CRÓNICA.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
“Jerónimo” Aguilar hecho un torero. Fotografía de Sergio Hidalgo.
Quienes tuvimos el privilegio de presenciar el festejo del domingo 7 de enero de 2018, en la plaza de toros “México”, podemos afirmar que nos encontramos con el prototipo de una corrida de toros cuyas condiciones, dejaba satisfecho en buena medida el anhelo que construye permanentemente el aficionado a los toros.
Debemos reconocer el hecho de que nos han acostumbrado en estos y otros tiempos recientes, a una puesta en escena que ha perdido componentes esenciales y fundamentales, como la sola presencia del ganado el cual, como eje rector del espectáculo se le ha llevado a una expresión condicionada de edad, trapío y desempeño, cornamenta apropiada y otras circunstancias para que garanticen el éxito entre ciertas “figuras”.
Para fortuna, este ejemplo no fue el caso.
Es una pena que poco más de 40 mil ausentes hayan perdido la oportunidad de conocer diversos significados, cuyo principal sustento fue el interesante encierro de Caparica, así como el desempeño –con sus aciertos y sus errores-, por parte de Jerónimo, Juan Pablo Llaguno, Antonio Lomelín hijo, y sus respectivas cuadrillas.
Reitero que es una pena, porque la propia empresa no supo reivindicar su hegemonía (era un buen momento), la cual se tradujo en la penosa asistencia -¿dos mil, dos mil quinientos asistentes?- de un pequeñísimo sector de aficionados que, en forma permanente solemos acudir a la plaza, siempre con la idea de encontrar posibilidades de nutrir y alentar nuestra sólida visión, y que muchas tardes se traduce en decepción.
A lo largo de toda la jornada se sumaron episodios en los que la emoción, en sus diversas manifestaciones fue latente. Estábamos viendo toros, que tampoco eran elefantes, pero no burros con cuernos, ni tampoco mesas incapaces de embestir, como si estos eufemismos entre lo zoológico o aquello destinado a definir un objeto, sirvieran de algo en la presente ocasión. Eso sí, creo que en buena parte de los festejos anteriores no ha estado presente la figura principal, de ahí que esto sea un síntoma crónico permitido a ciencia y paciencia en el curso de la temporada 2017-2018.
El toro, sin más.
Un detalle que llamó la atención fue el hecho de que el juez de plaza, no se enteró de que varios de esos toros merecían arrastre lento. Por fortuna, la ovación sincera de los allí presentes fue la mejor muestra al reconocer el desempeño que esos toros pusieron en el ruedo. Fue posible percibir una bravura, una casta seca, como el campo hidalguense de donde procedían. En más de uno sobró eso. Con alguno más fue evidente cierta sosería, pero nada que cambiara el destino de las cosas. De igual forma, la nota que cada uno fue dando era destacada desde su salida misma y que por la buena presencia y arrogancia, también merecieron las palmas. Literalmente varios de ellos se “comían” los capotes y luego en el tercio de varas, el balance es que hubo puyazos y más de algún tumbo de tanto embestir y empujar a las cabalgaduras. Otros más apretaron en el tercio de banderillas, y hubo quien se lució. También quien quedó en el ridículo.
Los tres espadas, muleta en mano, desplegaron lo mejor de sus conocimientos en la lidia, con objeto de pulir asperezas y prepararlos para el debido lucimiento. No hacerlo significó apuros y más de algún arropón, incluyendo el dramático momento en que Juan Pablo Llaguno fue lanzado de fea manera por los aires, saliendo ileso de milagro. De este joven matador debo apuntar sus buenas y clásicas maneras, al dar cara a sus enemigos con los que demostró capacidades envidiables como lidiador.
Si por su sangre circulan esos genes de la virtud, diría sin equivocación, que le ha bebido los alientos en espíritu, a aquel antiguo torero de origen sevillano, y que se llamó Manuel González Cabello. “Manolo” González se entrelazó con la familia Llaguno, lo que ha significado para este joven la mejor forma de materializar tan valiosa herencia. Y Juan Pablo se sabe responsable de esa razón, por lo que su actuación parecía el resultado de un diestro que no para de torear. Lamentablemente llegó a la “México” con tres corridas en su haber. Aún así, dejó una impronta que tardará mucho tiempo en olvidarse.
Por su parte, Juan Pablo Llaguno estuvo acertado en sus procedimientos, aplicándose en los términos más rigurosos de la lidia…
…para luego correr la mano en esta forma.
De Antonio Lomelín sólo diré en su favor que si pretende llegar a figura, tiene un largo camino que recorrer. Sabemos lo difícil que es vivir bajo la huella y recuerdo de su padre, cuyo mismo nombre ahora le debe resultar incómodo. Que no sea condena, sino demostración legítima de reivindicar un apellido que pertenece con sobrada razón a la memoria taurina de este país desde hace 50 años.
Jerónimo Aguilar, cuyo nombre se parece al de aquellos primeros conquistadores, vino a la “México” en ese plan: conquistar a base de una torería que, a sus cuarenta de edad se convirtió en acto heroico. En gesta, sin más.
Cuando Rodolfo Gaona se retiraba a los 37 años es porque había alcanzado la cumbre de sus aspiraciones, y lo hizo convencido de que jamás volvería a vestirse de luces. Lamentablemente los tiempos han cambiado y ahora, un torero que no quisiéramos considerar como marginado, tiene que remontar el vuelo una vez más, mientras el tiempo marcha sin piedad alguna.
Jerónimo, también heredero directo de otra gran figura: Jorge “El Ranchero” Aguilar dejó constancia de su hacer y su saber. Del aroma que dispersó con el capote y la muleta con la frescura de una mañana tlaxcalteca y lo solemne de un atardecer, donde una borrachera de bien torear no nos cayó nada mal.
Un poquito más abajo las manos, y Jerónimo hubiera acabado con el cuadro.
Por eso decía al principio de estas mal pergueñadas notas, que muchos perdieron la oportunidad de admirar una “tarde de toros” en que no nos divertimos. En todo caso nos emocionamos de una manera muy especial, y donde no solo Caparica vino a poner una pica en Flandes, sino también Jerónimo cuyos lances a la verónica primero, y luego por chicuelinas. Más tarde en faenas, sobre todo la del cuarto de la tarde, en que con un aplomo inaudito, dejó muestra indudable del arte que posee. Remató esa labor en forma tan cabal y tan torera, que mereció una oreja, quizá la oreja mejor concedida en lo que van de este serial… Y si me apuran un poco, diría que en conjunto, el presente festejo es por ahora el mejor que hemos visto en mucho tiempo. No sé si se le calificará como el de la temporada, pero sí uno en los que su balance nos habla de lo mucho que sirven tarde así.
Ya lo decía la recordada “Marisol”, cantante española de los sesenta en el siglo pasado: “Yo no digo que mi barca sea la mejor del puerto… / pero sí digo que mi barca es la que tiene los mejores movimientos”.
¡A ver quién supera eso!
Las fotografías que ilustran el presente texto, son de la autoría de Sergio Hidalgo.
Disponible en internet enero 9, 2018 en: http://altoromexico.com/index.php?acc=galprod&id=5291