REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Recuperando viejos materiales, me encuentro con esta asombrosa imagen, que registra el momento en que Rodolfo Gaona, materialmente se entrega en una estocada donde no hubo más recurso que hacerlo así, frente a la embestida sin humillar de ese toro cuya cornamenta parece hacer todavía más dramático el momento. Entre esos dos afilados pitones, el “Indio Grande” tuvo la osadía de atracarse de toro y rematarlo dignamente, luego de la que suponemos fue otra de sus hazañas en ruedos españoles un 30 de agosto de 1915.
Lamento no tener la autoría del fotógrafo que logró esta maravilla, pues lo que obtuvo fue una vista panorámica que puede considerarse auténtica lección de cómo deben matarse los toros, en la forma más clásica que esto suponga. El tono verdoso que se añadía a la revista El Ruedo de México (año IX, N° 133, del 21 de enero de 1954) de donde he obtenido el prodigioso registro, el cual mereció doble página, le da un significativo toque nostálgico que nos lleva hasta el pie de foto donde se indicaba, entre otras cosas que de Rodolfo Gaona se ha hablado de su elegancia con el capote; de su arte inigualable con las banderillas; de sus faenas de muleta que eran un portento; de las competencias reñidas que sostuvo con Fuentes, “Bombita”, “Machaquito”, “Joselito”, Belmonte, “Rafael “El Gallo”… Lo que no se ha dicho nunca del torero que asombró a los públicos por su gallardía, su arte, su elegancia y su enorme calidad, es que, cuando había que hacerlo, se fue detrás de la espada como pudiera haberse ido Mazzantini o “Frascuelo”. Muchas veces se ha escrito que Gaona mataba a muchos toros bien. Lo que no se ha dicho es cómo se la jugaba si la ocasión lo exigía. En la imagen, Rodolfo, que ha toreado a un toro como solamente él lo hacía, corona la faena enterrando toda la espada en el morrillo. Para lograrlo, se entregó de la manera que la foto registra.
Y sí, en efecto, gracias a la habilidosa labor del fotógrafo es como observamos el preciso momento de la reunión, donde resuena la frase de algún viejo torero –creo que era Rafael “El Gallo”-, cuando sentenciaba: “el que no hace la cruz, se lo lleva el diablo…”
Lo que logró Rodolfo en ese momento, fue la culminación de la suerte suprema en toda su perfección. Lo otro, “irse del mundo”, el “rincón de Ordóñez” o el “julipié”, se han convertido en recursos y habilidades que engañan en su primera intención, pero que no resultan ser o tener el valor de una suerte en la cual el diestro se sabe plenamente consciente de que al ejecutarla, fortalece y recupera el valor de la tauromaquia, no solo en su sentido teórico, sino en la pura y auténtica dimensión de la realidad.
Allí están esas dos figuras, listas para que los hacedores lleven a cabo estudios, apuntes, bocetos…, pero finalmente materializando esa muestra que produce capacidad de asombro, en una obra de arte.
La suerte que observamos, culminación del ritual de sacrificio y muerte de un toro tiene también un alto grado de emoción alucinante –yo no sé si hasta de belleza-, pero deja sentir en cuanto apreciamos un registro ocurrido hace casi 103 años, la sorpresa, el estremecimiento de que si –y vuelvo de nuevo con Rafael Gómez Ortega-, “lo bien toreao es lo bien arrematao”, pues no queda más que entregarse a los vuelos de la emoción y unirse al coro, a la ovación más sincera que pueda haber para un TORERO.