Archivo mensual: enero 2018

SILVERIO, “TANGUITO” Y LA FAENA MODERNA.

EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS DEL SIGLO XX.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

Silverio Pérez en un momento de intensidad durante su faena a “Tanguito” de Pastejé. Plaza de toros “El Toreo”, 31 de enero de 1943. Año I, N° 11, 5 de febrero de 1943. Fotografía: Luis Reynoso.

   Los taurinos solemos hacer “sobremesa” luego del último festejo y, en torno a una buena taza de café, nos explayamos hasta alcanzar la polémica o la evocación. En esta última, suelen convertirse en tema esos viejos toreros que jamás vimos en la plaza –me refiero a Rodolfo Gaona o Silverio Pérez-, por ejemplo.

   De este último, nos remitimos a las referencias que suelen convertirse hasta en lugares comunes, lo que no siempre viene a resultar el mejor de los balances, pues no se obtienen demasiadas apreciaciones, siempre necesarias para ampliar nuestra profundidad de campo.

   Precisamente hoy, hace 75 años, Silverio Pérez logró materializar uno de los capítulos más notables en la historia reciente del toreo, triunfando rotundamente frente a “Tanguito” de Pastejé, lo cual representó la construcción de un paradigma, de un antes y un después. O, para decirlo de una sola vez, como el asentamiento del traído y llevado toreo con estilo mexicano. La jornada del 31 de enero de 1943 significó también para ventilar una interesante polémica, la que sostuvieron el joven Flavio Zavala Millet y el entonces decano de la prensa taurina en el país, Carlos Cuesta Baquero.

   Publicada en el semanario La Lidia, dicha tribuna fue espacio para que Paco Puyazo y Roque Solares Tacubac y cada quien con su alias, saliera en defensa de dos posturas o visiones provocadas por la faena del texcocano. El primero representaba por entonces, la visión del nuevo aficionado, en tanto que el segundo se mostraba como defensor del pasado, evocando cuanto de lo clásico poseía, a sus ojos, la tauromaquia.

   Cada uno presentó argumentos. Paco Puyazo defendió la moderna expresión que se concretaba en el trasteo silverista, matizado además de un sello propio y esencia que olía a puro mexicano. Roque Solares Tacubac elogió también aquella gesta, aunque le restaba méritos pues era un atrevimiento haber hecho cimbrar los templos clásicos del toreo que vio siempre en columnas como Lagartijo y Frascuelo.

   Pero tal toreo, después de esos dos grandes, evolucionaba.

   Ambos personajes defendían y argumentaban sus posturas, en tanto que los lectores aprendieron semana a semana una apasionante disección teórica que alcanzó niveles pocas veces visto, sobre todo porque se trataba, como ya se dijo, de una auténtica polémica.

   Total, y dada la extensión que alcanzaba aquella confrontación, puedo concluir que se trató del primer gran análisis hecho al toreo nacional personificado en la figura de Silverio Pérez que marcaba el fin de una época y el comienzo de otra, donde la tauromaquia mostraba los nuevos cambios dirigidos hacia el decoro de faenas forjadas con ese estilo propio donde el toreo ralentizado, de larga duración en lances y pases; así como de la exposición que por añadidura daban los diestros. Ello finalmente logró que las siguientes generaciones de toreros afinaran y definieran tal interpretación, hasta alcanzar los grados de pureza que hoy día son muestra evidente de esa evolución.

   No quiero terminar, después de esta revisión, sin antes referirme a la célebre reseña que escribió Carlos Septién García el Tío Carlos, publicada en Crónicas de toros, libro que publicó JUS en 1948.

   Con esta crónica -¡señora crónica!-, basta y sobra, y creo que en buena medida puedo afirmar que se trata de la mejor de todas las reseñas que hasta ahora he localizado. Un verdadero modelo a seguir.

   ¡Genial de toda genialidad!

   Lo que nos viene a contar a quien también conocemos como “El Tío Carlos” es el resultado de una visión contemplativa inmejorable. Sin afán de limitar el contenido de ese texto impecable, bien vale la pena centrarnos en la obra de Silverio a “Tanguito”.

   Para empezar, el solo hecho de encontrar un comparativo con la figura de Domeniko Theotokopoulos remarca el sentido y significado de los personajes que “El Greco” supo plasmar con estilo propio y que hoy son un referente de la pintura universal. Y es que para atreverse a tamaño atrevimiento es porque con

el toreo de Silverio al quinto se cumplió real y verdaderamente [alcanzar] el terreno de la fantasía. Allí donde nada tienen que hacer las leyes físicas; donde todo es libertad radiante de creación y desarrollo. Allí donde, desaparecidas las limitaciones de la dimensión, se desenvuelven suntuosamente libres, esas cosas admirables que son los sueños, los cuentos de hadas y las obras del genio. Allí donde es posible –con tremenda sencillez- que un castillo se derrumbe ante el conjuro de un niño, que una fresca muchacha duerma trescientos años seguidos, que un poeta arrebate la esencia de las cosas, o que un torero toree con las entrañas.

   Y eso es lo que hizo y produjo Silverio Pérez con la faena a “Tanguito”. Hasta aquí, por cierto, “El Tío Carlos” no tuvo ningún empacho en hilvanar lo que una crónica a secas podría decirnos, justo cuando nos enteramos de cuántos pases, remates u otros recursos fueron necesarios para construir su labor. A los ojos de Carlos Septién eso no era necesario. Los adjetivos superlativos con que construyó su texto dan al quehacer texcocano la suficiente razón para entender, desde otras dimensiones, la estatura de la obra, pues llegó a entender, como lo dice más adelante:

   Y así toreó Silverio Pérez. Trastornando las actuales dimensiones del toreo. Acortando hasta el último límite las distancias entre toro y torero. Ensanchando hasta lo increíble en uno y otro sentido el espacio en que el toro podía ir prendido en la muleta. Alargando hasta lo inverosímil el tiempo de dilación de un lance o de un pase. Haciendo por tanto un toreo diferente en temple y en terreno, en tiempo y en espacio.

   Con esta idea fundamental, el autor de Crónicas de Toros nos revela un factor relevante, pues percibe que la faena silverista estaba alcanzando la verdadera cima de un cambio en el significado de lo que para entonces representaba el toreo, y ese cambio se convirtió en la vuelta de tuerca en una época que veía pasar, por primera vez una nueva expresión generacional e interpretativa, la de una faena mutante, que se renovaba en sí misma para convertirse en otra cosa; con la aplicación de un tiempo que ya no era el de un toreo primitivo, sino plena y naturalmente moderno.

   Por tanto, no es casual que al terminar de dar su balance sobre el desempeño de Silverio, “El Tío Carlos” terminara sentenciando:

   En la base del toreo de Silverio se halla la pureza de su escuela. En la cumbre, su inmensa capacidad estética, “alquitara de siglos” de raza. En el trayecto hay un estadio diferente que fue Peluquero [faena que realizó el 22 de marzo de 1942 en el mismo escenario]. El novillero Silverio fue el lento y apasionado aprendiz de lo clásico. Silverio el de Peluquero fue el mestizo dramático que hubo de vencerse a sí mismo para triunfar; Silverio el de Tanguito es el artista que, dominada la técnica, vencida la angustia, encuentra en el arrebato la expresión de un sentido único, entrañable, del toreo.

   Y, como en el caso de “El Greco”, hasta que el célebre artista pudo dominar la paleta de colores, imponer un estilo propio y tornarse genial, es que pudo ganar la gloria a fuerza de un empeño donde quedaba demostrado como impronta, aquel arte imperecedero. Por eso al descubrir un caso semejante en Silverio, es que quienes tendrían legítimo derecho a opinar, como es el caso de Septién García, y el resto, es decir toda esa legión de aficionados que a su vez forjaban una propia opinión al respecto también. El hecho es que se alcanzaban límites no concebidos en el toreo de una figura que se emparentaba con todo ese significado de lo nacional, justo en épocas que seguían buscando recuperar ese significado que, en buena medida se alteró por obra de la revolución armada. Si bien, los tiempos postrevolucionarios tuvieron entre sus preocupaciones las de recuperar las raíces, donde estaban elementos fundamentales como la música, o la literatura, por ejemplo, el hecho es que Silverio desde la tauromaquia, también se encargó de aportar todos estos componentes que permitieron identificar al toreo como una interpretación más nacional que mestiza, aunque complementarias al fin y al cabo.

   Por último, Septién García parece etiquetar lo que para nosotros sigue representando hasta hoy como la “escuela mexicana del toreo”. Así como en España se consideran fundamentales la “Escuela rondeña, o la “sevillana” (sin hacer menos algunas más que han encontrado similar calificativo), el hecho es que identifica lo mexicano en Silverio de la siguiente forma:

   Con este Silverio Pérez, producto de un pueblo al que se le han negado y obstruido todos los caminos de lo heroico excepto el del toreo, se inicia la época del toreo como fantasía. Y la escuela mexicana paga con creces su deuda al toreo universal entregándole el mensaje de este indio de Texcoco largo, huesudo, desangelado y genial.

   Pues bien, lo que al principio del siglo XX hubo de comenzar otro “indio”, y me refiero al mismísimo Rodolfo Gaona, Silverio –“indio de Texcoco-, y también de la misma raza, lo culmina en términos de perfección y hondura que calaron desde entonces y hasta hoy, donde solo nos llega, tan fresca como es, esa fragancia, la de un toreo, en el que sus distintos intérpretes han procurado mantener la esencia, el significado de todo ese largo proceso de madurez.

   Las batallas de Gaona y Silverio se tornaron conquista, y lo hicieron para elevar el toreo a órdenes universales.

 

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LA CUADRILLA DE MAZZANTINI COMPLETA E IMPECABLE.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 

 

Colección GARBOSA

   Gracias al esfuerzo que, de muchos años para acá viene obteniendo la cada vez más notable colección del Dr. Marco Antonio Ramírez, materializada en la biblioteca taurina “Salvador García Bolio”, ubicada en el “Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías”, en la ciudad de Morelia, Michoacán, es posible apreciar, a través del recurso que por internet podemos tener de la misma (aquí la liga: http://www.bibliotoro.com/) un conjunto homogéneo de documentos e impresos dedicados a la tauromaquia, que no se reduce a libros. También encontramos hemerografía, fotografía y otras fuentes que permiten acercarnos a poco más de 13,300 referencias provenientes de diversos países e idiomas. Así, podemos saber, por ejemplo, y en la última actualización (la del 20 de enero) que España tiene un aporte de 7981 registros; México, 2001; Francia, 1391; Estados Unidos de Norteamérica, 374; Portugal, 232; Inglaterra, 122; Colombia, 77; Perú, 72; Venezuela, 48; Alemania, 59. Total, 10 países que concentran la mayor parte de los títulos, sin faltar curiosidades como las publicadas en Japón o en China, por ejemplo.

   Entre ese mundo de información, al que en lo personal, he tenido la suerte de acceder, se encuentra la maravilla fotográfica que, en esta ocasión he elegido para su debido “revelado”.

   Luis Mazzantini apenas tenía unos días de haber llegado a México, por Veracruz, directamente desde Cuba, donde ya había toreado previamente. Así que, antes de su llegada a la capital, pasó por Puebla, donde toreó el 27 de febrero, y luego 6 y 13 de marzo de 1887. Desde luego, se aproximaba la triste jornada del 16 de marzo, donde sucedió tremenda bronca en la plaza de “San Rafael”, frente a un pésimo encierro de Santa Ana la Presa, que es tanto como decir que se trataba de toros “cuneros” que, como decía el Dr. Carlos Cuesta Baquero lo eran “sin ascendencia de casta, sino formada con reses bravuconas, broncas mejor que bravas”.

   Regresando al análisis de la imagen, diré que la compañía acudió completa, y además todos vistieron, para aquella ocasión, rigurosamente de luces. Esto sucedía en el puerto de Veracruz, como ya se dijo, aunque quizá con más precisión hacia la última semana de febrero del 87´.

   De hecho, a todos se les ve relajados, pero quizá el gran mérito es que el Sr. Ibáñez e Hijo logró convencer al guipuzcoano de hacerse este retrato, donde aparece sentado, al centro, rodeado de sus peones, banderilleros y picadores que, reconocidos en la “marialuisa” que adorna discretamente la fotografía resultan ser, de izquierda a derecha (de pie): Luis Recatero (Recaterillo), Francisco Diego (Corito), Manuel Pérez (Sastre), Manuel Martínez (Agujetas), Tomás Mazzantini, José Bayard (Badila), Manuel Rodríguez (Cantares), Ramón López y Romualdo Puerta (Montañés). Sentados: Victoriano Recatero (Regaterín), Valentín Martín, Luis Mazzantini, Gabriel López (Mateíto) y José Galea.

Colección GARBOSA

   Todos firmaron atrás y dedicaron el retrato a “nuestro apreciable amigo el Señor General D. Feliciano Rodríguez”.

   Casi es un hecho que lograda tan impresionante composición, armónica y con el debido equilibrio en el gabinete del Sr. Ibáñez, esta compañía salió con destino a la Puebla de los Ángeles para cumplir con el contrato previamente acordado de aquellas tres actuaciones, en las que se lidió ganado de San Diego de los Padres.

   Seguramente todos los integrantes de la compañía contaron con el agradable recuerdo de aquel retrato y lo conservaron con el agradecimiento de que, en el fondo se les recibía como héroes en este país. Otros tantos ejemplares, debieron venderse directamente por Ibáñez y el que hoy apreciamos, que además tiene el valor de llevar nombre, firmas o seudónimos, debe haberse quedado en el arcón de los recuerdos de algunos de estos altivos señores para gozo, hoy día de tan admirable trabajo, en el que el fotógrafo se valió de aquellos lienzos que, como telón de fondo quedaron registrados en cientos de imágenes que nos permiten observar actitudes, poses y demás gestos de tanta y tanta gente que logró tener un retrato, una auténtica “tarjeta de visita” con qué identificarse ante los demás. Muchas de ellas solo conservan lo curioso de ese propósito, pues desconocemos de quien o quienes se trata.

   En este caso, la “Célebre Cuadrilla de D. Luis Mazzantini” se desvela en lo imponente que trasciende ese retrato en tono sepia, con lo cual tenemos ahora clara idea de quienes se presentaron ante la afición mexicana y tuvieron en Puebla feliz presentación. Como ya lo adelantaba, el episodio del 16 de marzo, marcó para Mazzantini y miembros que le acompañan, un quiebre en sus destinos, pues con la tremenda bronca que se suscitó en la de San Rafael; la huida hacia la estación del tren con ganas de salir a donde fuera; y luego pronunciar su célebre frase: “¡De este país de salvajes, ni el polvo quiero…!”. Cambió el destino para quien, con los años, regresaría curado en salud, y montando año tras año, y hasta más o menos 1904 su célebre “Temporada Mazzantini” en las que, el monopolio de don Luis, tuvo muy buenos dividendos.

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SE ORGANIZAN NUMEROSOS FESTEJOS TAURINOS EN 1815.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Habiendo dado a conocer en una entrega anterior el desarrollo de las fiestas en Teposcolula, Oaxaca en 1818, tres años antes, y ahora bajo el “feliz advenimiento de nuestro Soberano el Sr. D. FERNANDO SÉPTIMO”, en la ciudad de México, las autoridades organizaron un conjunto de festejos que abarcaron del 25 de enero y hasta los primeros días de junio, que en su mayoría produjeron pingües beneficios.

   En el primer aviso que emitió el Ayuntamiento, se hizo saber a los habitantes de esta ciudad:

Cartel de la plaza de toros del Volador, ciudad de México. Celebración de ocho corridas de estilo entre los días 25, 26, 27, 28 y 31 de enero; 1º y 3 de febrero. Cortesía: Lic. José Rodríguez.

La muy Noble, muy Leal, Insigne e Imperial Ciudad de México.

Con el plausible motivo del feliz advenimiento de nuestro Soberano el Sr. D. FERNANDO SÉPTIMO, que Dios prospere, a su Trono, expresa su regocijo en fiestas públicas de corridas de Toros, para que todo el Pueblo Mexicano celebre con aplauso tan fausto acontecimiento, que ha sido el anuncio de sus felicidades.

Las ocho corridas de estilo serán los días 25, 26, 27, 28, 30 y 31 del presente mes de enero; 1º y 3 de febrero, conforme a lo dispuesto por el Exmo. Sr. Virrey.

Los Comisionados que son el Sr. D. Ramón Gutiérrez del Mazo, Intendente de esta Capital y su Provincia, por S.E., y por el Exmo. Ayuntamiento los Señores Regidores D. León Ignacio Pico y D. Tomás Gutiérrez de Terán, no han perdonado fatiga ni gasto, que en la premura del tiempo y circunstancias del día han sido de mucha consideración, para que la diversión del Público sea completa.

Se lidiarán Toros escogidos de la acreditada hacienda de Atengo (debe decir Atenco) del Condado de Santiago (Calimaya), y de las del Paredón, Mextepec y Tecocomulco; los primeros con divisa encarnada, los segundos con azul, los terceros con amarilla, y los cuartos con blanca.

   Se proporcionará para mayor diversión del Público, Fuegos, Monte Parnaso, Palo encebado, y otras distintas.

   Toreros de a pie y a caballo:

Felipe Monroy, José Antonio Romero, José Legorreta y Gerónimo Meza. Entre las dos cuadrillas, destacan a pie: Antonio Rea, Pedro Escobar, Julio y José Luis Monroy, Guadalupe Granados y Basilio Quijón. La segunda estuvo formada por: Joaquín Rodríguez (que nada tiene que ver con “Costillares”), José María Montesinos, José María Ríos, José Apolinario Villegas, Onofre Fragoso y Joaquín Roxas. A caballo: Felipe Monroy, José Antonio Romero, José Legorreta, Gerónimo Meza, Rafael Monroy (alias) Santa Gertrudis, Ramón Carrillo, Demetrio Salinas y Juan Andrés Gutiérrez (…)

 de acuerdo al cartel que adorna las presentes notas.

   Aquella larga “Temporada taurina” transcurrió en la plaza del “Volador”, convirtiéndose en los últimos festejos allí celebrados, pues justo el mismo año, se desmanteló y el maderamen pasó a integrarse a la Real Plaza de Toros de San Pablo.

   En estos registros, lo que llama la atención es una serie de términos que, de acuerdo a la redacción, pero también a los usos y costumbres, permiten entender la forma en que se desarrollaba la fiesta hace poco más de dos siglos. Uno de ellos es la manera en que se califican los espectáculos como “corridas de estilo”, lo cual significaría entender que se trataba de festejos tal cual lo fijaban aquellos principios con que la tauromaquia era puesta en práctica directamente por los protagonistas, a imagen y semejanza de lo que sucede hoy día.

   También es de agradecer la relación de toreros, tanto a pie como a caballo, lo cual indica que, por ejemplo, al solo nombre de Agustín Marroquín o los hermanos Ávila, se sume un grupo articulado que, a pie o a caballo ya podía presentarse en festejos organizados formalmente por la autoridad. Del mismo modo, se mencionan y distinguen con colores las divisas de toros cuya procedencia fue de cuatro haciendas: Atenco (Valle de Toluca, México), Paredón (probablemente ubicada en el estado de Veracruz), Mextepec (hoy Almoloya de Juárez, México) y Tecocomulco (San Juan Tecocomulco, perteneciente a Cuautepec de Hinojosa, estado de Hidalgo).

   Hubo, además en las corridas formales, fuegos, palo encebado, o aquello otro donde debido a la prohibición “que hay de lidiar Toros puntales, se proporcionará el divertido espectáculo de unos Becerros toreados por determinado número de muchachos, Equilibrios en el alambre floxo (sic), Monte Parnaso con dos Novillos embolados, y un Globo aerostático iluminado, al ponerse el sol”, expresiones parataurinas donde predominaba un toreo eminentemente aborigen, mestizo, matizado de ingredientes; -entiéndase mojigangas-, tales como toreo a caballo, o procedentes del ámbito campirano; en los que habilidosos charros y vaqueros al entrar en escena, demostraban sus enormes capacidades.

   Imagínense fuegos de artificio, palo encebado, becerros y novillos embolados, equilibristas, monte parnaso, globos aerostáticos…, todo un catálogo de expresiones en corridas a mañana [comenzaban a las once] y tarde [a partir de las cuatro], que aseguraban lo notable de un espectáculo y cuyo cierre simplemente podría alcanzar lo extraordinario.

   En otros programas se anunciaron festejos “el Lunes y Martes de Carnestolendas por mañana y tarde, y el Domingo por la tarde” [esto en los primeros días de febrero]. Al comenzar abril, los capitalinos se enteraron de que “las primeras corridas de Toros para los días Jueves y Viernes de la primera semana [de ese mes fueron] festejos en los que se corrieron en cada día “diez y seis Toros, diez de Atenco, escogidos y descansados, con la divisa de una roseta encarnada, y seis de Tenango que son de muy buena raza, también escogidos, y se señalarán con roseta blanca”.

   Luego, el 7 de abril siguiente, Ramón Gutiérrez del Mazo autorizó una corrida de toros en beneficio de la construcción del vestuario de la tropa, así que como puede entenderse hasta aquí, los festejos estaban dejando muy buenos ingresos. Finalmente, un nuevo aviso, fechado este el 28 de mayo indicaba:

En las tardes del Lunes, Martes, Miércoles y Jueves de la presente Semana, se han de continuar las corridas de Toros que el Exmo. Sr. Virey ha tenido a bien conceder a los Contratistas de la Plaza, para que resarzan las pérdidas que han sufrido, satisfaciendo al fondo de vestuario la contribución que se sirvió aceptar, como se anunció en aviso de 14 del corriente.

   Comenzarán los Toros a las cuatro y media de la tarde, y en cada una se lidiarán diez, cinco de Atengo [Atenco] con divisa encarnada, y cinco del Astillero y Golondrinas con la de color de Caña, repitiéndose al Público la Superior Orden, relativa a que al primer toque del clarín, todas las personas sin distinción de clases, salgan de la Plaza y entre barreras, para cuya observancia está destinada la tropa que haga efectivo el cumplimiento de esta providencia, a fin de que la que maniobre pueda con libertad y lucimiento hacer sus evoluciones, sin objetos que embarazen la extensión de dicha Plaza, no verificándose esto hasta tanto no esté libre y cerradas sus cuatro puertas. Las diversiones que ofrecen los Contratistas son las siguientes:

LUNES: Al quinto Toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la Plaza, para que sentados á ellas los Toreros banderillen á un Toro embolado.

   Al mismo Toro embolado pondrá el loco Ríos una bandera parado sobre un barril y engrillado.

   Dominguejos de particular idea.

MARTES: Por ser día de nuestro Católico Monarca, se pondrá el mayor esmero en las diversiones y función que se ha de dar, que se anunciará por otros carteles el día anterior.

MIÉRCOLES: Liebres y Galgos.

   Se pondrán dos Monos al medio de la Plaza para diversión del Público.

JUEVES: Se echarán Venados para que los cojan Perros sagüezos, diversión muy retirada en esta Capital.

   Se lidiarán dos Toros á un mismo tiempo, dividendo la Plaza por mitad con una baya portátil.

   México 28 de mayo de 1815.

   Ramón Gutiérrez del Mazo.

   Como las corridas que se celebraron en abril y luego estas de mayo presentaron un balance negativo, el virrey Félix María Calleja del Rey concedió licencia necesaria para una serie de otras cuatro corridas más, las cuales se verificaron en la primera semana de junio de 1815, aunque se desconoce la procedencia del ganado. Ello sucedió bajo las acostumbradas presiones surgidas al interior del gremio de Tablajeros, donde buena parte de sus integrantes, eran dueños de carnicerías, lo que supone que con aquella intensa actividad en las tardes aquí conocidas, hubo suficientes motivos para generar un mercado temporal con la venta de carne de manera legal, aunque se sospecha que lo fue también de manera ilegal.

   Tanto monta, monta tanto…

   Así fueron en realidad una buena parte de los festejos durante el siglo XIX mexicano, e incluso muchos de ellos mostraron variantes, invenciones y demás alucinaciones propias de quienes no solo participaban activa y permanentemente en ellos sino de otros que creaban y recreaban el espectáculo hasta ponerlo en el lugar de fascinación que alcanzó a tener. En ese sentido, personajes como Bernardo Gaviño o Ponciano Díaz, impulsaron tal complemento que, como era de esperarse también, terminó agotándose. A ese síntoma, debe agregarse la transición y presencia del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna, el cual vino a estabilizar ese orden y ese progreso, lo que significó una clara señal de profesionalización de la tauromaquia en México. Lo anterior a partir de 1887; año en que se desarrolla el que, a mi parecer es uno de los episodios más importantes para el espectáculo en México: “la reconquista vestida de luces”.

   Ya me ocuparé de ese episodio poco más adelante.

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UNA NUEVA CONTRIBUCIÓN DE FRANÇOIS AUBERT, A LA FOTOGRAFÍA TAURINA MEXICANA DEL SIGLO XIX.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Si hubiese que establecer cuál o cuáles son las primeras fotografías taurinas registradas en México, de inmediato me remito a cinco de seis ejemplos:

1.-1853: Retrato litográfico o ambrotipo, en el que aparece Bernardo Gaviño.

2.-1859-1861: Albúmina, incluida en el Álbum Fotográfico Mexicano, cuya coautoría corresponde a Desiré de Charnay y Julio Michaud. El personaje retratado es, con toda seguridad, el entonces célebre picador de toros Magdaleno Vera.

3.-De la misma obra, aunque quizá correspondiente a la edición de 1861, se incluye esta impecable albúmina, que muestra en primer término la célebre estatua de “Carlos IV” y detrás de ella la plaza de toros “Paseo Nuevo”, ubicadas en el corazón de aquel espacio urbano que originalmente se denominó “Paseo de Bucareli”.

4.-Albúmina, imagen atribuida a François Aubert, registro del año 1865. Se trata de la plaza de toros “San Pedro”, inaugurada en ese año, y que forma parte de la exposición que aquí se promueve.

5.-Fotografía estereoscópica, cuyo trabajo final es la aplicación de la técnica en albúmina, muestra el interior de la plaza de toros “Paseo Nuevo” (hacia 1870), para entonces ya bastante deteriorada. Esta imagen pertenece a la Col. “Felipe Teixidor”, perteneciente al Archivo General de la Nación.

   Una sexta imagen, que solo cito es una “tarjeta de visita”, en la que aparece el diestro Jesús Villegas “El Catrín”, la cual debe remontarse hacia 1875. La pude apreciar en un museo privado que se ubica en Guadalajara, Jal.

   En esta ocasión, me referiré a la cuarta imagen, misma que puedo considerar como una nueva contribución, debida al quehacer del fotógrafo francés F. Aubert.

   Dar con ella fue todo un deleite, pues se encuentra incorporada en la excelente exposición dedicada a “Alfred Briquet. 1833-1926”, que actualmente sigue en exhibición en el Museo Nacional de Arte, Tacuba 8, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

   En apenas un pequeño espacio, pero suficiente para una razonada y bien resuelta museografía, es posible observar el material no solo de Briquet, a quien se encuentra dedicada la exposición, sino el trabajo de otros fotógrafos los que, en calidad de viajeros extranjeros pero con fines o encargos muy especiales, llevaron a cabo su actividad en nuestro país, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta los primeros años del XX. Uno de ellos fue François Aubert. De acuerdo al catálogo:

Estudia pintura en Lyon (Francia), su ciudad natal, con Hippolyte Fladrin. No se conoce la fecha exacta de su arribo a México ni se sabe si aprendió fotografía en Francia o tras llegar al país. En cualquier caso, en 1864 compra el estudio de Jules Amiel, en el número 7 de la 2ª calle de San Francisco, apenas unos meses después del inicio del breve reinado de Maximiliano. Hasta la caída del Imperio y el asesinato de Maximiliano, en junio de 1867, Aubert es el fotógrafo oficial de la corte. Este patrocinio apoya su carrera: la alta sociedad mexicana lo busca y su estudio es el más famoso de la ciudad, el cual se mantiene abierto después de la caída de Maximiliano. Es más, Aubert realiza los primeros retratos de Porfirio Díaz, pero ya está pasado de moda y demasiado ligado al antiguo régimen, por lo que deja México en 1869.

   Volvemos a encontrar su rastro en 1890, en Argelia, entonces colonia francesa, donde ejerce el oficio de fotógrafo.

   Muere en Condrieu, en el sur de Lyon, en 1906.[1]

   Aubert ligó su trabajo con Julio Michaud, siendo su principal aportación el Álbum fotográfico mexicano, acompañado este por textos de Manuel Orozco y Berra, mismo que salió a la venta en 1861. En su contenido se incluían imágenes de diversos monumentos como la Catedral de México, el Convento de la Merced, la fuente del Salto del Agua, etc., y un conjunto de personajes, siendo uno de ellos el picador que apreciamos en esta selección. Sin embargo, la fotografía que registra en Zacatecas hacia 1865, debe haber sido resultado de algún viaje que emprendió en el curso de ese año y donde se aprecia la plaza de toros “San Pedro”, misma que, por coincidencia inauguraron por aquellos días Lino Zamora y Jesús Villegas “El Catrín”.

   Esta plaza, que aún se mantiene en pie, es hoy día un conocido hotel que conserva buena parte de las características del coso…

…del cual es posible observar algunos detalles, como el hecho de que es una construcción de mampostería, con arcada visible, un discreto conjunto de filas y de no muy amplias dimensiones, y con capacidad para unos tres mil espectadores. Tiene, como se observa a la derecha del espacio elegido, la parte de las dependencias, y del lado izquierdo el sitio que pudo haberse destinado para los corrales.

   Obtuvo la imagen luego de una exposición que hoy sería larga para nosotros en términos de tiempo, justo al mediodía, pues se aprecia una iluminación natural excelente. La plaza estaba a un costado del acueducto y en ella sucedieron, desde aquel 1865 y hasta la fecha en que dejó de funcionar, ya entrado el siglo XX (aproximadamente hasta 1975) infinidad de festejos que hoy día recuerdan los viejos aficionados zacatecanos.


[1] ALFRED BRIQUET. 1833-1926. (Catálogo de la exposición). México, Secretaría de Cultura-Patronato del Museo Nacional del Arte, A.C. y Museo Nacional de Arte, Ciudad de México, 2017. 85 p. Ils., fots., retrs., p. 64-65. La exposición estará a la vista hasta el 11 de febrero de 2018.

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EL PODER DE UNA ESTOCADA.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Recuperando viejos materiales, me encuentro con esta asombrosa imagen, que registra el momento en que Rodolfo Gaona, materialmente se entrega en una estocada donde no hubo más recurso que hacerlo así, frente a la embestida sin humillar de ese toro cuya cornamenta parece hacer todavía más dramático el momento. Entre esos dos afilados pitones, el “Indio Grande” tuvo la osadía de atracarse de toro y rematarlo dignamente, luego de la que suponemos fue otra de sus hazañas en ruedos españoles un 30 de agosto de 1915.

Lamento no tener la autoría del fotógrafo que logró esta maravilla, pues lo que obtuvo fue una vista panorámica que puede considerarse auténtica lección de cómo deben matarse los toros, en la forma más clásica que esto suponga. El tono verdoso que se añadía a la revista El Ruedo de México (año IX, N° 133, del 21 de enero de 1954) de donde he obtenido el prodigioso registro, el cual mereció doble página, le da un significativo toque nostálgico que nos lleva hasta el pie de foto donde se indicaba, entre otras cosas que de Rodolfo Gaona se ha hablado de su elegancia con el capote; de su arte inigualable con las banderillas; de sus faenas de muleta que eran un portento; de las competencias reñidas que sostuvo con Fuentes, “Bombita”, “Machaquito”, “Joselito”, Belmonte, “Rafael “El Gallo”… Lo que no se ha dicho nunca del torero que asombró a los públicos por su gallardía, su arte, su elegancia y su enorme calidad, es que, cuando había que hacerlo, se fue detrás de la espada como pudiera haberse ido Mazzantini o “Frascuelo”. Muchas veces se ha escrito que Gaona mataba a muchos toros bien. Lo que no se ha dicho es cómo se la jugaba si la ocasión lo exigía. En la imagen, Rodolfo, que ha toreado a un toro como solamente él lo hacía, corona la faena enterrando toda la espada en el morrillo. Para lograrlo, se entregó de la manera que la foto registra.

Y sí, en efecto, gracias a la habilidosa labor del fotógrafo es como observamos el preciso momento de la reunión, donde resuena la frase de algún viejo torero –creo que era Rafael “El Gallo”-, cuando sentenciaba: “el que no hace la cruz, se lo lleva el diablo…”

Lo que logró Rodolfo en ese momento, fue la culminación de la suerte suprema en toda su perfección. Lo otro, “irse del mundo”, el “rincón de Ordóñez” o el “julipié”, se han convertido en recursos y habilidades que engañan en su primera intención, pero que no resultan ser o tener el valor de una suerte en la cual el diestro se sabe plenamente consciente de que al ejecutarla, fortalece y recupera el valor de la tauromaquia, no solo en su sentido teórico, sino en la pura y auténtica dimensión de la realidad.

Allí están esas dos figuras, listas para que los hacedores lleven a cabo estudios, apuntes, bocetos…, pero finalmente materializando esa muestra que produce capacidad de asombro, en una obra de arte.

La suerte que observamos, culminación del ritual de sacrificio y muerte de un toro tiene también un alto grado de emoción alucinante –yo no sé si hasta de belleza-, pero deja sentir en cuanto apreciamos un registro ocurrido hace casi 103 años, la sorpresa, el estremecimiento de que si –y vuelvo de nuevo con Rafael Gómez Ortega-, “lo bien toreao es lo bien arrematao”, pues no queda más que entregarse a los vuelos de la emoción y unirse al coro, a la ovación más sincera que pueda haber para un TORERO.

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SILVERIO y CALESERO ESTREMECEN LA POESÍA CON LA CHICUELINA.

PÁGINAS PARA UN ÁLBUM TAURINO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

LA PEREZA EN EL LANCE.

EN ESTAS DOS IMÁGENES, HAY 12 AÑOS DE DIFERENCIA (1942 y 1954). UNO Y OTRO MOMENTO PERMITEN OBSERVAR LA AFIRMACIÓN, EL ABSOLUTO DEL ARTISTA.

Nueva en esta plaza, la presente serie “Páginas para un álbum taurino” tiene como propósito considerar todas aquellas insinuaciones del arte taurino con la literatura. Este es el primer experimento.

Los poemas seleccionados para esta ocasión, provienen del libro de Carlos López (compilador): Los poemas de la poesía. México, Editorial Praxis, T. II D-J., 2002. 284 p. Ils., y dibujos. (El arcano).

“Profesión de fe”, pertenece al poeta ecuatoriano César Dávila Andrade (p. 29-30), en tanto que “La palabra más exacta” es de la autoría del español Agustín Delgado (p. 31).

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HACE 200 AÑOS SE CELEBRARON FESTEJOS TAURINOS EN TEPOSCOLULA, OAXACA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 

Montaje y composición, a partir de una foja correspondiente al año de 1818, con la vista actual del poblado oaxaqueño de Teposcolula.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   En el poblado de San Pedro y San Pablo Teposcolula (hoy estado de Oaxaca), se celebraron diversos festejos (donde las corridas de toros fueron parte esencial). Ello ocurría entre fines de diciembre de 1817 y comienzos de enero de 1818, bajo el pretexto de realizar tales demostraciones “en obsequio del Rey N. S.” Eran los tiempos en que la restitución al trono del monarca Fernando VII, creaba condiciones para atenuar el avanzado movimiento de independencia, así como la posibilidad de recuperación, por parte de los más conservadores, de un régimen virreinal que se tambaleaba. Ello trajo consigo unos tiempos inestables en lo social, político, económico o religioso, sobre todo partiendo del hecho de que la emancipación como tal, se hizo patente en diversos puntos del territorio novohispano, lo que originó la presencia de movilizaciones militares encabezadas por muchos de quienes hoy la historia recoge como “héroes de la patria”.

   Este poblado que se ubica en zona mixteca por esencia, y distante 142 kilómetros de la capital oaxaqueña, recorrido que habría tomado varias jornadas para arribar al mismo, representó entre sus pobladores un importante motivo para demostrar su fidelidad al Rey, lo que significó poner en marcha la organización de los festejos en la que tomaron parte activa más de 3000 personas de “distintos pueblos y clases”.

   Juan Antonio de Herrera, principal autoridad del poblado, envió un completo informe al entonces virrey Juan Ruiz de Apodaca, fechado el 22 de febrero de 1818, en el que se detallan los festejos celebrados a partir del día 26 de diciembre de 1817. En tal ocasión, se movilizó una compañía de “moros y cristianos” quienes dispuestos para la carrera, recorrieron las principales calles repartiendo los convites acompañados con una hermosa orquesta.

Hermosa construcción conventual que data de mediados del siglo XVI.

   De acuerdo a lo indicado en la Gaceta del Gobierno de México del 28 de marzo de 1818 que recoge dicha información, podemos enterarnos que para el 27 de diciembre lo que más llamó la atención fue el repique de campanas a vuelo, acompañado “con su correspondiente salva”.

“El corredor de la casa real, sita en la plaza de esta cabecera de Teposcolula estaba colgado de damasco y terciopelo carmesí, en cuyo centro había un dosel de lo mismo, con el real retrato de S.M. y la iluminación era de 6 hachas de cera de cuatro pabilos cada noche”.

   Con todo el aparato que supone la realización de aquellas fiestas, fueron surgiendo uno a uno los elementos que generaron el gozo popular. Sobresale la notable iluminación, o la presencia del “carro triunfal”, tirado por cuatro niñas, mismo que arribó a la iglesia donde se cantó misa y en la cual el “M.R.P.P.Fr. Plácido Pelaez”, leyó una oración panegírica llena de exaltación.

   Por la tarde, y en medio de ambiente sin igual, comenzó la primera corrida de toros, misma que concluyó a las cinco de la tarde. A la taurina función siguió otro episodio de iluminación, y a este la representación de la comedia La mayor dicha en amor y glorias del Rey Fernando.

   El 29, y sin que faltara la obligada misa, hubo más tarde una segunda función de toros, la cual pudo haberse celebrado como al medio día, pues por la tarde lo más atractivo fue nuevamente, el paseo de moros y cristianos, visto con deleite acompañado de magnífico refresco.

   Con programa bastante parecido, el desarrollo de los días 30 y 31 se vio enriquecido por otras dos corridas de toros, iluminación, moros y cristianos, orquesta, cohetes… y vivas.

   Culminaron aquellos fastos el 1° de enero con la quinta corrida de toros y todos aquellos componentes ya referidos, además de unos fuegos de artificio que fueron vistos con admiración, y un grato refresco, en medio de vivas populares, refrendados evidentemente por las autoridades civiles y hasta por un notable sector de “señores curas, reverendos religiosos, señores oficiales y demás nobles personas de primera distinción”, quienes con toda seguridad eran los más interesados en que tales conmemoraciones tuviesen ese grado, suficiente para trascenderlo como noticia que, por su relevancia divulgó la entonces célebre Gaceta.

 

Vista lograda desde uno de los ángulos del amplio atrio en el que se reúnen todos los elementos constructivos de un espacio que, como este estuvo y sigue destinado a la religión católica.

   Este mismo vehículo de información, daba noticia en su edición del 24 de marzo del mismo año, y bajo los mismos motivos, sobre una corrida de toros celebrada en la plaza de toros de San Pablo, en la ciudad de México, misma que comenzó a las doce y media. Por la tarde, no faltó el paseo público en (el canal de) la Viga, hermoseado bajo las notas de diversas músicas militares y ya para la noche, en el teatro de moda, una solemne función, con iluminación y adornos por doquier, que engalanaban aún más el canto, durante los intermedios de “alguna composición análoga al objeto de la celebridad del día”.

   Lo interesante en todo este informe es el conjunto de preguntas que surgen a partir de los cinco festejos en una región cuyas características no necesariamente la identifican como de arraigo taurino.

   Llama la atención el hecho en el que detrás de todo esto, se encontraban responsables como el asentista o empresario que ofreció organizarlas, así como del sitio y la forma en que se montó la plaza. Resultaría interesante saber qué hacienda del rumbo surtió el ganado y cuáles sus características en cuanto a presencia (fenotipo) y su respectivo juego durante la lidia. Del mismo modo, las suertes que se practicaban entonces, y si estas mostraban alguna diferencia con las realizadas en espacios urbanos como la propia ciudad de México, en la que probablemente ya figuraban los célebres hermanos Luis, Sóstenes, José María y Joaquín Ávila.

   Desde luego, la información que llega hasta nuestros días, por consecuencia es apenas una pincelada de aquellas conmemoraciones, lo que ya es de agradecer. Sin embargo, esto es suficiente motivo para que los historiadores podamos ir un poco más allá, y con esto, contar con nuevos datos que permiten evidenciar entre otros puntos interesantes, el hecho de que las grandes capitales no fueron los únicos escenarios para ocasiones como esa peculiar “demostración de fidelidad”, sino que poblados como Teposcolula también tenían la capacidad para hacerse notar.

   En la obligada doble lectura, se percibe un trasfondo político que buscaba recuperar condiciones de estabilidad convenientes a un conjunto de instituciones –como las políticas, militares o religiosas-, lo cual significaría entender que destinaron capitales importantes para materializar aquellos festejos, con la ayuda de pobladores cuya disposición fue cooperar en la articulación de todas las representaciones, lo cual no fue poca cosa.

Vista en primer plano y a cielo abierto de la fachada principal de esta hermosa pieza de la arquitectura religiosa novohispana.

   Además fue frecuente en aquellas épocas, la elaboración de “cuentas de gastos” en las que se conoce a detalle, la administración de los recursos. Las autoridades quedaban prácticamente obligadas a presentar dichos balances, evitando así cualquier sospecha, y garantizar la posibilidad de que siguieran efectuándose otros festejos, muchos de los cuales estaban ligados al calendario religioso. Famosas fueron en su momento las “fiestas de tabla”, eje rector de las conmemoraciones en este país por muchos años en distintas regiones del mismo.

A imagen y semejanza de algunas capillas abiertas, la presente muestra, deja ver el propósito de levantar un auténtico monumento, en el que la mano indígena tuvo notable participación.

   A tan significativos pretextos, se unieron otros, generados por motivos diversos surgidos desde el ámbito político, social, e incluso académico, por lo que las fiestas siempre tuvieron notoria presencia, estando entre sus más representativos elementos las corridas de toros.

Concluiré apuntando otros breves detalles. Teposcolula se encuentra inscrito en la lista de “Pueblos mágicos”, proyecto impulsado directamente por la Secretaría de Turismo. En su bellísimo convento, obra de mediados del XVI, se venera al Señor de las Vidrieras. Como se habrá apreciado en la composición que ilustra las presentes notas, es muy probable que en el propio atrio del convento, espacioso y en disposición rectangular, se haya montado la plaza de toros o alguna otra construcción efímera, de todas las que se utilizaron en las fiestas que hoy han sido motivo de evocación.

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LOS TOROS: ¿NUEVA MATERIA DE LA ARQUEOLOGÍA O DE LA ANTROPOLOGÍA?

A TORO PASADO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Las siguientes notas fueron escritas en el año 2003. Han transcurrido 15 años entre la razón de su escritura y estos momentos, en los que recuperarlas, significa encontrarse con un muy parecido escenario. Veamos cuáles podrían ser las diferencias, pero también los síntomas que parecen seguirse registrando en este aquí y ahora, que todavía no depara un claro futuro para la tauromaquia.

LOS TOROS: ¿NUEVA MATERIA DE LA ARQUEOLOGÍA O DE LA ANTROPOLOGÍA?

Solo es cuestión de pensar en el museo pertinente y así hacerle llegar mi rica colección de piezas taurinas, cuyo valor supongo, irá a la alza en los momentos en que las corridas de toros dejen de tener interés, y lo peor de todo: dejen de celebrarse.

Así, cualquiera de esos grandes espacios dará fe y testimonio de lo que fue el toreo en México, luego de acumular casi 5 siglos, pero que, por las razones de una economía con crecimiento 0 %, un grupo empresarial encabezado por el más retrógrado y primitivo de ellos, y una afición en peligro de extinción, a causa de una cada vez más peligrosa disminución en el número de festejos, harán que este espectáculo toque fondo y allí se quede.

Allá, por los años 30 del siglo pasado, ese gran torero que fue “Paco” Gorráez fascinaba a la afición con la sola ejecución de un quite. ¿Cómo habrá sido aquel momento, en el que el queretano detuvo el tiempo?

Grandes culturas que nacieron, florecieron, mantuvieron su hegemonía, entraron en crisis y finalmente desaparecieron, hoy son motivo de estudio y revisión que se enriquecen y a su vez nos sorprenden cada vez que conocemos su peso y su significado. Para nosotros no son ajenos aquellos imperios indígenas que marcaron verdaderos hitos gracias a su presencia que no solo fue un despliegue de cultura. También en la guerra. Y en todo esto brillaron. Hoy, los estudiosos de dichas sociedades se encuentran con significados muy serios de su organización ciudadana que, junto a la cotidiana integran entre muchos otros el peso de su natural importancia, resolviendo –no podía ser la excepción-, los diversos enigmas para un mejor entendimiento, bajo el sustento de la arqueología por un lado, y de la antropología por otro.

El diestro de Ronda, tuvo entre sus virtudes, la de rematar el prodigio de una faena alcanzando el “estado de gracia” que arrancaba palmas y admiración desde los tendidos.

Que no se me tome esta situación a la ligera, porque es un asunto que comienza a tomar forma, primero frente a las condiciones de crisis enfrentadas de manera cíclica, y segundo ante un espectáculo que se resiste a desaparecer, apoyado en una bien articulada estructura de organización con notorios perfiles de industria (sobre todo en España) y de negocio inestable en México. Además, la presencia de grupos ecologistas cada vez más formales en su planteamiento, van fijando posturas en busca de una legislación que ponga cercos a los propósitos tradicionales del espectáculo.

Entonces, ¿dónde está el meollo del asunto, para el análisis planteado?

Me parece que vamos a dar en ese ámbito encontrado, donde los choques entre tradición y modernidad; caos y estabilidad se adueñan de posiciones cada vez más estratégicas. Los estallidos de uno y otro han dañado el campo de batalla al grado de que este es cada vez más sensible de soportar cruentos enfrentamientos o lo que es lo mismo, daños irreversibles por lo que el futuro da pocas garantías. Ojalá me equivoque, pero es tal su condición de inestabilidad, de relajamiento y de incumplimiento que los resultados pueden saltar a la vista más pronto que ya. Por un lado grandeza, por otro razones que la destruyen, la minan, nos orillan a esta reflexión, que por ese prevé el ingreso del espectáculo taurino a las interpretaciones arqueológicas y  antropológicas, las cuales no han dejado de darnos elementos del pasado más remoto, y por eso nos explicamos ante lecturas concluyentes como la que hace José Carlos Arévalo cuando apunta:

La sensación de avanzar a través de lo imaginario nos lleva a pensar que la fiesta o la corrida han sido siempre un acto alucinado. Se trata de una ceremonia, compuesta de un ritual estrictamente cumplido, pero al igual que con los ritos de los viejos mitos olvidados, los participantes parecen desconocer el significado último de la representación y el papel exacto que juegan en la acción. Lo que ocurre es que el ensamblaje entre lo real y lo imaginario es tan perfecto, y la incrustación del juego tan admitida por la costumbre, que casi parece mentira, y muchos son los espectadores que pasan por la plaza sin enterarse. (6TOROS6, Nº 389, del 11 de diciembre de 2001, p. 35).

Vieja estampa de un duro enfrentamiento. Tumbo impresionante, puyazo que no culminó y todos los de a pie pendientes de intervenir en la batalla.

Los toros: ¿Nueva materia de la arqueología o la antropología? Quizás sea muy temprano hacer tan arriesgada afirmación, pero tampoco es tarde para continuar con los finos trabajos de interpretación, antes de pensar que el toreo pase, como pasará a algún museo mi colección de piezas taurinas que sirvan para abrir nuevas líneas de investigación.

Lo anterior tendré que decidirlo profundamente, porque ese legado documental permite a cualquier estudioso del tema taurino, tener un acercamiento concreto con el espectáculo, entendiéndolo a la luz de tan abundante información, y no de otra forma más que esta. Así habrán de enterarse las nuevas generaciones sobre el devenir milenario y secular de una diversión popular que, en nuestro país entrañó de manera definitiva.

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EL TORO: UNICA GARANTÍA EN EL ESPECTÁCULO.

EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

¿Cómo lo prefieren: de frente o de perfil?

     Cuando el público, la afición se va de las plazas de toros, no es casual ni gratuito. Hay suficientes motivos de peso que obligan a esta forzosa decisión. Si un espectáculo no tiene la escala o el nivel congruentes con lo que se paga en taquilla, el espectador prefiere no dejar dos pesos por algo que vale centavos. Si ve permanentemente salir por toriles ganado con las condiciones señaladas por un reglamento que nos habla del toro de cuatro años de edad y 450 kilos de peso, y que no pide otra cosa más que se cumpla con estos requisitos, la desilusión nos invade y no habiendo otro estímulo, preferimos irnos. Pero se quedan aquellos que, o son quienes montan el espectáculo y colaboran en él sin darse cuenta que con ese fomento afectan radicalmente la imagen del espectáculo, o porque su terquedad y obsesión han caído bajo el encanto del poder.

   Como un médico, mi diagnóstico, luego de conocer algunos de los síntomas, me dice que, en tanto patológicos, y de seguir ese cuadro, pronto se darán menos corridas en las plazas de toros, no por incosteables, sino porque el negocio no se ha realizado a cabalidad.

   El caso de la plaza de toros “México” es significativo. Desde que el Dr. Rafael Herrerías Olea tomó las riendas del coso capitalino, y que manejó el mismo de manera incorrecta, logró hacer de esto un fracaso permanente (aunque se mencionen cifras, números y demás posibles ventajas de su presencia e influencia, si lo único que se tuvo como balance fue el de una crisis generalizada de la que aún se percibe el lamentable saldo). Se entiende que el empresario, cumple con lo indicado en la Ley para la celebración de espectáculos públicos en el Distrito Federal, en su art. 43, fracciones I a VIII y si ante las autoridades cubre esos requisitos, todo aquello que soporta documentalmente una temporada debería cumplirse a cabalidad. Lamentablemente también la autoridad quedó sujeta a caprichos e imposiciones que la redujeron a la triste figura decorativa.

   Pero ante el desastre, quien debe rendir cuentas?

   Si las leyes, siendo tan claras se enturbian entre negociaciones, arreglos o “enjuagues”, es posible que el resultado sea una criatura, hija del mal, engendro no tolerado por la afición, que se da cuenta claramente del “abuso de confianza” en que está convertido el engaño, la tomada de pelo.

   ¿Cómo controlar todo esto?

   Muy sencillo. Cumpliendo legítimamente con todo lo requerido en el proceso de autorización de una temporada, cuando la empresa presenta la documentación solicitada, misma que se aprueba por la autoridad correspondiente; y en el entendido de que no existe inconveniente alguno, se da el visto bueno. Más tarde, y durante el curso de la temporada, los jueces deben dar fe y testimonio del cumplimiento, agregando a lo anterior, los resultados del examen post-mortem (que por cierto dejó de practicarse) cuyos datos son definitivos para corroborar si la edad del toro corresponde al dato proporcionado por el ganadero (bajo protesta de decir verdad), y en consecuencia es la misma. De no ser así, deben aplicarse las sanciones a que tenga lugar la infracción.

   Ahora bien, de un tiempo a esta fecha, hemos visto toros y novillos que ni por casualidad dan ya no tanto el peso, sino la edad que dice el ganadero tener él o los toros que vendió a la empresa, lo que insinúa un mal, un pésimo arreglo de complicidades, del que, únicamente pierden de vista el costo que significa el alejamiento de los aficionados, quizá el costo más elevado, porque es esta parte la que mantiene el espectáculo y no lo otro.

   El hecho de que se sostenga la mentira provoca la pérdida del interés ocasionado en el aficionado, al que se le ha arrebatado uno de los factores esenciales en el espectáculo: la emoción provocada por un toro en la plaza, un toro que requiere haber cumplido nada más –insisto por la lógica del sentido común- los cuatro años y 450 kilos de peso reglamentarios, con la idea de que no sean aparentes sino lo más reales posibles. De otra forma reincide el engaño, la mentira, y con la mentira no se puede jugar (o se hace bien o no es mentira), que para eso están los resultados a la vista. En cuanto haya un retorno legítimo del toro a las plazas, regresará también el aficionado. En cuanto se nos cobre lo justo y no haya imposiciones de ninguna especie, sentiremos que los impedimentos habrán desaparecido. Las cosas volverán a ser mejores. Y no crean que estoy idealizando, ni fascinado por la utopía. Las plazas recuperarán su colorido, como el espectáculo su integridad.

   Cuando la autoridad se sienta respaldada por las leyes pero no coartada por amenazas oscuras, este espectáculo recuperará glorias perdidas. El Juez es la máxima autoridad en la plaza, incluso es representante directo del Jefe de Gobierno, lo que eleva su estatura, y si aplica el reglamento de manera adecuada y congruente; siempre a favor de la razón, lo que podemos esperar es el curso de un espectáculo en condiciones favorables.

   Que pedimos mucho, sinceramente no. La verdad es que queremos simple y sencillamente un espectáculo digno, no sumido en ningún tipo de polarización y a la altura de todos aquellos que, de alguna manera han alcanzado la “calidad total”.

   Incluso, conviene recordar una acertada síntesis sobre las opiniones emitidas por varios ganaderos quienes, en 1991 fueron entrevistados por Octavio Torres, colaborador en la recordada revista Torerísimo, N° 2 de marzo o abril:

   Un toro es un ser muy especial: la resultante de una larga evolución filogenética, un metazoario superior con simetría bilateral. Un toro es lo que debe salir por la puerta de toriles. Un toro es aquel que persigue con celo a los banderilleros y el que se recarga fuertemente en los caballos, apencando el rabo. Un toro es lo que quiere ver el aficionado cuando paga su boleto. Un toro es un toro. Un toro no es aquel que se cae o aquel que brinca al callejón. Un toro no es un novillo, es un toro. Un toro es eso: un toro.

   Nuestros tiempos, la madurez a la que hemos llegado como país, no merecen un espectáculo como el que pretenden darnos a la fuerza, a base de mentiras y del que terminamos siendo cómplices, sin quererlo ni desearlo. Vamos por una fiesta más digna, demandemos el cumplimiento sin cortapisas de un reglamento (instrumento legal para el que ya va siendo hora de hacerle ajustes, de ponerlo en la realidad de los tiempos que corren) que es fruto de un espíritu que pretende el desarrollo normal de un espectáculo entendido ya como un patrimonio, y no del capricho de unos cuantos, como a veces llegan a entenderlo quienes no quieren dar la cara a la legalidad, o lo que, en una palabra se reduce a la verdad de las cosas.

   Recordemos que lo que bien empieza, bien acaba.

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PARA EL TORO: RAZA Y ENCASTE VAN DE LA MANO.

MINIATURAS TAURINAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Hablamos de toros bravos y de toros mansos, entre cuyos extremos se da una escala de valores representada en múltiples comportamientos como resultado del esfuerzo impreso por su criador, el ganadero. En la gama de condiciones que permiten ver esplendor o degeneración del toro en la plaza, se encuentran los encastes como propósito de cruzamiento y refresco de la casta de una ganadería.

   Raza y encaste van de la mano. Una y otra se complementan en el tiempo y como aspecto formativo en las diversas castas que constituyen las raíces fundacionales cuyo origen se va hasta finales del siglo XVIII en España y un siglo después en nuestro país.

Este toro, luego de arrancar el corbatín de un diestro, parece haber obtenido momentáneamente un trofeo entre la vida y la muerte…

   El encaste se afirma plasmando conocimientos y experiencias surgidas en la selección, las notas de tienta, la reata, y otros procedimientos como el derribo al acoso, tienta a campo abierto y a plaza cerrada, así como un buen régimen alimenticio. Todo ese conjunto de actividades es la fórmula mágica que nos entrega un toro anatómicamente perfecto, de piel lustrosa, pitones desarrollados y confirmados por la edad, ya sea de 3 a 5 años, si son novillos; de 4 a 6 si llegan a la edad adulta, cuando alcanzan la edad de toros.

   Desgraciadamente la “fórmula mágica”· no comprende el idealismo de que todo toro seleccionado es bravo por antonomasia. En el ruedo la situación es distinta. Antonio Llaguno ganadero-señor sentenciaba: “Los toros no tienen palabra de honor”. De ese modo, el esfuerzo del criador emerge o se sumerge según el comportamiento del toro en la lidia.

   El encaste se pone a prueba de modo rotundo y con todos sus riesgos. Si bien, el papel del ganadero tiene implicaciones dirigidas a la meta por obtener un burel que cumpla el perfil de lo que es un toro bravo, sin más.

Este otro, de tanto arremeter en la muleta, y si esta no va bien controlada y templada por el matador, suele convertirse en girones, como podemos observarlo.

   Un padre y una madre pueden formar a los hijos durante su desarrollo, hasta la edad adulta. El ganadero solo puede criar, pero no puede inducir ningún factor de educación en el toro. Y lo consigue en función de aquellos elementos con que cuenta, cumpliendo con normas tradicionales, aplicando su muy particular rigor de selección, a veces tiránico, a veces templado, quizá por las circunstancias en que se interioriza la misión del ganadero allá, en el campo bravo.

Muestra evidente de que puede haber toros en la medida en que los ganaderos se propongan tal objetivo. Se trata del toro “Toronjero”, de Zotoluca, que toreó y mató estupendamente Joaquín Rodríguez “Cagancho” el 24 de noviembre de 1935 en la plaza “El Toreo”.

   Se agregaría la intervención de avances tecnológicos de punta, que probablemente no alcanzan a definir al 100 % el objetivo esencial que busca el ganadero; pero también el torero, el aficionado, la prensa…

   Todos los que en conjunto comulgamos con la fiesta, esperamos que siga la cosecha de toros bravos, a pesar de que se dice lo contrario, y hasta se aguardan resurrecciones, como si con ello se manifestara que “todo pasado fue mejor”, muletilla que rechazo.

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