Archivo mensual: octubre 2018

LA PRIMERA FOTOGRAFÍA TAURINA EN MÉXICO. 1853.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Fugaces y sorpresivos nos parecen hoy los avances tecnológicos cuya ocurrencia sigue causando revuelo, admiración, quizá no tanto como el de aquellos otros descubrimientos, en el que la fotografía se convierte no solo en punta de lanza. También en sustento que concita entre otras cosas, nuevos conceptos en el curso de la vida cotidiana, pues una de las primeras reacciones que provocó fue la de un enfrentamiento con el arte pictórico, donde sus genuinos creadores, además de ver en esto un atentado, se convirtió en amenaza que potenció la desaparición parcial de muchos pintores; pero no de los grandes artistas que ya vemos, dejaron lo mejor de su creación, incrementando el peso de la gran obra universal.

Pero con la fotografía sucede un fenómeno que cambia mentalidades, pues ante la primera impresión que produce admirar la naturaleza tal cual –aún y cuando fuera en blanco y negro-, o el verse retratados así mismos, aquellas sociedades decimonónicas aceptaron, hicieron suyo tan novedoso como cotidiano elemento que, al cabo de los años se incorporó a los medios informativos luego de formar parte de algo tan entrañable, porque aquellos primeros instrumentos fueron operados en estudios ad hoc, bajo una publicidad fascinante, como por ejemplo la que Emanuel von Friedrichsthal empleó en 1841 en estos términos:

M. F. tiene el honor de participar al respetable público de esta ciudad (Yucatán) que por medio de la célebre invención del Daguerrotipo, sacará retratos de medio cuerpo y cuerpo entero al moderado precio de 6 pesos los unos, y 8 pesos los otros. Abonándose por separado el cuadro que importará un peso. Las horas de trabajo serán de las 7 a las 9 de la mañana, y de las 4 a las 6 de la tarde. Los medios colores son los más propios para retratarse en esta máquina, y los Señores y Señoras que gusten, pueden evitar el amarillo, negro y blanco. Las flores no perjudicarán el dibujo, sino que saldrán con más perfección. Irá a casa de las Señoras que no quieran molestarse en salir siempre que reúnan tres o cuatro a la vez. (En Rosa Casanova-Olivier Debroise: Sobre la superficie bruñida de un espejo. Fotógrafos del siglo XIX. México, Fondo de Cultura Económica, 1989. 111 p. Ils, retrs., p. 24.

Incluso, no faltó quien lo hiciera con el toque sutil de unos versos, que proclamaban en Toluca, el trabajo de Daniel Alva, el retratista:

NUEVA FOTOGRAFÍA

 Daniel Alva el retratista,

El fotógrafo excelente,

Abrió un atelier decente

Y está la cámara lista

Para hacer reproducciones,

Ambrotipos y figuras

De hermosas o feas criaturas,

Por módicas condiciones.

-¡Oh, lectores! El cohetero

que os retratéis quisiera,

y hasta obtener, si pudiera,

vuestro retrato hechicero.

Véase EL COHETE. PERIÓDICO OMNISCIO, CHARLATÁN, BURLÓN Y QUE DIRÁ LA VERDAD AL PINTO DE LA PALOMA. T. II, Toluca, jueves 15 de enero de 1874, Nº 1.

La fotografía llegó a México desde 1839. Entre los personajes encargados en realizar las primeras vistas, encontramos a Frances Esquirne Inglis, escocesa de origen y mejor conocida como “madame” Calderón de la Barca, quien obtuvo imágenes donde destacan monumentos arqueológicos y edificios monumentales. Fue esposa de Ángel Calderón de la Barca, quien se convirtió en el primer ministro de España en México, luego de que el país europeo reconociera nuestra independencia, hecho que ocurrió en el curso de 1836.

Por lo tanto, ese proceso fotográfico también tuvo notoria importancia en el espectáculo taurino, pues si bien no se conoce imagen alguna tomada entre 1839 y 1850, sí contamos con una evidencia registrada en 1853.

Se trata del siguiente retrato:

La imagen se encuentra reproducida en la curiosa edición Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal, publicada en 1905, y cuyo autor es Carlos Cuesta Baquero. Lo interesante es que posee algunas carácterísticas técnicas, que sólo, a los ojos de especialistas será posible decodificarla. En ese sentido, agradezco el apoyo brindado por Georgina Gina Rodríguez y Carlos Córdoba, quienes me ayudaron a desentrañar un poco el misterio que posee el retrato, que según Roque Solares Tacubac, anagrama de Cuesta Baquero, corresponde al año 1853.

Me dice Gina: Lo que yo atino a ver no es un retrato fotográfico, es una imagen reproducida como fotograbado; pero más aún se trata de un retrato litográfico, reproducido en fotograbado.

Pienso esto por los nítidos detalles que se observan de los bordados del traje de luces; de haber sido un retrato fotográfico éstos no hubiera sido capturados con tanta fidelidad.

Hacia 1853 la técnica de impresión fotográfica predominante era en ambrotipo o en «papel salado». En el primer caso, los retratos solían iluminarse pues nunca fueron tan nítidos y en una impresión sobre papel, las fibras del papel hubieran impedido que se vieran los detalles claramente.

Si el retrato original no hubiera sido una litografía, me inclinaría a pensar que entonces podría haber sido un daguerrotipo; sólo un daguerrotipo muy bien hecho (y para esos años esto hubiera sido posible), guardaría tal calidad de nitidez.

Por otro lado, Carlos Córdoba emitió su dictamen: Si desmontas el lado oscuro de un ambrotipo tienes una «placa negativa», la que puedes imprimir por contacto o usarla de base para la pantalla de medio tono. Creo que ese fue el caso. Descartaría el daguerrotipo ya que usualmente se convertían en grabado mediante punzón. Me interrogaría sobre la aseveración de «1853». Ya se sabe que los editores son tan propensos a mentir… de todos modos para 1905 es una traducción muy mala al medio tono. Ya existían por acá tecnologías para lograr mejor calidad (véase la que lograba la Revista Moderna de México desde 1890). Supongo que la forma en que Gaviño lleva el capote es resultado de una actitud muy particular entre los toreros. Una notoria presencia de la montera y la falsa sombra eran productos de algo que se concibe como un taller low-tech, de esos que imprimían los carteles taurinos en papel pobre. Habría que mirar el original para terminar de especular.

Pasados algunos años, surgió otra evidencia. Se trata de un retrato obtenido por Désiré Charnay en 1857, y que quien posa en el gabinete fotográfico es ni más ni menos que Magdaleno Vera, célebre picador de toros quien junto a Juan Corona y Serapio Henríquez eran los más célebres por aquel entonces. Vestido a la usanza del charro mexicano se colocó de pie, llevando en la mano izquierda la vara de detener, estando detrás de él una anquera, esa cubierta protectora que se colocaba en las ancas de los caballos, con lo que se evitaban momentáneamente percances peligrosos, y donde los hombres de vara larga demostraban sus capacidades y habilidades al mismo tiempo.

Esta es hasta ahora una de las primeras imágenes taurinas, maravilloso documento que Charnay reunió en Mis descubrimientos en México y en la América Central, información que se confirma luego de serias investigaciones realizadas por Arturo Aguilar Ochoa, quien afirma que, desde el jueves 8 de abril de 1858 se da a conocer en el Diario de avisos el Álbum Fotográfico Mexicano, realizado por Désiré Charnay y editado por Julio Michaud. El álbum está compuesto por veinticuatro fotografías impresas en papel salado, una de las cuales es la ya mencionada sobre nuestro personaje taurino.

Siete años más tarde contamos con otro registro, precisamente en la

 PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 25 de diciembre. El palco de SS. MM. estará adornado por una cortina de tela de galón de plata, trabajada como la de oro. Cuadrilla de Bernardo Gaviño (misma que será retratada por los fotógrafos Sres. Galini y Cía). Cinco toros de Atenco. (En Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. T. I., p. 170).

   Con la publicidad estilada en esa época, Galini y Cía (o Galina, ubicado en la calle del Sr. Refugio núm. 15 –hoy 16 de septiembre-) anunció que, en seguida de la partición de la plaza por parte de las cuadrillas, haría algunos retratos que, lamentablemente y luego de persistente búsqueda en diversas fuentes y archivos públicos y privados, no ha sido posible su localización.

Sin embargo, se convierte, eso sí, en uno más de los antecedentes de un género como el fotográfico cuyo vínculo con la tauromaquia, ha permitido entender cómo se dieron aquellas puestas en escena, cuyos telones de fondo conceden una visión más completa. De ese modo, podemos apreciar escenarios, públicos, etapas o suertes de la lidia, el ganado que se lidiaba y en qué condiciones (si para ello, las condiciones que apreciamos son las de su trapío o la del empleo de la técnica y arte de torear vigentes en cada una de las épocas visualizadas), no sin dejar de mencionar también, la diversas etapas evolutivas que fue adquiriendo el empleo de unos equipos que empezaron siendo demasiado voluminosos, lentos y que hoy, son bastante sofisticados, pequeños y de gran rapidez en sus resultados.

El recorrido de esta propuesta se acerca al conjunto de otras dos imágenes que se remontan a 1870, una que muestra el interior de la derruida plaza del “Paseo Nuevo” y otra donde aparece una cuadrilla de “gladiadores” o toreros michoacanos, con lo que existen suficientes razones para enriquecer mi trabajo: Fotografía taurina en México: 1853-2018. Un recorrido lleno de vistas llevándolo así por el sendero apropiado. Quizá la próxima presentación del libro Un domingo en la tarde y cuyo hacedor es Pablo Esparza, sea razón suficiente para continuar ese propósito.

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HISTORIA DE LA CIRUGÍA TAURINA EN MÉXICO.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Con motivo de la celebración del XXIII Congreso Internacional de Cirugía Taurina y las XXX Jornadas nacionales de cirugía taurina, a desarrollarse del 24 al 28 de octubre de 2018 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Y en particular en el Hospital Civil “Dr. Juan I. Menchaca”, habrá sinnúmero de actividades académicas, donde ponentes y asistentes compartirán distintos temas que aluden el caso peculiar de los percances que enfrentan todos aquellos que se desempeñan en el ámbito taurino.

Un evento previo “abrirá plaza” la noche del 24 de octubre, con la presentación del libro Historia de la cirugía taurina en México, cuyos autores son el Dr. Raúl Aragón López, médico cirujano ortopedista, y José Francisco Coello Ugalde, Maestro en Historia. Lo anterior se desarrollará en el Palacio del poder judicial del estado av. Hidalgo 190 en el centro de la ciudad a partir de las 20 horas.

Este volumen se convierte en un esfuerzo más en el que Fomento Cultural Tauromaquia HispanoamericanaFCTH– estimula la cultura taurina. La presente edición, cuidadosamente trabajada e ilustrada va de la mano con las actividades del Congreso y las Jornadas, pues tiene el referente de ser una obra que se publica a más de 40 años de distancia de otro libro. Me refiero a Traumatología taurina, dada a conocer en 1974, y cuyo autor fue el reconocido médico cirujano Xavier Campos Licastro (q.e.p.d.).

Con tal motivo, me gustaría compartir con los lectores la INTRODUCCIÓN de este volumen para que conozcan el alcance que los autores nos propusimos.

La medicina en todas sus expresiones, ha estado presente desde que el hombre, en sociedad se enfrentó a la necesidad de curar enfermedades que otros integrantes presentaban ya fuese por razones externas e internas, de edad o de todas aquellas circunstancias que las causaran. Vino con el tiempo el estudio, aplicación y especialización que incluían intervenciones quirúrgicas así como el uso de las más avanzadas tecnologías.

En ese sentido, la tauromaquia no ha escapado a dichas bondades, ya que todos sus integrantes o actores, han sido o son susceptibles de recibir diversos percances que han puesto en riesgo sus vidas. Determinadas muertes, cornadas y otras heridas, que generan la intervención de médicos, enfermeras y todos los servicios en torno a ello, así como las visiones reglamentarias o sanitarias que son obligatorias en estos casos, han permitido que esa comunidad se vea respaldada, garantizando así un servicio apropiado. Si bien todavía es posible observar fallas, o ausencia de tal circunstancia en algunos casos, la tendencia es lograr en forma por demás completa tal prioridad.

A continuación, los autores procuraremos mostrar un panorama sobre lo que fue y es, hasta hoy este capítulo, no siempre grato, pero del que se han aprendido lecciones importantes, por un lado. Y se ha creado todo un “mito” alrededor de tantos casos que han llegado a convertirse en auténticas leyendas, por otro. Valiéndonos de las fuentes que existen para el caso, se recogerán las noticias y los datos más pertinentes, con objeto de someterlas a su riguroso análisis, del que seguramente se obtendrán valiosas reflexiones, y sus consiguientes resultados. Por tal motivo, es que en el presente trabajo, se incluirán aquellos registros notoriamente documentados, con objeto de que sirvan –en buena medida-, como sustento a este propósito, quedando fuera todos aquellos que, por su circunstancia anecdótica, pero sin los datos que exige nuestra intención, no cumplan tal cometido. En su momento, las oportunas apreciaciones del Dr. Raúl Aragón López serán de enorme utilidad, sobre todo cuando se necesita una explicación eminentemente médica para conseguir, en este caso, la mejor visión de las cosas. A su vez, la parte histórica, estará a cargo de José Francisco Coello Ugalde, Maestro en Historia.

Este trabajo que ya se ve, tiene su fuerte carga de historia junto con el lenguaje así como el hacer y el quehacer médico, se realiza con el propósito de rendir homenaje a los galenos o cirujanos que dedicaron su vida, sus conocimientos y destrezas quirúrgicas a la atención de las heridas por cuerno de toro.

Por otro lado, queremos reconocer desde aquí al Hospital Juárez de México, como centro de atención médico-quirúrgica, fundamentalmente la destinada a los toreros heridos en la Plaza El Toreo de la Condesa, de la Ciudad de México. Allí estuvieron presentes un grupo de médicos notables que dedicaron su experiencia en lo particular, a la operación y curación de toreros. Entre otros, se encuentran los siguientes: Carlos Cuesta Baquero, Francisco de Paula Millán, José María Gama, Rosendo Amor Esparza, Tarquino R. González, José Rojo de la Vega y Javier Ibarra Montes de Oca. Conviene recordar que este Hospital se fundó el 16 de agosto de 1847 al librarse una orden para que “se ponga a disposición del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de México el local del Colegio de San Pablo, el que ha sido destinado para hospital”, siendo el General Manuel Lombardini, Jefe del Ejército de Oriente quien giró tal orden. Bajo ese propósito, se procedió a improvisar el hospital de sangre. Los claustros se convirtieron en enfermerías, “cerrándose con adobe los arcos de los corredores;” y mediante otra orden del general Lombardini, se usó parte de la madera de la plaza de toros[1] contigua al nominado colegio. Con vigas y puertas de las lumbreras se improvisaron las camas que sirvieron para atender a los heridos de la famosa batalla de Padierna, sostenida entre las fuerzas invasoras norteamericanas comandadas por el General Winfield Scott y las fuerzas nacionales mexicanas dirigidas por el General Gabriel Valencia. Se da como fecha de apertura del hospital el 20 de agosto de 1847, día que se reciben los primeros heridos.[2]

Del mismo modo, el agradecimiento se extiende al Sanatorio del Dr. Javier Ibarra Montes de Oca, ubicado en la calle de Salamanca, frente a la plaza de toros “El Toreo”; el Hospital “Francés” localizado en la colonia Doctores, al Sanatorio Ramón y Cajal, ubicado en la Col. del Valle, donde operaban doctores como Javier Rojo de la Vega, Tirso y José Cascajares. Al Sanatorio de los Toreros Santa María de Guadalupe, hoy Sanatorio Moisés Lira, ubicado en el cruce de las calles de Boston y Cincinnati, Col. Nochebuena, Alcaldía Benito Juárez. Este nosocomio fue inaugurado por el entonces secretario general de la Unión Mexicana de Matadores y Novilleros el matador Luis Castro “El Soldado” un 11 de junio de 1947. Recordamos la “Central Quirúrgica”, ubicada muy cerca de la célebre fuente de la “Cibeles” en la colonia Roma, donde operó el Dr. Xavier Campos Licastro. La “Clínica Londres”, donde intervino el Dr. Antonio Salcedo Coppola, al “Hospital ABC” y al “Hospital Ángeles Mocel”, donde realiza cirugías el Dr. Rafael Vázquez Bayod, y al “Sanatorio Durango”, donde trata quirúrgicamente las heridas por cuerno de toro, el Dr. Jorge Uribe Camacho…, así como todos aquellos espacios donde la humana presencia de médicos y enfermeras han salvado la vida de otros tantos protagonistas que, por circunstancias muy especiales, decidieron tomar el camino de la tauromaquia.

He aquí pues, un trabajo de novedosa temática y manufactura que concebimos bajo la idea de que se convierta en una valiosa aportación, debido a que se encuentra reunida en una sola obra tal cantidad de información que atiende casos tan particulares como los de percances y heridas, a saber: varetazos, puntazos y cornadas (cerradas y abiertas), curaciones, cirugías, etc. Labor que exigió un dedicado camino de investigación, así como de la interpretación científica que supone la lectura del médico o cirujano, aderezada con su respectivo tratamiento histórico. No olvidamos que se incluye una rica e importante selección iconográfica, la cual es un valioso ingrediente, por eso su abundante presencia.

Agradecemos el interesante trabajo que el Dr. Pedro Martínez Arteaga aporta a este propósito editorial y donde es posible, gracias al necesario equilibrio de fuerzas, comprender qué pasa con “La cinemática del trauma en las cornadas propinadas por el toro de lidia”.

Es importante advertir que esta obra considera las etapas del virreinato, siglo XIX, XX y XXI, con todos sus complementos tal cual se podrán conocer en el índice correspondiente. Destacamos los casos documentados, así como aquellos registros que fueron localizándose a lo largo de esta investigación. A lo anterior, debemos advertir la presencia de un Glosario que abarcan términos médicos y taurinos.

No quisiéramos terminar sin agradecer desde aquí la colaboración de Gastón Ramírez Cuevas, taurino si los hay, y cuyo “avío” consistió en la traducción de algunos textos originalmente escritos en francés, y que desvelan, al menos así podemos concluir, el primer caso de heridas por cuerno de toro cuya atención derivó en un informe que se remonta al año de 1864. Del mismo modo, nos sentimos afortunados en haber recibido el apoyo de Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana, a cuyo frente se encuentra D. Juan Pablo Corona Rivera. A Óskar Ruizesparza por todos sus comentarios, apreciaciones artísticas y mediación para publicar este libro. Al Dr. José Luis Martínez Rodríguez, anestesiólogo de la plaza de toros de “San Marcos” y la “Monumental”, en Aguascalientes. Finalmente, destacamos el apoyo del Dr. Pedro Martínez Arteaga, Médico Veterinario Zootecnista, quien ha manejado por muchos años una serie de técnicas que complementan, entre otros aspectos, la cinemática del trauma (binomio toro-torero).

Los autores

 Dr. Raúl Aragón López, y

Mtro. en H. José Francisco Coello Ugalde.


[1] Se refiere a la Real Plaza de toros de San Pablo, ubicada en el barrio del mismo nombre, situado en la manzana que ahora limitan las calles de San Pablo, Topacio, Jesús María y Fray Servando Teresa de Mier, en el centro de la ciudad de México. Funcionó por varias épocas entre los años de 1788 y hasta 1858, aproximadamente. Fue derribada en1861.

[2] Rómulo Velasco Ceballos: El hospital Juárez: antes hospital de San Pablo. Comp. y texto de (…). México, s.l.e., 1934. XV+150 p. Ils., p. 1-8.

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VICENTE OROPEZA: EL MEJOR CHARRO DEL MUNDO.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Antonio Navarrete Tejero: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs.

De entre las diversas biografías que he venido trabajando, incluyo una de ellas que aún sin terminar, ya va dando idea sobre quién fue en la realidad Vicente Oropeza, charro y picador de toros.

Nació y murió en la ciudad de Puebla (1858-1923).

Gracias a la generosa aportación del Sr. Carlos Rafael Campos Martínez, descendiente del personaje del que se intenta dar un perfil, es como se ha logrado encontrar una nueva visión sobre el mismo.

Ya desde los 23 años de su edad figura como personaje destacado, pues en 1881 un grupo de amigos suyos, lo reconoce con el obsequio de una pistola en la que, en la “cacha”, y en su parte inferior quedó grabado el siguiente testimonio: “Para el mejor charro DON VICENTE OROPEZA. De sus amigos LOS CHARROS. MÉXICO, 1881”.

Por otro lado, los primeros datos como varilarguero se remontan a noviembre de 1885, aunque también podría ser algunos años antes, de acuerdo al hecho de que habiendo nacido en 1858, y como veremos a continuación, hubo cierto acontecimiento ocurrido en Tlalnepantla, en 1876, teniendo él 18 años y pudiendo ser ya un charro consumado, asunto que se reconoció como ya vimos, por sus amigos cercanos cinco años después.

Por las imágenes que se incluyen en este intento biográfico, se percibe a un individuo de mediana estatura, de buena salud, robusto e incluso corpulento, lo que deja ver que tales atributos físicos los explotaba perfectamente en labores cotidianas relacionadas con la práctica del toreo, el jaripeo, el coleo y un constante desempeño en actividades rurales, factor predominante que distinguió a muchos picadores de aquellas épocas, los cuales se vincularon como vaqueros, caballerangos y hasta como administradores de ciertos encargos directamente ordenados por el propietario de aquellas tierras, por extensión, el hacendado.

Recordando el asunto en Tlalnepantla, es la Dra. Clementina Díaz y de Ovando, quien en su libro Carlos VII EL PRIMER BORBÓN EN MÉXICO, relata el siguiente acontecimiento.

   El domingo 11 (de junio de 1876) don Carlos asistió en Tlalnepantla a una corrida de toros. Muy príncipe, pero llegó a su palco como cualquier plebeyo, entre pisotones y empujones. La gente de sol lo ovacionó a su manera gritándole indistintamente; ¡don Carlos! O ¡don Borbón! Los bichos resultaron bravos, un picador y un banderillero se lucieron, y “un chulillo hábil y valiente manejó la capa como el barón Gostkowski el claque”.

   Don Carlos estuvo muy cordial con los que le ofrecieron la fiesta, llamó a su palco al banderillero y al picador (y al propio Bernardo Gaviño, primer espada en aquel cartel), y los premió con esplendidez. El picador bien lo merecía ya que realizó toda una proeza, según reseñó La Revista Universal el 13 de junio:

   La hazaña del picador merece contarse: embistió el toro y resistió el de a caballo bravamente; ni él se cansaba de arremeter; ni el hombre de resistir; al fin, desmontándose hábilmente sin separar la pica de la testuz, el picador se deslizó del caballo, se precipitó entre las astas del toro, soltó la púa, se aferró con los brazos y las piernas de la cabeza del animal, y mantuvo todavía algunos minutos completamente dominado y sujeto contra el suelo por un asta. El de la hazaña fue objeto de grandes ovaciones: ¡si al menos el mérito de la lucha hubiera salvado al mísero animal!

 Y es que Vicente era quizá el único en hacer este tipo de locuras, lo cual hizo crecer su fama rápidamente.

Entre los picadores de toros que se conocían por aquellos años, y gracias a la información ubicada en El Arte de la Lidia (particularmente entre 1884 y 1887), aparecen los nombres de toreros, banderilleros, picadores y ganaderías que por entonces estaban vigentes, y con quienes se podían realizar contrataciones. En dicha relación, no aparece el nombre de Vicente Oropeza, aunque sí el de varios de sus compañeros en dichas lides. Me refiero a Vicente Conde, “El Güerito Conde”, el “Negrito Conde”, Antonio Mercado “Santín”, José María Mota “El hombre que ríe”, Rea, José María Merodio y Anastasio Hernández. Además de estos personajes, también figuraban: Ireneo García, Francisco Anguiano, José María Mesa, Cándido Reyes, anterior a Arcadio Reyes “El Zarco”, moreliano que aprendió a la perfección el “estilo español” y acompañó a Diego Prieto “Cuatrodedos” en una gira a la ciudad de Lima y demás poblaciones peruanas. Ramón Mercado “Cantaritos”, Gerardo Meza “El Gorrión”, José María Ramírez “La Monita”, Eutimio Martín, Eulogio Figueroa, Jesús y José Acosta, Salomé Reyes, natural de la hacienda de Atenco. José Coyro “Coyrito” y José o Francisco Lazalde “El Flamenco”, Juan Vargas “Varguitas”, Anastasio Guerrero, Anastasio Hernández, y Celso González.

Todos los picadores mexicanos tenían la excelente cualidad de ser consumados caballistas. Provenían del campo, de las fincas rurales nombradas “Haciendas”. Allí tenían la ocupación de las faenas campiranas, consistentes en domar potros y arrendarlos, conducir ganado de un sitio a otro, llevándolo a “potreros” adecuados. En estas ocupaciones se hicieron caballistas y perdieron el temor a los toros bravos.

Traían las “corridas” a las plazas de toros y por ello les nació el deseo de ser picadores. Teniendo las dotes requeridas de valor habilidad de caballistas prontamente lograban su propósito, hallando sitio en la cuadrilla de algún espada. Entonces aprendían lo restante del oficio de picador o sea la parte tauromáquica. Los consejos y ejemplo de los compañeros ya veteranos, servían al neófito en mucho. Pero las “haciendas” eran el almácigo de “picadores”. Lo anterior, de acuerdo a lo escrito por Carlos Cuesta Baquero, célebre periodista de la época.

Como se sabe, Vicente Oropeza, junto con Celso González, acompañaron a Ponciano Díaz en su aventura por España y Portugal, entre julio y octubre de 1889.

   Precisamente un día como hoy, 17 de octubre pero hace 129 años, Vicente Oropeza, al igual que Ponciano Díaz, recibió la «alternativa», junto con el también picador Eduardo Blanco “Riñones”, español de origen. Era una ceremonia que se realizaba en forma ya establecida y que se perdió con los años.

   En aquella ocasión, los españoles tuvieron oportunidad de conocer las habilidades que hombres del campo extendían en la plaza de toros misma, lo que permite constatar el diálogo permanente habido en los ámbitos rural y urbano como forma de un ejercicio que consistía en su contacto con el ganado mayor, el cual era importante manejar desde el caballo, lo mismo para arrearlo, que para lazarlo en circunstancias que así lo obligaran. De esto y más Vicente debe haber sido un hábil vaquero capaz de poner control a las que serían grandes manadas de toros y otros animales, acompañado desde luego de otro buen número de jinetes.

En aquella gira, la cuadrilla encabezada por Ponciano Díaz, fue contratada para actuar en Portugal y ya, de retorno a América en la Habana, Cuba.

De regreso a México esta compañía tuvo oportunidad de presentarse en diversas plazas, sobre todo del centro y norte del país. Es posible por tanto que estando cerca en algún momento con la frontera con los Estados Unidos, algún veedor de la compañía de Búfalo Bill diese cuenta al famoso personaje que, habiendo visto actuar a Ponciano, Celso y Vicente Oropeza, este último representara una pieza importante para los objetivos que perseguían las exhibiciones de aquella famosa “troupe”. El hecho es que Vicente y quizá el propio Celso González hayan sido motivo de una interesante propuesta, lo cual obligó a separarse de Ponciano para emprender un nuevo capítulo: ser integrantes de la compañía de Búfalo Bill. En ese sentido, Claudia Serrano Bello apunta:

En 1894 se reunió en Monterrey un grupo de 12 charros capitaneados por Vicente Oropeza que salieron por primera vez a Nueva York y recorrieron varios lugares de aquel país con grandes éxitos. A Vicente Oropeza los norteamericanos le dieron el calificativo de Campeón de Lazo en el mundo, sorprendidos de la maestría y destreza con que floreaba y lazaba.

   Por su parte, María Alejandra Gómez Camacho nos permite entender ciertas características que rodeaban al propio Búfalo Bill como sigue:

La figura del cowboy, fue idealizada por su habilidad para controlar a los caballos salvajes, así como toda suerte de peripecias que se convirtieron en espectáculo gracias a la comercialización que de ellos hizo Búfalo Bill. Con su espectáculo del Oeste que llevó a varios lugares de México y del mundo, se concretó como símbolo masculino, con su contraparte femenino, la cowgirl.

   Búfalo Bill, quien apareció como héroe del “Salvaje Oeste” en las Dime Novels de fines de 1880, se convirtió en referencia fundamental del héroe del oeste ya que fue el modelo de la leyenda viviente, pues su “original” era un hombre llamado William F. Cody, quien aprovechó el encuentro con Edward Z. C. Judson, cuyo seudónimo de Ned Buntline firmó infinidad de historias de Buffalo Bill, a quien elevó a la altura de “cazador de búfalos, héroe invencible entre hidalgos arrogantes, bandidos y sacerdotes corruptos”.

Les comparto esta imagen, en la que Vicente Oropeza, sonriente y con un sombrero blanco, aparece a la izquierda, mientras que a la derecha, y sentado nos encontramos con el mismísimo “Búfalo Bill”. (Ca. 1900).

   Pasados los años, Vicente regresó a nuestro país y continuó realizando labores en el campo. Parece ser que su experiencia lo convirtió en todo un maestro y así se mantuvo, hasta que le sorprende la muerte en 1923.

FUENTES DE CONSULTA

Claudia Serrano Bello: “Prototipo del caballo cuarto de milla de rienda para reproductor”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán, 2013. Tesis que para obtener el título de Médica Veterinaria Zootecnista presenta (…). 49 p. Ils., fots., grafcs., p. 28-9.

Clementina Díaz y de Ovando: Carlos VII. EL PRIMER BORBÓN EN MÉXICO. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1978. 138 p. Ils., p. 64.

María Alejandra Gómez Camacho: “A Spanish romance of the american southwest: Un rompecabezas alegórico”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, División de Estudios de Posgrado, 2009. Tesis que para obtener el grado de Doctora en Historia del arte presenta (…). 352 p. Ils., fots., grabs., p. 292-3.

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REDESCUBRIENDO A ANTONIO VANEGAS ARROYO.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

  Mariana Masera (coordinadora): Colección Chávez-Cedeño. Antonio Vanegas Arroyo. Un editor extraordinario. 1ª edición. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017. 176 p. Ils.

    En Antonio Vanegas Arroyo. Un editor extraordinario, libro de reciente aparición, sus autores, coordinados por Mariana Masera, se dieron a la tarea de incluir un interesante compendio de aquellos impresos o testimonios conservados celosamente por los herederos del célebre impresor, gesto que ha recaído en Inés Cedeño Vanegas, bisnieta de Antonio y madre a su vez de Jonathan y Cristian Chávez Cedeño, que dan nombre a lo más reciente de este conjunto de obra, como la Colección Chávez Cedeño.

Alrededor de ese largo ejercicio de acopio, que ha tomado más de un siglo de paciente trabajo, se vinieron construyendo diversas historias, dimes y diretes que no permitían tener un horizonte claro al respecto. Hubo incluso, la equivocada idea de que esa colección había sufrido el expolio o el saqueo.

Hoy, entre los descendientes de don Antonio existe la clara idea de compartirlos. Para ello ya se han concebido al menos dos obras. La que Jaddiel Díaz Frene y Ángel Cedeño Vanegas publicaron al comenzar este año: Antonio Vanegas Arroyo, andanzas de un editor popular (1880-1901), obra impulsada por el Colegio de México y la que hoy reseño.

En ese sentido, lo que podemos apreciar es una muy bien organizada colección, integrada por impresos, fotografías familiares, intercambio de correspondencia, pero sobre todo aquellas obras que no han circulado en forma masiva, como la muy famosa “Catrina”, grabado excepcional de José Guadalupe Posada. Además de este célebre artista popular, se encuentran otros trabajos de Manuel Manilla, tan geniales como los del aguascalentense. Ambos, lograron un trabajo inmenso, creativo que sigue admirándonos.

Sorprende enterarse en estas obras sobre el hecho de que quienes heredaron el quehacer del célebre impresor, cobraron conciencia sobre lo valioso de su contenido, siendo uno de ellos, Arsacio Vanegas quien contribuyó desde hace poco más de medio siglo a difundir el quehacer del abuelo, tal y como lo hacía él, además de difundir la figura del patriarca hasta el año 2001 en que fallece. No podemos olvidar el nombre de Arsacio, que además fue un personaje ligado con la lucha libre, y aún más, con labores como entrenador físico. Allí están dos testimonios –los de Fidel Castro y de Ernesto el “Che” Guevara– a quienes preparó antes del célebre desembarco del Granma, la madrugada del 25 de noviembre de 1956, fecha con la que iniciarían las acciones encaminadas al triunfo de la Revolución Cubana que se materializó el 1° de enero de 1959.

Con Arsacio Vanegas se concretaron diversas exposiciones, tanto en el país como fuera del mismo. Las ediciones, aunque editadas en principio para exaltar la obra de Posada o Manilla, al final daban un panorama completo sobre el quehacer que emprendieron ambos creadores al lado del artesano Vanegas Arroyo, nacido en Puebla en 1850 y quien falleció en la ciudad de México 67 años después.

En los más recientes tiempos, nuevas luces al respecto de toda esa labor, quedan definidas en otros tantos trabajos editoriales que, en interminable propósito, nos siguen mostrando el incalculable patrimonio de hojas volantes, cuadernos y otras manifestaciones en las que la cultura popular se nutrió entre fines del XIX y comienzos del XX.

Cabe la posibilidad de mencionar el hecho de que gracias a Vanegas Arroyo, la obra de Posada y Manilla, así como otros artistas que no trascendieron tanto como estos dos hacedores magníficos, hubo forma de que ojos sensibles como los de Jean Charlot, Diego Rivera, Antonio Rodríguez, Mercurio López Casillas o Agustín Sánchez González, entre otros, no habrían tenido elementos suficientes para desarrollar la obra complementaria, de anotación y reflexión. Análisis y compendio que supone reunir el todo de aquel ejercicio cotidiano que con buril en mano emprendieron José Guadalupe y Manuel.

Desde luego, que el último trabajo, el que estuvo bajo la mirada de Mariana Masera, tiene la virtud de reunir testimonios orales de diversos integrantes de la rama Vanegas Arroyo, así como de una cuidadosa selección de piezas, en las que conviene mencionar aquellas donde ni Posada ni tampoco Manilla; mucho menos Antonio Vanegas, omitieron el tema taurino, intensificado a partir de la difusión masiva de aquellas “hojas de papel volando”. Entre otras muestras, allí están, ante nuestros ojos los versos de “Vaya un torito embolado que al comercio ha revolcado”, o “La sensacional cogida y muerte del famoso torero español Antonio Montes”. De igual forma, aparece la portada del cuadernillo “Apuntes para el toreo”, prontuario dedicados a los aficionados a la tauromaquia, extractado de lo que sobre el arte escribieron los famosos diestros Pepe Hillo, Montes, Domínguez y otros modernos maestros. ¡¡Precios módicos!! Apreciamos la encantadora portada de uno de los pequeños ejemplares, pertenecientes a la Galería del Teatro infantil que lleva el título “Una corrida de toros o el amor de Luisa”. También aparecen los retratos de Juan León “El Mestizo” y Francisco Jiménez “Rebujina”, elaborados por Posada y que luego se incluyeron en la célebre edición de “Historia del toreo en México” de Domingo Ibarra, publicada en 1887, de la que hay una reciente edición facsimilar producida en Valladolid, España en 2015. También puede ubicarse entre las más recientes herramientas digitales ofrecidas, en este caso, por la Biblioteca “México”.

En 1886, y con motivo de la muy dolorosa muerte que sufrió Bernardo Gaviño, se aprecia la portada de esa hoja que reúne los “Verdaderos y últimos versos de Bernardo Gaviño” con una composición de Manilla. Del mismo artista, se reproduce el “Glorioso éxito de Ponciano Díaz y de sus valientes charros en las plazas de Madrid”, que recrean las triunfales presentaciones de esta pequeña compañía entre julio y octubre de 1889 en diversos ruedos hispanos y hasta portugueses. Y desde luego la interesante reproducción de uno de los muchos títulos que comprendieron la colección de canciones modernas. Este corresponde al año de 1895 y en su portada puede apreciarse la figura –en óvalo-, de Ponciano Díaz, acompañada de otros elementos decorativos que elaboró José Guadalupe Posada, seguramente un entusiasta más de la figura de aquel ídolo que, para el año de la publicación aquí referida, ya había entrado en notoria decadencia.

A todo lo anterior, el resto de las ilustraciones son una delicia. Y junto a estas, algunos retratos en los que puede admirarse a don Antonio Vanegas Arroyo, aquel impresor, que ya entrado en años, nos deja ver a un respetuoso señor, vestido con elegancia y tocado de un sombrero de bombín y su infaltable barba que sella, como quedó sellada su mejor descripción, aquella que se titula “Aquí está la calavera del editor popular A. Vanegas Arroyo… Río, Charco, Alberca, Acequia, Pozo, Alcantarilla, Atarjea, Regadera, Jeringa, etc., etc., etc.”, de la que, para finalizar se recogen los primeros versos:

Aquí está la calavera

Del editor popular,

Que merece figurar

Entre muertos de primera,

Y si esto les pareciera

Vanidosa pretensión,

Oigan la peroración

De un elocuente fantasma,

Y si no les entusiasma…

Merecen un coscorrón.

 Hasta la próxima.

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SOBRE UN ROMANCE TAURINO ESCRITO POR SALVADOR NOVO.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Dibujo de Federico García Lorca, aparecido en la correspondencia que este gran poeta sostuvo con Salvador Novo en 1933.

   El entonces joven y ya reconocido Salvador Novo (1904-1974), impulsado por el grupo de “Los Contemporáneos”, no dejaba de escribir. Como veremos a continuación, guardaba relativa correspondencia con otro célebre poeta, que ya gozaba del tributo popular. Me refiero a Federico García Lorca. Por razones particulares, apareció el tema de los toros, con el que Novo no simpatizaba. Sin embargo, sus conversaciones epistolares “tocaron” el tema de los toros, por lo que en 1933, Salvador decide dedicarle un “Romance” a Federico que dio pie a otras circunstancias, como se verá al final del mismo.

También, y como consecuencia de la tragedia que sufrió Ignacio Sánchez Mejías en 1935, el asunto que ahora planteo en esta colaboración, aparece Rafael Alberti.

 ROMANCE DE ANGELILLO Y ADELA.

 A Federico García Lorca.

 

Ella venía de México

-quietos lagos, altas sierras-,

cruzara mares sonoros

bajo de nubes inciertas:

por las noches encendía

su mirada en las estrellas.

Iba de nostalgia pálida,

iba de nostalgia enferma,

que en su tierra se dejaba

amores para quererla

y en su corazón latía

amarga y sorda la ausencia.

Él se llamaba Angelillo

-ella se llamaba Adela-,

él andaluz y torero

-ella de carne morena-,

él escapó de su casa

por seguir vida torera;

mancebo que huye de España,

mozo que a sus padres deja,

sufre penas y trabajos

y se halla solo en América.

Tenía veintidós años

contados en primaveras.

Porque la Virgen lo quiso,

Adela y Ángel se encuentran

en una ciudad de plata

para sus almas desiertas.

porque la Virgen dispuso

que se juntaran sus penas

para que de nuevo el mundo

entre sus bocas naciera,

palabra de malagueño

-canción de mujer morena-,

torso grácil, muslos blancos

-boca de sangre sedienta.

Porque la Virgen dispuso

que sus soledades fueran

como dos trémulos ríos

perdidos entre la selva

sobre las rutas del mundo

para juntarse en la arena,

cielo de México oscuro,

tierra de Málaga en fiesta.

¡Ya nunca podrá Angelillo

salir del alma de Adela!

 

Salvador Novo (24 de diciembre de 1933).

    Localizado felizmente este poema, su contenido tiene una fuerte carga erótica destinada a estimular el amor homosexual habido entre dos importantes creadores cuyas personalidades están marcados por el que para la época en que se conocieron estaba convertido en todo un prejuicio, lo que trajo por consecuencia entre uno y otro el escándalo. Sin embargo, el mensaje subliminal que encierran todos y cada uno de los versos plantea un discurso que, al decodificarlo, es posible encontrar diversos elementos que ponen en claro la razón del Romance.

Jaime Valender en Invenciones y Ensayos, publicado en Cuadernos hispanoamericanos Nº 548 de febrero de 1996 (p. 7-20), incorpora un texto denominado: “Cartas de Salvador Novo a Federico García Lorca”, y con ello intentaré el siguiente análisis.

Es curioso, pero como apunta Valender, “a Novo no le gustaban en absoluto los toros, pero, a pesar de ello, no pudo oponer resistencia ante una lógica tan impecable”. En el curso de 1933 Lorca y Novo se conocen en Río de la Plata y en esos precisos momentos Salvador escribe el presente “Romance”, mismo que publicó ya en nuestro país y en una limitadísima tirada de 15 ejemplares el 31 de enero de 1934. En el encuentro rioplatense culminó el anhelo que uno y otro desplegaron en cartas, en largos tiempos de espera hasta que llegó un momento en que recordando Novo la manera en cómo enseñó a Lorca los versos de la antigua canción La Adelita, y cómo este los recordaba en tanto tuvo ocasión de encontrarse con aquel, finalmente Salvador no pudo resistirse al hecho de retomar al personaje femenino, hacerlo suyo, convertirse en ella-el y trasvasarlos al que fue su doble “Romance”.

El amor homosexual demostrado por estos dos personajes no pudo expresarse de otra manera que a partir de algún aislado encuentro, pero sobre todo a partir de una limitada correspondencia en la que uno y otro ansían otra ocasión que ya no fue posible por las diversas circunstancias que enfrentaron. Novo intentó como última alternativa, -ya para el inicio de 1935- proponerle a Lorca ir a vivir una temporada a España debido al hecho que no encontraba razones para hacerlo en México, dadas las circunstancias en las que el funcionario público Salvador Novo fue cesado de su puesto en la secretaría de Educación Pública, justo en el año del inicio del sexenio del Gral. Lázaro Cárdenas, en el cual habían sido anunciadas no “sólo reformas sociales muy radicales, sino también una política cultural de orientación netamente nacionalista”. Por tal razón, Novo, muchos años después confesó: “Personalmente no conocí a Cárdenas durante su administración. Sin embargo conocí los efectos de su estancia en el Palacio Nacional: me zafó de la burocracia”.

Tiempo atrás a este hecho, y en carta que Salvador envía a Federico el 11 de diciembre de 1933, le solicita nuestro autor al ponderado creador de “Poeta en Nueva York” que le obsequie un dibujo en unos términos muy peculiares:

Querido Federico:

   He vuelto a estar enfermo, claro, porque me han faltado tus conjuros: hazlos, por favor, a distancia. Desde la cama –sólo [sic]- y con fiebre y con calentura, no he podido escribirte, pero tú sabes bien que en el fondo hay una pasión loca furiosa de atar. ¿Cuándo vendrás a Montevideo, en donde ya se encuentra tu embajadora? Hoy recibí pruebas de mi poema que imprimirá Colombo en B[uenos] A[ires] y para el que Molinari te forzó a prometerme un dibujo. ¿Lo harás? Algo así como un marinero, o una verga marina, o el mar o lo que se te dé la chingada gana, pero ya, en este momento, porque ahí son lentos para trabajar, y entrégaselo a Molinari, a quien le escribo ahora para rogarle que se encargue de vigilar la edición. Ah, y mándame un romancero gitano-argentino para mi colección de incunables. Mi hotel es Gran Hotel. Ahí han estado, según confesión de mi mucama, Novelli, Anatole France… y Tina de Lorenzo.

   Te abrazo.

Salvador.

   Tal apunte, hasta donde puedo comprender, acompañaría la edición que finalmente salió a la luz pública, en cantidad de 15 ejemplares, bajo el sello de la Imprenta Mundial, de la ciudad de México en 1934.

Pues bien, como resultado de dicha misiva, Federico contestó como ya pudimos apreciarlo al comienzo de estas notas.

   El asunto que viene analizándose, con la incorporación del valioso poema de Salvador Novo, tiene un amplio despliegue informativo en el texto de James Valender que ya he citado en su parte respectiva. Dicho ensayo muestra con muchísimo detalle la manera en cómo se conocieron y se trataron Salvador Novo y Federico García Lorca. También se da a conocer toda la correspondencia sostenida entre ambos, pero en el fondo, destaca el trato entrañable habido entre ambos.

Tres años más tarde, y bajo los días más intensos de la guerra civil en España, Federico fue asesinado. Antes ya había escrito el “Llanto por la muerte de Sánchez Mejías” que alcanzó a convertirse desde ese momento en un poema universal. Ignacio Sánchez Mejías, que había regresado a los toros, actuó la tarde del 13 de agosto de 1934 en la plaza de Manzanares. Ignacio había sido mecenas de la “Generación del 27” a la que pertenecieron, entre otros, el propio García Lorca y también otro célebre autor: Rafael Alberti. El gaditano, por razones muy especiales, se encontraba en México en agosto de 1935, y justo al año de ocurrida la tragedia que enfrentó Sánchez Mejías, terminaba ese otro gran poema cuyo título es “Verte y no verte”, cuya rúbrica causa profunda curiosidad: Plaza de toros EL TOREO / México, 13 de agosto 1935.

¿Se tratará entonces de un poema mexicano?

 

Disponible en internet: http://www.bibliotoro.com/index.php

 VERTE Y NO VERTE

A IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS

ELEGÍA

EL TORO DE LA MUERTE

 

Antes de ser o estar en el bramido

que la entraña vacuna conmociona,

por el aire que el cuerno desmorona

y el coletazo deja sin sentido;

 

En el oscuro germen desceñido

que dentro de la vaca proporciona

los pulsos a la sangre que sazona

la fiereza del toro no nacido;

 

Antes de tu existir, antes de nada,

se enhebraron un duro pensamiento

las no floridas puntas de tu frente;

 

Ser sombra armada contra luz armada

escarmiento mortal contra escarmiento,

toro sin llanto contra el más valiente.

 

(Por el mar Negro un barco

va a Rumanía.

por caminos sin agua

va tu agonía.

Verte y no verte.

yo, lejos navegando,

tú, por la muerte).

 

Las alas y las velas,

se han caído las alas,

se han cerrado las alas,

sólo alas y velas resbalando por la inmovilidad crecida de los

ríos,

alas por la tristeza doblada de los bosques,

en las huellas de un toro solitario bramando en las marismas,

alas revoladoras por el frío con punta de estocada en las

llanuras,

sólo velas y alas muriéndose esta tarde.

Mariposas de rojo y amarillo sentenciadas a muerte,

parándose de luto,

golondrinas heladas fijas en los alambres,

gaviotas cayéndose en las jarcias,

jarcias sonando y arrastrando velas,

alas y velas fallecidas precisamente hoy.

 

Fue entonces cuando un toro intentó herir a una paloma,

fue cuando corrió un toro que rozó el ala de un canario,

fue cuando se fue el toro y un cuerno entonces dio la vuelta

por tres veces al ruedo,

fue cuando volvió el toro, llevándolo invisible y sin grito en

la frente.

 

¡A mí, toro!

 

(Verónicas, faroles,

velas y alas.

yo en el mar, cuando el viento

los apagaba.

Yo, de viaje.

Tú, dándole a la muerte

tu último traje).

 

EL TORO DE LA MUERTE

 

Negro toro, nostálgico de heridas,

corneándole al agua sus paisajes,

revisándole cartas y equipajes

a los trenes que van a las corridas.

 

¿Qué sueñas en tus cuernos, qué escondidas

ansias les arrebolan los viajes,

qué sistema de riegos y drenajes

ensayan en la mar tus embestidas?

 

Nostálgico de un hombre con espada,

de sangre femoral y de gangrena,

si el mayoral ya puede detenerte.

 

Corre, toro, a la mar, embiste, nada,

y a un torero de espuma sal y arena,

ya que intentas herir, dale la muerte.

 

(Mueve el aire en los barcos

que hay en Sevilla,

en lugar de banderas,

dos banderillas.

Llegando a Roma,

ví de banderillas

a las palomas).

 

¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?

 

Los pies pisan la muerte,

poco a poco los pies andan pisando ese camino

por donde viene acompañada o sola,

visible o invisible, lenta o veloz,

la muerte.

 

¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?

 

Me va a coger la muerte en zapatillas,

no en zapatillas para el pie de baile,

no con tacón para esas tablas donde también

suele temblar la muerte con voz sorda de pozo,

voz de cueva o cisterna con un hombre no se sabe si ahogado,

voz con tierra de ortigas y guitarra.

 

¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?

 

Unos mueren de pie, ya con zapatos o alpargatas,

bien bajo el marco de una puerta o de una ventana,

también en medio de una calle con sol y hoyos abiertos,

otros…

 

Me va a coger la muerte en zapatillas,

así, con medias rosas y zapatillas negras me va

a matar la muerte.

¡Aire!

 

¿Para qué os quiero, pies, para qué os quiero?

 

(Por pies con viento y alas,

por pies salía

de las tablas Ignacio

Sánchez Mejías.

¡Quién lo pensara

que por pies un torillo

lo entablara!)

 

EL TORO DE LA MUERTE

 

Si ya contra las sombras movedizas

de los calcáreos troncos impasibles,

cautos proyectos turbios indecibles

perfilas, pulimentas y agudizas;

 

Si entre el agua y la yerba escurridizas,

la pezuña y el cuerno indivisibles

cambian los imposibles en posibles,

haciendo el aire polvo y la luz trizas;

 

Si tanto oscuro crimen le desvela

su sangre fija a tu pupila sola,

insomne sobre el sueño del ganado;

 

Huye, toro tizón, humo y candela,

que ardiendo de los cuernos a la cola,

de la noche saldrás carbonizado.

 

(En la Habana la sombra

de las palmeras

me abrieron abanicos

y reboleras.

Una mulata,

dos pitones en punta

bajo la bata.

 

La rumba mueve cuernos,

pases mortales,

ojos de vaca y ronda

de sementales.

Las habaneras,

sin saberlo, se mueven

por gaoneras.

 

Con Rodolfo Gaona,

Sánchez Mejías

se adornaba la muerte

de alegorías:

México, España,

su sangre por los ruedos

y una guadaña.

 

Los indios mexicanos

en El Toreo,

de los ¡olés! Se tiran

al tiroteo.

¡Vivan las balas,

los toros por las buenas

y por las malas!

 

Ya sus manos, Gaona,

paradas, frías,

te da desde la muerte

Sánchez Mejías.

Dale, Gaona,

tus manos, y en sus manos,

una corona).

 

¿Qué sucede, qué pasa, qué va a pasar,

qué está pasando, sucediendo, qué pasa,

qué pasó?

 

La muerte había sorbido agua turbia en los charcos que ya no

son del mar,

pero que ellos se sienten junto al mar,

se había rozado y arañado contra los quicios negros de los

túneles,

perforado los troncos de los árboles,

espantado el silencio de las larvas,

los ojos de las orugas,

intentando pasar exactamente por el centro a una hoja,

herir,

herir el aire del espacio de dos piernas corriendo.

la muerte mucho antes de nacer había pensado todo esto.

 

Me buscas como al río que te dejaba sorber sus pasajes,

como a la ola tonta que se acercaba a ti sin comprender quien

eras

para que tú la cornearas.

Me buscas como a un montón de arena donde escarbar un hoy,

sabiendo que en el fondo no va a encontrar agua,

no vas a encontrar agua,

nunca jamás tú vas a encontrar agua,

sino sangre,

no agua,

jamás,

nunca.

 No hay reloj

no hay ya tiempo,

no existe ya reloj que quiera darme tiempo a salir de la muerte.

 

(Una barca perdida

con un torero,

y un reloj que detiene

su minutero.

Vivas y mueras,

rotos bajo el estribo

de las barreras).

 

EL TORO DE LA MUERTE

 

Al fin diste a tu duro pensamiento

forma mortal de lumbre derribada,

cancelando con sangre iluminada

la gloria de una luz en movimiento.

 

¡Qué ceguedad, qué desvanecimiento

de toro, despeñándose en la nada,

si no hubiera tu frente desarmada

visto antes de nacer su previo intento!

 

Mas clavaste por fin bajo el estribo,

con puntas de rencor tintas en ira,

tu oscuridad, hasta empalidecerte.

 

Pero luego te vi, sombra en derribo,

llevarte como un toro de mentira,

tarde abajo, las mulas de la muerte.

 

(Noche de agosto arriba

va un ganadero,

sin riendas, sin estribo

y sin sombrero.

decapitados,

toros negros, canelas

y colorados).

 

Se va a salir el río y ya no veré nunca el temblor de los

juncos,

va a rebosar el río paralizando el choque de las cañas,

desplazando como una irresistible geografía de sangre que

volverá los montes nuevas islas,

los bosques nuevas islas,

inalcanzables islas cercadas de flotantes tumbas de toros

muertos,

de empinados cadáveres de toros,

rápidas colas rígidas que abrirán remolinos,

lentos y coagulados remolinos que no permitirán este descenso,

este definitivo descenso necesario que le exigen a uno

cuando ya el cuerpo no es capaz de oponerse a la atracción

del fondo

y pesa menos que el agua.

 

Desvíeme esos toros,

mire que voy bajando favorecido irremediablemente por el

viento,

tuérzale el cuello al rumbo de esa roja avalancha de toros

que le empujan,

déjeme toda el agua,

le pido que me deje para mí solo toda el agua,

agua libre,

río libre,

porque usted ya está viendo, amigo, cómo voy,

porque usted viejo amigo, está ya comprendiendo adónde voy,

ya estás, amigo, estás olvidándote casi adónde voy,

amigo, estás, amigo…

 

Había olvidado ahora que le hablaba de usted, no de tú, desde

siempre.

 

(¿De dónde viene, diga,

de dónde viene,

que ni el agua del río

ya le sostiene?

-Voy navegando,

también muerto, a la isla

de San Fernando).

 

DOS ARENAS

 

Dos arenas con sangre, separadas,

con sangre tuya al son de dos arenas

me quemarán, me clavarán espadas.

 

Desunidas, las dos vendrán a unirse,

corriendo en una sola por mis venas,

dentro de mí para sobrevivirse.

 

La sangre de tu muerte y la otra, viva,

la que fuera de ti bebió este ruedo,

gloriosamente en unidad activa.

 

Moverán lunas, vientos, tierras, mares,

como estoques unidos contra el miedo:

La sangre de tu muerte en Manzanares,

la sangre de tu vida

por la arena de México absorbida.

 

(Verte y no verte,

yo, lejos navegando,

tú, por la muerte).

 

Plaza de toros EL TOREO

México, 13 de agosto 1935

Rafael Alberti.

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