RAFAEL BARBABOSA ARZATE (19.06.1833-21.03.1887). A 131 AÑOS DE SU PARTIDA.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Retrato de D. Rafael Barbabosa Arzate. Tarjeta de visita. Ca. 1880. Col. del autor.

   Es bueno recordar, en esta ocasión, el 131 aniversario de la muerte de don Rafael Barbabosa Arzate, dueño, en su momento, de la hacienda de Atenco, entre otras propiedades. Los siguientes datos, provienen, una vez más, de mi trabajo, inédito, dedicado a la biografía de Ponciano Díaz,[1] la cual contiene notas del Arq. Jorge Barbabosa Torres, complementadas por el autor de estas líneas.

En el año de 1878 don Rafael Barbabosa y Arzate compró la finca de la familia de los Condes de Santiago de Calimaya, la Hacienda de Atenco y la ganadería brava del mismo nombre, que fue fundada en el siglo XVI, por el Licenciado don Juan Gutiérrez Altamirano, primo, consejero y albacea del Conquistador Hernán Cortés, en la época en que el Emperador Carlos V decidió nombrar una audiencia para gobernar la Nueva España, hacia el año de 1528.

Para este efecto don Rafael hipotecó a favor de don Mariano Ulzarbe su Hacienda de San Diego de los Padres, esta hipoteca se renovó hasta el año de 1917, en que fue totalmente liquidada. En ese tiempo la hacienda de la Purísima Concepción de Atenco, como es originalmente su nombre y sus haciendas anexas de San Agustín, Santiaguito, Estancia de la Vaquería, Tepemajalco y Zazacuala, ya pertenecían a la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores” que fue formada en el año de 1887, a la muerte de don Rafael por sus hijos don Aurelio, doña Herlinda, don Juan, don Antonio, don Rafael, doña Concepción y don Manuel, así como por su viuda doña María de la Luz Saldaña y Sánchez. En 1899, don Aurelio se separó de la Sociedad y por ese motivo se le adjudicó la Hacienda de San Agustín que como se dijo, era una de las anexas de Atenco.

La Hacienda de la Purísima Concepción de Atenco y sus anexas constituían una vasta y rica propiedad en virtud de la celosa, e incansable administración de sus propietarios, entre los que destacó por su personalidad, don de gentes y laboriosidad don Antonio Barbabosa y Saldaña, y por ello no obstante las vicisitudes y problemas en que cayó México con motivo de la Revolución de 1910, siempre mantuvo un destacado lugar entre las fincas agrícolas de la región, hasta que fue repartida a causa de la Reforma Agraria en la década de los años 30, terminando así con una fuente de producción que por muchos años fue modelo y que sirvió no sólo para que los que trabajaban en ella pudieran mantenerse, sino como un contribuyente eficaz y próspero para la economía de su estado. La extensión de la Hacienda superaba las tres mil hectáreas, y hoy día se ignora lo que abarcaba junto con sus haciendas anexas o si estas se incluían en esa superficie, pero cuando los señores Barbabosa eran sus propietarios y don Antonio iba a supervisar el ganado bravo, salía por las mañanas del casco de Atenco, teniendo que llevar consigo un refrigerio y regresaba por las tardes para tener así tiempo suficiente y hacer su trabajo convenientemente.

Como ganadería brava es considerada la más antigua de México y del mundo, pues se fundó en el siglo XVI y en España han desaparecido ya las que fueron sus contemporáneas y no hay ahí ninguna que conserve el mismo sitio como es el casco de Atenco. Se formó con unas cuantas vacas y toros de procedencia navarra, que al parecer hizo traer el mismo Conquistador Hernán Cortés y que fueron con los que su primo Altamirano inició la ganadería. Hacia fines del siglo XIX los señores Barbabosa cruzaron esta, con sementales de Zalduendo, y más adelante la aumentaron con otra punta de sementales, también españoles de la vacada de don Felipe de Pablo Romero. Aunque estas afirmaciones, por fortuna empiezan a ser superadas por el hecho preciso de que por aquellas primeras épocas de la etapa colonial, los ganados que se enviaban a la Nueva España estaban destinados, en su gran mayoría al abasto. Y por otro lado, al no tener el suficiente sustento documental sobre el traído y llevado pie de simiente que aquí se refiere, tiene mayor credibilidad el hecho de que, durante el último tercio del siglo XVIII, el condado de Santiago-Calimaya adquirió una punta de ganado navarro, con lo que así podría concebirse, en todo caso y con la credibilidad pertinente que fue, hasta entonces, cuando esa presencia e influencia tan específica se asentó en territorio atenqueño.

Atenco, quiere decir junto al río, en lengua náhuatl, pues precisamente el casco de la Hacienda se encuentra en las riberas donde nace el Lerma en el sur del Valle de Toluca.

Don Rafael Barbabosa nació el 19 de junio de 1833, en el Rancho de Arzate, propiedad de sus abuelos maternos, don José Arzate y doña Vicenta Vilchis, en el Valle de Toluca. Fueron sus padres el señor don José Julio Barbabosa y Cruz Manjarrez y la señora doña María Salomé Arzate y Vilchis.

El padre de don Rafael, don José Julio, había construido hacia 1827 una casa en la calle de la Federación Nº 2, hoy Avenida Independencia casi en la esquina de lo que fue la antigua Plaza de Armas, llamada en Toluca Jardín de los Mártires, así como otra en la calle de la Victoria Nº 11, también en Toluca, ambas las sufragó con la herencia que recibió, el citado don José Julio, de su padre el licenciado don José Antonio Barbabosa y Díaz de Tagle en 1824 y en ellas habitó sucesivamente don Rafael con su familia.

Don José Julio casó en Toluca en 1828 con doña María Salomé Arzate y Vilchis y de ella tuvo a don Jesús María Barbabosa y Arzate, quien era tres años mayor que don Rafael y que nació también en el mencionado Rancho de Arzate el 1º de abril de 1830. Doña María Salomé dejó viudo a su marido y huérfanos de madre a sus hijos a los siete días del nacimiento de don Rafael.

Sr. Dn. Jesús María Barbabosa y Arzate. Col. del autor.

   Don Rafael Barbabosa leyó la gramática a los 12 años, desde entonces continuó viviendo con la familia en la Hacienda de Santín y se dedicó a los trabajos de la casa. Se unió en matrimonio, a las 3 de la mañana del 26 de mayo de 1857 con doña María de la Luz Saldaña y Sánchez. Aquella hora tan poco común para casarse fue debido a la persecución religiosa y a la guerra que se desató por la imposición de las Leyes de Reforma.

Sra. Da María de la Luz Saldaña y Sánchez. Col. del autor.

   El multicitado don José Julio Barbabosa y Cruz Manjarrez, padre de don Jesús María y don Rafael, viudo de doña María Salomé Arzate, previa la dispensa respectiva, se casó en segundas nupcias con su cuñada doña María Teresa Arzate Vilchis de 22 años de edad, en Toluca, el 17 de noviembre de 1835. Don José Julio murió el 16 de marzo de 1837, de un pavoroso tifo. De su segunda esposa, doña María Teresa tuvo un hijo, llamado Agustín, quien murió de dos años de mal de garganta.

El matrimonio de doña María Teresa y don José Julio, fue un hecho verdaderamente trascendental en la vida de don Rafael y de su hermano el Lic. don Jesús María, pues esta señora por las virtudes que tuvo, su dedicación al trabajo y su hábito de ahorro, así como por su visión en los negocios en los que la ayudó eficazmente un caballero sumamente benéfico para esta familia, llamado don Ignacio Mañón, llegó con el tiempo a convertirse en una respetable y verdadera matriarca, no sólo de su casa, sino de buena parte de la familia Barbabosa existente en esos días.

Don Rafael y don Jesús María disolvieron la compañía de bienes que tenían el año de 1872 y que en esa época era muy próspera. Esto provocó disgusto en don Rafael que se vio relegado a segundo término principalmente por la circunstancia de que dejaba a su hermano la Hacienda de Santín y la ganadería brava del mismo nombre, en las que él consideraba haber puesto tanto de su trabajo y de sí mismo. El convenio de separación fue inspirado y dirigido por la autoridad que tenía su tía y madrastra doña Teresa Arzate, quien dio preeminencia y preferencia en todo a don Jesús María por ser el mayor de los hermanos cosa muy importante en esos tiempos.

Con toda seguridad, las descripciones que aquí vienen haciéndose, deben referirse a la casa que, a la derecha de esta fotografía panorámica, se tomó en Toluca, allá por 1905. Col. del autor.

   Don Rafael se quedó con la Hacienda y la Ganadería de San Diego de los Padres y la casa antigua y primera de las llamadas casas Barbabosa, la del Callejón del Carmen Nº 3, en la que había vivido desde antes en 1854, don Jesús, construyó en 1872, la Casa del Jardín de los Mártires, que fue la segunda casa Barbabosa y que superó en mucho, en señorío, situación, lujo y prestancia a la primera, ahí colocó los retratos de los fundadores y de la primera generación en México de el linaje de los Barbabosa que fueron el Contador Mayor don Pedro de Barbabosa, su esposa doña Ana de Quijano, el hijo de ambos don Felipe de Barbabosa y Quijano y su esposa doña Magdalena Díaz de Tagle que antes habían estado en la Hacienda de Santín y todo lo mejor de Pinturas religiosas, antigüedades y muebles que había conservado esta familia. Don Jesús también recibió otros bienes raíces en Toluca y en México, entre los que se encontraba espaciosa una casa en la calle de Guatemala Nº 52, casi esquina con el Zócalo, precisamente sobre las ruinas del Templo Mayor, por lo que hacía el año de 1962 tuvo que ser demolida por encargo de uno de los dueños, (el Arq. Jorge Barbabosa Torres), en virtud del mal estado en que se encontraba la residencia por los marcados desniveles que en el piso se habían formado al asentarse esta, al paso de los siglos sobre las primitivas construcciones prehispánicas, siendo posteriormente ahí donde se localizó la piedra indígena conocida como la Coyolxauqui.

Al morir don Rafael en 1887 se formó la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores”, hacía cabeza de ella el mayor de los hijos don Aurelio Barbabosa y Saldaña. En 1899, don Aurelio se separó de la sociedad en virtud de los problemas que tuvo con sus hermanos, principalmente con doña Herlinda, quien no aceptó que don Aurelio casara con la que fue su esposa, la señora Consuelo Arias. Posteriormente la sociedad de los hermanos Barbabosa aumentó a sus siete haciendas originales la de San Francisco de Paula de Chincua una rica hacienda maderera en el estado de Michoacán y otra más de labor en el estado de México que llevó el nombre de Santa Lugarda de Caspi.

De la correspondencia utilizada por la sociedad “Rafael Barbabosa Sucesores”. Col. del autor.

   En 1905 se separó de la Sociedad, doña Concepción Barbabosa y Saldaña el motivo fue que sus hermanos no quisieron aceptar como socio a su futuro cuñado don José Sánchez Valdez. Doña Concepción entabló pleito legal con su familia, tras del cual recibió la parte que le correspondía y casó en Toluca en 1906 con el citado señor Sánchez, que era hijo de un asturiano de apellidos Sánchez Tuero y de una mexicana del linaje de los Varas de Valdez, uno de los más antiguos de Toluca que fue fundado hacia 1647 en Ixtlahuaca por otro asturiano que provenía de Llanes, llamado don Francisco Varas de Valdez.

Paisaje del hoy día considerado santuario de la Sierra Chincua (Angangueo, Michoacán).

   En los años 30, también por problemas familiares se separó don Antonio Barbabosa y Saldaña, pues este al quedar viudo de su primera esposa doña María de Jesús Lechuga comenzó a realizar fuertes gastos con los que los demás socios no estaban de acuerdo. El asunto terminó cuando a don Antonio le entregaron todo lo que él consideraba justo, entre otras cosas parte del ganado bravo de San Diego de los Padres que este señor trasladó a un rancho de su sobrino el ingeniero Agustín Cruz Barbabosa, a la sazón dueño de la vacada de Santín, así como de la Hacienda de ese nombre. Desde entonces el citado don Antonio Barbabosa empezó a dirigir las tientas de vacas bravas y toretes para sementales y por lo tanto a intervenir en la selección de las reses de esa ganadería, la cual terminó absorbiendo los lotes de ganado bravo propiedad del mencionado don Antonio, entrando así la sangre de San Diego de los Padres en la original de la vacada de Santín.

El Ing. Agustín Cruz Barbabosa dando la vuelta al ruedo en compañía de Manuel Gutiérrez “El Espartero” (Ca. 1941-1942). Col. del autor.

   La ganadería de Atenco, le tocó a don Manuel Barbabosa y Saldaña que falleció en 1958, heredándola a sus hijos. De ellos el arquitecto Luis Barbabosa Olascoaga vendió su parte a un toluqueño, de origen español, llamado Juan Pérez de la Fuente quien se asoció con don Gabriel Barbabosa hermano de don Luis, al que andando el tiempo, el señor Pérez le compró su parte, quedándose así con toda la vacada, misma que pasó a los hermanos de Pérez, cuando éste murió en 1988.

El casco de Atenco fue comprado paulatinamente por el mismo Juan Pérez. Doña Emma Barbabosa Ballesteros, le vendió la parte contigua a la iglesia, doña Antonia, le vendió el centro del casco, donde se localiza el comedor, la sala principal, la cocina y otras habitaciones, doña Refugio, el despacho, la sacristía de la iglesia y las caballerizas, el doctor Barbabosa, hermano de las antes citadas, le vendió la parte de la entrada a la derecha con el patio y dos recámaras. Don Manuel Barbabosa López primo hermano de los anteriores, le vendió la huerta de enfrente, la era y la tienda de raya. La mitad de la parte de atrás del casco, con sus construcciones ya en ruinas, las compró un señor Carretero, marido de la hija de doña Antonia Barbabosa Ballesteros, a don Ignacio Barbabosa Olascoaga.

Don Manuel Barbabosa Saldaña en su madurez. Col. del autor.

   Las fracciones de tierras, que habían quedado a las diferentes ramas de los hijos y nietos de don Rafael Barbabosa y Arzate, después de la repartición agraria y que sumaban poco más de cien hectáreas componiéndose de algunas milpas y potreros para el ganado, Pérez también las terminó adquiriendo, logrando así que hoy día, aun se asiente ahí la ganadería, que como antes se dijo es la más antigua de México y del mundo, porque en España no existía ninguna de ese tiempo que conserve el mismo nombre, el mismo fierro y que además permanezca en el mismo lugar de su fundación original.

El grueso de la vacada de San Diego de los Padres le tocó a otro de los hermanos don Juan de Dios Barbabosa y Saldaña, quien delegó la responsabilidad de esa ganadería en uno de sus hijos el doctor don Agustín R. Barbabosa Ballesteros, a quien finalmente se la heredó junto con sus hijas doña Luz, doña Refugio, doña Antonia, doña María Guadalupe y doña Emma Barbabosa Ballesteros. Posteriormente el doctor Barbabosa, quedó como único dueño de la ganadería, pues este compró a sus hermanas las partes que a estas habían correspondido como herencia.

El citado doctor don Agustín Barbabosa Ballesteros, mantuvo por algunos años la ganadería de San Diego de los Padres con la que tuvo señalados éxitos, por los bravos encierros que enviaba a las plazas de México y de su provincia, pero fundamentalmente por la falta de espacio suficiente en las tierras de Atenco que era donde pastaban sus toros, finalmente acabó vendiéndola, en 1962, a don Nicolás González Jáuregui, quien la trasladó de las tierras del valle de Toluca donde habían pastado esos animales por más de cien años, a su hacienda de Ajuchitlancito, Municipio de Pedro Escobedo, en Querétaro. El doctor Barbabosa vendió sus terrenos de Atenco a Juan Pérez, quedándose entonces como propietario de la ganadería de Zamarrero que era una fracción de San Diego de los Padres, que adquirió de sus primos hermanos los Barbabosa López, y a la que le pusieron ese nombre por ser el de un semental español de la ganadería del Marqués del Saltillo que se trajo en los tiempos de la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores” junto con otros toros y vacas de esa ganadería para refrescar la sangre de las reses de San Diego de los Padres. La fracción de Zamarrero había sido trasladada por uno de sus propietarios, don Alfredo Barbabosa López, a un Rancho alquilado por don Luis Argüelles a don Enrique Pliego. El doctor Barbabosa una vez propietario de esta ganadería la asentó en un Rancho al que se denominó Zamarrero, situado en el Valle de Toluca, y la fue aumentando con lotes de terneras de la vacada de la Punta, propiedad del ganadero don José Madrazo. Más adelante, la heredó al menor de sus hijos, el licenciado y contador don Agustín Barbabosa Kubli, quien al poco tiempo le vendió a su hermano el también licenciado y contador don Juan de Dios, de los mismos apellidos, quien finalmente la vendió a otra persona hace poco más de 60 años.

Hacienda de San Diego de los Padres. (Vista general del casco, hacia 1967). En: ARTES DE MÉXICO. El toreo en México. N° 90/91, año XIV, 1967, 2a. época., p. 57.

   El casco de la hacienda y las fracciones de tierra que pudieron conservar los Barbabosa Ballesteros en la Hacienda de San Diego de los Padres, quedaron al final en manos del gobierno, el resto fue invadido desde 1933 por los agraristas.

Las otras haciendas como San Francisco de Paula de Chincua y Santa Lugarda de Caspi, fueron vendidas por los hermanos Barbabosa y posteriormente repartidas y entregadas a los agraristas y al gobierno.

En lo que toca a los bienes raíces como la casa Nº. 3 del Callejón del Carmen, conocida desde mediados del siglo XIX como la primera casa Barbabosa de Toluca, se vendió a fines de los años 40 en virtud de la quiebra de la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores”, la que llegó a ese estado primeramente por los problemas causados por la revolución y por las diferencias familiares entre los herederos y que como consecuencia principal tuvieron el que estos no se solidarizaran en un esfuerzo común para salvar a la Sociedad, sino que mientras unos pocos se preocupaban por ella, los más solo vieron por sus intereses personales inmediatos. Más adelante el gobierno demolió esta casa prácticamente en su totalidad, para hacer una avenida paralela y al norte de la actual de Independencia, esto sucedió en los años 50. Dos balcones de esta casa se conservaron hasta el año de 1967 en que el gobernador en turno del Estado de México decidió hacer una gran plaza de armas del antiguo Jardín de los Mártires, en esas fechas, estos fueron totalmente derruidos. Las demás casas en Toluca o en México se vendieron y las que quedaron se repartieron entre algunos de los descendientes de don Rafael Barbabosa y Arzate.

Así se desmembró lo que quedó de la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores” y con ello quedó señalado el fin de una época, terminando lo que en otros tiempos el sistema hereditario de mayorazgos y las condiciones sociales y políticas de la nación pudieron conservar, al menos en lo que toca a las Haciendas de Atenco y sus anexas, pero no obstante estos mil y un cambios, sobresaltos, reparticiones, ventas de grado y forzadas, pleitos, adjudicaciones y expropiaciones, nuevos propietarios y demás vicisitudes, aún hoy día al recorrer lo que queda de las señoriales habitaciones, patios y corredores de las que un día fueron las casas de los cascos de estas antiguas e históricas haciendas, que debían ser orgullo y patrimonio cultural de todos los mexicanos, vienen a nuestra memoria y evocan su presencia en nuestra imaginación las egregias e ilustres figuras de esos esforzados conquistadores, gobernantes y primeros pobladores que dieron forma y gloria a los inicios de nuestra patria y que de alguna manera aún viven a través de sus descendientes en estas tierras, pues la mayor parte de ellos, aquí formaron sus familias y nunca volvieron a España. Hernán Cortés, los Velasco, los Altamirano, y otros personajes más, parece que todavía en alguna forma deambulan por esos espacios, pero sobre todo y en tiempos más recientes su entorno nos hace recordar a los inmortales ases de la tauromaquia como lo fueron en su tiempo Ponciano Díaz, Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Carlos Arruza y otros más.

Finalmente, y en virtud de la efeméride que también aquí se recuerda, no queda más que agregar la inserción que, en su forma de esquela, apareció publicada en El Arte de la Lidia, año III, tercera época, Nº 22, p. 3, del 27 de marzo de 1887. Así, sumamos nuestra evocación para rememorar al que un día, se convirtió en un gran personaje de la fiesta de los toros en México.


[1] José Francisco Coello Ugalde:Ponciano Díaz Salinas, torero del XIX, a la luz del XXI. Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales. Aportaciones Histórico-Taurinas Mexicanas Nº 13. Serie: Biografías Taurinas, Nº 2. 403 páginas. Ils., fots., grabs., cuadros. (Inédito).

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