Archivo mensual: abril 2019

CUATRO TARJETAS DE VISITA, y CUATRO TOREROS DEL XIX MEXICANO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Pedro Nolasco Acosta, Refugio Sánchez, Lengua de bola, Rafael Corona y Rafael Calderón de la Barca.

1.-PEDRO NOLASCO ACOSTA, EN IMPERECEDERA TARJETA DE VISITA.

    Pedro Nolasco Acosta, “Capitán de gladiadores”, creó en los rumbos de San Luis Potosí un auténtico coto de poder, mismo que se extendió entre los años de 1870 y 1903.

El “güerito” Acosta como familiar y cariñosamente fue conocido, se presenta ante nosotros con el sello de figura egregia que, por encima de muchos otros adefesios se dignaban y atrevían torear con aquellas figuras que, a los ojos del siglo XXI son antiestéticas, pero que en su momento deben haber sido aceptadas como parte de una tauromaquia mexicana relajada y distante de la española, más avanzada eso sí, pero también teniendo entre sus filas a figuras con este decorado.

Sin embargo, Nolasco Acosta guardó con mejores resultados las apariencias, dado que como se ve, asumió su jerarquía con el orgullo de figura, no importando que fuese provinciana y que siempre se quedase provinciana, como delicioso verso de López Velarde o Manuel José Othón.

Pedro Nolasco viste un traje al que solo le faltaba sonar, pues con todas esas campanillas que parece llevar, a modo de morillas, en tintileo semejante a un carrillón, era de esperarse en el romántico continente del torero decimonónico hecho y forjado en el espectáculo de tamañas banderillas, como el par que aparece a sus pies, simulando fuentes de frutas. Su capa, a lo Robin Hood, la enorme faja y el corbatín “a lo poeta”, rematan un rostro adusto, con esa montera irregular, conjunto perfecto que se preparó para lograr esta imperecedera tarjeta de visita que hoy rememora una figura emblemática, que traspasó todavía con su bigote abundante el siglo XX para despedirse en su natal San Luis Potosí, allá por 1903.

 2.-REFUGIO SÁNCHEZ, ALIADO DE UNA RECONQUISTA.

Bajo el curioso sobrenombre de “Lengua de bola”, Refugio Sánchez es uno más de los responsables en dar fuerza y vigor al toreo encabezado por Ponciano Díaz, y cuya figura, junto a Lino Zamora, se convirtieron en modelos a seguir, sobre todo cuando debe entenderse su aparición en la escena. Y los tres, así como otro gran conjunto de actores lo hicieron portando varonil bigote. Pero esto no era todo. Se trataba de ejercer la tauromaquia al estilo mexicano, aunque para ello tuviera que hacerse enfrentando la enorme influencia que los diestros hispanos, patilludos para mejor información estaban causando desde su llegada masiva a nuestro país, esto a partir de 1884. Y ese radio se extendió creándose conversos de la tauromaquia. Uno de ellos fue Refugio Sánchez.

Y aquí vemos a ese diestro oriundo de Querétaro, sitio en el que marcó su feudo, en la primera apariencia ante sus entusiastas seguidores: vistiendo el traje de luces al estilo español, como lo mandaban los cánones y la moda de la época. En su rostro hay un poco de incomodidad y no tanto por las hechuras del vestido, que le sienta muy bien, por cierto. Esa mirada y sus facciones parecen reflejar su reciente abandono por lo mexicano (cuando su nacionalidad era lo único que podía defender dignamente), para aliarse a la reconquista vestida de luces, emprendiendo así un camino que muy pronto los llevaría por senderos apropiados, por lo que el toreo a pie, a la usanza española en versión moderna ganaría adeptos nacionales.

“Lengua de bola” no sólo se hizo este retrato de cuerpo entero. También hay una pintura anónima la cual se remonta a la última década del siglo XIX. Allí aparece él junto a los de su cuadrilla, presumiblemente la denominada “Ponciano Díaz”, también enriquecida con Gerardo Santa Cruz Polanco y otros desconocidos. Todos aparecen en un espléndido retrato donde el color se intensifica aún a pesar de los más de 100 años de haberse pintado y donde esa cuadrilla puede salirse del óleo para entrar en acción en cuanta plaza se presentara.

 3.-RAFAEL CORONA: NO SOY NINGUNA PIEZA DE CACERÍA PARA PONCIANO…

Capote de paseo, te convertiste en el mejor parapeto de un Rafael Corona ya maduro, cuarentón según el estado de cosas que apreciamos en esta curiosa imagen. Sí, los toreros de aquel entonces, sobre todo para el último tercio del siglo XIX, eran longevos (allí está Bernardo Gaviño con sus 73 años) que por eso se podían eternizar en la profesión taurina. Por otro lado, su actitud como toreros aborígenes y cuyo contacto con la tauromaquia española fue para conocerla, asimilarla o ser consumidos por un desbordamiento sin precedentes de esa misma manifestación, deben haber puesto a Rafael Corona en situación nada cómoda.

Su círculo de influencia fue el estado de Michoacán, pero así, tan inofensivo que se ve, no debe haber sido pieza de cacería importante para Ponciano Díaz que también pasó por ahí, como lo hicieron de igual forma otros coletudos hispanos. Rafael, ante esos dos frentes estaba condenado a desaparecer, al menos que se aliara con unos o con otros.

Diminuto, hasta tímido –no vaya a ser que levantar un poco más la mano derecha de al traste con alguna mala costura de la casaquilla-, no se arrime con ese cuerpecillo frágil a retar desde la forzada pose. Nada más dejen que se halle en el ruedo, y entonces sí: ¡A ver si son capaces de poderle como puede Rafael a los toros! No vaya a ser que los fanfarrones y timoratos vayamos a ser otros.

Por eso, entre dientes, parece decirnos Rafael Corona: no soy ninguna pieza de cacería para Ponciano…

Rafael Corona diestro moreliano que estableció y consolidó allí mismo su prestigio. 20 años fue matador, otros cinco los dedicó como banderillero en cuadrillas como las de Jesús Villegas “El Catrín” o de Lino Zamora. Al llegar José Machío –español de origen- en 1885, su fin quedó marcado definitivamente.

4.-SE APELLIDA CALDERÓN DE LA BARCA. NO ES PEDRO, PERO SÍ RAFAEL.

El altivo personaje de la imagen, lleva un apellido emblemático: Calderón de la Barca, ni más ni menos. Sin embargo, no se llama Pedro, sino Rafael quien por algún tiempo abrazó la profesión de torero en su calidad de mero aficionado. La pluma inspirada de aquel autor teatral del siglo de oro de las letras españolas, se la hemos pedido prestada unos momentos para describir, lo mejor que se pueda, esa apostura un tanto fingida, un tanto envalentonada que asumió el diestro leonés, cuyos datos sobre su trayectoria profesional se pierde en la noche de los tiempos.

Lo único que sabemos de él a ciencia cierta es que formó parte no sólo de la cuadrilla de Ponciano Díaz, sino de aquella falange de toreros que, al interior del país monopolizaron la fiesta de toros, siendo su asentamiento el bajío, y en lo particular León, Guanajuato.

Feudos como el suyo fueron derribados en diversas circunstancias. Entre otras, por las siguientes razones:

a)Por la aplicación de un efecto de conquista impuesto por Ponciano Díaz, quien al estar convertido en ídolo popular, no perdió de vista ampliar su radio de influencia, por lo que decide emprender con éxito esa empresa.

b)Por una asimilación de conveniencia por parte de estos toreros provincianos que, al darse cuenta de la fuerza poncianista, no tuvieron más remedio que aliarse para realizar una actividad paralela, aunque sin garantías de éxitos acumulados como los que sumaba Ponciano, salvo la cuadrilla que, encabezada por Gerardo Santa Cruz Polanco y que adoptó el nombre del popular diestro, pero no en muestra de tributo o agradecimiento. No. Lo hizo por la sencilla razón de reclamarle a su antiguo jefe y luego principal enemigo, que sus acciones no estaban siendo congruentes con los tiempos que corrían.

c)El último caso es que, a corto plazo, desaparecieron muchos toreros y sus cuadrillas que surgieron en esos rumbos provincianos que, además sufrieron dicha situación con un valor de nuevo peso: la reconquista vestida de luces, es decir, cuando salta a la palestra aquel grupo de toreros españoles que, desde 1884 se plantaron para constituir un pie de guerra contundente.

Pero, ¿cómo nos explicamos esa reconquista vestida de luces?

La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar en lo espiritual al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no sólo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano, también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

Así que, con Rafael Calderón de la Barca, si no logramos dar un perfil de su personalidad, sí al menos del medio en que se desarrolló en los últimos años del siglo XIX, pues murió en Orizaba, víctima de una cornada, allá por enero de 1893.

Pedro Calderón de la Barca, comenzó como banderillero en una cuadrilla juvenil, en León, Guanajuato hacia el año de 1887.

Fuentes de consulta: LA FIESTA Nº. 52, del 19 de septiembre de 1945, y Revista de Revistas. El semanario nacional, año XXVII, Nº 1439, 19 de diciembre de 1937.

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VARIEDADES FESTIVAS  Y TAURINAS EN EL VIRREINATO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Fiestas jesuitas en Puebla. Ilustración de Fernando Ramírez Osorio. “Fiestas jesuitas en Puebla. 1623”. Anónimo. Gobierno del Estado de Puebla. Secretaría de Cultura, Puebla, 1989. 46 pp. Ils. (Lecturas Históricas de Puebla, 20), y recreación de un arco triunfal, ubicado en el Nuevo Museo del arte barroco en Puebla. Fotografía del autor.

Refiere D. Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco que así como fueron “muy notables los toros corridos en 1732, con objeto de festejar la reconquista de Orán; (asimismo) fueron memorables los del 21 de febrero de 1803, pues en el acto de partir la plaza los granaderos del Comercio, empezó a ocultarse el sol en un eclipse, y cuando reapareció, fue tal el júbilo de los espectadores, que prorrumpieron en aplausos, y sonó la música de la tropa”.

Estos y otros apuntes que vendrán a continuación, provienen del curioso impreso Torneos, Mascaradas y fiestas Reales en la Nueva España, que publicó la célebre imprenta CVLTURA, en su Tomo IX, N° 4, allá por 1918.

Para entonces, comenzaba una labor que diversos historiadores, investigadores y escritores pusieron en práctica para recuperar el pasado virreinal. Esto había iniciado en lo fundamental, con Vicente Riva Palacio (1832-1896), quien en su Monja casa, virgen y mártir, así como el célebre retrato de Martín Garatuza, esbozaba en forma peculiar, no solo los pasajes que aluden a estos temas, sino que recreaba circunstancias que alcanzaban un propósito que retomaba el incómodo tema que otros intentaban ocultar. Las razones de ese ingrato pasado que no debía ocurrir de nuevo, por otro lado se abrían como una posibilidad, la que no necesariamente generaba una reconciliación, pero al menos era motivo para retomar circunstancias que fueron realidades en esos tres siglos tan cuestionados entonces.

Continuaron esas tareas Joaquín García Icazbalceta, Luis González Obregón, Artemio de Valle-Arizpe, y Genaro Estrada. De igual modo, Romero de Terreros, quien a lo largo de su periodo más creativo, dejó otras tantas obras, entre las que destacan La Casa de Parada (1917), Florecillas de san Felipe de Jesús (1919), Apostillas Históricas (1945), o Antiguas haciendas de México (1936), entre algunas más.

En Torneos y mascaradas… reúne diversos relatos que describen la forma en cómo se articuló la fiesta ecuestre durante los siglos XVI, XVII y XVIII, para lo cual, sus diversos protagonistas siguieron a cabalidad una serie de normas, surgidas desde el discurso de los libros de caballería, hasta lo que con rigor y exactitud se indicaba también en los tratados de la jineta o la brida, uno de los cuales corresponde a la acumulación de experiencia en la primera etapa novohispana. Me refiero al Tratado de la Caballería, de la Gineta y Brida (…) del criollo Juan Suárez de Peralta, que se publicó en Sevilla, año de 1580.

También relata qué eran, por ejemplo, las Mascaradas, mismas que fueron introducidas en México por el fastuoso Marqués del Valle. De eso escribe el propio Suárez de Peralta: “Dieron también en hacer máscaras, que para salir a ellas no era menester más de concertallo en la mesa y dicir: “esta tarde tengamos máscara;” y luego se ponía por obra y salían disfrazados cien hombres de a caballo, y andaban de ventana en ventana hablando con las mujeres, y apeábanse algunos, y entraban en las casas de los caballeros y mercaderes ricos, que tenían hijas o mujeres hermosas, a parlar. Vino el negocio a tanto, que ya andaban munchos tomados del diablo, y aun los predicadores lo reprehendían en los púlpitos; y en habiendo máscara de disfrazados se ponían algunos a las ventanas con sus mujeres, y las madres con sus hijas porque no las hablasen libertades; y visto que no podían hablarlas, dieron en hacer unas cerbatanas largas, que alcanzaban con ellas a las ventanas, y poníanles en las puntas unas florecitas, y llevábanlas en las manos, y por ellas hablaban lo que querían”.

Tales representaciones no eran cosa complementaria o cosmética. Ni tampoco se trataba de cuadros parataurinos. Eran, en sí misma verdaderas puestas en escena que se integraban al conjunto general para materializar la celebración, lo que significa que cada festejo ocurrido, era monumental. Lo inimaginable si hoy intentamos entender aquellos escenarios.

Sobre las corridas de toros comenta que se verificaban antaño con tanta frecuencia como ogaño; pero figuraba en ellas casi siempre la suerte de rejón. Celebrábanse generalmente en la Plaza del Volador. “Repartidos los tendidos –dice un cronista-, a tribunales y ministros particulares, y otras personas que compran lumbreras, las adornan y cuelgan con tapices, ya plateados, ya dorados, ya de damasco, que hacen muy vistosa la plaza, de manera que vacía de gente causa bastante armonía, y tiene diversión el público en sólo verla… Mucho es el concurso de parte de denoche, porque, como se quedan las señoras en sus lumbreras a gozar de la vista de la plaza, que toda se ilumina, ocurre mucha gente a la plaza, y por cierto que es de ver y maravillar la hermosura, galantería y riqueza de las mexicanas.

Para armar su publicación, abordó temas como las Fiestas reales, además del Paseo del Pendón, que eran las principales para las juras de los reyes. De Carlos V a Fernando VII inclusive, se juraron en México once monarcas, y en casi todos esos actos se hizo gran ostentación de lujo, no sólo en la metrópoli, sino también en las ciudades de provincias.

Dice que los mejores escritores coloniales no desdeñaron emplear su pluma para describir, en prosa y verso, las juras reales; y muchas de sus producciones, aunque de escaso mérito literario, han adquirido gran valor bibliográfico, por su rareza o curioso contenido.

En ese sentido, las relaciones de sucesos se convierten hoy en un pretexto que me llevan a reunir el catálogo mas representativo que sea posible, entendiendo con alrededor de unas 500 obras, el comportamiento no solo de la fiesta, sino el de los motivos, pretextos o razones. Del mismo modo, la pluma creadora, el estilo que cada uno de los autores decidió aplicar en su obra, y la integración del documento final mismo, pasaba por un complejo proceso de aprobaciones. Una primera experiencia en ese sentido, se da a conocer en Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2), obra que vi publicar por aquel año.

Hoy, a 31 años vista, el tema sigue siendo de interés particular, y a lo largo de todo ese tiempo, he venido reuniendo diversas evidencias que permiten integrar un nuevo catálogo, comentado, analizado y aderezado por diversas portadas y portadillas, que en su mayoría son de una belleza tipográfica sin igual.

Por eso, cuando Romero de Terreros adelanta que “la selección que presentamos a nuestros lectores sea representativa de las fiestas públicas habidas en México durante los tres siglos de la Colonia; y consideramos inéditos tres de los trozos que reproducimos”, es porque tal advertencia puede significar un aliento al duro esfuerzo en la búsqueda de estas rarezas. Y sigue su recuento anotando:

(…) Aunque la Máscara de los artífices de platería, tomada del único ejemplar conocido, fue incluida por los señores Conde de las Navas y Zarco del Valle en Cosas de España, Sevilla, 1892, solo se hizo un tiro de 250 ejemplares, y hoy en día es difícil encontrarla. La historia de Puebla, por Fernández de Echeverría y Veytia, se conserva manuscrita en la Biblioteca del Museo Nacional, y la descripción de la Jura de Carlos III en Pachuca, también manuscrita, en nuestro archivo familiar. Hemos escogido esta última, no sólo por ser inédita, sino también por tratarse de una ciudad pequeña como era Pachuca. Si tal fue el lujo desplegado en Provincias, fácilmente puede conjeturarse cuál sería el ostentado en la Capital de la Nueva España, en donde se contaba con la asistencia del Virrey, del Arzobispo y de tantos otros próceres.

   Hasta aquí el Marqués de San Francisco.

Solo queda agregar que este asunto, se magnifica en la medida en que los nuevos encuentros con este tipo de materiales, ha permitido ir entendiendo poco a poco la dimensión y espectacularidad que se concentraba en las fiestas, ya solemnes, ya repentinas. Las que surgían con motivo de la recepción de un virrey, las que se desarrollaban por razones académicas, civiles, militares, religiosas…

Ya contemplo la elaboración de este fascinante trabajo, y considero que no será uno, sino varios que den cuenta de esta impresionante producción literaria que ha de valorarse en su justa dimensión.

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SOBRE OPINIONES ADVERSAS AL TOREO EN 1836.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Fue entre el 27 y 28 de diciembre de 1836 cuando España reconoce oficialmente la Independencia de México. Esto se refleja en el tratado “Santa María Calatrava”, resultado del acuerdo entre Miguel Santa María y José María Calatrava.

Fue necesario que pasaran 26 y 15 años respectivamente (1810 y 1821, fechas de inicio y conclusión de aquel proceso histórico) para que ocurriera aquella rectificación. Y ocurrió gracias a la labor diplomática habida de por medio.

Sin embargo, privaba por aquellos años un profundo resabio que sustituyó la guerra: el saqueo, los asesinatos mismos que la venganza alimentaba en forma deplorable. El ambiente de una posible convivencia, simplemente era imposible.

Retrato, el más antiguo que se conoce hasta ahora, de Bernardo Gaviño. Data de 1853, y lo dio a conocer el Dr. Carlos Cuesta Baquero en su reconocida e invaluable obra Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal. 1885-1905.

Hacía un año más o menos que Bernardo Gaviño, torero español, nacido en Puerto real (Cádiz), el 20 de agosto de 1812, se había establecido en nuestro país. Por cuanto se puede entender, fue aceptado e incluso considerado como “uno de los nuestros”. Seguramente su actitud o forma de pensar eran afines al enrarecido ambiente que aún privaba, contando para ello con un privilegio especial, ser torero. Con él y su participación, no solo se garantizaba la pervivencia del espectáculo, sino también su afirmación en cuanto a los sustentos técnicos y estéticos propios de la tauromaquia. Entendió el hecho de que si bien quedaba materializada la ruptura con lo español, con su presencia e influencia se garantizaba la continuidad.

Y aún más importante, es que tuvo a bien asimilar el que era entonces el incipiente significado del toreo con una absoluta carga de lo nacional. Lo hizo suyo, y lo estimuló en un sentido que alcanzó cotas inimaginables de expresión. Para ello fue necesario que participara directamente, de ahí que el toreo mexicano decimonónico, cobrara una relevancia especial durante los años en que consiguió tenerlo bajo su control.

Regresando a 1836, y bajo el síntoma de aquella renuencia habida para con lo español, El Mosquito Mexicano, en su edición del 3 de junio tuvo a bien publicar el texto de un personaje que si bien no daba su nombre, se escudaba en el alias de Argos, evocando así al mítico gigante de los cien ojos. Ese Argos, desplegaba ciertas ideas que me parecen oportunas incluir a continuación.

Cabecera de El Mosquito Mexicano. Imagen tomada de la página Hemeroteca Nacional Digital de México.

Mayo 24 de 1836

Sres. editores. Me admira y me ha admirado mucho tiempo hace la simpleza de muchos mexicanos que no les enfada la diversión semanaria, si es que lo es, de ir a ver lidiar los toros; pues prescindiendo de que es una práctica bárbara la de divertirse mirando correr sangre, dar estocadas, y ver ese peligro de los toreros ¿no debía dejar de enfadar la monotonía de esa insulsa diversión, en que se están repitiendo unos mismos actos, de una misma manera, sin tener otra diferencia, que los colores de los toros que se torean; de modo que así como se toreó el primer toro que se lidió en el mundo, así se han toreado todos y se toreará el embolado con que concluirá la fiesta del día del juicio. ¿Y por un espectáculo tan insulso se desviven los mexicanos? Vaya, que es menester verlo para creerlo. Pues todavía es más notable que concurran las señoras a ver actos de barbarie y divertirse con ellos, no obstante sus gritos, monerías y aspavientos con que divierten a los concurrentes cuando el toro parece que ya alcanza al torero. ¿Qué van a hacer allí las mujeres? Esto sí que asombra: no puede atribuirse a otro motivo semejante fenómeno, que a la mala educación, preocupaciones y hábitos ridículos. Si en los hombres no encuentra el hombre juicioso razones con que disculpar esa pasión insensata por un espectáculo tan insípido y bárbaro, ajeno de estos tiempos de ilustración, ¿cómo podrá hallarse disculpa para las mexicanas que gustan de los toros? esto es inconcebible.

No lo es menos el que se diviertan con esas sandeces con que se intenta varias o amenizar las corridas de toros, con figurones, torear en burros, colear en pelo, y otras frioleras semejantes, que mas bien deben causar enfado, y pensar que los que se aprovechan de nuestra necedad, se burlan de nosotros, ofreciéndonos unos juegos que solo para los muchachos serían dignos; pero con ellos nos sacan el dinero y nos emboban.

Por poco que se medite lo que es una corrida de toros, y se compare su diversión con la del teatro, se verá la diferencia tan notable que hay entre uno y otro espectáculo: aquel todo es horror, sangre y peligros; este música, dulzura y alegría; chiflos, ruido, gritería el uno; canciones, sosiego y decencia el otro; monotonía, incivilidad, actos de barbarie el primero; variedad, instrucción y finura el segundo. ¿Por qué, pues, se adopta la concurrencia a la plaza de toros, que contribuye no poco a endurecer los ánimos, y se desprecia la del teatro que instruye y puede mejorar las costumbres? A la importancia que se daba a las corridas de toros en tiempo del gobierno español, haciéndolas muy raras por celebrarse con ellas las coronaciones de los reyes, infundió en los ánimos un cierto aprecio que se ha hecho hereditario; y por otra parte, una policía mal dirigida, que ha facilitado la frecuencia y baratura de ese espectáculo, que ya que no se hubiese desterrado de entre nosotros, por lo menos se hubiera mantenido en su antigua rareza [incluso, se llega a anotar, a pie de página que “La gran plaza de S. Pablo que fue víctima de un incendio –ocurrido este al mediar 1821-, era del ayuntamiento, cuando la autoridad política debía ya que no impedir absolutamente, a lo menos hacer raras las corridas de toros] cuando por otra parte la carestía de los asientos en el coliseo ha alejado a la gente pobre de esa diversión verdaderamente instructiva.

Corrida de toros en la plaza de San Pablo. Ilustra Heredia, publica Ignacio Cumplido. La imagen, puede apreciarse en Viaje a México de Mathieu de Fossey de 1844.

El teatro llamado de los Gallos o provisional que debió haber proporcionado diversiones cómodas para el pueblo, ha sido tan mal dirigido, así por la elección de piezas como por la codicia con que se ha pretendido hacerlo tan costoso o mas que el teatro principal, dejó de ser concurrido, perdiendo así el modo de vivir que les hubiera proporcionado a los que con título de aficionados se habían dedicado a él, y el pueblo no tiene donde distraerse los días de fiesta; con cuyo motivo no dejará de concurrir a los toros, mientras no se le proporcione diversión poco costosa.

Estando tan escasos los arbitrios para ganar la vida, podrían dedicarse muchos que no tienen ninguno, a los ejercicios teatrales; y ofrecer al público diversiones cómodas en precio y útiles para ilustrarlo; de cuyo modo se irán abandonando los usos y costumbres góticas, heredadas de nuestros antiguos dominadores, pudiendo desarrollar habilidades que nos escusen solicitar de Europa a mucho costo, actores y actrices que nos divierten en latín o en italiano, que casi es lo mismo para no entenderlo, pues hasta en esto ha de prevalecer la moda [y agregan la siguiente observación: ¿No será ridículo que en Italia se cantasen canciones en mexicano? Del mismo modo lo es, a mi entender, que en México se cante en italiano; creo que no hay dificultad en traducir las óperas, arreglando el metro a la música italiana para que fueran más agradables, entendiéndose la letra delo que se canta; pero esto sería ir contra la moda]. Proporcionando comedias, con sus intermedios de baile como antiguamente para amenizar el espectáculo, y sus sonecitos o sainetes, a precios moderados, no dejará de haber gran concurso con utilidad de los que a ellos se dediquen; porque siendo barato el precio, la concurrencia aumenta las entradas, y la carestía las disminuye hasta el caso de no poderse costear; agréguese al teatro de los Gallos otra galería más, y sea la entrada al patio y palcos a 2 reales y las cazuelas a 1, trabajándose solo los días de fiesta, y les tendrá cuenta a los que intenten la empresa; pero no tengan el gusto tan estragado como el de Joaquín Pastrana [seguramente empresario en el teatro de los Gallos. En esos momentos, el que se encargaba de los destinos de la plaza de toros era el polémico General Manuel de la Barrera, a la sazón “Sastre, agitador, concesionario de los servicios públicos, habilitador de vestuario para el ejército, prestamista, propietario y especulador inmobiliario, miembro del Cabildo metropolitano, contratista de espectáculos, fiador y agiotista”, a decir de Ana Lau, una de sus mejores estudiosas] para dar en espectáculo ridiculizando así, los principales misterios de nuestra religión.

Ya he sido largo: quizá plumas mejor cortadas tomarán a su cargo desarraigar la afición a las corridas de toros, según los deseos del viejo de cien ojos.-Argos.

    Dejo que los lectores las valoren en su auténtica dimensión, sobre todo hoy, en que sigue pesando la demanda de perdón, solicitud hecha por nuestro actual presidente de la república, tanto al estado como al monarca españoles.

Al margen de la profunda polémica suscitada, conviene una sensata reflexión, que consiste en levantar puentes de comunicación, afirmados por la unión de los pueblos. La conquista, con todo lo que supone como un complejo proceso, ocurrió hace 500 años, lo cual nos obliga a mirar y analizar con equilibrio, todos los episodios, pero también todas las consecuencias de aquel acontecimiento, lo cual no fue cosa menor.

Para concluir, valen la pena más los acuerdos que los desacuerdos. Reconocemos el profundo dolor arraigado y lo que un reclamo así genera. Conviene, en todo caso la concordia y un profundo reconocimiento de todo aquello que fue consecuencia directa por parte de la conquista. Comencemos por entender dos valores fundamentales: el mestizaje y el sincretismo de cuyas complejas redes surgiría, entre otras muchas expresiones la tauromaquia misma.

Obras consultadas:

CUESTA BAQUERO, Carlos (Roque Solares Tacubac): Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal desde 1885 hasta 1905. México, Tipografía José del Rivero, sucesor y Andrés Botas editor, respectivamente. Tomos I y II.

FOSSEY, Mathieu de: VIAGE A MEJICO. Por (…) Traducido del francés. Méjico, Imprenta de Ignacio Cumplido, Calle de los Rebeldes número 2, 1844. 363 p. Ils., grabs.

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PEDRO NOLASCO ACOSTA Y CUADRILLA DE A PIE, TUTTI CUANTI.

MINIATURAS TAURINAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Son todos los de a pie y dos de a caballo. No falta uno solo. Este debe ser el testimonio de alguna ocasión toreando en solitario o como “capitán de gladiadores”. Todos llevan sus mejores galas, la tarde debe ser de mucho compromiso y nada debe quedar empañado. El “gabinete” del fotógrafo de moda en San Luis Potosí luce su mejor escenografía.

Pedro Nolasco Acosta “Capitán de gladiadores” y cuadrilla. San Luis Potosí, 1885.

Fuente: Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. I., p. 25.

   En vez de golpes o muletillas, todos llevan chaquetilla y taleguilla con galones o tiras bordadas con madroños. Es posible apreciar flequillos o flecos metálicos en el final de unas hombreras sin soporte, derrumbadas, abismales. Otros remates que pueden observarse son las antiguas “borlas”, lo que hoy es la morilla. ¡Y esos machos. Por Dios!, rematados de morilla, hechos a mano, así como largas y angostas fajas que ocultan algunos kilos de más, porque aquella tauromaquia no exigía hombres atléticos o sometidos a la rutina o disciplina de nuestros tiempos, donde siguen predominando los golfos que cumplen aquella sentencia a cabalidad y que dice “(…) que para parecer toreros…, primero hay que ser vago”.

Nostalgia es la que derrama este retrato. No hay risas. Es un momento solemne. En conjunto, parece que van a oficiar el sacerdote y sus auxiliares. Pedro Nolasco, con bien ya corridos 40 años, aparece al centro, ostentando con la capa que lleva del lado derecho y la espada, que esgrime en la diestra mano, dejada caer de modo simbólico, su máxima jerarquía como jefe de cuadrilla. A él se deben todas las instrucciones que se dicten a lo largo del festejo. Y hay que acatarlas puntualmente.

Cuando el fotógrafo haya terminado su tarea, también para ellos habrá terminado ese efímero instante de paz o supuesto reposo. Deben regresar de sus miradas ausentes a la realidad y dirigirse, claro está, a la plaza de toros, a cumplir el compromiso.

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SIGNOS DE LA MODA.

MINIATURAS TAURINAS.

 POR: JOSE FRANCISCO COELLO UGALDE.

Tan peculiar cuadrilla de 9personajes9, tiene vitola por un lado. Mucha tela que cortar por el otro. Imagen recogida en Michoacán hacia 1870, en ella aparecen todos los toreros –de a pie y a caballo- adoptando su mejor ángulo, mostrándonos además, la moda en trajes que hoy nos parecen ridículos y fuera de época. Incluso, estos manifiestan cualquier bordado. Ello significa la ausencia de sastres… o de ideas alrededor de esa faceta poco conocida, aunque con el solo muestrario que vemos en cada tarde de toros en nuestros tiempos, es suficiente para disfrutar de los encantos capaces de producir ese trabajo de pasamanería y finos bordados, resultado de la larga evolución.

En 1870, cuando Ponciano estaba metido en aprender un pial o una mangana, estas “figuras” divertían a la afición michoacana. En Revista de Revistas Nº 1394, del 7 de febrero de 1937.

Ni los de a caballo, ni los de a pie van destocados. Aquellos, portan un muy familiar sombrero jarano, ese sombrero de fieltro, de copa mediana y redonda, adornada –seguramente- con doble toquilla. Estos, ostentan molcajetes en vez de monteras, que no son más que signos de la moda. Además, portan en el lado izquierdo una moña, que debe haberlos distinguido en su actuación, quizá, para algún festejo de beneficencia entre aficionados, pues no vemos una sola cara conocida. Corbatas, corbatines, corbatones, fajas ocultas, fajas que no exhiben los físicos peculiares de esos tiempos y esos viejos tiempos.

Llama también la atención el adorno facial de severos mostachos en unos, “imperceptibles bozos”, en otros y solo el que más al centro está, va perfectamente afeitado. Signos de la moda. Capotes de paseo no los hay y los montados empuñan sus varas… ¿de otate?, menos el de la derecha.

Actitud seria del conjunto. Por supuesto que la responsabilidad es mucha y salirle al toro –cualesquiera sea su tamaño- supone mucho arrojo; más, si todos ellos no son sino practicantes del toreo.

Toreo provinciano que se declara con todo su encanto e ingenuidad, como una rara pieza que forma parte de la “gracia de los retratos antiguos”, interpretada así desde ese libro genial que legara Enrique Fernández Ledesma.

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NO HAY MÁS RUTA QUE LA NUESTRA…, “LA MULETA”.

MINIATURAS TAURINAS

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Cuando circulaba “La Muleta” –a partir del otoño de 1887-, ya estaba madurando uno de los capítulos fundamentales en la evolución del espectáculo taurino en México. Desde el 20 de febrero anterior, al darse la primera corrida de reanudación y hasta esos momentos que referimos, ocurrieron sinfín de circunstancias. Entre otras: la presencia de toreros hispanos y un fuerte despliegue informativo a través de lecturas no solo elementales sino trascendentales como la de Fernández de Heredia o Leopoldo Vázquez. Todo ello, en conjunto, permitió la asunción del toreo a pie, a la usanza española en versión moderna. Fue por eso que Eduardo Noriega, director y responsable de esta peculiar publicación se puso al servicio de la nueva época y difundió su sentir, convencido absolutamente del significado de ese reciente amanecer. “Trespicos”, alias de Noriega mostró todo su empeño y lo capitalizó realizando una campaña en donde su prohispanismo comenzó a influir y a convencer. Influir a través de ese método persuasivo, a la vez que disuasivo, consistente, que da la razón y a convencer diciendo que las prácticas bastante desgastadas del toreo a la mexicana, detentado por Ponciano Díaz ya no era posible seguirlas defendiendo, a pesar de que otras publicaciones como “El Monosabio” dirigido por Alberto del Frago y quienes, para manifestar superioridad sobre Noriega acabó apodándose “Cuatro-picos”, defendieron aquel reducto nacional que fue… Todavía alcanzó notoriedad tres o cuatro años más, para luego ser arrastrado por la decadencia, el olvido, y una apabullante reacción ya no solo de “La Muleta”, publicación efímera. También de “El Noticioso” y “El Toreo Ilustrado” donde Noriega siguió haciendo labor. Esa tarea alcanzó a formar auténticos conocedores del fundamento taurino que ya solo creyeron en ese espíritu. Aún no nacía David Alfaro Siqueiros quien precisamente de ese modo tituló uno de sus libros: No hay más ruta que la nuestra. Esta consigna y bandera fue la que hicieron suya los aficionados de aquel entonces, leyendo, entre otros “La Muleta”.

Cabecera de la revista LA MULETA, Año I, Nº 13 del 27 de noviembre de 1887. Colección del autor.

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“EL ORIZABEÑO” Y SU DILEMA ANTE DOS TAUROMAQUIAS.

MINIATURAS TAURINAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Los toreros de a pie ya han renunciado a los bigotes, excepto el picador, que orgulloso lleva puesto un traje híbrido, casaca a la española, pantalón de cuero al estilo campirano, sombrero jarano, de esos de “piloncillo” y el bigote. ¡Faltaba más! Como testimonio de la presencia que el varilarguero representaba en las cuadrillas toreras, no podía dejar de ostentar la vara larga de picar, esa vara seguramente de otate que recordaba el viejo testimonio del valeroso Juan Corona gracias a estos versos:

 El valiente Juan Corona

el de la vara de otate,

aunque la fiera lo mate

ha de picarlo sin mona.

    Sí, ese Juan Corona cuyo nombre, metido en el corazón del romance y el corrido mexicano, representó para quienes continuaban su labor, el modelo a seguir, a pesar que desde 1851 había quedado inútil para la profesión, luego de un delicado percance.

Quien ocupa el sitial de honor es Antonio González, mejor conocido como “El Orizabeño”, torero que junto a sus banderilleros terminan convenciéndose y haciendo suya la expresión del toreo a pie, a la usanza española en versión moderna, que se impuso en México a partir de 1883, aunque logró cotas importantes cinco años más tarde, con el advenimiento de Luis Mazzantini, Diego Prieto o Ramón López, entre otros.

Antonio González, se dio cuenta que no podía sufrir el mismo trato que la prensa propinaba a Ponciano Díaz, cuestionándole no solo su estilo. También, su forma de vestir, respetándole –eso sí-, y al menos en nuestro país, su peculiar bigote, que fue motivo de malestar entre aficionados y prensa españoles cuando el de Atenco se fue a la península, invitado por Luis Mazzantini, a la sazón empresario de la plaza de la Carretera de Aragón, para ser ascendido a la categoría de matador de toros el 17 de octubre de 1889.

Pero cuando Ponciano regresó, la afición tuvo para él un gesto de desprecio. Comprendió que se había cometido una traición y Díaz González comenzó a padecer la decadencia y el olvido. Eso, seguramente lo percibieron, entre otros, Gerardo Santa Cruz Polanco y Antonio González que procuraron seguir otra ruta. Santa Cruz Polanco cuestionando al propio Ponciano al crear su cuadrilla “Ponciano Díaz” como forma enérgica de reclamo ante las actitudes nada convenientes que manifestaba el popular torero nacido en Atenco y “El Orizabeño”, que, como se puede apreciar en la imagen, viste con toda propiedad el terno español y ya no lleva bigote. Aún así, con ese esfuerzo, Antonio González no tuvo la fortuna de brillar con luz propia, debido, con toda seguridad, al impresionante movimiento revolucionario decidido por los hispanos que se vieron respaldados por una buena parte de la prensa, que hizo suyos los principios de aquella nueva época. “El Orizabeño” y cuadrilla tuvieron que sobrevivir para luego extinguirse y desaparecer en el espacio provinciano, único y último reducto del toreo a la mexicana, a pesar del escaso apoyo de algunas otras tribunas periodísticas que se convirtieron en defensa perentoria de la tauromaquia nacional.

El diestro “El Orizabeño” con los miembros de su cuadrilla, cuando actuaba como espada en los redondeles mexicanos. En LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA.

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LA TREMENDA SOBRIEDAD DE CUATRO FIGURAS AUTÓCTONAS.

MINIATURAS TAURINAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Con todo y la pérdida irreversible del original. Con todo y que se trata de una muy mala reproducción, plasmada en papel casi “revolución”, es posible recuperar el encanto de este conjunto de “toreros” donde sobresalen poderosamente rasgos indígenas.

Una tremenda sobriedad les acompaña.

Y si ignoramos el dato de cuatro figuras autóctonas –que algunas palmas habrán robado a Ponciano Díaz o a Gerardo Santa Cruz Polanco-, también ignoramos donde sentaron sus reales.

A excepción de uno de ellos, el que se encuentra detrás del “capitán de gladiadores”, esa designación con la que se daban a conocer los jefes de cuadrilla o el matador, los otros ostentan el clásico bigote que caracterizó a la torería nacional durante muchos años, desde que demostrara tal atrevimiento o detalle de peculiaridad el guanajuatense o queretano Lino Zamora y que luego reafirmaría en términos de rebeldía el propio Ponciano, el que por esa razón, Manuel Horta denominó “el torero con bigotes”. Pues bien, ahí están estos tres que, para el caso, junto al que decidió rasurarse, mostrando un vestuario más de opereta que para salirle a los toros. Sin embargo, era el medio y el modo más eficaz para muchos de quienes, sintiéndose atraídos por tan arriesgada profesión, y sin contar con los recursos económicos necesarios –en una época en la que la cotización no formaba parte de las prácticas-, actuaban con cierta frecuencia en las plazas provincianas, puesto que ya cerca de las grandes ciudades, esos otros toreros cuidaban en cierta medida los ropajes y otras circunstancias para agradar a los aficionados que acudían en buen número, por ejemplo, al Huisachal, a Cuautitlán, Puebla, Texcoco o Tlalnepantla (la foto que ahora apreciamos se remonta al año de 1884).

Remedo de trajes y todos sus componentes, no impedían que así como posaban en el gabinete del fotógrafo de moda, hicieran lo mismo saliendo a la plaza en calidad de auténticos “adefesios”. Pero insisto, no es propósito hacer de esta imagen blanco de críticas, sino de entender una a una las razones del mucho esfuerzo que pusieron estos antiguos toreros mexicanos en hacer suya la expresión de un arte y una técnica todavía sometida –aunque de manera simbólica-, a los órdenes establecidos por el viejo diestro español Bernardo Gaviño, avecindado en México desde 1835, pero sobre todo a la ola de fuertes rumores que ya se escuchaban sobre el arribo de una nueva generación que llegó a nuestro país con el propósito muy claro de llevar a cabo la “reconquista vestida de luces”, que debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

De esa forma dicha reconquista no solo trajo consigo cambios, sino resultados concretos que beneficiaron al toreo mexicano que maduró, y sigue madurando incluso un siglo después de estos acontecimientos, en medio de periodos esplendorosos y crisis que no siempre le permiten gozar de cabal salud.

Cuadrilla de toreros mexicanos, hacia 1885. Una rareza como documento gráfico.

EL REDONDEL Nº 2,904 del domingo 16 de diciembre de 1984, p. 12.

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OTROS APUNTES SOBRE LA LUCHA DE UN TORO y UN TIGRE EN 1838.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Prometí en la entrega anterior ocuparme hoy del complemento sobre cierto e interesante suceso ocurrido en abril de 1838. Un célebre autor mexicano estuvo presente y narra, con el recuerdo infantil aquella vivencia.

Joaquín García Icazbalceta se consolidó como uno de los bibliófilos más connotados del siglo XIX. Reunió en su biblioteca, ejemplares y papeles de suyo valiosos a cuál más. También legó escritos desde su infancia y su época madura en donde hay una notoria formación, pero también una profunda preocupación por y para la cultura no solo nacional. También universal.

Icazbalceta, al lado de José María de Ágreda y Sánchez, de Vicente de P. Andrade, de Nicolás León, de José Toribio Medina, entre otros reconocidos buscadores de tesoros literarios, se unieron en una causa que nadie les dictó como una orden: rescatar bibliotecas, libros, papeles, manuscritos y mapas que luego de la desamortización de los bienes de la iglesia, y del periodo de la Reforma (1856-1857) en adelante, estas causas provocaron actos vandálicos por parte de muchos mercaderes. Peor aun cuando se sabe sobre el uso de añejos papeles que terminaron convertidos en cucuruchos para la mercancía, envoltura de cohetes o la simple quema de papel viejo.

Aproximadamente en 1937, la colección “Joaquín García Icazbalceta”, pasó a España en una de sus partes. La otra, fue adquirida por la Universidad de Austin, Texas (E.U.A.), para incorporarla a la colección “Netiee Lee Benson”, formada por 247 volúmenes, 87 manuscritos de los siglos XVI y XVII; varias Relaciones Geográficas y 39 mapas.

En materia taurina conocemos, por lo menos dos textos de don Joaquín, uno escrito en su infancia, allá por 1838. En el otro nos da noticia de las fiestas celebradas en la Nueva España con motivo del “Paseo del Pendón”, conmemoración del día 13 de agosto, con la cual se recordaba la capitulación de Tenochtitlán.

Por su curiosidad, reproduzco a continuación

Facsímil del manuscrito de Joaquín García Icazbalceta.

El Ruiseñor manuscrito. Número del 29 de abril de 1838

EL RUISEÑOR Nº 20. Lucha de un toro con un TIGRE REAL El 21 de abril de 838.

   Al sonar las cuatro de la tarde nos dirigimos a la plaza de toros de S. Pablo donde nos hallamos con que un inmenso gentío la ocupaba desde las 2, por lo cual no pudimos hallar asiento y tuvimos que colocarnos de pie en lo más alto de la plaza. Al cabo de un rato sonó la trompeta y en poco tiempo quedó limpia de la mucha gente que se paseaba en ella. Volvió a sonar y apareció la compañía de toreros los que después de hacer el saludo de costumbre se retiraron a sus puestos. Sonó por tercera vez y salió un soberbio toro al que, después de lidiado y muerto, sucedió otro que tuvo igual suerte quedando la plaza en un profundo silencio esperando la lucha anunciada en los carteles.

Entreabrióse una puerta de la fuerte jaula que debía ser el teatro de tan desigual combate y apareció la tremenda fiera capaz de imponer al ánimo más esforzado la que llegando a percibir por el olfato el lugar por donde se hallaba su contrario no se apartaba del, siendo preciso distraerlo para que no lo sorprendiera al momento de su salida lo que se consiguió. Abierta ya la puerta del toril aparece el TORO destinado a combatir con la fiera. Levántase la compuerta de la jaula y ya se hallan juntos los dos combatientes. Fortuna que el TORO puede coger al TIGRE por detrás pues estaba distraído con lo que pudo estropearle con una fuerte embestida por lo que no le dejó el tiempo necesario para hacer la faena según su costumbre y solo pudo hacerla en la cola con la boca y en un pie con las garras. Fue mucha la sorpresa del TORO viéndose con la fiera que no esperaba pues iba seguro sin pensar en ella. Deslumbrado con el tránsito de la oscuridad del toril a la claridad de la plaza no advirtió si el objeto que embestía era fiera o no porque si lo hubiera advertido no la hubiera acometido con tanta fuerza y acaso hubiera huido. Trabado en el combate trataba de huir el TORO pero el TIGRE no se lo permitía teniéndolo asegurado por un pie hasta que consiguió después de varias alternativas hacer presa en el cerviguillo del TORO.

 Joaquín García Icazbalceta: Escritos INFANTILES. México, Fondo de Cultura Económica, 1978. 214 pp. Ils., facs. (pp. 206-208).

21 de abril de 1838, célebre la jornada, como algunas otras que también ocurrieron en las siguientes fechas:

-Plaza de toros de San Pablo: 26 de octubre de 1845. Un toro vs. Un león africano.

-Plaza de toros de San Pablo: 15 de noviembre de 1857: Un toro vs. otro toro.

-Plaza de toros de San Pablo: hombres tigre y hombres oso vs. un toro.

-Plaza de toros del Paseo Nuevo: 11 de octubre de 1863: Un león tehuantepecano vs. un toro.

Aviso. PLAZA DE TOROS. Domingo 26 de Octubre de 1845. Gran función extraordinaria, en la que luchará el León africano con un toro de la acreditada raza de Queréndaro. Imprenta de Vicente García Torres. Fuente: colección del autor.

Pero especialmente esta “lucha de un toro con un TIGRE REAL” se convirtió en otro elemento  utilizado por el pueblo justificando así y de manera política los acontecimientos que se estaban dando en plena “Guerra de los pasteles”. El viajero y novelista francés Isodores Loewwnstern dejó en su libro “Le Mexique. Souvenirs d´un Vayagueur” su primera visión sobre aquella curiosidad taurina, anotando: “La multitud se aglomeraba en la Plaza de Toros para presenciar el combate de un toro mexicano y de un tigre de Bengala, propiedad de dos americanos”.

Armando de María y Campos en su libro Imagen del Mexicano en los Toros dice que, no obstante que la nación mexicana estaba en guerra con la poderosa Francia de Luis Felipe, el Primer Magistrado asistió a la plaza. Lo era el general Anastasio Bustamante.

Los apuntes de Loewwnstern (publicados en Imagen de México en los relatos de viaje franceses: 1821-1862”), respecto a la lucha del toro y el tigre real son más que evidentes, y complementan la visión de Icazbalceta, por lo que le he pedido al propio “Duque de Veragua”, seudónimo de María y Campos, facilite para esta colaboración lo que dejó anotado sobre esa ocasión el autor francés.

Por fin aparecieron los actores principales: el tigre, uno de los más grandes que jamás haya visto, fue introducido el primero en la lid y se echó confiadamente dentro de la jaula. El toro vino en seguida trotando de manera ágil y graciosa e hizo un gesto belicoso al encontrarse en presencia de su peligroso adversario. En ese rasgo reconozco mi sangre.

El público, en un acuerdo espontáneo, decidió considerar dicho combate como aquellos que, en los antiguos tiempos, eran considerados como el fallo de Dios. Se decidió, pues, a considerar al toro, nacido en suelo mexicano, como campeón de la Nación, mientras al tigre, nacido en país extranjero, fue considerado como campeón de los franceses.

El combate, que se entabló en seguida, fue, pues, seguido con creciente interés. Nunca se había mostrado el público más impaciente y ansioso de conocer el resultado final de la pelea.

La probabilidades del campeón de la República Mexicana no eran las mejores. Como es costumbre, se le había cortado las puntas de los cuernos. Consciente de su inferioridad trató de evitar, valiéndose de una pronta retirada, a su feroz adversario de Bengala, el que ni corto ni perezoso de un salto detuvo toda tentativa prudente y, clavándole garras y dientes, lo obligó a cambiar de táctica. Por dos veces logró el toro escapar de las garras del tigre, que volvía a atacarlo.

El dolor arrancaba rugidos terribles al pacífico morador de las praderas, al que su salvaje adversario mantenía como clavado en el suelo asiéndolo por el hocico y la nuca. La sangre corría abundante, los mugidos del toro se hacían más y más débiles. Pocos instantes aún y sucumbiría.

Maria y Campos hace una acotación

¡Hay que imaginarse la angustia del público mexicano, tal vez la de los altos funcionarios que presenciaban el espectáculo, acaso la del señor Presidente de la República!

Una especie de terror se apoderó del público al ver la derrota inminente, tan poco gloriosa, del campeón nacional. El silencio más absoluto reinaba y creo que en esos momentos hubiera sido aceptado el ultimátum francés.

Desde hacía ya más de media hora el toro era torturado por su soberbio enemigo: todo parecía terminado, cuando de manera imprevista y con la fuerza que el dolor da al más débil, el toro se levantó. Un reflejo de esperanza iluminó los rostros; los espectadores suben sobre los bancos; los cuellos se alargan fuera de las barreras.

El toro permanece en pie, pero a pesar de los esfuerzos violentos que realiza por echar por tierra a su vampiro, el tigre continúa adherido a su nuca, suspendido con todo su peso a la cabeza del noble bruto. De pronto, de un salto violento, el toro se arroja contra los barrotes de la jaula y con la cabeza y los cuernos tritura el cuerpo del tigre.

La feroz bestia, aturdida, destrozada, abandona su presa y cae aniquilada a sus pies.

Un solo grito, un solo delirio se levanta de la concurrencia. Los léperos aúllan, la concurrencia distinguida enloquece; los pañuelos, los chales flotan y se agitan en todo el recinto, la música toca una marcha triunfal.

-¡Viva el toro” ¡Vivan los mexicanos” ¡Mueran los franceses! Mientras tanto, el toro, cual consumado guerrero, proseguía su encarnizada victoria haciendo, a su vez, sentir al adversario caído la fuerza de sus patas y de sus cuernos. Cansado al fin de patear a su víctima y adolorido el mismo por crueles heridas, decidió abandonar al tigre a su propia suerte, a pesar de los esfuerzos del público que lo animaba para que acabara con su adversario.

-¡El toro!… ¡Traigan al toro!…

El público se desgañita y, al fin, logra que saquen al toro de la jaula por medio de un lazo. El toro, en actor modesto, quiere sustraerse a los frenéticos bravos de un público agradecido.

Los picadores y los chulillos, viéndolo en su terreno, creen que ha llegado el momento de acabarlo y de terminar la obra que el tigre había empezado tan bien. Un sentimiento unánime de magnanimidad, más fuerte que el de la piedad, desconocido hasta entonces en la Plaza, se apodera del público. A la defensa del toro se aúna un sentimiento nacional.

El pueblo continúa vociferando:

-¡Que viva el toro! ¡Fuera los toreros!

Y es así como el toro, el primero de su raza, obtiene la gracia en la Plaza. El agradecimiento de los mexicanos por el buen augurio que venía de darles no se limitó a conservarle la vida y curar sus heridas, una suscripción de hizo en seguida para comprarlo al carnicero al que pertenecía y ofrecerlo al gobierno como un don nacional.

Pero, ¡oh, dolor!… ¡oh, lágrimas!, el héroe, digno de mejor suerte, en vísperas de un porvenir tranquilo y feliz, sucumbió a sus terribles heridas mientras el tigre, campeón de los franceses, gracias a la robustez de su naturaleza, se restableció muy pronto quedando sano y salvo.

Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, «Al sonar el clarín», 1953. 268 pp., ils. (pp. 53-61).

El signo del orgullo nacional se dejó ver claramente en aquella tarde del mes de abril de 1838, hasta el extremo de que se tomó como pretexto la tan traída y llevada corrida de toros para acentuar el fervor y el partido que los mexicanos tuvieron ante los hechos de agresión.

Finalmente diría que, siendo poco atenta en ciertos detalles, la prensa omitió la publicidad respectiva del festejo, inserciones que ya eran comunes en la época; pero también ignoró el nombre de los toreros que actuaron aquella tarde. Es de suponer que, probablemente hayan participado alguno de los hermanos Ávila (fuese José María, Luis o Sóstenes), al lado de José María Clavería, banderillero, y de Mariano Ávila, torero de a caballo, lo mismo que José Tovar. Aquellos personajes también llevaban nombre y apellido.

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DECLARACIONES DEL EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO EN 1838.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Lucha de un toro y un tigre, recreada por Gustave Doré. Mediados del siglo XIX.

    Al cabo de una larga labor de búsqueda en la prensa del XIX mexicano, hallé información sobre aquel toro que habiendo pertenecido a la hacienda de el Astillero, fue motivo de una curiosa ceremonia, de la cual nos da “santo y seña” la nota que publicó

EL COSMOPOLITA, D.F., del 31 de octubre de 1838, p. 4:

AVISO.-Para el jueves 1º del próximo Noviembre, ha dispuesto el empresario una excelente corrida de seis escogidos Toros de los que acaban de llegar de la hacienda de Atenco, con los cuales los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión. Luego que pase la lid del primer toro, se presentará en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de Abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento (…).

Este célebre toro, adornado con todos los signos de la victoria y acompañado de los atletas, será paseado por la plaza al son de una brillante música militar, hasta colocarlo sobre un pedestal que estará fijado en su centro; cuyo ceremonial no deberá extrañarse, mayormente cuando saben muchos individuos de esta capital, que iguales o mayores demostraciones se practican con tales motivos en otros países, y que sin una causa tan noble, existe por curiosidad en el museo de Madrid la calavera del terrible toro de Peñaranda de Bracamonte, que en el día 11 de mayo de 1801 quitó la vida al insigne PEPE-HILLO, autor de la Tauromaquia.

Poco más de medio año más tarde, el asunto seguía estando en boca de los habitantes en la entonces “Ciudad de los palacios”. Así que en El Diario del Gobierno de la República Mexicana, en su edición N° 1286 del martes 6 de noviembre de 1838 (p. 3 y 4), Manuel de la Barrera, entonces empresario o asentista de la Real Plaza de Toros de San Pablo, no pudo contener algunas circunstancias que, por su naturaleza, ahora quedan ventiladas, para mejor conocimiento de los lectores.

Escribe el siguiente

 Remitido

Sres. editores del Diario.-México Noviembre 3 de 1838.-Muy señores míos: Defiriendo el que suscribe a las repetidas instancias que le han hecho muchísimas personas para que presentase a este respetable público el disecado toro del Astillero, que en la tarde del 29 de abril último venció denodadamente al monstruoso tigre de Bengala, que portaba hasta entonces el pomposo título de tigre rey, por haber matado el año de 834 en la torre de Londres al mas famoso león africano que existía en Europa, dispuso obsequiar al inocente deseo de sus atentos peticionarios, a cuyo efecto anunció la función por medio del aviso que hizo repartir para su conocimiento.

Entendido esto como un hecho insólito

Este impreso, en el que no se hallan mas que aquellas frases encomiásticas con que todos los empresarios ponderan sus espectáculos, ha sido por desgracia del que suscribe, comentado por varios Sres periodistas de esta capital, del modo más ofensivo a su pundonor esa delicadeza, al decir que con la función anunciada trató de simbolizar ridícuamente la de las suntuosísimas exequias con que la gratitud mexicana ha honrado dignamente las preciosísimas reliquias de su ilustre e infortunado Libertador, cuya interesante memoria existiá indeleblemente en el corazón del asentista; y este llerá siempre con la más tierna emoción su precioso nombre al verle estampado en la distinguida página que debe ocupar en la historia.

El que suscribe, Sres editores, no pretende comentar el referido aviso, tanto porque sería ofender la ilustración de los mexicanos, como por estar satisfecho de que su contenido no adolece de ninguno de los resabios que graciosamente se le imputan. El se contrae estrictamente a encomiar el valor de un lindo toro mexicano, que después de haber luchado cruentamente con una tremenda fiera de la Hircania, y vencidola a resencia de un inmenso concurso, pagó a continuación su tributo a la naturaleza por las mortales heridas que recibió de su feroz adversario, haciéndose acreedor por su heroicidad a que se le ornase con todos los emblemas del triunfo, y a que con ellos, después de satisfecha la curiosidad pública, se conduzca al museo para perpetuar su memoria.

La identidad que se alega entre los religiosos ceremoniales consagrados al inmortal Héroe de Iguala [refiriéndose a Agustín de Iturbide], y los festivos que se anunciaron para celebrar la vista de un valiente toro, prueba, más que de exactitud, la sutileza maliciosa con que se quiere fomentar por desgracia el antiguo gérmen de la odiosidad, y tal consecuencia salta de la misma acromonia con que se explican sobre este incidente los Sres editores del Voto nacional, cuyo lenguaje se creía ya extinguido desde el 4 de marzo del presente año en que debieron terminar para siempre las desavenencias entre individuos que, aunque de distintas naciones [recuerda de la Barrera el reciente conflicto con Francia que devino, en términos muy parecidos a los de un título de comedia en la conocida “guerra de los pasteles”], han pertenecido desde remotos tiempos a una propia familia; y que al reconocerse con las solemnidades de estilo nuestra suspirada independencia, tal creo fue el espíritu de la excelsa Cristina, y tal el que animó al Sr. Santa María, nuestro hábil negociador en Madrid.

Es muy cierto, Sres. editores, que el infrascrito vio la primera luz en la península Ibera, porque allí le tocó nacer; pero no lo es menos el que, desde una edad muy tierna habita gustosamente entre los mexicanos; que hizo servicios importantes, sin hacer hasta ahora ostentación de ellos en favor de su gloriosa emancipación; que adoptó esta patria por suya [España incluso, reconoció en 1836 la independencia de México], contrayendo en ella los vínculos más sacrosantos que reconoce el hombre en sociedad; y mal podía compaginarse el que un sujeto embebido en tan morales como políticos principios se entretuviera ahora en formar parodias irritantes para sus conciudadanos, cuya suerte política ha jurado correr, y en cuya amable compañía espera también morir.

Si con esta tan sencilla como veraz manifestación lograre destruir el equivocado juicio con que se ha interpretado el repetido aviso, quedará satisfecho y tranquilo quien protesta a VV todas sus consideraciones y atentamente B.SS. MM.-El empresario de la plaza de toros.

Se percibe en tal “Remitido” una circunstancia que molestaba a cierto sector de la sociedad, habida cuenta de que por aquellos días, privaba un tono de nostalgia, cubierto por situaciones políticas peculiares. El 26 de octubre anterior, se había celebrado, con todos los honores, el traslado de los restos de Iturbide a la Catedral de México, luego de haber sido exhumados. Estos, se encontraban en la población de Padilla, actual estado de Tamaulipas. Desde aquel punto, se hizo el recorrido por Ciudad Victoria, San Luis Potosí, Querétaro, San Juan del Río y Tula. Finalmente, llegaron a la villa de Guadalupe Hidalgo. Fue notoria la presencia en la villa y en todo el camino de “la población de todas las clases” que, desde la calzada, las calles, los balcones, las ventanas y las azoteas, fue espectadora privilegiada. El padre guardián del convento de San Francisco recibió la caja que pasaría ahí otro mes, ya que no daba tiempo de hacer las honras, como estaba previsto, para el 27 de septiembre. Mientras, se preparó un presupuesto, un proyecto de ceremonial y se lavaron y desinfectaron los restos.

Así que entenderlo como el funeral más fastuoso que registre la Historia de México[lo cual ocurrió el 26 de octubre de 1838], tenía sus razones. «La procesión de las cenizas a la metropolitana empezó a las once de la mañana y fue muy suntuosa […] todo el trayecto se cubrió con la vela o toldo que se usaba en la fiesta de Corpus y participó tanta gente en el desfile que cuando los primeros llegaron a las puertas del templo, los últimos todavía no salían de San Francisco […] los que desfilaron iban vestidos a todo lujo: militares, escuelas, cofradías, terceras órdenes, comunidades religiosas, clero, parroquias, cabildo metropolitano […] la urna fue puesta en un carro enlutado con terciopelo negro, adornado con penachos cuyas plumas eran de los colores de la bandera mexicana. Jalaban el carro seis caballos negros cubiertos hasta el suelo de paño del mismo color […] en la tarde tuvo lugar un pequeño acto fúnebre con misa, responsos y una oración toda en latín […] las solemnes exequias fueron al día siguiente -27 de octubre- con la asistencia de las principales autoridades políticas del país […] al final, pasaron la urna a la capilla de San Felipe de Jesús donde se le construirá un altar que los ha albergado hasta nuestros días». (Véase María del Carmen Vázquez Mantecón, Las reliquias y sus héroes. Estudios de Historia Moderna y Contemporanea. IIH-UNAM. México, 2005).

Apenas pasaron unos días, cuando Manuel de la Barrera anunciaba un festejo taurino a celebrarse el jueves 1º de Noviembre, contando para ello con un encierro de Atenco, con el cual “los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión”. Pasada la lid del primer toro, -y retomo para ello lo que ya adelantaba El Cosmopolita-, presentaron en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de Abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento, como resultado de las profundas heridas que recibió de la fiera; y a petición de una gran parte de los que presenciaron aquella tremenda lucha, así como de muchas personas que no se hallaron presentes, se le dedica esta justa memoria, por ser muy digna de su acreditado valor”.

Conviene adelantar que en la próxima entrega, conoceremos a detalle los apuntes del entonces niño Joaquín García Icazbalceta que dejó testimonio de aquella jornada abrileña, en sus Escritos Infantiles manuscrito que se remonta, casualmente al año 1838.

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