CRÓNICA.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Y es que justo cuando las cuadrillas llegaban hasta cierto punto para detenerse, se solicitó un minuto de silencio, en memoria de las víctimas. Acto seguido, sonaron las notas del himno nacional, mismo que fue entonado, al menos eso fue lo que se percibía, en forma triste por todos los asistentes.
Vino después la gran ovación, cierre del desfile y continuación de este con otro cuadro, en el que volvían al ruedo las “adelitas”, realizaron una coreografía de movimientos que se enlazaban en el ruedo, en imaginario círculo al que entraban y salían, mientras en el centro del mismo una de ellas portaba un estandarte, el cual guardaba semejanza con un capote de paseo, en cuya parte principal aparecía bordada una figura más de la Guadalupana, tal cual se le califica en forma cariñosa a Guadalupe del Tepeyac. Dicha figura es motivo de veneración desde sus apariciones allá por 1531.
Y los toreros, siguen y seguirán enfundándose bajo el manto espiritual de Guadalupe…
Antes del paseíllo apareció al pie del reloj monumental y de manera efímera, un extraño personaje a imagen y semejanza de las figuras surrealistas que Gabriel Figueroa retrató a la orilla del mar, en el célebre largometraje de “La Perla”, dirigido por Emilio Fernández.
Fotograma de “La Perla” (1945). Fotografía de Gabriel Figueroa.
Y así como surgió, así desapareció.
En la lidia…
De Pablo Hermoso de Mendoza, lo único que habría de decir en su favor es agradecerle la brevedad en su comparecencia, que no pasará a la historia.
Si José Tomás hubiese hecho temporada importante en ruedos españoles, con 50 o más festejos en su haber, y luego se valiera de lo que desplegó en el ruedo de la “México”, todo ello hubiese bastado para confirmar ese, su poderío inconfundible. Pero en realidad, y casi viniendo con la mínima cantidad de apariciones, nos demostró estar en el sitio que su leyenda ha producido para confirmar los muchos kilates que vale el de Galapagar.
Del tercio a los medios por verónicas a pies juntos, que se enlazaron en seguida con gaoneras en las que impasible, aguantó las embestidas del de Jaral de Peñas. Aunque efímeros, esto fue suficiente prueba para cautivar a quienes admirábamos aquel pasaje, convertido en auténtico pasmo.
Resolvió con fecunda calidad una faena que parecía no tener solución. En el asombro de su toreo, se fue deletreando cada pase, cada remate. Cada detalle que luego con el indeseable pinchazo y en seguida la correcta estocada, culminaban con aquel ejercicio espiritual. Paseó una oreja en olor de santidad.
De hecho, y con un cartel cuyas antigüedades no se cumplieron a cabalidad,[1] pues cada diestro, junto con su administración escogieron previamente el toro que lidiarían, pero el hecho es que “Joselito” Adame fue el “primer” espada. El aguascalentense iba a por todas y con una labor que agradó, aunque al parecer no convenció, tuvo que buscar un recurso para culminar aquello en sentido heroico. Monta la espada, arroja la muleta en forma un tanto cuanto teatralizada y ataca al enemigo. El acero quedó en tal sitio que causó el derrumbe inmediato, en medio del delirio de algunos y la sospecha de otros. Dos orejas concedidas sin una valiosa decisión del juez, representaron la devaluación de aquel episodio, inicio de otros tantos desaciertos de usía en lo que restaba del festejo. Y desde luego, esa vuelta al ruedo ya no tuvo la misma dimensión que se dirimió entre división de opiniones.
Sergio Flores, vestía un traje arrancado de los campos de girasoles: amarillo y negro. Se le vio desenvuelto, y hasta corrió con la suerte de encontrarse con un ejemplar que ayudó (decir ayuda es porque colaboró, aunque no hayamos visto en él las virtudes suficientes que luego fueron pretexto para una petición inexplicable de indulto).
Su empeño era el de las grandes batallas y logró, a costa de una especie de sacrificio lo que se propuso, que no fue poca cosa. Era de notar entre el reposo obligado y la evidente ansiedad, la flama de la lámpara votiva y las llamas de un incendio fuera de control.
El culmen del capítulo protagonizado por el tlaxcalteca tuvo componentes heroicos que se premiaron con dos orejas y que bien a bien estos y los otro cuatro apéndices que se repartieron José Tomás, “Joselito” Adame y José María Manzanares, no representaron la justa premiación reflejada también en el obsequio de miles de pañuelos cuyo mensaje subliminal al parecer, surtió efecto, como sucedió con la engañosa percepción que se tuvo –como ya lo apuntaba sobre perdonarle la vida-, al ejemplar que tuvo en frente Sergio Flores, el cual como casi todos, recibió solo el señalamiento de la puya, indicativo de que la suerte de varias es o significa en estos tiempos la pérdida casi inminente de un factor esencial en el curso de la lidia pues entre que suceden diversas causas que así lo original durante el transcurso del tercio, por otro lado pesa el rechazo sensible de sectores importantes en el tendido, que cada vez se oponen al que consideran como un notorio maltrato animal, aunado al mal desempeño de muchos piqueros que no han resignificado el valor de esa suerte, y de que siguen cargando con la descalificación histórica y simbólica por la que pasaron estos protagonistas.
Recordaré rápidamente que, al ocurrir el desdén de los borbones nada más tomar control de la corona a partir de 1700, y siendo los monarcas de origen francés, este factor influyó, entre otros más, a mostrar la indiferencia por lo español. Esto trajo consigo que en el segmento que detentaban los nobles en la representación caballeresca en la plaza y que por siglos mantuvieron intocada, incólume y hasta la fortalecieron con tratados, o el sello de una nobleza que se sabía segura de su permanencia, el hecho es que no ocurrió así.
Poco a poco, esas grandiosas puestas en escena tuvieron un vuelco inesperado, y aquellos señores cargados de linaje comenzaron a perder protagonismo. En la nueva conformación del espectáculo, la cual pretendía distanciarse de la anarquía, encontramos a los de a pie representados desde el pueblo, que iban por delante, quedando los de a caballo en segundo y quizá hasta en un tercer lugar, mismo que hoy día es visible en el desfile de cuadrillas. A eso, hay que agregar la descalificación a que fueron sometidos quizá por el hecho de ostentar viejas virtudes que ya no poseían, así como por el hecho de que al continuar con sus antiguos quehaceres, si bien ya no alanceando toros, sino ahora picándolos para materializar una suerte que le es indispensable al desarrollo de la lidia, un buen contingente de estos actores, no ejecutaban la suerte de acuerdo a los usos y costumbres establecidos. Pero sobre todo, con el objetivo de satisfacer un propósito que la lidia misma exigía. Me refiero a mermar las fuerzas del toro bajo una correcta ejecución, y con ello dejarlo en condiciones para una posible y correcta lidia en el tercio final.
Esto sucedía en México antes del 12 de octubre de 1930, fecha en la que fue autorizado el uso del peto. Aquí observamos al “Güero” Guadalupe realizando la suerte de varas sin protección, pero también con la certeza y buen hacer en su desempeño. Col. del autor.
Esa descalificación a que me refiero tuvo nutrientes desde el discurso que los ilustrados españoles pusieron de por medio en discursos, panfletos, pero sobre todo en acciones que pretendían suprimir no solo la suerte, sino el espectáculo taurino en su conjunto. La “Pragmática-Sanción” que emitió Carlos IV a comienzos del siglo XIX fue una consecuencia de todo ese alcance, aunque los asuntos independentistas que sucederían años más tarde, tanto en España como en América, y particularmente en México, diluyeron el alcance de aquella medida, hasta el punto de que los festejos volvieron a darse, e incluso muchas autoridades se sirvieron de ellos para recuperar, por vía de los diversos beneficios a que fueron destinadas diversas corridas, sobre todo para recuperar aspectos que involucraban directamente a los ejércitos, por ejemplo.
Pero no todos estos señores cumplen a cabalidad con ese empeño, de ahí el sintomático reclamo hacia una buena mayoría que se une al hecho reciente de un reducido efecto en su ejecución frente a la notoria y riesgosa condición decadente mostrada en la casta, fortaleza, bravura y demás factores que en buena medida deberían estar presentes como un atributo peculiar entre las ganaderías dedicadas a la crianza del toro de lidia.
¿Qué decir de “El Payo” y “El Juli” que no dijeron casi nada?
A “El Payo” tocó en mala suerte la salida de uno de Fernando de la Mora pequeño, el que además mostraba señales no de estar derrengado de los cuartos traseros, pero sí con fuertes molestias causadas por calambres. Le sustituyó uno de Jaral de Peñas que no fue lo excepcional que se esperaba, sin embargo dejó lo último de su vida en una lidia donde a falta de mando y disposición, tanto del torero en turno como de su cuadrilla, vimos lo increíble que fue ponerse él mismo dos puyazos, colocándose en la suerte. Y luego en el tercio final, entregado justo cuando el torero comprendió que no había nada que hacer sino escupirse de la suerte, abandonarlo, con lo que el fracaso estaba consumado.
Algo parecido ocurrió con Julián López, y no hubo suerte ni hubo nada. Voluntad y punto. Aunque sí tuvimos que tolerar cerca de media hora en una casi penumbra debido a que la planta de luz presentó una falla, misma que se presentaba en la naciente noche. Así que sumando tiempos de más en el total del festejo, con este lapso y el que se acumuló durante el desfile de cuadrillas, se contabiliza una hora de las poco más de cuatro que duró el festejo.
De José María Manzanares no diré en descargo suyo que no estuvo mal. Al contrario, creo que cumplió dignamente con su comparecencia, aunque noté en él cierta ausencia, y no precisamente con aquello de abandonarse, pues logró los mejores muletazos del festejo, saturados de frescura y naturalidad que sorprendían, aunque no provocaban el delirio. Con la espada, certero y esa oreja concedida como al desgaire por el juez, terminó por ser una concesión por no dejar.
Finalmente, Luis David Adame, fue de empeño en empeño, iniciando con buenos lances por verónicas, y luego en las “zapopinas” se adivinaba lo preciso de su milimétrica ejecución. Tomó banderillas incluso, y colocó cuatro pares, el último para resarcirse de una mala colocación en el anterior. En fin, todo eso y algunos intentos plausibles, sobre todo al inicio de la última faena no fueron suficientes razones para que aquello no terminara como eran sus propósitos. Una pena ante demasiada entrega.
Los allí presentes salíamos finalmente alrededor de las ocho y media de la noche con más ganas de irnos que otra cosa. Un festejo de ocho toros, lo que fue demasiado, no es recomendable pero la empresa se ha empeñado en darlo, con lo que fue necesario armarse de paciencia. Ojalá una práctica tortuosa como esa termine por convencer a la administración que no es lo mejor.
6 de enero de 2018.
[1] Véase el apunte que Juan Antonio de Labra hizo al respecto en su portal “AlToroMéxico.com”. Aquí la liga: