Archivo mensual: junio 2018

A 492 AÑOS DE LA PRIMERA CELEBRACIÓN TAURINA EN MÉXICO y SU FUTURO.

EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Imagen tomada de un cartel, fechado el 4 de febrero de 1859. Función en el Gran Teatro Nacional, con la puesta en escena de “El Aprendiz de torero”. Col. del autor.

   El pasado domingo 24 de junio, la efeméride del primer registro taurino en México, llegó a los 492 años de haber ocurrido. De ello, como se sabe, dio cuenta el Capitán General Hernán Cortés en su “Quinta carta-relación” dirigida al rey Carlos V desde la ciudad de Tenuxtitan [sic], a 3 de septiembre de 1526 años:

“Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero [refiriéndose al visitador Luis Ponce de León], llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”

Por otro lado, llama la atención que solo estemos a ocho años de alcanzar los 500 y con ello, seguramente se desarrollarán festejos conmemorativos, así como obligadas actividades de cultura que permitan dejar en claro esa permanencia, sobre todo hoy, cuando la tauromaquia enfrenta dos grandes problemas: el ataque de los contrarios y una natural fragilidad que la ubica en riesgo de su natural desaparición.

Estas reflexiones, perfectamente entendidas por los aficionados, nos ponen en preventiva lo cual implica resguardarla, pero sobre todo afirmar con razones de peso el porqué de su presencia.

Recientemente se presentó en Puebla un libro esencial, labor paciente de mi buen amigo Horacio Reiba, el cual lleva como título “Ofensa y defensa de la Tauromaquia”. El prólogo es de Raúl Dorra, eminente investigador en el terreno de la teoría literaria y del lenguaje, la semiótica y el análisis del discurso, lo que no es poca cosa.

Su presentación es lúcida e impecable y de entrada se declara no ser taurino pero sí un ser pensante que, en su apertura universal, reconoce el valor simbólico de esta representación.

Al igual que Leonardo Anselmi, ambos son argentinos y en ellos puede apreciarse un contraste ideológico marcadamente opuesto. Mientras para Anselmi su labor pasionalmente evangelizadora en contra de los toros sigue ganado adeptos, en Torra encontramos un equilibrio que sorprende.

Con absoluta seguridad afirma:

“La estética del toreo (el traje y los movimientos del torero, ese complejo baile que lo liga con el toro, el colorido –de una proliferación casi insoportable-, la impresión de que todo está cubierto de galas sin resquicios, salvo el toro que sale desnudo mostrando su fuerza y belleza primordial) me retrotrae a a la estética del barroco, a sus incesantes figuras literarias; pero su simbólica conduce fuera ya del tiempo histórico, a un estadio elemental en el que el hombre, para serlo, debió sacrificar, domesticar, la fuerza de la naturaleza”.

Nadie que sea antitaurino, ha formulado hasta ahora un razonamiento de tamaña calidad. Y no justifico a Torra, pues él mismo lo hace apuntando que en “Argentina, donde yo nací y crecí, no había toros de lidia”.

En otro sentido plantea que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad [por lo] “que por definición es un exceso, un desborde sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial”.

El uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.

En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.

En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.

Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.

Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.

La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.

Con estas palabras inicié mi ponencia “Ambigüedades y diferencias: confusiones interpretativas de la tauromaquia en nuestros días”, dentro del II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial compartido”. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012.

Y vuelvo con Torra que parece entonarse en estos apuntes al reflexionar:

“Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente- la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros”.

Ahora bien, de acuerdo a lo que un servidor anotaba en Tlaxcala hace seis años:

En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética (Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. Colección Mirador., p. 18.): “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.

Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.

Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.

Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:

Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?

Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.

Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.

Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos. (Sabater, 31).

Por lo demás, conviene rematar dignamente estos comentarios en la próxima colaboración. Gracias.

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LUIS REYNOSO, AS DE LA FOTOGRAFÍA TAURINA.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS MEXICANAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

Composición y retratos, col. del autor.

   Hoy día, una buena cantidad de habitantes en este planeta, dispone de un teléfono celular. Con ese implemento de la modernidad se obtienen, entre otras cosas, cientos; quizá miles de fotos para luego ser diseminadas en redes sociales, por ejemplo. En ese sentido, la fotografía alcanza nuevos niveles, resultando importante sobre todo para cubrir una difusión que auxilia a los propios medios de información, en un gesto de auténtica solidaridad civil.

Hace un siglo, un joven de nombre Luis Reynoso (CDMX 20 de junio de 1895-22 de enero de 1983), ponía en marcha el interesante oficio de fotógrafo, cubriendo entre otros asuntos, el de los festejos taurinos.

Tiempos en los que realizar esa labor era un acto heroico, debido a que los formatos de aquellos equipos era distinto, muy grandes, pesadas y con mínimas posibilidades al no contar con lentillas de acercamiento o zoom. Además, en el maletín con el que se acompañaban, debían llevar una mínima cantidad de vidrios que, ya colocados servían para obtener las imágenes. Sin embargo, también necesitaban un “ojo” muy sensible para registrar el momento preciso y luego de pasar por el “cuarto oscuro” donde ocurría el proceso de revelado, las turnaban a la redacción para ser impresas.

A todo lo anterior, debe agregarse el hecho de que particularmente, los fotógrafos que acudían al “Toreo” de la colonia Condesa, se apostaban en pequeñas e incómodas canastas, ubicadas poco más abajo de la barrera de primera fila, traspasando aquel pequeño límite marcado por la pieza metálica en donde se colocaba la publicidad.

Conclusión: el de fotógrafo fue, en aquellas épocas un oficio grato pero incómodo, sólo compensado por la valiosa aportación de auténticas piezas en las que se apreciaban momentos muy precisos, diríase que perfectos de una suerte; o el drama y la tragedia en el momento de surgir el percance. Ora una cornada, ora un tumbo de órdago… o lo excelso de una “larga cordobesa”, como las que solía interpretar Rodolfo Gaona con frecuencia.

Y el trabajo de Luis Reynoso se recuerda de modo particular, debido al generoso legado que dejó en su trayectoria, pues cada fotografía suya, es resultado de un registro donde se concentran diversos elementos que justifican sensibilidad en el quehacer, búsqueda y afirmación estéticas y hasta el mero sentido común con el que obtuvo un lugar entre los mejores.

Dos creadores. Gaona el torero, Reynoso el fotógrafo.

   Ya lo decía la prensa en su momento:

Reynoso no es un fotógrafo profesional. Es un artista que concurre a la plaza para impresionar los grandes momentos de los buenos toreros. Aficionado entusiasta a la fiesta sin par, están en acecho, cámara en mano, para tomar las instantáneas que reflejen los primores de un arte cada día más apreciado por los que tenemos la dicha de ser taurófilos.

“Así han surgido las maravillosas fotografías de Reynoso.

“El par de “Pavo”.

“La “gaonera” de “Azote”.

“El pase de “Dentista”…

Reynoso es, indiscutiblemente, el “As” de los fotógrafos taurinos mexicanos. Hace el solo, lo que todo el resto de sus camaradas.

“Así se explica que sus “fotos” hayan sido reproducidas en todos los periódicos taurinos de México y de España, cosa a la que no nos hemos opuesto, no obstante nuestros derechos de propiedad, porque los triunfos de Reynoso, son triunfos de “EL ECO TAURINO” [publicación de la que traigo hasta aquí las presentes notas, publicadas en octubre de 1928], son triunfos nuestros…

“Este año Reynoso pondrá de nuevo la “muestra”. Los museos taurinos se enriquecerán con nuevos lances de maravilla hechos solo por afición, ya que Reynoso jamán anda ofreciendo sus fotografías ni a toreros ni a apoderados.

“No lo necesita por dos motivos: primero, porque no vive de eso, y, segundo, porque aún contra su voluntad, se ve asediado por los diestros que tienen la suerte de inspirarle sus creaciones.

“Es natural que, a quien tanto vale, se le busque…”

Luis Reynoso fue un integrante más de la célebre “Unión de Fotógrafos Taurinos de México”, creada desde 1928 por Samuel Tinoco, Eduardo Melhado y Enrique Díaz. En 1940 aquella sociedad celebró una exposición, en la que convocados los diferentes artistas de la lente, fue posible concentrar un trabajo colectivo con lo mejor de lo mejor. En ese sentido, Rafael Solana hijo o José Cándido, en la firma de sus crónicas apuntaba:

“No ha sido suficientemente estimada la labor del fotógrafo dentro de la fiesta taurina. El fotógrafo completa, contiene y afianza al poeta y al pintor, que respaldados por el artista de la cámara, puede pulir y abrillantar las escenas que se suceden en el ruedo, sin el peligro de que, devorado por la fugacidad de un instante, todo vuele hacia la fantasía y se convierta en mera creación imaginativa. El fotógrafo, en los grandes fastos de la tauromaquia, en las hazañas heroicas, en las tardes en que desborda la maravilla de arte que es el toreo, es el notario que da fe, con su respetabilidad, con su crédito público de hombre que sólo trata con realidades, de que aquello que incendió nuestros ojos en una llamarada increíble no fue solamente un ensueño, sino fue una verdad. Si el fotógrafo no rescatara pruebas palpables, evidentes, incontenibles, todos los extraordinarios momentos del arte se mezclarían en nuestra memoria hasta convertirse en una sola masa de irrealidad, de fantasía, de sueño”.

Hasta aquí con esa elogiosa nota que sigue con otros apuntes más, todos ellos convertidos en la justa calificación de tan notable tarea, que por fortuna, ha quedado registrada en infinidad de publicaciones donde la célebre firma “Reynoso” viene a confirmar todos estos dichos, que nos refieren a un auténtico artista de la lente.

El mérito de aquellos diletantes de la imagen, de auténticos profesionales en la fotografía, permite recuperar un pasado que nos parece todavía más representativo en la medida en que esos registros adquieren una dimensión especial, y que recreamos porque muchas de ellas alcanzaron el centro mismo de una suerte, de la “fugacidad de un instante” –Rafael Solana dixit-.

Loor a Luis Reynoso.

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SOBRE TORNEOS, MASCARADAS Y FIESTAS REALES EN LA NUEVA ESPAÑA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

Los señores de a caballo se van trotando, trotando hasta desaparecer. En medio de una nube de polvo el toreo se hace pueblo. Jinete a caballo, Genealogía de don Thadeo Porta y Tagle de Oaxaca, hecha en Madrid (agosto de 1739). Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Gracias a los buenos oficios del buen amigo Enrique Fuentes, responsable de la emblemática librería “Madero” (Isabel la Católica 97, Centro Histórico), fue posible conseguir un ejemplar del rarísimo impreso “Torneos, Mascaradas y Fiestas Reales en la Nueva España”, obra que en 1918, publicó D. Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco en la no menos célebre editorial Cultura.

Pasaron muchos años para obtener tan curiosa publicación, en la cual se encuentran reunidas una serie de referencias que permiten entender el significado de torneos, mascaradas y fiestas reales, mismos que se celebraron en abundancia durante el periodo virreinal que casi abarcó tres siglos.

Para entender el propósito del autor, basta con leer su interesante prólogo, en el cual se encuentran buena parte de las explicaciones que dan luz al respecto de aquellas puestas en escena. Veamos.

Nada más comenzar, apunta que “El origen de los torneos y justas se remonta a la costumbre, que antiguamente observaban casi todos los pueblos, de verificar simulacros de lances de guerra, para ejercitarse y adquirir seguridad y destreza en el manejo de las armas. En la Edad Media [del siglo V al XV aproximadamente], constituían los torneos suntuosas fiestas públicas, y en la Moderna [del siglo XV y hasta el XVIII en que dejaron de practicarse], siguieron celebrándose con más o menos lujo, para festejar los grandes acontecimientos”.

Esto significa que su mayor trascendencia ocurrió desde aquellos remotos tiempos inmediatos a la caída del imperio romano, así como del comienzo de la guerra de “los ocho siglos” entre moros y cristianos (726-1492).

En su inmediatez con las razones bélicas, hubo ocasión de tornarlas estéticas en “El torneo –sigue apuntando el Marqués de San Francisco– propiamente dicho, [donde] los caballeros peleaban en grupos; en la justa, el combate era singular, de hombre a hombre; y en el paso de armas, numerosos campeones a pie y a caballo simulaban el ataque y la defensa de una posición militar. Generalmente los torneos se resolvían en justas, con que terminaban.

“Estos ejercicios caballerescos fueron introducidos en México por los españoles desde los primeros tiempos del coloniaje, pero no queda noticia de alguno en particular, si se exceptúa el verificado en la Capital de la Nueva España, con motivo del bautizo de los mellizos de Don Martín Cortés” (hecho que ocurrió en 1566).

Ante el hecho inminente de que durante esos tres siglos se celebraron cientos, quizá miles de festejos bajo el principio de torneos, alanceamiento de toros y juegos de cañas, alcancías, estafermos y un despliegue en el uso de las sillas a la jineta y a la brida, queda como registro de todo aquello un conjunto de descripciones mejor conocidas como “relaciones de sucesos” que habiéndolas ubicado en un trabajo que tengo en proceso, alcanzan más de 350 documentos.

En todo ese testimonio se percibe la constante referencia de los juegos de cañas los que, a decir de Manuel Romero de Terreros [estos fueron] “Copiados de las antiguas zambras de los moros, [de ahí que] estos ejercicios servían de pretexto para presentar vistosas cuadrillas con lujosas libreas y ricos atavíos. Cierto número de caballeros, bien montados a la jineta, y lujosamente vestidos, empuñando cada uno una lanza en la diestra y llevando una adarga en el brazo izquierdo, se dividían en escuadrones de diversas libreas, llamados Cuadrillas, cada uno con su Cuadrillero, o Capitán, que servía de jefe a cuatro, seis, ocho o más combatientes. Hacían su entrada a la plaza por cuatro distintas puertas, al son de oboes, sacabuches y otros instrumentos, y en los juegos más solemnes, cada cuadrilla iba precedida por numerosos pajes conduciendo mulas cargadas de cañas, que cubría un paño de brocatel. Después de saludar cortésmente a la concurrencia, y de cruzar la plaza de un lado a otro, se reunían las cuadrillas en el centro y, entregadas las lanzas a los escuderos respectivos, tomaban cañas, y empezaban el juego, que consistía en diversas escaramuzas, combatiendo con dichas cañas y defendiéndose las adargas. Esto se prestaba para grandes demostraciones de destreza y agilidad, pues no sólo se combatía de frente, sino que, en algunas figuras, era preciso echarse la adarga a la espalda para resguardarse de los golpes del contrario. Las cañas, sumamente frágiles, se rompían en grandes números, al chocar con las adargas, que eran escudos ovalados de cuero muy duro con dos asas por la parte interior para embrazarlos”.

Durante el siglo XVI, criollos, plebeyos y gente del campo enfrentaban o encaraban ciertas leyes que les impedían montar a caballo. Fue así como el Rey Felipe II instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes… así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos…”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques.

Aunque impedidos, se dieron a ejecutar las suertes del toreo ecuestre de modo rebelde, sobre todo en las haciendas. En pleno siglo XVIII, los que llegaron a ejecutar el repertorio de suertes tuvieron que hacerlo ocultándose detrás de una máscara. Por eso, a muchos de los festejos que todavía se daban durante la época del virrey Bernardo de Gálvez (1785-1786), uno de ellos descrito por Manuel Quiroz y Campo Sagrado, autor de la obra: Pasajes de la Diversión de la Corrida de Toros por menor dedicada al Exmo. Sor. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, 1786, a la sazón, un muy buen aficionado, comenta que se les llegó a conocer como “tapados y preparados”, de acuerdo a lo que nos cuentan Salvador García Bolio y Julio Téllez García en Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. México, s.p.i., 1988. 50 h. Edición facsimilar.

Con lo anterior tenemos ya una explicación de aquellos festejos, “auténticas comparsas concebidas por caballeros nobles, de estudiantes de la Universidad o de diversos gremios de artesanos, vistiendo trajes que querían representar, ya personajes históricos o mitológicos, ya las Virtudes Teologales, los Dones del Espíritu Santo, o aún los vicios del hombre; y festejábanse con ellas las juras y cumpleaños de los monarcas, los santos de los virreyes, las dedicaciones de las iglesias, la entrada pública de los virreyes y de los arzobispos, y la mayor parte de las fiestas profanas y religiosas” como refiere el también autor de otras obras con las que recobró lo mismo el brillo novohispano que las intensidades del siglo XIX en la figura de personajes como Benito Juárez o Antonio López de Santa Anna.

Sobre la silla jineta, esta tenía los arzones altos, los estribos cortos y los frenos recogidos. Montaba a la jineta la caballería ligera y el caballero iba encogido, no pasando las piernas de la barriga del caballo, a la usanza morisca, tal y como puede apreciarse en la imagen que acompaña estas notas, que procede de la genealogía de don Thadeo Porta y Tagle de Oaxaca (ca. 1739), y donde el mencionado personaje montado gallardamente, aparece en la representación de un caballo que levanta las dos manos en el aire, lo que significa que Porta y Tagle murió en combate. Lleva además armadura, una peluca que impuso la moda de los primeros virreyes que estuvieron al servicio de la casa de los borbones, pero sobre todo monta a la “jineta”, aunque no dispuesto para un torneo o juego de cañas sino para modelar en el interesante registro que refleja ostentación, condición social, las armas que de alguna manera reafirman el linaje y hasta la señal de que, entre sus súbditos se encontraban esclavos negros, privilegiados con algún quehacer cercano al que supone el cuidado de los caballos, como puede apreciarse en el personaje de color que aparece a la derecha portando ropas bastante dignas.

Este apunte, rico en intenso colorido, e impreso en papel pergamino, al margen de su propósito genealógico, es una fiel muestra en que ostentaban lucidas galas en vistosos trajes.

Terminaré apuntando que la silla “a la brida” fue en principio un espacio bastante ceñido a las caderas del jinete con lo que se garantizaba la sujeción del mismo, apoyado en aciones o correas que penden de los estribos en la silla de montar y adaptadas de acuerdo a lo largo de las piernas. Muy importante era el freno integrado por otras tantas piezas como el filete o bridón y cabezón, gamarra y muserola.

Por su parte, Juan Suárez de Peralta logró que el impresor Fernando Díaz publicara en 1580 y en Sevilla su Tratado de la Cavallería, de la Jineta y Brida…, que no es sino la suma de experiencias novohispanas que recogió en ese curioso estudio, mismo que debe haber elaborado en forma por demás reposada, en contraposición al de aquella salida estrepitosa en 1566 y con rumbo a España, luego del intento de insurrección de los célebres hermanos Ávila, con quienes intentó apoyar el alzamiento de Martín Cortés; siendo este quizá uno de los primeros anhelos de emancipación. Como sabemos, ese propósito se concretó al comenzar el siglo XIX.

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A 166 AÑOS DE UN “ESPECTÁCULO EXTRAORDINARIO” ENCABEZADO POR BERNARDO GAVIÑO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

  

   El acontecimiento que hoy rememoro, tiene que ver con aquella deslumbrante puesta en escena que significó la tauromaquia mexicana durante buena parte del siglo XIX. Y como puede observarse a través del cartel adjunto, esto sucedió ni más ni menos que hace ¡166 años!

Si bien, el cartel lo encabeza el diestro español Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886), este logró introyectarse en el gusto de los aficionados de aquel entonces, logrando hacer “del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX”, según lo pude afirmar en la biografía que, en 2012 me publicó la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Apenas el pasado 1° de junio, un grupo de portorrealeños encabezados por Juan Manuel García Candón, llevó a cabo un “Brindis por Bernardo Gaviño”, y para eso se reunieron en el recinto ferial de Puerto Real, en la calle de su nombre. Esto sorprende, pues a medida que ha transcurrido el tiempo, el paso de este personaje se fortalece gracias a que se reconoce en él una participación directa en el devenir del toreo.

Lo que logró Gaviño fue simple y sencillamente dar continuidad al hilo conductor de un ejercicio cuya combinación –técnica y estética-, estaba en pleno desarrollo de madurez en territorio hispano que dejó para siempre desde 1829; madurez que quedó garantizada en territorio americano; fundamentalmente en Cuba y México.

Al estudiarle por más de 30 años, me doy cuenta que Bernardo Gaviño no fue una figura más en el panorama del espectáculo de los toros. Supo aprovechar el protagonismo que lo puso en niveles de envidiable popularidad lo que permitió, entre otras cosas, una amistad y trato, lo mismo con personajes del poder o la élite que integrantes del pueblo llano.

Esta actuación, una más de las 725 registradas entre 1829 (o 1835) y 1886 en nuestro país, incluyendo Uruguay, Cuba, Perú y Venezuela, posee elementos de fascinación sólo explicables a la luz de todos aquellos componentes que permitieron –en este caso-, la construcción de un “espectáculo extraordinario”, el cual incluyó la presencia de “galgos y liebres”, así como el “toro embolado”, sin faltar la curiosa advertencia aparecida al final del cartel y que apuntaba con cierto humor involuntario: “La función, que solo se verificará si el tiempo lo permite, comenzará a las cuatro y media, y para evitar que se repita lo que sucedió la tarde anterior, se suplica a los concurrentes que no lleven perros, porque no se les permitirá la entrada en la plaza”.

Ello hace suponer que en el festejo del 30 de mayo, pudieron suceder cosas en las que ciertos concurrentes, enterados, de una “corrida de Galgos y Liebres”, se les hiciera fácil llevar a sus mascotas con el simple objeto de soltarlas a la hora en que los anunciados solemnemente en el cartel, galoparan por el ruedo. Aquello debe haber sido el caos…

Gaviño y su cuadrilla se enfrentaron una vez más, a los célebres toros de Atenco (condición que se dio hasta en poco más de 390 ocasiones), lo que supone una particular cercanía con el propietario de la emblemática hacienda, en ese entonces José María Cervantes y Velasco. Años más tarde, esa continuidad la habría de mantener Ignacio Cervantes Ayestarán.

Gracias a esa condición, Atenco logró posicionarse en lugar de privilegio, por lo que alcanzó un sitio envidiable, sobre todo porque durante casi todo el siglo XIX, sus toros se hicieron presentes en diversos festejos tanto en la capital como en plazas cercanas a la misma. Un recuento hecho sobre el comportamiento del ganado atenqueño entre 1815 y 1915, arroja la cantidad de 1178 encierros, lo cual deja claro el nivel de importancia, pero sobre todo de capacidad en cuanto al hecho de que, al margen de los tiempos que corrieron, y de las diversas circunstancias que se desarrollaron a lo largo de esa centuria, sea porque se hayan presentado tiempos favorables o desfavorables; ese espacio casi al centro del valle de Toluca, fue capaz de enfrentar condiciones previstas o imprevistas también. Me refiero por ejemplo al paso de los insurgentes en octubre de 1810, a las condiciones de clima; a la revolución, al reparto de aquellas casi 3 mil hectáreas realizado por los integrantes de la “Sociedad Rafael Barbabosa, Sucesores”, entre otros.

Quizá la más cercana descripción sobre cuál era el proceder de Gaviño en el ruedo, la encontramos en la reseña de Joaquín Jiménez Tío Nonilla, escrita un par de años antes, justo el 6 de junio de 1850, tras una actuación del propio gaditano en la plaza de Tacubaya. De esa ocasión, selecciono algunos de los apuntes más destacados.

“La cuadrilla se presentó en la plaza, donde fue recibida con los mayores aplausos: la mascada del presidente se agitó de nuevo y se presentó en la lid el

Primero colorado, buen mozo y cuyo nombre de pila, si hemos de dar crédito al anuncio repartido anteriormente, era Orgulloso; la salida fue buena en toda la extensión de la palabra, tomó nueve varas, cinco de Juan (¿Corona?) y cuatro de Escamilla y despachó a mejor vida dos apergaminados rocines, que según el dicho de los inteligentes, exhalaron sus últimos suspiros, dando las gracias a la fiera que tan caritativamente los había quitado de este mundo de escaseces y trabajos para ellos. Revolcó varias veces a ambos jinetes y recibió tres pares de banderillas de papel y un par de fuego, que hacen un total de cuatro pares, y de los cuales uno de ellos se le colgó en la barriga, otro en las quijadas y dos pares solamente fueron los regularmente puestos. Bernardo (Gaviño) lo capeó con bastante limpieza y desenfado y después de ver ondear la sangrienta mascada del presidente cogió la espada y la muleta, y acabaron las penas del animalejo de una sola buena recibiendo. El cachetero, menos diestro que Bernardo, acabó de completar la obra con tres golpes a cual de ellos menos bueno. La víctima fue arrastrada hasta los pies del inhumano carnicero…

…“Quinto embolado y más arrogante y fuerte que todos los otros y con el cual había [habrían] de entendérselas los comanches [réplica de indios guerreros surgidos durante varios conflictos en el norte del país entre 1821 y 1848], todos ellos rellenos de paja, y cabalgando los picadores sobre macilentos, mohinos [caballo o mulo de pinta oscura], cuya excesiva formalidad se presta bien poco a semejantes lances, el bicho hizo rodar siempre que les acometió, y aun volar algunas veces contra su costumbre a los cabisbajos asnos y a los banderilleros igualmente; derramó a torrentes la paja que formaba a semejanza de algunas bellas, las robustas posaderas de los comanches, cebóse en vano con los que tan vilmente se ponían a salvo de sus certeros tiros, y después de tanta ignominia murió como los traidores, por la espalda, de un solo flechazo disparado certeramente por uno de los comanches. Este infeliz animal, el más bueno quizá de todos, fue a imitación de los hombres, el más malamente maltratado, y exhaló su último suspiro maldiciendo la injusticia de la justicia humana”.

Como se podrá notar, buena parte de aquellas expresiones entendidas como parataurinas, provenía de una natural y espontánea forma de entender el significado de una fiesta, efecto que cada uno de los integrantes, entre cuadrillas y los otros elementos anunciados supieron imprimir para materializarla en el sentido más espontáneo que ellos pudieran lograr.

A lo que se ve, privó durante muchos años libertad, independencia de acción, creación y recreación en el toreo decimonónico mexicano, cuyo principal legado se concentró –con los años-, en la figura de Ponciano Díaz y sus adherentes. El diestro atenqueño ostentó en un toreo híbrido, lo mismo a pie que a caballo, la cúspide de aquellas representaciones que Bernardo Gaviño detentó en medio siglo de presencia, influencia pero también decadencia, como todo fenómeno en el que quedó de manifiesto la figura a quien un día, y en plena madurez llamaron cariñosamente “Papá Gaviño”.

Referencias:

José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

–: Anexo N° 8: “Participación del ganado bravo de Atenco durante el siglo XIX mexicano y los primeros años del XX (1815-1915)”. 797 p. Ils., fots., facs., maps. Incluido como tal en mi proyecto de tesis doctoral: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. Colegio de Historia, 2006. 251 p. + 135 +797 p.

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