Archivo mensual: septiembre 2019

CARTA DIRIGIDA A FABRIZIO MEJÍA MADRID.

EDITORIAL.

Carta dirigida al Sr. Fabrizio Mejía Madrid.

Ciudad de México, 27 de septiembre de 2019

 Sr. Mejía Madrid:

I

   Me permito dirigirle este escrito, con objeto de hacer algunos comentarios relacionados con la publicación de un reciente artículo suyo, mismo que formó parte de la edición de proceso, en su número 2237, del 15 de septiembre pasado.[1]

“Desde la barrera” es el título de la colaboración, misma que aparece en páginas centrales, lo cual es indicativo de que los editores de tal revista le hayan concedido uno de los espacios más deseados en cualquier publicación de reconocido prestigio, que tal es el caso de este semanario de información y análisis con 43 años de amplio recorrido donde el ejercicio periodístico y de análisis, sobresalen notablemente.

Sin embargo, al dar lectura a su escrito, diversos aspectos en el contenido del mismo, son motivo de una detenida revisión y reflexión, de ahí que confiese el hecho de que disiento de sus planteamientos, mismos que provienen de una posición decididamente antitaurina, y cuyo sustento documental o teórico da a su trabajo la nada extraña inestabilidad de argumentos planteados desde el territorio por el que usted muestra o tiene empatía.

De entrada, y en su primera frase argumenta: “Ahora que se realizará una consulta sobre la prohibición de las corridas de toros en México…” Nada nos dice hasta hoy que eso vaya a ocurrir. Sabemos de antemano, que el Lic. Andrés Manuel López Obrador, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, es un convencido del legado que la figura pública y política de Benito Juárez, y que la sola frase por el pronunciada, de que “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, es paradigma fundamental en su gobierno.

A pregunta expresa hecha el pasado 5 de septiembre, en su acostumbrada conferencia en Palacio Nacional, se le planteaba la posibilidad sobre si los toros deben prohibirse o no. Su respuesta fue plantear que el punto se someta a una “consulta” popular, lo que significa también, poner en riesgo, en caso de suceder una votación adversa, que la tauromaquia quede sujeta a desaparecer.

De ese modo, debo decirle que nosotros taurinos, fundados en el derecho de la libertad, manifestamos que el patrimonio cultural de la tauromaquia, es una expresión que se integró a la vida cotidiana de nuestro país, alcanzando cerca de 500 años de convivir entre nosotros.

A lo largo de casi cinco siglos, es y ha sido parte de la cultura popular, y de que siendo resultado de un evidente mestizaje entre dos culturas –europea y precolombina-, ha conseguido integrarse en diversas poblaciones de nuestro territorio, maridaje que está vivo hasta nuestros días.

Su presencia ha permitido crear entornos naturales, como la ganadería cuyo sustento hoy día es la ecología y la biodiversidad. Que solo en ese rubro, es fuente de trabajo para unas 60 mil personas, entre otros aspectos que redundan en una derrama económica favorable, sin dejar de mencionar otro sinnúmero de asuntos que favorecen la dinámica en este patrimonio.

De someter al espectáculo taurino en todas sus representaciones a una consulta popular, ello vulnera en principio, lo establecido por la Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural, documento que emitió la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas), el 17 de octubre de 2003, mismo que plantea lo siguiente:

  1. a) la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial;
  2. b) el respeto del patrimonio cultural inmaterial de las comunidades, grupos e individuos de que se trate;
  3. c) la sensibilización en el plano local, nacional e internacional a la importancia del patrimonio cultural inmaterial y de su reconocimiento recíproco;
  4. d) la cooperación y asistencia internacionales.

Por otro lado, e igual de importante es:

-Que el alma de los pueblos que es su cultura, no se prohíbe, se defiende, se conserva y se protege.

-Que ninguna autoridad puede prohibirla válidamente, y mucho menos invocando una legitimidad basada en dudosas consultas.

Y aún más. Un elemento cultural, incluso por ser minoritario, no puede ser descalificado como tal, ni sometido a voto alguno, pues en ese caso se utilizaría un supuesto proceso democrático como instrumento de censura cultural.

Por lo tanto, invocando el sentido de madurez que recae en los destinos que, como Presidente de México nos plantea, conduciendo al país por los senderos de la prosperidad, conviene una reflexión donde se imponga un razonable sentido para proteger esta manifestación cultural, en el entendido de que no es, ni por asomo, cuanto se argumenta en su contra, sino que se constituye y representa como un profundo proceso ritual, de honda tradición milenaria, suma de aportaciones legadas por diversas culturas, las de oriente y occidente. Y que luego, a partir de 1526 se materializan aquí, se integran y se enriquecen con valores y elementos que provienen de una compleja consecuencia, derivada del proceso de conquista, hace ya 500 años.

Superado el trauma, pero sobre todo asimilada e integrada aquella experiencia, el mestizaje surtió efecto y el toreo, entre otros aspectos fue integrado y hecho suyo por el espíritu de nuestros pueblos que hasta hoy lo conservan y mantienen como propio.

Apelamos respetuosamente, con objeto de que, sin necesidad de esa alternativa en la que una simple votación elimine o pueda eliminar una tradición; por el simple hecho de respetar la opinión de las mayorías, esto podría sentar un claro precedente donde también otros aspectos de la vida cultural en este país, queden condenados al mismo racero.

Creemos firmemente que el poder no existe. Se crea.

II

A continuación, dispone usted de la lectura de un libro que, entre los historiadores consideramos como “clásico”. Me refiero, y no podía ser de otra manera a ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces, de Juan Pedro Viqueira Albán, obra que ha merecido varias ediciones, desde su aparición en 1987, por el Fondo de Cultura Económica.

En efecto, lo que plantea el autor, es del todo creíble, partiendo de la base donde precisamente aquel siglo representó el espacio temporal de cambios radicales en las formas de pensar o de gobernar incluso. Lo que plantea tiene como fondo el reordenamiento administrativo que la corona impuso sobre el virreinato de la Nueva España, a partir de diversos episodios de desorden político, administrativo o social que se dieron al relajarse precisamente aquellos aspectos, bajo la premisa de un “acátese, pero no se cumpla”. Entre los asuntos que fueron motivo de revisión por su parte, son aquellos referidos a las notorias jerarquías al interior de la plaza de toros, lo cual es resultado de un complejo proceso de integración que aceptaron o permitieron las autoridades a lo largo del tiempo. Disponer de una “lumbrera”, era suficiente razón para que los representantes políticos o religiosos entraran en profundas discusiones, y en eso, los “diputados de fiestas”, tendrían que haber resuelto de la mejor manera cada caso.

Un dato más que pone en entredicho sus apuntes, es el hecho de que “La primera corrida novohispana se realiza hace casi 500 años, el 13 de agosto de 1529…”. En tal fecha se conmemoraba la caída del imperio azteca. Así fue como en Cabildo, decidieron tan importante ocasión, aunque se sabe que Hernán Cortés, en la quinta “Carta-Relación” enviada al Rey Carlos V en septiembre de 1526, afirmaba que, el 24 de junio de aquel año se había celebrado un festejo donde “se corrieron ciertos toros” y luego entre 1527 y 1528 también hubo ocasión de que se efectuaran algunos espectáculos. El de 1529 cobró notoria importancia pues pudo afirmarse entre otras razones, con la presencia del “pendón real”, pieza que adquirió un símbolo especial.

Y es curioso enterarnos que el pendón no era un objeto emblemático más. Con su sola referencia, y encabezando el desfile que ocurrió poco más de 250 años, cada 13 de agosto se llegó a llamar el día del Paseo del Pendón, el del patrón San Hipólito. A esta efeméride se une otra, en igual jornada y lugar, justo cuando sucede la capitulación del imperio encabezado por Cuauhtémoc, convirtiéndose así en el último día de Tenochtitlan.

Párrafos adelante, usted refiere que “las corridas comenzaron a ser practicadas por caporales de las haciendas, briagos entusiasmados por la repentina pérdida del miedo y que se despojaron del glamour aristocrático, por lo que la “nobleza” novohispana decidió practicar la lidia escondiendo su rostro con un antifaz. De ahí el primer término, no priista, del “tapado”.

Tanto como que fueran simples “briagos entusiasmados por la repentina pérdida del miedo”, más bien lo que debe analizarse de manera más centrada, es el hecho de cómo aquellos caporales, muchas veces sin nombre y apellido, asimilaron la experiencia de la representación taurina urbana, para afirmarla y dotarla de toques muy peculiares en el ámbito rural, llevando de nuevo este discurso a las grandes plazas donde finalmente –y así puede percibirse-, se mantuvo un natural y espontáneo diálogo entre esas dos expresiones y esos dos espacios. En ese sentido, tal propósito, enriqueció al que fue auténtico esplendor de un espectáculo detentando por la nobleza, aunque con fuertes posibilidades de que fuese retocado por la participación creativa de lo que usted llegó a decir de aquel sector de caporales de las haciendas, ya no tanto en forma peyorativa. Aceptemos –y no nos pongamos tan puristas- que bien pudieron emborracharse, lo cual sería común comportamiento, o lo es incluso en nuestros días. Pero lo que aquí conviene resaltar es que ese toreo, y como ya se dijo párrafos atrás, iba día a día mestizándose de manera contundente, hasta llegar a ser un espectáculo del que se sirvieron las mismas autoridades, entre otras cosas, para obtener fondos en obras públicas o para beneficio de diversas instituciones. Por eso, y eso lo afirma también usted, es que surgieron o se insertaron elementos que pueden considerarse como “parataurinos”: “mujeres toreras, cómicos que se dejaban embestir en un tonel de metal, peleas de gallos, de perros de presa, y hasta carreras de liebres”, que efectivamente sucedieron en abierta combinación con la puesta en escena de la principal representación del festejo taurino en cuanto tal.

“Para los ilustrados del siglo XVIII y XIX mexicanos aquello representaba una vergüenza, por el maltrato animal y por la idea de circo romano que invocaba, con gladiadores que eran los pobres de la ciudad, pulqueros, vendedores de fruta y teporochos de esquina”.

Con la anterior expresión dicha por usted, nos alejamos de un discurso más claro que planteaban los “ilustrados”, como fue el caso de Jovellanos, y que luego hicieron suyo Carlos María de Bustamante o José Joaquín Fernández de Lizardi. En efecto, estamos frente a tres declarados antitaurinos de aquella época ilustrada que no solo terminó aplicando el rigor de su administración, sobre todo la que se impuso a partir de la presencia de Carlos III o Carlos IV, sino la que era necesaria para poner orden en una colonia que en esos momentos, estaba sirviendo como nutriente principal en el apoyo económico a una corona española en declive. Ese apoyo, surgió gracias a la inyección de la riqueza minera, por lo cual era importante que se administrara en mejor medida todo aspecto político, económico o social. Se acabó con la celebración, entre otras cosas, de festejos donde se dilapidaba el dinero en forma por demás incontrolable, tomando en cuenta que el calendario de fiestas y celebraciones tendría en México un peso importante a lo largo de todo un año. Para eso entonces, y entre otras cosas, fue necesario el rigor, de ahí el intento –fallido por cierto-, de la aplicación de una “Pragmática sanción” impuesta por Carlos IV en 1805, bajo la premisa de que con dicha orden se prohibían “absolutamente en todo el Reyno, sin excepción de la Corte, las Fiestas de Toros y Novillos de muerte…” Lo anterior, se fortaleció entre otras cosas, con la aparición en 1812 de “Pan y Toros”, oración apologética que en defensa del estado floreciente de España en el reinado de Carlos IV dijo en la plaza de toros de Madrid D. Gaspar Melchor de Jovellanos (de la cual ya se había dado conocimiento y en iguales circunstancias, durante el año de 1794). Dicha obra, fue reeditada en México en 1820 en la imprenta de Ontiveros.

Por su parte Gaspar Melchor de Jovellanos propone luego de concienzudo análisis, que la estatura del conocimiento permite ver en los pensadores un concepto del toreo entendido como diversión sangrienta y bárbara. Ya Gonzalo Fernández de Oviedo

pondera el horror con que la piadosa y magnífica Isabel la Católica vio una de estas fiestas, no se si en Medina del Campo [escribe Jovellanos]. Como pensase esta buena señora en proscribir tan feroz espectáculo, el deseo de conservarla sugirió a algunos cortesanos un arbitrio para aplacar su disgusto. Dijéronle que envainadas las astas de los toros en otras más grandes, para que vueltas las puntas adentro se templase el golpe, no podría resultar herida penetrante. El medio fue aplaudido y abrazado en aquel tiempo; pero pues ningún testimonio nos asegura la continuación de su uso, de creer en que los cortesanos, divertida aquella buena señora del propósito de desterrar tan arriesgada diversión, volvieron a disfrutarla con toda su fiereza.[2]

   Jovellanos plantea en su obra PAN Y TOROS el estado de la sociedad española en el arranque del siglo XIX. Es una imagen de descomposición y relajamiento al mismo tiempo y al verter sus opiniones sobre los toros es para satirizarlos diciendo que estas fiestas «ilustran nuestros entendimientos delicados, dulcifican nuestra inclinación a la humanidad, divierten nuestra aplicación laboriosa, y nos prepara a las acciones guerreras y magnánimas». Pero por otro lado su posición es subrayar el fomento hacia las malas costumbres cotejando para ello a culturas como la griega con el mundo español que hace suyo el espectáculo, llevándolo por terrenos de la anarquía y la barbarie, sin educación también que no tienen los españoles -a su juicio- frente a ingleses o franceses ilustrados. Y así se distingue para Jovellanos España de todas las naciones del mundo. Pero: «Haya pan y toros y más que no haya otra cosa. Gobierno ilustrado, pan y toros pide el pueblo, y pan y toros es la comidilla de España y pan y toros debe proporcionársele para hacer en los demás cuanto se te antoje».

Hago aquí reflexión del papel monárquico frente a las propuestas de Jovellanos. Cuanto ocurrió bajo los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III se puede definir como etapa esplendorosa, que facilitó la transición del toreo, de a caballo al de a pie, permitiendo asimismo que la fiesta pasara de un estado primitivo, a otro que alcanzó aspectos de orden a partir de la redacción de tauromaquias como Noche fantástica, ideático divertimento (…) y la de José Delgado que sigue siendo un sustento por las muchas implicaciones que emanan de ella y aun son vigentes. La llegada al poder de Carlos IV significó la llegada también de los ideales ilustrados ocasionando esta coincidencia un férreo objetivo por desestabilizar al pueblo y su fiesta. Y concluyo, en alguna medida los ilustrados lo lograron, pero ello no fue en detrimento del curso del espectáculo.

III

A continuación, cita usted a una serie de autores españoles que podrían manifestar o manifestaron rechazo al espectáculo taurino en cuanto tal. Allí están Quevedo, Clarín, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Antonio Machado, Unamuno. En Francisco de Quevedo y Villegas, además de su cita de “Pretende el alentado joven gloria”, encontramos en El Parnaso español o las nueve musas (1648), una brillante exposición poética de su pensamiento como integrante del siglo de oro de las letras españolas. De Leopoldo Alas “Clarín”, tendríamos, al igual que con el legado de Eugenio Noel, a los más declarados antitaurinos, así como Antonio Machado que no siendo favorable a la tauromaquia,tuvo en Manuel su antípoda, y siempre en favor del espectáculo, que no todos son perfectos. No desconocemos que Miguel de Unamuno también mostró dicho comportamiento, aunque legó un importante documento “Escritos de toros”, obra publicada en 1964 en Madrid. De Juan Ramón Jiménez, basta con tenerle ubicado en su obra más célebre, “Platero y yo”, así como el fino y gran poeta. De Baroja, contamos con su novela “El Capitán mala sombra”, en la que el tema de los toros está presente. Y a José Martínez Ruiz “Azorín”, que mostrándose no afín a los toros, su obra literaria es clara y contundente con muestras como “Castilla”, “Cavilar y contar”, “Los pueblos (Ensayos sobre la vida provinciana”, “Los valores literarios” o “Un pueblecito. Riofrío de Ávila”), en los cuales su apunte con toque taurino son clara muestra de ser autor de origen español reconociendo –hasta en esas pequeñas poblaciones-, lo ancestral que el toreo puede tener en tales sitios.

El muestrario que usted redactó, tiene como siempre, en el caso de hacer notar una oposición, la misma tendencia de incluir textos donde el rechazo, la oscuridad y hasta un intento por demostrar que son ellos los que tienen la razón, es entre quienes trabajan desde la oposición un lugar común. “Esto es lo que dicen los intelectuales en contra de los toros” y por eso hay que respetarlos, venerarlos.

Qué pena, y esto ocurre al final de su escrito, usted afirma que “En la tradición intelectual antitaurina la matanza no se relaciona con supuestos rituales de la prehistoria griega, sino con el orden jerárquico, las castas, la barbarie y la desigualdad entre hombre armado y animal asustado, campesino pobre y terrateniente ganadero” Y llego hasta aquí para replicar esto, antes de terminar.

Si no entendemos el significado entre lo que algunos antropólogos han aportado al respecto (Marcel Mauss, Henri Hubert, incluso el propio Émile Durkheim, reconocido historiador, quienes junto a Pedro Romero de Solís, Julián Pitt-Rivers, Dominique Fournier y otros), respecto al sacrificio, como piedra de toque de mucho con lo que hasta hoy carga y sigue cargando la tauromaquia, me parece que discutir con un antitaurino es imposible. Si sus ideas sólo están sustentadas en razones muy claras, e incluso cargadas de patologías particulares, se entiende que nos referimos a quien o quienes en forma natural no acepta o no aceptan ese “maltrato animal”. Es decir, basta con que sepamos que “no me gusta, y punto”. Pero a quienes creen estar convencidos por lecturas disuasivas, tendenciosas y que reúnen en el decálogo indispensable para evangelizar. Y a ello se agrega un actuar duro, frontal, violento, realmente es imposible una conversación.

Sobre si la plaza de toros de San Pablo, “erigida para las corridas de toros, es consumida por las llamas”. (Y de que ese) Era el tiempo de abrir las puertas al viento fresco del pastizal”, difiero enormemente. Se sospecha que en aquellos tiempos a que usted se refiere, el empresario o asentista, que era el Coronel Manuel de la Barrera, jugaba un cargo político de enorme influencia. Dice Aimer Granados sobre el libro Las contratas en la ciudad de México. Redes sociales y negocios: el caso de Manuel Barrera (1800-1845), México, Instituto Mora que Ana Lau preparó sobre de la Barrera:

Sastre, agitador, concesionario de los servicios públicos, habilitador de vestuario para el ejército, prestamista, propietario y especulador inmobiliario, miembro del Cabildo metropolitano, contratista de espectáculos, fiador y agiotista, Manuel Barrera representa un actor social que, como muchos otros y en un período de transición, tuvo que adaptarse a las nuevas condiciones impuestas por la naciente forma de entender el Estado, la sociedad y los negocios. No obstante, como la autora insiste, no hay que perder la perspectiva de que el escenario en donde interactuó Barrera fue de transición y esta consideración tuvo sus implicaciones. Una de las más importantes es que si bien es cierto que los nuevos tiempos introdujeron innovaciones en la forma de acumular capital, por otra parte, la inercia de la sociedad colonial todavía imponía patrones culturales sin los cuales estas nuevas formas de gestionar el capital no habrían tenido éxito.

   Pues bien, es muy probable que ya siendo empresario de la plaza de San Pablo, y con aquella carga de influencias a su vera, esto fuera suficiente motivo para entender que surgiera alguna desavenencia en la que incendiar una plaza de toros toda ella armada con madera, e inmueble bajo su administración, fuera suficiente motivo para satisfacer alguna venganza. Es tan oculto lo que sucedió en torno a ese caso, que ni el mismo Carlos María de Bustamante en su “Diario de México” alcanzó a comprender, y nos deja por consecuencia, con la duda.

Termino aquí, en espera de que estas aclaraciones sirvan como parte del equilibrio razonado que se necesita para entender una y otra postura. Nosotros, los taurinos también creemos estar seguros en manejar los argumentos más apropiados. Sobre lo que ustedes digan, respetamos pero no compartimos. Sin embargo, conviene una mejor y más clara lectura que realicen a los antiguos textos o de aquello que trabajen con sus propias ideas (como nosotros lo seguiremos haciendo), evitando así una deformación de la realidad. Hoy, el peso de las redes sociales está dejando notar lo que puede significar la cohesión social en términos muy serios. Allí hay un termómetro en la dinámica que las sociedades siguen a través de patrones que son absolutamente claros a la hora de tomar decisiones conjuntas. Unos y otros tienen y tenemos claro que lo deseable es el manejo de la razón, por encima de la pasión, e incluso de la confusión y la indignación misma.

Atentamente

 José Francisco Coello Ugalde

Maestro en Historia


[1] Disponible en internet septiembre 25, 2019 en:

https://www.proceso.com.mx/600462/desde-la-barrera

[2] Gaspar Melchor de Jovellanos. Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley agraria. Edición de José Lagé. 4a. edición. Madrid, Cátedra, S.A. 1983 (Letras Hispánicas, 61). 332 p, p. 95-6.

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EN MARCHA LAS XXXI JORNADAS NACIONALES DE CIRUGÍA TAURINA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Una vez más, y sin abandonar su espíritu solidario, los médicos taurinos del país, se reúnen en Zacatecas, espacio donde se llevarán a cabo las XXXI Jornadas Nacionales de Cirugía Taurina, esto del 25 al 28 de septiembre, en espera de que dichas actividades arrojen resultados y evaluaciones importantes. Siempre es relevante compartir las nuevas técnicas y procedimientos que le dan un mejor panorama para atender los casos donde toreros de a pie o a caballo se exponen a los diversos riesgos que, en ocasiones culminan en heridas y otras lesiones. El propósito es salvar sus vidas, curarlos, rehabilitarlos y ponerlos de nuevo en circulación. De todas esas experiencias, y con el tiempo, se tiene como resultado la acumulación y estudio de todos aquellos casos, que ahora se comparten.

Para ello, se requiere un conocimiento especial, que no solo es la medicina o la cirugía en sus expresiones más avanzadas, sino un “ojo clínico” agregado, ese que deben aplicar los médicos, enfermer@s, paramédicos y demás personal, si para ello agregan su conocimiento o afición a los toros mismos, a la cinemática del trauma, factor destacado a la hora de evaluar el proceso bajo el cual ocurrió un percance. De todo eso y más se ocuparán los ponentes, observando aquí algunos de los temas que han de resultar harto interesantes. Entre otros, se encuentran los que siguen:

-Riesgos en el callejón, Biomecánica de las heridas por cuerno de toro en los diferentes tercios de la lidia, Carmelo Pérez, un torero mal logrado, Trauma facial por asta de toro. Reporte de un caso, Los orígenes míticos y ritualísticos de la tauromaquia desde la antigua Grecia (una visión histórica, cultural y filosófica), hasta el tema de Arbitraje médico en México y tantos, tantos más que ya están registrados en el programa general, mismo que se muestra a continuación:

A todos los participantes, a la organización, les deseo toda clase de éxitos.

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LAS RECEPCIONES y FIESTAS EN TIEMPOS DEL VIRREINATO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Arco triunfal de recepción del virrey de las Amarillas en la catedral de Puebla.

Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 17.

Puede observarse al Virrey Ahumada al ser recibido por las autoridades eclesiásticas.

    En el periodo histórico que conocemos como “virreinato”, gobernaron 63 representantes de los reyes en turno (desde Carlos V, pasando por Felipe II, III y IV, así como Carlos II, pertenecientes a la casa de los Austria), en tanto que, por el lado de los Borbones, podemos apreciar las figuras de Felipe V, Carlos III y Carlos IV, así como en periodos intermitentes donde estuvo presente Fernando VII.

El primer virrey fue D. Antonio de Mendoza, Comendador de Socuéllar en la Orden de Santiago, que estuvo al frente del gobierno entre 1535 y 1550. El último, fue D. Juan de O´Donojú, quien, aunque realizó su respectiva entrada el 26 de septiembre de 1821, la validez de su cargo quedó sin aplicación, debido a que se vio obligado a celebrar los Tratados de Córdoba con Agustín de Iturbide. Además, le sorprendió la muerte el 8 de octubre siguiente.

Para todos ellos, hubo impresionante ceremonial de recepción (en mayor o menor escala, según estuviesen dadas las condiciones en cada uno de los casos). Solo unos pocos, se inclinaron porque las fiestas en su honor, no se convirtieran en un dispendio. Y de plano, uno entre muchos, que tal fue el caso de D. Félix Berenguer de Marquina (1800-1803), ordenó tajantemente que no las hubiese –incluyendo las de toros-, con lo que su llegada “pasó de noche”.

Sin embargo, en estos tiempos creeríamos que el arribo de esos personajes significaba arribar al puerto de Veracruz, cumplir trámites administrativos y presentarse en la ciudad de México con objeto de asumir el cargo, como “alter ego” del rey en turno. Pero esto no era así. En el curso de esos 286 años, se pusieron en práctica diversos protocolos de recepción que eran complicados, sumando a ello las dificultades que los caminos mismos ofrecían, pues aunque trazados, no se contaba más que con la suerte o el azar, pues si no era la crecida de un río, era porque alguna parte del camino se encontraba infestada de bandidos.

Todo comenzaba con su llegada al puerto de Veracruz, donde de inmediato un mayordomo despachaba a la ciudad de México el aviso correspondiente carta para la Real Audiencia anunciando su llegada. Un mes después, el virrey llegaba a Chapultepec, sin que esto no impidiera que por todos aquellos poblados o ciudades por donde pasaba el cortejo, se le recibiese entre grandes honores.

En 1757, el entonces Fiscal de México Antonio Joaquín Rivadeneyra Barrientos, escribió en verso un “Diario de Viaje”, mismo que detalla aquellas buenas y malas jornadas por las que pasaron D. Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de las Amarillas y su esposa Da. María Luisa del Rosario de Ahumada y Vera. Salieron del puerto de Cádiz el 4 de agosto de 1755 (es importante mencionar que su llegada a la Villa de Guadalupe fue el 2 de octubre y que el 17 de noviembre tomó posesión de su empleo) y el viaje tuvo una duración de 56 días, pasando previamente por Santo Domingo y la isla de Cuba donde también fue motivo de homenajes y fiestas, entre las cuales, los festejos taurinos eran infaltables.

Catorce días estuvieron en Veracruz, para de inmediato iniciar la marcha hacia la ciudad de México, pasando por Jalapa, sitio en el que el hospedaje duró cuatro días, en medio de los honores. Luego fue Perote, de ahí se trasladaron a Tepeyahualco (hoy Puebla), en seguida la ruta marcaba el poblado de Quapiastla, así como Huamantla donde no faltaron las danzas indígenas, ni los arcos triunfales, la recepción en palacio. En otros momentos -eso durante tres días-, tampoco faltaron los toros, los juegos de moros y cristianos. Pasaron luego a Puebla, siendo la recepción como en los grandes días. El Te Deum de rigor, comelitones, desfiles, ocho días de toros –tiempo que allí pasó la comitiva- y otras invenciones. Cholula y Huejotzingo se convirtieron de apacibles poblaciones en el centro de ceremonias por la recepción dedicada al personaje. Más tarde, pasaron por San Felipe, y luego a San Martín Texmelucan y Otumba, lugar donde se hospedaron, precisamente en la que entonces fue la hacienda de “Tepetates”. San Cristóbal Ecatepec se convirtió en el siguiente punto, donde se hospedaron ni más ni menos que 81 personas de que formaba parte la comitiva. De Ecatepec, se trasladaron a la Villa de Guadalupe…

De aquel Santuario (pues) para esta Corte,

la misma tarde en distinguido porte

salió AGUSTÍN a ejecutar su entrada

de innumerable Pueblo registrada,

que en concurso lucido

equivocó lo atengo, y lo rendido.

Y como iba el Marqués ocultamente,

cada cual impaciente

contentarse curioso protestaba

con lo que por los vidrios (del coche) brujuleaba.

A Palacio derecho se condujo

donde el Acto solemne se redujo

(por en medio de Salva concertada

de Guarnición, y Artillería ordenada)

a apearse donde fue bien recibido

del Tribunal de Oidores prevenido,

que con el Guión delante

le acompañó galante

a la Sala de Acuerdo, en cuyo Asiento,

hizo solemnemente el Juramento (…)

Ocurrido aquel pasaje, nuevas fiestas: refrescos, comedias, conciertos de farsantes y músicos expertos, lidia de “toros fieros” en la plaza del Volador. Todo ello se desarrolló en el tiempo de dos semanas, pues solo se trataba de los actos previos “a la pública alegría (que la Entrada solemne prevenía”, de acuerdo a lo anotado por Rivadeneyra Barrientos. Por fortuna, otro cronista, José Manuel de Castro Santa Anna, nos dice en su “Diario de Sucesos Notables. 1752-1758”:

“En la mañana y tarde se lidiaron catorce toros, sin que se hubiese experimentado ninguna desgracia; continuáronse otros cuatro días, siendo los concursos numerosísimos, y en todos ellos se logró el que no se experimentase ninguna fatalidad; dio S.E. muchos premios a los toreadores de a pie y de acaballo que demostraron su habilidad”.

El 9 de noviembre, y aderezadas las calles, desde la parroquia de Santa Catarina Mártir, las de Santo Domingo, hasta las casas del Estado del Empedradillo, fueron los sitios marcados en la ruta por donde pasaría el nuevo virrey.

Por otra parte a los de los Balcones

Se ofrecen en las calles mil visiones

En que todo el cuidado entretenido

Entre tantos objetos repartido,

Lamenta no ser Argos al poseerlos,

Para tener cien ojos con que verlos.

   Coches lujosos, caballos briosos, gente que simulaba ríos fueron preámbulo en aquel escenario para el desfile. Previamente el nuevo virrey había salido de su casa, instalada en el antiguo bosque de Chapultepec, lugar que solían habitar estos personajes.

Don Agustín de Ahumada, pasó por debajo de varios Arcos triunfales, en uno de los cuales recibió las llaves de la ciudad. Luego, se apeó frente a las casas del Estado (Marquesado del Valle de Oaxaca), de ahí caminó hacia la catedral, donde fue recibido por el venerable dean y cabildo. Pasó luego al lado de la célebre pila o fuente que fue construida en 1713, pieza arquitectónica ochavada, y cuya pieza central estaba rematada por un águila “altanera” devorando una serpiente. Entró a Palacio y comenzó así la imponente entrega del mando.

Apunta la investigadora Nelly Sigaut: “Si algo sabemos de las entradas, poco o nada se dice de las salidas de los virreyes. Sometidos a una serie de mecanismos de control como la visita y el juicio de residencia, sus salidas de la ciudad que lo recibió como a un héroe clásico, no siempre fueron muy airosas. Por algunos indicios de las crónicas puede suponerse que (el virrey o virreyes en turno) salía vestido de negro. Así lo hicieron los hijos del conde de Baños (1666) y el marqués de la Laguna”.

De la entrada pública, cuya práctica seguía formando parte del aparato recepcional establecido por la costumbre, pero sobre todo por un protocolo que por entonces estaba adquiriendo lo más y mejor de su magnificencia, Guillermo de Tortosa y Orellana nos cuenta lo siguiente:

En el bosque (de Chapultepec) tuvimos lindas fiestas de toros; en una hubo un monte carnaval,[1] y sobre él se arrojó el populacho con alegre griterío cuando el Marqués hizo con el pañuelo la señal respectiva, despojándolo en un santiamén de todo el enorme cúmulo de cosas que lo llenaron: buenas ropas de hombre y de mujer, sacos de dinero, gran cantidad de comestibles, animales, como ternerillas, cerdos, pavos, corderos, gallinas, palomas, y qué se yo cuántos otros más; en la siguiente corrida hubo cucaña,[2] que nos dio mucho que reír, y el precioso y noble juego de la sortija,[3] y en otra, unas carreras de moros y cristianos.[4]

   Antes de terminar, solo mencionaré que hubo otra fecha, la del 9 de febrero de 1756, cuando se llevó a cabo la “Entrada pública del Señor Virrey”, y donde en términos simplemente majestuosos se llevaron a cabo otros tantos festejos, que si lo permite la paciencia de nuestros lectores, de ello podría ocuparme la próxima semana.

Fuentes de consulta:

Nelly Sigaut: “La presencia del virrey en las fiestas de Nueva España” (p. 211-232). Artículo incluido en el libro Entre la solemnidad y el regocijo. Fiestas, devociones y religiosidad en Nueva España y el Mundo Hispánico. Rafael Castañeda García y Rosa Alicia Pérez Luque, coordinadores. El Colegio de Michoacán. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2015.

Antonio Joaquín de Rivadeneyra Barrientos: Viaje de la Marquesa de las Amarillas. Descrito en verso por (…). Reimpreso con notas de Manuel Romero de Terreros y Vinet, Marqués de San Francisco, y publicado en ANALES. 1920.

José Francisco Coello Ugalde: “Artemio de Valle-Arizpe y los toros”. Obra inédita- México, 2008, 602 p.


[1] Monte carnaval o monte parnaso. “Monte parnaso” o asta que servía para realizar algunos otros divertimentos extrataurinos.

Salvador García Bolio y Julio Téllez García: Pasajes de la Diversión de la Corrida de toros por menor dedicada al Exmo. Sr. Dn. Bernardo de Gálvez, Virrey de toda la Nueva España, Capitán General. 1786. Por: Manuel Quiros y Campo Sagrado. México, s.p.i., 1988. 50 h. Edición facsimilar. El verso Nº 118, dice:

En veinte y dos dio pasmo la grandeza

de un Monte carnaval que fue formado

de Alajas q.e encerraron la riqueza

y de Animales vivos adornados

que al veerlo nada escaso

el Bulgo le nombró Monte Parnaso.

[2] Cucaña: Suerte muy parecida al “monte carnaval” o “monte parnaso”.

[3] César Oliva: “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al Barroco” (p. 97-114). En DÍEZ BORQUE, José María, et. al.: Teatro y fiesta en el barroco. España e Iberoamérica. España, Ediciones del Serbal, 1986. 190 p. Ils., grabs., grafcs., p. 108-109. Juego de la sortija. Los participantes lanzaban sus caballos sobre una serie de sortijas que penden a 2 ó 3 metros. Se trata de introducir la punta de su lanza por tales sortijas, que eran de hierro, de una pulgada de diámetro.

[4] Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España. Tradiciones. Leyendas y sucedidos del México virreinal. (Nota preliminar de Federico Carlos Sainz de Robles). México, Aguilar editor, S.A., 1976. 476 p., p. 229.

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EL PONER NOMBRE A LOS TOROS… Renovado.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Fotografía: Tadeo Alcina. Disponible en internet septiembre 17, 2019 en:

http://altoromexico.com/index.php?acc=galprod&id=6108

   Inveterada costumbre es esa, la de bautizar o poner nombre a los toros que habrán de lidiarse, ya por la mañana o por la tarde, tanto en nuestro país como en aquellos otros donde se celebran festejos taurinos desde hace ya varios siglos. El dato más antiguo que encuentro, se remonta al año de 1815, justo cuando se lidió al toro “Chicharrón”, al lado de otros tres que también fueron bautizados como “Pachón”, “Relámpago” y “Trueno”. Desconozco su procedencia, pues las fuentes consultadas apenas refieren detalles, pero destacan la forma en que trascendió aquel apelativo fuera del ruedo, ya que todo nos conduce a la supuesta y extraordinaria bravura de dicho ejemplar, como para que el propio José Joaquín Fernández de Lizardi –declarado antitaurino-, se ocupara de él primero en “El mentado Chicharrón”, salido de la imprenta de María Fernández de Jáuregui aquel mismo año. Luego vuelve al mismo asunto en sus famosas “Alacenas de Frioleras”. Sin embargo, parece que la fama de aquel “exquisito” nombre se extendió hasta 1819, cuando el propio “Pensador Mexicano” publicó en “Ratos entretenidos” el siguiente apunte:

Con motivo de haberse divulgado que en una de las pasadas corridas se iba a jugar un toro muy grande y extraordinariamente bravo llamado Chicharrón, el pueblo alto y bajo creyó de buena fe que el tal toro era lo nunca visto; se alborotaron las gentes; corrieron a la plaza el señalado día; pagaron sus asientos según quisieron los tablajeros; se llenó el circo; no cupo la gente; muchas gentes se volvían a sus casas, llorando amargamente a pesar de no haber hallado asiento; y cuando los que lo hallaron esperaban que el señor Chicharrón fuera el asombro de los toros por su tamaño y fiereza, fue saliendo el mentado animal, tan toro como todos y tan cobarde como él solo. Se deja entender cuál sería el chasco de los espectadores. A esto escribí el papel que sigue, que entonces se celebró mucho, y no menos se apreciará por cuantos sepan el objeto con que se hizo.

   De este capítulo, se llegó a publicar el Mentado Chicharrón en unos versos que decían:

LAS SOMBRAS

(De Chicharrón, Pachón,

Relámpago y Trueno).

 

Epitafio de Chicharrón

 

Aquí yace el más valiente

Toro que México vio;

Y aunque tan bravo, corrió

De miedo de tanta gente.

¡Oh, pasajero! Detente,

mira, advierte, considera

que es el vulgo de manera

que, a pesar de su pobreza,

gasta con suma franqueza,

para ver… una friolera.

Del diálogo sostenido entre aquellos cuatro toros en muestra del repudio absoluto por cuanto se les hacía sufrir, entre otras cosas, Trueno, se destapa con una décima que habrá de ser una muestra de su actitud contra la crueldad, de lo que resulta luego “El mentado Chicharrón”:

 Apurar, hombres, pretendo

Ya que me tratáis así;

¡Qué delito cometí

contra vosotros naciendo?

Más, pues no hay culpa, ya entiendo

El delito cometido.

Frívola causa ha tenido

Vuestra fuerza y rigor

Pues el delito mayor

De un toro es haber nacido.

   Seguramente la costumbre arraigó, pero se sigue sin gran información, hasta que al hurgar entre viejos papeles encuentro un cartel, este de la plaza de toros de Morelia, y fechado el 23 de diciembre de 1849. Entre otros detalles, aparece el siguiente párrafo:

El Sr. González (es decir, Mariano González “La Monja”) en unión de una cuadrilla de taromáquicos lidiará cuatro toros a muerte banderillando especialmente al conocido por alacrán. El ganado es de la hacienda de Isícuaro escogido entre una partida de cincuenta toros que se presentaron por el propietario, de buena condición y bravura.

   Así que aquí encontramos al primer “Alacrán” de una larga serie de “alacranes” que se lidiaron en el resto de ese siglo, según lo puedo confirmar luego de encontrarme varios apuntes de don José Julio Barbabosa, dueño de Santín, y quien en sus “memorias”, registra ese nombre buen número de veces.

Para 1850, las empresas, en franco acuerdo con los hacendados, dejan notar un notorio despliegue de carteles en los que se encuentran nombres de toros como los que siguen:

-Orgulloso, Bravo, Temible, Sanguinario y Arlequín, de Atenco, que se jugaron en la cuarta corrida, para el domingo 2 de junio de 1850, en la plaza de toros de Tacubaya, estoqueados por Bernardo Gaviño y su cuadrilla;

Polvorilla, Remendado, Cuerno duro, Salteador, Candelilla y Manos largas, la tarde del 20 de octubre de 1850, estoqueados por Mariano González, Fernando Hernández y Andrés Chávez;

-Marte, Júpiter, Cupido, Baco, Vulcano, Neptuno, Apolo y Plutón. Estos toros, que fueron de Atenco, se lidiaron el domingo 1° de 1850.

El Vagamundo, El Peregrino, El Valiente, El Tirano, El Sanguinario y Pocas chanzas, de Atenco, que se corrieron el domingo 8 de diciembre de 1850;

Idiota, Muerto, Catarro, Fandango, Nene y Dañoso, de Atenco, se lidiaron a muerte estos toros la tarde del 15 de diciembre de 1850;

El Diablo Verde, El Aradín, El Cancervero, El Espigado, Perdona vidas y Mata siete, de la raza de Atenco, que enfrentó la cuadrilla de Mariano González “La Monja”.

Todos estos festejos se desarrollaron en la plaza Principal de Toros en el Paseo Nuevo de Puebla, a los que dio cara Mariano González y su valiente compañía en una amplia temporada organizada por dicho diestro, que, con seguridad organizó por aquel rincón de la provincia obteniendo de todo ello pingües beneficios.

Y entre otros registros, también se encuentran los que siguen:

PLAZA PRINCIPAL DE TOROS DE SAN PABLO, D.F. Domingo 26 de octubre de 1851. Gran función de toros. Para la tarde citada, se lisonjea esta empresa de anunciar al distinguido público que se presentarán los toreros Pablo Mendoza, Andrés Chávez, Victoriano Guevara y Vicente Guzmán, tan conocidos por su acreditada habilidad en esta plaza, los que no habían trabajado en las anteriores corridas en virtud de haber tenido la empresa que satisfacer un compromiso amistoso, los cuales ofrecen continuar sus tareas con la aplicación y entusiasmo de siempre. Seis toros de muerte y dos para el capeo de las muy recomendables razas de La Huaracha y Molinos de Caballero, distinguiéndose los primeros con la divisa encarnada, y los segundos con la blanca. Nombre de los bichos:

1º El Terrible                          4º El Polvorilla

2º El Pendenciero                  5º El Traicionero

3º El Rayo                              6º El Busca Pleitos

Dos toros más habrá para el coleadero, finalizando la corrida con un valiente toro embolado para los aficionados del pueblo.

PLAZA PRINCIPAL DE TOROS DE SAN PABLO, D.F. Domingo 16 de noviembre de 1851. Seis arrogantes toros de muerte: dos descendientes del bravísimo toro León, que salió del cercado de Atenco, dos de la acreditada raza de Guatimapé, y dos de la Estancia del Capulín. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Dos toros para el coleadero y toro embolado.

 Aviso. PLAZA PRINCIPAL DE TOROS EN LA DE SAN PABLO. CORRIDA DE TOROS Para la tarde del domingo 16 de Noviembre de 1851.

   Para la tarde de este día se jugarán

SEIS ARROGANTES TOROS DE MUERTE:

Dos descendientes del bravísimo toro León, que salió del cercado de Atenco, dos de la acreditada raza de Guatimapé, y dos de la Estancia del Capulín.

DOS TOROS PARA EL COLEADERO

Cubrirán los intermedios, y un bravo y bonito

TORO EMBOLADO

Saldrá por final de corrida para los aficionados del pueblo.

IMPRENTA DE VICENTE G. TORRES, a cargo de J. V. Hernández.

Fuente: colección del autor.

Los toros se llamaron:

1º El Alacrán                                           4º El Arrogante

2º El Bravo                                              5º El Fiero

3º El Matagente                                       6º El Leñero

PLAZA PRINCIPAL DE TOROS DE SAN PABLO, D.F. Gran corrida de toros en la Plaza Principal de San Pablo. Para la tarde del domingo 14 de diciembre de 1851, a las cuatro de la tarde en punto. Se lidiarán seis bravísimos toros de muerte de la ya muy conocida y muy acreditada ganadería del Infierno (procedentes de la muy conocida raza de Atenco, N. del A.), cuyos nombres son: 1, Satanás; 2, Quiebrahuesos; 3, Macacao; 4, Inquisidor; 5, Geremías; 6, Periodista. Gran lucha del oso “Cochero” con el toro “Notefíes”, la que tendrá efecto después del segundo toro de lidia. Concluido de lidiar y matar el toro “Inquisidor”, que es el cuarto, habrá en la plaza un divertidísimo jaripeo o manganeo de caballos y mulas serreras. Desde el principio de la función se hallarán en el circo dos estrambóticos Dominguejos perfectamente construidos para estrenarlos en la función de este día. Para cubrir intermedios se echarán de fiesta de coleadero dos toros y por fin de fiesta un embolado para regocijo del pueblo. Por su parte, la sobresaliente compañía tauromáquica de esta plaza, queriendo asimismo demostrar al público su agradecimiento con que la colma cada vez que en la lid se presenta, ha pedido a la empresa que para el referido día se anuncien las siguientes difíciles suertes que entre otras muchas se han de ejecutar: Los picadores montarán en pelo caballos serreros para picar uno de los toros de muerte. El espada José Sánchez, conocido por El Niño, ejecutará el difícil salto del célebre (Francisco) Montes sobre uno de los toros de lid, cuya hazaña se la ha granjeado los más estrepitosos aplausos cuantas veces la ha ejecutado. Precios de entrada: Sombra, Lumbreras por entero con ocho boletos, 5 pesos; entrada general con boleto, 6 reales; Sol: entrada general con boleto, 2 reales.

PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 4 de mayo de 1856. Bernardo Gaviño y cuadrilla, con 6 toros de Atenco. Gran función extraordinaria a beneficio de Manuel Esquino, la que se dignará honrar con su asistencia el Escmo. Sr. Presidente de la república, general D. Ignacio Comonfort. (Francisco Togno).

Apunta Heriberto Lanfranchi:

   Mi buen amigo, el Sr. José Juan Cervantes me ha permitido elegir lo más selecto en el cercado de Atenco, y los toros que por su bravura los distinguían los vaqueros con los nombres siguientes:

Nombre                                                   Colores

Mata Bueyes                                           Meco rabicorto

Maromero                                                Meco chinudo

Tunante                                                   Josco bragado

Artillero                                                    Josco sardo

Tigre                                                        Meco cara rosilla

Búfalo                                                      Morado cachetes prietos

Picadillo                                                   Morado chaparro.

   De estos toros se elegirá el más arrogante para embolarlo, y será lidiado por el conocido Tío Canillitas, acompañado de Mr. Fritz, Catana, Pepillo y demás personajes montados en burros.

   En uno de los intermedios se presentarán dos vaqueritos montados en magníficos caballitos, con el objeto de colear dos becerros de tamaño adecuado a su edad.

Bernardo Gaviño.

   Escorpión, Alacrán, No me tientes, Garboso, El Indio, Coyote, Hiena. Dichos toros, pertenecientes a la ganadería de Santín, se lidiaron el 13 de marzo de 1887 en la plaza de Tlalnepantla, por la cuadrilla de Ponciano Díaz.

José Julio Barbabosa, que fue responsable de Santín entre 1881 y 1930, también tenía ese peculiar estilo de bautizar a sus toros, en formas muy diversas, oportunas, divertidas, e incluso hasta con mensajes que bien podría pensarse tenían destinatario o eran incluso insinuaciones provocativas. Entre los nombres de aquellos toros hay verdaderas rarezas, lo que no era una novedad con el ganadero Heriberto Rodríguez –citado más adelante-, que también llegó a bautizar a sus toros con extravagantes remoquetes. De aquellos reconocidos por José Julio Barbabosa, tenemos, por ejemplo:

ACOSIL, MEZCAL, LUCIFER, CHICHARRÓN, FEDERAL, CHINACO, EL JUDAS, EL COCO, LUTERO, JICOTE, YLUCIÓN, OBSCURO, YANKÉE, CHAGOLLO, POPOCHO, TATA SEVERO, PANDO, CALCHIRRIS, ZARCO, PIPIOL, BORUCA, MELINDRES, PONZOÑITA, LA MUERTE, EL JUDAS LADRÓN, GARRAPATA, AGUACATE, TONDONGO, JICOTE, OBSCURO, RETOBADO, ACOSIL, TRUENO, GRANISO, APACHE, SOPILOTE y un largo etcétera de otros alias sui géneris, que a lo largo de los dos cuadernos aparecen registrados bajo el buen humor y mejores ocurrencias de don José Julio.

Otro peculiar personaje, en tanto criador de reses bravas, fue D. Heriberto Rodríguez, y cuya ganadería ostentaba su nombre. Hoy día, cuando su historial forma parte de las efemérides, debe recordarse aquel peculiar estilo para bautizar toros. Aquí una muestra: Me dejas triste, Upa y Apa, ¿Por qué sufres?, Soy solo, Tongolele, Ayate, Hay naranjas, Conquianero, Aguantones, Busco suegra, Charrasqueado, Mezcalito, Ponte Chango, ¿Qué será?, ¡Ay, Chirrión!, El Abandonado, ¡Ah, que caray!, Chato, El Buen Amigo, Borrachito, Voy de nuevo, No te arrugues. El Guapo, Notioigo, Siete novias, No lo muevas, Acá las Tortas, Tate Quieto, Que seas feliz, Busca pleitos, Me sueñas, Resbaloso, No me olvides…

Eso de ponerle nombre a los toros tiene sus porqués, y no es de extrañar que hasta en detalles de tal naturaleza, los ganaderos bautizaron y siguen bautizando en formas por demás curiosas y extrañas a sus “pupilos”, que luego –muchos de ellos-, se integran en el catálogo de la memoria taurina de este país.


Obras consultadas:

José Joaquín Fernández de Lizardi: Obras I-Poesías y Fábulas. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios. Invest., recop. y ed. de Jacobo Chencinsky y Luis Mario Schneider. Estudio prel. de Jacobo Chencinsky, 1963. (Nueva Biblioteca Mexicana, 7).

Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots.

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SOBRE LOS PRIMEROS LIBROS TAURINOS EN EL MÉXICO VIRREINAL y SIGLO XIX.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Las obras de María de Estrada Medinilla, a partir también de las ediciones conocidas. Col. del autor.

    Para esta nueva entrega de las “Curiosidades taurinas de antaño exhumadas hogaño”, que ya alcanzan 40 años de circulación, cuando las primeras se dieron a conocer en la emblemática publicación “Multitudes”, de su entonces editor, el Sr. Rafael Fernández Gallegos, misma generosidad que los actuales responsables de “AlToroMéxico.com” me han ofrecido, traigo un tema relacionado con los primeros títulos taurinos que circularon tanto en la Nueva España y al mediar el siglo XIX, contando para ello con el peso publicitario.

Sabemos que la distribución literaria novohispana aunque importante, no alcanzó los niveles que hoy tiene la industria editorial. El papel era escaso, no había un número importante de imprentas (suficiente eso sí, para las necesidades de publicación requeridas) y la mayoría de las obras pasaban por el duro filtro de la censura, antes de su aprobación.

La llegada de libros por vía marítima, estaba sujeta a rígidos controles y una buena parte de los mismos también tenía que encontrar la debida aprobación, antes que poner en riesgo el pensamiento de muchos solicitantes. Lamentablemente muchos títulos se confiscaron y destruyeron por decisiones obtusas y retrógradas.

En 1640, y como resultado de las fiestas que se celebraron para recibir ostentosamente al décimoséptimo virrey, don Diego López Pacheco de Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena, fiestas que considero como de las más ostentosas, agregando a ello el que fuesen también las que mayor número de obras se realizaron para inmortalizar aquel suceso, se dio a conocer entre el nutrido grupo de autores la presencia de una mujer. Me refiero a María de Estrada Medinilla, quien no solo escribió una, sino dos “Relaciones de fiestas”. Me refiero a:

–: Relación escrita por DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA, A una Religiosa monja prima suya. De la feliz entrada en México día de San Agustín, a 28 de Agosto De mil y seiscientos y cuarenta años. Del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Cabrera, y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General Desta Nueva España. Sin pie de imprenta, sin colofón, contiene seis folios. El poema consta de 400 versos escritos en silvas de consonantes u ovillejos. Existen dos ediciones, una de ellas, salida de la imprenta de Francisco Robledo.

–: Fiestas de toros, juego de cañas y alcancías que celebró la nobilísima Ciudad de México a veinte y siete de noviembre deste año de 1640. Por Doña María de Estrada Medinilla, sin pie de imprenta ni colofón. 17 folios. Texto de rareza extrema que durante siglos se dio por perdido. Miguel Zugasti, de la Universidad de Navarra, apunta: “Lo rescaté del olvido y edité en un trabajo titulado «Para el corpus de la lírica colonial: las Fiestas de toros, juego de cañas y alcancías de María de Estrada Medinilla», 2013. En otros registros, aparece el dato de que dicha obra, fue editada por la Viuda de Bernardo Calderón en 1641.

Respecto a tales curiosidades, sobre todo la segunda, Heriberto Lanfranchi en La fiesta brava en México y en España. 1519-1969. (1971, T. I., 74) nos dice:

“En el cabildo que el Ayuntamiento de la ciudad de México celebró el 15 de enero de 1641, los concejales discutieron si sería conveniente editar una relación de las fiestas que en 1640 se habían dispuesto en honor del nuevo virrey, y que días antes les había sido presentada. Votaron que sí debía ser editada y que el costo de la edición sería de cincuenta pesos. Además, acordaron darle 150 pesos a su autora, la cual, con toda seguridad, es la primera que escribió una relación de este género que se haya publicado en México. Desgraciadamente, ni un solo ejemplar se ha conservado hasta nuestros días”.

Y sigue Lanfranchi:

Acta del 15 de enero de 1641: “…Viose una relación, en verso que doña María de Estrada Medinilla hizo de las fiestas de toros y juego de cañas que celebró esta Ciudad a la venida del Excelentísimo señor marqués de Villena, virrey de esta Nueva España, dedicada a la Ciudad, que se admitió y agradeció, y trataron del premio que se le ha de dar, conferido sobre la materia se votó…”

Hasta aquí con el asunto. Sólo concluiré sobre el mismo, apuntando que, por décadas, dicha obra pasaba por “perdida”. Afortunadamente, los buenos oficios, no solo de Miguel Zugasti, sino también los de Dalmacio Rodríguez Hernández y Dalia Hernández Reyes, investigadores del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la U.N.A.M., dieron con el impreso y del que solo esperamos aparezca la obra que al mismo han dedicado desde hace ya buen número de años.

Mientras eso ocurría, es bueno saber que la literatura dedicada al tema taurino toros se ha escrito en México, desde los siglos virreinales, y hasta nuestros días, alcanzando ya los 2,200 títulos, de acuerdo a reciente consulta hecha al portal http://www.bibliotoro.com/, los cuales, al pasar a formar parte del catálogo general suman poco más de 14,300 registros, que son el resultado de publicaciones surgidas –en lo general-, de diez países que han aportado en su gran mayoría, dicha producción, incluyendo la de aquellos otros que han legado diversas obras, como es el caso de China o Japón. Estos datos, provienen de la admirable administración que tiene para ello la biblioteca “Salvador García Bolio” o “GARBOSA”, acrónimo de las iniciales invertidas de su actual administrador: García Bolio, Salvador, en su catálogo. Ese espacio cultural, como sabemos, se encuentra ubicado físicamente en el “Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías”, en Morelia, Michoacán, y cuenta con lo más actualizado publicaciones taurinas que van desde el siglo XV y hasta nuestros días.

Entre otros aspectos, llama la atención la forma en que se publicitaba este tipo de literatura, por lo menos durante los siglos XVIII y XIX, para lo cual se dispone de tres interesantes informes, mismos que provienen de los años 1732, 1794 y 1852 respectivamente.

En la Gazeta de México núm. 61, que corresponde al mes de diciembre de 1732, en su página ocho, se indica el siguiente anuncio:

Oficio nuevo

    Sin embargo, a pesar de tratarse de una curiosa “Relación de sucesos”, documento que sería de notable interés, fue con apoyo a la lectura de José de Jesús Núñez y Domínguez, Un virrey limeño… donde se confirma su no localización, en estos términos:

De estas célebres fiestas hizo una relación en quintillas, el Bachiller Don Bernardino de Salvatierra y Garnica, intitulada: Descripción segunda de las fiestas que celebró esta Nobilisima Ciudad de México, a la feliz Restauración de la Plaza de Orán, en Africa. Por más diligencias que se han hecho no ha sido posible encontrar un ejemplar de esta Descripción, que indudablemente contendrá noticias curiosas y detalles preciosos de la Corrida de Toros. (NyD, 1927, 157).

Y más aún. Se sabe que dicha “Descripción” se publicó en “cuarto”, saliendo el impreso de la de los Herederos de Miguel de Ribera en ese mismo año, según se indica en la Biblioteca Mexicana, obra que en 1986, preparó y publicó Ernesto de la Torre Villar, en Biblioteca Mexicana, 1985.

De este “impreso”, pronto me ocuparé, pues no es que haya dado con la edición, sin con el manuscrito, lo que es aún más revelador y curioso.

   Otra publicación que gozó de la publicidad para su venta fue la Carta apologética de las funciones de toros con una canción al fin, en obsequio de Pedro Romero, impresa en Madrid, en la “Oficina de D. Antonio Ulloa”, 1793. El anuncio se dio a conocer en la Gazeta de México, del miércoles 19 de noviembre de 1794, justo en la pág. 652 como sigue:

Encargos.

Así que en estos dos títulos, los cuales provienen del siglo XVIII, encontramos antecedentes sobre la forma en que fueron motivo de difusión y venta, tal cual sucedió, en el siglo XIX con otra obra que circuló a partir del año 1852. A continuación, el análisis correspondiente.

Se tendría la creencia de que, al posicionarse Bernardo Gaviño en estos pagos, su influencia incluiría la muy necesaria participación de la literatura taurina, de la que España tenía por entonces, el control absoluto. De ahí que también José Justo Gómez, el Conde la Cortina, un reconocido personaje e intelectual de la burguesía mexicana de mediados del XIX mexicano contase en su biblioteca, con un ejemplar de la Tauromaquia de Pepe Hillo, y ese asunto quedara asentado en uno de sus escritos, reunidos en Poliantea. (Edición 1944).

   Sin embargo, sorprende el anuncio publicitario que apareció en El Universal, D.F., del 11 de agosto de 1852, p. 4, donde se invita a los interesados a adquirir una de las más recientes obras llegada a la otrora reconocida librería Museo Bibliográfico, ubicada en la 3ª calle de San Francisco núm. 2, como sigue:

Para tener una posible idea sobre la edición que refiere la inserción acudí a la página de internet GARBOSA (http://www.bibliotoro.com/), la cual nos permite tener una mirada a la colección del Dr. Marco Antonio Ramírez, bajo la administración de Salvador García Bolio. Así, al ir proporcionando datos en el cuadro de “Búsqueda” en uno u otro sentido, la coincidencia permitió llegar a la siguiente conclusión:

Claro, la que vemos es una edición facsimilar de aquella publicada por Lake Price y Richard Ford en 1852, única obra que coincide con las referencias que leíamos en El Universal. Del mismo modo, y gracias a la herramienta que GARBOSA nos pone a disposición, fue localizado el original bajo la siguiente referencia:

    Por lo tanto, la cita bibliográfica pasa a ser la tercera que se publicita y se pone a la venta en la ciudad de México (como se sabe: en el curso del siglo XIX); adelantándose con mucho, a las que ya, en los comienzos de la octava década llegaron a enriquecer el abanico de posibilidades, permitiendo con ello una mayor amplitud entre aficionados a los toros en potencia que se estaban formando en diversas partes del país; sobre todo en San Luis Potosí, Orizaba, Puebla y la ciudad de México. Así que el libro con tema taurino, fue entrando en el mercado primero, y en el gusto de lectores y aficionados después.

Hubo lectores curiosos de esas novedades y autores que ya documentados, también participaron, publicando sus reflexiones en nuevas obras o en la prensa, vertiente de amplia difusión que alcanzó importante cobertura desde 1884.

Obras de consulta:

-Ernesto de la Torre Villar: Biblioteca mexicana. Juan José de Eguiara y Eguren; prólogo y versión española de Benjamín Fernández Valenzuela; estudio preliminar, notas, apéndices, índices y coordinación general de Ernesto de la Torre Villar, con la colaboración de Ramiro Navarro de Anda. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1986. 5 v.

-José de Jesús Núñez y Domínguez: Un virrey limeño en México: Don Juan de Acuña, marqués de Casa-Fuerte. México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1927. XXVIII-416 p. Ils., facs.

-José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina, Conde de la Cortina: Poliantea. Prólogo y selección de Manuel Romero de Terreros. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. XXV-182 p. (Biblioteca del estudiante universitario, 46).

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UN TOQUE DE POESÍA TAURINA MEXICANA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Portada del Diario del Viaje, escrito por Antonio Joaquín de Rivadeneyra y Barrientos en 1757. De la colección digital del autor.

    La de hoy, será una lectura luminosa, intensa, síntomas que provienen del placer por encontrarnos con una variada muestra de poemas, resultado también de una complicada selección, misma que se ha venido dando en el “Tratado de la poesía mexicana en los toros. siglos XVI – XXI” obra que, desde 1985 y hasta hoy he venido trabajando intensa, pero también pacientemente. Su contenido rebasa con facilidad las dos mil muestras, donde encontramos lo mismo poetas mayores que menores, aunque también poetastros y diletantes. De igual forma, también se incluyen corridos, pasquines, anónimos y cuanta evidencia sea posible acomodar en un compendio que busca reunir el mayor número de piezas.

Derivado de su magnitud, la obra se divide en cuatro tomos fundamentales y varios anexos que siguen en “construcción”. Además, derivado de un auténtico trabajo selectivo, se encuentra la considerada “Antología de la antología”, libro que terminará reuniendo lo mejor de lo mejor, criterio este fundado en una rigurosa lectura que permita decidir un lugar de honor en ese deseable volumen. Se trata de cien autores y otros tantos versos anónimos o de origen e inspiración popular.

Pues bien, para deleite de los lectores, vienen a continuación algunos ejemplos tomados de la propia “Antología”.

Aunque autor español llegaron a este, noticias de los misterios y excelsitudes del nuevo mundo, traduciéndolas hacia 1585, a su leal saber y entender como sigue:

 ROMANCE

XX

Escuchadme un rato atentos,

cudiciosos noveleros,

pagadme de estas verdades

los portes en el silencio.

 

Del Nuevo Mundo os diré

las cosas que me escribieron

en las zabras, que allegaron

cuatro amigos chichumecos.

 (………)

 Que hay en aquellas dehesas

un toro… Mas luego vuelvo,

y quédese mi palabra

empeñada en el silencio.

 …firma Luis de Góngora y Argote.

    Leamos parte de la Métrica Panegírica Descripción de las fiestas por las bodas de D. Carlos II (1691) que consta de 82 octavas por un corto Ingenio Andaluz, hijo del Hispalense Retis… es decir Felipe de Santoyo García Galán y Contreras.

 Métrica Panegírica

Descripción de las fiestas

por las bodas de D. Carlos II

 Vestidura bordada, Adonis fuerte,

el invicto Virrey lució con arte,

donde escarchados arroyuelos vierte

de su Excelencia el mar, y en que reparte

benignidad, temores, vida y muerte,

guerrero Adonis y gallardo Marte;

florido Mar, con tantas maravillas,

que salpican diamantes sus orillas.

(. . . . . . . . . .)

Del virregio Palacio las Deidades

que a la Palas Virreina acompañaban,

-adornado Pensil de amenidades-

las diamantinas flechas disparaban;

y como vi en escuadra sus beldades,

en lid mis pensamientos recelaban

si eran del firmamento las estellas

que bajaban a dar justas querellas…

 

Octavas sobre el Paseo de los toros.

 

El Conde de Santiago, en un Morcillo,

(olimpo irracional…, negro Babel),

…de fina plata su matiz relieva

sobre Celeste tela, con que aviva

uno y otro color, con fuego y hielo;

todo ardor, todo Nieve, todo Cielo…

    Y el capitán de la Guardia partió la plaza, vestido acaso como nuestros charros, por tan ceñido como se pondera con eficacia ya cómica:

De oro y ámbar bordaba su ropaje

el primor, el ingenio y el aliño,

haciendo luminoso maridaje

por extremos el fuego y el Armiño;

tan ajustado a la medida el traje,

que no podré decir, aunque lo ciño

todo cuanto es posible a la pintura,

si nació con aquella vestidura.

 E ilustrando el coso con su ecuestre y taurómaca bizarría, aunque joven es el mismo Francisco Goñi de Peralta, loado también como Rejoneador, en aquellos versos que Alonso Ramírez de Vargas escribió en 1677.

 Don Francisco de Goñe le seguía,

jinete diestro, toreador famoso,

sobre un bello Pegaso, tan airoso…,

que en diestras muertes, tan feroz despojo

el circo se volvió, de blanco, rojo….

   Para 1749, las fiestas de la proclamación de Fernando VI no terminaron, sino que, por el contrario, su efervescencia continuaba activa. Fue así como la Nueva Vizcaya se suma con una descripción de fiestas denominada Hércules Coronado, que a la augusta memoria, a la real proclamación, del prudentísimo…. Señor D. Fernando VIescribió José Cossío, en cuyo contenido están presentes algunas alusiones taurinas y una pequeña muestra poética. Y ya lo advertía el propio Cosío:

Si preguntamos a los astrónomos, y mitólogos, cuál fue la causa de poner el signo de Tauro allá en el cielo, cual la razón de colocarse este bruto feroz entre los Astros, nos responderán desde luego con Higinio, que por haber conducido a las espaldas hasta la sila de Creta sin lesión a Europa (…) Pues si es tal la belleza, y felicidad de Europa, que la venera un animal tan fiero, que un bruto tan horrible como un Toro sabe hacerle espaldas; que mayor obsequio pues de consagrársele en los triunfos invictos de Alcides, que el sacrificio de los Toros en sus aclamaciones, y en sus fiestas. Y ahí puede grabársele esta letra, que como escrita en Salamanca toca, y le viene bien a Europa, sin otra mudanza, que una sola línea:

Galán vizarro Toro…

 Galan vizarro Toro,

divisando de lejos el estrado,

se fulminó bifulco rayo alado,

temiendo en la tardanza su desdoro;

mas de las ideas del fiel decoro

se halló tan sorprendido

del abanico al aire,

que equivocó el favor con el desaire

volante entre aprehensiones de corrido.

No obstante cortesano, y generoso

hace espaldas a Europa victorioso;

con que haciendo paréntesis de bruto,

de discreto merece el atributo.

    Para 1757, la ciudad ofreció al virrey Marqués de las Amarillas varias corridas de toros. En el Diario del Viaje, escrito por Antonio Joaquín de Rivadeneyra y Barrientos se recrean así los festejos:

Viaje de la Marquesa de las Amarillas.

 El día diez de noviembre descansamos

hasta el día veinte y quatro, y comenzamos

otros nuevos festejos, semejantes

a los ya dichos antes,

empezando a lidiarse toros fieros

en que muy diestros son los caballeros.

Dos semanas duraron

con lo que por entonces terminaron

por dar tiempo a la pública alegría

que la entrada solemne prevenía.

    Regresaré al tema en otra ocasión. Muchas gracias.


Fuente de consulta:

José Francisco Coello Ugalde, Tratado de la poesía mexicana en los toros. siglos XVI – XXI. México, 1985-2019. Obra inédita en proceso.

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