EL HISTORIADOR DE CARA A LA TAUROMAQUIA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“Caballero en plaza” rejoneando un toro a la antigua usanza. LA FIESTA NACIONAL. SEMANARIO TAURINO ILUSTRADO. Año V. Barcelona 5 de marzo de 1908, Nº 196. Col. digital del autor.

   Los historiadores de carrera, hechos bajo la luz de la academia y que hemos dedicado parte de nuestro interés y compromiso para dar cuenta y razón del espectáculo taurino en nuestro país, más bien somos pocos, apenas un puñado, aunque suficiente y competente su presencia, desde luego.

Si bien, tenemos en personajes como Domingo Ibarra, Nicolás Rangel, José de Jesús Núñez y Domínguez o Heriberto Lanfranchi al segmento que marca los antecedentes del ejercicio por historiar la fiesta de toros en México, buena parte de ellos eran excelentes escritores o dilentantes de la historia, a cuyos trabajos acudimos sí, pero es inevitable encontrar algunas lagunas que son resultado de la falta de rigor, de aparato erudito con qué comprobar las fuentes a que acudieron en forma precisa y puntual.

Sin embargo, creo que ese aspecto comenzó a ser superado hace cosa de 43 años, precisamente cuando el ahora Dr. en Historia, Benjamín Flores Hernández, presentaba su tesis de licenciatura titulada “Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII” (UNAM, Filosofía y Letras, 1976). Pocos años después, volvió a la palestra con “La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas” (UNAM, Filosofía y Letras, 1982), como tesis de maestría. Y para cerrar ciclo, con el doctorado, su propuesta fue “Con la espada y con la pluma, el caballo y el compás. Bernardo de Vargas Machuca un español baquiano de fines del siglo XVI y principios del XVII” (UNAM, Filosofía y Letras, 1987).

Años más tarde, nos incluimos María del Carmen Vázquez Mantecón, Flora Elena Sánchez Arreola, Jorge F. Hernández, Ramón Macías Mora y quien esto escribe. Y luego, colegas como Adrián Sánchez, Vicente Agustín Esparza Jiménez, Luis Balderas Calderón, Cecilia Díaz Zubieta, Joel Pérez Tenorio, Rubén Andrés Martín (español residente en México desde hace años, que ha dedicado sus más recientes investigaciones al tema que nos convoca).

También, debo agregar el quehacer de Miguel Ángel Vásquez Melendez, Hugo Hernán Ramírez, Rosa María García Juárez, Juana Martínez Villa, Héctor Olivares Aguilar, Sergio López Sánchez y luego el más reciente de ellos, en la excelente tesis de licenciatura de Jessica Quiñones Miranda “Poder y diversión. Los juegos ecuestres en la Plaza Mayor de la Ciudad de México (siglos XVI-XVIII). Instituto “Mora”, 2017.

No puede soslayarse la labor encauzadora de maestros como María Dolores Bravo Arriaga, Judith Farré Vidal, María José Garrido Asperó, Ana Lau, la propia María del Carmen Vázquez Mantecón, Pilar Gonzalbo Aizpuru, Verónica Zárate Toscano, Ricardo Pérez Monfort, Antonio Rubial García, José María Muría…, que son y han sido guías en la visión no solo de la vida cotidiana, sino que nos han abierto los ojos en aspectos de todos aquellos contextos que se vinculan con la celebración; el porqué de su desarrollo, las razones políticas, religiosas o económicas que lo enmarcan.

Desde luego, a ese indagar hechos o procesos históricos, se agrega y despierta la curiosidad para acudir a otros territorios complementarios y auxiliares como la arqueología, la antropología, la sociología, la bibliotecología, la archivonomía, la estética (en cuyo espacio nos encontramos frecuentemente con dos notables apoyos, la hermenéutica y la semiótica). De no ser por todas las lecturas que deben trabajarse, sería difícil entender muchas circunstancias que envuelven el pulso social de un pueblo o una nación, que es también posible entenderlo gracias a la teoría.

La sola conquista como proceso histórico ha sido tan potente, que aún falta mucho por desvelar, por ejemplo.

Y no se diga sobre aquello en el que se pronuncian muchos, con la ligereza del caso, cuando se refieren al origen mismo de la hacienda de Atenco, cuando refieren que esta tuvo un pie de simiente de doce pares de toros y de vacas de procedencia navarra, lo que causa incomodidad, pues no son capaces de atender una serie de elementos que provienen de otras razones, pero terminan por darle la razón –una vez más-, al dicho de Nicolás Rangel (espero que en otra ocasión pueda recuperar el tema y explicarlo de mejor manera).

Y en este aquí y ahora, vemos con profunda preocupación el actual conflicto habido con los opositores en uno de esos temas que requiere también de explicaciones que vienen de la profunda revisión y no de la ligera y cáustica pasión, que lo enceguece todo.

De consumarse otro amargo episodio en el que el territorio de Quintana Roo es hoy blanco de medidas represivas y prohibitivas contra la fiesta de toros en México, será este un punto vulnerable y propicio para tomarse en cuenta. La labor realizada por la asociación civil que opera en aquel sitio turístico, como puede entenderse, fue de suyo contundente.

No bastan los argumentos legales o jurídicos (con los que se ha perdido la batalla), sino que falta el sustento histórico, ese que valora desde su dimensión, las aproximaciones a una realidad y a una verdad que, en tanto relativa –nunca absoluta-, nos permite y permitirá observar el horizonte, a través de la mirada, que ha sido la de los diversos episodios, con todos sus componentes. No se puede aislar una cosa de la otra, sobre todo en forma deliberada y aprovecharse solo de lo que la conveniencia o tendencia dicten al respecto.

Por eso es importante el quehacer del historiador, y su trabajo no es epidérmico, sino que sondea las profundidades. Quiere encontrar la razón de aquello donde se expliquen cómo no puede moverse una cosa sin la otra y luego el porqué de su movimiento.

El ser humano, solo o en sociedad ha sido capaz de articular lo que hoy somos, pero no debe olvidar todo aquello que encaminó el destino por aquellos senderos cuyos registros, en lo particular o en lo general han conseguido constituirnos.

Ya lo decía otro célebre historiador, modelo a seguir, y me refiero a Edmundo O´Gorman, taurino también, cuando afirmaba: “el pasado nos constituye” y en ese sentido, y para las palabras que hoy se escriben, significan, con su peso representativo, casi en forma paralela aquello que sostenía también el célebre compositor austriaco Gustav Malher, autor entre otras de la inigualable Sinfonía N° 2 “de la Resurrección”: Malher afirmaba “la sinfonía es como el universo, porque lo contiene todo”.

Así que, en asuntos tauromáquicos, con su profundo legado, el de siglos, el de milenios, no puede quedar reducido a una simple mirada. Debemos entender su curso, y en eso para el historiador, le va la vida.

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