Archivo mensual: julio 2019

TOREROS MEXICANOS, A PIE y A CABALLO DE LOS SIGLOS XVI AL XIX.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Curiosa cuadrilla de toreros “aborígenes”, formada en el último tercio del siglo XIX mexicano. Una rareza como documento gráfico. EL REDONDEL Nº 2,904 del domingo 16 de diciembre de 1984.

A cuarenta años de investigación, escritura, divulgación, acopio de datos y muchas otras actividades más, me permito compartir parte de la elaboración de un nuevo trabajo que he venido formando de meses atrás de manera organizada. Se trata de la “Galería de toreros mexicanos, españoles, extranjeros y otras cuadrillas” que fueron visibles entre los siglos XVI y el XIX. Hasta hoy, los datos biográficos, en pequeña, mediana o gran proporción, rebasan los 2 mil. Las fuentes a disposición son del todo valiosas pues van de libros, revistas, periódicos, carteles, fotografías, grabados, caricaturas, cromolitografías y tantos testimonios sean posible recoger ubicados en otras referencias que proponen información como los que ahora son motivo de concentración. Espero que en poco tiempo se encuentre preparada para su publicación.

En efecto, esa presencia ya es notoria desde mediados del siglo XVI y hasta el año 1900. Todos esos datos reúnen nombre, apellido, seudónimo, sus condiciones ya sea como toreros de a pie o a caballo -o caballeros en plaza, por ejemplo-, banderilleros, picadores y de otra índole (locos, lazadores, o ejecutantes de suertes extraordinarias como colocar banderillas con la boca, de apearse al caballo sin contar con las manos, de realizar alguna suerte con los ojos vendados, y otros).

El propósito es lograr un trabajo como el que en otros tiempos elaboraron diversos personajes como Leopoldo Vázquez, Carlos Cuesta Baquero, Alfonso de Icaza “Ojo”, Heriberto Lanfranchi o el inmenso trabajo que ha realizado, por ejemplo el doctor en Historia Benjamín Flores Hernández. En varios de sus libros se localizan personajes que tuvieron participación en la tauromaquia del siglo XVIII, por ejemplo. Del mismo modo, se encuentran registros que se han difundido en diversas publicaciones periódicas. El referente o modelo es esa labor que coordinó José María de Cossío, quien en su célebre tratado técnico e histórico Los Toros (1974-1997 en 12 volúmenes) concentró en varios de los tomos información tal y como ahora la comparto, con la salvedad de que todos esos protagonistas, nacionales o extranjeros, a pie o a caballo hayan actuado desde por lo menos 1550 o de aquellos cuya fecha de nacimiento esté registrada hasta el año 1900.

La iconografía es otro elemento que da a las más referencias posibles, un toque más inmediato pues permite conocer el rostro, la figura y hasta el contexto de su elaboración, con lo que al tener concluida esta obra, habrá de contarse con un volumen cuyo valor intrínseco será lo que mayor peso proporcione a los interesados.

Así que sin más que anotar por ahora, me permito traer hasta aquí un muestrario de ese propósito, para que vayan apreciando y familiarizándose con nombres que quizá sean auténtica novedad y curiosidad sobre quienes en otros tiempos se convirtieron en figuras sobresalientes o que dejaron algún testimonio, suficiente para exaltarlo a través de versos y corridos. O que se popularizaron debido a un episodio extraordinario, incluso hasta por percances que, en buena cantidad, culminaron en tragedias. Veamos.

Retrato del célebre picador de toros Arcadio Reyes «El Zarco», incluido en la presente aportación.

AGUILAR, Manuel, el Macareno: torero de a pie, al parecer nacido en San Luis Potosí, y quien aún actuaba por 1891. Para entonces ya era considerado como “espada viejo”.

ALLENDE, Ignacio: El célebre caudillo insurgente, nacido en San Miguel el Grande –llamado hoy, en memoria suya, San Miguel de Allende-, Guanajuato, el 25 de enero de 1969 era, según frase de Lucas Alamán: “de hermosa presencia, muy diestro a caballo y en todas las suertes de torear y otras del campo”. Gustaba mucho de usar traje charro, con el cual se dedicaba con pasión a la práctica de los ejercicios taurinos y de la equitación. En octubre de 1801, cuando montaba un bruto, sufrió un accidente que lo puso en serio peligro de muerte; en otra ocasión, también mientras cabalgaba, recibió un golpe en la nariz que desde entonces le quedó hundida. Se enfrentaba a los bureles cuerpo a cuerpo, y una vez mató uno ahogándolo con la pura fuerza de sus piernas. Se sabe que mientras el tiempo que estuvo acuartelado en Jalapa en calidad de oficial del regimiento de la Reina solía actuar en las corridas anuales allí efectuadas, y que siendo capitán de una compañía del referido cuerpo, en octubre de 1800 le tocó salir a despejar la plaza de toros durante las corridas que se dieron en San Luis Potosí con motivo de la bendición del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de tal ciudad.

BAÑOS, Dolores: “Habiendo llegado de Querétaro a esta capital la torera Dolores Baños, se presentará por primera vez en esta plaza a desempeñar el arriesgado lance de dar muerte al quinto toro con una banderilla que le pondrá en el testuz”. Así se anunciaba a dicha “torera”, en un cartel para el festejo que se celebró en la Plaza Principal de toros de San Pablo, la tarde del domingo 9 de noviembre de 1851.

CANO MOCTEZUMA, Diego: Caballero en plaza. Es mencionado en la “Relación de fiestas” que escribió María de Estrada Medinilla en 1640, con motivo de la recepción del virrey Marqués de Villena.

CHÁVEZ, Romualdo: Picador de toros. se inició en las plazas de los pueblos, por el año de 1870, teniendo en esa lejana época, un duro aprendizaje. Cuando estaba formado, actuó en las principales ciudades, la mayor parte de las veces, a las órdenes de toreros hispanos. Se despidió de los ruedos en 1899, en que se dedicó a descansar al lado de sus familiares, falleciendo unos años después.

DELGADO, Luis G., Moreliano: Banderillero. Su nombre aparece registrado en un cartel, mismo que tuvo lugar en la plaza de toros de San Rafael, el domingo de pascua, 1° de abril de 1888, bajo las órdenes de Vicente Navarro, el Tito.

ESCOBEDO, Domingo: Picador de toros. Actuó, de acuerdo a un cartel que se celebró en la plaza de toros de Orizaba, Ver., la tarde del 8 de junio de 1882, enfrentando toros de Nopalapam.

FIGUEROA, Vicente: Banderillero. Actuó bajo las órdenes del “modesto y valiente espada mexicano” Valentín Zavala. Esto en Morelia, de acuerdo al festejo que se celebró en aquel estado, el domingo 10 de diciembre de 1893.

FLORES, Bernardino: Era anunciado como “banderillero”, labor que realizó muchas tardes al lado de las cuadrillas que encabezaba Ponciano Díaz a finales del siglo XIX.

FIGUEROA, Julio de, el Loco: banderillero. Citado la cuenta de gastos que detalla “(…) dos series de corridas de toros concedidas por el autoritario virrey de México, Carlos Francisco de Croix, para la pagada diversión de los habitantes de la capital novohispana, al mismo tiempo de que aquéllas servirían para recolectar dinero e invertir en obras de “beneficio común”. Corridas por lo demás desarrolladas según las novedosas formas del toreo a pie, protagonizado por cuadrillas de toreros estoqueadores, mismo que sólo hacía unos cuantos años se estaba consolidando por todo el ámbito de la monarquía, en sustitución de la anterior tauromaquia caballeresca. Resulta consabido que un cuarto de centuria después, Pedro Romero, de Ronda y Joaquín Rodríguez “Costillares”, de Sevilla, fueron los andaluces cumbres para la popularización de las novedades que quedarían dogmáticamente impresas en las páginas de la Tauromaquia de José Delgado, “Hillo”, de 1796.

GÁMEZ, Cornelio: Banderillero. Actuó como tal en la plaza del “Buen Gusto” (San Luis Potosí), la tarde del domingo 15 de febrero de 1885, enfrentando junto con los de la cuadrilla dirigida por Refugio Sánchez, ganado de “La Cantera”.

GÓMEZ, Isidoro, El Patolito: Se anunció como banderillero, en un festejo celebrado en la plaza de toros en Morelia, Mich., la tarde del 15 de octubre de 1893.

HERNÁNDEZ, Hilario: picador de toros que actuaba con frecuencia en festejos taurinos durante la segunda mitad del siglo XIX. Anunciado como “segunda espada” en un cartel, para el festejo del 20 de octubre de 1850, en la Plaza Principal de Toros en el Paseo Nuevo, en la ciudad de Puebla.

INFANTE DONCEL, Juan: Banderillero. Fue de vida efímera en su paso por los ruedos, ya que no logró destacar como subalterno. En 1910, fue cuando toreó con más frecuencia, retirándose más tarde de toda actividad taurina.

JUÁREZ, Antonio: Picador de toros que estuvo en la “Cuadrilla Juvenil Mexicana”, dirigida por Saturnino Frutos “Ojitos” a comienzos del siglo XX.

LOBATO, Mateo: Picador de toros. Actuó, de acuerdo a un cartel que se celebró en la plaza de toros de Orizaba, Ver., la tarde del 8 de enero de 1882, enfrentando cinco toros de “raza nopalapeña”.

MANOGRANDE, Miguel: Picador de toros. Su nombre aparece en un cartel de toros, festejo que se llevó a cabo en la plaza del “Progreso” (Guadalajara, Jal.), el domingo 8 de febrero de 1885.

NAVA CASTAÑEDA, Ana María de Guadalupe y: Torera del siglo XVIII.

OROPEZA, Vicente: Picador de toros mexicano, hermano de Agustín, que ha figurado como tal en cuadrillas acreditadas y viene toreando desde 1885.

Antonio González «El Orizabeño», figura de iguales circunstancias respecto a la popularidad que alcanzaron, por ejemplo, Ponciano Díaz o Pedro Nolasco Acosta. Col. del autor.

PARDO, Genovevo: Excelente banderillero mexicano que toreó a las órdenes de Bernardo Gaviño, los Hernández y otros diestros, hasta el año 1884, en que se erigió en matador jefe de cuadrilla, recorriendo en tal concepto las principales plazas de la república, sin que decayera el buen nombre que logró alcanzar en la época en que tomó la afición importantísimo desarrollo en México.

QUIJÓN, Basilio: torero de a pie. Su nombre aparece en un aviso fechado en el mes de enero de 1815, el cual señala: LA MUY NOBLE, MUY LEAL, INSIGNE E IMPERIAL CIUDAD DE MÉXICO. “Con el plausible motivo del feliz advenimiento de nuestro Soberano el Sr. D. FERNANDO SÉPTIMO, que Dios prospere, a su Trono, expresa su regocijo en fiestas públicas de corridas de Toros, para que todo el Pueblo Mexicano celebre con aplauso tan fausto acontecimiento, que ha sido el anuncio de sus felicidades. “Las ocho corridas de estilo serán en los días 25, 26, 27, 28, 30 y 31 del presente mes de Enero, 1 y 3 del próximo Febrero, conforme a lo dispuesto por el Exmo. Sr. Virrey”.

RAMOS, Pompeyo, El Largo: banderillero que participó en festejos en los últimos 15 años del siglo XIX.

SANTA CRUZ POLANCO, Gerardo: Aunque era natural de Puebla, a partir de 1885 casi sólo toreó por los estados de Sinaloa, Nayarit y Jalisco. En la capital se presentó el 24 de julio de 1887, en la plaza “Paseo”, teniendo una tarde poco afortunada.

TORRE, Atenógenes de la: Picador de toros que goza de buen nombre en la república mexicana.

Toreando en la plaza de Bucareli en la tarde del 15 de septiembre de 1895, fue alcanzado por el tercer toro de la corrida, resultando con dos heridas en la pantorrilla derecha, de bastante gravedad.

URIBARREN, Francisco, Mano dura: Picador de toros oriundo de Aguascalientes, donde se desempeñó como tal en diversas cuadrillas, quizá entre fines del XIX y comienzos del XX.

VARGAS, Juan, Varguitas: picador de toros. Comenzó dicha labor hacia 1886, de acuerdo a un cartel que dice: PLAZA DE TOROS DE TLALNEPANTLA. GRAN CORRIDA A FAVOR DE LA BENEFICENCIA ESPAÑOLA. DOMINGO 11 DE ABRIL DE 1886.

XIRÓN, Miguel: banderillero profesional de a pie, de la cuadrilla de Guadalupe Granados, prestó sus servicios en la serie de lidias que se efectuó en la Real Plaza de Toros de San Pablo en el curso de 1817 con el propósito de solemnizar los desposorios del rey Fernando VII con doña Isabel María Francisca de Braganza.

ZAVALA, Bernardo: Picador de toros mexicano de bastante habilidad. El 17 de abril de 1895, fue herido de alguna consideración. Restablecido volvió al ejercicio de la profesión.

Una nómina de tales proporciones, creo que nunca se ha hecho, sobre todo por los propósitos que persigue. Nunca está de más que en casos como el presente, quede la posibilidad de que los lectores en este blog puedan apoyar con alguna información. Si así fuera, al final del texto dejaré mi correo electrónico, con objeto de recibir lo que amablemente pongan a disposición. Gracias.

Correo electrónico del autor: josecoello1962@hotmail.com

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LO MAJESTUOSO DE UNAS FIESTAS NOVOHISPANAS en 1640.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 

A José Pascual Buxó, in memoriam.

Toros de Antaño. Suerte de alancear en la plaza. Apunte que aparece en Pan y Toros, año 1, N° 12, del 22 de junio de 1896.

   ¿Se imaginan ustedes que fiestas taurinas tuvieron la mejor cobertura durante el virreinato?

Sin duda alguna, el acontecimiento a que me referiré en esta ocasión, ocurrió a partir de los últimos días de agosto de 1640, cuando la ciudad de México tuvo a bien dar recepción al quien fuera su nuevo virrey. Para mayor detalle, comparto con ustedes, algunas notas de mi trabajo –inédito-: “INTRODUCCIÓN, ESTUDIO Y REPRODUCCIÓN FACSIMILAR A LAS FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS…” (véase obras de consulta):

A continuación, someteré a estudio la que hasta hoy era un “relación de fiestas” que se consideraba como perdida. Se trata de la obra de doña María de Estrada Medinilla y que presento, tanto en su versión original como modernizada, acompañada del aparato crítico pertinente. Agradezco la gentileza de los maestros Dalmacio Rodríguez Hernández y Dalia Hernández Reyes, quienes pertenecen al Seminario de cultura literaria novohispana que acoge el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México por haberme facilitado copia facsimil del documento, para lo cual me comprometí con ellos a realizar este trabajo de investigación. A su vez, también va mi agradecimiento muy especial para Carmen Eugenia Reyes Ruiz quien apoyó en la elaboración del estudio crítico.

 LA RECEPCIÓN DEL VIRREY MARQUÉS DE VILLENA EN 1640.

Como muchas de las recepciones que ocurrieron en el período virreinal, acontecimiento que se ceñía a un protocolo por demás impresionante debido, en primera instancia a la notificación de que eran informadas las autoridades y luego éstas divulgando la noticia a nivel general, obligaba a que se cumpliera cabalmente con el itinerario que empezaba en el puerto de Veracruz y concluía en la ciudad de México bajo una serie de indicaciones que la costumbre había establecido (véase Diego García Panes). Pero no era solamente asunto de saludos y formalidades. También estaban las fiestas como complemento y cúspide de aquella parafernalia que alcanzaba varios días o semanas de celebración. En este caso particular, nos ocupamos de la del décimo séptimo virrey de la Nueva España, don Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, Duque de Escalona y Marqués de Villena (que gobernó del 28 de agosto de 1640 al 10 de junio de 1642). Acontecimiento que adquiere tintes peculiares que se proyectan en varias direcciones. Por un lado, se trata de un suceso que ocurre en momentos del más acentuado clímax del barroco novohispano, fenómeno cultural estimulado por una serie de elementos alentados por el arte y la literatura –el hipérbole más ponderativo (María de Estrada Medinilla, dixit)-. La recepción que ahora estudiamos a partir de la obra de nuestra autora, nos habla también de otras tantas descripciones, lo que significa que el hecho mismo se convirtió en un acontecimiento extraordinario, mismo que quedó cubierto por diversos documentos que hoy nos permiten entender la magnitud de aquel suceso. Dentro de su manufactura se cumplieron a cabalidad –y como ya se dijo- los puntos del protocolo más riguroso. Por otro lado, las fiestas religiosas y paganas también fueron reseñadas y entre todas ellas, las de toros no pasaron desapercibidas ni por María de Estrada ni por algunos otros “cronistas” de los que me ocuparé en forma breve.

Retrato de Diego López Pacheco y Portocarrero, estaba ubicado en Ermita de la Virgen de Consolación de Torredonjimeno y fue destruido durante la Guerra Civil española (1936-1939). Es una réplica del retrato de Felipe IV realizado por Velázquez que se encuentra en la National Gallery y que fue realizado hacia 1635. Imagen recogida en:

https://es.wikipedia.org/wiki/Diego_L%C3%B3pez_Pacheco_y_Portocarrero

La interpretación literaria del siglo XVII adquiere un sentido manifiesto de preponderancia, que arranca con la Grandeza mexicana de Bernardo de Balbuena (1604) y termina con Felipe de Santoyo García Galán y Contreras en 1691, pasando por Juan Ruiz de Alarcón, el Pbro. Br. D. Diego de Rivera, el también Pbro. Br. D. Ignacio de Santa Cruz Aldana, el Capitán Alonso Ramírez de Vargas y la jerónima Sor Juana Inés de la Cruz, quienes legaron obras de un elevado valor culterano que se empareja, en esos términos con la de María de Estrada Medinilla.

Enorme alegría significó el encuentro con la relación de FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS, y alcancías, que celebró la Nobilísima Ciudad de México, a veinte y siete de Noviembre de este Año de 1640 EN CELEBRACIÓN DE LA venida a este Reino, el Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona, Virrey y Capitán General de esta Nueva España, &c, mismo que es motivo para el estudio y reproducción facsimilar, fruto de una intensa investigación que busca poner en claro sus más profundos misterios.

A esta “descripción de fiestas”, deben agregarse las otras relaciones, donde una segunda de la presente lista, también corresponde a la misma autora; me refiero a la

2.-Relación escrita por DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA, A una Religiosa monja prima suya. De la feliz entrada en México día de San Agustín, a 28 de Agosto De mil y seiscientos y cuarenta años. Del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Cabrera, y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey, Gobernador y Capitán General Desta Nueva España, que es una relación escrita en ovillejos, y dedicada a doña Antonia Niño de Castro, impreso del que se encargó el editor Juan Ruyz, en 1640;

3.-Matías de Bocanegra: VIAGE DE / TIERRA, Y / MAR, FELIZ POR MAR, / Y TIERRA, QVE HIZO / El Excellentissimo Señor / Marqves De Villena Mi / Señor, Yendo por Virrey, y Capitan / General de la Nueua Efpaña en la flota que embió fu / Mageftad efte año de mil y feifcientos y cuarenta, fiendo / General Della Roque Centeno, y Ordoñez: Fu / Almirante Iuan de Campos. / Dirigido a / DON IOSEPH LOPEZ / Pacheco, Conde de San / Tifteuan de Gormaz mi feñor / Con Licencia / Del Excellentissimo Señor / Virrey defta Nueua Efpaña / Impreffo en MEXICO: En la Imprenta de Iuan Ruyz / Año de 1640. Esta es obra de Cristóbal Gutiérrez de Medina.

4.-Addición a los festexos que… se hizieron al Marqués mi señor… México: Bernardo Calderón, 1640, la Comedia de San Francisco de Borja… México, 1640. (Cita de J. Rojas Garcidueñas).

5.-Zodíaco regio, templo político, al Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco… Consagrado por la Santa Iglesia Metropolitana de México…, dibujado en la hermosa fábrica de el Arco triunfal que levantó a su entrada y dedicó a su memoria. Compuesto por un religioso de la Compañía de Jesús. México, Francisco Robledo, 1640. Esta otra también se atribuye a Gutiérrez de Medina.

6.-Nicolás de Torres: Festín hecho por las morenas criollas de la muy noble… ciudad de México. Al recebimiento del excmo. Señor Marqués de Villena… México, 1640.

7.-ADICIÓN… a los festejos que en la ciudad de México se hicieron al Marqués de Villena, mi señor, con el particular que le dedicó el Colegio de la Compañía de Jesús. México, 1640, Bernardo Calderón (editor). Se le atribuye a Estéban de Aguilar.

Sabina Estrada y Orozco: Relación de las dos entradas del Excmo. Sr. Don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona, virrey, y del Ilmo. Sr. Don Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla y Visitador General de este Reino. México, 1640, Francisco Robredo (editor).

A lo que se ve, esta es la obra de otra autora, desconocida hasta hoy, pero que representa el mismo peso de importancia que tenían los autores masculinos en unos momentos en que las condiciones de género privaban a la mujer de contar con algún tipo de actividad tan específica como el de escritoras. En algún momento me refería así al caso de Sor Juana Inés de la Cruz: “Pero dice mucho que la obra de una mujer estuviese por encima de la vida común, que fuera el centro de atención y de ataques inclusive -por tratarse de alguien con una vida limitada a razones silenciosas y silenciadas (me parece que nacer mujer en aquellos tiempos significaba nacer en medio o dentro de un pecado). La vida doméstica -casarse con dote-, o la religiosa -casarse con Cristo-, eran dos destinos rígidamente trazados; aunque la prostitución fue otra alternativa”.

Restan por citar las que siguen:

8.-Juan de los Ríos Zavala. Mexicus animata: Oratio panegyrica in Academia Mexicana prolata curam Excmo. Dom. Marchione de Villena Nova Hispaniae pro Rege. México, 1640.

9.-Viaje por mar y tierra del virrey Marqués de Villena. Aplausos y fiestas en Ciudad de México. México, 1641.

10-Descripción y explicación de la fábrica y empresas del suntuoso arco que la… Ciudad de México erigió a la feliz entrada y gozoso recibimiento del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Marqués VII de Villena… etc. México, Juan Ruiz, 1640.

11.-Loa famosa que se le recitó al Excelentísimo Señor Marqués de Villena, Duque de Escalona, a la entrada del Arco triunfal de la Catedral de México. México, Francisco Robledo, 1640.

12.-Viage por tierra, y mar del Excellentissimo Señor Don Diego Lopez Pacheco i Bobadilla, Marques de Villena, u Moia, Duque de Escalona &c. Aplausos, y festejos a su venida por Virrey desta Nueva España. Al Excellentisimo Señor Don Gaspar de Guzmán Conde Duque de Olivares, Duque de Sanlucar La Mayor &C. Dedicado por el Colegio Mexicano de la Compañía d IESVS. México: Francisco Robledo impresor, 1641.

Como nota para una precisión debo decir que existen tres títulos similares:

1.-Viaje de tierra y mar, feliz por mar, y tierra (…) obra de Cristóbal Gutiérrez de Medina (1640);

2.-Viaje por tierra y mar del… Marqués de Villena (1640) (atrib.) a Matías de Bocanegra, y

3.-Viaje por tierra, y mar del… Dedicado por el Colegio Mexicano de la Compañía de Jesús (1641).

Estas dos últimas parecen corresponder al mismo autor, Matías de Bocanegra, como lo señala José Juan Arrom en el prólogo a la “Comedia de San Francisco de Borja”.

    Y según José Juan Arrom, en José Toribio Medina, La imprenta en México (1539-1821), publicación de 1907, en cuya referencia núm. 535, fue el propio Medina quien enumera una docena de bibliografías donde se consigna la misma obra. Y más que la “misma obra”, son doce las que se ocuparon del asunto pero con diferente concepto en su entorno creativo.

Como balance de todo lo anterior, incluyo a continuación –y con esto termino-, con un apunte de Manuel Romero de Terreros, sentencia con peso igual al de una catedral:

   Aunque también de extremada rareza, no hemos creído oportuno reproducirlas, porque consisten en indigestas descripciones, en prosa y verso, con abundancia de alusiones clásicas y citas latinas, que resultan de cansadísima lectura, carecen de valor literario y contienen datos de escaso interés histórico.

OBRAS DE CONSULTA:

Bernardo de Balbuena: Grandeza mexicana y fragmentos del siglo de oro y El Bernardo. Introducción: Francisco Monterde. 3ª. Ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963. XLIV-121 p. Ils. (Biblioteca del estudiante universitario, 23).

Diego García Panes: Diario particular del camino que sigue un virrey de México. Desde su llegada a Veracruz hasta su entrada pública en la capital […] [1793], transcripción de Alberto Tamayo, estudio introductorio de Lourdes Díaz-Trechuelo. Madrid, CEHOPU / CEDEX (Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente), 1994.

José Francisco Coello Ugalde: INTRODUCCIÓN, ESTUDIO Y REPRODUCCIÓN FACSIMILAR A LAS FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS, y alcancías, que celebró la Nobilísima Ciudad de México, a veinte y siete de Noviembre de este Año de 1640 EN CELEBRACIÓN DE LA venida a este Reino, el Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Marques de Villena, Duque de Escalona, Virrey y Capitán General de esta Nueva España, &c. Por Doña María de Estrada / Medinilla. 134 p. Ils., facs. (Año de terminación: 2007).

Felipe de Santoyo García Galán y Contreras: Métrica panegyrica descripción De las plaufibles fieftas, que, á dirección del Exmo. Señor Conde Galve, Virrey, y Capitán General defta Nueva-España, fe celebraron, obfequiosas, en la muy Noble, y leal Ciudad de México, al feliz Cafamiento de Nuestro Catholico Monarcha D. Carlos Segundo, con la Auguftiffima Reyna y Señora Doña Maria-Ana Palatina del Rhin, Babiera, y Neuburg. Verfifica fu narración, vn corto Ingenio Andaluz, hijo del Hafpalenfe Betis; cuyo nombre fe ommite, porque (no profeffando efta Ciencia) no fe le atribuya á oficio, lo que folo es en él (aunque tofca) habilidad. Dedicado a la Excelentiffima Señora Doña Elvira de Toledo, y Osorio, Condefa de Galve, Virreyna defta Nueva-Efpaña, á cuyos pies fe poftra el Author. Con licencia. En México: por Doña María de Benavides Viuda de Juan de Ribera en el Empedradillo. Año de 1691, obra que consta de 82 octavas. Véase: Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (…). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43).

José Rojas Garcidueñas y José Juan Arrom: Tres piezas teatrales del virreinato. Tragedia del triunfo de los Santos, Coloquio de los cuatro Reyes de Tlaxcala y Comedia de San Francisco de Borja. Edición y prólogos de (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1976. VIII-379 p. (Estudios de literatura, 3).

Manuel Romero de Terreros: Cristóbal Gutiérrez de Medina: Viaje del virrey Marqués de Villena. Introducción y notas de don (…), C. de las Reales Academias Española, de la Historia, y de Bellas Artes de San Fernando. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, Imprenta Universitaria, 1947. XI – 88 p. Ils., fots., facs.

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EL REGLAMENTO TAURINO NECESITA UNA PUESTA AL DÍA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Reglamento taurino, el primero que se elaboró con fines de conseguir el buen desarrollo de la fiesta hace 130 años. Julio Bonilla se encargó de dicha tarea. Imagen tomada del portal de internet www.bibliotoro.com, y en particular de la base de datos que se encuentra en la Biblioteca “Salvador García Bolio” (GARBOSA en su acrónimo de uso común).

La reglamentación, medida en que autoridad o gobierno han tenido que determinar para el buen desarrollo del espectáculo taurino en su conjunto, es un propósito en que, como antecedente histórico, comenzó a aplicarse en la Nueva España, desde 1769. Hace 250 años cabales, fueron dadas a conocer las primeras disposiciones, sobre todo por instrucciones de don Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, y virrey de la Nueva España, organizando para ello una temporada de ocho corridas para el apoyo del presidio de San Carlos.

También es posible que anteriormente la propia representación taurina estuviese vigilada por códigos que establecieron en forma muy rigurosa esos tratados de la jineta y la brida, principios intangibles pero presentes sobre el significado de honor que pusieron en práctica los estamentos que seguían sujetos a normas o principios que iban en apego a los libros de caballería. Pero sobre todo, a los usos y costumbres. De otra forma, el caos desatado por el solo motivo de la fiesta, sagrada o profana habría sido suficiente motivo para oponerse a su desarrollo.

Lentamente y al paso de los años, fue necesario encaminar el desarrollo del espectáculo, por senderos donde fuese posible la regulación, pero sobre todo el significado mismo por adecuar el desarrollo de la corrida, con todo lo que desde aquella época y hasta hoy, ha significado imponiéndole un sentido coherente, sistemático incluso, aunque pertinente por todos los propósitos que persigue.

Para 1815 y 1822 se dispusieron otras medidas que, por limitadas y apenas justas, no daban para mucho. En 1851, por circunstancias que se desconocen, un proyecto de reglamento se quedó en eso…, en proyecto.

Fue necesario entonces que arribara 1886, año en el que circula un primer documento –propuesto como reglamento taurino aplicable en la ciudad de Toluca, al cual dio forma Julio Bonilla quien era por esa época, además de un personaje influyente en el medio taurino, el director del semanario El Arte de la Lidia (1884 y luego en forma intermitente hasta 1909).

Así que, reanudadas las corridas de toros en la ciudad de México, casi de inmediato se puso en vigor un reglamento provisional, mismo que vino a ser adecuado un año después. Sin embargo, al publicarse la versión de 1895, nos encontramos con el primer gran reglamento taurino que fue el primero en reunir las partes escenciales que correspondían a la más reciente actualización no solo del espectáculo, sino de toda una serie de elementos (por ejemplo el destinar para enfermería un área específica). Y luego vinieron nuevas versiones, como la de 1923, 1936, 1953, 1981 hasta que se alcanzó la que hoy día rige el espectáculo taurino en la ciudad de México, mismo que data del año 1997, con la última reforma publicada en la Gaceta Oficial, el 25 de octubre de 2004.

Es decir, han transcurrido quince años en que el reglamento se encuentra intocado, lo cual ya es suficiente razón para buscar las condiciones de actualización. Muchas cosas han sucedido en esos tres lustros como para que no se busque esa puesta al día.

Como aficionados, sabemos los riesgos por los que viene pasando el espectáculo taurino, cada vez más cuestionado, y este es un el momento ideal para poner en marcha cualquier acción que determine las garantías para el desarrollo de un buen espectáculo. Sabemos que ya se encuentra en funciones la nueva Comisión Taurina y es la instancia más apropiada para poner en marcha un proceso, un debate obligadísimo, que convoque a las partes y que se discuta no todo el reglamento, pero sí algunas de sus partes que requieren ajustes (eso lo sabremos con exactitud en el momento en que se encuentren preparadas las mesas de trabajo, y será ahí donde encontraremos los puntos principales susceptibles de modificación).

He dicho en más de una ocasión que el efecto de las plazas semi vacías es una causa de la mala administración, pero también del mal seguimiento de la autoridad. Es hora en que la temporada de novilladas, por ejemplo, debería estar muy avanzada, dando luces de esperanza en prospectos que puedan ser una bocanada de aire fresco, pero aún no comienza y no vemos para cuando.

Sabemos que existen 250 ganaderías registradas y ningún movimiento se aprecia en la posibilidad de encontrar en cualquiera de ellas el ganado propicio para festejos mayores y menores, siendo las favoritas únicas opciones para la dinámica del espectáculo, el cual requiere un sacudimiento de fondo. Incluso, la mercadotecnia manejada parece ser la menos apropiada para atraer aficionados que se han ido alejando, decepcionados del que para muchos de ellos es el nutriente espiritual de su gusto por una fiesta que cada vez pierde importancia. Suficiente tenemos con la sombra infaltable de ataques a que ha sido sometida la tauromaquia en estos tiempos, como para no contraponer el efecto con un toque de equilibrio, ante el posible resurgimiento que se necesita, precisamente en un aspecto como el de la debida atención al reglamento taurino.

Deseamos que ese sea un punto de atención, de inflexión contundente para mejorar las condiciones del espectáculo y con ello garantizar en alguna medida, su buen desarrollo. Créanme que, en la medida en que se depuren ciertos aspectos que empañan su marcha, en esa medida se conseguirá elevar su calidad.

Se necesita una suma de voluntades muy clara, un frente común en el que participemos no solo los aficionados junto a todos aquellos que en una u otra forma tienen injerencia directa en la organización del espectáculo taurino de nuestro país. Sin acciones como esta, se pierden valiosas oportunidades de reposicionar la fiesta de toros con lo que se pierde un tiempo muy importante para estimularla. No quisiéramos caer de nuevo en los círculos viciosos donde por obligación, se tenga que cumplir con el mínimo de 12 festejos novilleriles para dar paso a la temporada grande, siempre esperada, pero ese no es el mecanismo más adecuado. Hace muchos años, algunas de las temporadas denominadas “chicas”, alcanzaban fácilmente los 30 o más festejos, con lo que se encontraban las condiciones necesarias surgiendo futuros prospectos a quienes había que seguir empujando en festejos que se celebraban en otros estados del país. Así, esos muchachos –sin excusa ni pretexto-, llegaban a la alternativa en forma por demás justificada.

Hemos visto pasar en los más recientes tiempos varias temporadas que se convierten en auténtico desperdicio de oportunidades y con ello la opción natural de renovación.

El desarrollo de la lidia requiere atención especial. Deben atenderse aspectos donde están de por medio el uso de los trebejos (puya, banderillas, espada y espada corta de descabellar, así como el propio objeto utilizado por los puntilleros), evitando con ello tiempos que ya no se corresponden con la realidad. Esos “tiempos muertos”, y el uso debido de aquellos instrumentos, son suficiente razón para detenerse, reflexionar, discutir y solucionar lo que mejor resulte, a conveniencia de los actores en el ruedo y de quienes ocupamos los tendidos, los que muchas veces tenemos que soportar malos puyazos, pésima colocación de banderillas, o la muy desagradable labor en que llegan a sumarse varios pinchazos o descabellos, que no es, lo sabemos, lo más conveniente.

Sin embargo, y con esto termino, tenemos de fondo situaciones que mejorar en términos de la presencia del ganado, que sigue siendo un talón de Aquiles. Creo que debe haber muchos ganaderos dispuestos a enviar lo mejor de sus camadas si la fiesta se organizara en mejor forma. Pero si no hay algo en que soportar las mínimas garantías de adecuación y actualización, estamos perdidos.

Urge pues, una puesta al día del reglamento taurino, el que ha de ser, si se le trata debidamente, nuestro único asidero para considerar con ello que la fiesta pueda recuperar su marcha en términos de absoluta dignidad.

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SOBRE FILMOGRAFÍA MEXICANA. 1896-1911. ALGUNOS MERECIDOS COMENTARIOS MÁS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 Por: José Francisco Coello Ugalde

Habiendo concluido la lectura de Filmografía mexicana. 1896-1911 del Dr. en Sociología Juan Felipe Leal y Fernández, uno se queda con la impresión de que ello ocurrió bajo la idea de tener entre las manos una obra genial de toda genialidad. Y no exagero, si digo que conociendo la enorme lista que Leal y Fernández ha aportado, esto ha significado un buen número de publicaciones donde ha cubierto temas como los sindicatos, las unidades de producción agrícola y ganadera y luego el cine, que a mi juicio considero como su tema-pasión, por lo que quedan de manifiesto los propósitos en tanto autor convencido de sus ideales. En los múltiples títulos destinados a ello, se percibe el rigor, la investigación minuciosa que además contextualiza en forma por demás complementaria y pertinente, hasta el punto de conseguir –y creo que ese es el propósito de cualquier buen autor-, que sus lectores obtengan no solo conocimiento, sino la debida información que proviene a su vez del trabajo intelectual; ya de campo, ya de gabinete.

José Francisco Coello Ugalde, editor: TESOROS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.: TAUROMAQUIA. Colección de DVD´s. Vol. II: “Los Orígenes. Cine y tauromaquia en México, 1896-1945”. Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural UNAM y Dirección de Actividades Cinematográficas, 2003. Título 02 RTC DVD-3943.

Esta obra, viene a ser un gran concentrador informativo de los registros cinematográficos que se filmaron en México, tan solo entre 1896 y hasta 1911. Se trata de 641 títulos que recogieron diversos temas y asuntos. De ellos, 103 películas son de tema taurino, lo que llama poderosamente la atención, debido a que se trata de un número suficientemente elevado en el que los editores, cineastas y camarógrafos, así como casas cinematográficas como Louis Lumière o la Edison Manufacturing Company; y luego ya, consolidado el cine en nuestro país; recogida y producida por personajes como Salvador Toscano o los hermanos Alva entre otros; lograron recoger en otros tantos festejos.

Filmografía mexicana es, por tanto, y hasta ahora, el último gran compendio que reúne el quehacer de infinidad de personajes que aprovecharon la que entonces era una naciente industria, con suficiente capacidad para atraer nuevos sectores de interesados, aprovechando vistas que representaban o significaban por un lado, ese punto de difusión donde acontecimientos como un festejo taurino se convertiría en el blanco de una atención muy especial, no solo donde había ocurrido, sino con la posibilidad de trascenderlo en otras partes del país, teniendo con ello garantizada una presencia masiva que confirmaba con aquellas imágenes el significado de grandeza que habían alcanzado figuras entonces en la cúspide de la popularidad y otros factores, como el ganado que se lidiaba, o las suertes que aparecían en escena en las que no eran por cierto, de muy buena calidad dado el primitivo proceso de filmación o lo escaso del material.

En catálogos como el que realizo desde años atrás, se pretende reunir la información de todo aquello filmado con tema taurino, desde 1895 y hasta nuestros días.

   Personajes como Toscano o los hermanos Alva, contaban con una capacidad económica solvente, lo que hizo posible la adquisición de otros cineastas o camarógrafos que se vieron imposibilitados de conservar materiales que además, en tanto orgánicos –pues el soporte era el nitrato de celulosa, altamente flamable y de frágil manejo-, lo que los llevó a vender dichos trabajos, mismos que hoy se conservan, y no todos, en colecciones especiales que hoy día custodia la “Filmoteca de la U.N.A.M.”

Estamos pues, ante el caso de materiales únicos que por su interés, se procurará hacer una labor específica, recomendando su preservación, lo que hace con verdadero empeño el personal de la Dirección de Estudios Cinematográficos de nuestra Universidad Nacional.

Y no solo eso. Sino que el trabajo implica su catalogación y calificación complementarias, de ahí que se valore aún más por el simple hecho de que las imágenes, a pesar de que puedan presentar problemas o dificultades, es casi un hecho de que han de ser debidamente intervenidas. Para eso, justamente se encuentra la notable aportación de Juan Felipe Leal y Fernández, la cual representa una garantía por su cuidadosa elaboración.

Hasta hace muy poco tiempo, se tenía una vaga idea de lo que significaba el comportamiento de las primeras películas taurinas filmadas o exhibidas en nuestro país. Así que el poco más de un centenar de ellas, nos permitirán, luego de “visionarlas”, la posibilidad de explicarnos un poco más ese proceso de evolución que adquirió el toreo en México entre los últimos años del siglo XIX y los primeros once del XX. Evidentemente sabemos que no arrojarán un resultado contundente pero sí necesario como elemento reconstructivo para apreciar –como ya se dijo-, una serie de elementos que las constituyen. Pero sobre todo, por su contenido. Allí se encuentra la verdadera sustancia de nuestros propósitos y creo que será de vital importancia contar, a su debido tiempo, con el mayor número de ellas. Mucho nos ayudarán a entender el significado de modernidad que alcanzaba la tauromaquia en nuestro país, sobre todo porque fue empujada por un sólido grupo de toreros españoles que fueron los encargados de consolidarla como representación técnica y estética. Recién había muerto Ponciano Díaz (15 de abril de 1899), y tras él sólo se contaba con unos cuantos diestros nacionales que lamentablemente no alcanzaban la estatura de aquel. Me refiero en concreto a Arcadio Ramírez, Margarito de la Rosa o Alberto Zayas. Fue necesario el paso de varios años para la afortunada aparición en escena de Rodolfo Gaona o Vicente Segura para recuperar terreno perdido consiguiendo con ello que se reforzara el nivel de popularidad que por sí mismos habían obtenido. De ese modo, ya en la plaza o en el cine, ambas figuras resignificaron el toreo mexicano, y eso es posible comprobarlo gracias a diversos títulos reunidos entre ese importante centenar de tesoros filmográficos reunidos en la notable aportación bibliográfica de Juan Felipe Leal y Fernández.

Lo importante por ahora, y como ya se señaló, es recuperar en la medida de lo posible, lo que ha llegado hasta nuestros días, y en eso ha trabajado intensamente el personal de “Filmoteca de la U.N.A.M.” Lo anterior, es suficiente motivo para un trabajo de digitalización, acompañado de la siempre necesaria interpretación y reflexión, así como de su diseminación en publicaciones que realcen este tipo de significados. José Alameda por ejemplo, si bien cuestionaba aquel arcaico quehacer cinematográfico, ciertas vistas le fueron bastante útiles, por ejemplo para describir e interpretar el quehacer de José Gómez Ortega en ruedos hispanos, en quien apreció el que fue uno de los primeros intentos por ligar una faena de muleta, entonces aislada, suelta, con apenas el propósito de preparar para la suerte suprema a los toros por aquellas épocas y que era de uso común en la mayoría de los grandes toreros de entonces. Ese perfeccinamiento o signo de evolución en la técnica taurina, resultó clave a los ojos de Alameda mismo, hecho que supo compartirnos en sus hoy inolvidables textos.

Juan Felipe Leal y Fernández: Filmografía mexicana. 1896-1911. México, Voyeur, Universidad Nacional Autónoma de México y Filmoteca de la U.N.A.M., 2019. 254 p. Ils., retrs., cuadros.

   Finalmente, agrego una reflexión que nos comparte Juan Felipe Leal y Fernández al respecto de lo que él aprecia en aquellas experiencias cinematográficas:

   Las películas taurinas hicieron su aparición en 1896 y desde entonces las corridas de toros se hicieron presentes en las funciones de cine.

   El inter-texto que supone la tauromaquia alude a la estructura del drama clásico aristotélico que consta de tres partes: la introducción, el nudo y el desenlace; empalmadas por una relación de causa-efecto. Ciertamente, desde el principio se conoce el final y se lo espera con gran emoción: el toro caerá desangrado y atravesado por el estoque. Antes se prepara al animal para la muerte y se muestra la destreza, la “ciencia”, el arrojo de los toreros. Los aficionados a la fiesta brava suelen comentar los sucesos de cada corrida hasta el último detalle. Conocen el nombre de las ganaderías y el apelativo del toro que se presenta en la plaza, o bien, la vida y las hazañas de los matadores, picadores, banderilleros y mozos de capa. En fin, el cine inicial reproducía visualmente lo sucedido en el coso taurino a través de los momentos más señalados de la corrida. Había placer al revivir esos instantes una y otra vez, como si fueran piezas de teatro chino. (Op. Cit., 176).

   La labor cinematográfica continuaría con los años, hasta alcanzar números nunca antes pensados. Deben considerarse los cortos, medios y largometrajes, los documentales y películas de ficción, lo cual y en consecuencia, puede arrojarnos varios miles de materiales, no solo los que hoy día custodia la “Filmoteca de la U.N.A.M.” misma, sino de aquellos otros cineastas –aficionados, semi o profesionales dispersos en el país- que han contribuido con el enriquecimiento de este segmento específico que recoge, recrea y exalta la naturaleza misma de la tauromaquia. Creo además, que en un tiempo relativamente corto estaremos en condiciones de conocer la mayoría de esos registros y con ello disponer de la información más completa que sea posible de un elemento por demás notable: el cine.

Celebro una vez más, la afortunada aparición de Filmografía mexicana. 1896-1911, ese libro que cubre tan importante periodo histórico para nuestro país en dos etapas fundamentales: la transición secular y el brote de la revolución mexicana, que de todo esto se incluyen datos y referencias que obras como estas nos acercan tan a detalle.

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NOVEDADES CINEMATOGRÁFICAS DEL PASADO TAURINO MEXICANO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El 8 de julio de 1960 fue formalmente puesta en funcionamiento, la Dirección General de Actividades Cinematográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (“Filmoteca de la U.N.A.M.” de aquí en adelante). Su primer director, Manuel González Casanova, en el acto inaugural, integró el que sería su primer sustento con varios rollos de película, entre los cuales se encontraba el documental “Torero” (de 1956), dirigido por Carlos Velo, y con el apoyo de producción de Manuel Barbachano Ponce así como de George P. Werker. Como sabemos, su estreno se produjo un año después y fue motivo de varias nominaciones internacionales, incluyendo la del “Óscar” al mejor documental largo, donde Luis Procuna nos cuenta momentos muy emotivos, pero también muchas tribulaciones de su vida.

Así que, la fundación de la “Filmoteca de la U.N.A.M.” se debe, en buena medida, a un rodaje de tema taurino, mismo asunto que, a 59 años vista, sigue siendo motivo de una atención muy especial por parte de su comunidad, la que ha realizado desde sus orígenes mismos, una labor incansable de catalogación, conservación y rescate no solo en este tema específico, sino en muchos otros, lo que le otorga un público reconocimiento por las diversas tareas que ha realizado en casi seis décadas de existencia.

En nuestros días, el catálogo de registros taurinos nos ha llevado a los investigadores a la conclusión de que, entre lo que custodia y por todo aquel material que conservan particulares y algunas instituciones no solo en la ciudad de México, sino en otras regiones del país, esto eleva el número de registros de cortos, medios y largometrajes (documentales y cine de ficción) a más de 2 mil títulos, número que por el panorama apreciado en perspectiva, se incrementará notablemente en la medida de elaborar un recuento, el más completo que sea posible a mediano plazo.

Desde el comienzo del presente siglo y hasta nuestros días, ha ido recibiendo fondos tan importantes como el “Daniel Vela”, “Julio Téllez” (en una primera parte), “Salvador Toscano”, “Marco. A. Ramírez Villalón” y “Jesús Solórzano” los que, en su conjunto, reúnen imágenes que cubren materialmente el siglo XX en forma por demás generosa. Afortunadamente, la mayoría de estas colecciones, se encuentra calificada y catalogada, lo que permite ya el acceso de parte de interesados e investigadores.

Cineastas y aficionados reconocidos hasta ahora, son y han sido solo algunos personajes como el ya citado Manuel Barbachano Ponce, Julio Téllez, Heriberto Lanfranchi (qepd), José Luis Salgado (en Monterrey), Ramón Francisco Ávila Rivera (en Aguascalientes) o Nadim Ali Modad (qepd) en Guadalajara. También, tenemos conocimiento que por ahí se encuentran colecciones como la de José Hoyo Monte, Xavier Campos Licastro o Javier Ochoa Rivera.

Todo lo anterior, se enlaza de manera perfecta con la reciente aparición de Filmografía mexicana. 1896-1911, obra del Dr. en Sociología Juan Felipe Leal y Fernández, incansable investigador que ha venido dando forma a dos importantes colecciones: Anales del cine en México, 1895-1911 y Cartelera del cine en México, 1903-1911 con poco más de 30 títulos. Cada uno de ellos, ha sido elaborado con el rigor y la calidad que le caracterizan, de ahí que se considere como una obra imprescindible, si se desea tener un panorama de la génesis del cine en México, misma que se encuentra delimitada a un lapso de tiempo concreto: 1896 a 1911.

Al ocuparse nuestro autor de los primeros cinco años que comprende su trabajo, esto de 1896 y hasta 1900, encontramos auténticas sorpresas relativas a la presencia del quehacer cinematográfico donde el tema taurino ocupa un lugar especial, tanto como por el hecho de afirmar que la primera filmación realizada en nuestro país, esto por allá del mes de febrero de 1896, se destinó recoger imágenes taurinas. Y así lo afirma, como sigue:

   En efecto, se sabe del rodaje en 1896 de tres filmes tomados por estadounidenses en suelo mexicano pero que nunca se exhibieron en salas del país. Se impresionaron en febrero y marzo de ese año y son, en realidad, las primeras películas hechas en México.

   La primera cinta fue obra de Enoch Rector, quien era asociado de los Latham en The Kinetoscope Exhibition Company (encabezada por Otway Latham, su hermano Gray y su padre Woodville), una de las tres empresas que comercializaron el kinetoscopio en el mundo. Se trata de una corrida de toros celebrada en la plaza de San Pablo de Ciudad Juárez, Chihuahua, y es, de hecho, la primera película en el tiempo rodada en México, pues recuérdese que los enviados de los hermaños Lùmiere comenzaron a filmar hasta agosto. Hay que aclarar que el rodaje se realizó casi por casualidad, teniendo de fondo un suceso de la cinemaogafía mundial por demás interesante.

   El acontecimiento a que se refiere Leal y Fernández, es la célebre pelea de box que protagonizaron Bob Fitzsimmons y Peter Maher, misma que estuvo envuelta en polémicos asuntos relacionados con el hecho de que no se otorgó el permiso correspondiente para llevarla a cabo, lo que ocasionó un conflicto entre las autoridades, tanto las de nuestro país, como las de la propia nación vecina. Aquello devino en estiras y aflojas, donde al final de todo el caso, pudo celebrarse la contienda, lo cual ocurrió en una fecha programada posteriormente. Esto dio tiempo a que los camarógrafos ya mencionados, y aprovechando el tiempo que se ocupaba para los menesteres legales y su rocambolesco desenlace (el cual se desarrolló finalmente en el estado de Coahuila), tuvieran tiempo de filmar un festejo que se programó más o menos en la segunda quincena de febrero, y donde lamentablemente, a pesar de toda búsqueda de información al respecto, la labor ha resultado infructuosa. Sin embargo, puede saberse que lograron su cometido, y el material se exhibió días más tarde.

Juan Felipe Leal nos sigue comentando que

   Bullfight se exhibió en el Hotel Saint James de la ciudad de Nueva Yor y duraba diez minutos, que se volvían 20 al proyectarse la película de manera continua como banda sinfín. No obstante, “El toro estaba fuera de cuadro una buena parte del tiempo, aunque uno podía decir, por las acciones de los toreros, que les hacía cosas muy irritantes. Cuando se le vio fue evidente que se trataba de un animal ciertamente salvaje”, contaba The New York Daily Mirror.

   (…)

   Las películas de toros fueron embarcadas por express con destino a Nueva York. En la frontera, a pesar de las etiquetas de advertencia, los agentes de la aduana abrieron en su ignorancia de la fotografía algunas de las cajas y expusieron parte de los negaivos sin desenrollar a la luz. Casi la mitad de los filmes se arruinaron. Desde entonces la torpeza de los agentes de muchas fronteras internacionales ha repetido ese desastre.

   El filme que se salvó en las manos de los viajeros se desenrolló e imprimió para el eilodoscopio (el vitascopio de Latham) en Nueva York. Fue exhibido en el salón de proyecciones del viejo Hotel Saint James de la Quinta Avenida. Las vistas de toros fueron la maravilla del momento y atrajeron público considerable. Para los parámetros actuales (según una nota recogida en 1926), eran excesivamente defectuosas. La cámara de Latham carecía de la amplitud panorámica y de los mecanismos de desplazamiento que permiten a los operadores modernos seguir un centro de interés en movimiento (lo que en la actualidad es considerado como “paneo”). Por tanto, el toro en las películas de Latham corre a menudo fuera de la pantalla. El trabajo de Latham carecía de las técnicas de montaje, así que los blancos que muestran únicamente la arena del ruedo tuvieron que quedarse en la película. En su establecimiento ni siquiera era conocida la existencia de pegamento para películas que permitiera juntar el filme después de cortarlo. Las cintas tenían que correr ante la pantalla tal cual salían de la cámara.

   En los años posteriores, se tienen algunos otros registros que dan cuenta de otros tantos festejos taurinos, por lo que conviene citarlos a continuación.

Fue el propio Latham, acompañado de sus camarógrafos quien filmó ese mismo año, una corrida de toros celebrada en la plaza de toros de Tacubaya, esto durante el segundo semestre del mismo 1896.

En 1897 se rodaron las pélículas Bull Fight 1, 2 y 3, tanto en Sabinas, Coahuila, como en el el estado de Durango por la Edison Manufacturing Company, y donde es posible apreciar a Juan Jiménez “El Ecijano” realizando algunas suertes. Del mismo modo, los señores Louis Courrich y Henri Moulinie, filmaron el 2 de agosto de ese año y en Puebla “Corrida entera de toros por la cuadrilla de Ponciano Díaz”, la cual se exhibió el siguiente mes en el Teatro Guerrero de la misma capital poblana.

En 1899, Guillermo Becerril y Salvador Toscano filmaron, editaron y presentaron “Corrida de toros por (Antonio) Fuentes y banderillas por (Enrique Vargas) “Minuto” en la plaza “México” (de la Piedad). Si nos atenemos a que ese cartel se dio la tarde inaugural de tan célebre plaza, mismo que ocurrió el 17 de diciembre de el penúltimo año del siglo XIX, este registro no corresponde con la exhibición, la cual ocurrió en el Teatro Lavín, Matehuala, San Luis Potosí, el jueves 16 de noviembre de 1899. Es probable, en todo caso, que ambos personajes, editaran un material, eso sí enterados de que el cartel inaugural para la importante plaza capitalina, ya se cocinaba semanas atrás y con esto, se buscaba el golpe publicitario y no otra cosa.

Dos fotogramas de la célebre colección de papel, que conserva la Biblioteca de Washington, E.U.A., y que es resultante de aquella filmación realizada por la Edison Manufacturing Company en 1897.

Y en 1900, Salvador Toscano filmaba “Corrida de toros en Ciudad Juárez, Chihuahua, lidia completa de tres bravos y arrogantes toros de Piedras Negras”, misma que fue exhibida en el Circo-Teatro “Orrín”, plazuela de Villamil, Ciudad de México el domingo 23 de octubre de 1904.

Con estos datos, tenemos ya idea más clara de la génesis cinematográfica del México a finales del siglo XIX, apenas un lustro en el que estos señores, extranjeros y nacionales, se dieron cuenta de la importancia sobre ese espectáculo tan fascinante como el de las corridas de toros, mismo que quedó impreso en películas, de las cuales quedan algunos pies, suficiente información para darnos una idea cabal sobre el estado que guardaba la tauromaquia de aquellas épocas. Eso sí, las deficiencias de un cine naciente, no daban para mucho y lo que se puede apreciar es un conjunto de imágenes que sólo generan cierto escenario si bien corto y malo, pero suficiente para saber que, desde entonces, quedaron impresos para la posteridad personajes, escenarios, circunstancias de aquellas imágenes en movimiento.

Celebro la aparición de un libro fundamental , elaborado por un eminente universitario para el conocimiento de aquella actividad, que hoy también es motivo de su conservación y difusión. Eso nos ayudará a entender y seguir entendiendo la dimensión e importancia de ciertos aspectos que han pasado o siguen pasando por el racero del mito. Con todo lo anterior, ya no estamos para seguir siendo víctimas de cuentos e invenciones. Las imágenes nos ayudarán a tener mejor dimensión de las cosas.

Obras de consulta:

Juan Felipe Leal y Fernández: Filmografía mexicana. 1896-1911. México, Voyeur, Universidad Nacional Autónoma de México y Filmoteca de la U.N.A.M., 2019. 254 p. Ils., retrs., cuadros.

José Francisco Coello Ugalde, editor: TESOROS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.: TAUROMAQUIA. Colección de DVD´s. Vol. II: “Los Orígenes. Cine y tauromaquia en México, 1896-1945”. Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural UNAM y Dirección de Actividades Cinematográficas, 2003. Título 02 RTC DVD-3943.

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MÁS SOBRE “EL QUITE”. Continuación del anterior.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Como resultado del tema que ha sido puesto a consideración de los lectores, con el título EL QUITE: ¿ES “QUITE” O NO? Mismo que se publicó hace nada en el blog de mi responsabilidad, deseo agregar algunos datos más, venidos de un viejo texto, el que aparece en Toros y Toreros. Órgano del Centro Taurino Potosino, San Luis Potosí, Extraordinario N° 1 con fecha del 23 de enero de 1908 (es decir, hace la friolera de 111 años), donde su autor, de nombre Juan Pérez escribió estas interesantes apreciaciones.

Representación de un “quite” novohispano. Imagen en relieve que aparece inscrita en la “Fuente Taurina”, pieza del arte popular, tallada en el curso del siglo XVI (existen dos fechas: 1530 y finales de aquel siglo), y que se encuentra en Acámbaro, Guanajuato.

No llevo la intención de corregir un defecto ni abrigo la pretensión de dar lecciones a nadie, ni a toreros ni a aficionados y menos aun a la turba multa que constituye el público de toros. no, estoy muy lejos de todo eso. Yo también he evolucionado y no quiero caer a sabiendas en el ridículo de pedantear instruyendo, expuesto en los actuales tiempos, a una tomadura de pelo de padre y muy señor mío.

Que escribo de toros señalando tal o cual defecto criticando este o aquel lunarcillo, es un gusto como cualquiera otro; ni me preocupa el cuchicheo de algún timorato sensiblero, ni la crítica inconsciente y esaboría de algún señorito cursi, por que ni éstos ni aquellos me importan un comino y son en este caso, como en muchos otros, don nadie de Castilla.

Escribo porque sí, para mi gusto, para los que fanáticamente queremos los toros, para los que vemos en las corridas un arte hermoso, varonil, sugestivo, lleno de luz y vida. Para ellos van estas líneas. Demasiado se yo que las recibirán con benevolencia, porque sé que me estiman y esto es para mí la mejor recompensa.

Uno de los más hermosos y arriesgados lances de la lidia y que merece particular atención por todos los verdaderos aficionados es el QUITE, el que los espadas tienen obligación de hacer a los picadores en el momento del peligro.

Es uno de los más culminantes momentos de la lidia y que despierta mayor entusiasmo, que da más vida al espectáculo, que proporciona vivísima emoción, y que pone a los ojos de los espectadores un hermoso cuadro rebosante de inimitable colorido.

Pero debo hacer constar que ni los espadas ni los picadores (primeras figuras en tan majestuoso cuadro) hacen lo que debieran, por la única y sencillísima razón de que ignoran lo que deben hacer.

Tengo la creencia, de que ni los mismos matadores, con contadísimas excepciones, comprenden la importancia y belleza de un QUITE tal como el arte manda y la urgencia del caso lo requiere, creencia que he podido confirmar en cuantas ocasiones me he fijado, ya en la colocación del diestro, en la intención que el mismo manifiesta en la tendencia y dirección de sus movimientos, en la precipitación o atraso al entrar al sitio del peligro y en la obstinada manía de hacer el quite por dentro invariablemente y en otras mil nimiedades que no pueden escapar al ojo observador del buen aficionado.

El quite tiene por objeto, evitar todo peligro al diestro que está en riesgo de sufrir una cornada.

Hay quites hechos a conciencia, con pleno conocimiento de causa, desde que se inicia, por ejemplo el cite del picador, hasta que derribado por la fiera dá con su humanidad en la arena. El matador prevee la caída, toma en cuenta las facultades poder y codicia del toro, calcula el sitio de mayor peligro, sin precipitaciones ni atolondramientos llega a él y hermanado el valor sereno y conciente con el arte y la destreza, puede con absoluta seguridad conjurar el peligro. Pero hay también otro quite que podemos llamar accidental, y es el que se hace al torero de a pie o de a caballo, a un monosabio o a cualquiera que se encuentra en peligro inminente y a cuyo auxilio debe acudir no solo el espada, sino el que esté más inmediato. Este quite suele resultar artístico alguna vez, pero su principal mérito consiste en la oportunidad y por consiguiente, no debe exigirse a quien lo hace, arte, sino corazón.

Aquí otro momento de peligro, y en forma oportuna, quienes rodean al picador que se encuentra en riesgo inminente, los más cercanos se encuentran listos para intervenir en el “quite”. Fotografía tomada a principios del siglo XX en la antigua plaza madrileña de la “Carretera de Aragón”.

En estos tiempos de los itos, icos e illos de que se quejaba D. Pascual Millán, y refiriéndome al quite en el primer tercio de la lidia, en la suerte de varas, he observado la absoluta carencia de arte en la generalidad de los espadas, un desconocimiento de todo aquello que prescriben los tratadistas y que hacen de esta suerte, porque tal nombre merece, uno de los más hermosos detalles que embellecen la fiesta y entusiasman a los espectadores.

Los jinetes, sin encomendarse a Dios ni al diablo, no se cuidan de picar, ni de defender el caballo ni de suerte alguna del toreo, no, se cuidan únicamente de caer lo menos mal posible, haciendo grotescas y ridículas figuras en la arena. Los espadas, entran al quite desde antes de que el picador se derrumbe, antes del verdadero peligro, antes de tiempo, al iniciar el toro la embestida; no ven que terreno pisan, ni a donde van a parar, ni empapan al toro, ni lo recojen para ponerlo nuevamente en suerte, ni evitan el peligro y ni por asomos se acuerdan del arte.

No quiero acordarme de las herejías que se cometen al colear un toro a guisa de quite, porque en la mayoría de los casos, más busca el matador el aplauso de villamelón, que la factura de un lance hermoso y artístico en el que juega brillante papel el verdadero valor.

No soy partidario de estos quites que no vacilo en calificarlos de antiartísticos, porque lejos de obedecer a una regla, se apartan de los sanos principios del Arte y perjudican notablemente a los toros, quitándoles facultades, poder y bravura. Aquí ni hay arte, ni habilidad, ni destreza; hay exhibición de fuerzas, puños, corazón… y pare usted de contar.

Claro es que en algunos casos se imponen estos quites, que por cierto entusiasman a la generalidad, pero quien se tenga por buen torero, solo debe apelar a ellos como de un recurso extremo y quien se tenga por buen aficionado, no debe estimularlos.

Es lástima que los espadas de ambas categorías [buenos o malos, sobre todo los primeros] no se fijen en ciertas nimiedades como las que a vuela pluma he señalado y de las que se han ocupado con mayor acierto aficionados de valer y de universal renombre en el mundo de las letras taurinas, porque con su indolencia y su ignorancia, han hecho desaparecer de nuestra hermoso fiesta, toda ella luz, brillo, alegría y vida, un cuadro de incomparable belleza.

Hasta aquí las palabras y reflexiones de Juan Pérez, y que como podemos entender, reflejan la inquietud y preocupación sobre un asunto que ya solía tener esos vaivenes hace poco más de un siglo. Si “Juan Pérez” estuviese con nosotros, en estos tiempos que corren, tamaño susto se llevaría en apreciar que las cosas no han cambiado respecto a lo que él mismo cuestiona, hasta hacer de ese preocupante asunto juicio sumario.

Como vemos, el tema tiene “vitola” y es de notar que a pesar de todo cuanto se siga al respecto de las diferencias en el proceder de ciertas etapas en la lidia de un toro, lo que ocurre durante el primer tercio, no ha cambiado en mucho. Y en esto último debemos ser claros: ha cambiado en la medida de que se impuso el peto, de que los toreros se desentendieron a partir de una determinada época en intervenir debidamente y estar atentos en el desarrollo de la lidia de “su” propio toro, con lo que al ocurrir semejante desapego, pierden dimensión sobre las posibles rutas que tendrán que ponerse en práctica en la faena de muleta (tomando en cuenta que el tercio de banderillas también produce efectos que sin preveerlo, originan otros tantos cambios de comportamiento), por lo que en muchas ocasiones se producen equívocos y no se consuman faenas porque simple y sencillamente dejaron de seguir el paso en todo cuanto ocurre en torno al tratamiento habido entre picadores y banderilleros.

Por lo tanto, el “quite” es otro componente más, aunque no se le vea o considere así de buenas a primeras, en el conjunto de acciones y bruscos cambios que suceden en la lidia, propósito que tiene fines precisos con los que se prepara al toro para un buen tercio de muleta, llegando a este en las mejores condiciones posibles; y donde toreros y cuadrillas tienen claro que ese es, en buena medida, uno de los anhelos más importantes para obtener resultados satisfactorios en favor de la tauromaquia misma.

A lo que se vé, el fondo de estas apreciaciones era motivo, como lo es ahora de un detenido análisis, en el que por fortuna, existen estos testimonios, pero sobre todo la necesidad de mejorar, en la medida de lo posible, un efecto más en la lidia de un toro, para el mejor resultado posible, siempre en favor, como ya se dijo, de la tauromaquia en su conjunto.

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EL QUITE: ¿ES “QUITE” O NO?

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 ¡Todos al quite! Fotografía que recoge la evocación de la presente colaboración, corresponde a la escena ocurrida en una plaza española, a comienzos del siglo XX. A la derecha, aparece Juan Belmonte lanceando y coleando a la vez.

“Quite”, en opinión de Luis Nieto Manjón, autor del Diccionario ilustrado de términos taurinos, es una “Suerte qie ejecuta un torero, generalmente con el capote, para librar a otro del peligro en que se halla por la acometida del toro.

“Se conoce como suerte e impropiamente tercio de quites a la suerte que los diestros realizan por turno con el capote entre puyazo y puyazo”. (Diccionario…, p. 356).

En esta necesaria explicación va el asunto de la presente entrega.

Entrar al quite o hacer el quite es una acción en la que, necesariamente se presenta el hecho de intervenir en un momento de riesgo. Este pretende resolverse para evitar un percance o circunstancia peligrosa habida en el ruedo de una plaza de toros… o quizá hasta en la vida misma.

No solo se trata de usar el capote y retirar al toro lo más pronto y lejos posible del terreno donde ha ocurrido un tumbo, mientras el peligro es inminente. También es válido colear al toro, o intervenir a cuerpo limpio o imponerse a gritos. En esos momentos todo intento por salvar una vida es permitido.

Las tauromaquias contemplaron esa forma de intervenir cuando la suerte de varas se desarrollaba sin la presencia de un peto protector, elemento de defensa que se incorporó desde 1928 en España, y luego dos años más tarde en México. Aquel comienzo se logró con petos muy ligeros y por esos años, los toreros en su conjunto, aplicaban el acostumbrado recurso, prodigándose en quites, sumando a ello el toque estético.

Conforme pasó el tiempo, y hasta llegar a nuestros días, la suerte de varas sigue practicándose de acuerdo a lo establecido por la costumbre, aunque esa protección ha llegado a convertirse en una auténtica muralla, con lo que los del castoreño suelen cometer –no todos-, un exceso y con ello convertir la suerte en un incordio, del que muchas veces salen mal librados.

Seguramente, queda en el fondo del imaginario colectivo el hecho de que este segmento de participantes, ahora en un segundo plano, perdieron desde el momento en que los cambios estructurales en el orden de lidia, pero sobre todo por el hecho de que muy en el fondo del asunto, fue que a causa del ingreso de los borbones al reinado de España, esto a partir de 1700, dicha casa era de origen francés, con lo que no compaginaba con la forma de ser y de pensar hispana, de ahí que se mostrara un desaire a las fiestas taurinas, en las que la élite, los caballeros y nobles de mayor alcurnia, detentaban protagonismo. Eso, permitio lo que Pedro Romero de Solís establece como un efecto, “el retorno del tumulto” en el que el pueblo, hizo suyo el espectáculo, de ahí que se incorporaran cada vez con mayor presencia buena parte de plebeyos, naciendo así la tauromaquia de a pie, misma que desde aquellos tiempos de mediados del XVIII y hasta nuestros días, ha adquirido forma, evolucionando favorablemente, a pesar de todos los desacuerdos que perviven; sobre todo porque sus estructuras manifiestan evidentes señales de un pasado en el que sigue permeada la corrida de toros en cuanto tal.

De ese modo, los antiguos señores, se transformaron poco a poco en picadores de vara larga y asumieron su papel protagónico en el primer tercio, cuando el quehacer de los toreros de a pie es evidente desde los momentos iniciales en la lidia de cada toro.

Independientemente de todo lo anterior, hacia donde se pretende que vayan las presentes notas es al hecho de explicar que en nuestros días, pervive un equívoco del que ya nos da alguna razón Nieto Manjón a esa “suerte (que produce impropiamente el) tercio de quites…”

¿A qué me refiero con lo anterior?

Si bien, en todas las épocas se ha presentado el mismo grado de peligro, y los toreros, en aras del lucimiento, pero también en solidaridad abierta, han entendido que el “quite” es un recurso necesario, suelen lucirse con el capote y realizar suertes verdaderamente extraordinarias, aunque algunas de ellas, como la “chicuelina” ha llegado a ser tan traída y llevada que nos llevan a coincidir con aquello que alguna vez comentaba José Alameda, de que hay “chicuelinas”, “hasta en la sopa”.

Cabe pues, el hecho de que en la medida del inminente lucimiento, ofrezcan todo su repertorio, se desarrolle una franca y abierta competencia con los alternantes y entonces ese “tercio de quites” sea un manojo de expresiones que se agradecen.

Sin embargo, en los tiempos que corren, el “quite” es cada vez menos frecuente. Los diestros parecen no enterarse de que esa es su obligación, pero la turnan a sus cuadrillas, por lo que se diluye alguna posibilidad de ver lances emocionantes. Otro elemento es aquel donde la propia suerte ha perdido buena parte de su intensidad, de ahí que sea el “monopuyazo” el recurso más solicitado, pero no siempre el mejor, pues suelen cometerse abusos como tapar la salida, bombear, rectificar y demás circunstancias que son motivo del improperio popular, de las descalificaciones más abiertas y abyectas posibles.

Por tanto, cuando el piquero ya ha abandonado el ruedo, y el torero decide lucirse con el capote, a esto se le sigue diciendo “va a hacer un quite…”, lo cual no tiene ya ninguna relación directa con aquel propósito de salvación, sino exclusivamente de lucimiento. Por tanto, conviene que sea vista como el momento en el que el espada decide compartirnos un instante de gracia e inventiva, recogiendo del amplio repertorio alguno de los setenta lances que, por ejemplo están perfectamente explicados en Alas de Mariposa, ese libro donde Miguel Ángel Martínez “El Zapopan” explica y desarrolla cada uno de ellos, en luminoso trabajo donde no solo queda registro del notable ejercicio fotográfico de Óskar Ruizesparza, sino que se muestra en imágenes en movimiento en un DVD adjunto. Allí se consideran “lances de inicio o recibo”, “quites”, “remates y adornos” y aquellas suertes creadas por el “Zapopan” mismo, lo que no es poca cosa.

Conviene por tanto ese momento en el que esos lances, que provienen del misterio mismo se intensifiquen por parte de quienes participan en una corrida de toros. No serán necesariamente “quites”, porque cada vez menos sucede ese intenso episodio, pero por otro lado se requiere darle a la tauromaquia su verdadera dimensión, la de un territorio donde se prodigan infinidad de suertes… Hace poco, por ejemplo, “Morante de la Puebla”, rescataba la suerte del “bú” y se lució en medio de la admiración y la sorpresa. Rescató un lance casi extinto, ya en desuso que nos remonta a los tiempos en que aquel cine primitivo, el de hace poco más de cien años, registraba las intervenciones de José Gómez Ortega que también lo practicó. Y por eso, cuando los diestros recuperan algo de aquello que parece perdido, causan admiración.

Estamos pues en un momento donde conviene pensar en una apropiada conservación de las diversas estructuras que integran la lidia de un toro o un novillo. Ello significa, por ejemplo, someter a debate o discusión, la conveniencia de mejorar el procedimiento de diversas suertes, con objeto de que no sean extirpadas de los principios fundamentales de la tauromaquia, pero sí corregidos, sobre todo para entrar en armonía con los tiempos que corren. Imagino una presencia activa de los matadores, en la que cada vez más, se evite esa faena “minimalista” a que han llevado al toreo a partir de dos o tres lances; dos o tres pases que sí, en efecto tienen una intensidad como pocas veces la hemos visto. Imagino una participación adecuada de los picadores, realizando la suerte que les corresponde de acuerdo a los usos y costumbres con que ha transitado la fiesta, evocando para ello a viejos piqueros, y que muchos de quienes hoy practican dicha suerte, apenas son recordados en forma grata. Pocos son los que al concluir su intervención, se retiran en medio de alguna ovación, y conviene por tanto que su papel no desmerezca para nada.

Imagino un necesario rescate, el que conviene evidentemente, justo cuando se desarrolla el tercio de varas, brotando la competencia, al margen de que aguarden pendientes el desarrollo de un momento que define en muchas ocasiones, el destino de la lidia, precisamente cuando pasan al tercio final, y donde los matadores han de plantear una faena que también necesita de una correcta introducción, de un armónico desarrollo y de su siempre deseada buena conclusión, que “lo bien toreao, es lo bien arrematao”, como lo decía en sus frases siempre oportunas Rafael Gómez “El Gallo”.

Así que, para concluir, el “quite” ocurre, como se ha pretendido aclarar, en esa acción donde se minimiza el riesgo y surge el momento de la inspiración. Lo que venga más adelante, cuando el torero ya está solo en el ruedo, y pretende lucirse con la capa, ya no es, ni por casualidad un quite. Conviene rectificar y poner las cosas en su justa dimensión… y nada más.

Obras de consulta:

Luis Nieto Manjón: DICCIONARIO ILUSTRADO DE TÉRMINOS TAURINOS. Prólogo de Camilo J. Cela. Madrid, Espasa-Calpe, 1987. 451 p. Ils., retrs., fots. (La Tauromaquia, 4).

Miguel Ángel Martínez (alias “Zapopan”): Alas de mariposa. Antología del toreo de capa. Jalisco, Editorial México Mío, 2012. 146 p. Ils., fots. (Incluye DVD).

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