Archivo mensual: febrero 2019

MÁS ALLÁ DE WOLFF.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

He aquí el prodigio al que me referiré más adelante:

Manuel Rodríguez «Manolete» interpretando un pase natural con la izquierda de magnífica manufactura. En: Antonio Abad Ojuel (seud. Don Antonio) y Emilio L. Oliva Paíto: LOS TOROS. Prólogo de Antonio Díaz-Cañabate. Barcelona, Librería Editorial Argos, S.A., 1966. 463 p. Ils., retrs., facs., p. 276.

Días atrás, estuvo en nuestro país el filósofo galo Francis Wolff, para presentar, junto con Aarón Fernández y Jesús Muñóz “Un filósofo en la arena. El fin de una pasión”, documental en el que el autor de “50 razones para defender la corrida de toros”, “Filosofía de las corridas de toros”, el “Pregón taurino de Sevilla 2010”, o “Seis claves del arte de torear”, expresa su sentir sobre los significados que pueden manifestarse desde la teoría filosófica que él lidera. Profesor en la Sorbona de París, ha sumado reconocimiento y se posiciona en lugar de privilegio.

Sin embargo, no podemos olvidar que, entre otros, también existen algunos filósofos como José Ortega y Gasset, Víctor Gómez Pin, españoles. O el caso del Dr. En Filosofía Jesús Flores Olague así como de la Maestra en Filosofía y actualmente Dra. en Antropología Natalia Radetich Filinich, ambos mexicanos. Me parece razonable en esta ocasión, tratar el caso específico de Natalia, quien además, tiene la virtud de que en su tesis de maestría, deja ver todo un despliegue de conocimiento que no le pide nada a Wolff mismo. Veamos.

Estamos frente a la primera tesis que, desde el territorio de la filosofía se ha elaborado en torno al tema de la tauromaquia en México. Su autora, Natalia Radetich Filinich elaboró un trabajo académico de altísimo valor teórico en el que revisa y postula una serie de elementos relacionados fundamentalmente con uno de los más profundos misterios que emanan del toreo mismo. Me refiero al sacrificio del toro y en ello, le fue la vida al hacer extenso ejercicio hermenéutico, cognoscitivo y especulativo en torno a tamaño asunto. Ejercicio nada fácil si el tema tiene entre sus textos a ciertos “clásicos” como George Bataille, José Bergamín, Jacques Derrida o Michael Leiris cuyas ideas, como catedrales no habían sido puesta a revisión, en este caso por una inteligente pensadora, sabiendo que este aporte, desde México, le vendría muy bien para enriquecer, desde la filosofía su propia mirada al respecto del asunto que nos convoca.

En el todo de su tesis, estructura un índice impecable. A saber:

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

  1. LA PLAZA DE TOROS: RECINTO SACRIFICATORIO
  2. EL TORO: VÍCTIMA SACRIFICIAL, ESPECTRO DE LA DISOLUCIÓN

 

            La encornadura

            La potencia sexual y vital

            La animalidad

 

III. EL TORERO: SACRIFICADOR, FIGURA DEL UMBRAL

            La posición o el lugar del torero

            Miedo, valor, serenidad

            El erotismo

            Cuerpo bello, cuerpo lacerado

 

  1. NOTAS SOBRE EL SACRIFICIO

            El desprecio por el sacrificio

            La pregunta por el sacrificio

            Lo más extraño que tiene la existencia humana

            El sacrificio como crítica del trabajo

            Dos rasgos sacrificiales de la tauromaquia

 

                        a)El pase tauromáquico

b)El sacrificio del toro

el sacrificio taurómaco como sacrificio sin dios

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ICONOGRÁFICO

La culminación en sus afanes, es lograda en la parte II: El toro: víctima sacrificial, espectro de la disolución, donde hace alarde de ese complejo ejercicio interpretativo hermenéutico que no les es dado más que a unos cuantos.

Lo anterior, a partir de una imagen, aquella que corresponde a un impecable trabajo interpretativo, como hacía mucho tiempo no se daba a conocer algo de tan elevada calidad.

De lo demás, se encarga la autora.

Luego, a lo largo del texto decanta muchas de sus inquietudes sobre los significados del toro, pero sobre todo del sacrificio en cuanto tal. Por ejemplo, nos dice, en la página 14:

“En este tenor, el sacrificio taurómaco es un sacrificio paradigmático; escapa resueltamente al cálculo de los medios y los fines, no busca nada, no quiere nada, no postula –ni siquiera en la explicación discursiva que ofrece de sí mismo- una finalidad como razón de sí. el sacrificio del toro en la fiesta brava es un sacrificio sin futuro y sin fruto: no quiere nada a cambio de su víctima, no busca la unión con una instancia trascendente o divina, no aspira a mantener ningún orden, no quiere constituirse en expresión de sumisión, no persigue un objetivo expiatorio, propiciatorio, adivinatorio o de gratitud. El sacrificio tauromáquico, digámoslo así, se aguanta a si mismo en su inutilidad constitutiva: no apela a ninguna finalidad para justificarse o para explicarse, no construye un discurso justificatorio alrededor de sí mismo”.

Es decir, estamos frente a la experiencia sacrificial, considerada como el acto último que hombre produce –y en este caso concreto-, tomando como “víctima” al toro, en un complejo proceso denominado asimismo como tauromaquia.

Estamos ante la lucha sostenida entre toro y torero que conducen a pensar que se trata del medio para justificar el fin como el sacrificio, mientras la propia autora se cuestiona “Y para qué todo eso?, ¿para qué se mata al toro”. La respuesta no puede ser sino ésta: “Para nada”. El sacrificio del toro en la fiesta brava es, estrictamente hablando, del orden de la gratuidad, se encuentra entre las prácticas que escapan al principio de utilidad y que no pueden pensarse desde su lógica. El sacrificio taurómaco es, sin duda, un escándalo: no persigue fin alguno, no tiene justificación.

Pero su empeño no tiene propósitos demoledores, sino de justificación plena para hacernos entender que esta representación, que le es tan propia a la cultura occidental, no se ha convertido, a lo largo de varios milenios en un mero accidente.

En ese sentido, Occidente no es solo un referente geográfico o punto clave en la brújula. Occidente también es reflejo pluriétnico y pluricultural de otras tantas latitudes concentradas en ese sólo término de identificación.

Finalmente, en el Epílogo nos dice: La plaza, vimos, es lugar de dilapidación, allí se da muerte a los majestuosos toros y su muerte es un escándalo, pues no persigue fin alguno, escapa al cálculo de los medios y los fines. En efecto, el sacrificio tauromáquico nos ha presentado el rostro del sacrificio inútil: pertenece a la inutilidad, no quiere nada a cambio de su víctima, no quiere conquistar los favores de una divinidad, no pretende comunicar con ella, ni mostrarle agradecimiento, sumisión o dependencia. El sacrificio del toro en la fiesta brava es sacrificio acéfalo, descentrado, inmolación que no quiere constituirse en tributo, ofrenda o intercambio.

Así pues, la valiosa aportación de Natalia Radetich Filinich viene a ser, en estos tiempos de confrontación ideológica, de conflicto en el que dos frentes perfectamente definidos: los taurinos y los antitaurinos siguen sosteniendo, a veces tan ajenos a ideas como estas, que le vienen muy bien al espectáculo, para darle lustre, alejarlo de algún modo de los lugares comunes. Es por ello que los argumentos de nuestra autora, son de suyo, bienvenidos en momentos de escasez ideológica y sustantiva para justificar la pervivencia de un espectáculo milenario.

Ese trabajo académico generó para ella un celebrado acontecimiento. Si no, lean ustedes a continuación el siguiente boletín de prensa que se emitió en su momento en torno a la convocatoria del “Primer Concurso de Ensayo Taurino “Muletazos”, convocado por la editorial “Belaterra” en Barcelona allá por 2014:

MIÉRCOLES, 14 DE MAYO DE 2014. PREMIO ENSAYO TAURINO DE EDITORIAL BELLATERRA.

El gesto justo. Ensayo para una estética de la Tauromaquia, del escritor e historiador madrileño Antonio J.Pradel, ha sido proclamado ganador del I Concurso de Ensayo Taurino convocado por Edicions Bellaterra. El premio consiste en una colección de 6 serigrafías del pintor Pepe Moreda y la publicación de la obra en la colección taurina “Muletazos” de la propia editorial (el cual se entregó el 27 de mayo de 2014 en la plaza de Las Ventas).

La editorial convocó el concurso en septiembre de 2013, coincidiendo con la festividad de La Mercé, patrona de Barcelona, y anunciando que el fallo se haría público durante la festividad de San Isidro.

El Jurado, compuesto por Federico Arnás, François Zumbielh, Fernando del Arco, Paco March y el director de la editorial, valoran la calidad de todos los trabajos presentados y otorga un accésit (que supone su publicación) a Minotáuricas obra de la antropóloga mexicana Natalia Radetich.

Antonio J.Pradel (Madrid 1975), con formación en Bellas Artes e Historia del Arte reside actualmente en Brasil lo que no le impide mantener viva su afición ni el seguimiento de la actualidad taurina. Su anterior obra “Elogio y refutación de la quietud. Una tauromaquia (casi)inmóvil, José Tomás vs Morante de la Puebla” (Ed. Bellaterra, 2013), ya llamó la atención tanto por la originalidad del discurso como por la erudición del autor, puesta al servicio de una mejor y más amplia comprensión del texto. Ambas cualidades se refuerzan en el texto ahora premiado, en el que Pradel, con lenguaje rico y novedoso y desde planteamientos no muy usuales en el género (referencias cinematográficas o musicales, citas filosóficas) abre nuevas vías a la comprensión, afirmamiento y futuro de la Tauromaquia, manteniendo las señas de identidad que le son propias desde hace dos siglos. (Véanse referencias, esta proveniente de la internet).

Pues bien, hay suficientes razones para decir que Natalia Radetich Filinich vuelva a sorprendernos, luego de haber sido coautora en otra publicación, igual de importante. Me refiero a MINOTÁURICAS, libro que hoy día es imprescindible y en el que, con una sobrada pluma, cuyo sustento le viene de su impecable formación profesional, reafirma su grado como Maestra en Filosofía por la U.N.A.M. Pues bien, ella ha logrado esa aproximación más íntima respecto del hombre que, enfrentando el drama se interiorizó en él hasta hacerlo llegar a los límites entre la vida y la muerte.

Los editores de otra casa, no conformes con lo que esto ya significaba, sumaron al también reciente trabajo “Diálogo con navegante. José Tomás”. Mario Vargas Llosa, y otros autores, de 2013 una selección de sus textos, lo que evidentemente origina un enorme gusto por incluir trabajos de esta naturaleza.

Mi homenaje más sincero a sus recientes quehaceres académicos, los de una mujer sensible que, en su acercamiento muy reciente a los toros como espectáculo, hizo suyo su profundo y complejo conocimiento, el de miles de años en apenas la brevedad del tiempo… ¡y de qué forma!

Continuaré con el tema de la filosofía y los toros la próxima semana, si lo permiten.


Referencias:

Natalia Radetich Filinich: “Filosofía y sacrificio: Una exploración en torno al sacrificio taurómaco”. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras-Instituto de Investigaciones Filosóficas. Programa de Maestría y Doctorado en Filosofía. Tesis que, para obtener el grado de Maestra en Filosofía, presenta (…) Director de tesis: Dr. Ignacio Díaz de la Serna. Octubre de 2009. 134 p. Ils.

–: MINOTÁURICAS. FINALISTA PREMIO ENSAYO TAURINO “MULETAZOS”. Barcelona, Edicions Bellaterra, Muletazos, 2014. 216 p.

–: José Tomás Román Martín, Mario Vargas Llosa, et. al.: Diálogo con Navegante. México, Editorial de Vecchi, 2014. 154 p. Natalia Radetich Filinich: “Defensa de la fiesta” (p. 95-118).

Disponible febrero 26, 2018 en: http://ambitotoros.blogspot.mx/2014/05/premio-ensayo-taurino-de-editorial.html

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ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. 1887. (2 de 2).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“El toro embolado” haciendo de las suyas. Grabado de Manuel Manilla. Imagen disponible en internet febrero 19, 2019 en: http://ipm.literaturaspopulares.org/Inicio

    Mientras tanto, la ciudad de México era el centro de atención debido a la intensa actividad taurina que se generó desde el 20 de febrero de 1887, cuando fue inaugurada la plaza de San Rafael, la primera de varias que se levantaron entre ese año y 1889.

 PLAZAS – GANADERIAS – TOREROS.

Hemos visto al inicio de este capítulo lo relacionado a plazas de toros, de las cuales se levantaron un buen número y en poco tiempo por diversos puntos de la ciudad.

Por ejemplo, San Rafael fue inaugurada el 20 de enero de 1887. Colón y Paseo el 10 de abril del mismo año; Coliseo el 18 de diciembre, también de 1887. Bucareli, 15 de enero de 1888. Ese mismo año, Ponciano Díaz quien era dueño en sociedad con José Cevallos de la de Bucareli, estrena otra plaza más en la Villa de Guadalupe. Y, aunque de menor trascendencia, en el barrio de Jamaica se instaló la plaza Bernardo Gaviño. Se sabe que hubo una más por el rumbo de Belem y otra más que sirvió para ensayos. Como es de notarse la efervescencia del toreo creció notablemente y las plazas surgían casi como hongos en la tierra. Claro que de las plazas aquí reseñadas (a excepción de Bucareli 1888-1899) no resistieron más que las broncas despiadadas por males tardes o la inclemencia del tiempo, puesto que solo eran levantadas con madera. Años más tarde, y tras la prohibición de 1890-1894, las plazas de Tacubaya, Mixcoac, y una improvisada en Tlalpan, junto con la de Ponciano Díaz -ya en propiedad de la empresa J. Ibáñez y Cía.- siguieron proporcionando espectáculos.

Iniciada la segunda mitad del siglo que nos congrega, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas ya a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, fueron San Diego de los Padres y Santín, propiedad ambas de don Rafael Barbabosa Arzate, enclavadas en el valle de Toluca. En 1835 fue creada Santín y en 1853 San Diego que surtían de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros.

Durante el periodo de 1867 a 1886 -tiempo en que las corridas fueron prohibidas en el entonces Distrito Federal- y aún con la ventaja de que la fiesta continuó en el resto del país, el ganado sufrió un descuido de la selección natural hecha por los mismos criadores, por lo que para 1887 da inicio la etapa de profesionalismo entre los ganaderos de bravo, llegando procedentes de España vacas y toros gracias a la intensa labor que desarrollaron diestros como Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Fueron de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube y Eduardo Ibarra los primeros que llegaron por entonces. La familia Barbabosa, poseedora para entonces de Atenco, inicia esa etapa de mezcla entre su ganado criollo y uno traído ex profeso para la reproducción y selección, obligadas tareas de un ganadero de toros bravos. Por una curiosidad, puede decirse que retorna a Atenco el honor de ser -de nuevo- la ganadería de toros con el privilegio -ahora sí- del concepto profesional para la crianza y todos sus géneros del toro bravo.

Junto a esta ganadería y en 1874, don José María González Fernández adquiere todo el ganado -criollo- de San Cristóbal la Trampa y lo ubica en terrenos de Tepeyahualco. Catorce años más tarde este ganadero compra a Luis Mazzantini un semental de Benjumea y es con ese toro con el que de hecho toma punto de partida la más tarde famosa ganadería de Piedras Negras la que, a su vez, conformó otras tantas de igual fama. Por ejemplo: Zotoluca, La Laguna, Coaxamaluca y Ajuluapan.

La reanudación de las corridas de toros en el Distrito Federal significó uno de los acontecimientos sociales más interesantes de aquel momento. De pronto surgió una efervescencia sin precedentes al construirse varias plazas de toros. También circularon distintas publicaciones taurinas favorables al toreo mexicano o al español, según la formación y filiación de sus redactores, mostrando incluso, una calidad de edición similar a las que se editaban en España. En fin, el ambiente recuperó rápidamente su ritmo y la ciudad volvió a estar de fiesta.

Día a día se mostraba un síntoma ascendente y asimismo constante. Quedaron atrás aquellas manifestaciones propias de aquel toreo que se mantuvo sin tutela, muestra por valorarse así mismos y a los demás por su capacidad creativa como forma continua de la mexicanidad en su mejor expresión. Por otro lado, es algo así como la búsqueda del eslabón perdido donde se daba cabida a la sucesión de invenciones. Tras la prohibición ya mencionada como objeto de este estudio puede decirse que veinte años no significaron ninguna pérdida, puesto que la provincia fue el recipiente o el crisol que fue forjando ese toreo, el cual habría de enfrentarse en 1887 con la nueva época impuesta por los españoles, quienes llegaron dispuestos al plan de reconquista (no desde un punto de vista violento, más bien propuesto por la razón).

De ahí que el toreo como autenticidad nacional haya sido desplazado definitivamente concediendo el terreno al concepto español que ganó adeptos en la prensa, por el público que dejó de ser público en la plaza para convertirse en aficionado, adoctrinado y con las ideas que bien podían congeniar con opiniones formales de españoles habituados al toreo de avanzada.

Al mencionar ahora a los toreros, debe este apunte basarse en dos líneas que luego se fusionaron para el logro definitivo de la sola expresión impuesta como la más razonable, en virtud de sus mejoras, avances, manifestaciones y demás esplendores, como es el toreo de a pie a la usanza española y en versión moderna.

Por el lado de los mexicanos, Ponciano Díaz (1856-1899), torero con bigotes como los demás de esa época, formado bajo la tutela de expresiones nacionales y en el campo, fundamentalmente. Los públicos de entonces dejan llevarse y forman parte a su vez, de una idolatría que muy pocos diestros han conseguido a lo largo de las distintas épocas del espectáculo. Rompió con los feudos establecidos de lustros atrás y supo incorporarse a la actividad provinciana con éxitos inenarrables (si no, que lo digan versos populares, prensa a su favor, retratos, fotografías, anécdotas, entre otras cosas). De él se puede hablar y hasta dedicarle espacios más significativos.

Todo lo anterior, pude ponerlo en reflexión en un trabajo inédito que lleva el siguiente título: “Ponciano Díaz, torero del XIX. A 100 años de su alternativa en Madrid. (Biografía). Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales de: Daniel Medina de la Serna, Isaac Velázquez Morales y Jorge Barbabosa Torres”. México, 1989 (inédito). 404 p. Ils., retrs., facs., cuadros.

Cuadrilla de Ponciano Díaz hacia 1885 con banderilleros y “topadores”. En: SOL Y SOMBRA. SEMANARIO TAURINO NACIONAL del 19 de abril de 1943.

   Retomando el hilo de la lectura, debo decir que larga es la lista, por lo cual prosigo con quienes actuaron entre 1887 y 1888:

(T) Torero; (B) Banderillero; (P) Picador; (O) Otros.

 Pedro Nolasco Acosta (T)

Arcadio Reyes «El zarco» (B. y desde el caballo)

Gerardo Santa Cruz Polanco (T)

María Aguirre «La Charrita mexicana» (desde el caballo)

Braulio Díaz (B).

José de la Luz Gavidia «El Chato» (T)

Atenógenes de la Torre (P)

Rafael Calderón de la Barca (T)

Felícitos Mejías «El Veracruzano» (T)

Genovevo Pardo «El Poblano» (T)

Carlos Sánchez (B)

José Ma. Mota (P)

Agustín Oropeza (P)

Celso González (P)

Carlos López «El Manchao» (B)

Abrahám Parra «El Borrego» (T)

Pedro García (B)

Natividad Contreras «El Charrito del siglo) (T. y desde el caballo)

Ramón Márquez (B)

Pompeyo Ramos (B)

Casto Díaz (B)

Antonio Vanegas «Chanate» (B)

José Basauri (T)

Timoteo Rodríguez (T)

Jesús Adame (T)

Ignacio Gadea (desde el caballo)

Antonio González «El Orizabeño» (T)

Refugio Sánchez «Lengua de Bola» (B)

Valentín Zavala (T)

Francisco Aguirre «Gallito» (B)

Adalberto Reyes «Saleri mexicano» (B)

Miguel Acevedo (P)

Francisco Anguiano (P)

Jesús Carmona (P)

Vicente Conde «El Güerito» (T)

Ireneo García (P)

Piedad García (P)

Antonio Mercado «Santín» (P)

Cándido Reyes (P)

DIESTROS ESPAÑOLES

Carlos Borrego «Zocato»

Juan Antonio Cervera «El Cordobés»

Antonio Escobar «El Boto»

Francisco González «Faico»

Antonio Guerrero «Guerrerito»

Manuel Hermosilla

Juan Jiménez «El Ecijano»

Gabriel López «Mateito»

José Machío

Valentín Martín

Luis Mazzantini

Tomás Parrondo «El Manchao»

Diego Prieto «Cuatro Dedos»

Enrique Santos «Tortero»

NOVILLEROS

Joaquín Artau

Leopoldo Camaleño

Manuel Cervera Pacheco

Antonio Díaz Lavi

Manuel Díaz Lavi «El Habanero»

Juan José Durán «Pipa»

Pedro Fernández «Valdemoro»

Andrés Fontela

Fernando Gutiérrez «El Niño»

Juan León «El Mestizo»

Manuel Machío

José Machío Trigo

José Martínez Galindo

Juan Mateo «Juaniqui»

Juan Moreno «El Americano»

Vicente Navarro «El Tito»

Arturo Paramio

Diego Rodríguez «Silverio Chico»

José Romero «Frascuelillo».

Desde el primer domingo de enero hasta el domingo 30 de diciembre del año 1888, se han celebrado en las cinco plazas de la capital de la República 127 corridas lidiándose 723 toros de ganaderías mexicanas y españolas como se verá por los siguientes datos:

Se jugaron en dichas corridas 723 toros de 53 ganaderías mexicanas y 9 españolas, distribuidos de la siguiente manera:

Ganaderías mexicanas.-Venadero 61, Cazadero 44, Atenco 42, San Simón 41, Canario 41, Soledad 30, Jalpa 23, Cieneguilla 22, Guanamé 21, Mezquite Gordo 21, Jalapilla 19, Salitre 18, Desconocidas 18, Ramos 17, Santín 15, Buenavista 14, Guatimapé 13, San Diego de los Padres 12, Parangueo 12, Canaleja 12, Montenegro 12, Maravillas 12, Meztepec 11, Bramino de Arandas 11, Estancia Grande 10, Santa Cruz 10, Fortín 10, Cercado de Bayas 9, San Pedro Piedra Gorda 7, Ortega 7, Cuatro 7, Nopalapan 6, Jaral 6, San Francisco 6, Guaracha 6, Sauceda 6, Rosario 6, Cubo 6, Santa Lucía 5, San Antonio 5, Calera 5, San Diego Xuchil 5, Ayala 5, Plan de la Barca 4, Tulipan 4, Bringas 4, Noria de Charcas 3, Hacienda de la H 3, San Isidro 3, San Gerónimo 3, San Cristóbal 3, Santa Rosa 1, San Clemente 1.-Total 697 toros.

Ganaderías españolas.-De Heredia 6, Hernán 3, Saltillo 3, Benjumea 3, Conde de la Patilla 3, Concha y Sierra 3, Miura 2, de procedencia desconocida 2, Anastasio Martín 1.-Total 26 toros.

De éstos, dos no se mataron, siendo uno de Concha y Sierra y otro de Anastasio Martín.

En las 127 corridas verificadas en México en el año 1888, han tomado parte en la lidia 170 diestros y 35 aficionados.

Espadas.-Artau Joaquín, Borrego Carlos «Zocato», Díaz Ponciano, Díaz Lavi Manuel el «Habanero», Fontela Andrés, Flores Antonio, Gadea Ignacio, Gutiérrez Fernando el «Niño», González Antonio «Frasquito», Hermosilla Manuel, Jiménez Juan el «Ecijano», López Gabriel «Mateíto», Lobo Fernando «Lobito», Leal Cayetano «Pepe-Hillo», León Juan el «Mestizo», Mazzantini Luis, Martín Valentín, Machío José, Moreno Juan el «Americano», Navarro Vicente el «Tito», Prieto Diego «Cuatro dedos», Parrondo Tomás el «Manchao», Polanco Gerardo, Zavala y otro espada.

Picadores.-Blázquez Laureano, Carmona Jesús, Carmona Pedro, Conde Vicente el «Güerito», Conde Vicente (h), Conde Emilio, Camacho Antonio, Cueto Félix, Figueroa Eulogio, Gómez Cornelio, García Piedad, García Ramón, García Pedro, García Federico, García Ireneo, García Juan, Bayard José «Badila», González Celso, Gochicoa Federico, González Filomeno «Cholula», González Nieves, Hernández J.M., Mota J.M., Mota Domingo, Mercado Ramón «Cantaritos», Mercado Pablo, Morales Guadalupe, Mosqueda Francisco, Morales Amado, Oropeza Agustín, Oropeza I.M., Pérez Antonio el «Charol», Pérez Manuel el «Sastre», Reyes Arcadio, Rodríguez Manuel «Cantares», Reyes Adolfo, Recillas Juan de la Luz, Romero Antonio, Reyes Ramón, Rosas Manuel «Pelayo», Rodríguez Antonio el «Nene», Ramón Jesús, Nava Manuel, Sánchez Enrique el «Albañil», Saez Rafael el «Pintor», Sierra Benigno, Talavera Demetrio, Tovar Pascual, Vargas Juan «Varguitas» y un desconocido.

Banderilleros.-Anaya Anastasio, Adame Ángel, Blanco Manuel «Blanquito», Bonar Francisco «Bonarillo», Barreras Elías el «Aragonés», Antúnez Antonio «Tovalo», Calderón de la Barca, Blanco Jesús, Cañiveral Ramón el «Campanero», Cermeño Juan, Carbajal Francisco el «Pollo», Cortés José León, Cao Faustino el «Rochano», Diego Francisco «Corito», Delgado Luis S., Domínguez Manuel, Escacena José, Fragoso Jesús el «Mutilado», García Antonio el «Morenito», Gómez Antonio el «Chiquitín», González Antonio el «Orizabeño», Galea José, Gallegos Vicente, Gadea Amado, Gadea I.M., Gadea Ignacio (h), González Patricio, Garnica Emeterio, García Emeterio, García Florencio el «Tanganito», García Carlos, Gutiérrez Benito el «Asturiano», Gudiño Juan, Girón Aurelio, García Antonio «Alegría», Hernández José el «Americano», Hernández Mauricio, Hernández Francisco, Lobato Francisco, López Ramón, López José «Cuquito», Lobo Antonio «Lobito Chico», Lara Eugenio el «Maestro», Muñoz Joaquín el «Belloto», Muñoz Rafael el «Mochilón», Mejía Francisco, Manero Manuel «Minuto», Mercado Jesús, Miranda Antonio el «Pipo», Morales Manuel «Mazzantinito», Mendoza Diego el «Curro», Marquina Francisco «Templao», López Carlos el «Manchado», Mejía Manuel «Bienvenida», Machío Manuel, Mazzantini Tomás, Monje José «Candelas», Márquez Ramón, Mercadilla Antonio «Zenzontle», Navarro Miguel el «Cartagenero», Nava Julián, Pujol Alberto el «Cubano», Pardo Francisco el «Trallero», Osed Agustín, Pérez Ramón, Pardo Genovevo, Pompeyo José, Paredes Salvador «Redondillo», Romero Juan «Saleri», Recatero Victoriano «Regaterín», Recatero Luis «Regaterillo», Orozco José «Laborda», Sánchez Carlos, Sánchez Francisco, Sosa Darío, Sánchez Hipólito, Torre Atenógenes de la, Vaquero Francisco «Vaquerito», Vieyra Tomás, Villegas Francisco «Naranjito», Vázquez Enrique «Montelirio», Velázquez José «Torerito», Zayas Antonio, (tres peones cuyos nombres no dieron los carteles y otro banderillero desconocido).

Puntilleros.-Audelo Inés, Reyes I.M., (h), Puerta Romualdo «Montañés».

Estos son los toreros más representativos de aquel momento. Ella, La Charrita mexicana logró figurar en medio de un ambiente dominado únicamente por hombres (aunque a mediados del siglo XIX fue notoria la actuación de otras tantas mujeres que, por el solo hecho de arriesgar sus vidas, forman parte de aquel ambiente con un mérito bien ganado). María Aguirre en compañía de Ponciano Díaz demostraban el quehacer torero representado como una muestra de lo nacional.

Pedro Nolasco Acosta, de cuyo perfil general escribí algunas notas en el capítulo anterior, es uno de tantos toreros que mantienen la hegemonía de la tauromaquia en tiempos de prohibición del espectáculo en la capital del país. Por él se concibe la presencia taurina en San Luis Potosí.

Arcadio Reyes El Zarco enriquece el bagaje torero vistiendo las más de las veces con el traje de charro y poniendo banderillas desde el caballo, lo mismo aquí que en Perú, a donde fue en compañía de Diego Prieto Cuatrodedos. Fue en un momento miembro de la cuadrilla de Ponciano Díaz.

Gerardo Santa Cruz Polanco, también surgido de las filas poncianistas, decidió formar la «Cuadrilla Ponciano Díaz«, en la cual latían aquellos principios evolucionistas que no pudo mantener el propio atenqueño. Por conducto de esta cuadrilla es como se revalora el toreo moderno, luego de que dicha expresión «a la mexicana» fue diluyéndose en medio de nuevas razones técnicas y estéticas.

En cuanto a Braulio Díaz, podemos hablar de un personaje siniestro, envuelto en leyendas, dado que fue quien dic muerte a Lino Zamora allá por 1878 en Zacatecas.

PRENSA

    Como resultado de la trascendencia que tuvo aquella nueva época surgió un amplio movimiento periodístico que reflejó lo importante de ese despertar para la fiesta torera.

El Arte de la Lidia (1884-1905) fue la primera publicación que incluso se adelantó a todo el movimiento. Julio Bonilla fue su director. Sólo en el año 1887 hubo otras que hacen destacar la importancia del espectáculo. Desafortunadamente las hubo de debut y despedida, mientras que otro tanto, por lo que hasta hoy, no ha sido posible localizarlo más que en las referencias de diversos autores que las citan. He aquí los títulos que circularon por entonces, incluyendo las de algunos estados de la república:

1887

 El arte de Ponciano (México, D.F.)

El Correo de los Toros (México, D.F.)

El Mono Sabio (México, D.F.)

El Toro (México, D.F.)

El Toro de Once (México, D.F.)

El Volapié (Puebla, Pue.)

El Volapié (México, D.F.)

La Banderilla (México, D.F.)

La Banderilla (Orizaba, Ver.)

La Divisa (México, D.F.)

La Divisa (Puebla, Pue.)

La Lidia (San Luis Potosí, S.L.P.)

La Lidia (México, D.F.)

La Muleta (México, D.F.)

La Verdad del Toreo (México, D.F.)

La voz del toreo (México, D.F.)

Toros en Puebla (Puebla, Pue.)

La sombra de Gaviño (México, D.F.)

Portada de EL MONOSABIO. PERIÓDICO DE TOROS. T. I., Ciudad de México, sábado 28 de enero de 1888, N° 10. Col. del autor.

   Estas publicaciones guardan tendencias bien definidas, pues así como La Banderilla y El Monosabio eran pro-nacionalistas en cuanto modo de exaltar las hazañas de nuestros toreros, La Muleta y años más tarde El Toreo Ilustrado fueron bandera del nuevo toreo y apoyo a la expresión que fue imponiéndose a partir de los diestros españoles.

Como puede observarse, 1887 y también 1888, significaron un nuevo amanecer, el despertar de una renovada época de toros en México cuyo significado es crucial en la medida en que su influencia dejó atrás testimonios que bien pronto se dispersaron y diluyeron para dar paso a la nueva instancia emergente, cuyo peso y trascendencia estarán presentes en toda actividad desarrollada en torno al espectáculo de toros que ha encontrado ya forma de asentar raíces más firmes.

Un dato final es el balance de festejos celebrados durante el solo año de 1887, arroja resultados harto interesantes que conviene poner a la consideración de los lectores:

NOTA IMPORTANTE: Por otro lado, existen toda una serie de referencias periodísticas que afirman la celebración de festejos taurinos en sitios tan alejados como los de algunas plazas en la península de Yucatán –por ejemplo-, o de otros tantos que mencionan los toreros a su regreso a México, como aquellos registros que comparten en El Arte de la Lidia, dando con ello informe de sus últimas actuaciones, que no pongo en duda. Lamentablemente, cuando no hay fechas que así lo confirmen, ese solo argumento me llevó a no incluir tales datos en el “Balance”. Espero que el lector comparta esta misma conclusión. También sugiero no olvidar aquellos datos que reúnen las actuaciones de Ponciano Díaz o los de la presencia de la ganadería de Santín también agregados aquí. (El autor).

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ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. 1887. (1 de 2).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Cabecera de un cartel anunciador de la plaza de toros de Colón. (Ca. 1887). Incluye un grabado de Manuel Manilla. Col. digital del autor.

    ¿Quiere usted saber por qué fue tan importante en lo taurino el año 1887?

Los siguientes apuntes, provienen de mi “Anuario de avisos, carteles y noticias taurinos mexicanos. 1887” (Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 109). 350 p. Ils., retrs., facs. (Inédito).

El toreo, debemos entenderlo como un sentido compatible con las razones que van camino de definir nuestro ser. Los toros como manifestación técnica y estética, también expresan carácter de identidad. México como nación es una historia con un impacto dramático muy especial, por cuanto existe en la múltiple ambición reducida a una de las partes de «Fuente Ovejuna» de Lope de Vega; al respecto de aquello que dice: «Todos a una». Fueron muchos años de intensa exploración muy costosa, pero algo satisfactorio había de llegar. Como sentido pasajero arribó en 1867, año de la Restauración de la República. La fiesta, se comportaba justamente como respuesta mimética -si es válido etiquetar así tal síntoma- del orden de cosas existentes plaza afuera.

Es el siglo XIX una veta riquísima donde ocurren a poco de sus comienzos las jornadas bélicas de independencia. Tras ese hecho histórico se generan los normales deseos de cambio en todas las estructuras de la sociedad. Y no podía faltar la taurina. Sin ser notorio un lineamiento para dar continuidad a la tauromaquia peninsular -como resultado de esa liberación-, se ponen de moda géneros de diversión sui géneris, como las «jamaicas», «montes parnasos», «toros embolados», y un «toreo campirano», conceptos todos ellos practicados en los escenarios dispuestos para su puesta en escena: la plaza de toros. Allí mismo se dieron a la tarea de recuperar la noción del toreo algunos de los espadas mexicanos como Luis, Sóstenes y José María Ávila, Pablo Mendoza, y otra pléyade, los cuales compartían las palmas con Bernardo Gaviño y Rueda quien trajo de España el contexto más vigente del arte de torear para entonces.

Esta mezcolanza fue de la mano hasta el arribo del año 1867, momento en que bajo el régimen de Benito Juárez -de gesto proliberal y administrativo para con el asunto en tratamiento-, ponen en entredicho la «anarquía» entonces prevaleciente en las corridas de toros; por lo que no se concede licencia para la lidia de toros en el Distrito Federal. Tal prohibición se prolongó largos 19 años y meses. En tanto, plazas provincianas permitieron la extensión de aquellos festivos deleites y Cuautitlán, Tlalnepantla, El Huisachal, Toluca, Pachuca, Puebla y otras eran escenario perfecto para tan significativos goces populares.

Manuel Manilla. Lance de capa con una rodilla en tierra. Grabado. EN ¡VER PARA CREER! El circo en México. Museo Nacional de Culturas Populares, 1986, p. 29.

   Fue a finales de 1886 en que se derogó el decreto antedicho, lo cual permitió que se produjera un auge sin precedentes en la historia taurina de México. Se construyeron plazas de toros, se inició un reencuentro del periodismo con el aficionado, haciéndose notorio el lado didáctico de ese empeño. La llegada de los toreros españoles marca un punto de partida para lograr, además de una competencia con nuestros toreros, el enraizamiento de por vida del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna.

De ese modo vinieron a erradicarse viejos vicios y comenzó una nueva etapa donde se hizo notoria una asimilación y un deseo por encauzar la fiesta brava en el derrotero definitivo. Para ello, sirvió la labor constante, activa y combatiente de los periodistas, verdaderos conocedores del arte de «Cúchares» y que para mayor beneficio de la afición, abrevaron de obras fundamentales venidas de la península ibérica. La creación de grupos como el «Centro Taurino espada Pedro Romero» marcó otro triunfo más poniendo de manifiesto el ideal de una tauromaquia largamente esperada en México. En oposición a ello, hay tribunas y existen públicos que son afectos a los valores mexicanos, cuya situación perderá terreno conforme vaya dominando la nueva arquitectura en el panorama nacional.

No solo eso. También se debe hacer notar un sentido de independencia radical manifestado por Filomeno Mata, Eduardo Noriega Trespicos, Wenceslao Negrete o por Manuel Gutiérrez Nájera,[1] principales representantes del entorno de una actividad periodístico-político-taurina, donde se encuentran dos vertientes opuestas cuya labor se cimenta en ideologías de un nacionalismo exacerbado con ejemplos como El Monosabio, El Arte de la lidia, El arte de Ponciano, La verdad del toreo, contra la visión del prohispanismo donde La Muleta, y El Toreo Ilustrado fueron los exponentes más claros y en donde se encuentra un empeño en consolidar sus propósitos. Tales corrientes del pensamiento periodístico constituyen a la larga, un baluarte para definir estructuras pedagógicas inapreciables. Y si en un principio no fueron estables, al final ganaron en calidad con una prensa reforzada total e ideológicamente, pero que luego fué perdiendo valores por la incapacidad moral de muchos llamados «periodistas», cuyo descaro provoca deformación en las ideas colectivas pues no utilizan su fuerza sino para todo, menos para sancionar con justicia las cosas habidas en el toreo.

Fondo “Díaz de León”. Dublán y Cía. Toreros, S. XIX. Se trata de Ponciano Díaz y Luis Mazzantini. Ambos tuvieron notable presencia el año de 1887.

   José Machío y Luis Mazzantini, españoles ambos, son la motivación adecuada para definir eternamente una expresión de torear tal y como hoy la conocemos. Desde luego, hace un siglo vinieron a sembrarse esas raíces que, junto a las de Ponciano Díaz, máximo representante de la torería mexicana, fueron adquiriendo forma, expresión y belleza, al paso de los años. El arte y la técnica concurren a poner el toque distintivo y permanente de la razón con que se inicia y desemboca todo este gran movimiento del toreo moderno en México.

Y sin saberlo, Benito Juárez o las autoridades administrativas responsables del momento, en vez de perjudicar a la fiesta propició en gran medida -o al menos, influyó- en los cambios radicales de la fiesta de los toros al final del siglo XIX. Aunque de hecho, la derogación fue motivada por la urgencia de costear las obras del desagüe del Valle de México.

Esto seguía siendo una cuestión normal, luego de que en el siglo XVIII, las fiestas taurinas fueron utilizadas como apoyo económico, y servir de esa manera a mejorar muchas obras públicas, razón que una vez más, vuelve a presentarse en los momentos de la recuperación del espectáculo en la capital del país.

Con la reanudación casi 20 años después al decreto autorizado por Juárez, sucede lo que puede considerarse como un «acto de conciencia histórica», intuido por aquellos que lejos de la política intervinieron en la nueva circulación taurina en la capital del país. Se preocuparon por rehabilitar lo más pronto posible aquel cuadro lleno de desorden, un desorden si se quiere, legítimo, válido bajo épocas donde las modificaciones fueron mínimas. Uno de esos participantes fue el entonces popularísimo diestro Ponciano Díaz que si bien, pronto se alejó de esos principios y los traicionó, dejó sentadas las bases que luego gentes como Eduardo Noriega -dentro del periodismo-; los miembros del centro Espada Pedro Romero y el Dr. Carlos Cuesta Baquero, serán los representantes natos de aquella reforma que superó felizmente el crepúsculo del siglo XIX. Y Ramón López se suma a este movimiento.

Por otro lado, el aprendizaje de las tareas charras adquirido por Ponciano es el producto de una herencia y una vivencia profundamente ligadas a la actividad cotidiana ejercida en el campo bravo de Atenco. Allí se formó con profundo apego a las normas y cuando «rompe» al mundo exterior no se divorcia de todo un aparato formativo; al contrario, sigue practicándolo pero combina las formas de torear entonces en boga, con su auténtica expresión de charrería. Logra gustar en buena parte de su trayectoria, aunque más tarde cae en vicios que no puede dominar, siendo víctima de su propia ceguera, trampa de la que ya no podrá salir. Estos «vicios» fueron en Ponciano formas de aceptar lo impuesto por España y después negarlas; o en su defecto, insinuar que ya era posible verle torear como los hispanos, cuando no se trataba más que de un consumado charro metido a torero. Un charro de fuerte arraigo social al que le toca enfrentar el más radical de los cambios para el toreo en México durante el siglo XIX.

Frente a aquel estado de cosas, vale la pena una revisión crítica que parte de la razón con que Ponciano Díaz se desenvuelve de 1876 a 1887 -en provincia, desde luego- con el afecto popular de su lado, hasta que empieza a desarrollarse ese periodismo que no se sustenta en florituras ni en aguerridas estampas de la charrería o el jaripeo. Ese nuevo periodismo incorpora los valores de una noción moderna que en España daba grandes frutos y en México se perfilaba a inicios bien sólidos. Pero también se da el periodismo que favorece el quehacer de Ponciano, figura principalísima de ese momento.

Dejemos un momento la situación netamente torera y vayamos al aspecto que se sumerge en los aspectos de carácter social, propios del porfiriato. Para ello, cuento con una fuente importante, la de William Beezley, investigador de la North Carolina State University, y su artículo: «El estilo porfiriano: Deportes y diversiones de fin de siglo».[2]

En ese trabajo no sólo se encuentra la envolvente de las diversiones, sino que también no deja de repasar las condiciones políticas y sociales del momento. Veremos más adelante el espacio dedicado a los toros y las imprecisiones en las que incurre.

Acierta Beezley al decir del régimen y sus engranes, que

Los porfiristas unían todo con una laxa ideología a base de positivismo compteano con toques de catolicismo o anticlericalismo, de indianismo o anti-indianismo y con dosis más o menos grandes, más o menos pequeñas de la fe liberal en la eficacia de la propiedad.[3]

Justo es precisar que si bien, el autor se dejar llevar por el lado de los juegos, es de persuadirnos con anticipación del análisis que hace sobre el régimen para así evitarnos caer en situación semejante.

Dice que en 1895 se resuelve un gran problema habido entre iglesia y estado (que no es más que el de la política de conciliación). Por tanto la feliz solución a todo esto fue la coronación de la Virgen de Guadalupe -el 12 de octubre de 1895- que no hubiera tenido lugar sin el permiso del Papa y sin la aquiescencia de don Porfirio.

Por esa y otras razones se piensa que se dio paso a un optimismo no solo reflejado en política o economía sino que como persuasión cultivase con los entretenimientos, «porque los mexicanos escogían claramente y sin ambigüedades su diversión» dice Beezley. El citado optimismo parte también de una llamada «tranquilidad política» y del «éxito económico», no por la ideología política o la filosofía económica en cuanto tales. Ello daba o apuntaba en el sentimiento popular de que el mexicano común pensara en el porvenir lo cual significa la ya citada «persuasión».

En cierta forma, esa reacción popular era apenas algo más que una manía, que se extendió por la nación hacia 1888. Se desvaneció con la depresión de 1905, y desapareció con el estallido de la revolución en 1910.[4]

Llama la atención la cita de 1888. Justo es recordar que ubicado el asunto temporal en el toreo, ha corrido un año aproximadamente después de la recuperación de la fiesta en la capital del país.

Cabecera de la revista de toros La Muleta. Noviembre de 1887. Col. digital del autor.

Nuestro autor presenta según su perspectiva asimilada al concepto taurómaco. El mismo confiesa que «los anglosajones veían todo con horror». Cita con alto grado de superficialidad e incluso hasta de cierta desinformación el proceso de las formas que constituían al toreo en el siglo XIX en un tono próximo al de guía de turistas.

Es importante -antes de abordar el punto central- su opinión sobre los valores que resaltan del espectáculo decimonónico.

Durante el siglo XIX, la corrida fue metáfora de la sociedad mexicana. El «presidente» representaba al caudillo, cacique o patrón que regía las actividades de todos y señalaba el ritmo del quehacer diario. Solo en una sociedad paternalista podía tener sentido un ritual semejante. Los «actores» señalaban jerarquías sociales en las que cada hombre desempeñaba su papel y dejaba que la sociedad como un todo llevara a cabo la tarea. Aunque había cooperación entre banderilleros, picadores y toreros, no formaban un verdadero equipo. El matador dependía de los demás, pero sin duda pertenecía a una jerarquía más alta y recibía todos los honores.

El matador era epítome de la fiesta; debía mostrar aquellos atributos que, dentro de ese orden masculino, se consideraban más valiosos. Tenía que enfrentar a la naturaleza despiadada en su expresión más feroz: el toro enfurecido. El torero debía ser más valiente, inconsciente en su desconsideración, firme ante la caída del toro; debía olvidar riesgos, ignorar heridas y temores y arriesgar por el honor aun su vida. Pero sobre todo debía actuar con gran cortesía y refinado decoro. Campesinos, peones, léperos, trabajadores -la sociedad entera (los comentaristas señalaban a menudo que el público era una muestra de la sociedad)- admiraban la cortesía mexicana, la impavidez ante el peligro y la necesidad de hacer frente a cualquier riesgo. La corrida reunía crueldad, sangre y muerte, pero también la vida.[5]

Lo anterior resume el concepto de estabilización que obtuvo el toreo luego de superar además de la prohibición de 1867, las condiciones mismas de búsqueda y ubicación debido ello al natural curso de una fiesta sin tutoría específica; más que la del libre albedrío.

Llegamos a lo que puede ser un serio problema de apreciación y ubicación temporal por falta de conocimientos sobre el tema. No es negado que bajo el porfirismo y por razones que se han de explicar en su momento, se prohibieron las corridas de toros de 1890 a 1894 y no como lo dice Beezley, que

En el primer gobierno de Porfirio Díaz se prohibieron las corridas en el Distrito Federal y otros estados importantes, incluso Zacatecas y Veracruz. Esta restricción duró hasta 1888, año en que se permitieron otra vez en la capital, los estados mencionados y el resto del país.[6]

Donde de plano las cosas desquician -y es de lamentar el esfuerzo del estudioso norteamericano- es al justificar las causas de aquel bloqueo, causas que bien podían encajar dentro de las condiciones propias de 1867 y dentro de la personalidad no del dictador sino del presidente liberal que lo fue Benito Juárez. O por el otro lado, pensar en Díaz, pero en el Díaz de 1890-1894, periodo de la ya citada futura prohibición. Así, la primera causa es que se haya debido a

la ambición política y nacionalista de Díaz (¿progresista y de avanzada por parte de Juárez?). Quería este el reconocimiento diplomático y político de Estados Unidos y Gran Bretaña, países que criticaban duramente el atraso de la sociedad mexicana, y describían al país como una tierra de bandidos que tenía un gobierno inestable, no pagaba sus deudas y que además se complacía en la crueldad con los animales. Se referían a las corridas como simple hostigamiento del toro, en las que se atormentaba al animal para distracción del público, y se le mataba solo cuando la multitud caía en el aburrimiento. Al prohibir las corridas en la capital, en un puerto tan grande como Veracruz y en Zacatecas, la principal zona minera, pocos extranjeros verían el espectáculo, con lo que el dictador afianzaría su imagen de reformador que sacaba a México de la barbarie para colocarlo en la comunidad de las naciones occidentales.[7]

Posiblemente se hayan generado los ataques por parte de Gran Bretaña y Estados Unidos pero no por la mera intención de orientarlos a la «barbarie» arrojada por el espectáculo taurino. Es posible sí, que los viajeros norteamericanos o europeos se hayan expresado en oposición o con repudio hacia la fiesta torera (v.gr. W. H. Hardy, Latrobe y otros). Vemos en la literatura consultada para la confirmación de aquel progreso o retraso de las economías que sí, efectivamente hubo avance aunque se soslaya el problema social -entonces muy intenso entre las capas inferiores- para darle a las altas esferas todo favorecimiento en diversas ramas de la economía. También ocurre dentro de este cuadro de economías un impacto de las inversiones extranjeras que permitió desarrollos que no pudieron frenar aun así la explotación.

Pensamos finalmente que siendo los Estados Unidos de Norteamérica y la Gran Bretaña dos potencias de donde se apoyaba México con los grandes préstamos, ese reclamo se haya hecho notar en plena época del dominio juarista.

Nuestro país, fue en un momento «tierra de bandidos». La resaca de guerras internas, motivo este de definición por muchos años de nuestro destino y nuestra razón de ser, arrojó un constante «desempleo» de la parte castrense porque

La república restaurada va a ser de tipo civil, lo castrense está supeditado al civilismo. Se busca la pacificación y se licencia la tropa, aumentando por eso el bandolerismo.[8]

Que conste la «tierra de bandidos» sigue dando cosecha. La prohibición tuvo reflejo en los siguientes puntos del país: Puebla, Chihuahua, Jalisco, Oaxaca, San Luis Potosí, Hidalgo y Coahuila (y nunca Veracruz y Zacatecas. Incluso en Zacatecas toreó mucho Lino Zamora allá por los años setenta). Otra contradicción.

El Gral. Porfirio Díaz era afecto a las corridas de toros. Incluso se dice que en sus años mozos «echaba capa». Asistió en distintas ocasiones a corridas y eso de que «afianzaría su imagen de reformador que sacaba a México de la barbarie para colocarlo en la comunidad de las naciones occidentales» no es directamente un reflejo brotado de aquellos grupos asistentes a las fiestas toreras. Sí

del panorama social (del que) fueron desapareciendo los agresivos y ásperos perfiles de mochos y chinacos al ser sustituidos por el comedimiento enchisterado de esos hombres y mujeres que ahora, al modo de una especie zoológica desaparecida, se clasifican como de «tiempos de don Porfirio».[9]

Es ahí entonces, cuando se da el auténtico acercamiento a la comunidad de las naciones occidentales.

Aquí otra cita de Beezley.

Después de 1888, los bonos de Díaz y especialmente del país se habían elevado considerablemente a los ojos del mundo. Díaz no necesitaba ya preocuparse por la reputación de crueldad que tenía México, de modo que ignoró la petición de la Sociedad para prevenir la crueldad con los Animales (cuyo presidente honorario era su mujer), y del Club contra las Corridas de Toros. En vez, el gobierno se dedicó a exigir sombreros de fieltro y pantalones a los indios que llegaban a la ciudad, para que en la apariencia por lo menos, tuvieran un aire europeo. Hacia 1890 el éxito de Díaz hizo crecer el sentimiento de orgullo en México, y el nacionalismo en ciernes revivió las que se consideraban tradiciones genuinas. Ese nacionalismo se alimentaba de un sentimiento romántico hacia los aztecas y hacia la cultura colonial. La sociedad capitalina celebró una «guerra florida», farsa que recreaba el ritual azteca, con un desfile de carros alegóricos, desde los que los pasajeros se arrojaban flores. Díaz descubrió el monumento a Cuauhtémoc en una de las glorietas más importantes de la ciudad y permitió que se reanudaran las corridas en la capital.[10]

El pueblo, por Coacalco o la Viga, se trasladaba hacia el centro de la ciudad hasta en trajineras con tal de asistir a los diversos festejos taurinos de aquel entonces. Casimiro Castro. Puente de Iztacalco, 1855.

   Posible es que en 1888 haya existido una «Sociedad para prevenir la crueldad con los Animales» pero un Club contra las corridas de toros, solo pudo estar formado de aquella parte de la prensa opositora, liberal y radical amen de contar con los inconfundibles aliados del progreso. Y junto a la exhumación de «guerras floridas» y el descubrimiento de la figura de Cuauhtémoc, como una revalorización de nuestras culturas ancestras, Díaz -o su régimen- permiten la circulación de nueva cuenta a las corridas de toros que, como ya sabemos se da en el Congreso a partir de diciembre de 1886. En la práctica, justo el 20 de febrero de 1887. Quizás se refiera Beezley a la prohibición de 1890 a 1894, cuando el gobernador del Distrito Federal el general Pedro Rincón Gallardo concedió el permiso correspondiente para que el 20 de mayo de 1894 y en la plaza de Mixcoac actuaran: Juan Moreno El Americano, José Centeno y Leopoldo Camaleño (quien recibió la alternativa) con toros de Atenco.

Otra explicación para que se prohibieran las corridas se encuentra en las hipótesis antropológicas de juego profundo (deep play) de Clifford Gertz, y de exhibición ritual (ritual display) de Susan Burrell. Con estos elementos Beezley dice que

La corrida significaba sumisión al caudillo en una sociedad piramidal, que pedía al individuo ignorar todos los riesgos, para que llenara la función tradicional que se le había asignado. La corrida era antítesis de la plataforma política a la que Díaz aspiraba, que pedía cambios en el gobierno, elecciones genuinas y el final del caudillismo. Desde 1876 hasta 1888 Díaz y Manuel González consolidaron el poder arrasando con caudillos locales y regionales, rompiendo las alianzas en el ejército y destruyendo los lazos personales en los negocios. Díaz alentó el centralismo en el gobierno y la economía capitalista como ideales impersonales e institucionales. La consolidación del poder no admitía individualismo exagerado o resistencia desordenada. Hacia 1888, el sistema se hallaba donde Díaz quería tenerlo. Había reordenado el poder político, casi no necesitaba hacer uso de la fuerza, había conseguido reconocimiento nacional e internacional, y estaba listo para que se le reconociera como padre de la patria, y, como tal, podría mediar, orquestar, recompensar y castigar. El nuevo patriarca estaba listo para volver a los despliegues rituales del paternalismo. Asolearse en una corrida ante la presencia del patriarca, aunque solo fuera en sentido metafísico era una cualidad del estilo porfiriano de persuadir.[11]

Justo en recientes notas tomadas de una obra preparada por el Dr. Juan A. Ortega y Medina, califica en tonos distintos al espectáculo de toros, ya como «vestigio vivo de la crueldad española» o aquel otro en donde dice «que las corridas son un rezago prehistórico y mítico; un críptico culto heliolátrico que por vías misteriosas se cultiva todavía en España y que aquí en México, como en otros lugares del mundo hispanoamericano, encontró acogida entusiasta, acaso por la oculta razón de la superposición del culto ibérico al Sol con los cultos prehispánicos solares».[12]

Las visiones de W. Beezley son interesantes, aunque no encajan cuando se habla de Díaz, mismo que inicia su quehacer político en 1876 (quehacer con el que llega al poder) luego de realizar las acciones que condujeron al Plan de Tuxtepec. Sí, todo cae en el eje de Porfirio Díaz, menos las cuestiones que ahora nos atañen, la conclusión es que encontramos aquí un desfasamiento de dos décadas, a partir de la prohibición impuesta en 1867. Lo posible aquí es que Díaz -en cuya dictadura se mantiene diez años ese decreto-, Beezley hace suyo para el general mismo ese decreto. Es cierto, aunque las corridas continuaron su curso normal en distintos puntos del país y tan cercanos a la capital -crasa provocación- como Tlalnepantla, Texcoco, Toluca y otros.

Que si el sistema y la sociedad marcan alguna dialéctica de beneficio, pienso que sí. En primera instancia lo dialéctico comprende ese carácter de correspondencia (o, en su defecto cuando tiene que entenderse la síntesis de los opuestos, por medio de la determinación recíproca). Pues bien, es existente en dos fuerzas que van nutriendo sus razones mismas de ser. El toreo seguía siendo una expresión que de modo más rotundo, hicieron suya los mexicanos, por lo cual no era difícil que se congregaran las multitudes, donde lo abigarrado de los tendidos permitía mezclas informes de gentes de la alta sociedad y del bajo pueblo como en símbolo propio de la proyección que el espectáculo garantizaba. (CONTINUARÁ).


[1] Manuel Gutiérrez Nájera. Espectáculos, p. 147-51: Una corrida de Ponciano Díaz (M. Can-Can, «Memorias de Madame Paola Marié», en El Cronista de México, año IV, T. IV, núm. 13 (3 de septiembre de 1882), p. 237.

[2] William Beezley: El estilo porfiriano: «El estilo porfiriano: Deportes y diversiones de fin de siglo», en Historia Mexicana, vol. XXXIII oct-dic. 1983 No. 2 p. 265-284. (Historia Mexicana, 130).

[3] Op. cit., p. 265.

[4] Ibidem., p. 266.

[5] Ibid., p. 275.

[6] Ib., p. 276. Muy importante es señalar que el primer gobierno de Porfirio Díaz no se da hasta el levantamiento de la Noria, en 1876, nueve años después de que Juárez ha autorizado prohibir la diversión popular. Por otro lado, la restricción no «duró hasta 1888» sino hacia fines de 1886, fecha en la cual se derogó el decreto de prohibición, dando pie a la recuperación a partir del 20 de febrero de 1887. (Nota: si Ponciano Díaz inicia su trayectoria en 1876, lo mismo hará Porfirio Díaz en otro terreno: el militar y político. Por ello, ambos Díaz, van de la mano).

[7] Ib.

[8] Historia de México. Un acercamiento, p. 39.

[9] Edmundo O’Gorman. México. El trauma de su historia, p. 87.

[10] Beezley, ib., p. 276-7.

[11] Ib., p. 277.

[12] Juan Antonio Ortega y Medina. Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), p. 43-4.

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LO QUE DEBE SEGUIRSE APRENDIENDO DE TOROS…

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Así se observaba la plaza de toros «México» justo la tarde en que se conmemoró el LXXIII aniversario. Imagen de Gilberto Coello Ramírez.

   Esta tarde, la del 10 de febrero de 2019, concluyó en la ciudad de México una temporada taurina más, la 2018-2019. Su balance entra en el difícil territorio de análisis y reflexiones, del que esperamos posturas honestas de parte de la prensa.

   Y al más viejo estilo, va “una pica en Flandes…” de mi parte.

   Quienes nos consideramos aficionados, nos preocupa muchísimo el incierto aquí y ahora con que se deja notar la dinámica del espectáculo, lo cual se convierte en importante señal para el futuro inmediato. Por lo tanto, estamos conscientes de que las cosas no marchan bien.

   “Ya salió el pesimista de siempre”, dirán unos. “Y al final, no se resuelve nada”, comentarán otros.

   Considero que, en estos últimos años, se ha vivido la peor situación encarada por la Tauromaquia mexicana, misma que no da señales de garantizar su futuro, en medio de diversas circunstancias, una de las cuales es la del constante golpeteo que proviene de los contrarios. Otra es la falta de cohesión entre los diversos sectores que integran el espectáculo (no solo el dedicado a la organización de cada festejo), sino de aquellos grupos que pretenden convertirse en aislados frentes de lucha, en vez de integrar un auténtico ejército tal cual sucede, por ejemplo, con el fenómeno de las redes sociales. Otra más, sensible a cual más, es esa desagradable ausencia en el apoyo a la cultura taurina, que brilla por su ausencia.

   A lo anterior, debe agregarse el preocupante síntoma de plazas semivacías, la falta de una, dos o más figuras del toreo capaces de liderar, desde la supremacía misma, el estado de cosas en asuntos taurinos.

   No miento si digo que, desde la despedida de “Manolo” Martínez (aquella de 1982 que no fue tal, y luego la definitiva cinco años después), no ha habido nadie, absolutamente nadie capaz de ocupar el sitial que dejó desde entonces. ¡Ya han transcurrido 32 años en que seguimos esperando otra gran consagración…!

   Mientras se desarrollaron los diversos festejos de la temporada que ha llegado a su fin, no hubo, a lo largo de todas las tardes un solo lleno, pero tampoco, y ni por casualidad, se dio el fenómeno de que ese o aquel triunfo conmocionara de alguna forma la vida social de este país.

   Tuvo incluso que cederle lugar, el domingo 3 de febrero a la final del “Superbowl” pues el atractivo de tal deporte, alcanzó cotas nunca antes imaginadas, gracias no solo a la cobertura que lograron los medios masivos de comunicación, sino al hecho de que es uno de los deportes mejor posicionados en la nación vecina.

   Es más. Hoy día, entre la ciudad de México y la zona conurbada, debemos estar concentrados unos 25 millones de habitantes, suficiente cantidad no solo para garantizar la pervivencia del espectáculo, sino para la de otros muchos, gracias al enorme abanico de posibilidades relacionadas con las diversiones públicas. Lamentablemente los elevados costos de entrada, se convirtieron en otro factor causante de las bajas entradas. Aunado a ello, la afición tampoco respondió debidamente pues la empresa no garantizó, en buena parte de los festejos, una presencia apropiada del ganado y los nuevos asistentes, en su mayoría jóvenes, no estuvieron dispuestos a regresar por el solo hecho de que los resultados no fueron los que esperaban, o a la sola razón de que no fue de su interés. A lo anterior, la confección de carteles tampoco fue una razón atractiva, pues se dio en muchos casos aquello de “más de lo mismo”, con lo cual solo viene la resignación. Pero el lleno, en cualquiera de todas esas tardes, jamás se dio.

   Los medios masivos de comunicación, ya sea por radio, T.V., o internet no cubrieron las expectativas de información debidamente, y aunque existe un conjunto notable de estos elementos, fueron muy pocos los que decidieron informar debidamente el desarrollo y análisis de cada festejo. Hoy, podemos apreciar en el callejón, la desmesura de buena cantidad de prospectos en eso de la transmisión, pero pocos son los que cuentan con un conocimiento cabal de la cosa taurina. Ha cambiado en mucho ese aspecto, tanto que hace 30 o 50 años, dos o tres personas eran suficientes para transmitir por radio o T.V. la corrida o novillada (me refiero en particular a José Alameda, Paco Malgesto, y a Morenito). Hoy, ese número se multiplica notablemente, pero sin los resultados que esperamos. Tanto monta, monta tanto…

   Por su parte, la autoridad, así en minúsculas, no salió bien librada pues dejó enormes dudas de su desempeño, con lo que la ausencia de la autoridad de la autoridad volvió a ser notoria en casos evidentes, ya sea por haber aprobado encierros de dudosa edad, por la concesión no siempre justa o equilibrada de trofeos o de honores a los restos de ciertos ejemplares que no siempre estaban de acuerdo con el sentir popular. No hubo, cuando debió ser, ningún llamado de atención a diversos participantes que cometieron excesos o graves errores. El reglamento taurino del que dependen los representantes que ocupan el palco del juez de plaza, debe ser un instrumento que por su parte debería estar perfectamente aprendido y aprehendido también, para ponerlo en práctica en cualquiera de sus partes. Solo que necesita una puesta al día y adecuarse no para el relajamiento ni para la extralimitación. Solo se requiere sentido común y rigor para recuperar credibilidad.

   Toca el desempeño de la empresa.

   Si hay que preguntarle a la administración de la plaza por tan malas entradas, ello no puede deberse a malas combinaciones en los carteles, sino al poco poder convocatoria que les es consubstancial. Un buen cartel deberá serlo en la medida en que más de un elemento se convierte en atractivo o garantía. Si así fuera, la afición no tendría ningún inconveniente en pagar bien, lo que sea, pero sabedora de lo ofrecido.

   El “Auditorio Nacional” es el mejor ejemplo. Programan al cantante de moda –que les gusta, ¿toda una semana?-, incluyendo un impresionante despliegue de publicidad. Cada función se convierte en garantía de lleno (no importando horario ni precios), la gente paga y está dispuesta a hacerlo, recibiendo en cambio un buen resultado. ¿Por qué en los toros no?

   Ustedes saquen sus propias conclusiones.

   La empresa, a diferencia de “Las Ventas”, si es que deben ponerse las dos en un mismo nivel, sigue ocultando en su “cobertura” la materia prima: toros o novillos lo cual por el lado de “Las Ventas”, se les deja ver, desde que han integrado su página oficial, sin mayor miramiento. Ofrecen novillos, son novillos. Ofrecen toros, y son toros, a reserva de la opinión de jueces y veterinarios, lo que aquí no es práctica común. Eso le dice a cualquiera qué producto se “vende”. De lo anterior puede concluirse con la idea de que por parte de la empresa capitalina, no ha habido, ni habrá voluntad de dar certeza a la transparencia.

   A lo anterior, agrego esa obtusa terquedad en permitir un desordenado ambiente comercial que se desborda sin control, ocupando sitios que obstruyen el tráfico peatonal. No imagino una emergencia, que puede derivar incluso en una estampida.

   Y algo más. Su obsesión por los esquilmos. Gracias a ese generoso y atractivo concepto, contamos con cantinas al interior de la plaza -¡habráse visto!-. Gracias a eso, se incrementó el número de personas que circulan sin control alguno ofreciendo sus mercancías, sin que haya ningún inspector que ponga control al respecto. Ya habrá autoridad en esta nueva experiencia política que vive el país desde diciembre de 2018, como para imaginar, desde luego en forma bastante ingenua, que ha de imponerse energía y rigor para evitar estos deslices empresariales, que son tantos. Por eso, siguen sin hacernos creer que el espectáculo debe resignificarse hasta lo último.

   En realidad, el tiempo de solución se va reduciendo, y la apuesta por darle fortaleza al espectáculo se puede diluir en algo que vamos a lamentar, de no actuar debidamente a tiempo.

   Están encaminados una serie de esfuerzos para ese reposicionamiento, pero no basta si ante la posibilidad de fortalecer ese paso fundamental (hacia la UNESCO), no se sigue demostrando porqué queremos conservar ese patrimonio.

   En fin, y al final de este balance escribo las últimas y escasas líneas para decir algo sobre los contrarios. Están en lo suyo, se documentan, dicen estar preparados para la madre de todas las batallas, pero insensibles como son de lo otro, desconocen que existe un espíritu en la propia entraña de esta nación, al menos de la nuestra, como para entender que el peso de una costumbre primero. De un ritual que proviene de muchos siglos atrás después, no puede alterarse en su esencia. Destruirían, como ya lo hicieron, elementos de la vida cotidiana que se concentraba en el ámbito del circo, por ejemplo. Y aunque el circo podría tener menor presencia, pero posee también una raíz profunda, esta es resultado de aquellos componentes que dieron forma a diversos aspectos que significaron diversas formas de entretenimiento, basadas en códigos que le vienen de una distante antigüedad, como los toros.       Febrero 11 de 2019.

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OTRAS PLAZAS DE TOROS EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XIX MEXICANO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

  POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

 

Composición elaborada a partir de dos interesantes y curiosos documentos:

A la izquierda de MÉXICO PINTORESCO. COLECCIÓN DE LAS PRINCIPALES IGLESIAS Y DE LOS EDIFICIOS NOTABLES DE LA CIUDAD. PAISAJES DE LOS SUBURBIOS. L. 1853. INTRODUCCIÓN POR FRANCISCO DE LA MAZA. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1967. X + 46 p. Ils. Exterior de la plaza de toros de San Pablo, hacia 1853, veinte años después de los acontecimientos que aquí se han recordado. A la derecha, un hermoso cartel anunciador orlado finamente, y salido de la tipografía de Manuel Murguía, mismo que daba cuenta del festejo a celebrarse la tarde del 6 de septiembre de 1857. Ambos, de la col. digital del autor.

    Hacia los años 20 del siglo antepasado, además de las ya conocidas plazas de El Boliche y Necatitlán, hubo algunas más como la Plaza Nacional de Toros, una más ubicada en el predio que actualmente ocupa el actual Museo del Caracol en Chapultepec y que, recientes estudios arqueológicos así lo comprueban, remontando dicha evidencia al año 1833. También hay algunas afirmaciones de que, por los rumbos de Tlalpan, y esto a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX, se ubicó otra, antecedente directo de la de “Vista Alegre”, que funcionó en la tercera década del XX.

A estos sitios, deben sumarse las plazas de Don Toribio que funcionó entre 1813 a 1828; la de Jamaica (de 1813 a 1816), o la de la Lagunilla, que venía siendo un coso en servicio para estas diversiones desde el siglo XVII y que alcanzó el XIX.

Del mismo modo solo que intermitentemente llegó a funcionar la Real Plaza de toros de San Pablo, pues sus orígenes se remontan a 1788. Luego sirvió entre los años de 1815 y 1821, pues de acuerdo a ciertos acontecimientos, el coso fue blanco de un incendio antes de que se consumara la independencia mexicana, hecho ocurrido el 27 de septiembre de ese 1821.

Por cierto, a ese extraño accidente, dedica buena parte de su atención el célebre Carlos María de Bustamante, quien no siendo precisamente un personaje público a favor del espectáculo taurino, cuestionaba constantemente su dinámica. Pero al referirse al percance, escribió que la plaza “quedó reducida a pavezas”.

Pocos meses después, esto el 18 de mayo de 1822, fue proclamado emperador Agustín de Iturbide, por lo que las fiestas en honor a dicha asunción, incluyeron varios festejos taurinos, mismos que se desarrollaron en la Plaza Nacional de Toros. Curiosamente se han encontrado datos en la Gaceta del Gobierno Imperial de México, la cual proporciona noticias que afirman se disponga de la plaza de San Pablo para llevar a cabo una temporada de 16 festejos. Sin embargo, no fue sino hasta el 7 de abril de 1833, ya en una segunda etapa, que recuperó su ritmo, aunque hay referencias de que también otra fecha importante para el reinicio de las funciones sucedió en el curso de 1835. Se cree incluso que ahí debutó Bernardo Gaviño, justo el 19 de abril de ese año, aunque afirma Domingo Ibarra que en realidad, la presentación ante los aficionados de este país, se registró en la de Necatitlán, lo que es muy probable haya ocurrido en 1829, de acuerdo a datos que también nos proporciona El Arte de la Lidia, N° 7, año I, del 7 de diciembre de 1884 donde reporta que “el decano de los toreros, Bernardo Gaviño” se encontraba en México desde 1829.

Aquellos escenarios y según ya se ha dicho, fueron construidos con madera, como material básico. Así que su permanencia no se garantizaba salvo que fuesen remudadas sus estructuras, expuestas, sobre todo, a las inclemencias del tiempo o a las llamas. Si bien la plaza de San Pablo estuvo sujeta a diversas condiciones, una de ellas fue que, en tiempos de la invasión norteamericana a nuestro país (de finales de 1846 a comienzos de 1848), tuvo que ser desmantelada en su mitad, para que el maderamen se enviara al hospital de San Pablo y con aquellos tablones, habilitar entonces camastros o camillas que sirvieran para la atención de incontables heridos en las diversas batallas ocurridas en nuestra ciudad.

Volvió a reinaugurarse el 15 de diciembre de 1850 y dejó de funcionar, definitivamente en 1864.

Esta plaza merece un trabajo muy intenso de investigación, pues en ella se presentaron incontables toreros que en similares circunstancias ya habían pasado por el ruedo de la Plaza Nacional de Toros. es decir que por ambos escenarios aparecieron con frecuencia: José María Rea, Mariano González “La Monja”, Luis, Sóstenes y José María Ávila, Marcelo Villasana, Pablo Mendoza, Basilio Quijón, Legorreta, Gumersindo Rodríguez, Andrés Chávez, Vicente Guzmán, Dionisio Caballeros “Pajitas”, y tres picadores –uno, Morado de apellido-, y los célebres Magdaleno Vera y Juan Corona.

A estos nombres he de agregar los de Bartolo Morales, Pedro Fernández de Cires, Clemente Maldonado, Manuel Ceballos, Guadalupe González, José María Guerrero, Marcelo Caballero, Luis Álvarez, José Castillo, José María Clavería y José Tovar, entre otros muchos.

También he de referirme a personajes como un tal Pimentel, de origen español, igual que sus compatriotas Juan Gutiérrez y Joaquín González El Calderetero, datos que dan suficiente razón para afirmar primero, que ellos fueron continuadores de un antiguo diestro, que vino a la Nueva España hacia 1766 y que decidió quedarse, para alcanzar su retiro a finales de aquel siglo. Me refiero a Tomás Venegas El Gachupín Toreador, pero también por el hecho de que con estos personajes, el ambiente taurino alcanzó condiciones para recibir a Bernardo Gaviño. Si bien, el ambiente antiespañol era un factor muy sensible, es de creer sobre el hecho de que personajes como los aquí citados, condescendieran al estado de cosas, e incluso se adecuaran o adaptaran de manera forzosa o natural, con lo que terminaron siendo aceptados. Vale la pena recordar que el reconocimiento diplomático que España otorgó a México respecto a la independencia, se dio hasta 1836, lo cual significa haberse convertido en un proceso político tardío. Aún así, creo que la labor paciente de estos protagonistas extranjeros, alcanzó buenos resultados, pues fueron ellos quienes de alguna manera transmitieron y desplegaron los avances más técnicos que estéticos ya alcanzados años atrás en España, sobre todo a partir de la “Tauromaquia o arte de torear” evidencia importantísima que había propuesto José Delgado “Pepe Hillo” desde 1796 y que luego se reafirmó con la que Francisco Montes pondría en vigor en 1836, tras la publicación de su “Tauromaquia completa o sea el arte de torear en plaza…”

De lo anterior habría que concluir sobre el hecho de que aún, al margen de la anhelada emancipación que dio como resultado el nuevo estado-nación, no fue posible que se desataran ciertos hilos invisibles, mismos que permitieron, en lo taurino, que se hiciera evidente una continuidad y donde se intensificó el mestizaje, al grado de que como lo he afirmado en la biografía del propio Bernardo Gaviño quien fue un español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX.

El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal.

Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena.

Bernardo Gaviño no era un torero más en el espacio mexicano Con él va a darse la correspondencia y la comunicación también de dos estilos, el mexicano y el español de torear que, unidos, dieron en consecuencia con el panorama universal que, sin saberlo se estaba trazando. Más tarde, Ponciano Díaz, pero fundamentalmente Rodolfo Gaona remontan este nivel de calidad a su verdadero sentido que nutre -por igual- a España que a México.

Bernardo, seguramente no imaginó que su influencia marcaría hitos en el avance de una fiesta que, con todo y su bagaje cargado de nacionalismos, a veces alcanzaban extremos como el chauvinismo o el jingoísmo por parte del pueblo (el concepto “afición”, con toda su carga de significados, despertará plenamente hasta 1887). Goza el gaditano de haber sido protagonista de epístolas y novelas (como las de Madame Calderón de la Barca o Luis G. Inclán). Su nombre adquiere fama en importante número de versos escritos por la lira popular y en más de alguna cita periodística de su época, lograda por plumas de altos vuelos literarios.

Pues todos, o buena parte de estos acontecimientos y con ese rico despliegue de personajes, se desarrollaron en la plaza de San Pablo, de la que hasta hoy, disponemos de algunos carteles, muy pocos, ante el hecho de que fue sitio y escenario de sinfín de festejos. Por fortuna, esa sólida existencia documental, o la que nos proporcionan diversos viajeros extranjeros. Incluso, todas aquellas inserciones periodísticas han de servirnos para reescribir en forma debida y correcta las historias sobre diversas plazas de toros, y donde ocupa un lugar de privilegio la Real Plaza de toros de San Pablo, de célebre memoria.

Referencia de José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

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