Archivo mensual: diciembre 2019

LA HISTORIA, CONSEJERA FIEL y SIEMPRE ATENTA… (PRIMERA DE DOS PARTES).

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“La raza de Atenco da gracias al C. Presidente por la abolición de las Corridas de toros”. La Orquesta, 3ª época. T. I., Nº 58 del sábado 11 de enero de 1868. Colección del autor.

    La historia, mi consejera fiel y siempre atenta a compartirme, como ahora lo hago con ustedes, de todo aquello que le otorga significado y peso al que ha sido ese recorrido, casi cinco veces centenario en nuestro país, da a la tauromaquia un lugar especial, donde se acumulan fechas y hechos notables, componentes de enorme valor que articulan la sólida presencia de un espectáculo el cual, por sí solo da motivos para valorarla y analizarla en su más justa y real dimensión.

En ese sentido, los temas o asuntos que surgen de su rica influencia, son aquellos provenientes de siglos coloniales. O del intenso XIX, en el que aún, hoy día, remueven espíritu e ideas ya renovadas; mismas que hablan sobre el hecho de que ha cambiado la forma, no el fondo.

En ambos espacios temporales –que son de mi particular interés-, el toreo cobró una importancia especial, pues estando detentado buena parte del tiempo por la nobleza, fue el pueblo el que también la hizo suya. Y si las grandes demostraciones ocurrieron en espacios urbanos; el entorno rural fue nutriente donde se afinaron y afirmaron otras tantas suertes, a pie o a caballo, que luego regresaban a la plaza pública enriquecidas.

De aquellos señores con nombre, apellido y linaje bien conocido, se puede pasar también al más absoluto de los anonimatos, donde otros personajes, de quien ahora se sabe nada, se encargaron de divertir, entretener y admirar a diversos sectores de aficionados en gestación. Sabemos que, al profesionalizarse el espectáculo y este quedar regulado por tauromaquias o reglamentos, hubo de entenderse desde una nueva apreciación, más técnica que lírica, con lo cual esos sectores de interesados, comenzaron a entender de mejor manera las particularidades en el manejo del ganado y en general, todo aquello relacionado con el desarrollo mismo de la lidia. Por eso, al cabo de un tiempo relativamente corto, nuestros antepasados, tuvieron oportunidad de aprender y aprehender el toreo gracias al conjunto de lecturas que se consagraban en dar a conocer esos aspectos.

Mucho de aquello también, fue gracias al papel que desempeñó un círculo de personajes que se cultivaron y difundieron o diseminaron aquel conocimiento emprendiendo la labor periodística en diversas publicaciones, por medio de las cuales se dio a conocer no solo su punto de vista, sino que también hubo posicionamiento o tendencias.

Es bueno recordar que ese fenómeno se acentuó en forma por demás significativa, desde que se reanudaron las corridas de toros en la ciudad de México (esto a finales de 1886), tras el largo receso que se impuso al espectáculo a finales de 1867. El caso, si se aprecia desde una perspectiva “a la ligera”, nos lleva hasta el punto de concluir que Benito Juárez no era afecto a dichas representaciones, de ahí que las prohibiera.

Sin embargo, tal episodio me llevó, en lo personal, a elaborar una investigación que resultó ser mi tesis de maestría en Historia de México, cuyo título es: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia, 1996. Tesis que, para obtener el grado de Maestro en Historia (de México) presenta (…). 221 p. Ils., fots.

En la misma, llegué a plantear los siguientes aspectos:

Historiar las diversiones públicas no es común. Ni es común tampoco, hacerlo con la fiesta de los toros -sobre todo a un nivel riguroso y serio-, por todo el significado de barbarie y violencia que es condición sine qua non en tal espectáculo.

Por otro lado, muy amplia puede considerarse la bibliografía en este género de diversión, aunque poca la que en verdad ofrece posibilidades de información clara y valedera. Pongo mi «cuarto a espadas» no con intenciones manifiestas de hacer señalamientos ligeros sobre el tema por abordar. Va más allá el propósito. Desde luego, el toreo encierra valores de sentido técnico y estético que se proyectan en el gusto de las masas y es algo que en la literatura ha trascendido. Sin embargo, el espacio temporal donde detengo la vista, encierra tal riqueza de la cual no voy a sustraerme. El siglo XIX mexicano -siglo de reacomodos y asentamientos- y todo lo que él implica, ofrece la gran posibilidad de relacionar acontecimientos político-económico-sociales que inciden de una u otra forma en la tauromaquia, recogiéndose testimonios que dejan muy bien marcado lo dicho anteriormente.

En 1867 luego de la Restauración de la República, se prohíben las corridas de toros. Pretendo para ello justificar con base en análisis y testimonios profundos, el o los motivos que se involucraron en la prohibición. Llama la atención que las corridas básicamente dejaron de darse en el Distrito Federal -lugar donde se expidió el decreto mejor conocido como Ley de Dotación de Fondos Municipales-, por un periodo de 20 años.

¿Qué debió ocurrir entonces, para disponer un espacio tan grande y no consentir más las fiestas taurinas?

Ello, mueve a preparar un estudio que se remonte al siglo XVIII, pues en él encontramos evidencia e influencia muy claras que superaron la alborada del XIX y continuaron manifestándose con sus sintomáticos caracteres (que descansan en bases de relajamiento social; asunto este, de total importancia al análisis).

Para ello se ha diseñado una estructura que permita acercarse con detalle al sentido de mi proposición de tesis, dejando que explique toda la gama de ideas y hechos propios de la fiesta, procurando no dejarse llevar por atracciones vanas; pues causan apasionamiento, lográndose -así lo creo- sólo parcialidad y compromiso.

He aquí el esquema:

-Antecedentes. El espectáculo taurino durante el siglo XIX. (Visión general). Para ello, será necesario acudir a la centuria anterior que da pie a comprender los comportamientos sociales, mismos que se relacionan con la actividad política y de emancipación dada desde 1808. El toreo, por tanto, sufrirá su propia independencia.

-Plazas, toreros, ganaderías, públicos. Ideas en pro y en contra para con el espectáculo; viajeros extranjeros y su visión de repugnancia en unos; de aceptación, sin más, en otros.

-Motivos de rechazo o contrariedad hacia el espectáculo, ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Para ello viene en seguida una justificación.

En las circunstancias bajo las cuales se mueve la diversión popular de los toros en México y durante el siglo XIX, vale la pena detenerse particularmente en 1867, profundizar en ese sólo año y tratar de acercarnos a las causas motoras que generaron la más prolongada prohibición que se recuerde, en el curso de 470 años de historial taurómaco en nuestro país (esto, entre 1526 y 1996).

La tauromaquia como divertimento que pasa de España a México en los precisos momentos en que la conquista ha hecho su parte, inicia su etapa histórica justo el 24 de junio de 1526 y adquiere, al paso de los años cada vez mayor importancia y consolidación al grado de estar en el gusto de muchos virreyes y miembros de la iglesia; así como entre las clases populares.

Ocasiones de diversa índole como motivos reales, religiosos o por la llegada de personajes a la Nueva España, eran pretexto para organizar justas o torneos caballerescos; esto en el concepto del toreo a caballo, propio de los estamentos. Luego, bajo el dominio de la casa de Borbón se gestó un cambio radical ingresando con todas sus fuerzas el toreo de a pie. Tal fue causa de un desprecio (y no) de los monarcas franceses contra las «bárbaras» inclinaciones españolas, sustentadas hasta el primer tercio del siglo XVIII por los caballeros hispanos y su réplica en América. Así, el pueblo irrumpió felizmente en su deseado propósito de hacer suyo el espectáculo.

A fuerza de darle forma y estructura fue profesionalizándose cada vez más, por lo que alcanzó en España y México valores hasta entonces bien estables. En los albores del XIX surge en México el convulso panorama invadido por el espíritu de liberación, para emanciparse del esquema monárquico. Tras la guerra independentista lograron nuestros antepasados cristalizar el anhelo y la nación mexicana libre de su tutor colonial inició la marcha hacia el progreso, con sus propios recursos.

Y en el toreo ¿qué sucedía?

El ambiente soberano que se respiraba en aquellos tiempos permitió todo concepto de tolerancias. Fue entonces que el libre albedrío, la magia o el engaño de improvisaciones llenaron un espacio: el de las plazas de toros, donde se desarrollaron los festejos. El toreo basaba su expresión más que en una fugaz demostración de dominio del hombre sobre el toro, en los chispazos geniales, en las sabrosas y lúdicas connotaciones al no contar con un apoyo técnico y estético que sí avanzaba en España, llegando al grado inclusive de que se instituyera una Escuela de Tauromaquia, impulsada por el «Deseado» Fernando VII. Todo ello, a partir de 1830. Pero no avanzaba en México de forma ideal, probablemente por el fuerte motivo del reacomodo social que enfrentó la nueva nación en su conjunto.

Con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría así, con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cádiz, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.

Mientras tanto, el ambiente político que se respiraba era pesado. El enfrentamiento liberal contra el conservador, las guerras internas e invasiones extranjeras fueron mermando las condiciones para que México lograra avances; uno de ellos, aunque tardío, llegó el 15 de julio de 1867 cuando el Presidente Benito Juárez entra a la capital y restaura la República.

Se discuten auténticos planes de avanzada y la fuerza que adquieren los liberales, el ingreso del positivismo como doctrina idónea a los propósitos preestablecidos -con su consigna de orden y progreso-, ponen en acción nuevos programas. Aunque extraña y misteriosamente Juárez, ya casi al concluir ese año de la restauración, prohíbe las corridas de toros.

Extraña su resolución. El, que había asistido en varias ocasiones a festejos en compañía de su esposa -para recaudar fondos para las tropas partícipes en las jornadas de mayo de 1862-, cambió de parecer, sin más.

Cabe hacer ampliación de otras posibles causas además de la ya expuesta, que por muy explícita se reduciría al antitaurinismo del Benemérito.

Los otros motivos de estudio son:

-Influencia de los liberales y de la tendencia positivista;

-caos y anarquía en el espectáculo, oposición del «Orden y progreso»;

-posible presencia de simpatizantes del Imperio de Maximiliano, los cuales pudieron haber girado en torno a la órbita taurina;

-la influencia del federalismo;

-un incidente de Bernardo Gaviño en el gobierno de Juárez en 1863;

-la prensa como dirigente del bloqueo a las aspiraciones del espectáculo taurino en 1867;

-con la reafirmación de la «segunda independencia», ¿sucede la ruptura?;

-temor de Benito Juárez a un levantamiento popular recién tomado el destino del gobierno;

-incidencias probables que arroja el Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación el 7 de julio de 1859;

-la masonería: ¿Intervinieron sus ideales en la prohibición?; y

-de que no se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los Ayuntamientos Municipales cuáles gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES y en él se alude al derecho que tenían los Ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada).

En la próxima entrega, compartiré las conclusiones que estos aspectos significaron para la investigación.

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EL TORO EMBOLADO (1888)

ANTIGUAS SUERTES TAURINAS EN DESUSO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Grabado del célebre José Guadalupe Posada que nos recuerda, con estos integrantes de una estudiantina, la suerte del “toro embolado”. Col. del autor.

   En un curioso texto decimonónico (La Familia Año V, México, viernes 24 de febrero de 1888, N° 8 (pp. 329-330), aparece la colaboración que Federico de la Vega intituló EL EMBOLADO. Allí se plantea una situación al borde del fanatismo por parte de un aficionado, Juan de nombre, carpintero de oficio, el que tenía por los toros singular inclinación. Tanta era, que lo poco ganado con el sudor de su frente lo discutía con Chucha, su esposa a la hora de repartirlo en el gasto, por cierto miserable, mismo que daba “a cuenta gotas” para la manutención de los niños, quienes debían andar más tiempo en la calle, nada más que para distraer el hambre.

Pero Juan no escarmentaba. Frente al llanto de la Chucha y sus reproches, en una de sus conversaciones volvió a salir el tema taurino mostrando el indino un boleto para la siguiente corrida, por cierto donde actuó Ponciano Díaz. No lo hubiera hecho, su mujer auténticamente indignada reclamó lo que Juan hacía, dejándolos a ella, al Andrés y a la Lupe en el total desamparo yéndose tan campechanamente a los toros. Además, en esa corrida no faltó la diversión complementaria del “toro embolado”, tan añeja como que desde el siglo XVIII ya estaba metida en las corridas de toros.

Si el festejo tuvo defecto y malos, el “embolado” no. Aunque a Juan y sus ciegos propósitos, el costo fue dar al hospital con tres costillas rotas.

Chucha sólo se preguntaba: ¿Qué comerán mis hijos mañana?

A continuación, presento completo el texto para que nos demos cuenta de lo que, alrededor de aquel divertimento podía pasar con una pareja sumida en la miseria, siendo el tema de los toros el que causaba mayor inquietud.

Antes, debo mencionar que esta es una antigua suerte en la que se colocaban en los diamantes de las astas bolas de brea y paja, evitando con ello desmanes, golpes y desde luego, cornadas. Debe ser una diversión que ya tuvo, desde el siglo XVIII la suficiente presencia, y que se reafirmó luego en el siglo XIX, por lo menos desde 1815, en que se encuentra un primer registro sobre la misma, efectuado en abril de aquel año en la plaza de toros el Volador.

EL EMBOLADO

 I

            Había toros en la Plaza de Bucareli

¡Toros!

¡El supremo deliquio!

¡Y lidiados por Ponciano! ¡el rey de los matadores! ¡el ídolo del pueblo!

¿Qué cabeza mexicana podía estar tranquila en tan solemne día!

Ninguna

Y la de Juan menos que la de nadie.

Porque Juan, como diría un discípulo de Lavater, había nacido con la protuberancia taurómaca.

O como diríamos nosotros, dignos descendientes de Pepe Hillo y Costillares, Juan tenía sangre torera.

¡Sí, la tenía hasta la última gota!

Un par de banderillas puestas al cuarteo le entusiasmaban.

Una estocada en la cruz lo sacaba de quicio.

Para Juan, el gran Ponciano, pasando de muleta á un toro de Atenco, tenía seis codos más de estatura que Morelos en la defensa de Cuautla.

II

Juan era carpintero.

Pero desde que los padres de la patria autorizaron las corridas en el Distrito, para mayor honra y gloria de la civilización, la garlopa y el escoplo andaban como Dios quería.

A lo mejor, nuestro torero abandonaba el taller y se iba a la pulquería de la esquina a discutir con otros aficionados los conmovedores lances de la corrida del último domingo.

¡Y con qué calor se comentaban las suertes!

La sangre hervía, los puñetazos menudeaban sobre el mostrador, y algunas veces iban desde el mostrador á las narices de los contendientes.

Pero las cosas no habían pasado á mayores, es decir, no habían llegado á puñalada limpia.

III

En el día á que hacemos referencia, Chucha, la mujer de Juan, salía de la cocina, á tiempo que entraba su marido en el humilde cuarto que ocupaba en una casa de vecindad del callejón del Manco.

-¡Está la comida? -preguntó el carpintero.

-¡Hace una hora! –respondió Chucha con acento desabrido. –Para lo que había que guisar…

-¿Qué hay que comer?

-Frijoles.

-¿Nada más?

-¿Querías que te pusiera mole de guajolote con los dos reales que me diste ayer?

-Y medio esta mañana.

-Sí, pero esta mañana se hizo el desayuno, y tú no dejaste de tomar tu café con leche.

-¿Y los chicos?

-Por la calle.

-¿Y qué hacen en la calle?

-Distraer el hambre.

-¡El hambre! Cualquiera que te oiga dirá que aquí no se come.

-Pues ese cualquiera no andaría muy equivocado.

Antes, había semana que me dabas quince pesos para el gasto. ¿Cuánto me das ahora?

-¿Qué sé yo! No llevo cuenta.

-Pues yo sí. ¡Veinte pesetas a lo sumo!

¡Y para cinco bocas! ¡Y haga usted milagros!

¡Y póngale usted al señor en cada comida tamales y carnero en barbacoa! ¡Maldita sea hasta la hora en que se hizo la primera plaza!

-¿Ya vas á armarme el mitote?

-¡Siempre! Que con tus condenados toros entró la miseria en esta casa.

-No es cierto. Es que ahora no hay trabajo.

-¡Lo que no hay es vergüenza; ni ganas de trabajar!

Chucha! No me andes pasando de muleta, porque te embisto.

-¡Mejor fuera que embistieras á otro!

-Cuando lo haya.

-No te falta. Mejor fuera que hicieras menos visitas a la pulquería…

-¿Cuándo voy, habladora?

-Siempre. No paso una vez por el taller que no estés allá, gastando el tiempo y el dinero con otro holgazán como tú.

Chucha! Mira que yo no aguanto banderillas y que vas á llevar un revolcón!

¿Más revolcada de lo que uno está con tus malditas aficiones?

-¡Silencio! ¡Y la comida!

-¿Estás de prisa? ¡Ah! Vamos, ya sé por qué.

-Pues si lo sabes, cállatelo.

-¿Vas hoy también de toros?

-Y si fuera, ¿qué?

Un rayo de cólera brilló en los ojos de Chucha.

Pero se dominó, fue á la cocina, trajo una cazuela de frijoles y un puñado de tortillas y puso ambas cosas encima de la mesa.

Cromolitografía de P.P. García, dibujante que colaboró en La Muleta, publicación de la que fue su director Eduardo Noriega Trespicos entre 1887 y 1889, en la ciudad de México.

IV

La comida empezó en silencio.

A la mitad de la misma, preguntó Juan:

-¿No hay pulque?

-Creí que tenías ya bastante en el cuerpo. Pero si me das para la cena iré a buscarlo.

-No tengo nada que darte.

-Pues entonces pásate sin él.

Otro momento de silencio, durante el cual asomaron dos lágrimas á los ojos de Chucha.

Juan! Dijo enjugándolas con el revés de la mano.

-¿Qué hay? –respondió el carpintero alzando los ojos.

Y añadió viendo que su mujer lloraba:

-¿Riego de plaza tenemos;

-¡No hagas caso! ¿quieres hacerme favor de escucharme?

-¡Habla! Si es que no dices muchas tonterías.

Chucha sacó un papel del bolsillo.

-¿Sabes lo que es esto? –dijo.

-Sí, un boleto.

-Pues mañana se cumple, y vamos a perder la colcha y los zarapes, mientras que los chiquillos pasan la noche tiritando de frío.

-¡Bah! ¡exageraciones tuyas! ¡A esa edad de cualquier modo se duerme bien!

-Además, Andrés está desnudo…

-¿Y qué?

-Y Lupe anda ya enseñando los codos.

-¿Y qué?

-Que necesito comprar algunas varas de manta.

-Pues ahora no hay dinero.

Juan!

-¿Todavía… vas á llorarme más lástimas?

-No, voy a pedirte un favor.

-¿Cuál?

-¡Que no vayas hoy á la corrida! ¡Que me des el peso que vas á gastar en esa barbaridad!

-¿Estás loca…? ¿No ir á la corrida, cuando hay embolado?

¡Juan! ¡dame ese peso que me hace mucha falta! ¡Que no quiero perder esa ropa! ¡Que necesito vestir a los muchachos!

-¿Pero no oyes que hay embolado?

-¡Juan! ¡por la Virgen de Guadalupe! ¡Por el amor de tus hijos!

¿Qué tendrá que ver el amor de mis hijos con los toros? ¡Ya se arreglará todo eso!

-¿Cuándo?

-Cuando se pueda.

Juan!

-¡Que me dejes en paz! ¡Pues no faltaba más sino que no pudiera uno ir a distraerse un rato!

Chucha saltó en la silla como una leona.

-¡Vete! ¡vete á gastar en cuernos el pan de tus hijos! –gritó echando chispas por los ojos. –Vete á cometer la infamia de que se avergonzaría el último ladrón!

Se oyó el ruido de una tremenda bofetada y Chucha cayó a plomo sobre la silla.

En esto, aparecieron en la puerta de la vivienda, tres chiquillos, rotos, como tres adanes, sucios, desgreñados, polvorientos.

El mayor no pasaba de ocho años: el más pequeño no había cumplido cuatro.

¡Papá! ¡Papá! –gritó uno de ellos lloriqueando.

Anselmo el tuerto me ha hecho una herida en este hombro, jugando el toro! ¡Hiji! ¡Hiji!

El carpintero se encasquetó el jarano, se abrió paso por en medio de su prole y se dirijió rápidamente hacia el Salto del Agua.

V

La corrida fue mala, considerada bajo el punto de vista artístico.

Los toros, demasiado civilizados, no echaron al aire sino cuatro ó cinco bandullos de jamelgo.

¡Y qué es esto para dar al pueblo ideas viriles?

¡Nada, ó casi nada!

El pueblo, para que tenga grandes y robustos sentimientos, necesita que en cada uno de esos espectáculos haya muchos metros de tripas chorreando sangre, arrastrando por la arena.

Verdad es que un picador fue a la enfermería, a consecuencia de un batacazo.

Verdad es que el mismo Ponciano sufrió un achuchón, sin consecuencias.

Pero ¿qué es este magro contingente para dar realce a una corrida?

Para colmo de males, los animalitos se entableraron, y el afamado diestro tuvo que matarlos como Dios quiso. A estocada de ciego, sin reparar si daba en pleno morrillo o encima del ramo.

Pero, en cambio, si la corrida fue mala, el embolado fue bueno, demasiado bueno.

Tanto, que merecía haber tenido las puntas libres.

No hacia medio minuto que estaba en el redondel, y ya había una docena de barriles de pulque, digo, de pelados mordiendo el polvo.

Nuestro amigo Juan, chaqueta en mano, le dio cuatro o cinco quiebros dignos de Costillares.

Pero al sexto, el emboladito despreció el trapo, se fue al bulto, y Juan se encontró, sin saber cómo, á tres, o cuatro metros sobre la cabeza de la fiera.

La ley de la gravedad le hizo descender; pero cayó en plena cuna, y efectuó una nueva ascensión.

VI

Dos horas después, entraba una vecina apresuradamente en la vivienda de Chucha.

-Vecina –le dijo- tengo que darle una mala noticia.

-Hable usted, vecina. Hace tiempo que no espero ninguna buena.

-Pues es el caso de su marido…

-¿Ha habido mitote en la plaza? ¿Está en Belem?

-No señora, lo cogió el embolado…

-¡Jesús!

-Y está en el hospital con tres costillas rotas.

Chucha se llevó las manos a la cabeza.

Y luego murmuró con voz sorda:

-¡Dios mio! ¡Dios mío! ¿Qué comerán mis hijos mañana?

Febrero de 1888.                                                                              FEDERICO DE LA VEGA.

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EL ESTRIDENTISMO EN LOS TOROS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Caricatura de Ramón Alva de la Canal que ilustra a Juan Silveti desde el estridentismo. Col. del autor.

    Leo en estos últimos días un libro que recomiendo ampliamente. Se trata de: Manuel Maples Arce: Las semillas del tiempo. Obra poética 1919-1980. Estudio preliminar de Rubén Bonifaz Nuño. Veracruz, Universidad Veracruzana, 2013. 216 p. (Serie Ficción).

En el mencionado volumen, se recogen los cuatro libros que Maples Arce escribió entre 1922 y 1980. Se trata de: Andamios interiores, Vrbe, Poemas Interdictos y Memorial de la sangre, de los que, como apunta Rubén Bonifaz Nuño, en su extraordinario Estudio preliminar: [son] Libros breves, de apenas unos centenares de versos. Y con todo esto, fueron bastantes a remover la literatura mexicana, y a crearle elementos que todavía la sostienen y la alimentan.

Y es que Bonifaz Nuño entró a detalle en un ensayo donde de poeta a poeta, puso muchos elementos en su auténtica condición de equilibrio, para entender lo que significó en su momento, la irrupción de uno de los movimientos literarios más extremistas que haya registrado el ambiente cultural mexicano en el siglo XX.

El estridentismo, desde su sola designación o etiqueta, y luego la forma en que permeó, lo que produjo no sólo fue un sismo. También un sisma que colapsó el andamiaje perpetuo que venía mostrando aquella sucesión de generaciones, eso sí de grandes escritores que nunca imaginaron encontrarse con una revuelta de aquel pequeño grupo que encabezaban, entre otros el propio Maples Arce, junto con Germán List Arzubide los cuales, al amparo del escándalo lanzaron sus consignas como aquella que decía: “¡Muera el Cura Hidalgo!”, refiriendo con ello ese llamado a la libertad, paralela en su sentido a la de 1810, para despertar a quienes dormían en su comodidad de tradiciones paralíticas.

Eran los días en que los estridentistas, encabezados por Manuel Maples Arce ya habían desplegado su famoso “Manifiesto” aquel que culminaba con la sentencia “¡Que viva el mole de Guajolote”.

Ya las miradas fijas de mil espectadores / esperan hidrofóbicas la fiera astada y brava. / Por fin se abre una puerta; / salta a la arena el toro / y nótase voltaico mover / de seda y oro.

Le presenta una capa a manera de pauta / y la burla sangrienta toma sus tintes trágicos. / Mas luego estridentista se siente el indio grave / y arrodíllase impúdico ante la fiera ingrávida.

En 1923, circuló una muestra evidente de aquel movimiento estético, plástico y literario que irrumpía con alardes contestatarios que dejaron una huella indeleble por aquellos tiempos, y en los toros, no fue la excepción. Veamos:

 OTRA CORRIDA LÍRICA.

 La Avenida Oaxaca, sistemática y grave,

presenta ostentaciones de glaucas armonías,

los coches endémicos se debrayan unánimes

pletóricos de anémicos.

 

Ya el circo está esclerótico,

no caben más anémicos,

sin embargo en las puertas

se agolpan cinemáticos los retardados clínicos

que pugnan cual clemátidas

por divisar de lejos los lances anatómicos.

 

Ya los paraguas cónicos a las damas protegen

del rubicundo Febo.

Ya los tristes periódicos tramitan emociones

y los gritos cromáticos

de los bárbaros celtas,

parecen remembrarse entre las multitudes

que se alzan matemáticas.

 

Los acordes prosódicos de una murga estridente

ululan cual funestos sonidos pentagrámicos.

 

¡Oh, la música glauca!

¡Oh, los tristes periódicos!

¡Todo esto es muy hermoso!

 

El mecanismo eléctrico de un reloj metafísico

marca la hora unánime

y un obeso académico

ordena la apertura de la fiesta volcánica.

 

Un grupo abigarrado de gladiadores químicos

avanza vertical entre la arena cálida.

 

Las caras de estos hombres

parecen melancólicas

y amarillean grisáceas

cual tímidas crisálidas.

 

Ya las miradas fijas de mil espectadores

esperan hidrofóbicas la fiera astada y brava.

por fin se abre una puerta;

salta a la arena el toro

y nótase voltaico mover

de seda y oro.

 

Le presenta una capa a manera de pauta

y la burla sangrienta toma sus tintes trágicos.

Mas luego estridentista se siente el indio grave

y arrodíllase impúdico ante la fiera ingrávida.

 

Luego, estiliza un diptongo de garapullos clásicos

que coloca estruendoso entre aplausos polícromos.

 

La fiera embravecida suena como un relámpago

y clava sus pitones en las carnes fosfóricas

del torero amarillo.

Y se escucha un programa.

 

Un ambiente de drama se oye entre las gradas

y un enjambre de lágrimas

florece entre las damas.

 

Mas pronto un nuevo artista

derrápase sonámbulo y a la fiera derriba

en forma telegráfica.

 

Soy máquina sangrante,

dice el toro traumático

y así exhala un apéndice

de carne arenizada.

 

Una caja de aplausos se prodiga al atleta

que ha matado vengando la sangre intoxicada.

 P. Jr. (Paco)

    Tal, se publicó en El Universal Taurino. T. III., México, D.F., martes 5 de junio de 1923, Nº 86, p. 15.

La presencia del estridentismo amenaza con presentarse otro día de estos con nuevos y más provocadores poemas que, en buena medida llevan metida en sus entrañas, a toros, toreros y demás arcángeles o demonios que anden por ahí.

 

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“JOSELILLO” EN MOCEDAD.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Joselillo en mocedad. Col. digital del autor.

    Cuando Laurentino José Rodríguez (1922-1947) acudió a la calle de Bolívar 87, sitio en el que se encontraba el gabinete fotográfico de Carlos Ysunza –el “Fotógrafo de los toreros”-, es porque este joven novillero hispano, avecindado en nuestro país años atrás, estaba convencido de que lo suyo era triunfar.

Pronto, cambió la ropa de civil que llevaba puesta para colocarse un modesto traje de torero, no de luces, sino de pasamanería -¡eso que importaba!-. Debe haberse alisado el cabello, y luego liarse, no tan bien, pero así lo hizo, el capote de paseo que lleva en su lado izquierdo, de donde hay que contener un corazón a punto de desbordarse de ese pecho toda ilusión. Y su sonrisa es sincera, ingenua acaso, de una espontaneidad pasmosa.

Ysunza lo conmina a relajarse, a abrir un poco el compás y mostrarse torero, lo que seguramente no le costaba ningún trabajo al futuro “Joselillo”, figura entre las figuras de la novillería hispano-mexicana que puso en marcha sus ilusiones desde aquellos primeros días de 1945. Y entre las sombras que se proyectan como resultado de las lámparas que utilizan los buenos fotógrafos, o más bien, como ahora debemos comprenderlo, los fotógrafos “a lo clásico”, a la antigua”, queda para la posteridad este interesante retrato.

Y hete aquí que, cuando José debió esperar algunos días y recoger aquel trabajo, en el que por fin se veía retratado, esta imagen de cuerpo entero parece haberse convertido de buenas a primeras, en el gancho publicitario con el que ese joven genial salió a conquistar el mundo, a la afición de diversas regiones del país, antes de llegar a la plaza “México”, precedido de una fama que ninguno otro alcanzó –como novillero, insisto-, en el siglo pasado.

No tengo claro si en alguna ocasión, logró torear, quizá en uno de esos “Jueves Taurinos” que organizaba Joaquín Guerra en “El Toreo” de la Condesa. Pero su presentación capitalina, la que tanto anheló y que fue el trampolín para ponerlo en lugar de privilegio ocurrió el 25 de agosto de 1946, cuando al enfrentarse al novillo “Campero” de “Chinampas”, y armar la tremolina, con un toreo de escándalo, despacioso, bajando las manos y volviendo locos a quienes asistieron aquella tarde, es porque terminó siendo llevado en hombros por los “capitalistas”, luego del corte de orejas y rabo de aquel ejemplar, mientras que a su segundo no pudo conseguir gran cosa, pues al caer la noche, la luz artificial no ayudó en nada y la gente, entusiasta ya invadía el ruedo para llevárselo en andas.

Recientemente se han ido otras dos figuras –me refiero a Amado Ramírez “El Loco”, y Alfonso Lomelí-, y que ocupaban lugar como “decanos”; eso sí, cada quien con un estilo propio, en el que destacan las genialidades o “barbaridades” que habría hecho en diversas tardes el “Loco” Amado.

Ya en nuestro país, desde varios lustros antes, se habían forjado algunos claros ejemplos de esos jóvenes que desbordan afición y son capaces de comerse al mundo. Eso sucedió en casos como los de “Carmelo” Pérez, Agustín García Barrera, José “El Negro” Muñoz, Alberto Balderas, Lorenzo Garza, Luis Castro, Silverio Pérez, el infortunado Miguel Gutiérrez y otra larga y caudalosa lista de aspirantes que se entregaron a ese disfrute de presentarse como novilleros y luego replicar sus actuaciones rodeados de una aureola especial, en donde lo único que hacía falta era verlos torear, y que en esas nuevas tardes revalidaran y confirmaran lo que el rumor venía manejando.

En muchos casos, no fue casualidad, y la afición tuvo por esas épocas una auténtica barajas de posibilidades que luego, cada quien se encargó de consolidar ya como matadores de toros, y vaya que los hubo.

Sin embargo, en el caso de “Joselillo”, el caso escala varios niveles que eran una especie de excepción, y por los que no habían transitado otros, refiriéndome a la estatura alcanzada por “Carmelo” Pérez que parece ser pudo llegar a sitios y cotas que nadie había logrado.

Entre la fecha del 25 de agosto y la del 28 de septiembre de ese mismo 1947, año que ya empezaba a mostrar un trágico balance luego de dos lamentables muertes: la de Manuel Rodríguez “Manolete” y José González “Carnicerito de México”, y que causaron conmoción en la sociedad de aquel entonces.

Así de entregado toreaba este genial novillero…

   “Joselillo” que seguía impactando con su toreo de arrojo, de ponerse ya no solo a milímetros de los pitones, sino ofrendarse como carne de cañón y verse más en los aires que en lo que era lo suyo –es decir, torear-, tuvo que someterse no sé si a sí mismo o a las desproporcionadas demandas de una afición que pudo haberlo orillado al sacrificio. Pero José, a pesar de todo, y así lo creo, quería aprender a torear, tener una técnica que fuera impidiendo los duros golpes y hacer más gozoso su ejercicio… Sin embargo, no contaba con que “Ovaciones”, novillo de Santín se le atravesaría en su camino, y en mala hora. Sin embargo, la cornada, aunque grave (fue en la ingle derecha, con sección total de la arteria femoral (…); y cuando parecía haberse salvado, falleció de una embolia pulmonar el 14 de octubre siguiente, como lo manifiesta Heriberto Lanfranchi en su célebre y ya clásico libro La fiesta brava en México y en España. 1519-1969 (T. II., 523).

En plena locura, enfundado en vendajes que impedían se escapara ya más sangre…

   Aquella inesperada embolia pulmonar puso fin a la joven promesa de un torero que, habiendo nacido en suelo español, acabó siendo tan mexicano, y que Gloria Noriega, desde el territorio de la poesía, así lo “retrató” también:

Triunfo y apoteosis de “Joselillo”.

 A José Rodríguez “Joselillo” en el

día de su presentación.

 

Nervios de plata caliente

de Federico García.

Nervios de plata que bordan

lances de milagrería.

 

¡Qué poema extraordinario

el gran gitano le haría

al capote desmayado

de tu ardiente fantasía!

Fiebre de crispadas ansias

a la tarde estremecía.

Y el lucero de la noche,

asombrado, descendía.

 

El viento frandulero

de estupor enmudecía,

y quieto quedó, tan quieto,

que un sepulcro parecía.

 

Silencio de adoraciones

a las almas recogía.

Y en tu ser alucinado,

un astro resplandecía.

 

Derechazos, naturales

sedientos de eternidad.

Lentejuelas que palpitan

sin prisa en la obscuridad.

 

Enloquecido, el tendido

la muerte pídete ya

de aquel toro, que embrujado

en tu capote se va.

 

Pero en tu frente hay promesas

y anhelos de inmensidad.

Y en tus labios hay frescura

ardiente de manantial.

 

La Virgen gitana llora

azucenas de cristal.

Y San Gabriel te protege

con el nardo de su afán.

 

Córdoba peina sus crenchas

y ya la Giralda está

aromando la corona

que tu frente ceñirá.

 

Mas no olvides que en la arena

de esta fiel Tenoxtitlán (sic)

cien mil corazones locos

tu retorno aguardarán.

En pleno martirologio.

   De otros toreros, y otras épocas, recuerden que mañana jueves platicaré sobre ello. La cita, en el auditorio “Silverio Pérez” a las 20 horas. Atlanta 133, a un lado de la plaza “México”.

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