida de navidad” fue todo un acontecimiento, y aunque hoy día se sigue celebrando, aunque en forma intermitente, el hecho es que hubo ocasiones en las que los aficionados celayenses, consideraron aquel festejo como de “postín”, de ahí que los tendidos de la célebre plaza de la calle de “Aldama” se viera colmada de personas que vestían sus mejores galas para presenciar este o aquel festejo. Los datos con que se cuentan al respecto, y que he venido reuniendo en mi libro Celaya: rincón de la provincia, y su fiesta de toros durante cuatro siglos (del que por cierto tengo lista la segunda edición), nos refieren que ya las hubo desde 1894. Uno de los más recordados, entre las decenas de registros que hay al respecto se tiene la ocurrida el 25 de diciembre de 1936. En tal ocasión, se presentaron Lorenzo Garza y Luis Castro El Soldado, que enfrentaron seis ejemplares de la ganadería de Xajay.

Sobre Juan Silveti Reynoso, que se ha ido.

   Marcial Fernández y este servidor, escribíamos sobre Juan Silveti Reynoso en Los Nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI (2002, p. 139-140):

   “En una entrevista de Óskar Ruizesparza a Juan Silveti Reynoso (Ciudad de México, 1929), hijo del Tigre de Guajajuato, Tigrillo a la vez y progenitor del Rey David, el periodista pregunta:

-“Al participarle a tu padre que querías ser torero, ¿recibiste algún tipo de apoyo por parte de él?

   “Y el matador reponde:

-“No, ninguno. Probablemente se cuestionó si podría ser yo un buen torero o no. O tal vez se portó un poco egoísta, de manera que no hubiera en nuestra familia otro torero que él. Y así, al no apoyarme mi propio padre, nadie me quería apoyar. Cada vez que yo visitaba a algún taurino con el propósito de que me echara la mano, y le decía que yo era hijo de Juan Silveti, me respondía de inmediato: “Pues que te ayude tu papá”. Si él hubiera querido apoyarme, ciertamente me hubiera allanado mucho el camino; pero, lejos de ello, me lo obstaculizó y yo tuve que sacar la cabeza por mis propios medios.

   “Lo que da por resultado un Silveti Reynoso completamente opuesto, en cuestiones de estilo, a Silveti Mañón. Si a éste se le puede catalogar como tremendista, a aquél, por el contrario, hace gala de clásico. Si El Tigre es símbolo de mexicaneidad; el Tigrillo, gracias a la asimilación y puesta en práctica de lecturas taurinas, se le considera, sí, un torero mexicano, pero de manufactura española, por lo que es en España en donde adquiere sus mayores triunfos.

   “El Tigrillo, por otra parte, valiéndose de su propia personalidad, logra una veloz carrera novilleril, pues, con apenas 37 novilladas toreadas en poco más de medio año, toma la alternativa el 15 de enero de 1950 para, el 17 de junio de 1951 confirmarla en Madrid y volverse durante cuatro años en una figura indispensable de cartelera española.

   “Silveti Reynoso dice:

“…En aquella época, yo tenía apenas veintiún años de edad. Era un niño, realmente. Y no tenía ni siquiera la experiencia de haber visto corridas de toros en cosos españoles […] Mis únicas referencias de la Fiesta de toros en España las había adquirido exclusivamente a través de la lectura […] Pero me arriesgué y salí ganando […] Debuté en Barcelona y no estuve del todo mal. Pude haber fracasado, pero no fracasé. Tampoco te diré que tuve un éxito grandioso. Después fui a Sevilla y tomé parte en corridas sumamente importantes. Y así, de una plaza a otra, poco a poco fui adaptándome a la embestida del toro español […] luego regresé a México. El público de aquí deseaba verme.

   “De vuelta en su país –aunque Silveti compagina sus temporadas españolas con las mexicanas-, el público nacional da cuenta de un torero maduro a sus 25 años que, lejos de cualquier histrionismo, basa su toreo en la larga tradición de lo que es y debe ser la tauromaquia ortodoxa, esa que tiene más verdad, pues se le considera en su perfecta ejecución la más difícil de realizar, que cualquier puesta en escena montada en el ruedo.

   “Sin un adiós definitivo –pues los matadores nacen y mueren toreros- deja de vestirse de luces a finales de la década de los sesenta”.

Temple y mando del “Tigrillo”. Col. del autor.

   Hasta aquí con una semblanza que no podía faltar, evocando a Juan Silveti.

 

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HOY RECORDAMOS A FRANCISCO OLVERA “BERRINCHES”, PICADOR DE TOROS.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 389. Fotografía: Daniel García Orduña.

    Hace muchos años, hubo entre las filas de subalternos, un picador de toros destacado, tanto por su eficacia como por sus detalles, que le caracterizaron desde el seudónimo mismo. Me refiero a Francisco Olvera “Berrinches” (Reynosa, Tamps., 13 de julio de 1874-18 de diciembre de 1963).

   Recordaba el casi nonagenario personaje que a sus 21 años se inició en la profesión en Cadereyta, yendo a las órdenes de José González “Fajerito” en la lidia de toros de “La Laguna”, esto en 1895.

   El origen de alias tan peculiar se debe a que “siendo pequeño era muy BERRINCHUDITO y entonces me pusieron de mote El Corajitos y a la larga degeneró por El Berrinches que me adjudicó el viejo aficionado Lázaro Lozano quien fue padre del célebre impresor taurino Rutilo Lozano”.

   También recordaba que el mejor momento que tuvo en su vida fue una tarde que se lo llevaron en hombros desde “El Toreo” de la Condesa hasta la casa que entonces habitaba Francisco Madrazo, propietario de “La Punta”.

   Y decía: “Mi mayor satisfacción ha sido el de ¡SER UN PICADOR DE TOROS! Los aplausos fueron el mejor premio a mis anhelos en el camino de la gloria taurina. Me retiré en el año de 1951 en la plaza de Cuatro Caminos donde un toro me derribó con todo y caballo, sufriendo la fractura de varias costillas… Viejo y castigado lo mejor es esperar la muerte y… ¡aquí estoy!”

   Precisamente sus últimos días los vivió al cobijo de la Cruz Roja de Nuevo Laredo, sitio en el que seguramente existía alguna zona destinada al asilo de personas hoy consideradas como de la tercera edad.

Francisco Olvera “Berrinches” acompañado por Alfonso Ramírez “Calesero” en el patio de cuadrillas de la plaza de toros de Nuevo Laredo, Tamaulipas. Fotografía: Vicente García.

   Durante los años que estuvo en activo, vio pasar la época en la que los caballos salían sin ninguna protección, salvo la buena habilidad de los piqueros. Hubo tiempos en los que incluso se les cubría con un ridículo cuero que llamaron despectivamente “baberos”, para luego, de 1930 en adelante, se enmendara la situación por la cual hubo orden de colocar un peto protector que luego, con los años se convertiría en auténtica muralla.

   Es bueno recordar, sobre todo en nuestros tiempos en los que el picador de toros ya es casi una pieza decorativa no solo en el paseíllo sino en sus apariciones en la escena, donde suelen realizar la suerte en forma por demás simbólica, que picadores como “Berrinches”, se caracterizaron por su especial forma de resaltar diversos estilos tanto en la forma de llevar la cabalgadura como de lanzar la garrocha y luego “amarrarse” a ella para culminar en una estampa como la que hoy adorna estas notas, y que corresponde a la tarde en que se enfrentó al toro (anunciado como novillo) de Zacatepec, con peso de 600 kg. Esto ocurrió la tarde del 17 de marzo de 1935, en la plaza de toros de Vista Alegre, por los rumbos de San Antonio Abad (ciudad de México) en que aguantó la embestida de “Bandolero”, toro que luego hirió de muerte al infortunado novillero Miguel Gutiérrez.

   Más en broma que en serio le dedicaron estos versos en 1943

AL VIEJO “BERRINCHES”

Aluego “Berrinches” llega

con un caballejo, al trote,

y toma parte en la brega.

Haz de cuenta Don Quijote

que hubiera resucitado

con bacinica y garrote

y re más encaprichado

se güelve toro el molino

y las aspas hoy son astas

y es aquello un torbellino,

un relajo ¡qué canastas!

A la verdá, no hay derecho.

Destripado el caballejo

y “Berrinches” muy maltrecho,

por poco pierde´l pellejo

si no le espantan al toro.

Y la gente, cómo grita.

le dice llena de azoro

una gringa a una currita:

-¡Qué bárbaros los latinos”

¿No hay saciedá protectora

de animales? ¡Asesinos!…[1]

 Anónimo.

Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 389. Fotografía: Daniel García Orduña.

   Y también estos otros, que corresponden a la autoría de José Fernández Mendizabal del mismo año:

 A FRANCISCO OLVERA,

“BERRINCHES”

 Eres parte esencial de la gran fiesta,

jinete en fiel rocín enflaquecido

a quien hiere la mofa del “tendido”

asaz cruel en su fuerza manifiesta.

 

Diríase que ignoras lo que cuesta

el tumbo doloroso cuando, erguido,

te ves por el burel acometido

en suerte que te puede ser funesta.

 

Valiente a no dudarlo tú lo eres

empuñando la lanza cuando alegra

al toro en el terreno que prefieres,

 

Y también si te engaña su perfidia…

erguida o en tumbo, tu figura íntegra

el cómico sentido de la lidia.

 

Cartel de la infortunada tarde… En Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 389. Fotografía: Daniel García Orduña.

 II

 Sin luz tus ojos ni vigor tu brazo,

hierro en la pierna y sobre el hierro, cuero;

firme en la silla se te mira entero

lucir al sol que rubricó tu ocaso.

 

¿Y qué será de ti cuando el abrazo

de la temida sombra ciña artero

su anilla cruel? Noble Lancero

de la fiesta, en el nervioso trazo.

 

De estas líneas mi emoción te ofrenda

-tal mano grácil que la luz alegra-,

el clavel reventón de la leyenda

 

A salvo del rencor y de la insidia

¡Qué en él tumbo final tu gesto integra

el trágico sentido de la lidia![2] 

José Fernández Mendizábal.

   Finalmente, hay que apuntar el hecho de que Francisco Olvera “Berrinches”, formó parte de aquella generación de picadores que ostentaban la coleta, tal cual la mostraban los matadores, y de que entre los suyos, era común la concesión de alternativa, con lo que seguramente, pero sin decirlo, este personaje la mereció sin duda alguna.


[1] La Lidia. Revista gráfica taurina. Año I, Nº 10. 29 de enero de 1943.

[2] Op. Cit.

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HOY, APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS LLEGA A SU OCTAVO AÑO.

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   El 13 de diciembre de 2010, hoy hace siete años, puse en circulación el blog denominado APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS (https://ahtm.wordpress.com/). Pocos días después, y ante la novedad, tanto Juan Antonio de Labra como Jorge Raúl Nacif, responsables de AlToroMéxico.com, atentos al hecho tuvieron a bien el propósito de conocer más detalles al respecto. Entre otras cosas se destacaba el uso de este medio digital para difundir y divulgar diversos asuntos relacionados con la tauromaquia.

   En aquella conversación, comentaba el hecho de que, debido al cúmulo de información lista para darse a conocer, era posible que ello tomara varios años. Y así ha sido. Con casi 1700 entregas, 385 mil visitas y la distribución de temas en 22 categorías como: anecdotario, crónicas, editoriales, efemérides, personajes y suertes del pasado, ponencias, conferencias y disertaciones, así como recomendaciones y literatura entre otras, AHTM se ha posicionado en el medio de los toros, sobre todo como un blog independiente aunque marginal, debido al hecho de no tener ningún otro compromiso que no sea el debido manejo de la historia como ciencia y esta, apoyada por otras herramientas de las que el historiador se vale directamente para darle el enfoque y el toque más apropiados en el significado de lo que el profesional pretende mostrar como resultado de sus quehaceres.

   Y así es, en efecto. El logro de llegar a cifras como las ya señaladas, ha obligado a su responsable continuar con las tareas de investigación (de campo y de gabinete), así como mejorar su presentación y contenido, cosa que sucede de manera constante, en el día a día justo cuando se tiene el privilegio de acudir a las bibliotecas, archivos, hemerotecas y otros sitios donde se tiene la certeza de ubicación sobre nuevos materiales relacionados con este apasionante tema.

   Pero no olvidemos que dicha plataforma se debe a una de las muchas consecuencias generadas por la internet misma. Sobre ese tema, sugiero, por cierto la siguiente entrega: Los “blogs” en el territorio de la tauromaquia (https://ahtm.wordpress.com/2012/05/21/editorial-los-blogs-en-el-territorio-de-la-tauromaquia/) que allí mismo di a conocer en 2012. Y gracias al despliegue impresionante de información que circula y seguirá circulando, hará posible todo esto que un blog como AHTM tenga razón de ser.

   Hace algunos años los blogs estaban amenazados con desaparecer o verse rebasados por nuevas expresiones como los “nanoblogs”: Facebook, twitter, Instagram, Android y otros, con los cuales nuevas generaciones tienen hoy día un mejor y más sofisticado sistema que han puesto a su servicio las tecnologías de información y comunicación (TIC, por sus siglas), y quizá de lectura en esa nueva apropiación del periódico o revista, pero sobre todo del libro. Son ellos los que nos dirán a los que estamos una o dos generaciones atrás, si ese recurso de la modernidad les tiene resuelto parte de lo cotidiano, donde la lectura y el razonamiento también, son dos componentes esenciales.

   Y es que tanto portales como AlToroMéxico.com, o blogs como AHTM han encontrado la forma no solo de acercarse a una diversidad de usuarios, sino difundir noticias, análisis, reportajes y, evidentemente aspectos que se relacionan con la historia del toreo en este país. Con lo anterior, se cumple un claro objetivo para que la tauromaquia siga estando en la mirada de propios y extraños, buscando con ello no solo su presencia sino su preservación como auténtico patrimonio, como un legado con el que nos hemos comprometido explicar su razón de ser, sobre todo en una época que, como la nuestra, se encuentra permeada de influencias que pretenden alterar aquella expresión milenaria y secular. Por tanto, no es una tarea fácil y cómoda. Se trata, en todo caso, de la presencia de un quehacer constante que se nutre de las actividades de otros que construyen y enriquecen el andamiaje del toreo en México. Incluso, cuando aquellas intenciones se derrumban mostrando las debilidades que afectan directamente la imagen de esta práctica existente, que se debe a sistema de símbolos, a la ritualización misma. Con una simbología propia que se centra en la relación toro-hombre en su sentido más profundo, se crea la obligación de evidenciar esa falsedad con objeto de recuperar el que puede ser resultado de un mejor equilibrio.

   Quiero agradecer también, el apoyo que durante todos estos años he tenido con el favor de otras opciones digitales, que han permitido ampliar la cobertura de este ejercicio. Primero que nada quiero hacerlo con el portal “Taurología.com (https://www.taurologia.com/), donde su responsable, Antonio Petit Caro que me ha favorecido ampliamente con la publicación de diversos asuntos en diversos momentos. También a “Méxicomío” (http://www.mexicomio.com.mx/), donde Óskar Ruizesparza creyó en esta circunstancia, y ahora es posible apreciar –hasta ahora-, 35 libros electrónicos. Ello no habría sido posible sin su amistad y confianza al respecto de estas aspiraciones.

   Evidentemente no puedo dejar de mencionar el blog “La razón incorpórea” (http://larazonincorporea.blogspot.mx/), y a su “redactor en jefe” José Morente, con quien no dejo de tener su afecto y acogida en tan maravilloso espacio. No pueden faltar otras opciones como “Bibliofilia Novohispana” (http://marcofabr.blogspot.mx/), “La Aldea de Tauro (https://laaldeadetauro.blogspot.com/), “Pulques finos La Virtud (http://pulquesfinoslavirtud.blogspot.mx/), “Taurofilia” https://taurofilia.blogspot.mx/), “Toros Grada 6” (http://torosgradaseis.blogspot.mx/) o el portal de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia (http://www.anctl.mx/). Todos ellos, me han dado su apoyo y su “avío”, con lo que AHTM tiene razón de existir.

   En ese sentido, están creadas las condiciones para que, a través de estos medios de comunicación expresados en una de las consecuencias más notables de la humanidad, se genere una reacción que pretende proteger este espectáculo, resultado del sincretismo entre dos culturas encontradas que, al cabo de casi cinco siglos, ha logrado pervivir.

   Gracias pues a AlToroMéxico.com por considerarme uno más en esta tarea habitual.

   “Trabajemos”, decía y sugería Setimio Severo.

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LA DOMINANTE ESPAÑOLA EN LOS CARTELES.

ILUSTRADOR TAURINO MEXICANO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Este cartel, es un ejemplo claro en el que la dominante española fue y sigue siendo una práctica en la tauromaquia americana en lo general, y la mexicana en particular. Col. del autor.

   Apenas superado el proceso de la conquista española (1521), una buena parte de esa comunidad, fungió como protagonista en los diversos espectáculos caballerescos, hasta que hubo, gracias a ciertas concesiones o permisos, forma en que los naturales, herederos comprobados de algún linaje o condición social favorable, pudieran montar a caballo y con ello tener oportunidad de sumarse al reparto entre otros aspectos, a las representaciones donde también alanceaban toros.

   En el último tercio del siglo XVIII, una auténtica figura en el toreo que se practicaba por entonces, fue Tomás Venegas, quien sin mayor problema se anunciaba como el Gachupín toreador. En México, el epónimo que originalmente se formaba de la derivación cactli, zapato, y tzopini, cosa que espina o punza (como las espuelas), pasó con los años a ser una manera de descalificación peyorativa hacia los españoles, fruto de aquel trauma que significó –para muchos-, una suma de complejos respecto al trato o maltrato de aquellos contra los nuestros.

   Y el Gachupín toreador fue una auténtica figura, de quien gracias a algunos documentos existentes se recuerdan diversas hazañas suyas.

   Al comenzar el siglo XIX, y tras el proceso de la independencia, hubo necesidad, por parte de los mexicanos de asumir responsabilidades en el toreo. De esa forma, los hermanos Luis, Sóstenes y José María Ávila, detentaron la cosa taurina entre 1808 y hasta 1865, aproximadamente. Pero ese episodio no fue suficiente, pues entre 1829 y 1835, llegó a nuestro país el portorealeño Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886), quien, por más de 50 años se encargó de establecer un auténtico monopolio. Un imperio que incluso, hasta con dos de sus propios paisanos, esto en 1851, representó auténtica declaración de guerra.

   Entre grandes recursos publicitarios, se encontraban en la ciudad de México, para fines de ese año, Antonio Duarte “Cúchares” y Francisco Torregosa “El Chiclanero” quienes se anunciaron para torear en la plaza del Paseo Nuevo, la tarde del 21 de diciembre. Venían acompañados de una cuadrilla de otros tantos españoles, ya como banderilleros, ya como picadores y, en esa forma desfilaron aquella ocasión, en medio más de la curiosidad y de la incertidumbre que de otra cosa.

   A Gaviño no le gustó definitivamente ese acto de invasión y mandó formar grupos de “reventadores” que terminaron por causar estragos con sus gritos, mismos que se intensificaron en mayor medida luego de que ni Cúchares ni tampoco el Chiclanero que se hicieron fácilmente (gracias a una descarada usurpación) del alias de dos célebres figuras que en aquellos momentos eran famosas, no pudieron demostrar sus supuestas facultades como ases de la tauromaquia. Así que muy pronto, desaparecieron aquellos advenedizos… y vuelta a la estabilidad en el control establecido por Gaviño quien, para entender ese aspecto de dominio y predominio, este quedó materializado con 725 actuaciones, entre México, Cuba, Perú y Venezuela. O este otro dato: que de 1851 a 1867, años en que funcionó la plaza de toros del Paseo Nuevo llegó a actuar en ¡320 ocasiones!

   Bernardo, a mi juicio no terminó por ser un maestro consumado. Es más, a su arribo a nuestro país los conocimientos en tauromaquia eran para él apenas un breviario. La enseñanza que recibió de su más cercano “maestro” Juan León “Leoncillo” sólo sirvió para formar la básica noción que sí adquirieron y consolidaron personajes como Francisco Montes “Paquiro”, José Just, Manuel Domínguez o el auténtico Cúchares (Francisco Arjona), alumnos de avanzada en la Escuela de Tauromaquia, establecida en Sevilla, la cual impulsó Fernando VII; mantuvo el Conde de la Estrella, y en la que su principal maestro era el rondeño Pedro Romero.

   Así que Bernardo Gaviño, lo que resolvió en todo caso fue el hecho de robustecer el andamiaje técnico del toreo, a la sombra sobre todo de las tauromaquias de José Delgado Pepe Hillo y Francisco Montes Paquiro, de las que seguramente contaba con ejemplares para pasar de la teoría a la práctica.

   Llegó un momento en que siendo ya el “patriarca”, lo llamaban Papá Gaviño, símbolo más que afectivo, de apropiación. Bernardo ya era –sin haberse nacionalizado-, un mexicano más. Fue consecuente con el hecho de permitir la celebración de infinidad de festejos en los que predominaba un toreo eminentemente aborigen, mestizo, matizado de ingredientes, entiéndase mojigangas y otras expresiones, sobre todo concebidas como representación del toreo a caballo, o procedentes de ámbito campirano, en los que habilidosos charros se incorporaron y demostraron sus enormes capacidades.

   Las también llamadas manifestaciones parataurinas fueron común denominador en buena parte del siglo XIX. Y ese espectáculo lo fomentó Gaviño. Convertido en caja de resonancia, en otras regiones del país, sobre todo en el centro, norte y occidente, aquellas puestas en escena cobraron verdadero significado que intensificó, por otro lado, síntomas de nacionalismo. Con los años, su más destacado representante sería Ponciano Díaz.

   Habiéndose derogado el decreto que prohibió las corridas de toros en la ciudad de México, esto a finales de 1867, y recuperada la actividad, al comenzar 1887, aquel espacio urbano contó en cosa de tres años hasta con ocho plazas de toros. Y en efecto, el torero que tenía la “sartén por el mango” era ni más ni menos que el atenqueño, cuyo apellido: Díaz, se hizo tan célebre y hasta se le comparaba con el propio presidente en turno, Porfirio Díaz.

   Pero Ponciano no ignoraba que, con la previa presencia de personajes como Manuel Hermosilla, Francisco Jiménez “Rebujina”, Juan Moreno “El Americano”, Andrés Fontela o José Machío, se ponía en marcha un proceso que, para 1887 culminaría con la consolidación de lo que he considerado como la “reconquista vestida de luces”.

   Tal “reconquista” debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

   A lo que se ve, el asunto tiene más picos que una custodia. Entre otras cosas, porque los mexicanos que hicieron suya esta manifestación, fueron fieles a la independencia taurina y esta dio pie a una libre y abierta expresión, que fue la que trascendió en México. Lo curioso es el afecto y admiración por el diestro gaditano, de ahí que considere a Bernardo Gaviño y Rueda como un español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. En ese sentido, Gaviño fue consciente de aquel estado de cosas y apoyó a los diestros nacionales en los términos que ya quedaron dichos.

   De lo apuntado anteriormente, se puede concluir que la llegada masiva de toreros españoles a nuestro país, representaba, por un lado la aplicación de aquella empresa espiritual, y para ello fue necesario formar carteles donde, en sus diversas composiciones, los diestros hispanos fueron haciéndose del control. El caso más célebre es el de Luis Mazzantini quien después de la tremenda bronca que protagonizó el 16 de marzo de 1887, en la plaza de San Rafael lidiando un pésimo encierro de Santa Ana la Presa, puso pies en polvorosa, con destino a la estación de ferrocarril. En el andén, a punto de abordar el primer tren que daba lugar a su huida, se quita una zapatilla y con desdén sentencia: “De esta tierra de salvajes, ni el polvo quiero”.

   Debe tomarse en cuenta el hecho de que cuando Ponciano Díaz fue a España en 1889 para “confirmar” (justo el 17 de octubre) una alternativa que sí se le concedió en Puebla, el 13 de abril de 1879, a su regreso se le recibió como un héroe. Pero pasó muy poco tiempo para que la afición reaccionara en contra suya, pues aquel episodio lo consideraron como una traición. Ese punto, que no tendría mucho que ver, en el fondo es un componente que aceleró aquellos cambios y reacomodos en el espectáculo taurino mexicano.

   El guipuzcoano regresó meses más tarde, para reconciliarse con la afición. Desde ese momento y hasta el año de su despedida (1904), no le faltó oportunidad para anunciar la famosa “Temporada Mazzantini”. Ya fuese en solitario, o acompañado de uno o dos espadas más, todos españoles, los carteles tuvieron por aquel entonces y hasta los primeros del XX aquella configuración, antes de la aparición de Rodolfo Gaona. Creo incluso que fue el propio Ponciano quien encabezó aquella sana escapatoria hacia otros puntos del país., donde el refugio provinciano permitió admirar el desenlace del toreo a la mexicana, además de que entre los diestros que como él seguían contratándose, no había en realidad uno solo que diera la cara a los españoles con la debida consistencia.

   Con Gaona, Juan Silveti, Vicente Segura, Carlos Lombardini o Pedro López se dio el primer contrapeso importante. Sin embargo, los españoles seguían posicionados de la dominante, y hubo carteles hasta entrado el primer cuarto del siglo pasado en que eran ellos los actores principales. Y de todo lo anterior no hago reproche, ni crítica. Tampoco alguna denostación. Simple y sencillamente he presentado los comportamientos más representativos que hubo en el pasado para que se entiendan algunos de los síntomas que aquí fueron destacados.

   Finalmente, faltaban algunos años, muy pocos para que un nuevo capítulo detonara como parte de la reacción de “los nuestros”. Me refiero a la “independencia taurina mexicana”, que Humberto Ruiz Quiroz ha estudiado detenidamente, y que por su solo desarrollo merece especial atención…

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