POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
“La raza de Atenco da gracias al C. Presidente por la abolición de las Corridas de toros”. La Orquesta, 3ª época. T. I., Nº 58 del sábado 11 de enero de 1868. Colección del autor.
La historia, mi consejera fiel y siempre atenta a compartirme, como ahora lo hago con ustedes, de todo aquello que le otorga significado y peso al que ha sido ese recorrido, casi cinco veces centenario en nuestro país, da a la tauromaquia un lugar especial, donde se acumulan fechas y hechos notables, componentes de enorme valor que articulan la sólida presencia de un espectáculo el cual, por sí solo da motivos para valorarla y analizarla en su más justa y real dimensión.
En ese sentido, los temas o asuntos que surgen de su rica influencia, son aquellos provenientes de siglos coloniales. O del intenso XIX, en el que aún, hoy día, remueven espíritu e ideas ya renovadas; mismas que hablan sobre el hecho de que ha cambiado la forma, no el fondo.
En ambos espacios temporales –que son de mi particular interés-, el toreo cobró una importancia especial, pues estando detentado buena parte del tiempo por la nobleza, fue el pueblo el que también la hizo suya. Y si las grandes demostraciones ocurrieron en espacios urbanos; el entorno rural fue nutriente donde se afinaron y afirmaron otras tantas suertes, a pie o a caballo, que luego regresaban a la plaza pública enriquecidas.
De aquellos señores con nombre, apellido y linaje bien conocido, se puede pasar también al más absoluto de los anonimatos, donde otros personajes, de quien ahora se sabe nada, se encargaron de divertir, entretener y admirar a diversos sectores de aficionados en gestación. Sabemos que, al profesionalizarse el espectáculo y este quedar regulado por tauromaquias o reglamentos, hubo de entenderse desde una nueva apreciación, más técnica que lírica, con lo cual esos sectores de interesados, comenzaron a entender de mejor manera las particularidades en el manejo del ganado y en general, todo aquello relacionado con el desarrollo mismo de la lidia. Por eso, al cabo de un tiempo relativamente corto, nuestros antepasados, tuvieron oportunidad de aprender y aprehender el toreo gracias al conjunto de lecturas que se consagraban en dar a conocer esos aspectos.
Mucho de aquello también, fue gracias al papel que desempeñó un círculo de personajes que se cultivaron y difundieron o diseminaron aquel conocimiento emprendiendo la labor periodística en diversas publicaciones, por medio de las cuales se dio a conocer no solo su punto de vista, sino que también hubo posicionamiento o tendencias.
Es bueno recordar que ese fenómeno se acentuó en forma por demás significativa, desde que se reanudaron las corridas de toros en la ciudad de México (esto a finales de 1886), tras el largo receso que se impuso al espectáculo a finales de 1867. El caso, si se aprecia desde una perspectiva “a la ligera”, nos lleva hasta el punto de concluir que Benito Juárez no era afecto a dichas representaciones, de ahí que las prohibiera.
Sin embargo, tal episodio me llevó, en lo personal, a elaborar una investigación que resultó ser mi tesis de maestría en Historia de México, cuyo título es: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia, 1996. Tesis que, para obtener el grado de Maestro en Historia (de México) presenta (…). 221 p. Ils., fots.
En la misma, llegué a plantear los siguientes aspectos:
Historiar las diversiones públicas no es común. Ni es común tampoco, hacerlo con la fiesta de los toros -sobre todo a un nivel riguroso y serio-, por todo el significado de barbarie y violencia que es condición sine qua non en tal espectáculo.
Por otro lado, muy amplia puede considerarse la bibliografía en este género de diversión, aunque poca la que en verdad ofrece posibilidades de información clara y valedera. Pongo mi «cuarto a espadas» no con intenciones manifiestas de hacer señalamientos ligeros sobre el tema por abordar. Va más allá el propósito. Desde luego, el toreo encierra valores de sentido técnico y estético que se proyectan en el gusto de las masas y es algo que en la literatura ha trascendido. Sin embargo, el espacio temporal donde detengo la vista, encierra tal riqueza de la cual no voy a sustraerme. El siglo XIX mexicano -siglo de reacomodos y asentamientos- y todo lo que él implica, ofrece la gran posibilidad de relacionar acontecimientos político-económico-sociales que inciden de una u otra forma en la tauromaquia, recogiéndose testimonios que dejan muy bien marcado lo dicho anteriormente.
En 1867 luego de la Restauración de la República, se prohíben las corridas de toros. Pretendo para ello justificar con base en análisis y testimonios profundos, el o los motivos que se involucraron en la prohibición. Llama la atención que las corridas básicamente dejaron de darse en el Distrito Federal -lugar donde se expidió el decreto mejor conocido como Ley de Dotación de Fondos Municipales-, por un periodo de 20 años.
¿Qué debió ocurrir entonces, para disponer un espacio tan grande y no consentir más las fiestas taurinas?
Ello, mueve a preparar un estudio que se remonte al siglo XVIII, pues en él encontramos evidencia e influencia muy claras que superaron la alborada del XIX y continuaron manifestándose con sus sintomáticos caracteres (que descansan en bases de relajamiento social; asunto este, de total importancia al análisis).
Para ello se ha diseñado una estructura que permita acercarse con detalle al sentido de mi proposición de tesis, dejando que explique toda la gama de ideas y hechos propios de la fiesta, procurando no dejarse llevar por atracciones vanas; pues causan apasionamiento, lográndose -así lo creo- sólo parcialidad y compromiso.
He aquí el esquema:
-Antecedentes. El espectáculo taurino durante el siglo XIX. (Visión general). Para ello, será necesario acudir a la centuria anterior que da pie a comprender los comportamientos sociales, mismos que se relacionan con la actividad política y de emancipación dada desde 1808. El toreo, por tanto, sufrirá su propia independencia.
-Plazas, toreros, ganaderías, públicos. Ideas en pro y en contra para con el espectáculo; viajeros extranjeros y su visión de repugnancia en unos; de aceptación, sin más, en otros.
-Motivos de rechazo o contrariedad hacia el espectáculo, ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Para ello viene en seguida una justificación.
En las circunstancias bajo las cuales se mueve la diversión popular de los toros en México y durante el siglo XIX, vale la pena detenerse particularmente en 1867, profundizar en ese sólo año y tratar de acercarnos a las causas motoras que generaron la más prolongada prohibición que se recuerde, en el curso de 470 años de historial taurómaco en nuestro país (esto, entre 1526 y 1996).
La tauromaquia como divertimento que pasa de España a México en los precisos momentos en que la conquista ha hecho su parte, inicia su etapa histórica justo el 24 de junio de 1526 y adquiere, al paso de los años cada vez mayor importancia y consolidación al grado de estar en el gusto de muchos virreyes y miembros de la iglesia; así como entre las clases populares.
Ocasiones de diversa índole como motivos reales, religiosos o por la llegada de personajes a la Nueva España, eran pretexto para organizar justas o torneos caballerescos; esto en el concepto del toreo a caballo, propio de los estamentos. Luego, bajo el dominio de la casa de Borbón se gestó un cambio radical ingresando con todas sus fuerzas el toreo de a pie. Tal fue causa de un desprecio (y no) de los monarcas franceses contra las «bárbaras» inclinaciones españolas, sustentadas hasta el primer tercio del siglo XVIII por los caballeros hispanos y su réplica en América. Así, el pueblo irrumpió felizmente en su deseado propósito de hacer suyo el espectáculo.
A fuerza de darle forma y estructura fue profesionalizándose cada vez más, por lo que alcanzó en España y México valores hasta entonces bien estables. En los albores del XIX surge en México el convulso panorama invadido por el espíritu de liberación, para emanciparse del esquema monárquico. Tras la guerra independentista lograron nuestros antepasados cristalizar el anhelo y la nación mexicana libre de su tutor colonial inició la marcha hacia el progreso, con sus propios recursos.
Y en el toreo ¿qué sucedía?
El ambiente soberano que se respiraba en aquellos tiempos permitió todo concepto de tolerancias. Fue entonces que el libre albedrío, la magia o el engaño de improvisaciones llenaron un espacio: el de las plazas de toros, donde se desarrollaron los festejos. El toreo basaba su expresión más que en una fugaz demostración de dominio del hombre sobre el toro, en los chispazos geniales, en las sabrosas y lúdicas connotaciones al no contar con un apoyo técnico y estético que sí avanzaba en España, llegando al grado inclusive de que se instituyera una Escuela de Tauromaquia, impulsada por el «Deseado» Fernando VII. Todo ello, a partir de 1830. Pero no avanzaba en México de forma ideal, probablemente por el fuerte motivo del reacomodo social que enfrentó la nueva nación en su conjunto.
Con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría así, con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cádiz, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.
Mientras tanto, el ambiente político que se respiraba era pesado. El enfrentamiento liberal contra el conservador, las guerras internas e invasiones extranjeras fueron mermando las condiciones para que México lograra avances; uno de ellos, aunque tardío, llegó el 15 de julio de 1867 cuando el Presidente Benito Juárez entra a la capital y restaura la República.
Se discuten auténticos planes de avanzada y la fuerza que adquieren los liberales, el ingreso del positivismo como doctrina idónea a los propósitos preestablecidos -con su consigna de orden y progreso-, ponen en acción nuevos programas. Aunque extraña y misteriosamente Juárez, ya casi al concluir ese año de la restauración, prohíbe las corridas de toros.
Extraña su resolución. El, que había asistido en varias ocasiones a festejos en compañía de su esposa -para recaudar fondos para las tropas partícipes en las jornadas de mayo de 1862-, cambió de parecer, sin más.
Cabe hacer ampliación de otras posibles causas además de la ya expuesta, que por muy explícita se reduciría al antitaurinismo del Benemérito.
Los otros motivos de estudio son:
-Influencia de los liberales y de la tendencia positivista;
-caos y anarquía en el espectáculo, oposición del «Orden y progreso»;
-posible presencia de simpatizantes del Imperio de Maximiliano, los cuales pudieron haber girado en torno a la órbita taurina;
-la influencia del federalismo;
-un incidente de Bernardo Gaviño en el gobierno de Juárez en 1863;
-la prensa como dirigente del bloqueo a las aspiraciones del espectáculo taurino en 1867;
-con la reafirmación de la «segunda independencia», ¿sucede la ruptura?;
-temor de Benito Juárez a un levantamiento popular recién tomado el destino del gobierno;
-incidencias probables que arroja el Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación el 7 de julio de 1859;
-la masonería: ¿Intervinieron sus ideales en la prohibición?; y
-de que no se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los Ayuntamientos Municipales cuáles gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES y en él se alude al derecho que tenían los Ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada).
En la próxima entrega, compartiré las conclusiones que estos aspectos significaron para la investigación.