Archivo mensual: julio 2018

MARÍA AGUIRRE “LA CHARRITA” MEXICANA, FUE EN EL SIGLO XIX UN “GARBANZO DE A LIBRA”.

FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Durante el siglo XIX varias mujeres toreros se hicieron presentes en los ruedos mexicanos. Entre otras, se encuentran: Victoriana Sánchez, Dolores Baños, Soledad Gómez, Pilar Cruz, Refugio Macías, Ángeles Amaya, Mariana Gil, María Guadalupe Padilla, Carolina Perea, Antonia Trejo, Victoriana Gil, Ignacia Ruíz «La Barragana», Antonia Gutiérrez, María Aguirre «La Charrita Mexicana» y también la española Ignacia Fernández “La Guerrita”.

   La Charrita Mexicana nace en Zamora, Michoacán el 3 de marzo de 1865. Muere el 30 de diciembre de 1963 en la ciudad de México. Su solo paso por la vida, bien merece la siguiente semblanza.

María Aguirre decidió seguir una línea poco común en cuanto a la presencia que la mujer tuvo en México a finales del siglo XIX, asumiendo y haciendo suyo por tanto un papel protagónico donde la podemos ver participando activamente en quehaceres al parecer solo privativos del sexo masculino en eso de montar a caballo y realizar suertes arriesgadas.

Había estupendas actrices, cantantes, autoras, pero una que se distinguiera manejando las riendas, sentada al estilo de las amazonas, y colocando un par de banderillas a dos manos, como lo muestra el impecable grabado de José Guadalupe Posada, francamente era un “garbanzo de a libra”. De ahí que la “Charrita mexicana” escalara rápidamente hacia una cima, en la que, si no se mantuvo por mucho tiempo, lo hizo en cambio con bastante consistencia.

José Guadalupe Posada. Un par de banderillas a caballo colocado por “La Charrita mexicana”. Grabado en relieve de plomo. Fuente: Carlos Haces y Marco Antonio Pulido. LOS TOROS de JOSÉ GUADALUPE POSADA. México, SEP-CULTURA, Ediciones del Ermitaño, 1985.

Esposa en primeras nupcias con Timoteo Rodríguez. (María actuaba como amazona en el circo Toribio Rea, donde conoció a Timoteo Rodríguez, casándose con él hacia 1885. Montaba de amazona y ponía los dos palos a la vez, con una mano, a la media vuelta). El “acreditado artista” Timoteo Rodríguez era un consumado gimnasta, que para eso de los “trapecios leotard, el bolteo en zancos o los grupos piramidales” en que participaba no tenía igual, pues era de los que arrancaban las palmas en circos como el de la INDEPENDENCIA, ubicado en la calle de la Cruz Verde Nº 2. Precisamente, el admirable vuelo conocido con el célebre nombre LEOTARD, fue la última invención del acróbata, suerte ejecutada por un solo individuo en dos trapecios, lo cual “causa admiración y sobresalto ver al artista salvar tan largas distancias cual lo puede hacer solo un ave”. A la muerte de este, ocurrida luego de padecer una cornada el 10 de marzo de 1895 y en la plaza de Durango, festejo a beneficio de su esposa, cornada que le causó un toro de Guatimapé. Por alguna razón, que llamaría descuido, se declaró la gangrena con tal rapidez que 4 días después falleció el que fue acróbata y torero al mismo tiempo. Curada la herida de la primera viudez, María casó una vez más, ahora con el cubano José Marrero, quien ostentaba el remoquete de Cheché. Este era otro torero de la legua, por lo que pronto se entendieron. Ambos continuaron sus andanzas, sobre todo al norte del país, sin dejar de hacerlo también en más de alguna plaza del centro del país.

La vigorosa ejecución de tan arriesgada suerte, el buril firme y seguro de Posada hacen que el resultado de la colocación de ese par a dos manos desde el caballo que hoy adorna las presentes notas, siga levantando carretadas de ovaciones, a más de un siglo de haber ocurrido. Cuarenta años después, una guapa peruana recuperó –con otro estilo- la presencia femenina en los ruedos. Me refiero a Conchita Cintrón, de la cual se guardan gratos recuerdos.

Una calavera le fue dedicada a María Aguirre en 1894 así:

 La Charrita.

 La cojió un toro de Atenco

al poner las banderillas

y al caerse del caballo

se deshizo la Charrita.

María Aguirre La Charrita Mexicana en una de tantas imágenes ya en plena época madura. La Lidia. Revista gráfica taurina. México, D.F., 26 de febrero de 1943, Año I., Nº 14.

   Un año más tarde, la prensa trataba su caso en los siguientes términos:

Con motivo de un posible viaje por parte de María Aguirre a España, el Suplemento a El Enano, Madrid, del 18 de julio de 1895, p. 4, expresaba lo siguiente:

De El Arte de la Lidia, de México:

“Es un hecho que en este año, emprenderá viaje a España con el objeto de trabajar en las principales plazas de la Península, la popular y aplaudida Charrita mexicana, María Aguirre de Marrero.

En su viaje le acompañará su esposo el valiente matador de toros José Marrero Cheché, quien piensa tomar la alternativa en Madrid para después regresar al país”.

Ya verá la Charrita

y ya verá Cheché

que aquí los cornúpetos

no son de Guanamé.

    En una gira que María y José Marrero realizaron por los Estados Unidos, los llevó hasta un sitio conocido como Cripple Creek, Columbia, allá por el mes de agosto de 1895. La prensa daba cuenta de aquel suceso anotando que su presencia había resultado todo un éxito, pues el programa “ha sido cumplido en todas partes, incluso la corrida de toros como había sido anunciado.

“Esa corrida de toros ha sido enteramente al estilo mexicano.

“Ha llamado mucho la atención el capitán Cheché y la simpática Charrita, que tan justa fama gozan en México.

“Ha sido la primera corrida de toros en un redondel de los Estados Unidos”. (En La Patria, del 28 de agosto de 1895).

De hecho, Ponciano Díaz se había presentado años antes, justo en Nueva Orleans, entre el 7 y el 26 de diciembre de 1884, con la consiguiente nota exaltadora que se ubica en El siglo XIX que apuntaba:

“UN TORERO MEXICANO. Sabemos que Ponciano Díaz, bien conocido por diestro y arrojado en las plazas de toros de la República, está causando un verdadero furor entre nuestros primos de Orleans. Y eso que los bichos que lidia en la ciudad americana no deben ser como los bravos de Atenco.

Ponciano Díaz fue obsequiado en una de las últimas corridas con una corona de oro”.

Todavía, a principios de siglo XX, María Aguirre seguía actuando con cierta frecuencia, hasta que su nombre poco a poco fue perdiéndose… Con los años, algunas publicaciones periódicas, como Revista de Revistas la “desempolvaron” del olvido, trayendo desde aquel territorio, y en varias entrevistas de nuevo a la “palestra” a quien fuera famosa amazona, esposa de dos toreros, Timoteo Rodríguez y José Marrero, a quienes vio morir con motivo de percances en el ruedo con muy pocos años de diferencia. Así, la valiente “charra” fue soportando la vida, hasta que, llegado el año de 1963 y casi con un siglo de vida, terminaron sus días, rodeados de recuerdos y amarguras…

Este quizá se convierta en uno de los últimos carteles (año de 1917) donde aparece su nombre para una más de esas notables actuaciones suyas. Col. del autor.

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 ¡¡¡CARMEN!!!

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Se acaba de representar –por cierto con bastante éxito-, la ópera Carmen de Georges Bizet, en la plaza de toros “Paseo” de San Luis Potosí. En esa gran puesta en escena, y en el papel del torero Escamillo, se contó con la participación en su parte taurina, del diestro José Mauricio. Por lo que sabemos, las cosas rodaron muy bien, aún y cuando la suerte suprema no fue incluida.

Carmen, como se sabe es una ópera comique francesa en cuatro actos, con música de Georges Bizet, acompañada de un libreto preparado por Ludovic Halévy y Henri Melhac, que toman como referente la novela de Mérimée. Se estrenó el 3 de marzo de 1875.

Con ese motivo, parecen oportunas algunas reflexiones complementarias que permitan contextualizar de mejor manera el significado de esa obra, vinculada con algunos sucedidos que se entrelazarán en el tiempo y el espacio.

Próspero Mérimée es el autor de la célebre novela que nos lleva hasta la España de 1830, aunque su obra la escribiera en 1845. Como sabemos, Carmen la cigarrera, enamoradiza, lo mismo del Guardia don José que del torero Escamillo, encuentra sobre todo con la presencia de este último una manera de desplegar sus pasiones. Desde luego que no faltan los celos y hasta un obligado desenlace fatal, en medio de un ambiente que recoge las costumbres de esa época que a su vez ya había asimilado aspectos derivados de la influencia que Francisco de Goya impuso desde sus famosos lienzos. Pero también se encuentran otros aspectos en los que

el triunfo de la corriente popular que partiendo del vacío de la época de los últimos Austrias, crea el marchamo de la España costumbrista: los toros en primer lugar y, en torno, el flamenquismo, la gitanería y el majismo,

de acuerdo a lo que anota Fernando Claramount en su Historia ilustrada de la tauromaquia (1998, T. I.: 156). Abundando: «gitanería», «majismo», «taurinismo», «flamenquismo» son desde el siglo que nos congrega terribles lacras de la sociedad española para ciertos críticos.

Para otras mentalidades son expresión genuina de vitalidad, de garbo y personalidad propia, con valores culturales específicos de muy honda raigambre. Julián Marías: (La España posible en tiempos de Carlos III, 1980: 371).

   Al ser revisada la obra mejor conocida como Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia de Francisco María de Silva, se da en ella algo que entraña la condición de la vida popular española. Se aprecia en tal retrato la sintomática respuesta que el pueblo fue dando a un aspecto de «corrupción», de «arrogancia» que ponen a funcionar un plebeyismo en potencia. Ello puede entenderse como una forma que presenta escalas en una España que en otros tiempos «tenía mayor dignidad» por lo cual su arrogancia devino en guapeza, y esta en majismo, respuestas de no querer perder carácter hegemónico del poderío de hazañas y alcances pasados (v. gr. el descubrimiento y conquista de América).

Tal majismo se hace compatible con el plebeyismo y se proyecta hacia la sociedad de abajo a arriba. Lo veremos a continuación, tal cual lo apunta Néstor Luján en Historia del Toreo (1967: 31):

(…) coexiste en tanto un movimiento popular de reacción y casticismo; el pueblo se apega hondamente a sus propios atavíos, que en el siglo XVIII adquirieron en cada región su peculiar característica.

   Un ejemplo evidente de tales visiones quedó reflejado en la gran ópera que hoy es motivo de estas notas. Y más aún, y lo diría, recomendando la que es a mi parecer y hasta hoy, la mejor recreación lograda por la cinematografía. Me refiero no solo al trabajo dirigido por Carlos Sáura en 1983, con Antonio Gades, Laura del Sol y Paco de Lucía, sino a Carmen, de Francesco Rosi (1984). En el papel femenino aparece Julia Migenes junto con Faith Esham que encarna a Micaela. Ronda, Sevilla y Carmona son las locaciones ideales que fueron aprovechadas para darle sencillamente el toque apropiado a dicha producción en la que el célebre tenor hispanomexicano Plácido Domingo, cumple a cabalidad con el papel de don José. lo mismo sucede con el bajo-barítono italiano Ruggero Raimondi quien hizo las veces de Escamillo. La recreación es formidable pues no se descuidaron detalles propios de la época.

El cine logra una de las mejores producciones con Carmen, dirigida por Francesco Rosi en 1984.

Otros aspectos que pueden ser útiles para ubicarla en su relación con México van de observar que la obra, como se sabe, transcurre en la tercera década del XIX.

Uno de tantos ejemplos de la publicidad dedicada a obra tan célebre. Imagen tomada de internet.

   ¿Cuál era el ambiente taurino por aquellas épocas?

En síntesis, y tratando de concentrar todo en la capital de ese nuevo país, es que funcionaban plazas como la de Necatitlán, la de la Alameda y desde luego, estaba por reinaugurarse la de San Pablo, misma que seguía en malas condiciones, luego de varios incendios que enfrentó desde 1821. Entre las haciendas que surtían ganado se encontraban Atenco, los de la Nueva Vizcaya, Sajay, la Cueva y los Molinos (probablemente correspondía a la denominada Molinos de los Caballeros).

Si hemos de referirnos a los diestros, allí encontraremos los nombres no solo de Luis, Joaquín, José María y Sóstenes Ávila, sino también los de Bartolomé Morales, Pedro Fernández de Cires, Clemente Maldonado, Manuel Ceballos (¿El Sordo?), Guadalupe González, José María Guerrero, Marcelo Caballero, Gumersindo Rodríguez, Luis Álvarez y José Castillo que lograron en conjunto, cautivar a una incipiente afición entregada a las hazañas más notables de aquellos héroes.

Dato curioso es el de que la primera representación de la obra realizada en México, sucedió sin que lo tenga absolutamente claro, en “El Toreo” el domingo 20 de abril de 1919 siendo la mezzo-soprano Gabriela Bezanzoni quien encabezara el reparto, como Carmen, en tanto que Micaela quedó representada por Margarita Namara, cuya tesitura era la de soprano. En cuanto a don José y Escamillo, ambos tuvieron el privilegio de resurgir gracias a la muy buena actuación del tenor español José Palet y el barítono Mario Valle, respectivamente. Volvió a repetirse el 4 de mayo siguiente. Sin embargo, la puesta en escena que representó Enrico Caruso, en la misma plaza el 5 de octubre del mismo año levanta ámpula entre los melómanos.

Guillermo E. Padilla: Historia de la plaza EL TOREO. 1907-1968. México. México, Imprenta Monterrey y Espectáculos Futuro, S.A. de C.V. 1970 y 1989. 2 v. Ils., retrs., fots., T. I., p. 188.

   Se sabe también que los compases de la célebre marcha de “El Toreador” se escucharon por primera vez en la plaza de toros Colón, durante un festejo nocturno celebrado el 28 de abril de 1887. De ahí en adelante, la costumbre de marchas militares con que entonces sucedía el “partimiento de plaza” quedaría totalmente desplazada, de ahí que las bandas comenzaron a incluir en sus repertorios pasacalles, pasodobles y chotises, cuyos ritmos y notas constituyen ese toque peculiar que solo le es consubstancial al espectáculo de los toros. Han intentado incluir algunos otros ritmos, pero finalmente los tres ya citados se constituyen, tal cual sucedió y ha sucedido con “El Toreador” de Carmen, como la impronta musical taurina por antonomasia.

En el conjunto de curiosidades, conviene recordar que también en la plaza “Nuevo Progreso” de Guadalajara, se celebró otra función el 20 de octubre de 2011.

Hoy día, la literatura taurina se encuentra plagada de diversas versiones, adaptaciones, testimonios, críticas, estudios y análisis que hacen de esta genial obra, una cumbre en las letras y la música que, llevadas a la escena, materializan un cuadro de costumbres como pocos los ha habido en la historia del arte. De ese modo, en nuestro país se publicó en 1943 una extraordinario edición de Carmen, ilustrada por Carlos Ruano Llópis.

Visión de Carlos Ruano Llópis en la edición de 1943. Imagen tomada de internet.

   Como se habrá podido notar, Carmen fue desde hace casi dos siglos cabales, una mujer cuya figura ronda y seguirá rondando con ese encanto peculiar que caracterizaba también la urgente necesidad de una liberación de género. Su seducción, a lo que se ve, continuará causando estragos, pero también gratos momentos como los que acaban de vivirse hace unos días en el ruedo potosino.

 

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SOBRE LAS EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

El Redondel. El periódico de los domingos. Agosto de 1981.

   Desde que contamos con el apoyo de diversas publicaciones, sobre todo hemerográficas, sabemos que ahí encontraremos noticias y acontecimientos que, inmediatamente se convierten en efeméride.

Es curioso que esta definición se aplique a la posición astronómica y al estudio de los cuerpos celestes, sobre todo porque ese análisis sucede a diario, de ahí que podamos conocer puntualmente la ocurrencia de cuanto movimiento es visible en la bóveda celeste. Sin embargo, ese registro se ha convertido en la recolección de aquellos sucesos que rememoramos frecuentemente no solo en el núcleo familiar, sino que cada hecho recuperado puede recordar grandes personajes, hechos o sucesos históricos que, por su naturaleza recobran el significado, por lo que siempre se encuentran presentes en nuestra memoria, en el imaginario colectivo.

Respecto a las efemérides taurinas mexicanas, se trata de un cúmulo interminable de acontecimientos que van de 1526 y hasta nuestros días. Muchas de ellas, han pasado a formar libros, folletos, memorias y demás registros, todos ellos de enorme utilidad.

Ya la Gaceta de México, en el número 12, publicado “Desde primero, hasta fin de Noviembre de 1728”, recordaba lo ocurrido en 1529, justo cuando la autoridad había consolidado la celebración del “día de San Hipólito”, como eje rector de una fiesta oficial que todavía habría de realizarse, ya sin los valores originales, comenzado el siglo XIX.

Al aparecer en 1884 El Arte de la lidia, bajo cuya dirección estuvo encargado Julio M. Bonilla Rivera, cada número no solo daba registro puntual de las noticias que sucedieron entre ese año y poco antes de que estallara la revolución (la publicación tuvo, a lo largo de los años muchas irregularidades), a causa de la muerte del periodista la cual ocurrió a causa de un accidente en que resultó atropellado el 8 de marzo de 1909. También nos pone al alcance un conjunto notable de noticias ocurridas lustros o décadas atrás, con lo cual ha sido posible articular un verdadero escenario sobre cuanto significó el toreo, por ejemplo durante el siglo XIX en nuestro país.

Y como esa publicación, muchas otras han cumplido con tales propósitos, lo cual es de agradecer. Ya los Bibliófilos Taurinos de México, lograron en su momento, y bajo la coordinación de Luis Ruiz Quiroz (q.e.p.d.) las Efemérides Taurinas Mexicanas (2006), obra que alcanzó las 441 páginas.

Sin embargo, y dada su dinámica y acumulación, las efemérides siempre han tenido un lugar en la prensa. Por tanto, considero a título personal, que una de las fuentes a las que acudimos con frecuencia, y en cuyas páginas son abundantes ese tipo de notas, es El Redondel. El periódico de los domingos, publicado ininterrumpidamente desde el 4 de noviembre de 1928 y hasta el 22 de marzo de 1987, alcanzando las 3022 ediciones, lo que no es poca cosa, bajo la dirección de dos periodistas señores: Abraham Bitar y Alfonso de Icaza.

Dignos sucesores en esa aventura editorial, fueron Alberto A. Bitar y Alberto de Icaza (26.11.1999). Del primero, también hay que apuntar sobre el hecho de que su célebre columna “Los puntos sobre las íes” sigue vigente, sobre todo cada quince días en un espacio que le cede generosamente el diario La Jornada, la cual es leída con auténtico deleite.

Quien se acerque a esta colección para consultarla, sabe que el semanario taurino es un banco de informes y registros como pocos. Incluso, llegó a publicar en la mayoría de sus ejemplares columnas dedicadas al solo asunto de las efemérides, con lo que al encontrarlas, valoramos en la medida de lo posible el que quede memoria de acontecimientos cuyos niveles de importancia no desestimaban –por ejemplo- aquellas notas apenas perceptibles por haber ocurrido en sitios distantes o donde sus protagonistas no tendrían entonces talla de figuras.

Durante muchos años, uno de sus colaboradores más frecuentes y que se ocupó del asunto fue el recordado Leopoldo Beristáin.

Titánica tarea la tendrá quien se proponga recoger el que primero será un juego nemotécnico y luego el lucido ejemplar donde aparezcan las más destacadas. Y si a ello puede agregarse la iconografía respectiva, el resultado no podrá ser sino el de una digna publicación.

El aficionado a los toros, sobre todo aquel que decide hacer un acopio ordenado de información, sabe que las efemérides son indispensables para un mejor conocimiento en el recorrido histórico de la tauromaquia mexicana. Por eso, ahora que sabemos que en ocho años se rememorarán los 500 de convivencia, sobre todo en la historia cultural, de la vida cotidiana, el punto deberá ir adquiriendo una dimensión capaz de proporcionarnos la mayor información posible sobre lo que fue, ha sido y será el destino de esa diversión popular.

Muchos recuerdan que todos los domingos, después del festejo capitalino, buena cantidad de aficionados se acercaban a las calles del centro de la ciudad para obtener su ejemplar de El Redondel. El periódico de los domingos, con lo que podían conocer de inmediato el pulso de aquellas crónicas que iban tejiéndose a través del hilo telefónico. Así que cada número era per se, una suma de razones e ilusiones que los taurinos fueron concibiendo para fortalecer, en la mayoría de los casos, su afecto a tan singular puesta en escena.

Hoy día, con la desaparición de las publicaciones taurinas, salvo Suerte que comanda nuestro buen amigo Juan Antonio de Labra, o Matador, que ya ha salido bajo la dirección de Rafael Cué y, por novena ocasión en forma de anuario, son las dos últimas que siguen dándose a conocer en papel (salvo que me equivoque). Muchas más, se encuentran en forma digital a través de la internet. En ellas, no podía ser la excepción, la o las efemérides aparecen como columna vertebral de su composición, de ahí que esté garantizada su continuidad.

Afortunadamente en ese universo de la hemerografía taurina mexicana, y que rebasa varios cientos de títulos a lo largo de al menos 134 años (de 1884 y hasta nuestros días), y dada a conocer a lo largo y ancho de nuestro territorio, son el medio que permite acercarnos para conocer estilos, formas, maneras en que se manejó la crónica. También las técnicas de impresión, que fueron de publicar caricaturas a la fotomecánica y luego otros estilos contemplados por las editoriales ya más avanzado el siglo XX.

A todo lo anterior, no podemos dejar de mencionar una parte sustancial de su contenido, y que aquí he procurado, al resignificar el valor de las efemérides.

Y para terminar, dos efemérides dos:

El lunes 18 de julio de 1887, se celebraron dos corridas en las plazas del Paseo y San Rafael de la ciudad de México. En la primero toreó una cuadrilla en que figuraba como espada el banderillero Atenógenes de la Torre. Por aquello de lo baratísimo de los precios de entrada la Plaza del Paseo se vio con bastante concurrencia, sobre todo en el departamento de sol. La corrida en lo general fue mala, pues ni toros ni toreros cumplieron con su cometido. Los espadas ni mencionarlos, la plaza un herradero y la Presidencia completamente desacertada.

A la corrida de la Plaza de San Rafael, torearon los espadas Manuel Díaz Lavi “El Habanero”, José Sánchez Laborda y Antonio González “Frasquito”.

También en Toluca hizo aire…

PLAZA DE TOROS EN TOLUCA, MÉX. Para las fiestas del Carmen los días 18 y 19 de julio. Gran corrida de Toros. Lunes 18: Juan León (a) El Mestizo. Se lidiarán a muerte 4 bravos toros de la propiedad de D. Rafael Barbabosa, Sucesores: 2 del Cercado de Atenco y 2 de la Vaquería.

De estos festejos dice El Arte de la Lidia:

Toros en Toluca.-Las corridas celebradas en esa ciudad con motivo de las fiestas del Carmen, los días 18 y 19 del actual, han estado concurridas y animadas. Los toros de Atenco que se lidiaron, fueron buenos, no dejando nada que desear en ley y bravura. Los de la Vaquería, cumplieron. El espada Juan León “El Mestizo” y su cuadrilla dejaron satisfechos los deseos del público, estando muy certero aquel en sus estocadas. Los picadores de Atenco fueron aplaudidos y de los banderilleros se les aplaudió un buen par al “Mochilón”. (El Arte de la Lidia, año III 3ª época. México, domingo 24 de julio de 1887, N° 38, p. 3).

Cartel de la ocasión. Col. del autor.

   Los anteriores, son datos recolectados por un servidor en mi serie APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS Nº 109, que en 2015 se vio enriquecida con el ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. (AÑO DE 1887), p. 165-6.

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TOROS y POESÍA EN MÉXICO.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE 


El “Tratado de la poesía mexicana en los toros (siglos XVI-XXI)” que he venido trabajando desde hace 32 años, cuenta ya con aproximadamente 2500 muestras, en 3 mil páginas. Las múltiples lecturas y publicaciones a las que he tenido alcance, arrojan datos que van de sorpresa en sorpresa, con lo que es posible encontrarnos ya con un conjunto de autores, lo mismo de reconocida fama que auténticos desconocidos.

Allí están Luis de Sandoval y Zapata, Juan Ruiz de Alarcón, sor Juana Inés de la Cruz, Manuel Quiros y Campo Sagrado, Guillermo Prieto, Octavio Paz o Ernesto Hernández Doblas que es, entre los poetas actuales, uno de los que sensible al tema taurino, ha escrito versos notables.

Este trabajo reúne largos poemas, equilibrados sonetos, hai kus o hai kais, corridos, letras de canciones, así como un conjunto notables de versos anónimos.

La confección es variable. Muchos responden a la manufactura más clásica, y otros se van por el verso libre. Hay poetas mayores y menores y más de algún poetastro, y todo verso hasta hoy encontrado, tiene un lugar en esta obra, que cuenta ya con una antología de la antología donde el rigor de la selección logró reunir –con lo mejor de lo mejor- alrededor de 150 poemas.

Ya se verá la mejor forma en que una obra así logre publicarse, sobre todo porque en nuestros tiempos las plataformas digitales lo permitirían sin ningún problema, salvando evidentemente la labor de acopio e investigación, evitando así conflictos que las leyes vigilan.

En otras circunstancias habría sido harto deseable una publicación en toda forma, tal y como ocurrió con la “Antología general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días”, obra que en dos grandes tomos reunió, compiló y anotó Juan Domingo Argüelles hace un par de años, a lo mucho.

Bajo esas notas aclaratorias, debo apuntar el hecho de que recién se acaba de incorporar un nuevo habitante a esta obra. Se trata de “Los toros en la poesía. (Fiesta de toros). Antología poética” que el Ing. Dante Octavio Hernández Guzmán reunió en una curiosa publicación allá por 1994.

Dante Octavio Hernández tuvo, entre otras virtudes ser el responsable, hasta hace unos años del Archivo Municipal de Orizaba, Veracruz el cual lleva el nombre de José María Naredo. Y me consta la labor que desempeñó en el mismo, pues fue un archivista responsable, que difundió, lo más que pudo tan importante acervo, cuyas fechas extremas van de 1594 a 1970.

Hernández Guzmán es también, un aficionado a los toros. Así que, entre los varios títulos que ha dedicado a la historia local, no ha perdido de vista la tauromaquia que allí se ha desarrollado desde siglos atrás hasta nuestros días. “Orizaba en tiempos de toros”, “De mi libreta de apuntes taurinos de antaño y de hogaño”, así como la antología que, en esta ocasión es motivo de las presentes notas.

Reunió varios de los poemas más emblemáticos de José Alameda, Manuel Machado, Manuel Benítez Carrasco y Miguel Hernández “y los restantes de mi [personal] visión de los toros –apunta Dante Octavio Hernández-; esto es el toreo literario lejos de los cosos, del olor a arena, a sangre, a miedo, es el éxtasis de la pasión por los toros, es revivir las imágenes de antaño y ogaño, es mantener viva la hoguera de la Fiesta aún sin existir la propia Fiesta, es poder sentir lo vivido y poder al través de la prosa y el verso transmitir el embrujo que en el aire se aposenta un domingo por la tarde en una Plaza de Toros… Porque esto es… LA FIESTA DE LOS TOROS”.

La edición, con tiraje de 250 ejemplares, se encuentra ilustrada con viñetas de Adrián Sánchez Oropeza que dan el toque a una obra sencilla. El editor de la misma, quizá con el acuerdo del autor, resolvió la presentación combinando los colores del capote de brega. Así que mientras portada, contraportada y guardas llevan el conocido color rosa, el papel de los interiores ostenta el amarillo que observamos en el envés del capote. Interesante propuesta.

Dos son los poemas con los que contribuye Hernández Guzmán, y lo hace cual si se tratase de un sobresaliente en cartel de polendas, buscando realizar el quite soñado mientras la afición lo reconoce con sonoras palmas. Leamos el primero de ellos:

Luz de luna.

I

Tropel de luces, sangre y colores

para un chiquillo que quiere llegar,

con gesto altivo, la vaca enfrenta

con luz de luna sobre el corral.

 

¡Je toro! grita impaciente…

¡Je toro! vuelve a gritar…

cuando la vaca embiste al frente,

con pie en firme la ve llegar…

 

Por la mañana los caporales

de un fango rojo ven el corral,

y en una esquina encuclillado

ven al chiquillo durmiendo ya…

 

Ya no hay luces, ya no hay colores

ya no hay luna ni soñador…

solo una madre que arrodillada

besa al chiquillo en su sopor…

II

La fiesta de toros tiene sus raíces, como toda

Flor, en el lodo abonado de miserias; pero…

Dispuestas están para quienes miran hacia

Abajo, y en la vida hay que mirar hacia arriba.

¡Siempre hacia arriba!

 

Negar belleza por reconocer miseria sería negar

El cielo por existir infierno. Y entonces…

¿a dónde está aquella hora de emoción?

¿Dónde aquel patio de cuadrillas?

¿Aquellos viajes?

¿Ese modo de vivir?

¿Para qué, señor, las amapolas?

¿Por qué la primavera sin clarines?

¿Por qué la taleguilla en el ropero?

¿A qué el capote en la silla?

¿Para volver Señor?,

¿Para volver?…

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ES EL TORO EL QUE CONMUEVE Y SE LLEVA LA FIESTA.

EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Ante esta armonía rotunda de la belleza animal, no hay nada más que decir.

Toro “Caminero” de Victoriano del Río – Toros de Cortés, lidiado en Madrid, el pasado 1° de junio de 2018. Imagen tomada de http://www.las-ventas.com/ y el toro “Naviero” de Atenco (ca. 1950). Col. del autor.

 Y bien, estamos de regreso con las acertadísimas opiniones y reflexiones de Raúl Torra, que encabezan el excelente trabajo editorial de Horacio Reiba. Me refiero, como ya lo imaginarán, al libro Ofensa y defensa de la tauromaquia de reciente aparición en Puebla.

Torra que no solo es argentino, sino un habitante universal y que comprende en esa dimensión las ideas que explora y analiza apunta lo siguiente:

“Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención”.

Es cierto que desde épocas remotas, el toreo ha sido cuestionado y puesto en el banquillo de los acusados debido a la fuerte carga de elementos que posee en términos de lo que los contrarios califican como “crueldad”, “tormento” o “barbarie”. En todo caso, nosotros, los taurinos, entendemos el significado de este espectáculo como una ceremonia en la que ocurre un “acto de sacrificio”; o más aún: “inmolación” u “holocausto”, que devienen sacrificio y muerte del toro. Todo ello, independientemente de las otras connotaciones que suelen aplicársele al toreo, ya sea por el hecho de que pueda considerarse un arte, e incluso deporte.

Sacrificio y muerte que, por otro lado cumple con aspectos de un ritual inveterado, que se ha perdido en el devenir de los siglos, pero que se asocia directamente con hábitos establecidos por el hombre en edades que se remontan varios miles de años atrás. Esa forma de convivencia devino culto, y el culto es una expresión que se aglutinó más tarde en aspectos de la vida cotidiana de otras tantas sociedades ligadas a los ciclos agrícolas, a la creación o formación de diversas formas religiosas que, en el fondo de su creencia fijaban el sacrificio, el derramamiento de sangre o se materializaba la crueldad, término que proviene del latín crúor y que significa “sangre derramada”. Y esa sangre derramada se entendió como una forma de demostrar que se estaba al servicio de dioses o entes cuya dimensión iba más allá de la de cualquier mortal. Eso ocurrió lo mismo en culturas como la egipcia, la mesopotámica, la griega, la romana, e incluso las prehispánicas que todos aquí conocemos. Precisamente durante dicho periodo, las formas de control y dominio incluyeron prácticas de sacrificio aplicada a todos aquellos guerreros que eran tomados como prisioneros por los grupos en conflicto. Muchos de ellos terminaban en la piedra de los sacrificios, mientras el sacerdote abría su pecho extrayendo el corazón del “condenado”.

Considero que si debemos empezar a entender porqué un espectáculo anacrónico como es el de los toros convive en este ya avanzado siglo XXI, lleno de modernidad, confort, globalización y demás circunstancias, es porque ha trascendido las más difíciles barreras y pervive porque diversas sociedades lo aceptan, lo hacen suyo y por ende, se conserva porque no sólo es un espectáculo más. Es rito, práctica social, acto festivo que ha logrado recrearse en miles, en cientos de años hasta ser lo que hoy día conocemos de él. También habría que valorar que cuando se maneja el concepto de la “recreación” este significa cambio, transformación, interpretación y renovación. Eso ha sido también la tauromaquia que, al llegar de España inmediatamente después de la conquista (a partir de 1521) se estableció como un espectáculo el que, al cabo de los años se amalgamó, pasó por un proceso de mestizaje que lleva la carga espiritual de uno y otro pueblo. No es casual que al paso de los casi cinco siglos de convivir entre nosotros, se consolidara la tauromaquia como cultura popular lo mismo en el ámbito rural que en el urbano. todo eso, hoy sigue vigente.

Vuelve a la palestra Torra con estas otras afirmaciones:

“…son los toros, es el toro con su fuerza tremenda y su tremenda belleza, es el toro con su turbulenta pasión, un toro que llega desde una remota antigüedad representado en la piedra o en el hierro, el que conmueve y se lleva la fiesta. Se diría que el torero es lo que pasa y el toro lo que permanece. Y permanece –paradójica o quizá necesariamente- porque está puesto en el lugar del perdedor. Es claro que la historia de la tauromaquia ha de recoger la trayectoria de los grandes toreros pero difícilmente un torero victorioso producirá un poema de las calidades del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías [de Federico García Lorca]. El torero victorioso puede ser llevado en andas. Pero torero cogido por el toro alcanza otra dimensión, muestra que el lado trágico que siempre acompaña a la fiesta envuelve a uno y otro.

“El hombre frente al toro, el hombre frente a la fuerza, la belleza aun la pasión de la naturaleza que quiere permanecer. El torero sale a matar pero teme, teme equivocarse, pone en riesgo su vida. ¿Algo en ese temor del torero no nos hará preguntarnos si en el comienzo de los comienzos hubo quizá un equívoco, si el hombre no será un ser equivocado? Todo lo pienso claro, desde mi escritorio, porque desgraciadamente yo no soy aficionado a la fiesta brava. Pero mucho hay que aprender de ella.

Raúl Torra remata entre otras cosas, con una sentida opinión en la que reconoce no ser “aficionado, [y] estoy convencido, tanto como tú [dirigiendo sus palabras a Horacio Reiba], de que sería triste que nuestra cultura, ya bastante entristecida, se quede sin los toros”.

Sabemos del largo recorrido milenario y secular de esta fascinante representación, la cual tiene en su haber legiones de partidarios y numerosos enemigos. Pero el enigma aquí planteado es sobre su incierto futuro. No nos convirtamos en convidados de piedra, sino en activos participantes en pro de esta manifestación. Desplegar todos sus significados y explicarlos a la luz de la realidad es una de las mejores tareas. Por eso es importante la difusión, siempre y cuando esta sea coherente y no una barata provocación.

Termino apuntando que al menos, desde esta trinchera, el toreo en México va a seguir teniendo todo un tratamiento histórico que permita entender sus circunstancias a lo largo de 492 años de convivencia y mestizaje.

En ese sentido, tres connotados historiadores me dan la razón:

-Los mexicanos tenemos una doble ascendencia: india y española, que en mi ánimo no se combaten, sino que conviven amistosamente. Silvio Zavala.

-No somos ya ni españoles ni tampoco indígenas, y sería un error gravísimo intentar aniquilar uno de los dos elementos, porque quedaríamos mancos o cojos. Elsa Cecilia Frost del Valle.

-La tensión que se instala en el desarrollo de México a partir de la conquista, surge también de la presencia de dos pasados que chocan y luego coexisten largamente, sin que uno logre absorber al otro.

Enrique Florescano.

A todo lo anterior, debo agregar estas conclusiones:

Cuando el imperativo en la justicia, la historia, la sociedad y en otros muchos aspectos de la vida es la verdad y esta, concebida como ideal del absoluto, aunque sólo sea posible alcanzar una dimensión relativa de la misma, se hace necesario por tanto un balance del conflicto no sólo de posturas. También de ideologías que vienen dándose con motivo de si son pertinentes o no las corridas de toros.

Veamos.

La animalidad y la humanidad tienen sus marcadas diferencias. Que tenemos deberes, derechos y obligaciones para con todas las especies animales, por supuesto que sí. Que debemos preservarlas evitando así su desaparición o extinción, también. En el caso concreto del toro de lidia, esta ha sido una especie cuya pervivencia ha sido posible para convertirla en elemento fundamental del espectáculo que hoy es motivo de polémica. El toro es un mamífero cuyo destino se centra en no otra cosa que para los propósitos mismos de la tauromaquia. Sin esta expresión milenaria y secular, ese hermoso animal sería uno más de los muchos condenados al matadero y su carne y derivados puestos al servicio de una sociedad de consumo, sin más.

Pero sucede que tras un largo recorrido, el toro es y ha sido una de esos elementos de la naturaleza que han pasado a formar parte del proceso de domesticación. El hombre antiguo vio en él unas condiciones de morfología y anatomía proporcionadas, que se mezclaban con fortaleza, musculatura y belleza armónica que quizá no tenían otras especies del amplio espectro del ganado mayor. El hombre moderno, en particular los hacendados y luego los ganaderos, llevaron esa domesticación primitiva a terrenos de la crianza más sofisticada y precisa hasta lograr ejemplares modelo. Cumplido ese principio, mantienen vigentes tales propósitos, teniendo como resultado hoy día un toro apto para el tipo de ejercicio técnico o estético tal y como se practica en nuestros tiempos. Por tanto, no ha sido una tarea fácil, si para ello deben agregarse factores relacionados con el tipo de suelo, de pastos, la presencia de fuentes de agua, de alimentación y demás circunstancias que suponen un desarrollo correcto mientras permanecen en el campo, a la espera de ser enviados a la plaza.

Ya en este espacio, su presencia cumple una serie de requisitos no sólo establecidos por ritual, usos y costumbres o el marcado por un reglamento o legislación hecha ex profeso para permitir que el desarrollo de la lidia en su conjunto, se realice dentro de los márgenes más correctos posibles, en apego a todos esos principios, mismos que una afición presente en la plaza desea verlos materializados.

Ahora bien, ritual, usos y costumbres y el mismo principio legislativo que determinan el desarrollo del espectáculo, no solo consideran, sino que dan por hecho que uno de los componentes en el desarrollo de la lidia es el factor en que el toro es sometido violentamente hasta llevarlo a la “muerte previa” (la “muerte definitiva” ocurre en el matadero de la propia plaza). Esa “muerte previa” ocurre en presencia de los asistentes todos, como culminación de un ritual que complementa los propósitos de un espectáculo en el que todos los actores participan (lo que para los contrarios es la tortura misma) en aras de que se produzcan efectos de disfrute o goce, celebrados colectiva, multitudinariamente en la decantación a una sola voz del término o expresión que mejor lo explica. Me refiero a la voz expresiva o interjección “olé”, que viene de ·ualah”, y cuya connotación más precisa sería entendida bajo el peculiar significado de “por Dios”.

En una invocación concatenada entre presente y pasado y estos eslabonados con un sinfín de elementos configurados a lo largo de siglos, explican que la tauromaquia es o se convierte en un legado, cuyo peso histórico acumula infinidad de circunstancias que han podido configurar su significado, ese que hoy rechazan ciertos sectores de la sociedad moderna, la cual parece negarse a escuchar las voces y experiencias del pasado, cuando solo tiene puesta la mirada en ese objetivo que para ellos es maltrato a los animales.

Sabemos y entendemos los taurinos que per se, esa parte culminante para la vida de un toro bravo se convierte en una muerte gloriosa (principio de una teoría compleja relacionada con los diversos significados que podría tener este término desde lo religioso o lo ideológico, dos factores que por sus composiciones son suficiente razón para detonar la polémica).

Así pues: los grupos contrarios a la celebración de las corridas de toros tiene sus propios puntos de vista, discutibles o no. De ese mismo modo, nosotros los taurinos también estamos en derecho de defender, legitimar o justificar la presencia y permanencia del espectáculo taurino, asunto que no es casual. Que no es de ayer a hoy, que ha tenido que tomar muchos siglos de formación y consolidación para, en su condición primitiva, también evolucionar.

Por ahora este es, uno entre muchos de los elementos de defensa que hemos de seguir mostrando para dejar en claro cuáles son las razones para garantizarle pervivencia segura a la tauromaquia. De ahí que continuemos con dicha labor, hasta tener los elementos puntuales y contundentes con que seguiremos dando nuestra propia batalla a su favor.

Celebro desde aquí la aparición de un libro más en el horizonte literario destinado a los toros, pero sobre todo su manufactura intelectual que es, como ya se ha comprobado, de altos vuelos.

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