MINIATURAS TAURINAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Hablamos de toros bravos y de toros mansos, entre cuyos extremos se da una escala de valores representada en múltiples comportamientos como resultado del esfuerzo impreso por su criador, el ganadero. En la gama de condiciones que permiten ver esplendor o degeneración del toro en la plaza, se encuentran los encastes como propósito de cruzamiento y refresco de la casta de una ganadería.
Raza y encaste van de la mano. Una y otra se complementan en el tiempo y como aspecto formativo en las diversas castas que constituyen las raíces fundacionales cuyo origen se va hasta finales del siglo XVIII en España y un siglo después en nuestro país.
Este toro, luego de arrancar el corbatín de un diestro, parece haber obtenido momentáneamente un trofeo entre la vida y la muerte…
El encaste se afirma plasmando conocimientos y experiencias surgidas en la selección, las notas de tienta, la reata, y otros procedimientos como el derribo al acoso, tienta a campo abierto y a plaza cerrada, así como un buen régimen alimenticio. Todo ese conjunto de actividades es la fórmula mágica que nos entrega un toro anatómicamente perfecto, de piel lustrosa, pitones desarrollados y confirmados por la edad, ya sea de 3 a 5 años, si son novillos; de 4 a 6 si llegan a la edad adulta, cuando alcanzan la edad de toros.
Desgraciadamente la “fórmula mágica”· no comprende el idealismo de que todo toro seleccionado es bravo por antonomasia. En el ruedo la situación es distinta. Antonio Llaguno ganadero-señor sentenciaba: “Los toros no tienen palabra de honor”. De ese modo, el esfuerzo del criador emerge o se sumerge según el comportamiento del toro en la lidia.
El encaste se pone a prueba de modo rotundo y con todos sus riesgos. Si bien, el papel del ganadero tiene implicaciones dirigidas a la meta por obtener un burel que cumpla el perfil de lo que es un toro bravo, sin más.
Este otro, de tanto arremeter en la muleta, y si esta no va bien controlada y templada por el matador, suele convertirse en girones, como podemos observarlo.
Un padre y una madre pueden formar a los hijos durante su desarrollo, hasta la edad adulta. El ganadero solo puede criar, pero no puede inducir ningún factor de educación en el toro. Y lo consigue en función de aquellos elementos con que cuenta, cumpliendo con normas tradicionales, aplicando su muy particular rigor de selección, a veces tiránico, a veces templado, quizá por las circunstancias en que se interioriza la misión del ganadero allá, en el campo bravo.
Muestra evidente de que puede haber toros en la medida en que los ganaderos se propongan tal objetivo. Se trata del toro “Toronjero”, de Zotoluca, que toreó y mató estupendamente Joaquín Rodríguez “Cagancho” el 24 de noviembre de 1935 en la plaza “El Toreo”.
Se agregaría la intervención de avances tecnológicos de punta, que probablemente no alcanzan a definir al 100 % el objetivo esencial que busca el ganadero; pero también el torero, el aficionado, la prensa…
Todos los que en conjunto comulgamos con la fiesta, esperamos que siga la cosecha de toros bravos, a pesar de que se dice lo contrario, y hasta se aguardan resurrecciones, como si con ello se manifestara que “todo pasado fue mejor”, muletilla que rechazo.