EDITORIAL.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
Imagen tomada de un cartel, fechado el 4 de febrero de 1859. Función en el Gran Teatro Nacional, con la puesta en escena de “El Aprendiz de torero”. Col. del autor.
El pasado domingo 24 de junio, la efeméride del primer registro taurino en México, llegó a los 492 años de haber ocurrido. De ello, como se sabe, dio cuenta el Capitán General Hernán Cortés en su “Quinta carta-relación” dirigida al rey Carlos V desde la ciudad de Tenuxtitan [sic], a 3 de septiembre de 1526 años:
“Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero [refiriéndose al visitador Luis Ponce de León], llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”
Por otro lado, llama la atención que solo estemos a ocho años de alcanzar los 500 y con ello, seguramente se desarrollarán festejos conmemorativos, así como obligadas actividades de cultura que permitan dejar en claro esa permanencia, sobre todo hoy, cuando la tauromaquia enfrenta dos grandes problemas: el ataque de los contrarios y una natural fragilidad que la ubica en riesgo de su natural desaparición.
Estas reflexiones, perfectamente entendidas por los aficionados, nos ponen en preventiva lo cual implica resguardarla, pero sobre todo afirmar con razones de peso el porqué de su presencia.
Recientemente se presentó en Puebla un libro esencial, labor paciente de mi buen amigo Horacio Reiba, el cual lleva como título “Ofensa y defensa de la Tauromaquia”. El prólogo es de Raúl Dorra, eminente investigador en el terreno de la teoría literaria y del lenguaje, la semiótica y el análisis del discurso, lo que no es poca cosa.
Su presentación es lúcida e impecable y de entrada se declara no ser taurino pero sí un ser pensante que, en su apertura universal, reconoce el valor simbólico de esta representación.
Al igual que Leonardo Anselmi, ambos son argentinos y en ellos puede apreciarse un contraste ideológico marcadamente opuesto. Mientras para Anselmi su labor pasionalmente evangelizadora en contra de los toros sigue ganado adeptos, en Torra encontramos un equilibrio que sorprende.
Con absoluta seguridad afirma:
“La estética del toreo (el traje y los movimientos del torero, ese complejo baile que lo liga con el toro, el colorido –de una proliferación casi insoportable-, la impresión de que todo está cubierto de galas sin resquicios, salvo el toro que sale desnudo mostrando su fuerza y belleza primordial) me retrotrae a a la estética del barroco, a sus incesantes figuras literarias; pero su simbólica conduce fuera ya del tiempo histórico, a un estadio elemental en el que el hombre, para serlo, debió sacrificar, domesticar, la fuerza de la naturaleza”.
Nadie que sea antitaurino, ha formulado hasta ahora un razonamiento de tamaña calidad. Y no justifico a Torra, pues él mismo lo hace apuntando que en “Argentina, donde yo nací y crecí, no había toros de lidia”.
En otro sentido plantea que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad [por lo] “que por definición es un exceso, un desborde sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial”.
El uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.
En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.
En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.
Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.
Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.
La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.
Con estas palabras inicié mi ponencia “Ambigüedades y diferencias: confusiones interpretativas de la tauromaquia en nuestros días”, dentro del II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial compartido”. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012.
Y vuelvo con Torra que parece entonarse en estos apuntes al reflexionar:
“Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente- la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros”.
Ahora bien, de acuerdo a lo que un servidor anotaba en Tlaxcala hace seis años:
En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética (Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. Colección Mirador., p. 18.): “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.
Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.
Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.
Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:
Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?
Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.
Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.
Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos. (Sabater, 31).
Por lo demás, conviene rematar dignamente estos comentarios en la próxima colaboración. Gracias.