POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
A la izquierda, un cartel celebrado en Celaya, Guanajuato en 1936. A la derecha, la figura egregia de Juan Silveti Reynoso (qepd).
La navidad es una celebración que configura a diversas sociedades que hicieron suya la religión católica y que, con toda su carga ritual o ceremonial, ha llegado hasta nuestros días conservando sus mismos significados, lo que cada cultura o sociedad les ha venido dando de acuerdo a sus diversas formas de pensar.
En ese sentido, arraigó en nuestro territorio a pocos años de la conquista, y de ese aspecto se encargaron los evangelizadores que desplegaron una nueva forma de expresión entre los diversos grupos indígenas que poco a poco la asimilaron hasta incorporarla en el amplio calendario de celebraciones, hasta darle ese toque mestizo que adquirió al paso de los siglos. Cambiaba la forma, no el fondo.
Y desde luego, ante la posibilidad de acentuar ese motivo, no faltaron las corridas de toros, festejos que se afirmaron con más fuerza en diversos espacios provincianos. Tal es el caso de Celaya, Guanajuato. De esto daba cuenta la Gaceta del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos –continuación de la Gazeta de México, publicada el miércoles 7 de diciembre de 1831, donde se puede encontrar información alusiva a los orígenes de las fiestas de navidad, mismas que remontan al año de 1826 en la entonces apacible población del bajío mexicano. En una condición compartida con las que ocurrieron de igual forma en Querétaro, en uno y otro sitio se distinguieron y caracterizaron por irse mejorando, lo que representó verdadera “competencia”, al grado de establecer una “junta protectora del Rosario de la noche buena” y así, en Celaya “de inmemorial tiempo a esta parte, se ha hecho un Rosario en que se representa al natural varios sucesos y misterios de nuestra redención; que algunas veces había corridas de toros, y otros espectáculos con que atraían gentes de los lugares vecinos, dando así además un impulso no pequeño a su industria y su comercio”.
Así que a partir de la navidad de 1840 tuvo verificativo lo que se considera el primer desfile de carros alegóricos. Con el tiempo, dicha ocasión alcanzó niveles de verdadera tradición y se cuenta que al concluir el siglo XIX se complementaba la fiesta navideña con “corridas de toros, las peleas de gallos, los bailes populares y el juego en la “Partida” de grandes sumas de dinero”, como dice Luis Velasco y Mendoza en su muy conocida obra Historia de la ciudad de Celaya, en cuatro volúmenes, edición de 1947.
En el curso de aquel siglo y luego el XX, la “corrida de navidad” fue todo un acontecimiento, y aunque hoy día se sigue celebrando, aunque en forma intermitente, el hecho es que hubo ocasiones en las que los aficionados celayenses, consideraron aquel festejo como de “postín”, de ahí que los tendidos de la célebre plaza de la calle de “Aldama” se viera colmada de personas que vestían sus mejores galas para presenciar este o aquel festejo. Los datos con que se cuentan al respecto, y que he venido reuniendo en mi libro Celaya: rincón de la provincia, y su fiesta de toros durante cuatro siglos (del que por cierto tengo lista la segunda edición), nos refieren que ya las hubo desde 1894. Uno de los más recordados, entre las decenas de registros que hay al respecto se tiene la ocurrida el 25 de diciembre de 1936. En tal ocasión, se presentaron Lorenzo Garza y Luis Castro El Soldado, que enfrentaron seis ejemplares de la ganadería de Xajay.
Sobre Juan Silveti Reynoso, que se ha ido.
Marcial Fernández y este servidor, escribíamos sobre Juan Silveti Reynoso en Los Nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI (2002, p. 139-140):
“En una entrevista de Óskar Ruizesparza a Juan Silveti Reynoso (Ciudad de México, 1929), hijo del Tigre de Guajajuato, Tigrillo a la vez y progenitor del Rey David, el periodista pregunta:
-“Al participarle a tu padre que querías ser torero, ¿recibiste algún tipo de apoyo por parte de él?
“Y el matador reponde:
-“No, ninguno. Probablemente se cuestionó si podría ser yo un buen torero o no. O tal vez se portó un poco egoísta, de manera que no hubiera en nuestra familia otro torero que él. Y así, al no apoyarme mi propio padre, nadie me quería apoyar. Cada vez que yo visitaba a algún taurino con el propósito de que me echara la mano, y le decía que yo era hijo de Juan Silveti, me respondía de inmediato: “Pues que te ayude tu papá”. Si él hubiera querido apoyarme, ciertamente me hubiera allanado mucho el camino; pero, lejos de ello, me lo obstaculizó y yo tuve que sacar la cabeza por mis propios medios.
“Lo que da por resultado un Silveti Reynoso completamente opuesto, en cuestiones de estilo, a Silveti Mañón. Si a éste se le puede catalogar como tremendista, a aquél, por el contrario, hace gala de clásico. Si El Tigre es símbolo de mexicaneidad; el Tigrillo, gracias a la asimilación y puesta en práctica de lecturas taurinas, se le considera, sí, un torero mexicano, pero de manufactura española, por lo que es en España en donde adquiere sus mayores triunfos.
“El Tigrillo, por otra parte, valiéndose de su propia personalidad, logra una veloz carrera novilleril, pues, con apenas 37 novilladas toreadas en poco más de medio año, toma la alternativa el 15 de enero de 1950 para, el 17 de junio de 1951 confirmarla en Madrid y volverse durante cuatro años en una figura indispensable de cartelera española.
“Silveti Reynoso dice:
“…En aquella época, yo tenía apenas veintiún años de edad. Era un niño, realmente. Y no tenía ni siquiera la experiencia de haber visto corridas de toros en cosos españoles […] Mis únicas referencias de la Fiesta de toros en España las había adquirido exclusivamente a través de la lectura […] Pero me arriesgué y salí ganando […] Debuté en Barcelona y no estuve del todo mal. Pude haber fracasado, pero no fracasé. Tampoco te diré que tuve un éxito grandioso. Después fui a Sevilla y tomé parte en corridas sumamente importantes. Y así, de una plaza a otra, poco a poco fui adaptándome a la embestida del toro español […] luego regresé a México. El público de aquí deseaba verme.
“De vuelta en su país –aunque Silveti compagina sus temporadas españolas con las mexicanas-, el público nacional da cuenta de un torero maduro a sus 25 años que, lejos de cualquier histrionismo, basa su toreo en la larga tradición de lo que es y debe ser la tauromaquia ortodoxa, esa que tiene más verdad, pues se le considera en su perfecta ejecución la más difícil de realizar, que cualquier puesta en escena montada en el ruedo.
“Sin un adiós definitivo –pues los matadores nacen y mueren toreros- deja de vestirse de luces a finales de la década de los sesenta”.
Temple y mando del “Tigrillo”. Col. del autor.
Hasta aquí con una semblanza que no podía faltar, evocando a Juan Silveti.