Archivo mensual: mayo 2018

EVOCACIÓN POR FÉLIX GUZMÁN, A 75 AÑOS DE SU MUERTE.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Félix Guzmán en su época de novillero. En La Fiesta. Semanario Gráfico Taurino. N° 10, 29 de noviembre de 1944.

En un viejo escrito, que he redescubierto hace poco, encuentro razones para evocar la figura de Félix Guzmán, que hoy hace 75 años murió a consecuencia de la cornada que le asestó Reventón, de Heriberto Rodríguez en la plaza de toros “El Toreo” de la Condesa, precisamente la tarde del 30 de mayo de 1943. El deceso sobrevino tres días después.

Uno de los médicos que lo atendió, el Dr. Javiér Rojo de la Vega, declaraba tiempo después que Félix Guzmán murió de una complicación. “¡Cuando el organismo no solo se niega a reaccionar, sino que además presenta cuatro cilindros de complicaciones o taras fisiológicas… no hay nada que hacer sino esperar el milagro! Este Félix Guzmán dio dos vueltas al ruedo estando herido. Esos movimientos musculares pudieron haber influido en la complicación que sobrevino…”

Por todos estos motivos, comparto a continuación las siguientes notas.

El toreo en sí mismo, como expresión artística, debe ser entendido también como un ejercicio espiritual sometido a lo efímero, sujeto al dogma que Lope de Vega afirmó y Pepe Luis Vázquez reafirmó: “El toreo es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece”.

Estamos pues ante la esencia y el significado de un arte perecedero en su presente; imperecedero desde que lo aborda el pasado. Dos magias rotundas y fascinantes desplazadas solamente por el tiempo, rango espacial que convoca a la emoción y al recuerdo. Dos condiciones, al menos que causan agitaciones colectivas en la plaza y conmoción de neuronas cuando es preciso rememorar la jornada gloriosa a través del tiempo.

El tiempo, de nuevo el tiempo, fue lo que finalmente no les alcanzó a cuatro columnas del toreo que cayeron inesperadamente…, antes de tiempo. Su vida fue demasiado para un tiempo que les cobró la factura por adelantado. Y se fueron, uno a uno apenas dieron seña de su paso contundente, arrojado y arrebatado también, porque fueron capaces de tener en un grito a la afición.

¿Inconformes por la vida?

Yo no lo creo.

¿Predestinados a morir así, antes de esperar la muerte en otras circunstancias?

Probablemente sí.

El hecho es que Félix, apenas tuvo tiempo, el suficiente tiempo para demostrar sus enormes cualidades, alteradas por ese profundo deseo de trascender, lejos de cualquier condición que no fuera la impuesta por él mismo.

Sin embargo, para la historia, los “hubieras” no existen. Están fuera de todo contexto. ¿Qué hubiera pasado si Félix no muere? Caemos en el absurdo. Es mejor hacer un análisis dentro de su heroica tragedia que nos obliga a ser cuidadosos para no empañar su trayectoria, como la de alguna estrella fugaz en el firmamento taurino.

De cualquier forma, y aunque parece demasiado sentencioso, Félix Guzmán estaba condenado a morir. Las tardes en que se le llegó a ver en la plaza capitalina, era un auténtico martirologio, debido a su ciega e incondicional posición, convirtiéndose en auténtica “carne de cañón”, toreando a su leal saber y entender diversos enemigos a los que, de tanta entrega, andaba atropellado y constantemente por los aires, sin plantear reposo y mucho menos aplomo en sus faenas. Desde luego que hay momentos donde afortunadamente tuvo la fortuna de ver pasar a este o aquel novillo por delante, sin los apuros del resto de sus actuaciones. Félix, fue un novillero que asimiló el toreo a fuerza de la violencia, retribuida por aquellos instantes en que su incipiente tauromaquia se colmaba de gloria, una gloria celebrada por multitudes que creyeron y vieron en él a la nueva figura en cierne, cuando el toreo mexicano no atravesaba por ninguna crisis de valores. Antes al contrario. En la medida en que se incrementara el número de grandes diestros, tanto mejor. Aquellos primeros años de la cuarta década del siglo XX representaban una capitalización poderosa, un rico patrimonio como pocas veces se ha visto.

Conocedor de la arquitectura de la tauromaquia, aún no estaba capacitado para las grandes obras, ni las grandes construcciones, a pesar de su desmedido empeño en lograrlas. Algo de Carmelo Pérez se depositó en él, (seguramente ni siquiera lo haya visto, como también nosotros), pero intuía ese valor espartano e ilimitado que caracterizó a Armando Pérez “El Loco”, aquel que llegó a conocerse como el “novillero que asusta” y que luego, en su hermano Silverio fue notable la antítesis, discrepancia que exige una detenida contemplación para entender dos estilos totalmente opuestos, pero que maravillaron a la afición mexicana, gracias a la difícil condición en la que ambos fueron dueños de recias personalidades, ese maravilloso don que no a todos les es dado.

Félix Guzmán proponiéndoselo o no, se fue deslizando terrible y peligrosamente a la muerte, porque no pudo superar la inmadurez, remontada solo gracias a su loco empeño por ser alguien en la fiesta.

Ha dicho Fernando Vinyes en su libro México: Diez veces llanto: “Aunque parezca una paradoja la definición, Félix era un torero de valor, pero de valor endeble. Su base de apoyo para arrimarse era la desesperación de la necesidad, que le hace tomar más riesgos de los estrictamente racionales, y la falta de recursos técnicos, lo que le tenía a merced de los novillos y de sus pitones”[1].

Al morir Félix Guzmán, hubo un acto desagradable cometido por ciertos revisteros que, sin mengua de la sensibilidad, los escrúpulos y el sentido común, acudieron con la desconsolada madre de la víctima no a extenderle sus condolencias. No. A lo que iban era a cobrar el favor que en sus notas hicieron de los avances del recién desaparecido, quien ya no pudo resolver ni arreglarse con ellos. Pero ellos tenían que dejar satisfechos sus intereses. Seguramente no lo lograron, aunque lo único que sí provocaron fue que se pronunciara el dolor maternal. Poco a poco aquella mujer se convirtió en víctima de la tristeza y la nostalgia. Comenzó a tener serios trastornos que causaron la locura. Fuera de sí, salía a las calles invocando como la “llorona”·misma al hijo desaparecido.

De aquella mujer, de delgadas facciones, que conservaba en su madurez los encantos de la juventud, ya no se supo nada después.

Lamentablemente Félix no tuvo tiempo, el suficiente para aprender a torear como era su deseo. Aquellas tardes en “El Toreo” de la Condesa, quienes más sufrían seguramente eran los aficionados, que lo consintieron tanto, al grado de pasearlo en los mismos tendidos del coso capitalino. Guzmán, por más que apelaba a los principios de la tauromaquia en su más pura esencia, era despojado de esos propósitos por sus enemigos, que le castigaron severamente. Y es que era demasiado lo que arriesgaba en cada pase el malogrado novillero. Rebasaba los límites permitidos entre los terrenos propios del torero y los que pertenecen al toro, con lo cual este tenía mayores ventajas de embestir no al engaño, sino al cuerpo.

Son apenas unas cuantas crónicas, unas pocas fotografías, o algún escaso poema por ahí que lo recuerdan. Apenas un puñado de imágenes cinematográficas, que nos dan aproximada idea de esta columna fracturada en su parte más sensible, incapaz de resistir las batallas, a pesar de que en buena parte de ellas tuviera ánimos de mantenerse en pie, demostrando con olores de tragedia su paulatina merma que acabó asaltada por la muerte.

Incluyo, para terminar, con la que quizá sea la única evidencia poética dedicada a su paso. Los versos, fueron escritos por Josefina Ferreyra Mireles:

Recuerdo de Félix Guzmán.

 No tenía porte de majo,

de flamenco ni atrevido;

no era un mozuelo rumboso,

no tenía hechuras ni tipo;

no era morena su carne,

sino blanca, como el lirio.

¡Que no parecía torero,

sino arcángel de Murillo!

Así era Félix Guzmán,

delicado y exquisito,

con la bravura en el alma,

con el arrojo escondido;

el toro hablaba por él,

vocero de su heroísmo

y no los labios del mozo,

discreto, callado y tímido.

 

Mixcoac, ¡permite a mis ojos

llorar por tu torerillo!

Hace ya casi dos años,

en tarde que yo maldigo,

se vistió con arrogancia

un terno de plata y vino,

se colocó la montera,

ciñó el capote con brío

y marchó, rumbo a la plaza…

¡Desde entonces no ha venido!…

¡Mixcoac, no enlutes tus rejas

por uno más de tus hijos!

Mejor vístelas de blanco,

adorna tus edificios,

tus alamedas y parques

báñalos de oro amarillo.

Porque Félix no se ha muerto,

porque Félix no ha caído,

tan sólo a plaza más grande

se marcha, comprometido

a torear toros celestes,

a ser de otra parte el ídolo…

¡Mixcoac, nidal de aguiluchos,

fuente de valor taurino,

ya no enlutes más tus rejas

por uno más de tus hijos!

Sigue forjando en tu Rastro,

con carne de muchachitos,

estatuas de bronce duro

para la fiesta del brillo,

de la pasión, de la raza,

del orgullo y del machismo…

 

No era morena su carne

sino blanca, como el lirio.

¡Que no parecía torero,

sino arcángel de Murillo!

Con la bravura en el alma,

con el arrojo escondido…

¡Así era Félix Guzmán!

¡Así era el “torero niño”!

 (Se publicó en La Fiesta. Semanario Gráfico Taurino. N° 10, 29 de noviembre de 1944).


[1] México: Diez veces llanto. Presentación de Manuel F. Molés. Madrid, Espasa-Calpe, 1991. 305 p. Ils., retrs., fots. (LA TAUROMAQUIA, 36), p. 158.

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RECORDAMOS HOY A ARMANDO DE MARÍA y CAMPOS A 121 AÑOS DE SU NACIMIENTO.

EFEMÉRIDES DECIMONÓNICAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El personaje. Col. del autor.

   En uno de sus muchos escritos, el autor planteaba hacia 1965: Mucho muere de lo que se escribe en los periódicos, pero mucho sobrevive, embalsamado. La historia del teatro no es nada más hablada. (Escenarios del 3 de diciembre de 1965. El Heraldo de México).

   Cuando uno se acerca a la obra de Armando de María y Campos (Ciudad de México, 23 de mayo de 1897-10 de diciembre de 1967), se descubre un legado caudaloso formado por libros, revistas, e infinidad de textos en los que predominan las biografías, las reseñas teatrales, las conferencias, su profunda relación con la radio, así como con las diversas redacciones de periódicos y revistas. Evidentemente uno de los asuntos que divulgó con mayor entusiasmo fue el tema de los toros.

Dígalo si no la siguiente relación en la que destaca el oficio como escritor taurino:

1917: Se desempeña como jefe de redacción de la revista literaria Mefistófeles donde publica sus primeras notas taurinas.

1919: La imprenta nacional le edita su volumen de crónicas Frivolerías. Asume la dirección de la revista Mefistófeles.

1920: publica La ciudad taurina. Se convierte en el nuevo director de El Heraldo Ilustrado así como en secretario de redacción del periódico México Nuevo.

1921: aparecen dos libros titulados Los lidiadores y Gaoneras.

1924: Bajo el seudónimo de El Alcalde de Zalamea publica Don valor Freg. De las faenas de Luis Freg en las plazas de España y México, Gaona el grande y Gaona se va.

1925: Funda la revista El Eco Taurino, mismo que se extendió hasta 1940. Con el seudónimo de El duque de Veragua publica el libro de entrevistas Lo que confiesan los toreros.

1933: Se inicia en la radio comentando los hechos artísticos más relevantes de la Ciudad de México.

1934: En la sede de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística imparte la conferencia Hispanoamericanismos de los periódicos taurinos, publicada el mismo año.

Fue en El Eco Taurino donde publicó aquella participación, misma que comparto por haber permanecido muchos años en su condición de inédita:

1935: Trabaja como redactor de espectáculos en El día.

1936: Dirige la estación XEFO del Partido Nacional Revolucionario.

1937: Colabora en Revista de Revistas, dirigida entonces por Roque Armando Sosa Ferreyro.

1938: aparece el libro Los toros en México en el siglo XIX. Se convierte en miembro fundador de la Asociación de Cronistas de Espectáculos Teatrales y Musicales.

1939: se publican Los payasos, poetas del pueblo (el circo en México), y Las costumbres teatrales de México en el siglo XIX, a través de los reglamentos teatrales.

1940: aparece su libro Breve historia del teatro en Chile y de su vida taurómaca.

1941: Trabaja como cronista en la revista Tiempo (hasta 1967, año de su fallecimiento).

1942: Colabora en La Lidia. Revista gráfica taurina hasta 1945.

1943: salen a la luz las biografías Ponciano, el torero con bigotes y Vida y muerte de Alberto Balderas.

1944: aparece La navegación aérea en México. Es nombrado gerente de la XEB.

1946: colabora en Novedades con una columna teatral e histórica donde abordó también el tema taurino (esto hasta el año 1965). Ese mismo año, los señores Agustín Millares Carlo y Francisco Gamoneda, a la sazón Director y Secretario de la Sociedad Mexicana de Bibliografía, informaron a Armando de María y Campos sobre su elección por unanimidad como socio fundador.

1948: Colabora como comentarista de la fiesta brava en la revista especializada El ruedo de México.

1949: publica Entre cómicos de ayer: apostillas con ilustraciones sobre el teatro en América.

1953: se imprime Imagen del mexicano en los toros.

1958: publica Vida dramática y muerte trágica de Luis Freg. Memoria y confesiones.

1960: publica Memorias de Vicente Segura: niño millonario, matador de toros, general de la Revolución.

 

Mostrando y compartiendo recuerdos.

   Entre 1964 y 1967, aparecieron 250 columnas denominadas “Escenarios” en El Heraldo de México, siendo estas las últimas colaboraciones que legó a la prensa. El mismo día de su fallecimiento, justo el 10 de diciembre, apareció en dicho diario “Teatro del Espíritu”.

Años más tarde, y de manera póstuma, fueron editándose otros títulos con los que se intentaba completar su obra. Quedan todavía algunos trabajos inéditos en poder de sus herederos, mismos que esperamos con entusiasmo.

Entre lo ya publicado, después de su muerte, se encuentran algunas otras obras, entre las cuales se tienen estos títulos que abordan el tema taurino:

Historia de los espectáculos en Puebla.

Las peleas de gallos en México.

Lírica y dramática de la Independencia.

   Armando de María y Campos también fue un coleccionista peculiar, pues llegó a reunir infinidad de documentos, impresos, fotografías y otras evidencias que, con los años pasaron a manos de otros particulares o instituciones como el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli, el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez, y el ahora Centro de Estudios Históricos de México CARSO, mismos que se han convertido en custodios de tales piezas, invaluables muchas de ellas.

Armando de María y Campos en la madurez.

   El pasado mes de diciembre, se cumplieron 50 años de su desaparición física, ocurrida el 10 de diciembre de 1967. Sin embargo es la obra, la inabarcable obra, el motivo suficiente para rememorarlo y dedicarle otro reconocimiento más, como el presente, el cual tiene que ver con la concentración de obra de uno de los autores más prolíficos habidos en nuestro país, por lo menos de dos siglos para acá. Recordemos el caso de Carlos María de Bustamante, Guillermo Prieto, o el de Artemio de Valle-Arizpe. En medio de tan señeras figuras de las letras mexicanas, se encuentra Armando de María y Campos, cuya última contribución –como ya se apuntaba párrafos atrás-, fue la de 250 columnas conocidas como Escenarios (esto en El Heraldo de México 1964-1967), que fueron el cúmulo de reseñas, críticas y perfiles de aquel mundo teatral que tanto amó.

De hecho Escenarios ya era un trabajo conocido en Novedades, donde publicó –por decirlo así-, la primera serie entre 1944 y 1965, sin dejar de mencionar otros trabajos de crítica teatral que siempre estuvieron presentes en diversas publicaciones relacionadas con el medio. En esta segunda, estamos ante un trabajo cotidiano, el de un personaje cuya costumbre fue asistir a funciones teatrales o servirse de su entorno para emitir opiniones a lo largo y ancho de ese generoso aporte a la reflexión que un género dramático como el teatro mismo demanda.

Finalmente, Armando de María y Campos se alejó de los toros con una carga de decepciones a cuestas, sobre todo porque consideraba que “la fiesta ha venido a menos por los ganaderos. No se han fijado que los toros como los toreros y los hombres necesitan sangre; por eso hay que cuidar la liga que descuidan…” De igual forma, afirmaba “Me he retirado de la escritura porque soy enemigo del mecanismo actual fabricando crónicas con machote. En un festejo celebrado durante la feria de San Isidro, se le otorgó a regañadientes a José Huerta una oreja y al día siguiente todos los periódicos dijeron que había cortado dos; a “El Cordobés” al confirmar su alternativa lo tropezó el toro cayendo delante y el mismo le infirió un puntazo a la vez que con el testuz le pegó un golpazo en las partes nobles, provocando el rictus de dolor apreciado en las fotos, pero luego se habló de un cornadón que no pudo suceder porque a los quince días ya estuvo toreando con cojera artificial en una placita de Málaga, en donde yo mismo lo vi.

“El citado “Cordobés” emociona, pero no hace el toreo. Claro está que alguna vez lo hará, pero mientras mejor lo haga menos emocionará”.

En medio de sus pasiones y sus razones, se fue de los toros “El Duque de Veragua”, el “Alcalde de Zalamea”, ese autor con más de cien libros publicados que, en tanto polémico, sigue y seguirá siendo referencia entre quienes nos encontramos con frecuencia sus lecturas y enseñanzas.

Dedico estas notas a la Sra. Perla de María y Campos, hija de nuestro homenajeado.

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INTERESANTÍSIMAS DECLARACIONES DEL DR. JOSÉ ROJO DE LA VEGA EN 1953.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

I

   En el patio de cuadrillas de la plaza de toros “México”, ocurrió un casual encuentro que tuvieron el Dr. Javier Rojo de la Vega y Manuel García Santos allá por octubre de 1953. Quedaron para verse pronto, y eso sucedió en una esplendorosa cena. El recordado periodista, ejerciendo el oficio como uno de los mejores habidos en aquellos tiempos, atinaba a preguntarle:

-¿Algunas curas habrá usted hecho en esos tiempos?

   Y la respuesta del galeno no pudo ser otra que esta:

-No pocas. Recuerdo una tarde en la plaza “El Toreo” que tuvimos que intervenir en ¡once cornadas…!

-¡En una sola corrida…! ¿De quien eran los toros?

-De Sayavedra. Pero las cornadas las produjeron dos toros de Quiriceo que salieron de sobreros. ¡Imagínese usted! ¡Una enfermería con dos camas y once heridos en ella! ¡Aquello parecía un campo de batalla…!

-¿Recuerda el nombre de alguno de los heridos?

-Uno fue este Santiago Vega que toreó en la novillada de La Oreja de Plata el otro día en la México. Otro Luis de la Sota. Otro “Terremoto de Tacuba”…

-¿Ninguno llegó a destacar en el toreo?

-El que más lejos ha llegado ha sido Santiago Vega.

   Y así es, en efecto. Las imágenes que nos confirman aquel “campo de batalla” ocurrido la tarde del jueves 28 de agosto de 1941, quedaron registradas en un reportaje gráfico publicado en La Lidia. Revista gráfica taurina, año I, N° 40 del 27 de agosto de 1942, como se verá a continuación:

   Y García Santos, procurando obtener datos de importancia, continuó su “interviú”.

-¿Con qué experiencias y con cual especialización llegó usted al cargo de cirujano de la Plaza de Toros?

-Con la de ser cirujano del Hospital Juárez, donde se practica la cirugía de urgencia ya que a ese Centro van todos los heridos de la Capital.

-Pero la cirugía taurina, ¿no requiere una especialización…? Yo he leído un libro del famoso Dr. Bravo, médico de la Plaza de toros de Madrid (García Santos, debe referirse al Dr. Juan Bravo y Coronado, quien estuvo al frente de los servicios médicos en la plaza madrileña, entre fines del XIX y comienzos del XX) que fue, en el que se demuestra que las cornadas de los toreros requieren una técnica especial para ser operadas…

-Y así es. La cirugía taurina –si vale denominar así a las intervenciones en las enfermerías de las plazas-, es en principio una aplicación de la cirugía de urgencia. Y un cirujano experto en toda clase de traumatologías puede perfectamente operar una cornada. Pero… es cierto que curar las heridas por asta de toro requiere una especialización…

-¿Puede usted citarme un caso concreto?

-¡Cómo no! Recuerdo una cornada enorme de Luis Freg (refiriéndose, quizá a la que el valiente torero recibió 9 de marzo de 1922 por un toro de San Nicolás Peralta). Asistía como invitado –si vale este término-, el famoso Dr. Mayo, cirujano expertísimo. Y le dijimos si quería intervenir en la operación. Se negó.

-¿En qué consiste la diferencia entre la lesión que ocasiona el asta y la que hace otra causa cualquiera…?

-Los aspectos clínicos son distintos. No tiene usted más que ver la forma del cuerno, y tener en cuenta la fuerza enorme que el animal desarrolla al herir. El cuerno penetra en el cuerpo como un proyectil. Reprime la piel –en ocasiones, ¡sin romperla siquiera!- y el orificio que abre constituye una especie de embudo o cono invertido. Luego, las trayectorias que hace por dentro, que a veces son varias… Hay que comenzar por desbridar aunque a los toreros les alarme en principio eso de que se les agrande la herida que traen. Pero es absolutamente necesario para explorar a conciencia y enjuiciar con acierto.

-¿Ha influido la penicilina en las curas maravillosas que ahora se hacen?

-Indudablemente. Pero antes de que se conociera hemos tenido la suerte de operar casos muy graves y eludir el riesgo de la septicemia.

-¿Cuándo la emplearon por primera vez ustedes?

-En la cornada de “Chucho” Solórzano (“El Toreo”, 26 de febrero de 1933, percance que propinó “Lancero” de “Rancho Seco”). Una cornada gravísima, con la vena femoral rota y el peligro de la gangrena gaseosa casi inmediato…

-¿Qué cura recuerda más laboriosa…?

-Una de ellas la de “El Soldado” (“El Toreo”, 22 de noviembre de 1942. El toro se llamó “Calao” y era de “Piedras Negras”). Hubo de ponerle ¡catorce pinzas! Para contener la hemorragia e ir ligando vasos… La de Carmelo (Pérez, en “El Toreo”, la tarde del 17 de noviembre de 1929, por el tristemente célebre “Michín” de “San Diego de los Padres”) también fue muy grave. Nosotros no le aprobamos su decisión de irse a España. Y le recomendamos que si toreara ni se operase. ¿Pero parece que su destino era el de morirse en Madrid…!

-Entonces usted entró a formar parte del cuerpo médico de la Plaza de Toros…

-Exactamente el día 12 de octubre de 1925. El Día de la Raza.

-¿Y el primer torero que usted curó fue…?

-Mariano Montes. Un torero español, lipotímico, con cara de batracio y corazón de león. ¡Si viera usted la pelea que entabló con nosotros para que lo dejáramos salir a matar el toro…! ¡Hasta que se escapó y salió…!

-¿Es frecuente esa decisión de salir a seguir toreando en los toreros heridos;

-Es frecuente lo contrario.

-¿Puedo hacerle una pregunta desagradable? acotaba García Santos.

-La veo venir, respondió impasible Rojo de la Vega.

-¿Se le han muerto muchos toreros desde que es cirujano de la Plaza?

-Muy pocos. (Alberto) Balderas llegó muerto a la enfermería (hecho ocurrido el 29 de diciembre de 1940). Lo inyectamos directamente al corazón y sólo reaccionó unos segundos para quejarse de las piernas. Félix Guzmán murió de una complicación (ello a resultas de la cornada que recibió el 30 de mayo de 1943 en el ruedo de “El Toreo”). ¡Cuando el organismo no solo se niega a reaccionar, sino que además presenta cuatro cilindros de complicaciones o taras fisiológicas… no hay nada que hacer sino esperar el milagro! Este Félix Guzmán dio dos vueltas al ruedo estando herido. Esos movimientos musculares pudieron haber influido en la complicación que sobrevino…

-¿Y “Joselillo”…?

-Ese murió cuando ya estaba curado (se refiere a la cornada que recibió el 28 de septiembre de 1947 en la plaza de toros “México” por el novillo “Ovaciones” de “Santín”). El día en que se le iba a dar de alta. Murió de una embolia. Ya sabe usted que el eminente cirujano francés Dr. René Leriche, maestro universalmente admirado por todos los médicos, ha definido la embolia como “un rayo en un cielo azul”. Y eso es, en efecto.

-¿Puede usted decirme algo más del caso de Félix Guzmán…?

-Que la cornada era relativamente pequeña. Se le trató bien. Igual que en todos los casos análogos. Esto fue un domingo. El martes ya estaba declarada la gangrena gaseosa y con ella la muerte inevitable.

-¿La cornada reciente de mayor gravedad?

-La de Juan Armilla (el 21 de diciembre de 1952 en la plaza de toros “México”, por cornada que asestó “Cañí” de “Rancho Seco”) que fue horrible. Penetrante de vientre llegando hasta la pleura. ¡Un caso tremendo! ¡Y dio la sensación en el público de que no tenía nada porque no se vio mucho aparato y porque él fue a la Enfermería por su pie.

-En general, las cornadas más graves…

-Las de los espontáneos. ¡Los cogen los toros de una manera y les hacen unos destrozos…! Nosotros hemos curado espontáneos con intestinos y epiplón fuera…! ¡No sé cómo hay quien en la plaza se pone del lado de esos infelices que, lo más que logran es eso: Una cornada terrible y… descomponer la lidia sin hacer ellos nada de provecho! (El Ruedo de México. Año IX, N° 120, 22 de octubre de 1953).

II

   La cena demanda que los invitados se sienten a la mesa.

-Vamos a terminar rápidamente doctor: ¿Qué le interesa de la fiesta como aficionado?

-Todo. Pero el toro más que nada. Sin él no habría corridas. Pero ocurre con él como con el perro del Quijote que se le olvidó a Cervantes…

-No entiendo eso…

-Es muy sencillo. Ya sabe usted que del genio de Cervantes no puede dudarse. Ni de su genio ni de sus condiciones de novelista. Y sin embargo… se le olvidó el perro.

-¿Qué perro…?

-Cuando comienza el libro, lo hace con estas palabras: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua y galgo corredor…” ¿No es así? Pues bien; a lo largo de la obra, salen a relucir la lanza en astillero y la adarga antigua. ¿Dónde vuelve a ocuparse del galgo corredor? Jamás lo volvió a citar. Nunca supimos si acompañó al manchego en alguna hazaña. Ignoramos dónde vivió y dónde murió, porque nada en absoluto nos vuelve a decir Don Miguel acerca de ese perro… Pues eso ocurre a veces con el toro. Que los aficionados van a la plaza sin saber –y sin que les preocupe que es lo peor- de qué ganadería son los toros que se van a lidiar, y luego los cronistas taurinos incurren en el mismo pecado al darle a la pelea del toro una importancia infinitamente menor que la que le conceden a la faena del torero. ¡Y no le digo nada de la injusticia que cometen con él cuando hieren o matan a un lidiador! En esos casos lo califican de asesino, marrajo, pregonao, traidor… Pero yo creo que esto debe ser motivo de otra charla.

-¿Por qué?

-Porque voy yo a incurrir en lo mismo que censuro. En darle al toro poca importancia, al dejar la conversación sobre él para lo último.

-Entonces lo emplazo para una charla acerca del toro de lidia, con destino a los lectores de EL RUEDO DE MÉXICO…

-Y yo la sostendré con mucho gusto… Manuel García Santos.

Disponible en internet en el portal http://www.las-ventas.com/

Toro lidiado en Las Ventas, el 1° de abril de 2018.

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EN 1997 SE EXPIDE UN NUEVO REGLAMENTO TAURINO.

EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS DEL SIGLO XX.  

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821), p. 147. Archivo General de la Nación, Ayuntamientos, Vol. 16; Bandos y Ordenanzas, 7, Nº 88. México, noviembre, 1769.

   Hace cerca de 250 años, entraban en vigor nuevas disposiciones con las que se pretendía regular el espectáculo taurino novohispano. Seguramente, la autoridad reaccionó ante el hecho de cubrir una serie de necesidades que fueran delineando de mejor manera no solo el festejo en su parte técnica, sino administrativa también, pues se habían creado alrededor de la organización, diversos intereses, entre los cuales se encontraba el nada despreciable factor crematístico.

   Había que cobrar las entradas, pagar honorarios, ganados, utensilios, materiales. Realizar gastos de imprenta y otros servicios, cuya información además, quedaba perfectamente desglosada en “cuentas de gastos”. Así que echada a andar la maquinaria del o los festejos, fuese por razones religiosas (en apego a las “fiestas de tabla”), o debido a motivos “solemnes” o “repentinos”; incluso académicos, el hecho es que operaba todo un proceso encaminado a materializar el desarrollo de los festejos mismos.

   Respecto al AVISO AL PÚBLICO fechado el 18 de noviembre de 1769, este contenía la siguiente información:

“Para los días lunes y jueves de las siguientes cuatro semanas están dispuestas las OCHO CORRIDAS DE TOROS que por ahora se ha dignado conceder el Exmo. Sr. Virrey con designio de invertir sus productos en varios fines de beneficio público. Los toros que en ellas se lidiarán son de las famosas toradas de HIERRO y Yeregé, siendo los de la primera de seis a nueve años de edad.

   “Torearán a caballo Cristóbal Díaz, andaluz; el Cuate; el Capuchino; José Porras; Santiago Gándara; y Reyna, a todos los cuales da la plaza caballos; y de a pie serán dos cuadrillas de los más selectos, capitaneada la una por Tomás Venegas y la otra por Pedro Montero, ambos sevillanos.

   “Para gobierno de los que vayan en coche a la plaza, y a fin que lo prevengan a sus cocheros se advierte: que el Puente de Palacio y calle de la Merced son los únicos parajes por donde las respectivas centinelas permitirán entrar a la plaza los coches, como sus salidas por las bocas calles de la Acequia, Porta-Coeli y S. Bernardo, con el objeto de evitar todo embarazo y confusión.

   “Hácese asimismo saber que no se permitirá entrar coche alguno de día ni de noche dentro de la plaza, ni menos gente de a caballo, y que por lo mismo nadie deberá intentarlo.

   “Ninguna persona, de cualquiera calidad o condición que sea, a más de los toreros nombrados, entrará en la plaza a pie ni a caballo mientras se lidien los toros, ni saltará a ella de las barreras o lumbreras con ningún pretexto, pena de un año de destierro a los nobles, de cien azotes a los de color quebrado y de dos semanas de cárcel a los españoles; y ninguno, bajo las mismas penas, será osado a picar a los toros desde dichos parajes con espada, garrocha, picas o jaretas, ni entrar a la plaza a vender dulces, pasteles, bebidas ni alguna otra cosa. Y no obstante que todo lo dicho se hará saber por bando que será publicado en la misma plaza cada día de corrida antes de empezarla, se advierte también en este cartel para que nadie pueda alegar ignorancia”. Facsímil reproducido por Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p. 147.

   De ese modo, las corridas de toros, y ya durante el siglo XIX estuvieron bajo la mirada de la autoridad, la cual notoriamente permisiva (los recursos legales a su disposición eran mínimos), permitió el curso de las mismas.

   Es cierto. Predominó el relajamiento, y sobre todo una independencia que consiguió darle al espectáculo síntomas de libertad, por un lado. De creación y recreación por otro, hasta alcanzar estaturas de lo increíble y fascinante.

   Disposiciones como las de 1815, 1822 o 1851 no fueron más que tibios propósitos que intentaron acercar a la tauromaquia por el sendero del orden.

   Fue hasta el año de 1886 cuando se redactó el primer “Reglamento para las Corridas de Toros” del que se tiene conocimiento, mismo que contemplaba las “Obligaciones de LOS PRESIDENTES y las de todos los que toman parte en el espectáculo”. Esto en Toluca, estado de México. Quien se encargó de redactarlo fue Julio M. Bonilla Rivera, entonces reconocido director del semanario El Arte de la Lidia.

   Para 1895 entra en vigor el que puede considerarse como primer reglamento taurino en la ciudad de México, elaborado ya para la tauromaquia que se practicaba por entonces, misma que había superado las condiciones inestables de aquel espacio secular. Los intentos por aplicar uno desde 1888 no prosperaron, de ahí que la fiesta entrara en una etapa caótica, enfrentando diversas prohibiciones debido entre otras causas, al pésimo juego de ciertos encierros o la mala actuación de otros tantos espadas, lo cual originó comportamientos radicales por parte del público que llegó a destruir o quemar parcialmente más de una plaza de toros.

   Luego, se aplicaron otros tantos, como el de 1923, 1940, 1946 y el de 1953. Vino también el de julio de 1983. Todos ellos iban adaptándose a los tiempos que corrían, pero sobre todo a los requerimientos y necesidades obligadas por el uso indebido o la interpretación que, por conveniencia fueron realizando actores, protagonistas, e incluso autoridades que no tuvieron otro remedio que adaptarse a los intereses de quienes encontraron forma de violentar la ley.

   Como toda disposición legal, los reglamentos también se sujetaron a cambios y modificaciones. Pero también era necesario renovarlos, ponerlos al día. Con ese motivo, recordamos que hoy, hace 21 años, precisamente el 16 de mayo de 1997, el entonces Presidente de México, Ernesto Zedillo Ponce de León expidió el Reglamento Taurino para el Distrito Federal que, por sus características ha sido modelo en otros tantos sitios del país, para resolver, a nivel estatal o municipal todo aquello que aplica directamente sobre los espectáculos públicos. En particular, los festejos taurinos.

   Tal instrumento sigue vigente con las últimas adecuaciones de febrero de 2004. Lamentablemente existe un conjunto de artículos que no se aplican en la realidad, sobre todo porque el Juez de Plaza, máxima autoridad en la plaza, no cuenta con el debido respaldo, tanto a nivel delegación política como de la Jefatura de Gobierno.

   En muchas ocasiones hemos sabido que este controvertido personaje no puede poner en valor, ni tampoco imponer la “autoridad de la autoridad”, por lo que de ser la máxima autoridad, pasa a ser, mera pieza decorativa. Por lo tanto, conviene devolverle al Juez de Plaza y todos sus apoyos (juez de callejón, médicos de plaza y sobre todo a veterinarios) la capacidad de decidir, resolver y pronunciarse siempre en la correcta aplicación del reglamento.

Así, quienes tienen privilegios, y consideran que la autorregulación es lo mejor, lo ignoran hasta el punto de cometer infracciones que por sí solas, habrían sido motivo de fuertes y ejemplares sanciones.

   En nuestros días, el Reglamento Taurino requiere ajustes, pulimentarse, pero sobre todo adaptarse a ciertas circunstancias que vendría muy bien discutir, relacionadas sobre todo con la presencia del ganado. La permanente sospecha de que no son presentados con la edad apropiada, y más aún cuando no hay forma de comprobarlo gracias al examen “post mortem”, sigue causando marcadas dudas.

      También se encuentra pendiente una profunda revisión al capitulado de la lidia.

   La incorrecta forma en que se realiza la suerte de varas, el desorden o “herradero” que suele haber con frecuencia durante el segundo tercio (el de banderillas) y luego el uso de trebejos como la espada o el descabello (pinchazos, desaciertos y tiempo transcurrido), hacen que se reflexione seria y profundamente sobre los mejores procedimientos que deben imponerse en esta sola observación.

   Las anteriores, son apenas una pequeña razón del porqué se necesita una puesta al día, de conformidad a los tiempos que corren buscando eliminar factores que siguen despertando sospecha y suspicacia entre los contrarios, así como el malestar natural entre los propios aficionados que merecemos desde luego, la mejor representación posible de un festejo taurino.

   He ahí un enorme compromiso, con objeto de encontrar la mejor imagen posible del espectáculo taurino en nuestros días.

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EL DÍA DE LAS MADRES DA MOTIVO PARA UN FESTEJO TAURINO EN 1935.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Colección del autor.

   De acuerdo a los datos más conocidos, el “día de las madres” se remonta al año 1870, a iniciativa de la norteamericana Julia Ward Howe. 52 años después en México, el entonces periodista Rafael Aldúcin, director y fundador de Excelsior, lanzó el 13 de abril de 1922 una campaña para que se definiera aquella celebración. El resultado fue unánime, por lo que se decidió que la conmemoración ocurriera cada 10 de mayo. De entonces y, hasta nuestros días el hecho ha cobrado inusitadas dimensiones que tienen su parte lucrativa; abusiva, pero también estimativa.

Así que, para tener presente ese hecho, y como decía mi propia madre: “no me recuerdes solo el 10 de mayo. Hazlo todo el año”, mi felicitación por adelantado.

En esta oportunidad, y gracias al significado de tal celebración, quiero compartir un hecho ocurrido hace 83 años y del que puedo advertir por adelantado, que se trató de un fascinante episodio taurino.

Resulta que la empresa de la plaza de toros “Vista Alegre” organizó para el viernes 10 de mayo de 1935 una magnífica función la que, por el solo contenido que aparece en uno de los dos carteles anunciadores, mueve a conocer en qué consistió aquella jornada.

¡Oiga Usted…!

¿Qué pasa?

Su señora Esposa y sus pequeños hijos, deben asistir a la Plaza

“Vista Alegre”

El Viernes 10 de mayo de 1935 a las 4 p.m.

DÍA DE LAS MADRES

Por primera vez en esta Capital,

Dos Grandiosos Espectáculos de RISA LOCA

“UNA FERIA MEXICANA”

Y

GRAN CORRIDA DE TOROS

ESTILO ANTIGUO.

LAS AUTÉNTICAS SEÑORITAS TORERAS

“EL ELEFANTE LOCO”

CANTA MÚSICA DE AGUSTÍN LARA.

NÚMEROS DE CIRCO y

GRACIOSOS PAYASOS.

LIDIA A MUERTE DE

4 BRAVOS NOVILLOS TOROS 4

100 PERSONAS EN EL RUEDO

ORDEN DEL PROGRAMA:

A la hora antes anunciada, previo permiso de la Autoridad,

se desarrollarán los siguientes números

1° “UNA FERIA MEXICANA”.

La escena se desarrolla en el famoso pueblo de San Juan de los Lagos, estado de Jalisco.

PERSONAJES: “Carmeta”, -El Afeminado- “Juan Panadero”, “Los Gendarmes 41 y 42”, “El Merolico”, “El Ciego que mira”, “El Gran Payaso “Tin-Tán” y su “Elefante Loco”, “Los Reyes del Aire”, “Los Icarios”, “Los Niños Contorcionistas”, “Yoyito”, el payaso de dos años de edad, “El Mariachi de Cocula”, “Los Cilindreros”, “La Banda del otro Día” y 200 personas más.

Al final de la feria: “Juan Panadero” en unión de “Carmeta”, matarán un bravo novillo-toro.

2° Lidia a muerte de

1 Bravo Novillo Toro 1

Por la notable Señorita Torera María Cobián “LA SERRANITA” acompañada de sus dos Banderilleras.

3° GRAN CORRIDA DE TOROS

Estilo Antiguo. Como se toreaba hace 50 años [es decir, hacia la octava década del siglo XIX].

Presentación de los Brutales Matadores de Alternativa “EL CARCACHAS” y “EL PAMBACERO”, ambos de 90 años de edad, discípulos de PONCIANO DÍAZ, acompañados de la siguiente Cuadrilla:

PICADOR: “EL POCOS TUMBOS”, que montará su caballo marihuana “EL DIABLO”.

BANDERILLEROS: “El Muégano”, “El Pocas-Pulgas”, “El Hilachas” y “El Miserias”. ¡Todos viejos, pero Valientes!

Saltos de “Martincho”, a la Garrocha y al Trascuerno. Banderillas: en Silla.

Lidia a Muerte de

2 Bravos Novillos Toros 2

Otros personajes más en esta corrida: “Juanita la Enfermera” y el “Dr. Rumba”, “El Aficionado Ladrillazos” y “Don Tancredo”.

¡Fin de Fiesta! Palo Ensebado Taurino con valiosos Premios.

TORO EMBOLADO

PRECIOS DE ENTRADA:

SOMBRA $1.00        SOL 50 CTS.

NIÑOS EN AMBOS TENDIDOS MEDIA PAGA.

Sin excepción, todos los números de este Programa, serán cumplidos.

A la entrada de la Plaza SE OBSEQUIARÁN DULCES A LOS NIÑOS.

Colección del autor.

   Hasta aquí con el largo discurso que contiene este curioso documento.

Algo semejante, en cuanto a su organización, ocurrió con la primera novillada goyesca, celebrada en México el 31 de julio de 1927 en la plaza de toros de la colonia Condesa, en la que intervinieron Fermín Espinosa “Armillita”, José Carralafuente, Alberto Balderas y José Muñoz que se las entendieron con ejemplares de San Mateo.

También hubo una corrida “Goyesca”, esto el 2 de febrero de 1930, en el mismo recinto. Allí se presentaron Antonio Luis Lopes (rejoneador de origen portugués), junto con Antonio Márquez, José Ortiz y Joaquín Rodríguez “Cagancho” quienes se enfrentaron a 8 toros de La Punta.

Un festejo más bajo estas circunstancias, lo disfrutó la afición capitalina en la misma plaza el domingo 4 de junio de 1933, dándolo a conocer la empresa –entonces bajo el mandato de Antonio Casillas-, con el nombre de la “Gran Corrida Colonial”, misma que consistió en una “Evocación fidelísima de los usos y costumbres taurinas en el final del siglo XVII. Gran desfile en el Ruedo del Virrey, la Virreina y su séquito. El Pregonero, las antiguas suertes del Toreo. El Salto de la Garrocha, El Salto del Trascuerno. El Salto del Martincho”.

Esa tarde, Antonio Dávila “Morucho” y Guillermo López se las entendieron con dos novillos de Atenco. En el festejo formal, actuaron Manuel Molina, Arturo Álvarez “El Vizcaíno” y Ricardo Torres con 6 novillos de Zotoluca.

No dudo que más adelante, hubiese otros festejos con ese propósito evocador, lo que representaba la posibilidad de conocer, como fue el caso, allá por agosto de 1955, el espectáculo que Edmundo Zepeda “El Brujo”, presentó bajo el nombre de “Los cuatro siglos del toreo en Méjico”.

Retornando al que es motivo en esta ocasión, y para terminar, nos permite conocer una sana intención en la que todos aquellos participantes se unieron para recordar el DÍA DE LAS MADRES, quizá uno de los pocos festejos que, con ese propósito se han realizado en nuestro país. También se percibe, gracias al contenido mismo, una deliberada intención de mezclar lo viejo con lo nuevo; los toros con el circo, el toreo formal con el que lo gracioso se hacía presente. Incluso, también se aprecia cierta forma en que se desliza el escarnio. Entre lo más notorio sobresalen algunos mensajes subliminales donde, por motivo de ciertos escándalos entre homosexuales estos fueron perseguidos desmedidamente en aquella época por la autoridad, lo cual se tomó como pretexto no solo por ese hecho. Incluso, rememoraba el caso de aquel baile que ocurrió la noche del 20 de noviembre de 1901, en el cual se reunieron 42 participantes en una casa particular de la calle de la Paz, todos del sexo masculino. Una parte vestía prendas masculinas, en tanto que la otra lo hizo ataviándose con pelucas, aretes, vestidos y provocadoras caderas postizas. Al ser remitidos a prisión, no llegaron los 42, sino 41 (se sospecha que el único no detenido era Ignacio de la Torre y Mier, el “yerno incómodo” del Gral. Porfirio Díaz). Como consecuencia de aquellos hechos, el número “41” tiene desde entonces una fuerte connotación que lo relaciona con los homosexuales, lo cual, por otro lado, parece un asunto que se va superando y entendiendo de mejor manera por parte de la sociedad en nuestros días.

Cosas veredes.

Exterior de la plaza de toros «Vista Alegre». En Revista de Revistas. El semanario nacional, año XXVII, Nº 1439, 19 de diciembre de 1937.

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CUATRO DISTINTOS TIEMPOS EN EL TOREO Y LA POESÍA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 PRIMER TIEMPO.

La evocación lograda por Rafael López de Mendoza, es resultado de la actuación que Juan León “El Mestizo” tuvo en la plaza del Paseo Nuevo de Puebla, el 14 de febrero de 1886. En aquella ocasión, se lidiaron cinco toros de la ganadería de la Hacienda de Santa Isabel (Toluca). En la crónica que “Costillares” publicó en el Diario del Hogar, y que luego replicó El Arte de la Lidia (año II, 2ª época, del domingo 28 de febrero de 1886, N° 9, p. 3), refiere un hecho sorprendente que pasa a ser citado aquí por su rareza.

“El toque del clarín anuncia la salida del primer toro. Como a las diez varas del chiquero, los citados diestros (Juan León “El Mestizo” y su compañero Enrique Pola) están en pie. Enrique Pol sin miedo, y con la sonrisa en los labios, se tira al suelo. El “Mestizo” manifestando un valor a toda prueba, se coloca, y alzando los brazos con la divisa espera a su enemigo. Era el momento terrible, la emoción fue general.

“La puerta del toril se abril, y aparece por fin un toro prieto de regular estampa y bien armado. El animal se fija en los diestros y parte como un rayo, y al embestir, el atrevido diestro, dando un quiebro soberano, le clava la divisa. El diestro, como si tal cosa, queda tranquilo sin dejar su posición. Enrique Pola se levanta y cuartea al cornúpeto con la montera en la mano. No hubo un espectador que no hubiera tocado las palmas: aquello fue la mar de aplausos, y hasta la tambora de la música del 15º batallón se rompió de tanto tocar diana.

“Concluida la deseada suerte, aparecieron en el ruedo los de a caballo. Vicente Oropeza señaló cuatro buenos puyazos, y Gerardo Meza “El Gorrión” tres, ambos sin consecuencias.

“El “Mestizo” capeó admirablemente, siendo acreedor a grandísimos aplausos.

“Cambiada la suerte, Florentino (a) “El Tanganito”, clavó un buen par de banderillas al cuarteo.

“Llega la hora de matar. El “Mestizo” con espada y muleta se acerca al buró, y pasándolo magistralmente de muleta con dos naturales, uno en redondo y dos de pecho; le larga una estocada por todo lo alto, suficiente para acabar con la vida del cornúpeto. Aplausos.

“Una vez concluida su faena, el “Mestizo”, empuñando un estandarte enlutado y con los colores nacionales, se dirigió al departamento de sombra a fin de recoger un donativo o suscripción para los funerales u honras que se deben efectuar a la memoria del decano que fue de los toreros en México, Bernardo Gaviño.

“La idea altamente noble dio resultado, y sobre esto el “Mestizo” es doblemente acreedor a las simpatías del público mexicano, por sus filantrópicos sentimientos; pues pocas veces se ha visto entre artistas un hecho como este”.

Hasta aquí la cita.

Ahora bien, el extraordinario caso de aquella suerte fue motivo de exaltadas opiniones tanto de la prensa como de los aficionados que la presenciaron. La misma tarde, fue aprovechada por el diestro español para lucirse en otra suerte, justo en el tercero, cuando al recibirlo, lo cambió a cuerpo limpio, suerte desconocida en Puebla y que también causó gran alboroto.

Total, que la actuación triunfal del “Mestizo” tuvo otra elogiosa referencia, escrita por el entonces reconocido autor teatral Rafael López de Mendoza, a quien identificamos muy cercano a los toros con diversos escritos. López de Mendoza, escribió dramas, pero sobre todo una obra denominada “Toreros en México” (A propósito en dos cuadros y en verso, original del general Rafael López de Mendoza. Estrenado la noche del domingo 9 de octubre de 1887).

Por su parte, Armando de María y Campos en el célebre semanario El Eco Taurino, publicó hacia finales de los años 20 del siglo pasado, una interesante composición de nuestro autor en turno, y así aparece, editada de acuerdo a la suerte que conmovió a los poblanos que presenciaron la completa actuación de Juan León “El Mestizo”:

SEGUNDO TIEMPO.

   Gracias a la labor de Eduardo Noriega “Trespicos”, es posible conocer a poco más de 130 años de distancia, algunas de las obras pertenecientes al célebre poeta mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910). Entre sus obras más conocidas se encuentran Cantos del Hogar, Canto a la Patria, Fusiles y muñecas o La lira mexicana, entre otros títulos.

   Los poemas que nuestro autor dedicó a la tauromaquia, se publicaron –y aún hoy permanecen inéditos-, en la revista de toros La Muleta, cuyos primeros versos La Bomba (inédita de mi Libro de viajes, que tampoco se publicó).

   En algunas otras publicaciones taurinas, ya en pleno siglo XX, estos versos fueron reeditados, con objeto de corroborar una rareza literaria venida directamente de la lira perteneciente a uno de los más consagrados autores nacionales, lo que significa la reivindicación de que la literatura no estaba peleada con los toros, y menos cuando estaba emanaba de la inspiración de celebridades como Peza mismo.

   Ante ese hecho, creo que la labor a la que puso un empeño muy especial Armando de María y Campos en su también muy conocida publicación El Eco Taurino (1925-1939), esto allá a finales de la segunda década de la centuria pasada, permite alcanzar a entender la dimensión de aquel horizonte cultural donde, creadores de talla muy alta como Juan de Dios Peza no quedaron, ni quedan ahora, sumidos en la marginación del olvido. En todo caso, sucede lo contrario, pues con “Cantares Taurinos”, es posible apreciar su mirada, entender su pensamiento y alcanzar también el deleite en el que “el buen Andrés”, protagonista de los versos, produce en los mismos una delicia que raya en el humor, síntoma del que no pudo escapar el propio Juan de Dios.

TERCER TIEMPO.

De 1925 es la siguiente muestra, creación de Armando de María y Campos acompañada por un apunte, el cual recrea el momento culminante de cierta actuación faena de Francisco Peralta “Facultades” el año anterior. Es un pase de pecho, dando la espalda, y que bien pudo lograr un Carlos Ruano Llópis de reciente presencia por nuestras tierras. Aunque tiene también mucho de la línea que ya definía Roberto Domingo. ¿A qué artista perteneció esa obra?

Un ritmo es el toreo…

 La vida tiene un ritmo

sencillamente impar.

Todo responde a un claro

y unánime, tic, tac.

 

Un ritmo es el toreo

un ritmo es el torear,

un ritmo de matices

y de serenidad,

que los técnicos dicen

llanamente “templar”,

y que yo considero

un difícil ritmar

en que “vida” y “tragedia”

tienen que asonatar.

 

La vida tiene un ritmo

unánime e impar.

¡Un ritmo es el toreo

un ritmo es el torear!…

 

Cuando el pitón del toro

-rabia y brutalidad-

el pecho indiferente

del diestro va a rasgar,

en uno de esos lances

que “Facultades” dá;

cuando sobre el morrillo

se despetala un par

de banderillas, como

los que sólo Gaona

pudo y supo clavar;

cuando como si fuera

manejado a compás,

se embebe en la muleta

el bravo toro audaz,

siguiendo de “Chicuelo”

el pase natural;

cuando el toro sucumbe

de estocada mortal,

y en los tendidos cálidos

hay hondo suspirar

por el diestro arrojado

que ha sabido matar,

metiendo bien la pierna

y exponiendo “al cruzar”,

la vida ha palpitado

con su ritmo imparcial.

 

La vida tiene un ritmo

y un ritmo es el torear.

El ritmo es cosa fácil,

es la facilidad,

cuando en cada minuto

se sabe el ritmo hallar,

como en todos sus lances

lo encontraba Marcial

Lalanda, el gran torero

valor y suavidad.

Un ritmo es el toreo

cuando se sabe aunar

el amor a la vida

con un despreocupado

deseo de acabar.

¡Un ritmo es el toreo,

un ritmo es el torear!

 El Duque de Veragua.[1]

CUARTO TIEMPO.

Armando de María y Campos, entre sus muchas virtudes, que también las tuvo, fue un hacedor de la poesía. De ese modo, y a 20 años de la muerte del diestro sevillano Antonio Montes, ocurrida un 13 de enero de 1907, ello representaba la posibilidad de rememorar una tragedia que conmovió a la sociedad mexicana de entonces.

Los versos que tejió para esa evocación, van así:

TARDE DEL TRECE DE ENERO… (A Ricardo Noriega)

 En el huir de los años

no escapas a mi recuerdo,

tarde infantil y solemne,

tarde del trece de enero

de mil novecientos siete…

 

Yo quería ser torero,

y me enfadaba llevar

boina azul de marinero

-de marinero de tierra-

con dos listones al viento,

las pantorrillas al aire,

y sin manchas el vestido

de niño decente y bueno.

 

¿Recuerdas, madre? Querías

hacer de mí un ingeniero.

 

Capas rojas, gritos roncos,

ruge el toro como un trueno,

y arde el sol en los caireles

con vivo chisporroteo.

Fuentes, Montes y “Bombita”.

¡Parpadean tres luceros

en el cartel de las nubes!

 

Antonio Fuentes, maestro;

a Montes, cara de cura,

le enviaba valor el cielo;

Ricardo Torres “Bombita”,

alegre y zaragatero.

¡Si parece que fue ayer,

tarde del trece de enero!…

 

“Mátale de prisa, Antonio”,

dijo Fuentes, el maestro.

y Montes entró, despacio

y el toro le hundió su cuerno.

 

Mis diez años se pararon

trémulos de asombro y miedo,

cuando el toro cogió en tablas

al pobrecito torero.

 

Congoja, tristeza y luto.

las cuadrillas hablan quedo,

y sollozando la tarde

crespones cuelga en su pecho.

“¡Se muere Montes, se muere!”,

en voz baja dice el viento.

cristiana la noche enciende

cuatro dorados luceros.

 

Mató un toro a Antonio Montes,

¡Madre, ya no quiero ser torero![2]

 

Armando de María y Campos, 1933.

   La edición de este ejercicio literario lució así:

Recordamos a esta gran figura, quien estuvo en nuestro país durante varias temporadas, a principios del siglo pasado. Tuvo que llegar la fecha infausta del 13 de enero para que “Matajacas” de Tepeyahualco, le asestara mortal cornada para que a partir de ese momento, el torero español se convirtiera en leyenda. Parte de ese testimonio es el que ahora reúno en esta semblanza.

En 2002, tanto Marcial Fernández como un servidor preparamos, en 2002 un libro en coautoría que denominamos: Los Nuestros.[3] Dejamos testimonio de un sinfín de matadores de toros que, a nuestro juicio hacíamos “nuestros” por muchos significados. Entre otros, Antonio Montes, ingresó a la nómina en estos términos:

En lo que queda de un cartel roído por el tiempo, muy dañado, es posible apenas distinguir entre casi tres fotografías y su elaborada descripción los datos que nos hacen ubicar su célebre nombre, su retrato y otras circunstancias que giraron alrededor de aquel espantable suceso, del que también hizo su parte Antonio Vanegas Arroyo, junto con José Guadalupe Posada, por lo que sus famosas “hojas de papel volando”, circularon casi de manera inmediata tras ocurrir el deceso. Los “Tristísimos recuerdos…” tienen señal de impresión del año 1908.

Con el desmedido título “El cadáver de ANTONIO MONTES CONVERTIDO EN CARBÓN…” (1907), y “Tristísimos Recuerdos…” (1908), hacemos nuestra esta evocación, venida, como ya se sabe, de aquel empeño de quien ostentó dos conocidos alias: El Alcalde de Zalamea y El Duque de Veragua.

Me refiero a Armando de María y Campos.


[1] El Eco Taurino. Año I, México, D.F., 15 de diciembre de 1925, Nº 12. Armando de María y Campos, director de este semanario, firmaba sus artículos, crónicas y colaboraciones, las más de las veces con el pseudónimo que remata el verso.

[2] El Eco Taurino, N° 301 del 12 de enero de 1933.

[3] Marcial Fernández (seud. Pepemalasombra) y José Francisco Coello Ugalde: Los Nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI. México, Ficticia, 2002. 215 p. Ils., retrs., fots.

 

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TEATRO y TOROS DURANTE EL VIRREINATO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“…que la ciudad se alegre y regocije”.

 

Colección del autor.

   Al culminar el proceso de conquista (quizá la última etapa se presentó con la dominación de los indios chichimecas en 1600), y ponerse en marcha la etapa de colonización, el teatro constituyó uno de los instrumentos más importantes que operaron con vistas a consolidar, entre otras cosas, el intento de evangelización por parte de los integrantes de diversas órdenes religiosas.

   Este concepto no era ajeno entre los naturales. Existieron evidencias muy claras de la representación de un teatro nahualt prehispánico (basado en trági-comedias) que puede constatarse gracias a códices existentes, así como a una sólida investigación, lo que permite entender parte de su vida cotidiana.

   Con los años, se hizo notar la presencia de autores representativos como Gonzalo de Riancho, Arias de Villalobos, durante el XVI. Décadas más adelante, se suman al repertorio sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón, Eusebio Vela y muchos otros que legaron obras, muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días.

   De acuerdo a lo publicado por Armando de María y Campos (Imagen del mexicano en los toros. México, 1953 y Las peleas de gallos en México, 1994), contamos con la evidencia de que en algún momento, sobre todo durante un muy avanzado siglo XVIII, los toros se incorporaron al teatro “de coliseo” –tal y como lo refiere Germán Viveros (Escenario novohispano. México, Academia Mexicana de la Lengua, 2014)-, con lo que el espectáculo traspasaba sus propios espacios para extenderse y combinarse con otros efectos de la escenificación.

   La expresión teatral en aquellos tiempos, guardó una estrecha relación, sobre todo con diversos hospitales que gozaban del financiamiento que, gracias a las funciones llegaba con frecuencia a sus arcas.

   Así como los toros y juegos de cañas, el teatro también quedó sujeto al sumarse en las conmemoraciones establecidas por la autoridad desde 1528. Lo mismo ocurría al solo anuncio de fiestas “repentinas” o “solemnes”.

   Es bueno recordar que, entre las numerosas fiestas novohispanas, estas se debieron a dos razones fundamentales: las fiestas “solemnes”, en las que como apunta G. Viveros [fueron] “de origen por lo general eclesiástico y con fechas fijas; su intención era doctrinaria, dedicada particularmente a españoles y criollos, aunque con participación marginal de indios, mestizos e incluso negros. Éstos intervenían en las procesiones festivas, en las que momentáneamente convivían con criollos y peninsulares, pero sin que hubiera visos de integración social real; en realidad, la población india y mestiza constituía la fuerza de trabajo que hacía posibles las fiestas públicas. La otra modalidad festiva era la de las “repentinas”; durante éstas se celebraban sucesos de la vida laica y tenían carácter aleatorio y lúdico, en oposición a los festejos eclesiásticos” (op. Cit., p. 43).

Armando de María y Campos: Andanzas y picardías de Eusebio Vela (Autor y comediante mexicano del siglo XVIII). Con ilustraciones de la época. México, Compañía de Ediciones Populares, S.A., 1944. 234 p. Ils., facs., p. 39. Probablemente una disposición ochavada como la que se puede apreciar, se utilizó  en el teatro de conformidad a las que se montaban en espacios destinados a la fiestas taurinas

   De vuelta con María y Campos, el autor refiere una de esas primeras escenificaciones en Guadalajara, durante los meses de julio y agosto de 1787, aunque no faltó la voz opositora del Asesor en turno, quien emitió una opinión contundente: “Con la permisión de novillos [concedida “sin duda por el Exmo. e Ilmo. señor Arzobispo que entonces gobernaba], concurre mayor multitud de gentes del pueblo, sin que se les pueda contener… fuera de que no se pueden representar buenas piezas ni hacer bailes. Con motivo de hallarse embarazado el teatro con la especie de tablado que necesita ponerse para figurar la plaza” (Imagen del mexicano en los toros, 12). En seguida indica que, debido a la autorización que concedió el virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa, se corrieron toros en el interior del Coliseo (esto en la ciudad de México) justo el 8 de febrero de 1779. En aquella jornada, se representó la comedia jocosa intitulada El mariscal de Virón. La noche siguiente sucedió algo similar con la comedia Amo y criados en la que se lidiaron otros dos toros y se corrieron liebre acosadas por galgos. El día 10, la cosa tuvo efectos más atractivos, pues se hizo presente una cuadrilla en la que estaba integrada una torera, agregando a lo atractivo del programa dos tapadas de gallos y fuertes apuestas entre los asistentes.

   Los hubo también el 11 y 12. Sin embargo, el día 13 y dadas ya una fuerte carga de razones en que brillaba el desorden, el propio virrey terminó prohibiéndolas. Así que ni teatro, ni toros ni monte parnaso pudieron disfrutar los asistentes que fueron desalojados.

   Si hay que entender el desarrollo de la fiesta taurina dieciochesca, esta evolucionó al cohabitar con el teatro, espacio desde el cual se representaban cuadros que incluían procesiones, “danzas, gigantes y juegos” o representaciones en que el ilusionismo y otros efectos estaban presentes. A ello debe agregarse un relajamiento de las costumbres y, desde luego la confrontación habida con el efecto que la filosofía de la ilustración lanzaba a través de su discurso, lo que llegó al punto de frecuentes cuestionamientos y prohibiciones.

   Para 1638, los espacios teatrales adquirieron poco más de formalidad, pero muy poco sabemos si en esos sitios, la arquitectura efímera daba condiciones para habilitar un escenario adecuado para presentar algún cuadro taurino.

   Fue el Coliseo, y durante el siglo de “las luces”, el sitio donde hubo cabida a peleas de gallos y a corridas de novillos, ambas funciones “restringidas por ciertos intendentes, por considerar espectáculos que nada tenían que ver con el teatro en sí mismo” (Viveros, 62).

   Sin embargo, esas funciones fueron un hecho y quedas registradas en pocos pero suficientes ejemplos para su estudio e investigación.

   El cartel que acompaña estas notas, y que corresponde a una función en 1803, es una de las más cercanas muestras de aquellas puestas en escena, donde la sola evocación del martirio que sufrió en carne propia San Felipe de Jesús, fue pretexto para concretar las razones festivas, mismas que incluían bailes, intervención de compañías y el natural despliegue y montaje en los escenarios cumpliendo así tres tiempos básicos: “De representado, de Canto y de Baile”

   El aviso advierte que “El Coliseo se iluminará y adornará según estilo; siendo la paga doble por orden superior, sin excepción de Palcos y Lunetas de temporada; en cuya virtud y para que no sea perjudicada una causa piadosa de la primera recomendación, se suplica que si los dueños no gustaren ocuparlos, avisen en tiempo a los Cobradores o a la Guarda Casa, para que se puedan arrendar a otras personas.

   México, 11 de febrero de 1803”.

   Finalmente apuntaré que aquel maridaje permitió llevar a las plazas de toros mismas todo un repertorio de cuadros que fueron complemento de la función taurina en el siglo XIX (expresiones parataurinas fundamentalmente basadas en mojigangas, agregando a ello coleaderos, fuegos de artificio, presencia de otros animales, toro embolado, todo lo anterior con sello teatral), alcanzando verdaderas cotas de fascinación como pocas veces se ha contemplado en el curso de la fiesta de toros, la cual se acerca a sus cinco siglos de convivir entre nosotros, como sucederá en 2026.

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