Archivo mensual: febrero 2018

SOBRE “RELACIONES DE SUCESOS” EN LA NUEVA ESPAÑA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Dos importantes “Relaciones de Sucesos”: la de María de Estrada Medinilla (1640) y la de Alonso Ramírez de Vargas (1677). Col. del autor.

    Con la capitulación de la ciudad de México-Tenochtitlan, hecho ocurrido el 13 de agosto de 1521, comenzó de inmediato una etapa considerada como de la dominación española. Así, a partir de 1522 recayó en Hernán Cortés el cargo de Gobernador y Capitán General. Años más tarde (entre 1531 y 1535) entraron en funciones dos audiencias y, en ese mismo 1535 comenzó el periodo virreinal, con la presencia de 63 virreyes, siendo el primero Antonio de Mendoza, y el último de ellos, solo en papel pero no en la práctica, Juan de O´Donojú en 1821.

   Durante aquellos 293 años, el influjo español permeó en una sociedad con fuerte y profunda carga de elementos y valores construidos por diversas comunidades indígenas. Ambas, cohabitaron hasta amalgamarse en un mestizaje que procuraba el equilibrio en medio de marcadas diferencias en sus formas de ser y de pensar; en sus ideologías y religiones.

   Si bien no se superó el conflicto de fondo, el hecho es que al convivir, consiguieron armonizar en ciertos aspectos donde, particularmente la razón festiva se hizo visible en forma por demás intensa y lúdica.

   Para las muchas conmemoraciones ya por motivo civil, religioso, académico o, de aquellas que dio pretexto la corona española misma, una de las más importantes conmemoraciones fue la surgida desde el ámbito de la tauromaquia, expresada a caballo durante más de dos siglos. El resto de aquellos años, fue una puesta en escena compartida entre nobles caballeros y plebeyos a pie, hasta que hubo un tiempo en que el protagonismo recayó definitivamente en estos últimos, durante el curso del siglo XVIII.

   Hoy día, y gracias a la presencia de diversas fuentes de información, conocemos la manera en que se desarrollaron aquellas fiestas. Esas fuentes son, en esencia, las que se consideran en su mayoría como “Relaciones de Sucesos”, y que alcanzan cerca de 400 impresos. Algunas de ellas describen él o los acontecimientos con notoria brevedad, en tanto que otras son auténtico despliegue de información y detalle.

   Pero, ¿qué son en realidad las “Relaciones de Sucesos”?

   En opinión de Judith Farré Vidal, se trata de

   “El despliegue espectacular del fasto público, efímero por naturaleza, concluye en el relato de su relación. La ocupación excepcional del medio urbano y la recreación de unas especiales coordenadas de espacio y tiempo que alteran el ritmo cotidiano de la ciudad, transformándola, adquieren plena trascendencia cuando se describen en el impreso de la relación. El testimonio escrito representa, por un lado, la oportunidad de que permanezca la experiencia del fasto y de esa realidad embellecida, y, por otro, permite revelar todas las claves de su entramado, desde la explicación simbólica del significado de las arquitecturas efímeras y de sus entresijos técnicos, hasta la identidad de sus mecenas. Por ello, este tipo de impresos están íntimamente ligados al “contexto ritual” en el que se proyectan, y se codifican según un “registro narrativo” sobre el que se asienta el modelo del género literario de las relaciones (mismas)”. En: Espacio y tiempo de fiesta en Nueva España (1665-1760). México, Bonilla Artigas Editores, S.A., de C.V., 2013. 311 p. Ils., facs., p. 51.

   Las hay en verso y prosa. Unas, escritas por célebres plumas como Carlos de Sigüenza y Góngora, el jesuita Rafael Landívar o Cayetano de Cabrera y Quintero. No faltan aquí otras celebridades como José de Hogal, autor e impresor, Bernardino de Salvatierra y Garnica, e incluso aunque de manera más informativa que descriptiva Gregorio de Guijo y Antonio de Robles que hicieron cada quien, en el célebre “Diario de Sucesos Notables”, auténtico registro de diversas circunstancias y acontecimientos, ocurridos de 1648 a 1703.

   Entre las muchas referencias destacan tres que no pueden eludirse, pues sus autores tratan el asunto con notable amplitud. Me refiero, en orden de aparición a María de Estrada Medinilla (1640), Alonso Ramírez de Vargas (1677) y Manuel Quiros y Campo Sagrado (1786).

   Apenas hace unos años, Dalmacio Hernández y Dalia Pérez, del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (U.N.A.M.) ubicaron en una “Miscelánea” la relación de “Fiestas de toros, juego de cañas, y alcancías, que celebró la Nobilisima Ciudad de México, a 20 de noviembre deste año de 1640, en celebración de la venida a este Reino, del Exmo. Señor Don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona, Virrey Capitán General desta Nueva España”, obra salida de la imprenta de Francisco Robledo en 1641, y financiada por el Ayuntamiento de la propia ciudad.

   Se trata no solo de una rareza en tanto joya de la literatura novohispana, sino también como por su hechura. Escrita en octavas reales detalla los festejos celebrados en honor de tan notable personaje, ni más ni menos que el alter ego, en ese entonces de Felipe IV.

   María de Estrada, a diferencia de muchas mujeres de su época, vivió al margen de lo sagrado y en esta como en otra obra, escrita a raíz de la misma recepción virreinal del momento, enviada “a una religiosa moja prima suya”, deja ver lo gozoso en su mirada, que consigue interpretar en cuidados versos, sorprendiendo además por seguirle los pasos a Catalina de Eslava (poeta o poetisa a finales del siglo XVI) y adelantarse por tres décadas más o menos a la luminosa presencia de otra mujer que cautivó a propios y extraños. Me refiero a sor Juana Inés de la Cruz.

   La sola razón de este redescubrimiento permitirá conocer a través de los investigadores que la ubicaron, un trabajo que esperamos ansiosamente, como una publicación más impulsada por nuestra Universidad Nacional.

   Sobre Alonso Ramírez de Vargas, debo apuntar el hecho de que en su Sencilla Narración… de las Fiestas Grandes… de haber entrado… D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México, Vda. De Calderón, 1677, encontramos que dicha obra celebra las Fiestas por la mayoridad de D. Carlos II, 1677. El Capitán D. Alonso Ramírez de Vargas y ofrece una delectación indigenista en esta Sencilla Narración… donde refulge su célebre Romance de los Rejoneadores, una de las más garbosas relaciones taurinas  que bien podrían estar al gusto de Calderón de la Barca.

   Del Capitán Ramírez de Vargas (1662-1696), quien a decir de Octavio Paz “fue poeta de festejo y celebración pública”, entre los que hubo en la Nueva España “mediano… pero digno”. Autor “de varios centones con versos de Góngora, fue sobre todo un epígono del poeta cordobés, aunque también siguió a Calderón, a Quevedo y, en lo festivo, al brillante y desdichado Anastasio Pantaleón de Ribera, muerto a los 29 años de sífilis”. Ramírez de Vargas –sigue diciendo el autor de Las trampas de la fe-, tenía buena dicción y mejor oído…” Pues bien, de tan loado autor es su famoso Romance de los Rejoneadores, parte también de la Sencilla Narración…, bella pieza que deja evidencia de la actuación de dos nobles caballeros, Francisco Goñi de Peralta y don Diego Madrazo a los que les

 Salió un feroz Bruto, josco

dos veces, en ira y pelo,

el lomo encerado, y

de Ícaro el atrevimiento.

La testa, tan retorcida

en el greñudo embeleco,

que de Cometa crinito

juró, amenazando el cerco.

   En ese sentido, también se encuentra con semejanzas notables en aquello que escribió el padre José Mariano de Abarca y Valda en 1747 y que es su célebre relación de fiestas intitulada El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad…por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de México… México, María de Ribera, 1748…, acontecimiento iniciado el martes 14 de noviembre en la plaza del Volador.

   Abarca y Valda describe pormenorizadamente trajes, cuadrillas y demás fascinaciones que fueron posibles apreciarse en la plaza durante la celebración de las representaciones ecuestres y taurinas.

   Como ya va quedando poco espacio, ofrezco para la próxima ocasión, ocuparme de Manuel Quiros y Campo Sagrado, autor cuya sola obra es motivo para nuevos apuntes. Por ahora, muchas gracias.

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FIERROS QUEMADORES y DIVISAS, DISTINTIVOS EN EL TORO BRAVO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

Divisas y fierros quemadores. Col. del autor.

   Nota aclaratoria: Apuntaba en mi colaboración anterior, relacionada con la historia de Santín lo siguiente: “…hasta hace algunos años perteneció a los descendientes de la familia, siendo Celia Barbabosa (q.e.p.d) quien, junto a su hijo César, mantienen parte de esa historia, ahora con otro fierro quemador y colores de divisa”.

   Pues bien, y para no crear confusión, debo decir que Doña Celia Barbabosa (hasta julio de 2009 en que fallece) logró preservar esa historia, la de Santín, que hoy día su hijo César mantiene viva con el mismo fierro quemador y los colores de la divisa.

   Ya que he mencionado los términos de fierro quemador y la divisa, es buena ocasión para dedicar algunos apuntes al respecto.

   Divisa y fierro quemador son distintivos que identifican al toro, a la ganadería de donde proceden, evitando así considerar al ganado como cerrero, mostrenco, montaraz o de origen extraño.

Oportuna fotografía que nos permite recrear alguna de las posibilidades sobre la dispersión del ganado que, al extenderse la sobrepoblación hasta las zonas montañosas, se tornaban cerreros, montaraces o mostrencos.

Fuente: EL PAÍS, edición internacional (México), del 9 de marzo de 2003.

   Desde hace siglos, los propietarios de haciendas ganaderas tuvieron obligación de marcar sus ganados, sobre todo los mayores, con objeto de distinguirlos entre las miles de cabezas que solían aparecer en aquellas grandes extensiones, de las que una delimitación irregular, como las mojoneras (señales para fijar los linderos) o cercados no eran suficientes para que aquellos hatos anduvieran a su aire por aquí y por allá.

Mojonera, principios del siglo XVIII.

Disponible en internet febrero 20, 2018 en:

http://2006-2012.colsan.edu.mx/investigacion/historia/seminario/galeria4.htm

   Esa peculiaridad, sobre todo la de la señal del propietario, fue práctica común desde los primeros tiempos en la Nueva España, donde se consolidaron instituciones como la Mesta, cabildos o ayuntamientos, los cuales observaban rigurosamente el cumplimiento de disposiciones que obligaban a nuevos propietarios tener bajo su control, además de tierras, hombres y mujeres dedicados a labores del campo y otras actividades rurales, sus ganados –mayores y menores-.

Fierros de ganaderías del Valle de Toluca, registrados ante escribano real al finalizar el siglo XVII.

Fuente: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI” (conferencia). Ing. Isaac Velázquez Morales. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997.

   Pronto, esos señores mostraron ante la autoridad, las señales que proponían para dichas identificaciones, por lo que en su mayoría, se trataba de figuras o iniciales enlazadas donde quedaban unidos nombres y apellidos, deslizando en algunos casos insinuaciones de la nobleza, ganada o comprada. En esa forma, el control permitió tener mejor idea de cuanto pastaba en sus propiedades.

   De entre los primeros ganados que se corrieron específicamente en fiestas bajo el nombre de sus propietarios, se tienen los de Fr. Jerónimo de Andrada, provincial del orden de la Merced quien proporcionó ganado para unas fiestas celebradas el 3 de septiembre de 1652. En esa misma ocasión, también se corrieron públicamente toros de los Condes de Santiago (es decir de Atenco), mismos que se lidiaron en el “parque”, espacio adjunto a su lujosa residencia (la primera que tuvieron, pues la segunda, aún más ostentosa, y construida hacia la segunda mitad del siglo XVIII por el Arquitecto Francisco Guerrero y Torres en el mismo lugar, es hoy día el renovado museo de la Ciudad de México).

   Hubo otros tantos propietarios, entre quienes se distinguen los que aparecen a continuación:

   Para el siglo XVIII y creadas ya ciertas estructuras que mostraban orden y profesionalización, los toros que salían a la plaza mostraban un nuevo distintivo: la divisa, y así se les anunciaba en carteles lo cual permitió identificarlos de mejor manera. Durante el siglo XIX, y ya plenamente reconocidos hubo en ciertas tardes ocasión de celebrar competencias, por ejemplo entre toros de Atenco y los de El Cazadero con premio monetario de por medio, lo cual permitió subir el nivel de importancia y calidad en el espectáculo, así como la fama entre sus dueños.

Cartel del festejo celebrado la tarde del 10 de enero de 1858 en la plaza de toros “Paseo Nuevo”. Competencia entre los toros de Atenco y El Cazadero. Col. del autor.

   Así que desde la primera mitad del siglo XIX y, hasta nuestros días, estas condiciones se cumplen a cabalidad. De aquel tiempo a este, el ganado luce ambas señales junto con otras, que son peculiares. Me refiero, por ejemplo a la casta procedente (fenotipo, caracteres aparentes comprobados por el reconocimiento exterior, también entendido como “trapío” o “prototipo racial”), el corte recto o longitudinal en las orejas o más aún, distintivos como las “corbatas” que hoy día siguen mostrando los toros de Piedras Negras (en Tlaxcala) o los de San José de Buenavista (en Guanajuato). Se trata de cortes en la badana, uno de abajo hacia arriba, y el otro de arriba abajo.

   Autores como Pedro Martínez Arteaga o Ildefonso Montero Aguera los definen como parte de los diversos “trebejos” que suelen ser usados para el desarrollo de la lidia.

Divisa que identifica los toros que pertenecieron a Da.Celia Barbabosa. Imagen aparecida en el portal “AlToroMéxico.com”

   Y si no bastaran apenas los dos o tres listones de colores atados en forma sencilla a un arponcillo, hay otras que llevan agregado un rosetón que lucen los toros con notoria gallardía apenas saliendo del toril.

   Ahora bien, todavía existe la moña de lujo, usadas para dar mayor detalle en las ya casi olvidadas corridas de Covadonga, donde se montaba una roseta de más de 30 centímetros de diámetro, en la cual podrían haber sido agregados, además de los arreglos en complicadas representaciones, esculturas de bronce veneciano, remates metálicos, así como anchos y largos listones, tal cual puede apreciarse en una de las imágenes que acompañan las presentes notas.

Toros de Atenco y San Diego de los Padres distinguidos por fierro quemador y divisa.

   Se trata apenas de dos detalles, visibles en el enorme catálogo de minucias con que se adornan matices propios del espectáculo. En uno y otro caso, son indicativo de un ordenamiento que avanzó a lo largo de los siglos con lo que se ganó no solo en lo decorativo. También en la clara idea de marcar las diferencias habidas entre las muchas ganaderías que han destinado sus toros para dar forma a dicha representación.

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TAURINOS, ANTITAURINOS y CAMBIO CLIMÁTICO.

EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    ¿Qué el espectáculo de los toros es grandioso?

   Lo es, en efecto, y lo es para una comunidad que, a lo largo de los siglos ha entendido esto y desde los cimientos del imaginario colectivo, como la expresión en la que, la suma de sus componentes genera y ha generado ciclos históricos, síntomas de pasión como pocas expresiones donde le va la vida a quienes intervienen directa e indirectamente. Y también ocurre, lo que es aún más notable: la contundente representación del sacrificio y muerte del toro, esa especie animal destinada en particular a dicha puesta en escena. Esto como resultado de un proceso selectivo minucioso, cuyos cuidados son especialmente aplicados por sus propietarios.

   Sin embargo hoy día, así como se enfrentan condiciones vulnerables causadas por efectos internos y externos provenientes del mismo espectáculo, las hay incluso creadas por circunstancias cuyo origen proviene en forma directa causada por el cambio climático.

   Internamente los agentes que han causado debilidad son múltiples, como la presencia de la iniciativa privada o de particulares que la administran. En la mayoría de los casos no llegan por vía de un proceso, licitación o concurso que los obligue a cumplir con propuestas sólidas y luego a entregar buenos resultados, ganancias, pero sobre todo compromisos que garanticen preservar una tradición que, sin entenderlo, se trata no de un negocio; no de una aventura más. Es, para su conocimiento un patrimonio, sin más.

   Lo hacen en medio de estructuras improvisadas, sin vigilancia alguna por parte de la autoridad, imponiendo sus propios criterios, su propia “ley”. Por desgracia, el resultado queda a la vista y pueden hacer y deshacer indiscriminadamente sin que medie ningún reglamento, ley de espectáculos públicos, juez de plaza, sanción correspondiente o la opinión de la prensa; e incluso de aquello en como piense o actúe el público más en contra que a favor. De manera natural, espontánea, pero con un malestar de fondo, una plaza semivacía –incluso, bajo la condicionante de un “buen cartel”-, es el mejor reflejo de inconformidad.

   La última temporada en la plaza “México” es el caso más evidente donde fueron públicos y notorios diversos casos en los que ciertos ejemplares se aprobaron o lidiaron sin haber cumplido los requisitos establecidos por el reglamento. Aunque si eso es grave, fue más aún el hecho de que los jueces de plaza, sin respaldo alguno (por parte de la jefatura de gobierno o la delegación política correspondiente) se vieron atados de pies y manos pues no se supo de rechazo alguno o de suspensión del festejo respectivo porque en lo ambiguo de la ley y el peso de la razón que impone la empresa, su presencia es meramente decorativa. Con lo anterior, la autoridad de la autoridad simple y sencillamente no existe.

   Otro caso fue el exceso de vendedores quienes ante la ausencia de inspectores obligados por el reglamento se mueven a sus anchas, ignorando que esa dinámica es fuente constante de riesgo, pues distraen o “tocan” al toro, con lo que ello representa peligro para quienes realizan su labor en el ruedo. Y si lo es de riesgo, también es de malestar por su ir y venir en los tendidos

   No se diga sobre la presencia tentadora de bares al aire libre, que ocupan 3 de los 7 balcones, donde existen asientos, los que en forma sospechosa se atribuye la empresa pues se trata de sitios que no fueron renovados o que deliberadamente destino para ese propósito. A esa administración parecen preocuparle más las prebendas, beneficios o canonjías que son también los de todos aquellos comerciantes colocados fuera y dentro de la plaza que, a ciencia y paciencia han invadido incluso sitios señalados por normas de seguridad.

   Esto es apenas parte de lo visible, un todo que ha quedado impune, sin sanciones ejemplares, con escasa y débil presencia por parte de la prensa, sector del que siempre esperamos una postura imparcial, no percibida salvo casos excepcionales.

   Otro agente lo vemos en antitaurinos o poderosas corporaciones encargados todos en alentar un discurso que se confronta con el andamiaje logrado por la tauromaquia en siglos de evolución, en el que columnas vertebrales como lo ritual, la técnica, el arte, profesionalización y regulación de la misma, han sido razón constante de expresión y mejora.

   Dudaban ellos –los antitaurinos-, y nosotros también que el toreo llegara a nuestros días en clara condición de supervivencia. Queda por parte de los contrarios adecuar su postura, pues en todo caso desconocen o malinterpretan los métodos de crianza y selección aplicados por sus propietarios. A ello hay que sumar la acumulación de valores rituales, suma de culturas occidentales que se amalgamaron con la de nuestros antepasados y que en este aquí y ahora, sujeto al principio de que cambia la forma, no el fondo, sigue presente en la entraña de nuestro pueblo. En lo particular el concepto «pueblo» es utopía al no existir una razón que lo defina como tal. Las luchas civiles entre señores -durante el siglo XIX y el XX, e incluso el nuestro-, utilizan las masas humanas como instrumento para conseguir intereses personales, sustentados en el término pueblo, el mismo que funciona para satisfacer -sí y solo sí- los intereses. Cubierta esa necesidad, el pueblo vuelve a su estado utópico, en tanto que terrenable es o son masas (todo ello bajo el entorno latinoamericano).

   Junto con lo anterior, no podemos olvidar que ese “pueblo” también está permeado por otra razón de peso: la religión, donde según datos   actualizados que proporciona la página del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, por sus siglas), indica que el 89.3% de la población es católica.

   Si el giro que dan los opositores es favoreciendo el necesario impulso a un planeta afectado por el cambio climático en todas sus expresiones, lo que esperaríamos que hicieran es reorientar los esfuerzos a favor de una sustentabilidad así como rectificar su equivocada lectura que también nosotros, los taurinos deberemos corregir, en la teoría y la práctica. Adecuarnos a los tiempos que corren, sometiendo la regulación y representación mismas del espectáculo a las mejoras convenientes, será el mejor camino. Y no solo será. Sino que ya es una tarea, un imperativo de profunda responsabilidad, basado sobre todo en el uso apropiado de la puya, banderillas, estoque y puntilla, trebejos empleados en el curso de la lidia y que, en buena medida son motivo de discusión, pero también de corrección apropiada, basado lo anterior en el uso correcto de dichos instrumentos.

   Este legado, el que conservan ocho naciones en el mundo cuenta con suficientes motivos para justificarlo y defenderlo. Incluso, consolidando las debidas declaratorias de patrimonio cultural inmaterial impulsadas desde niveles como el municipal, estatal o nacional, de acuerdo al compromiso moral asumido por quienes consideran que su defensa, conservación y preservación es no solo necesaria, sino urgente.

   Los taurinos tenemos mucho que hacer. La lucha frontal, ante cualquier motivo extraño que altere la esencia misma de la tauromaquia, es motivo más que suficiente para enfrentar y eliminar ese mal.

   Ya lo decía un reciente empresario que dejó en condiciones críticas el espectáculo: “Para qué queremos antitaurinos. Con los taurinos tenemos”.

   Que esto no sea denominador común, ni etiqueta descalificadora para unos y otros. Cada quien tiene compromisos por cumplir. El telón de fondo es reconstruir una fiesta que alcance –aunque he ahí lo complicado-, niveles de calidad total. Y más aún, una digna supervivencia, e incluso también, una muerte apropiada.

   Por otro lado, el cambio climático podría contenerse o adecuarse si para ello existe conciencia, educación (en apego a realidades no a intereses), pero sobre todo voluntad de las sociedades que habitan el planeta Tierra. Los niveles alarmantes causados por el propio cambio aún no tocan fondo, de ahí la marcha despiadada con la que causa efectos irreversibles.

19 de febrero de 2018.

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ALGO SOBRE LA HISTORIA DE SANTÍN.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Un toro de Santín en el campo bravo mexiquense. Se trata del N° 58, cuya nacencia se registró en 1895, por lo que al momento de obtenerse este registro, puede estimarse que había cumplido los cinco años. Fotografía col. del autor.

   Conforme nos acercamos al conocimiento de la tauromaquia en México, descubrimos sin fin de valores que le dan un sentido absoluto de riqueza, misma que se ve reflejada no solo en el cúmulo de referencias históricas. También lo es desde la perspectiva de otro conjunto de soportes (como carteles o fotografías, por ejemplo) o el siempre ameno compendio de anécdotas o efemérides.

   Por estas y otras razones, resulta muy grata la tarea que emprendemos los historiadores, que nos vemos y sentimos obligados a explicar el porqué de su presencia, la que nos habla por ejemplo, de su fuerte vínculo con lo religioso, como también sucede en el orden social o político; e incluso con aspectos de beneficencia, donde su presencia ha sido tan evidente como generosa.

   Pues bien, de esa interminable lista de temas, traigo uno hasta aquí, el cual tiene que ver con el hecho de que hace unos días estuve en sitios que pertenecieron a la ya extinta ganadería de Santín, la que en sus tiempos de gloria, se anunciaba como la de “los toros nacionales” o los “santineños”.

   En realidad, ese ganado, por razones muy específicas, conservó un fenotipo que ostentaban una particular presencia que fueron peculiares, sobre todo durante los años que van de 1835 a 1930.

   1835 porque es el año en el que, gracias a unos manuscritos que llegan a nuestros días, es posible saber que entre los ganados mayores, se contaba con el destinado específicamente para la lidia. Y 1930 porque es el año en el que, al morir José Julio Barbabosa Saldaña, uno de sus propietarios (y quien llevó las riendas de dicha unidad de producción agrícola y ganadera desde 1886 y hasta 1930), el impulso a Santín fue toda una notabilidad.

   En un trabajo personal,[1] destinado a reconstruir el ritmo de dicha hacienda, apuntaba que José Julio materialmente se entregó a quehaceres y compromisos como pocos.

   Como hacendado, su forma de ser y su carácter, lo encaminaron por senderos difíciles de explicar y de entender si no es a la luz de los propios documentos que existen; por fortuna muy abundantes, mismos que han sido de enorme ayuda para entenderlo mejor.

   Un religioso convencido, un hombre que ostentaba el perfil de algunos de los propietarios que así han sido vistos o entendidos al formar parte del “porfiriato” (ese amplio periodo que inicia en 1877 y culmina en 1911, encabezado por el Gral. Porfirio Díaz y que tuvo además, un ritmo intermitente a lo largo de esos casi 34 años de control en el poder).

   Barbabosa fue consiente al articular todo un registro basado en documentos, muchos de ellos escritos de puño y letra, acompañados de fotografías de toros en el campo, siendo las primeras, aquellas que mandó hacer desde la última década del siglo XIX.

   Por eso, cuando se refiere al juego que dieron sus toros en esta o aquella plaza, es porque se aprecia una desmedida exaltación, e incluso un juicio sensato cuando uno o más ejemplares no cumplieron como eran sus deseos.

   Todo esto y otro conjunto de detalles es el resultado de ese feliz recorrido por antiguos testimonios que tuve el privilegio de consultar, sirviendo todos ellos para reconstruir fielmente la dinámica de esa peculiar ganadería mexiquense.

   Y lo fue porque José Julio Barbabosa conservó la pureza de esos toros los que, en su mayoría eran criollos, sin cruza alguna hasta que, en 1924 adquirió una punta de la ganadería española de D. Antonio Flores, de las razas del Duque de Braganza, Marqués del Saltillo y Santa Coloma. Hasta entonces, los “santineños” eran en su mayoría, toros silletos (del toro hundido del espinazo), cuya prominencia es notoria en buena cantidad de imágenes, justo como la que ilustra esta colaboración, misma que corresponde al toro N° 58, nacido en 1895. De encornadura muy pareja, astifinos, cornivueltos, aunque no faltaban aquellos alacranados o veletos. Otros tantos, tenían abundante pelo rizado en la jeta y en su mayoría, infundían respeto pues siempre se trató de ganado poderoso, demostrando tal virtud en la suerte de varas, con la consiguiente baja en la caballada.

   Célebre fue, por ejemplo El Garlopo, toro que abrió plaza en la inauguración de la plaza del Paseo Viejo de San Francisco en la ciudad de Puebla, hecho que ocurrió la tarde del 28 de marzo de 1880. Tal fue la pelea que mató siete “sardinas” y hubo necesidad de pasar al siguiente tercio pues no había más caballos en la cuadra. Su lidia fue ejemplar, aún tratándose ya de un viejo semental. Lo estoqueó Bernardo Gaviño y su efigie, de cuerpo entero fue disecada, montada en un pedestal, quedando a la vista por muchos años en la entrada de la “Casa Barbabosa”, en el centro de Toluca.

   Pasaron muchos años, y apenas hace unos días (precisamente el 10 de febrero) hubo manera de salvar esa pieza que estuvo a punto de perderse. Será necesaria una buena restauración, y seguramente, cuando ya se encuentre en condiciones, podrá ser vista y admirada de nuevo.

   El Garlopo parece representar la suma de infinidad de capítulos que acumuló Santín, ganadería que hoy decidí evocar, dada la naturaleza de su historia, que arranca en la posesión de tierras que tuvo, allá por 1539 el arzobispo fray Juan de Zumárraga, que luego, con el paso de los años, pasó por varias manos, hasta que, a finales del siglo XVIII, uno de sus propietarios, D. Pedro Santín, le dio su nombre. En el primer tercio del siglo XIX, D. José Julio Barbabosa, padre adquiere la hacienda y, hasta hace algunos años perteneció a los descendientes de la familia, siendo Celia Barbabosa (q.e.p.d) quien, junto a su hijo César, mantienen parte de esa historia, ahora con otro fierro quemador y colores de divisa.

   El salvamento de esta pieza supone la posibilidad de conocer detalles como la forma en que se desarrolló una fiesta, la de hace poco más de 130 años y que tiene todo un conjunto de significados los cuales, y en la medida de lo posible seguiré abordando con mucho gusto.

   Quiero, antes de terminar, compartir la curiosa forma en que José Julio Barbabosa, en buena parte protagonista de este capítulo, llamaba a sus toros. Allí están nombres como Relámpago, Acosil, Lusero (sic), Porfiado, Mezcal, Malcriado, Fandango, Chinaco, Federal, Apache, Lechuso… y otros tantos términos que resultan en nuestros días, meras curiosidades.


[1] José Francisco Coello Ugalde: “…al que leyere… Historia sobre la raza brava de Santín”. México, Centro de Estudios Taurinos de México, A.C., 2016. 359 p. Fots., ils., facs., tablas. Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas, 25. (Trabajo inédito).

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DOS COLUMNAS FUNDAMENTALES EN EL TOREO: LA VERÓNICA y EL PASE NATURAL.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   De acuerdo a los más rancios principios establecidos en la tauromaquia, el lance a la “Verónica” y el “pase natural”, vendrían siendo considerados como las columnas vertebrales de una expresión en la que los diestros deben partir, estableciendo primero que conocen perfectamente su propósito y luego que saben cómo ponerlo en práctica.

   De ese modo, cuando pude apreciar a doble página, este claro ejemplo de la “verónica”:

El Ruedo de México. Año VIII, N° 56. México, 6 de diciembre de 1951. (Páginas centrales).

…me di cuenta que lo dicho allí es –hay que decirlo-, irrebatible.

   Primero, porque la “verónica”, es el lance fundamental del toreo con el capote. Lo demás son suertes de adorno, es decir todos aquellos lances que en su día tuvieron propósito de auxilio, y que eran los “quites”, los cuales ya no existen; o por lo menos ya no pueden citarse o referirse así pues ello significa la pérdida casi total, de la suerte de varas. Ello como consecuencia de varias razones, no necesariamente las atribuibles a la reducción de la casta en el toro, pues entra en juego la natural evolución del espectáculo, su cuestionado valor de maltrato animal e incluso, el de aquel lamentable punto (es un secreto a voces), donde los matadores giran órdenes precisas para pegarles más, desentendiéndose luego, pues para sacar al toro de jurisdicción están los subalternos.

   El hecho es que las “suertes de adorno” deben ser vistas hoy día como el intento del matador en turno, o el que por reglamento –y más aún, por usos y costumbres-, y que acude a generar competencia; como lances cuya ejecución y representación, significan alarde, en unos. En otros, convocan a la belleza y terminan siendo un rico catálogo de lances con los que se evita fundamentalmente la monotonía o el minimalismo en que suele caer el primer tercio de la lidia.

   Termino retomando lo escrito en mayúsculas en la impresionante composición que se logró a doble página en la célebre publicación dirigida por D. Manuel García Santos. Va así:

DOS TOREROS –SEVILLANOS LOS DOS-, HAN LLENADO DE PERSONALIDAD LA VERÓNICA. EL UNO FUE JUAN BELMONTE, QUE LE TRAZÓ RUMBOS NUEVOS AL TOREO. EL OTRO FUE “GITANILLO DE TRIANA” QUE HIZO DEL RITMO LENTO Y DE LAS MANOS BAJAS UNA NORMA. ENTRE LA VERÓNICA DE JUAN Y LA DE CURRO, ESTÁ ESA VERÓNICA –FLOR QUE SE ABRE EN ESENCIAS TORERAS-, DE “CHICUELO”, DE PEPE LUIS VÁZQUEZ, DE MANOLO GONZÁLEZ… EN LAS FOTOS, A LA IZQUIERDA, BELMONTE, Y A LA DERECHA, MANOLO GONZÁLEZ, EN EL LANCE FUNDAMENTAL DEL TOREO CON EL CAPOTE.

   Y si lo es para la capa, también existe para la muleta. Se trata del “pase natural”. Hace muy poco lo vimos desarrollado en la interesante faena que realizó Juan Pablo Llaguno a uno de Caparica:

Disponible en internet febrero 7, 2018 en:

http://altoromexico.com/index.php?acc=galprod&id=5291. Fotografía: Sergio Hidalgo.

Y Juan Pablo, se elevó a alturas insospechadas para lograr este prodigio fue, entre otras cosas por algo que al escribirlo días después de su actuación, estaba convencido de ello:

   Los tres espadas, muleta en mano, desplegaron lo mejor de sus conocimientos en la lidia, con objeto de pulir asperezas y prepararlos para el debido lucimiento. No hacerlo significó apuros y más de algún arropón, incluyendo el dramático momento en que Juan Pablo Llaguno fue lanzado de fea manera por los aires, saliendo ileso de milagro. De este joven matador debo apuntar sus buenas y clásicas maneras, al dar cara a sus enemigos con los que demostró capacidades envidiables como lidiador.

   Si por su sangre circulan esos genes de la virtud, diría sin equivocación, que le ha bebido los alientos en espíritu, a aquel antiguo torero de origen sevillano, y que se llamó Manuel González Cabello. “Manolo” González se entrelazó con la familia Llaguno, lo que ha significado para este joven la mejor forma de materializar tan valiosa herencia. Y Juan Pablo se sabe responsable de esa razón, por lo que su actuación parecía el resultado de un diestro que no para de torear. Lamentablemente llegó a la “México” con tres corridas en su haber. Aún así, dejó una impronta que tardará mucho tiempo en olvidarse.

   Y si hay que conocer cartas-credenciales del sevillano, nada mejor que con esta imagen, donde a fuerza de reconocimiento, nos encontramos con una de las mejores explicaciones del pase natural:

El Ruedo de México. Año VIII, N° 56. México, 6 de diciembre de 1951.

   Sin propósito alguno de “ismos” que pueden ser mal interpretados, lo único que busco aquí es demostrar que sí existen, y han existido grandes ejecutantes en la “verónica” y el “pase natural”, mismos que honran y seguirán honrando lo más esencial en el contenido de dos “Tauromaquias”, la de “Pepe Hillo” y “Paquiro”. En ambas, estas dos razones poseen un peso que se busca reafirmen una tarde sí, y otra también quienes se visten de luces.

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PRESENTACIÓN FEMENINA EN LA PLAZA DE TOROS “CIRCO MÉXICO”.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Conviene de entrada traer hasta aquí, algunos datos sobre la curiosa plaza –Circo “México”. Veamos.

Fabricada de madera, con cupo para unas seis mil personas, estaba situada en la esquina formada por las calles de Allende (antes Factor) y González Bocanegra. Se inauguró el domingo 21 de septiembre de 1924 con un festejo mixto: cuatro novillos de “El Cazadero” para Cayetano González y Félix Romero, así como dos becerros de la misma ganadería para Fermín Espinosa “Armillita” y Alberto Vara “Varita”. Sirvió como circo taurino hasta fines de 1927, cuando fue techada y transformada en arena de box y lucha libre.[1]

   El 16 de noviembre siguiente, la “Cía. de Espectáculos Populares Plaza-Circo México, S.A.” presentó este interesante cartel, que recuperaba, en buena medida, las ya distantes actuaciones de otra cuadrilla de toreras, que habían venido presentándose desde finales del siglo XIX y siguieron actuando, por lo menos durante los primeros cinco años del siglo XX.

   La tira de mano maltratada por el paso del tiempo, nos deja ver, en ese papel de china, amarillento y arrugado la composición y diseño que dieron a la misma en la Tip. “El Libro Diario”, S.A., ubicada muy cerca de la plaza, en la calle de Mesones 25. Allí aparecen tres valerosas toreras, llevando holgados trajes de luces que parecen recordar los que se usaban en tiempos de Mazzantini o de Fuentes, que seguramente Margarito de la Rosa o el ya establecido negocio de alquiler de José Romero “Frascuelillo”, fueron los sitios a los cuales recurrieron nuestras protagonistas para disponer de las mejores prendas.

   Además, los retratos que se incorporaron en la bajo el principio de la fototécnica, nos podrían confundir en algún momento, pues evocan, por su parecido, a los que en su momento realizaron los célebres hermanos Valleto, dueños de uno de los gabinetes fotográficos más célebres, instalado en el centro de la ciudad de México (claro, esto ocurrió entre 1865 y los comienzos del siglo pasado). Obtenidas bajo la idea de que fuese una “tarjeta de visita”, ello facilitaba la distribución, obsequiando dichas imágenes entre quienes podrían considerar como posibles contactos con los empresarios de entonces.

   Ellas son: Margarita García La Reverte, Luz Rojas La Gordita y Esther García La Finita, quienes junto con Rafael Fernández “Belmonte de Málaga”, se encargarían de lidiar y estoquear 2 ejemplares de Galindo e igual número de los de Queréndaro, respectivamente.

   Desconozco lo sucedido esa ocasión, pero es casi un hecho pensar que la plaza registró una buena entrada, y de que las señoritas toreras pusieron lo mejor de su parte para salir airosas del compromiso que significaba salirle a un to…, perdón, a un novillo y obtener reconocimiento o rechazo según los acontecimientos durante aquella jornada.

   Han transcurrido 94 años de aquel suceso, y el peso de la nostalgia entre lo que representa el cartel en sí mismo, con esa cabecera muy al estilo de los antiguos impresos y el resto de la composición, que cumplía con los principios de la publicidad, nos encontramos ante un hecho que refleja la forma en que La Reverte, La Gordita y La Finita tuvieron ese momento de celebridad.

   Por cierto, y antes de terminar, debo agregar el detalle central de la primera imagen, donde La Gordita se hizo de ese otro retrato, en el que destaca la “pompa y circunstancia” del torero, nos deja sentir el peso de su mirada, la que resultó de la pose en tres cuartos, con la montera bien puesta, montera que también parece haber salido de los antiguos objetos que guardaban celosamente señores como de la Rosa y Romero, quienes formaron auténticos juegos para que los aspirantes tuvieran forma de probarse una u otra prenda hasta decidir la paga más conveniente.


[1] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. II., p. 769.

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 ¡¡¡CARNAVAL!!!

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Montaje e imagen, cortesía del autor.

   ¡Adiós a la carne! que  viene la abstinencia, y la cuaresma también. Pero no particularmente en el consumo humano sino en los placeres mundanos. ¡Ay!, que “la carne es débil”.

   Este episodio festivo que entre lo sagrado y lo profano sucederá desde el jueves 8 y hasta el martes 13 de febrero, hace suyas diversas fiestas donde se anuncian carteles taurinos –no podía ser la excepción-, en diversos sitios del país, como Etzatlán, Autlán, Jalostotitlán (Jalisco) o Villa de Álvarez (Colima), por ejemplo.

   Gracias a José Antonio Maravall (La cultura del barroco), el autor nos permite entender y reafirmar que la fiesta del barroco no era espartana, sino de un ascetismo brutal, inhumano, en donde no se pretendía adormecer, sino anular primero toda autonomía en la conciencia del pueblo, para dominarlo después. Por su parte César Oliva (La práctica escénica en fiestas teatrales previas al Barroco), plantea que la fiesta que va desde mediados del siglo XIV y que luego se sofistifica durante el XVII, hay que entenderla como un todo, o como un espectáculo total, en donde las fronteras de los elementos constituyentes no son rigurosamente fijas. Es difícil, cuando no inútil, intentar separar dónde empieza, y dónde acaba el elemento festivo, y dónde acaba y dónde empieza el teatral; de la misma manera que es ocioso delimitar los elementos religiosos y profanos. Y es curioso, pero las fiestas sintetizan, casi rítmicamente, periodos de “gracia” y periodos de “pecado”, lo que nos hace volver los ojos a una de las más representativas, iniciada en la cuaresma y que culmina con el domingo de resurrección. Por otro lado, se encuentra aquella que se desata en ese mismo domingo de resurrección y explota en medio de muchas otras, hasta llegada la víspera del inicio de la cuaresma, luego de que el carnaval despidió al último pecador, cumpliéndose una vez más otro de los ciclos de que está constituido el calendario litúrgico, el que, independientemente de todos aquellos pretextos de origen político o social, seguía cumpliéndose en términos muy exactos.

   Aunque tardía su vinculación con los toros en el periodo novohispano, van a darse los primeros testimonios avanzado el siglo XVII, intensificándose durante el siglo de las luces, aunque en medio de una sociedad eminentemente católica, esto debió darse en forma puntual y rigurosa. Lo anterior, dados los esquemas de comportamiento que dicha religión comprueba en su calendario, de ahí que el teatro evangelizador, instituido desde el siglo XVI se convirtiera en otro nutriente para aculturar la gran población indígena que habitaba estas latitudes.

   Sin embargo, fue en el XIX donde alcanzó intensidad en muchas puestas en escena. Las calles o las plazas de toros fueron su mejor escenario.

   En la década comprendida entre 1850 a 1860, el pueblo de la metrópoli se cubría el rostro con el antifaz y se transformaba en mascarada.

   Bucareli, desde la Plaza de la Reforma hasta la desaparecida Garita de Belem, era el lugar para el paseo diurno. Antonio García Cubas habla de la amplia calzada sembrada con arbolillos, colmada por densas nubes de polvo, profundos agujeros, charcos de agua maloliente y una muchedumbre alegre, que vestía sus ropas domingueras.

   “Entre los ricos carruajes tirados por caballos frisones –dice el autor de El libro de mis recuerdos-, arrendados por elegantes cocheros desde los pescantes, se interpolaban en gran número los de plaza, más o menos humildes y no pocos de sapandas, cuyos cocheros iban montados en las mulas de mano guarnecidas con colleras. Todos desfilaban en su rodar pausado y monótono, dando vueltas en la calzada. De trecho en trecho aparecían hermosas carretelas abiertas con comparsas de caballeros ricamente vestidos a la usanza antigua española o bien de estudiantes, marmitones o pierrotes, todos los que se complacían en distribuir ramitos de flores y alcatraces de dulces a las damas de los carruajes. Otras comparsas de figuras grotescas iban en carretones o en carretelas muy viejas y desvencijadas y algunos enmascarados montados en burros que provocaban la risa de los mirones, sin que nadie osase lapidarlos, como no hace mucho tiempo aconteció con los que intentaron revivir esas costumbres”, hasta aquí nuestro autor decimonónico.

   De seguro, muchos de esos participantes anónimos, antes habían acudido a la plaza del “Paseo Nuevo”, donde presenciaron los carteles, como el que adorna estas notas, celebrado el domingo 6 y martes 8 de febrero de 1853. Ambas tardes, intervino la cuadrilla encabezada por Bernardo Gaviño, lidiándose toros de Atenco, sus favoritos. Para empezar, hubo anuncio del obsequio de 250 pesos en 15 onzas de oro, lo que ya significaba un buen pretexto para acudir al coso y luego tener a la vista la corona de laurel, guarnecida por las onzas y escudos de oro. Se llevó a cabo un sorteo “de ocho hermosas banderillas” (donde estaban colocados los premios), repartidas “cuatro de UNA ONZA cada uno. Tres de DOS ONZAS cada uno, y uno de CINCO ONZAS”. Para ello, cada boleto de entrada llevaba un número marcado al reverso, pero no se consideraban los que la empresa obsequiaba.

   Hubo, ambas tardes un “valiente toro embolado, como final de la función”. Luego, el martes ocho, se presentaron los coleadores PEDRO y CORNELIO que dieron prueba de su habilidad ejecutando con LOS CABALLOS EN PELO, para lo que eligieron dos toros al efecto. También apareció la infaltable mojiganga de enmascarados para lidiar UN TORO ESCOGIDO que sin duda proporcionó diversión a los concurrentes.

   “Si como se verificó en el Carnaval pasado, algunas PERSONAS DE MÁSCARAS quisieren entrar a picar y banderillar un toro, estará prevenido éste al efecto”.

   La función, ya saben, empezará a las cuatro.

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LA BELLEZA DEL TORO EN EL CAMPO MEXICANO.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hace unos días, aparecieron ocho interesantes fotografías que son clara evidencia de los toros que se lidiarán el lunes 5 de febrero, en la conmemoración del 72 aniversario de la plaza “México”. Son ocho ejemplares de Jaral de Peñas que su propietario decidió divulgar, no solo con ese propósito, sino con objeto de que los aficionados tengamos claro de que son toros y ya no nos quede la menor duda. De que tienen trapío, de que es una corrida pareja en presentación, donde predominan los colorados, y de que más de uno, como el 182 o el 174 resaltan  porque su pelaje se denomina –en aquel- “chorreao en verdugo” (mezcla de tres colores: negro, blanco y colorado) y ese otro que es colorado, bragado y muy parejito.

El 182

El 174

Imágenes disponibles en internet febrero 2, 2018 en:

http://altoromexico.com/index.php?acc=galprod&id=5317

Foto: JPB, iniciales de Juan Pedro Barroso.

   Todos los del Jaral aparecen retratados en un corral, espacio en el que seguramente pasaron sus últimos días en contacto con el campo bravo, ese sitio que siempre ha poseído encanto y fascinación sin igual.

   Se tiene claro que de las últimas comparecencias de Jaral de Peñas, las cosas han rodado bien. Esperemos se cumpla el deseo de su propietario y el destino le guiñe un ojo.

   La cosa no acaba ahí. Más bien, alienta porque esas imágenes me han dado motivo para buscar entre los materiales que he venido reuniendo (labor que me ha tomado poco más de cuatro décadas), algunas fotografías cuyo contenido histórico se pondrá en valor a continuación.

   Creo que en principio debo afirmar que las elegidas son casi inéditas, de que la más antigua se remonta a 1888, siguiéndola tres cuyos registros datan de 1905, 1908 y 1909 respectivamente. En ese criterio de rareza, se encuentra una más de 1935, y otra de 1942.

   Comparto con gusto dichas piezas, porque además destaca en cada una de ellas la belleza de los escenarios, lo imponente de los toros, e incluso de lo afortunado que, para cada uno de los fotógrafos resultó el momento de su contacto con los toros bravos.

   Se trata de una “tarjeta de visita” cuyo registro se remonta a 1888. No se conoce, salvo este ejemplo, una evidencia tan antigua lograda en el campo, imaginando para ello la labor del fotógrafo, quien debe haber apostado todo su equipo, a prudente distancia para tener al final de aquella sesión seis fotos, de la que sólo se conocen cinco (y aquí es buen momento para agradecer la generosa colaboración del Lic. José Carmona Niño quien puso a mi alcance estos materiales).

   Estamos en Atenco. Ese toro ya contaba con la edad de rigor, buena presencia y dotada cornamenta, con lo que se cumplía cabalmente cualquier requisito para su presentación en la plaza. Por cierto, y según un riguroso registro que tengo sobre la presencia de los atenqueños entre 1815 y 1915, puedo apuntar que ese año de 1888 se lidiaron como encierro de seis, el que se presentó el 4 de marzo en la plaza de “Colón”, lidiados por Valentín Martín, y luego hasta los domingos 9 y 16 de diciembre, en el mismo coso por Manuel Hermosilla y Juan Jiménez “El Ecijano”, cartel que se repitió en ambas tardes.

   Toro español, procedente de la ganadería de “Muruve” (sic), lidiado el 12 de febrero de 1905, en la plaza de toros “México” de la Piedad siendo el cartel, como sigue: Antonio Montes, Manuel Lara, “Jerezano”, y Tomás Alarcón, “Mazzantinito”, picador: “Agujetas. Banderillero: Manuel Blanco, “Blanquito”.

   F. Esperón, el fotógrafo se apostó en algún burladero de las corraletas (quizá entre las dos y tres de la tarde) y desde ahí, obtuvo tan impecable imagen, en la que se puede apreciar al mayoral que envió el ganadero español Joaquín Murube, con motivo de que fuese el responsable de cuidar el lote. Este, con una aparente paciencia franciscana, da de comer no solo al que se encuentra en primer plano sino también al que está detrás de él. ¿Qué les ofrece? Parece ser una ración de paja con la que los mantiene en santa paz, la misma que demuestra eso sí, el perro que observamos dormido a sus pies.

   Bonito de “Arribas, Hermanos”. De él se dijo lo siguiente:

Foto. A.V. Casasola. Col. del autor.

   “Bonito”, que en realidad se llamaba “Guindaleto”, pero al que su mayoral, Miguel Bello, siempre le decía “El Bonito”, y así se le quedó, había llegado a México con sus hermanos para la temporada anterior, es decir la de 1906-1907, estando en tan mal estado al ser desencajonados después de la travesía, que fueron conservados para la temporada siguiente. Poco a poco, Miguel Bello, que también era el conserje de la plaza y picador de toros los días de corridas, logró que “Bonito” se dejara acariciar en los corrales y acabó por darle de comer en la mano, como si se tratara de un manso corderito, lo que llamó poderosamente la atención del público en general, el cual empezó a interesarse por el animal”.[1]

   Pues bien, llegó el día de la corrida.

   Volvemos al “Lanfranchi”, que es como el “Cossío” mexicano:

Domingo 16 de febrero de 1908. Miguel Báez “Litri”, Antonio Guerrero “Guerrerito” y Vicente Segura.

   Al ser lidiado, “Bonito” sólo fue castigado con 4 puyazos y le clavaron un par de banderillas, y en esos momentos saltó al ruedo Miguel Bello, lo llamó por su nombre, se acercó a él lentamente y acabó por abrazarlo y acariciarlo, mientras todo el público pedía a gritos el indulto, que fue concedido.

   El toro regresó a los corrales, siempre acompañado por su mayoral, y a partir del día siguiente fue puesto en exhibición.[2]

   Entre otros personajes que fueron atraídos por aquella curiosidad, se presentó ni más ni menos que la tiple María Conesa, quien en ese entonces estaba encumbrada en el mundo de los espectáculos. Y la Conesa se hizo retratar hasta en tres ocasiones, como para dar muestra primero, de que controlaba sus nervios, y luego para afirmarse más en el cenit de su fama.

   Y termina nuestra consulta al “Lanfranchi” con lo que apuntó como consecuencia en el destino de ese toro famoso:

   Como el toro pertenecía por contrato a la empresa de “El Toreo, ésta acabó por regalárselo a Miguel Bello, el cual le curó sus heridas y lo cuidó hasta que él sufrió una cornada mortal al estar desencajonando unos novillos, el 16 de julio de 1909, y sus herederos lo vendieron entonces a don Víctor Rodríguez para semental de su ganadería de “La Trasquila”, en el estado de Tlaxcala. Años después, durante la Revolución, la hacienda fue invadida por unas tropas zapatistas, las cuales sacrificaron al famoso “Bonito” como si se tratara de otro animal destinado al matadero, sin importarles todo el revuelo que con su nobleza había provocado en la ciudad de México durante algún tiempo.[3]

   Por su parte, Edmundo Zepeda “El Brujo” torero romántico, de la legua, que en sus años ya maduros se incorporó a un espectáculo denominado “Cuatro siglos del toreo en Méjico”, y que recreaba las suertes en desuso que se practicaron en la segunda mitad del siglo XIX, mismas suertes que un siglo después fueron conocidas en dicho espectáculo, el cual hubo oportunidad de que los aficionados capitalinos y otros del país pudieran apreciarlo justo el 14 de agosto de 1955 en la plaza de toros “México”. Zepeda, tiempo más tarde, se dedicó a escribir en tono de corridos, varios de sus recuerdos de juventud. Entre ellos, encontré el que nos permite imaginarlo bajo el ritmo cansino de aquellas melodías que dicen así:

EL TORO “BONITO”.

 

“Bonito, el toro bonito”

era de Arriba Hermanos

y entre toda la camada

era el toro más bonito.

 

Miguel Bello lo cuidó

cuando pastaba en la dehesa

por su bondad y nobleza

gran cariño le tomó.

 

Llegó el domingo fatal

en el que iba a ser lidiado

y el caporal Miguel Bello

estaba muy consternado.

 

Salió “Bonito” a la plaza

con gran estilo embistió

y su bravura y su casta

a todos los asombró.

 

Y tocaron a matar

el toro estaba en los medios

y “Litri”, aquel Miguel Báez

se disponía ya a brindar.

 

Un hombre al ruedo saltó

y quitándose el sombrero

pa´ despedirse del toro

pidió permiso primero.

 

El toro al que le escurría

la sangre hasta las pezuñas

estaba arrogante y fiero

y Miguel Bello en el tercio

envióle su adiós postrero.

 

“Bonito, toma Bonito”

se hizo un silencio angustioso

el toro quieto esperaba

y Miguel pasito a paso

al torazo se acercaba.

 

Hubo un momento de duda

Miguel Bello se detuvo

el toro lo recordó

y caminando despacio

al caporal se acercó.

 

“Bonito, toma Bonito”

seguía el toro caminando

y cuando a Miguel llegó

este al toro se abrazó.

 

“Adios mi toro Bonito”

Bello estaba sollozando

sus lágrimas se mezclaban

en el morrillo sangrando.

 

El público puesto en pie

con un nudo en la garganta

entre lágrimas y gritos

el indulto así pidió.

 

El juez sacó su pañuelo

y presto lo concedió;

luego al guardarlo discreto

una lágrima enjugó.

 

Por la puerta de toriles

siguiendo dócil a Bello

el bravo toro “Bonito”

por ahí desapareció.

 

En los corrales quedó,

la gente lo iba a admirar

y la actriz María Conesa

solía irlo a acariciar.

 

A la dehesa lo volvieron,

como semental quedó;

a los pocos meses de esto

desencajonando a un toro

Bello estaba descuidado

y el marrajo lo mató.

 

Luego a “Bonito” vendieron

y en Tlaxcala ahí quedó.

Dicen que de tarde en tarde

quedábase quieto el toro.

 

Y al horizonte olfateaba

parece como que oía

“Bonito, toma Bonito”

y que Bello lo llamaba.

 

Edmundo Zepeda.[4]

   Esta otra imagen, todo un prodigio, por la cercanía y los buenos detalles que la engalanan, se obtuvo en Santín, hacia 1909, de acuerdo al documento manuscrito denominado “Fotografías y algunos datos, sobre toros notables por alguna circunstancia de la ganadería brava de Santín. Abril 10 de 1909, descripción que nos proporciona el propio ganadero, el señor José Julio Barbabosa en los siguientes términos:

Toro N° 42 de 1895.

Transcribo lo que dice en el libro de los toros padres. “Ynmejorable”, abril 24 de 1898. Hoy se picó en el toril de Santín, se puso pica de 16 milímetros, dio tres varas muy buenas, 2 muy recargadas, y la última tan recargada que estuvo muchísimo tiempo pegado al caballo, 5 veces le quitó Martín Rey que fue uno de los picadores la garrocha, y lo volvía a picar, y lejos de irse el toro, más recargaba, hasta que en vista de que el toro no se desprendía, mandé que unos peones (de brega) lo jalaran de la cola y otros lo llamaron con las capas solo así se desprendió del caballo, en la 6ª vara se corrió el botón y apareció la pica de 28 milímetros”. Diciembre 9 de 1902 jugó en Tenancingo (edo. de Méx.) recibió 3 varas, excelentes. Estuvo padreando 8 años, hasta el 22 de octubre de 1905. Dejó muchos y muy buenos hijos, cuya bondad se comprobó en las plazas “México” y “El Toreo” compitiendo con toros españoles de 1ª y sin exceptuar uno solo siempre vencieron a estos. Loado sea Dios. Junio 3 de 1909. Por viejo y ya ser humanamente imposible que viviera se mató. Vivió 14 años.

Col. del autor.

   Parece ser que la plaza de toros de “Vista Alegre”, aquella que se ubicaba en los rumbos de San Antonio Abad, y cuya carga de tragedias fue notable, tuvo también entre otros privilegios, ver salir por la “puerta de los sustos” ejemplares que, como Platero de “Dos Peñas” deja ver la hermosura de este cromo, obtenido por algún fotógrafo aventurero que tuvo el acierto de retratarlo junto a la nopalera, parte del paisaje propio de los rumbos de Santa Ana Jilotzingo, estado de México, donde se ubica hasta la actualidad, aunque con nuevo propietario.

   Ese hermoso cárdeno claro, bragado, de excelentes y equilibradas proporciones, como se aprecia en el pie de foto, se lidió el 21 de abril de 1935, año en el que el coronel Matías Rodríguez Hidalgo, su antiguo dueño poseía toros bravos con los cuales divertirse en las fiestas camperas. Pero la cosa dio tales resultados que, con ayuda de amigos compró vaquillas de Ajuluapam, y otras tantas hembras y machos de Zacatepec y San Mateo que fueron en buena medida el pie de simiente. Se decía en la época que “son toros fuertes, con nervio, pero con nobleza. Por eso el coronel ha pisado los ruedos de Vista Alegre y El Toreo en medio de ovaciones por la bravura de sus toros”.[5]

   Cierro con otro ejemplar de Atenco:

Sol y Sombra. Revista de toros. México, 1942. Col. del autor.

   Posó para el fotógrafo estando en las corraletas de la plaza “El Toreo”. En esa época, era su propietario el señor Manuel Barbabosa Saldaña. Cuando la hacienda atenqueña ya no tenía las extensiones del pasado, por haberse fraccionado a principios del siglo XX, de acuerdo a lo que decidió la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores”, hubo ocasión de que la visitara el conocido periodista José Jiménez Latapí Don Difi, quien le comentó al propio Manuel Barbabosa:

-“Don Manuel: ¡cómo es posible que pueda criar toros en una maceta!”

   Pues de “una maceta” provino este ejemplar del que por ahora, no se cuenta más que con su hermosa e imponente presencia.

   Motivos suficientes para recrear al toro bravo mexicano o de aquellos otros que dieron de qué hablar cuando se lidiaron en otros tiempos, forjando leyenda y dejando una estela que compositores como Lorenzo Barcelata o Tomás Méndez convirtieron en sonadas melodías.

   Fue Lorenzo Barcelata quien se dio a la tarea de escribir una canción que no sólo hizo célebre el propio Barcelata, sino también el “Trío Calaveras” y más tarde, Miguel Aceves Mejía. Se trata del Toro Coquito:

 

Toro Coquito.

 

Toma, coquito, toma
Toma, coquito, toma….
Azúcar te voy a dar.
Y tienes que ser valiente,
que un gran torero te va a torear
Toda la gente te va a aplaudir
Y con bravura vas a morir.

Huya, huya, huya!

 

Toma, toro, vuelve para el redil.
Que ya vienes los vaqueros
Y van a arriarte para el toril.
Toda la gente te va a aplaudir
Y con bravura vas a morir.

Huya, huya, huya!

Toma, coquito….

No puede quedar atrás el reconocimiento a Tomás Méndez que, inspirado en la presencia del toro bravo logró inmortalizarlo en su

Huapango Torero

 

Mientras que las vaquillas
están en el tentadero
única y nada más,
nada más pa’ los toreros,
por fuera del redondel,
por cierto de piedras hecho,
sentado llora un chiquillo,
sentado llora en silencio.

 

Con su muletilla enjuga
sus lágrimas de torero,
con su muletilla enjuga
sus lágrimas de torero,

La noche cae en silencio
las nubes grises se ven a lo lejos
se empiezan a acomodar
las estrellas en el cielo
y rumbo hacia los trigales
se ve a un chiquillo que va resuelto;
él quiere matar a un toro
su vida pone por precio.

Silencio…los caporales están durmiendo.
Los toros…los toros en los corrales andan inquietos.
Un capote en la noche
a la luz… a la luz de la luna quiere torear…
silencio…

De pronto la noche hermosa ha visto algo
y está llorando,
palomas, palomas blancas
vienen del cielo, vienen bajando;
mentira si son pañuelos, pañuelos blancos
llenos de llanto
que caen como blanca escarcha
sobre el chiquillo que agonizando…

Toro, toro asesino
ojala y te lleve el diablo,
toro, toro asesino
ojala y te lleve el diablo.

Silencio…los caporales están llorando.

 

Portada de un número extraordinario de El Universal Taurino, año de 1922. Col. del autor.


[1] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 263.

[2] Op. Cit.

[3] Ibidem.

[4] El Ruedo en México. Revista gráfica de los toros. Año I, Primera Quincena, Noviembre 1964, Nº 5, Especial.

[5] Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XXVII, Núm. 1394 del 7 de febrero de 1937. Número monográfico dedicado al tema taurino.

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