Archivo mensual: marzo 2019

PONER EL REGLAMENTO TAURINO AL DÍA: UNA PRIORIDAD.

EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El peso de la tradición y la modernidad. A la izquierda: Bordado con motivos taurinos, elaboración de artesanos en Michoacán. A la derecha: Antonio García “El Chihuahua” colocando banderillas en forma espectacular. “La Petatera” (Villa de Álvarez, Colima), febrero de 2015. Col. del autor.

La tauromaquia es un concepto, pero también una expresión que ha estado sujeta a los naturales cambios impuestos por el tiempo, la evolución. Los públicos, pero sobre todo por su afán de pervivencia.

Nuestros tiempos, donde el desarrollo ideológico, las tecnologías, e incluso la contundente e inevitable presencia del cambio climático, obligan a las sociedades en su conjunto encaminar el destino por senderos inéditos quizá nunca antes previstos. A ese escenario se suma la fuerte carga crítica de grupos opositores que crecen, delimitando cada vez más la presencia de un espectáculo ancestral, integrado al menos a ocho países que lo conservan como tradición y legado. Por lo tanto, es pertinente seguir legitimando su defensa y el por qué de su presencia en estos tiempos que corren.

Para ello hay que valernos en esta ocasión de unos razonados argumentos que pongo al alcance de los lectores.

De reciente aparición es el trabajo de dos académicos españoles, que han compartido un importantísimo análisis el cual no podemos perder de vista. Me refiero a “Cómo adecuar la lidia al siglo XXI”, de Fernando Gil Cabrera (Doctor en Biología) y Julio Fernández Sanz (Veterinario). La liga para tener acceso al texto completo proviene del notable portal de internet “Taurología.com” (https://www.taurologia.com/propuestas-para-adecuar-lidia-siglo–5608.htm) coordinado por el periodista español Antonio Petit Caro.

Desde una visión que recoge la experiencia ocurrida en España, y que no nos es ajena pues se trata de la misma representación –cambia la forma, no el fondo-, los autores determinan luego de diversas contemplaciones, la necesaria puesta al día en el reglamento taurino, sin más. Evidentemente España cuenta con varias disposiciones y eso lo aclaran. Pero al puntualizar las necesidades reales que permiten entender el espectáculo en ese aquí y ahora plantean fijar la vista desde el uso de la divisa, la suerte de varas y sus elementos, las banderillas, la espada, estoque de descabellar, puntilla y alternativas para el buen uso de estos dos trebejos. Culminan con las debidas propuestas que se imponen en caso de que se conceda, y en favor del toro, el indulto.

Todo ello se encuentra plenamente sustentado en una amplia consulta a fuentes bibliográficas, a la experiencia que ambos manifestaron en un texto conjunto, claro, sin dispersión de ninguna especie, y procurando siempre ir al asunto usando un lenguaje que le es claro no solo al taurino en cuanto tal; sino a cualquier lector.

Tan difícil como complicado, abren su propuesta con una interpretación del presente. Es decir, nos proporcionan la información necesaria para entender la forma en que ha llegado hasta nuestros días la forma en que sus diversos participantes hacen de la tauromaquia ese logro en el que están reunidos diversos componentes, resultado de una larga acumulación no solo secular, sino milenaria. Eso conjuga lo sagrado y lo profano, las radicales transiciones (como aquello que ocurrió en el siglo XVIII cuando el toreo ecuestre devino en el de a pie), pero también su notable riqueza decorativa; como lo es también la técnica y estética al servicio; y todo ello sujeto a un factor casi intangible: lo efímero en concordancia con lo intenso y poderoso que el ritual de sacrificio y muerte significa en su absoluta realidad.

Se detienen en una fina revisión sobre la forma en que hoy se desarrolla la lidia y observan lo necesario que significa adaptar las razones de aquello que proponen a un ritmo, a un “tempo” que es propio en la corrida de toros. Con sus propuestas y la posible materialización de las mismas, no es que se caiga en el juego deseable de los contrarios, aunque sí en la renovada representación que en natural consecuencia, se aleja de anacronismos y hasta de las elementales depuraciones en lo que consideran “tiempos muertos” durante el desarrollo de la lidia.

Es preciso, y muy recomendable su correcta lectura. Ese es un ejercicio complementario al que estas notas se agregan al que ya debe ser un balance colectivo que seguramente tiene armadas sus propuestas, suficientes razones para poner bajo revisión nuestro propio Reglamento Taurino, cuya última actualización se registró apenas comenzado el siglo XXI, cuando se trata de un instrumento legal que rige el espectáculo en nuestra ciudad capital desde 1987, si mal no recuerdo.

Los reglamentos tienen una larga duración, pero si no se actualizan, se corre el riesgo de que sigan cometiéndose abusos y excesos. El relajamiento natural al que se ve forzado, hace de el mismo, un instrumento legal vulnerable. Por ahora, no entraré en detalle, la lista es larga. Sin embargo, acometer esos puntos ya indicados significa dar un vuelco notable en el desarrollo de la lidia, de su necesaria depuración que podría ser el cambio radical que tanto necesita para resignificar la lidia en su conjunto, evitando así un tratamiento indebido y muchas veces excesivo que se hace ya, en contra del toro, no para favorecer sus condiciones sino para alterarlas, lo que da por consecuencia un desarrollo inapropiado en la lidia de novillos o toros.

Me parece que con eso no se incurre en una obsesión o terquedad, sino en la oportunidad de poner simple y sencillamente en su justa dimensión el desarrollo del espectáculo. Para ello será necesario un ejercicio colectivo, un debate abierto y público donde los distintos actores, pero también el público y las autoridades pongan énfasis en lo que necesita cambiar o adaptar al ritmo que la fiesta de toros necesita para su mejor representación. Ello quizá, permitiría que se entienda de mejor manera el propósito de cada una de sus partes, de si es pertinente o no en el uso de la divisa, en la presencia de los picadores y de todo cuanto conviene el desempeño de su labor. Sobre qué tanto conviene modificar los elementos constructivos de las banderillas, e incluso si cabe la posibilidad de que se pase de tres a dos pares (salvo en el caso de que sea el propio espada quien busca lucirse colocando los tres, e incluso cuatro pares si las condiciones así lo permiten). Y luego, el uso que debe darse a la espada, buscando con ello evitar una innecesaria y penosa “suerte suprema” que no culmina en los términos deseables, así como lo que significa el uso de la puntilla, otro instrumento o trebejo que se ha convertido en dolor de cabeza por la sencilla razón de que su manejo no corresponde a la necesidad real en el momento culminante, y que en realidad, junto con la espada de descabellar convierten esos instantes en doloroso e inútil tránsito.

Del mismo modo, los tiempos muertos, como el cambio del primer tercio, el número de entradas al caballo, salida al ruedo y abandono del mismo por los picadores; la colocación del toro, duración del encuentro y quites (cuando los hay). Características del caballo de picar, peto, manguitos protectores y estribo derecho, así como características en puya y vara, harían que, en su conjunto, se moderaran favorablemente las condiciones de lidia.

Tenemos que reflexionar este tema, el cual no es cosa menor. Quizá, y en forma alterna, entendamos que la notable escasez de públicos en las plazas no sea solo por el hecho de que el festejo taurino ha perdido valores sustanciales de emoción, o por la sencilla razón de que los precios de entrada han superado lo razonable. También es importante saber si estos factores, por ahora descuidados, son razones por las cuales el aficionado ya no va, pero tampoco se hacen presentes aquellos nuevos públicos siempre movidos por novedosas circunstancias. Entienden, estoy seguro, que no ir significa eludir una desagradable representación que conjunta desaciertos, descuidos; abandono en consecuencia.

Ha llegado el momento de unir voluntades, de sentarse a discutir, revisar y definir el reglamento más apropiado para las corridas de toros que hoy día se presentan en nuestro país. Sabemos que el reglamento en cuanto tal, será una referencia que aplicará no a nivel nacional (lo cual es deseable), pero si esto ocurre, lo demás vendrá por añadidudra. Lo bueno, se copia, y sea a nivel estatal o municipal, el hecho es que cada espacio geográfico donde se celebran espectáculos públicos, tenga el que hoy día hace falta.

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HOY HABLEMOS DE CINE… y TOROS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

La colección de discos DVD editada por la U.N.A.M. entre 2002 y 2007.

   Los lectores de “AlToroMéxico.com” pudieron enterarse hace unos días sobre la función de cine que hoy tendrá lugar en el auditorio Silverio Pérez de la Asociación de Matadores de Toros, Novillos, Rejoneadores y Similares (Atlanta N° 133, Col. Ciudad de los Deportes, a un costado de la plaza de toros “México”). Estamos muy agradecidos con el apoyo del matador Francisco “Paco” Dóddoli por todas las facilidades que nos da, tanto a la fundación Juan de Dios Barbabosa Kubli y un grupo de entusiastas aficionados del rumbo de Mixcoac, encabezados por el Ing. Porfirio Pereyra, pues de ese modo, tendremos oportunidad de acercarnos a esta fascinante expresión de la que adelanto algunos datos interesantes.

Desde 1888 hubo intentos que iban dejando evidencia de que muy pronto, con el apoyo de vitascopios o kinetoscopios, el cinematógrafo sería una de aquellas primeras culminaciones del que en nuestros días sigue considerándose como el “Séptimo arte”.

De ese modo, y entre muchos, destacaron Louis Lumiere y Thomas Alva Edison quienes muy pronto enviaron por diversas partes del mundo a sus representantes para difundir aquel descubrimiento. En ese sentido, México no fue la excepción, por lo que la noche del 6 de agosto de 1896, y en una de las salas del Castillo de Chapultepec, Ferdinand Von Bernard y Gabriel Veyre mostraron al entonces Gral. Porfirio Díaz un conjunto de imágenes que asombró al citado personaje, sus familiares y otros integrantes de su gabinete. Ocho días más tarde, el 14 comenzaron a darse funciones dirigidas al público en general en los bajos de la droguería Plateros.

Y el cine tuvo ojos para contemplar, entre otros aspectos de la vida cotidiana a la propia tauromaquia, por lo que la primera película filmada –aunque no exhibida en México-, ocurrió el 23 de febrero de 1896 en Ciudad Juárez, alternando Froilán Pérez “El Chatillo” y Antonio Salas “Salitas”.

El 2 de agosto de 1897, se filmó en Puebla por los señores Currich y Maulinié “Corrida entera de toros por la cuadrilla de Ponciano Díaz”, que lamentablemente ya no existe.

En 1897, entre octubre y noviembre, James Waite y Frederick Blechynden filmaron los considerados rollos 1, 2 y 3 de “Bull fight” integrados a la “Colección de papel Tomás Alva Edison” actualmente ubicados en la Biblioteca del Congreso, en Washington, E.U.A. Son escenas recogidas tanto en el corral de la hacienda de La Soledad, Sabinas, estado de Coahuila como en la plaza de toros de Durango. En ese material, puede apreciarse a Juan Jiménez “El Ecijano” junto a su cuadrilla, haciendo lo que humanamente era posible ante un ganado poco propicio. Era casi la plena demostración del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna, porque aún se aprecian algunos toques del toreo a la mexicana. Los afortunados en apreciar dichas imágenes, fueron habitantes de Mazatlán, precisamente en una función organizada la noche del domingo 19 de diciembre del mismo año.

En ese sentido, tan notable maravilla de la invención siguió su curso, por lo que muy pronto ya no solo serían meros documentales, sino películas de ficción (recordemos que las películas pueden clasificarse como documentales cuando fueron filmadas in situ, o de ficción, cuando se trata de escenas reconstruidas en otros lugares). Así que, desde el primer registro hasta el último del que tenemos noticia, me refiero al documental “Soy novillera” que recién acaba de exhibirse, y cuya producción corrió a cargo de Luc Bobyn, para desvelar la vida de Marlene Cabrera, se acumulan 520 diversos materiales filmados o exhibidos en nuestro país, de acuerdo al registro que por mi cuenta realizo en “Los códices de la imagen: Rescate total. México (1895-2019). Revisión histórica entre “vistas”, realidades” y “ficciones”.

Cabe apuntar que ese número se va a más del doble, si consideramos que la Dirección de Estudios Cinematográficos –la “Filmoteca” de la U.N.A.M.-, cuenta en nuestros días con el ingreso de nuevos fondos que ya se sometieron a procesos como estabilización, clasificación, calificación para luego pasar al de la conservación. Grata noticia esta y que conviene difundir, en la medida en que fondos como “Julio Téllez García, Marco Antonio Ramírez, Jesús Solórzano (y probablemente la incorporación de otros dos con los cuales se hacen las debidas gestiones), ello permita nutrir aún más el patrimonio documental cinematográfico, suficiente razón para justificar cuán importante es este conjunto de registros para la historia en nuestro país.

Gracias a esta noble institución y su personal se deben diversos rescates, intervenciones de control y hasta la difusión, como es el caso de cuatro discos DVD, presentados entre 2002 y 2007 que se deben, en su parte de producción y edición a quien esto escribe. Debo agregar que los interesados, todavía pueden conseguir estos materiales, a muy buen precio por cierto, en la tienda que se encuentra en las instalaciones de la propia “Filmoteca de la U.N.A.M.”, la cual se encuentra sobre el Circuito Mario de la Cueva, al interior del territorio de la Universidad Nacional.

El cine es un segmento que recrea la tauromaquia, lo mismo en su brillo original que en su más descarnada realidad. Por fortuna, el significado de este espectáculo es evidente en muchas imágenes, no todas de excelente calidad, aunque muchas de ellas dan idea de su misterioso contenido, donde podemos apreciar, entre otros, la presencia de algunos diestros de finales del XIX (“El Ecijano”, “Cuatro-dedos”, Ángel Moyano o Antonio Fuentes), y otro conjunto donde aparecen Rodolfo Gaona, Juan Silveti, e incluso Manuel Jiménez “Chicuelo”.

Luego, tenemos un recuento sobre buen número de diestros pertenecientes a la época de oro y plata del toreo mexicano (esto entre los años 30 y 60 del siglo pasado). Todo ello, contemplado y recogido en el soporte de nitrocelulosa, que luego, allá por los años 80 del siglo pasado mutó en el cromo y apenas de unos años para acá, de la expresión digital.

El cine taurino, a lo largo de 124 años ha contado con la participación de camarógrafos, cineastas, exhibidores e incluso investigadores. Allí están los hermanos Alva, Salvador Toscano, Rosas Priego, Sergei Einsestein, Paco Hidalgo, Daniel Vela, Samuel Pesado, José Hoyo Monte, Miguel Barbachano Ponce. Entre cineastas, camarógrafos e investigadores no puedo dejar de mencionar a Tomás Pérez Turrent, Julio Pliego, Heriberto Lanfranchi, o el Dr. en Sociología Juan Felipe Leal, quien ha hecho de sus Anales del cine en México (1895-1911) una serie de largo aliento, con más de 30 títulos. También reconozco la labor del Maestro en Arte Carlos Flores Villela quien ya tiene un lugar muy reconocido en estos menesteres.

De Julio Téllez y Heriberto Lanfranchi debemos reconocer la difusión e investigación que dedicaron a este género. Gracias a ellos, es que sabemos con mayor claridad sobre el panorama cinematográfico-taurino en México, del cual elaboraron un registro muy completo (el cual, debido a la reciente desaparición de Heriberto Lanfranchi, quedó en suspenso). De ahí que cuando se difunda, sea una obra que no pueda faltar en las mejores bibliotecas. Con el trabajo de todos ellos conocemos un mejor panorama que aún tiene mucho por ofrecernos, lo que habemos en realidad somos pocos investigadores dedicados a ello. Queda mucha por hacer, por investigar, por rescatar, por difundir y esa es, entre muchas tareas, un gran pendiente como para entender al toreo mexicano en una dimensión como esta, llena de elementos que, en su conjunto, cubren todo el siglo XX, suficiente razón para explorar valores que le vendrán muy bien a un espectáculo tan fascinante como los toros.

Pues bien, no puedo despedirme, sin dejar de invitarlos a esta función, misma que incluye la siguiente ORDEN DE LA FUNCIÓN

Presentación, por parte de José Francisco Coello Ugalde, Maestro en Historia.

1.-Proceso constructivo de la “Ciudad de los Deportes” (1945-1946).

2.-Inauguración de la plaza de toros “México” (5 de febrero de 1946).

3.-Jesús Solórzano, Gregorio García y la confirmación de alternativa de Alejandro Montani. 16 de noviembre de 1947.

Del disco DVD “Recuerdos del toreo en México (1947-1964)”:

4.-Introducción.

5.-José Rodríguez “Joselillo”

6.-Miguel Báez “Litri”

7.-Jorge Aguilar “El Ranchero”

8.-César Girón.

9.-Silverio Pérez.

10.-Diego Puerta.

11.-Jaime Rangel.

12.-Juan Silveti.

Del disco DVD “Los toros vistos por el noticiero Cine Mundial (1955-1973):

13.-Despedida de Fermín Rivera

14.-Pablo Célis y su cuadrilla cómica

15.-Oreja de oro, con imágenes complementarias de la actuación de Jorge “El Ranchero” Aguilar. 23 de marzo de 1961.

Si la función lo amerita, ¡habrá toro de regalo!

Comentarios y opiniones de los asistentes al finalizar la exhibición.

¡ALLÁ LOS ESPERAMOS!

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GALERÍA DE TOREROS MEXICANOS. SIGLOS XVI-XIX.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Colección del autor. Al frente, lleva un grabado de Manuel Manilla. En el reverso, corresponde a la autoría de José Guadalupe Posada. Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo. Colección del autor.

    Trabajo actualmente en la elaboración de una interesante investigación, la cual lleva el título “Galería de toreros mexicanos. Siglos XVI-XIX”. Nutrirla de elementos, ha significado ir de sorpresa en sorpresa, debido a la cantidad de personajes que participaron a lo largo de tiempo tan específico, en la celebración de multitud de festejos taurinos y en un lapso de tiempo que va de 1526 a 1900; es decir 374 años en los que se hacen presentes todo tipo de actores en sus diversas modalidades. Los hay a pie y a caballo, hombres y mujeres. Ese enorme conjunto, dejó evidentemente una estela –mayor o menor-, a su paso por lo que al culminarlo, y más aún bajo la posibilidad de publicarlo, podremos tener una idea de quienes, con nombre y apellido se sumaron a la celebración de este o aquel festejo.

Las fuentes de que me valgo, van de algunos trabajos elaborados desde fines del siglo XIX, así como de listas de toreros que aparecen en las cuentas de gastos, o aquellos citados en las relaciones de sucesos (sobre todo durante todo el virreinato). También los carteles se convierten en información de primera mano, pues proporcionan el nombre de quienes integraban las cuadrillas por aquel entonces. Un agregado interesante, es esa notable presencia de investigaciones académicas, las cuales, por su escasa difusión, las valoro en términos muy especiales.

Decidí acotar tal empresa a tan específicas delimitaciones cronológicas, en virtud de que si bien, la ubicación de datos es complicada, por otro lado, permite enriquecer lentamente ese propósito. La dedicación al tema general de la historia del toreo en México, a lo largo de 40 años, me ha permitido hacer acopio de una información de la que hoy me valgo para ese y otros objetivos y puedo compartir el hecho de que por fortuna, dispongo de un rico banco de datos cuya utilidad y organización han generado la posibilidad de proponer temas como el que ahora comparto.

En dicha “galería”, no solo se incluye tal o cual reseña biográfica, por mayor o menor que esta sea, sino que cuando existe el caso, la misma se acompaña de la o las imágenes que destacan al diestro citado, lo cual forma parte en el quehacer del historiador. Su buen olfato, lo lleva a obtener y aún más, a confirmar que la presencia iconográfica del personaje aludido es cierta o verdadera.

La aventura de ese propósito, me ha llevado a entender otros tantos significados de la dinámica taurómaca que se desplegó a lo largo de esos poco más de tres siglos y medio de actividad, vinculada en buena medida a celebraciones religiosas, civiles; académicas, incluso las que surgieron con motivo de ser consideradas como “solemnes” o “repentinas”. No podían faltar las generadas por festejos donde los autores de tal o cual relación de fiestas, por ejemplo, cita –en prosa o verso-, la presencia de caballeros, integrantes en su mayoría, del grupo de poder novohispano, de esa élite ligada a unas normas preestablecidas por su propio segmento social y cuyos códigos se cumplieron rigurosamente hasta casi concluir el virreinato.

Retrato de un joven Lino Zamora, actuando en la plaza del “Montecillo”, San Luis Potosí, quizá al comenzar la séptima década del siglo XIX. Col. del autor.

   También, es posible apreciar el hecho de que un buen porcentaje ostentaba alias, sobrenombre o apodo, lo cual confirma la costumbre inveterada de construir una figura popular no exenta del prodigioso significado de aquella aureola con que se mueven personajes que adquieren celebridad, ya sea por sus hazañas o incluso envuentos por la tragedia, factor que llevó a convertir a varios de ellos en referente. No olvidemos el caso en el cual la muerte de Lino Zamora, la cual ocurrió fuera del ruedo, a causa de un triángulo amoroso, alcanzó trascendencia inusitada. Esto, gracias al célebre corrido que dio cuenta de aquel acontecimiento. La hoja volante, salida de la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, debe haberse vendido por cientos; o miles de ejemplares que incluso, han llegado a nuestros días. Además del arrojo que, como figura alcanzaba el torero, el contenido de aquellos versos informaba puntualmente las incidencias del percance, en el cual Braulio Díaz, se convirtió en el asesino, mientras que Prisciliana Granado, era el motivo de aquel desencuentro.

Por ejemplo, Leopoldo Vázquez, allá por 1898 dice sobre Lino Zamora: Lidiador acreditado que por su bravura y arte desde su aparición en los circos taurinos de México se llevó de calle a los públicos e hizo que perdieran no poco partido entre los espectadores a algunos de los diestros que antes gozaban de no poco prestigio.

En 1885 mataba toros en las principales plazas de la república mexicana con general aplauso, y su concurso era solicitado por cuantos organizaban corridas de alguna importancia seguros del éxito en su negocio.

Sin embargo, debe uno reconocer que lo inestable de ciertos datos nos llevan a creer a “pie juntillas” lo que viene corriendo de boca en boca; es decir el testimonio oral que pasa de generación en generación y que, peor aún, se da por un hecho. Se creía que Lino Zamora habría muerto, víctima del despecho y los celos de su banderillero Braulio Díaz, a raíz del triángulo amoroso que surgió entre estos dos personajes y Prisciliana Granado, en 1884. Pero con el dato que La Voz de México, reporta en su número 50 del viernes 1º de marzo de 1878, se puede colegir que dicho asesinato ocurrió en Zacatecas el 7 de febrero de ese mismo 1878. Los “Legítimos versos de Lino Zamora, traídos del Real de Zacatecas” que corren todavía lamentando su penosa muerte, debe reconocerse, dan una fecha equivocada, la del catorce de agosto. Quizá por eso, al convertirse aquel acontecimiento en un asunto que dispersó vox populi, es que haya llegado hasta nuestros días arrastrando ese peso de equivocación, diluido en su originalidad por el tiempo, pero más aún porque transmitido entre el pueblo, se encontró rápidamente con una afirmación que es difícil de extirpar en algunos casos.

Para fortuna, en casos como los del reciente trabajo que nos comparte Eduardo Heftye en “Corridos taurinos mexicanos. Recopilación y textos”, de 2012 confirma el hecho a partir del siguiente pasaje:

(…) debo hacer notar que también existen notorias discrepancias sobre la fecha del citado asesinato de Lino Zamora por parte de su subalterno. De acuerdo con la información que proporciona el texto del propio corrido, sucedió “un jueves por la tarde” y un “14 de agosto”. Con base en tales datos, Heriberto Lanfranchi llega a la conclusión de que el suceso debió haber sido el jueves 14 de agosto de 1884, dato que también es compartido por Marcial Fernández Pepe Malasombra y José Francisco Coello Ugalde [cuando ambos autores ya habíamos publicado en 2002 Los nuestros. Toreros de Mëxico desde la conquista hasta el siglo XXI].

   No obstante lo anterior, Cuauhtémoc Esparza Sánchez asegura que el crimen en cuestión ocurrió el 7 de febrero de 1878 -precisamente un jueves-, basándose en los datos que contiene el acta de defunción de Lino Zamora, que obra en el Archivo del Registro Civil del Municipio de Zacatecas, misma que tuvo a la vista y cuyos datos precisos reproduzco a continuación:

 “Libro del año de 1878 No. 16, Defunciones. Empieza el 1º. de enero, termina en 15 de abril. Acta 302, Fol. 62 f. y v.”

Lino Zamora (1840 – 7 de febrero de 1878). Torero. Nació en Guanajuato, Gto. (…) Casado con Juana Alejandrí, también guanajuatense. Después de practicársele la autopsia por orden judicial, en el Hospital Civil, fue inhumado en el panteón del Refugio en un sepulcro especial, donde quedaron sus restos durante 5 años en la ciudad de Zacatecas, donde falleció.”

    Creo que es de humanos errar, y si para evitar tal defecto, Eduardo Heftye tuvo a bien puntualizar este tipo de “minucias” en torno a Lino Zamora, lo único que me resta es agradecérselo. Nada más enriquecedor que la participación comprometida de interesados que, como Heftye, se han ocupado de estos menesteres hasta dilucidarlos a su más mínimo detalle.

Así que estos, y otros datos, serán los que en un tiempo, el más corto que sea posible, ponga a disposición de los interesados.

¡A frotarse las manos!


Referencias:

Eduardo Heftye, Corridos taurinos mexicanos. Recopilación y textos. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 2012. 400 p. Ils., retrs., facs.

Marcial Fernández y José Francisco Coello Ugalde, Los Nuestros. Toreros de México desde la conquista hasta el siglo XXI. México, Osborne, 2002. 215 p. Ils., retrs.

Leopoldo Vázquez, América Taurina. Por (…). Con carta-prólogo de LUIS CARMENA y MILLÁN. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, Editor, 1898. 191 p.

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SOBRE UN ÓLEO CON MOTIVO TAURINO, PINTADO EN MÉXICO HACIA 1860.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Con motivo del reciente festejo que tuvo lugar en Autlán de la Grana (Jalisco), el pasado 3 de marzo, y donde actuaron seis mujeres toreras: Karla Santoyo (a caballo) y a pie: Maripaz Vega, Lupita López, Karla de los Ángeles. También Paola San Román y Rocío Morelli, es probable que sea suficiente pretexto para poner en valor el significado que tiene hoy día la presencia de la mujer en los toros. Y todo lo anterior, con motivo de que este viernes 8 se distingue en lo particular como el “día internacional de la mujer”. No es una celebración más, sino la reivindicación y el posicionamiento del género femenino en este mundo que, en buena medida ha sido dominado por lo masculino.

Por tal motivo, conviene traer hasta aquí un antiguo texto, el cual comparto con gusto, mismo que elaboré en 2004, el cual se mantuvo inédito, hasta hoy.

Para la próxima exposición[1] que, con tema taurino será inaugurada en el museo “Franz Mayer”, y en la cual me fue solicitada la asesoría histórica correspondiente,[2] las museógrafas encargadas de su montaje, Andrea Cabello, Rocío Martínez y Montserrat Mata, me han pedido identificar un curioso trabajo al óleo, del que ahora mismo doy mi dictamen.

La pieza dictaminada.

Durante el siglo XIX actuaron en plazas mexicanas: Victoriana Sánchez, Dolores Baños, Soledad Gómez, Pilar Cruz, Refugio Macías, Ángeles Amaya, Mariana Gil, María Guadalupe Padilla, Carolina Perea, Antonia Trejo, Victoriana Gil, Ignacia Ruiz «La Barragana», Antonia Gutiérrez, María Aguirre «La Charrita Mexicana» y desde luego, la española Ignacia Fernández “La Guerrita”.

Entre todas ellas, es difícil identificar a la modelo que aparece en este óleo (aunque podría tratarse de Soledad Gómez, Ángeles Amaya o Antonia Trejo, que actuaron en el curso de 1864), mismo que debe ser fijado hacia 1860-1870 (no con el ca. 1840 como lo indicaba por entonces su propietario), en virtud de varias razones:

La figura femenina, viste un traje con la típica línea de diseño español. Medias blancas, faja y corbatín azules. Montera bastante pequeña. Capote de paseo austero en bordados y largos vuelos. El trazo del cuerpo es un poco desproporcionado: anchas caderas y torso pequeño. Lleva en su mano derecha una copa con la que celebra, fuera del ruedo, un brindis. Su rostro tiene la razón del ideal femenino, muy al estilo de los pintores románticos de la época. Incluso, la pose con que quedó perpetuada, tiene gran semejanza con el apunte que aparece a su derecha, obra del célebre artista alsaciano francés Gustave Doré.

¿De quién se trata específicamente?

¿La esposa del hacendado que se mandó hacer con cierta modestia este retrato?

¿La amante del hacendado?

¿De una actriz de moda en teatros como el Gran Teatro Iturbide, Teatro Hidalgo o el Gran Teatro Nacional?

Y es que dicha pintura ilustra a un personaje que aparece en segundo plano, junto a quien tiene todas las características de un sacerdote. Ese varón, de 25 a 30 años, viste sombrero de copa redonda y ala con bordados de gusanillo, chaqueta de astrakán, pantalón de paño y posible botonadura de plata, a modo de franja, indumentaria mitad civil, mitad campesino, de este peculiar señor hacendado, como podemos verlo en estas dos interesantes imágenes del pasado[3] que aparecen a continuación:

 

La figura masculina, tiene, por alguna razón mucho parecido con la del que aparece en la FOTO 1, debido a que además se toca de unas patillas bastante peculiares y tiene un porte atractivo. Aunque esto no es indicativo de que se trate del mismo protagonista del óleo.

Generalmente las mujeres toreras en el México del siglo XIX, hasta donde se tiene información, no se ponían taleguilla. Se tocaban con un vestido a modo de que aparecieran los bordados usuales en dicha prenda, si es que estos se destacaban pues, al menos dos de las imágenes más evidentes, una mexicana,[4] la otra, origen de Gustavo Doré[5] que nos muestran, en sus detalles el uso de olanes, un concepto totalmente distinto al registrado en el óleo que se califica.

Lo que es notable es el uso de prendas normalmente empleadas por hombres, pero que no exime a la mujer de portarlas. Tal es el caso que adoptaron a finales del XIX tanto Ignacia Fernández La Guerrita[6] (FOTO 5) como Dolores Pretel Lolita[7] y otras pertenecientes a la cuadrilla de Señoritas toreras (foto 6) que hicieron campaña en nuestro país entre 1897 y 1904, aproximadamente. En las imágenes existentes, se les puede apreciar adoptando poses absolutamente naturales, sin afectación alguna.

La mano y el pincel, o el pintor y la escuela.

Respecto a la perspectiva, podemos apreciar hasta tres planos, ella la señorita torera en el primero; sacerdote[8] y hacendado en segundo. Campo, horizonte y los enamorados, el tercero. Precisamente el campo es una imagen en la que abunda la vegetación y existe un cielo azul plagado de nubes en escena por demás todo un símbolo de declaración del romanticismo… mexicano. En cuanto a la línea y estilo, podrían tratarse de trabajos elaborados por Félix Parra o Manuel Serrano. Lamentablemente, al no aparecer un registro autógrafo en dicho óleo, es difícil estimar su procedencia, pero las líneas y los trazos me permiten sugerir a ambos creadores, aunque me inclino más por el primero que por el segundo.

Dicha obra, sigue en alguna medida, el modelo de los apuntes de Doré, sobre todo en aquel denominado El triunfo del espada que asume una actitud triunfal en la plaza, levantando la mano izquierda con la montera y afirmando su posición mesiánica con la mano derecha a modo de guerrero triunfador.

El traje que porta la señorita torera del óleo aquí analizado, presenta, además, una aplicación de bordados ligeros, golpes o “machos” apenas insinuados, que permiten pensar más en recoger el diseño implantado en alguna obra teatral, de las varias que se representaron con este tema en los principales escenarios de la ciudad de México, que en el propio destinado a ser un auténtico traje de luces para su uso en el ruedo.

¿De qué posibles obras teatrales se recogería dicho modelo?

Allí está una nómina interesante[9] y que puede ser imaginada, bajo los siguientes títulos:

La perla de Andalucía, El torero y las lindas malagueñas, Juguete del señorito y la maja, La macarena, Manolas y toreros después de la corrida, El andaluz y la mexicana, El torero y la mexicana, Majas y toreros…, entre otras que no fueron registradas.

Al son de alguna melodía que sale de esa guitarra del fondo, donde el intérprete pretende a la mujer que aparece a su lado, sólo alcanzamos a oír lo que muy seguramente se escuchaba en aquellos años de inestabilidad política, misma que se diluía en escenas campestres como la que ahora admiramos, en esta imagen de

donde la amartelada pareja se solaza en ilusiones, o quizá construyendo quimeras bajo los compases de La Declaración de M. Rizo:

Como puede apreciarse, la labor no fue nada fácil, si para ello entendemos que tratándose de un anónimo, lo demás es echar mano de la mera subjetividad y un buen criterio capaz de entender el contexto reunido en este maravilloso material de origen mexicano.

Noviembre de 2004.


[1] Me refiero a “De seda, oro y plata. Textiles taurinos” (febrero 2-abril 3, 2005), montada en dicho espacio.

[2] Estimado Maestro Coello: Le estamos adjuntando la foto del cuadro de la torera que le habíamos mencionado, para ver si usted puede identificar de quién se trata.

Los datos que tiene el coleccionista son: autor anónimo, óleo, ca. 1840. Medidas .67 X .56

Si pudiera identificarla sería muy bueno para completar la cédula.

Gracias por todo su apoyo. MuseArte: Andrea Cabello, Rocío Martínez, Montserrat Mata. Noviembre de 2004.

[3] Enrique Fernández Ledesma: La gracia de los retratos antiguos. Prólogo de Marte R. Gómez. México, Ediciones Mexicanas, S.A., 1950. 156 pp. Ils., fots., p. 95 y 108. Ambas imágenes, nos ayudan a entender la moda establecida, sobre todo entre ciertos personajes cuya capacidad económica nos permite conocerlos como ricos hacendados, que gozaban del privilegio de vestir con cierto lujo, mismo que iban a lucir, con ese desenfado a los estudios de daguerrotipistas y ambrotipistas de la época.

[4] José Francisco Coello Ugalde: APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS Nº 24: “Colección de imágenes alrededor del toreo, desde el siglo XVI y hasta nuestros días. (1999-2004)”. ficha Nº 114: ESCENA TAURINA reproducida en un cartel de mediados del siglo XIX.

Fuente: MEXICAN ART & LIFE. Abril, 1939.

[5] Op. Cit., ficha Nº 631: Gustavo Doré: Teresa Bolsi, torera andaluza.

Fuente: Gustavo Doré. Una visión de la obra del genial grabador francés. Lima, Perú, Editorial PPURO S.C.R.L., 1981.

[6] Ibidem., ficha Nº 290.-Ignacia Fernández “La Guerrita”. Actuó al lado de Ponciano Díaz en Tenango del Valle, Edo. de Méx. hacia 1897.

Fuente: Acervo fotográfico “Culhuacán” dependiente de la Dirección de Monumentos Históricos del INAH y, Fototeca del INAH (Archivo “Casasola”). Ex-convento de san Francisco, Pachuca, Hgo.

[7] Ibid., ficha Nº 1268.-Cuadrilla de señoritas toreras. Matadoras: Dolores Pretel “Lolita” y Emilia Herrero “Herrerita”. Banderilleras: Rosa Simó, Encarnación Simó y Dolores Prats. Se presentó en México desde 1897. Esta hermosa y evocadora imagen, fue lograda por los importantes fotógrafos J. y G. Valleto.

Fuente: Colección Diego Carmona Ortega.

[8] Es curiosa la presencia –intermediaria- del sacerdote. Su actitud displicente, sentado a la mesa, ¿es la de un elemento de la iglesia en común acuerdo con la posible relación de la pareja o un simbólico obstáculo para las pretensiones del caballero y la señorita torera?

[9] Maya Ramos Smith: El ballet en México en el siglo XIX. De la independencia al segundo imperio (1825-1867). 1ª edición, México, Editorial Patria, S.A. de C.V., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Alianza Editorial, 1991. 360 pp. Ils., grabs. (Los noventa, 62). Véase: Apéndice IV. REPERTORIO DE BAILE (1841-1867), p. 331-349.

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