Archivo mensual: enero 2020

GALERÍA DE TOROS FAMOSOS y TOROS INDULTADOS EN MÉXICO. SIGLOS XVI a 1946. (III).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Portada de la edición que aparece en Bolonia en 1782 y retrato del autor.

   Uno de los mejores relatos sobre el papel de los “toreros” anónimos en la Nueva España, lo escribió fielmente Rafael Landívar S.J. (1731-1793) en su obra Por los campos de México, o Rusticatio mexcana en 1782. Allí quedaron plasmadas las formas de ser y de vivir del criollo, quien se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana pasados los años centrales del siglo XVIII.

   Por los campos de México,[1] publicada en Bolonia en 1782 está compuesta en bellos hexámetros, que es el verso épico por excelencia. Además, el padre Landivar se prodigó especialmente en esta obra ya que fue uno de los poetas mayores de la latinidad moderna, puesto a la altura de Poliziano, Frascatorio o Pontano, en opinión de Menéndez y Pelayo.

De entrada nos dice: «Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales como la lidia de toros feroces en el circo». Son las primeras visiones de Landivar -hechas probablemente antes de la expulsión de los jesuitas en 1767-, donde «sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro».

La formación de Landivar como jesuita permite contemplar un amplio espectro de la sociedad novohispana en general, y del espectáculo en particular, por lo que en otra parte de sus apuntes anota: «Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional…» encontrarnos que el toreo en México, en aquel entonces, cuenta ya con las bases que le dieron carácter al espectáculo, mismo que presenció en alguna provincia, puesto que no vemos en su descripción ninguna referencia a plaza «formal».

El autor describió la salida al ruedo de un novillo «indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza» y ante él, el lidiador «presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas [donde] hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco [que] esquiva las cornadas mortales». Estamos ante el origen mismo del toreo de a pie en su forma definitiva.

La fiesta que presenció Rafael Landivar tiene sorpresas reveladoras. Luego de admirarse de la bravura de aquel toro «más enardecido de envenenado coraje», salió el lidiador «provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, [y] rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro…», y ya que el astado tiene clavada una banderilla, «el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la pezuña tanteando las posibles maneras de embestir».

Toda esta escena es representativa del modo inverso en que se efectuaba la lidia: es decir, banderillaban primero y después lo picaban, e incluso, deben haberse mezclado las suertes aprovechando una ciega bravura del toro, dato que sorprende pues revela un tipo de embestida hasta entonces desconocida, en virtud de que la crianza y selección como se conocen hoy en día, no eran métodos comunes entre los señores hacendados. O lo que es lo mismo, no había evidencia clara en la búsqueda de bravura en el toro, desde un punto de vista profesional.

   «La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida». Fascinante descripción de la suerte de varas, misma que se efectuaba seguramente de forma parecida a la actual, con el pequeño detalle de que los caballos no llevaban peto.

Se intentó darle orden al espectáculo, pues es posible que se encontrara una autoridad, la cual mandaba «que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte» seña de la formalidad que se pretendió imprimirle a la fiesta, que a pasos agigantados se alejaba de una improvisación muy marcada.

   «…el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza, desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro». Momento de encontradas situaciones donde el matador y el jinete decidían por un mismo fin: la muerte del toro. Parece como si todavía permanecieran grabadas las sentencias que impuso la nobleza al atravesar con la lanza al toro y así, dar fin a un pasaje más de la diversión. Landivar marca un lindero entre el torero de a pie y el de a caballo:

   «El toro, (…) arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acometer, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador».

Finalmente, el protagonista de todo este relato fue el torero que echó pie a tierra, quien expuso su vida en esos difíciles momentos de cambio: la transición del siglo XVIII al XIX. Este último recibió un toreo cuyo valor alcanzó momentos de verdadera grandeza.[2]

De 1783 es la Descripción de las Fiestas que hicieron los diputados de la ciudad de Tehuacan, en celebridad de la dedicación del templo de Nuestra Señora del Carmen. Su autor. D. Francisco Joseph de Soria, nos obsequia el

 Rasgo Épico

Bella escuadra de Moros, y Cristianos

al general concurso iba rigiendo

con las lenguas, los ojos, y las manos,

y el desazón pasado previniendo

del desafío arrogante

ningún oyente se quedó ignorante.

 

Mas que mucho si entonces ya se veía

un pequeño vestigio, un leve rastro

de cómo aquella celestial Poesía,

producción era del insigne Castro,

que de Ángel, mas que de hombre

sobre mil vivas elevaba el nombre.

 

Entretanto el Señor don Joseph Prieto

para las Fiestas Reales, que procura,

examina sujeto por sujeto,

y el acierto entre todos asegura,

ya la noche fallece,

y el concurso con ella desaparece.

 

Pero qué importa si otro nuevo día

en los brazos nació del rubio Apolo,

a dar a Tehuacan más alegría,

que a infelices arenas dio el Pactólo

imágenes funestas,

si bien doradas; vamos a las Fiestas.

 

Se presentó la Plaza guarnecida,

y de nobles Tapices adornada,

sobre un cuadro perfecto constituida,

y a curioso nivel perfeccionada,

tan alegre, tan bella,

que apenas podrá hallarse otra como ella.

 

No por sus galas, no por su grandeza,

ni porque fuese en costos peregrina,

no por su adorno, no por su riqueza;

sino es porque le dio mano divina

por divisa española

gracia especial de ser como ella sola.

 

El Castillo en el medio se miraba

asunto digno de inmortal Poesía,

que en tres cuerpos formales descollaba

dispuestos en perfecta simetría,

de cuyo Arte, y Figura

se hicieron cargo la Poesía, y Pintura.

 

El primer día de Fiestas en media hora

se vió la Plaza tan de gente llena,

que aquel esmero mismo, que la explora

es inquietud, que mas la desordena,

cuyo remedio inicia

valida de las Armas la Justicia.

 

A este tiempo pobladas las Lumbreras

de varias gentes observó el cuidado:

De voces racionales, y parleras

un jardín era, sí, cada Tablado,

que al Cielo comparaba

si no lo que lucía, lo que brillaba.

 

La Nobleza primera no se excusa

de señalar aquel festivo anhelo

con varias galas; mas espera Musa,

que arrastrando tu acento por el suelo,

ya con sonora pompa

viene el Violín, el Pífano, y la Trompa.

 

Abriéronse las Puertas principales

de la Plaza, y a un tiempo entrar en ellas

se vieron en dos Niños especiales

sobre dos Brutos fijas dos Estrellas,

que en el punto que entraron

de Géminis el Signo figuraron.

 

Uno era Pliego Príncipe Cristiano,

adalid de la Noble comitiva,

que venía conduciendo a Don Mariano

de la Vega, en acción la más festiva,

de Músicos, y Criados

igualmente vestidos, y adornados.

 

El otro Prieto fue Príncipe Moro

de Don Joseph Mateos también seguido

para el efecto mismo, que un Tesoro

(sin ponderarlo) traía en el Vestido,

honrando a sus Blasones

criados cautivos, Músicos Ariones.[3]

 

Con un vestido verde se presenta

de Terciopelo guarnecido de Oro

el partidor Cristiano, a quien intenta

en Arte y Galas exceder el Moro;

pero no lo consigue,

que la conducta igual en los dos sigue.

 

En los cuatro Caballos mil primores

todos admiran de una y otra parte,

y a no diferenciarse en los colores,

decir pudieran que eran los de Marte:

Tal era su viveza,

su hermosura, su gala, su destreza.

 

Tomó cada uno el puesto señalado,

y en esta forma se ordenó el paseo,

pareciendo que hacía uno, y otro lado

iba marchando el Délfico Muséo,

el que siendo concluido

nuevos asuntos emprendió el sentido.

 

Con diestro impulso de sagrada Mano,

llevándose tras si los corazones,

parten la Plaza el Moro, y el Cristiano,

mejor dijera, dos exhalaciones,

que al uno, y otro Bando

no partiendo iban ya, sino volando.

 

Bellas tropas de Moros, y Cristianos

se presentaron en las cuatro esquinas,

que de manera mil corriendo ufanos

las ideas practicaron peregrinas,

que al estruendo de Marte

había curioso prevenido el Arte.

 

Distintas veces en la Plaza entraron

los Cristianos así como los Moros,

y sus festivos juegos alternaron

con varios lances a valientes Toros,

los que ofrecidos fueron

a los mismos que allí muerte les dieron.

 

Querer significar la diferencia

de figuras, de juegos, de labores,

que en los tres días formó la concurrencia

de sus festivos diestros Corredores,

fuera intentar cogellas,

o numeras del Cielo las Estrellas.

 

Baste decir, que fueron repetidas

la Marcha, la Partura, la Carrera,

por tres veces en Galas distinguidas,

la última, si, mejor que la primera,

y que el Día del Combate

el Cristiano valor al Moro abate.

 

Baste decir que ya vencido el Moro,

de ardides muchos se valió este Día:

Como andaban la Pólvora, y el Oro,

publicando las Glorias de MARÍA,

cuya Imagen amante

a la cristiana Fe voló triunfante.

 

Se acabaron las Fiestas, mas no acaba,

ni acabará el Amor de describirlas:

La misma Fama, que las decoraba,

con las cien Trompas no sabrá decirlas;

pero ninguna de estas

fue la mayor ventura de estas Fiestas.

 

Todo lo anduvo disponiendo el modo;

mas quien no admira ver en su progreso,

suceder tanto, y acabarse todo

sin que se hubiera visto un mal suceso,

ni en los torpes ensayos,

ni en la Plaza corriendo los Caballos.

 

Ni en las Torres los bronces agitando,

ni en el Coso a los Toros ofendiendo,

ni en las Risas la Plebe comerciando,

ni en las calles la Pólvora encendiendo;

todo lo gobernaba

mano Divina, que entre todo andaba.

 

Siendo la copia de la gente inmensa,

ninguna cosa se notó perdida,

ni se vio que de Dios alguna ofensa,

públicamente fuese cometida,

ni una voz alterada,

ni una gota de sangre derramada.

 

¡Este si que es favor imponderable

pocas veces del Mundo merecido!

Blazonar puedes Tehuacan amable,

de que tu gozo fue gozo cumplido,

pero no, no blazones,

que MARÍA gobernaba tus acciones.

 

¡O Soberana Reina, y quien lograra,

significar tu Gracia! ¡Quién pudiera,

decir lo que eres Tú! Yo lo intentara,

si como Dios lo sabe, lo supiera,

y entonces sí diría

con toda perfección lo que es MARÍA.

 

Bien veo, Ilustre Conde,

del Mexicano suelo clara Lumbre,

que tu gloria se esconde

a mi talento oscuro,

y que si de ella a la sublime cumbre

por el sereno y puro

líquido el vuelo alzara,

suerte igual a la de Ícaro probara.

 

Mas tanto gano en esto,

y tal virtud en tu Persona admiro,

que el despeno funesto

que a mi arrojo cupiera,

no me atierra: ya en uno y otro giro

por la celeste esfera

lúcida me remonto,

y se aleja de mi el undoso Ponto.

 

En vibrantes fulgores

de blanca luz observo revestidos

a tus claros Mayores,

que con muerte gloriosa

por el Orbe dejaron esparcidos

sus nombres, y la honrosa

fama que se adquirieron,

a su Posteridad la transmitieron.[4]

   Hasta aquí con esa visión y revisión que, sobre el toro encontramos en diversos documentos que provienen del periodo virreinal. No son todos, pero sí aquellos donde están presentes aquellas notorias evidencias al respecto. Seguiré buscando lo más que sea posible para ir contando con una mayor interpretación respecto a tema tan interesante como es el de la manera en cómo aquellos pobladores, y más aún los diversos escritores apreciaron diversas características que nos explican la presencia del toro en los cientos, o quizá miles de espectáculos que se celebraron durante los tres siglos de aquella etapa. En próximas colaboraciones, retomaré el tema nada más aparezcan esas nuevas evidencias, pero el propósito es continuar, y ese hecho permite acceder al siglo XIX, espacio temporal de rica y abundante información que será muy importante conocer para contar con el contexto apropiado y así entender de mejor manera las diversas apreciaciones y otros tantos más que nos llevarán a entender cómo se fue configurando también, aquel sector de la ganadería que vinculó parte de sus procesos a los festejos taurinos. Gracias.


[1] Rafael Landívar, S.J.: Por los campos de México. Prólogo, versión y notas Octaviano Valdés. 2ª. Ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1973.XXVI-218 p. Ils. (Biblioteca del estudiante universitario, 34).

[2] José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 48-51.

[3] Garibay K.: Mitología griega…, op. cit., p. 52.

Arión: hijo de Poseidón y la ninfa Onea. Fue maravilloso tocador de lira y él invento el ditirambo en honor de Dioniso.

[4] Descripción de las Fiestas que hicieron los diputados de la ciudad de Tehuacan…, Op. Cit.

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GALERÍA DE TOROS FAMOSOS y TOROS INDULTADOS EN MÉXICO. SIGLOS XVI a 1946. (II).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Continuando con estos afanes, que tienen como propósito entender en qué forma los autores novohispanos pusieron empeño especial para describir a esa especie animal tan particular como es el toro.

Poca información tenemos del Lic. D. Diego Ambrosio de Orcolaga, Abogado de la Real Audiencia de la misma Corte, quien sacó a luz una espléndida obra el año de 1713, por motivo de la celebración –por espacio de Tres Semanas-, del Natalicio del Serenísimo Señor Infante de las Españas El Sr. D. Felipe Pedro Gabriel… Me refiero a LAS TRES GRACIAS / MANIFIESTAS / En el Crisol de la Lealtad de México, don- / de con universales, celebró su aplauso por / espacio de Tres Semanas, el Fausto, y di- / choso Natalicio del Serenísimo Señor In- / fante de las Españas / El Sr. D. PHELIPE PEDRO GABRIEL, / que prospere la Divina Majestad para Co- / lumna de la Fe, y aumento de su Monarquía / Refiérelo sumariamente por sus Tres Estancias, EL LIC. D. / DIEGO AMBROSIO DE ORCOLAGA, Abogado DE / la Real Audiencia de la misma Corte; / QUIEN DEBIDAMENTE LE DEDICA. Y OFRECE / AL SEÑOR D. DOMINGO / ZABALBURU, / Del Consejo de su Majestad, Caballero / del Orden de Santiago, Gobernador, y / Capitán General, que fue de las Islas Fili- / pinas, y Presidente de la Real Audiencia, / que en ellas reside. / Con Licencia en México: Por los herederos de Juan Joseph Guillena Carrascoso.156 ff. Veamos qué nos dice Orcolaga: 

Si de Astros, y de Estrellas, son fanales…

 

Si de Astros, y de Estrellas, son fanales

del Vulgo de las luces, Presidentes,

no se vieron jamás concursos tales,

venir de las comarcas diferentes

el arte, el gusto y la naturaleza,

ni con más Majestad, ni más grandeza.

Los balcones que al sol fueron lumbreras,

en orden tan valiente descollaron,

que Babilonios fuertes, las esferas

o Babeles confusos los juzgaron:

No sin razón, porque sus primaveras

en fecundos pensiles se atraparon,

y las lenguas, que elogios pretendieron

en tanta multitud, se confundieron.

Mayo, y abril parece que en tal día

barajados en flores se apostaban,

si de ámbares el uno flux decía,

en otro las primeras se miraban:

Cada cual entre si se compería (sic),

cuando por puntos de amalibea luchaban;

que en tales lances, bien supo el verano

por rendirse al real pie, ganar de mano.

La belleza, donaire, y gentileza

de racionales, de cupido arpones

más cuerpo supo a dar su belleza

por robar con más alma, corazones!

Si bandolera aquí naturaleza

a sus leyes fundando en sin razones

dejó a esta gracias, parcas de las vidas

de ella prendadas, del primor prendidas.

 

(La Fiesta de los Toros)

 

En continuado triduo le jugaron

de los que Diana[1] aquel favor menguante

medio círculo enfrente señalaron,

(dilema de la parca terminante!)

cuyo denuedo intrépido juzgaron

ser de otra esfera monstruo dominante,

y es que quizá se desprendió en un vuelo

en tauro transformado, el león del cielo.

De Europa, y de Pasiphe los amados,

de Perilo tormentos encendidos,

de Jafan los ardientes apagados,

y de Jarama linces conocidos,

de toda esta tarde toreados

se vieron acosados, y curtidos,

que en el valor, y el alma de tal día

cobarde se escogió la valentía.

Por que puesto en la lid, el bruto fuerte,

horrible gladiador de arena tanta,

si su fiereza hermosa los divierte,

su despego, y orgullo los espanta;

mas si su vista es teatro de la muerte,

y del asombro su membruda planta,

desvanece esta máquina arrogante

el filo ensangrentado, de un infante.

El jueves, ya que al cesar se le daba

lo que era suyo, a DIOS de todo dueño

de sus mismas finezas se tomaba,

para gratificarle en tanto empeño:

Luz de la zambra del que celebraba

Melchifedec, y Aarón le dio en diseño,

y en el Pan de los Ángeles, de Nieve,

a DIOS le paga con lo que a Dios debe!

Con el que en la vía láctea fue amasado

pan en flor de azucena, siempre bello (…)[2]

 Las astas de los Toros, fingen el semicírculo de Diana (la –del toro de Júpiter, robador de Europa, y de los de aliento de llamas que Jasón apagó con la magia de Medea), cfr. Ovidio, Metan. 2, 846, y 7, 100… –De la demencia de Pasifae, Virgilio, Egl. 6, 45 (y R. Darío, La Gesta del Coso). –Perilo, artífice de Atenas, forjó para Fálaris un toro de metal, que caldeado, arrancaba mugidos a sus víctimas encerradas en él… –Tales mitologías taurinas, las zahiere lindamente D. Leandro de Moratín, en La derrota de los Pedantes; mas olvidó la egregia oda de su padre, D. Nicolás, a Pedro Romero… (Méndez Plancarte).

Nuestro siguiente autor es el que puede considerarse como el primer cronista taurino: Fray José Gil Ramírez, “natural de México, Lector Jubilado del Orden de San Agustín, eruditísimo en las letras humanas… y maestro del célebre joven abogado D. José Villerías y Roelas”, el cual “vivió ciego muchos años y falleció por el de 1720” (Beristain). Su obra capital es Esfera Mexicana (1714), donde hace exquisita y valiente descripción de unas fiestas –como un rapto de una pluma / del águila de Augustino (Orcolaga)-, sin contar otra crónica especial de “Toros y Gallos”, en prosa líricamente gongorina y de grande eficacia plástica: las Sombras del Tauro, que Nicolás Rangel, al catalogar tan deliciosa narración, lo gradúa de el primer revistero taurino del siglo XVIII

El 6 de febrero de 1713, los miembros del Cabildo dijeron:

Que están inmediatas las fiestas del nacimiento del Serenísimo Señor Infante (Felipe Pedro Gabriel, quien nació el 7 de junio de 1712 en Madrid, hijo de Felipe V de España y de María Luisa Gabriela de Saboya), y dispuesta la plaza del Volador para que en ella se lidien los toros.

Anotaba nuestro autor, para empezar:

Tiene el cielo cuarenta y ocho imágenes que ilustran su zafiro una de ellas; que siendo imagen es signo, es el Toro, mentido robador de Europa y luciente honor del cielo; sujeto principal, por ser él la llave dorada de los astros, con la cual abre las puertas del año”.

Y en el día de la gran celebración:

“No bien había hollado la caliente arena el animado bruto, cuando valiente Cuadrilla de rejoneros y ligera tropa de Toreadores de capa, acordonándole el sitio, le había embarazado los pasos; provocábanle con señas y silbidos que atendía furioso; reportándose impaciente, bramaba al estímulo de su enojo, y airado escarbaba la arena; temerosas señas de sus mortales iras. Venció la provocación al reporte, y rompiendo impetuoso, acometió denodado al primero que le esperó atrevido; repitió el cometimiento, librando la vida en algunos lances, por no rendir el hálito, sino por dar el triunfo al más dichoso; murió por último, más que a punta del acero, al precipitado arrojo de su cólera, manchando el suelo con el múrice de su sangre, para escribir con tinta roja, en el trágico papel de la arena, avisos inútiles a los otros. Lidiáronse catorce aquella tarde, con iguales lances y semejantes circunstancias, premios y víctores a los vencedores, como se acostumbra en tales ocasiones. Excedióse en bizarría el Excelentísimo Duque de Linares, que no individuo, porque hablar de esto, después de tantos y tan merecidos aplausos fuera Ligna mitere in Sylvan (echar leños en el bosque).

Portadas de dos de los documentos –tanto de 1713 como de 1724- aquí reseñados.

   En 1722, varios autores se suman al certamen literario “Estatua de la Paz”, esto en Zacatecas, con motivo de la presentación del obelisco que se le erigió al señor Don Luis I (rey de España en 1724). Y entre las notorias exaltaciones, surge aquella que describe parte de las fiestas, como sigue:

Estatua de la Paz.

 (. . . . . . . . . .)

Que muertos los deseos

vieron lograr Pensílicos Hibleos.

o de el templo lo diga

siempre ejemplar de una piadosa viga

la función tan costosa,

con que gracias a Dios dio fervorosa

su devoción activa;

donde, mas que ascua viva

ardía en su pecho amante

la fe, con que constante

al cielo le pedía

por el aumento de la Monarquía:

Precediendo a ella en fuegos, y candiles,

si liberales gastos, no civiles;

porque de su franqueza

cortedad juzga la mayor largueza.

Publíquenlo severas

dentro del Circo las treinta y dos fieras,

que en un día se lidiaron,

a los que las miraron

dando gusto, y espanto,

de su valor con singular quebranto;

ya en los Toros feroces,

que en bramidos, y voces

cobraban la requesta

de su indomable destrozada testa;

ya en cíbolos valientes,[3]

que regionales monstruos eminentes

con erguidas cervices

el color sin matices;

ser cada uno es notorio

irracional lanudo promontorio,

abultado coraje,

de los montes horror, Toro salvaje.

Mas para que me canso

en referirte, lo que bien no alcanzo?

no siendo de mi intento;

sino es, contarte el superior contento,

con que los cisnes sabios,

de otros antiguos émulos, y agravios,

el humor agotaron

de Hipocrene,[4] y hablaron

ebrios de sus cristales

tales elogios en conceptos tales,

como verás curioso,

si el papel leyeres; aunque ansioso

sincopa sea el estilo,

que corte de tu gusto el cuerdo hilo.

Y pues que ya te he dicho,

por uso, por costumbre, o por capricho

el motivo de el hecho,

de ello quedes, o no bien satisfecho;

o me culpes, o no piadoso, o recto;

o te parezca bueno, o imperfecto;

ya cumplí con mi oficio,

(. . . . . . . . . .)[5]

    Para 1749, las fiestas de la proclamación de Fernando VI fueron centro de atención por parte de las autoridades. Su efervescencia continuaba activa. Fue así como la Nueva Vizcaya se suma con una relación más: Hércules Coronado, que a la augusta memoria, a la real proclamación, del prudentísimo, serenísimo, y potentísimo señor D. Fernando VI Rey de las Españas, y legítimo emperador de las Indias, le consagró en magníficas fiestas y gloriosos aparatos, la muy ilustre, y leal ciudad de Durango, cabeza del nuevo Reyno de Vizcaya, quien lo saca a luz… por mano del Sr… México, Colegio Real y más antiguo de San Ildefonso, 1749 / (22). 96 p., que contiene a su vez descripciones taurinas y una pequeña muestra poética.

Anota José Cosío, su autor:

Si preguntamos a los astrónomos, y mitologios, cuál fue la causa de poner el signo de Tauro allá en el cielo, cual la razón de colocarse este bruto feroz entre los Astros, nos responderán desde luego con Higinio, que por haber conducido a las espaldas hasta la sila de Creta sin lesión a Europa (…) Pues si es tal la belleza, y felicidad de Europa, que la venera un animal tan fiero, que un bruto tan horrible como un Toro sabe hacerle espaldas; que mayor obsequio pues de consagrársele en los triunfos invictos de Alcides, que el sacrificio de los Toros en sus aclamaciones, y en sus fiestas. Y ahí puede grabársele esta letra, que como escrita en Salamanca toca, y le viene bien a Europa, sin otra mudanza, que una sola línea:

Galán vizarro Toro…

 Galan vizarro Toro,

divisando de lejos el estrado,

se fulminó bifulco rayo alado,

temiendo en la tardanza su desdoro;

mas de las ideas del fiel decoro

se halló tan sorprendido

del abanico al aire,

que equivocó el favor con el desaire

volante entre aprehensiones de corrido.

No obstante cortesano, y generoso

hace espaldas a Europa victorioso;

con que haciendo paréntesis de bruto,

de discreto merece el atributo.[6]


[1] Diana: diosa virgen de la caza.

[2] José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2)., p. 77-78.

[3] Al parecer era una costumbre más o menos establecida, el hecho de que se jugaran o se corrieran cíbolos. Así como encontramos ese dato con las correrías de Luis de Velasco en el bosque de Chapultepec en 1551, también aparecen mencionados dichos ejemplares en la cuenta de gastos de la recepción del arzobispo-virrey Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta en 1734. Véase: Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs.

[4] Hipocrénides: las musas. Dióseles este nombre por el de la fuente Hipocrene, consagrada a ellas.

[5] Op. Cit., p. 104-105.

[6] Coello Ugalde: Relaciones taurinas…, op. cit., p. 181.

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GALERÍA DE TOROS FAMOSOS y TOROS INDULTADOS EN MÉXICO. SIGLOS XVI a 1946. (TRES PARTES).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

En la “Galería de toros famosos y toros indultados en México. Siglos XVI a 1946” que vengo formando, encuentro entre aquellos viejos documentos virreinales, una notoria exaltación al ganado que entonces salía a las plazas, donde fundamentalmente se realizaban suertes a caballo (como la lanzada, rejoneo y espada, al uso de los tratados de la jineta y la brida; y aquellas donde los plebeyos, dábanse la oportunidad de lucir sus galas con suerte a pie).

No es común encontrar la procedencia de esos toros, salvo contadas excepciones, pero se resuelve el elogioso comentario, en verso o en prosa, que ubicamos, sobre todo, en “Relaciones de sucesos”.

Dichos registros son abundantísimos y si bien no en todos se percibe la misma intención al describir las fiestas, no escapa a la vista de sus autores la perceptible presencia de aquellos toros que dieron realce al festejo o festejos reseñado.

Dada la generalidad del asunto, que ya conocemos casos concretos y más detallados, conviene recoger esas citas elogiosas y entender en esa forma, la interpretación literaria de que nos proveen autores impresionados por el juego, o quizá la casta o la bravura, componentes que dieron motivo a sus elevadas descripciones.

Comienzo con Matías de Bocanegra, quien nació en la Puebla de los Ángeles, y fue uno de los jesuitas de la provincia de México de más vivo ingenio, y de más instrucción en las letras humanas y en las ciencias sagradas, muy estimado de los virreyes y obispos de la Nueva España, según apunta Beristain de Souza. En 1640 escribió nuestro autor lo siguiente:

 Si el toro belicoso

 Si el toro belicoso

ensangrienta sus puntas en el coso

para lograr las eras,

le pone el labrador en sus manseras

(. . . . . . . . . .)

Si le detienen (al caballo), vuela,

reacio pára, si le dan espuela,

y en fin es más difícil gobernallo

que al ave, al pez, al toro y al caballo.

…no hay quien pretenda ser rey de animales;

y regirlos se tiene en más decoro,

que no al caballo, al ave, al pez y al toro. [1]

    La ya conocida María de Estrada Medinilla, viene hasta aquí, y nos obsequia su interpretación, la que observó en las FIESTAS / DE TOROS, / IVEGO DE CAÑAS, / y alcancías, que celebrò la No- / Bilifsima Ciudad de Mexico, à / veinte y fiete de Noviembre / defte Año de 1640 / EN / CELEBRACIÓN DE LA / venida a efte Reyno, el Excelléntifsimo Señor / Don Diego Lopez Pacheco, Marques de / Villena, Duque de Efcalona, Virrey / y Capitan General defta Nueva / Efpaña, &c. / Por Doña Maria de Eftrada / Medinilla /

Oy el Toro fogoso, horror del cielo,

Por feftejar la Indiana Monarchia,

Dexa fu azul dehefa, y baja al fuelo,

Y al robador de Europa defafia:

Todos ayudan con ygual desvelo,

A la solemnidad de tan gran dia,

Marte dá lanças. Y el Amor fabores,

Cañas Siringa, el Iris da colores,

                                                                       Ca

Caballos, y jaezes matizados;

Cordova dió, la Perfia los plumajes,

Telas Milan, Manila diò Brocados,

Las Indias Oro, el Africa los trajes,

Primaveras obftentan los tablados,

Diverfidad de flores fon los pajes,

La plaça conduxera a fu grandeza,

Las de la Inquificion por fu limpieza.

En la forma del dia antecedente,

A fu afsiento llegò el Marques, apenas

Quando un toro enma[n]tado falio ardie[n]te,

Que incendio palpitaua por las venas:

Quexabafe abrafado, y a la gente

No mouia a laftima fus penas,

Siendo el gemido que formaua en vano,

El del toro Falaris tyrano.

Suerte de la lanzada, práctica común durante los primeros años del virreinato. La ilustración, es obra del artista Antonio Navarrete. En Tauromaquia Mexicana.

   Toca el turno a D. Alonso Ramírez de Vargas, quien en 1677 escribe su Romance de los Rejoneadores que es parte de la Sencilla Narración… de las Fiestas Grandes… de haber entrado… D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México, Vda. De Calderón, 1677. Dicha obra celebra las Fiestas por la mayoridad de D. Carlos II, 1677. Ramírez de Vargas ofrece una delectación indigenista en esta Sencilla Narración… y refulgen los romances para los rejoneadores –una de las más garbosas relaciones taurinas al gusto de Calderón-… Respetando la ortografía original:

    Diose al primer lunado bruto libertad limitada, y hallándose en la arena, que humeaba ardiente a las sacudidas de su formidable huella, empezaron los señuelos y silbos de los toreadores de a pie, que siempre son éstos el estreno de su furia burlada con la agilidad de hurtarles –al ejecutar la arremetida- el cuerpo; entreteniéndolos con la capa, intacta de las dos aguzadas puntas que esgrimen; librando su inmunidad en la ligereza de los movimientos; dando el golpe en vago,[2] de donde alientan más el coraje; doblando embestidas, que frustradas todas del sosiego con que los llaman y compases con que los huyen, se dan por vencidos de cansados sin necesidad de heridas que los desalienten.

   Siguiéronse a éstos los rejoneadores, hijos robustos de la selva, que ganaron en toda la lid generales aplausos de los cortesanos de buen gusto y de las algarazas[3] vulgares. Y principalmente las dos últimas tardes, que siendo los toros más cerriles, de mayor coraje, valentía y ligereza, dieron lugar a la destreza de los toreadores; de suerte que midiéndose el brío de éstos con la osadía de aquéllos, logrando el intento de que se viese hasta dónde rayaban sus primores, pasaron más allá de admirados porque saliendo un toro (cuyo feros orgullo pudo licionar[4] de agilidad y violencia al más denodado parto de Jarama),[5] al irritarle uno con el amago del rejón, sin respetar la punta ni recatear[6] el choque, se le partió furioso redoblando rugosa la testa. Esperóle el rejoneador sosegado e intrépido, con que a un tiempo aplicándole éste la mojarra[7] en la nuca, y barbeando en la tierra precipitado el otro, se vio dos veces menguante su media luna, eclipsándole todo el viviente coraje.

   Quedó tendido por inmóvil el bruto y aclamado por indemne el vaquero; no siendo éste solo triunfo de su brazo, que al estímulo de la primera suerte saboreado, saliendo luego otro toro –como a sustentar el duelo del compañero vencido-, halló en la primera testarada igual ruina, midiendo el suelo con la tosca pesadumbre y exhalando por la boca de la herida el aliento.

   Ardió más el deseo de la venganza con el irracional instinto en otros dos, no menos valientes, que sucesivamente desocuparon el coso como explorando en el circo [a] los agresores, y encontrándo[se] con otros igualmente animosos y expertos; hallaron súbitamente a dos certeros botes,[8] castigado su encono y postrada su osadía, sirviendo tanto bruto despojo de común aclamación al juego.

   Admirado juzgó el concurso no haber más que hacer, así en la humana industria como en la natural fuerza, y a poco espacio se vio la admiración desengañada de otra mayor que ocasionó el expectáculo siguiente.

   Fulminóse a la horrible palestra un rayo en un bruto cenceño y vivo, disparando fuego de sus retorcidas fatales armas, a cuyo bramoso estruendo, opuesto un alanceador montaraz tan diestro como membrudo, a pie y empuñada una asta con las dos manos, cara a cara, le seseó con un silbo a cuyo atractivo[9] se fue el animal con notable violencia; y el rústico –prendiéndole el lomo con osadía y destreza, firme roca en los pies, sin apelar a fuga o estratagema- se testereó con él, deteniéndole con el fresno[10] por tres veces el movimiento, sin que el toro –más colérico cuanto más detenido- pudiese dar un paso adelante; tan sujeto que, agobiando[11] el cuerpo para desprenderse del hierro, se valió deste efugio para el escape, dejando al victorioso por más fuerte, que no contento aspiraba a más triunfo buscándole la cola para rendirlo, acompañado deotro, que con una capa –imperturbable- lo llamaba y ágil lo entretenía. Afijóse[12] en su greñudo espacio, y dando a fuerza de brazos en el suelo con aquella ferocidad brumosa, se le trabaron ambos de las dos llaves; y concediéndole la ventaja de levantarse, le llevaron como domesticado de aquella racional coyunda a presentar a Su Excelencia, con tanto desenfado que –ocupado el uno en quitarse la melena de los ojos- lo llevó sujeto el otro sin haber menester al compañero por algún rato; siguiéndose a esto, que caballero el uno sobre el toro, sin más silla que el adusto lomo ni más freno que la enmarañada cerviz, rodeó mucha parte de la plaza, aplaudidos entrambos con víctores y premios; siendo éstos muy parecidos a los tesalos, que concurrían en el Circo Máximo, como cuenta Suetonio Praeterea Thesalos equites, qui feros tauros perspatia circi agunt, insiliuntque de fesos et ad terram cornibus detrabunt.

   Ni paró el festivo juego sólo en la orgullosa fiereza de los toros, valor y maestría de los rejonistas (que fueron premiados con los mismos despojos de su brazo), sino que sirvió también de admiración entretenida ver a uno déstos correr una tarde no menos regocijada que las demás en un ligero caballo hijo del viento; y en el mismo arrebatado curso, saltar de la silla al suelo y del suelo a la silla por varias veces, ya a la diestra, ya a la sinistra, sin que le estorbase la velocidad al bruto ni el jinete le impidiese la carrera; ante sí lo paró y sujetó cuando quiso. Este ejercicio de agilidad conseguían felizmente los romanos, licionados en unos ecúleos[13] de madera; haciendo a bajar y subir sin tardanza en las escaramuzas y tumultos de la guerra, como toca Virgilio.

 Corpora saltu

subiiciunt in equos.

    Y especifica Vegecio[14]: Non tantum a tironibus, sed etiam a stipendios is militibus salitio equorum districte semper est, exacta. Quem usum usque ad hanc aetatem, licet iam cum dissimulatione, peruenisse manifestum est. Equi lignei hieme sub tecto, aestate ponebantur in campo super hos iuniores primo inermes, dum cosuetudine proficerent, demun armati cogebantur ascendere. Tantaque cura erat ut non solum a dextris, sed etiam a sinistris et insilire, et dsilire condiscerent, e vaginatos etiam gladios vel contos tenentes. Hoc eim assidua meditationes faciebant scilicet ut in tumultu proelii sine mora ascenderent, quitam studiose excercebantur in pace. No despreciando esta prenda la grandeza de Pompeyo ni la majestad del César.

   De grande gusto y entretenimiento fueron las cinco tardes que duraron estos juegos plebeyos, ejercitados a uso deste Nuevo Mundo; pero de mayor estimación y aprecio para los cortesanos políticos [fue] otra, de las más plausibles que puede ocupar sin ponderaciones la Fama y embarazar sus trompas, en que a uso de Madrid, mantuvieron solo dos caballeros airosos y diestros en el manejo de el rejón quebradizo y leyes precisas de la jineta[15] en el caso: don Diego Madrazo, que pasó de la Corte a estos reinos en los preludios de su juventud, y don Francisco Goñi de Peralta, hijo deste mexicano país; dos personas tan llenas de prendas cuantas reconoce esta ciudad en las estimaciones que los mira. Y porque Polimnia significa la memoria de la Fama (según Diedma), cuidadosa de que las verdinegras ondas del Lete no escondieran en la profundidad del olvido los aseos robustos con que desempeñaron valientes la lid más trabada que las que admiró Italia (en sus espectáculos venatorios); pidiendo la venia al Délfico Padre,[16] pasó con invisible vuelo desde las amenas frescuras del Premeso hasta los sudores ardientes del circo (…)

La monja jerónima sor Juana Inés de la Cruz también es invitada especial en estas apreciaciones, así que dejo a ustedes la lectura de estos dos poemas escritos por ella en 1685:

Si los riesgos del mar considerara…

Si los riesgos del mar considerara,

ninguno se embarcara; si antes viera

bien su peligro, nadie se atreviera

ni al bravo toro osado provocara.

 

Si del fogoso bruto ponderara

la furia desbocada en la carrera

el jinete prudente, nunca hubiera

quien con discreta mano la enfrentara.

 

Pero si hubiera alguno tan osado

que, no obstante el peligro, al mismo Apolo[17]

quisiere gobernar con atrevida[18]

 

mano el rápido carro en luz bañado,

todo lo hiciera y no tomara sólo

estado que ha de ser toda la vida.[19]

 

Habiendo muerto un toro, el caballo a un caballero toreador[20]

El que Hipogrifo[21] de mejor Rugero[22]

ave de Ganímedes[23] más hermoso,[24]

pegaso de Perseo[25] más airoso,

de más dulce arion[26] delfín ligero

 

fue, ya sin vida yace al golpe fiero[27]

de transformado Jove[28] que celoso

los rayos disimula[29] belicoso,

solo en un semicírculo de acero.

 

Rindió el fogoso postrimero aliento

el veloz bruto a impulso soberano:[30]

pero de su dolor, que tuvo, siento

 

más de activo y menos de inhumano,[31]

pues fue de vergonzoso sentimiento

de ser bruto, rigiéndole tal mano.[32]

Antonio Navarrete recreó e ilustró esta antigua suerte de primitiva estocada, mientras el caballo del noble es incorporado por sus lacayos. En Tauromaquia Mexicana.

Sor Juana –la décima musa-[33] incorpora en su poesía infinidad de elementos de la mitología clásica. Los mejores poetas y prosistas de la época eran escogidos para depositar en sus obras no sólo su estilo personal. También -y entre otras- la influencia que venía desde el Renacimiento y que en la Edad Barroca fue seña de devota religiosidad. Por eso la mitología se convirtió en un elemento que se añadió y enriqueció a las letras.

Caballeros y protagonistas en fiestas de aquella época lo fueron: D. Diego Madrazo, D. Francisco Goñi de Peralta y el mismo conde de Santiago, don Juan de Velasco.

¿Buscaba sor Juana quedarse en la publicidad del siglo?

De revelarlo nos profundizaríamos en vericuetos y laberintos, llegando a alguna respuesta. Por ahora no dejo más que sorprenderme al admirar su construcción creativa. Pero dice mucho que la obra de una mujer estuviese por encima de la vida común, que fuera el centro de atención y de ataques inclusive -por tratarse de alguien con una vida limitada a razones silenciosas y silenciadas (me parece que nacer mujer en aquellos tiempos significaba nacer en medio o dentro de un pecado). La vida doméstica -casarse con dote-, o la religiosa -casarse con Cristo-, eran dos destinos rígidamente trazados; aunque la prostitución fue otra alternativa. (CONTINUARÁ).


[1] Op. Cit., p. 248 y 250.

[2] En vago: en vano: sin el sujeto u objeto a que se dirige la acción, y así se dice golpe en vago.

[3] Algarazas: alborozo. Algaraza: ruido de muchas voces juntas, pero festivo y alegre.

[4] Licionar: aleccionar, enseñar.

[5] Jarama: región de España famosa por la bravura de sus toros.

[6] Recatear: evitar.

[7] Mojarra: muharra: el hierro acerado que se pone en el extremo superior del asta de la bandera.

[8] Botes: golpes fuertes. Botes de lanza o pica: el golpe que se da o tira con la punta de alguna de estas armas.

[9] Atractivo: que lo llama.

[10] Fresno: sinécdoque de lanza.

[11] Agobiando: encorvando. Agobiar: inclinar o encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra.

[12] Afijóse: se plantó.

[13] Ecúleo: artefacto que semeja a un caballo.

[14] Vegecio: Flavio Vegecio Renato, escritor latino del siglo IV d.C. Autor de un Epitome rei militaris.

[15] Jineta: cierto modo de andar a caballo recogidas las piernas en los estribos.

[16] Délfico Padre: Apolo.

[17] Apolo: con Atena es acaso el más celebrado y representativo de los dioses griegos. Es el tipo de la belleza masculina en su flor. Todos los más altos y útiles menesteres humanos se le atribuyen, o se ponen bajo su tutela: música y medicina; profecía y arte de las armas; ganadería y agricultura.

[18] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I. Lírica Personal. Edición, prólogo y notas de Alfonso Méndez Plancarte. México, 5ª reimpr. Fondo de Cultura Económica-Instituto Mexiquense de Cultura, 1997. LXVIII-638 p. Ils., retrs., facs. (Biblioteca americana, serie de Literatura colonial, 18)., p. 521.

Méndez Plancarte anota sobre los versos 9 a 12: “quien repitiese la temeridad de Faetone, que trágicamente osó regir el carro del Sol”… (Cfr. Ovidio, Metam., II, I-366).

[19] José María de Cossío: Los toros en la poesía castellana. Argentina, Espasa-Calpe, 1947. 2 vols. Vol. I., p. 181: Sor Juana Inés de la Cruz. Segundo tomo de las obras…, Barcelona, 1693. Cfr. Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I., op. cit., p. 521. Vuelve a acotar Alfonso Méndez Plancarte: Estado que ha de ser toda la vida…; en el Convento, o –igual y aún más- en el Matrimonio (pues si éste lo disuelve la viudez, siempre cabe dispensa para los votos). –Esta ponderación, igual la pudo escribir la Dama, o ya la Jerónima. Y en la segunda hipótesis, bien anota Fernández Mc. Grégor: “Aun los verdaderos caracteres místicos tienen períodos de dudas: aquellas acidias que tanto los desconsuelan. No es extraño que la joven Monja haya tenido sus combates y parece que lo prueba aquel soneto”… (“La Santificación de Sor J.”, Méj., 1932, p. 50). –Mas la animosidad del título, más bien será sinónimo de ánimo: la valentía, indispensable para esas grandes resoluciones, que Sor J. mostró dos veces: al ingresar en S. José de las Carmelitas, y luego en S. Jerónimo.

[20] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I., ibidem., p. 544.

Gran soneto cortesano y taurino-mitológico, que ignoramos –se pregunta A. Méndez Plancarte- por qué incluyó X. VIll. entre los “Morales” y no entre los “de Homenaje”…, y que luce en “Los toros en la Poesía Castellana” de José Ma. de Cossío, como «ejemplo instructivo”, ya que no “modelo imitable”, donde “todos los tópicos de la más exaltada expresión culterana se dan cita”… (Madrid, 1931, I, p. 162 y t. II, 181).

Respecto al título. En ocasión idéntica, rimó Góng. su décima “Murió Frontalete”…, a D. Pedro de Cárdenas, por un caballo que le mató un toro.

[21] Hipogrifo: Animal fabuloso compuesto de caballo y grifo. De medio cuerpo arriba águila, y de medio abajo león.

[22] De Rugero (“Ruggiero”, el gallardísimo paladín) y su Hipogrifo o caballo volador. Y el mismo nombre (allí igualmente grave, no esdrújulo), en “La Vida es Sueño”, de Calderón:

 

Hipogrifo violento

que corriste parejas con el viento…

[23] Ganímedes: copero y amado de Júpiter.

[24] Sor Juana: OBRAS COMPLETAS. Vol. I., ibid., p. 545.

En Calderón, el mismo corcel es “pájaro sin matiz” (o sea, sin plumas); y en Ruiz de Alarcón (o de quien sea la Parte I de “El Tejedor de Segovia”), el bridón de Vargas es un Hipogrifo que:

Goza en los vientos privilegios de ave..

 

Y Ariosto, VI, oct. 18, compara a su “Ippogrifo” con el águila portadora del rayo… –Así, aquí, este caballo es el águila que arrebató de Troya al gentil Ganímedes Para Ser copero en el Olimpo: sólo que este jinete es “más hermoso”… –Cfr. Góng., Sol. I, v. 7-8; y D. Alonso Ramírez de Vargas, en su Rom. de los Rejoneadores, en las Fiestas por la Mayoridad de Carlos II, Méj. 1677, cuando “el juego de Toros… duró seis días”… (Poets. Novs., III, 91).

[25] Perseo: semidiós, hijo de Zeus y de Dánae.

[26] Arión: figura del poeta griego transformado en delfín.

[27] Ib., p. 545. Verso 1-5. “El que fue Hipogrifo, Águila, Pegaso y Delfín de un caballero superior a Rugero, Ganímedes, Perseo y Arión (ese caballo admirable de un jinete pasmoso) yace sin vida”… y cfr. Góng., décs. “De unas fiestas”…:

 

Juegan cañas, corren toros / cortesanos caballeros,

Por lo gallardo Rugeros / y por lo lindo Medoros…

[28] Ib. Verso 6: de transformado Jove que, celoso…: el Toro, en quien se pensaría que Júpiter se había de nuevo metamorfoseado, como para el rapto de Europa. (Ovidio, Metam. II, vv. 847-51).

[29] Ib. Verso 7: “los rayos disimula”: en las astas del Toro ha trocado Jove sus rayos… Cfr. Ramírez de Vargas, op. cit.

[30] Ib., p. 546. Verso 10: impulso soberano…: cfr. La déc. De Alarcón sobre el asesinato del Conde de Villamediana.

[31] Ib. Verso 12: en los textos (y X. VIll. y Abr.): más de activo…; pero suplimos la clara errata con el afectivo, que piden verso y contexto…: que, más que a la cornada, sucumbió el noble bruto a la vergüenza de serlo bajo riendas tan sabias…

[32] Salvador Novo: Mil y un sonetos mexicanos. Selección y nota preliminar por (…). 3ª ed. México, Editorial Porrúa, S.A., 1971. 253 p. (“Sepan cuantos…”, 18)., p. 76.

[33] Francisco de la Maza: LA MITOLOGÍA CLÁSICA...op. cit., p. 227-228. Las nueve musas eran: Caliope, que preside en el poema heroico; Clío, en la historia; Erato, en la poesía amorosa; Talía, en la comedia; Melpómene en la tragedia; Terpsícore en el baile; Eutropia, en los instrumentos; Polimnia en la oda y Urania en la astrología. A cada una de estas musas se les llegó a pintar entre ciertas obras con el jeroglífico correspondiente al arte que presiden.

Por otro lado, hay una “undécima musa”, título que asimismo se adjudicó Pita Amor.

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SOBRE ALGUNOS INDULTOS OCURRIDOS EN TIEMPOS PASADOS y UNA ACLARACIÓN PERTINENTE.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El célebre “Arriero”, ejemplar de Piedras Negras, indultado por su excepcional bravura al comenzar 1943. Lo enfrentó el entonces novillero Luis Procuna. Sol y Sombra, año I, México, D.F., lunes 8 de febrero de 1943, N° 13. Col. del autor.

    El ingreso inminente a una nueva década en este siglo XXI, sobre todo por el propósito de que en 2026 conmemoraremos cinco siglos de tauromaquia en México, nos lleva a la conveniencia de elaborar diversos balances que nos permitan entender de mejor manera ese recorrido.

   Para ello, ahí están las efemérides, la necesaria presencia de un museo taurino en la capital del país, las recomendaciones bibliográficas y hemerográficas, el universo iconográfico que enriquece la interpretación del propio espectáculo en toda su realidad; todo el quehacer periodístico el cual es visible ya desde fechas tan tempranas como las del siglo XVII con cronistas como Antonio de Robles o Gregorio Martín de Guijo. Incluso, contamos con la vertiente cinematográfica, por lo menos de 125 años para acá, sin ignorar la poderosa influencia del componente digital. A todo ello, una particular visión y reflexión personal para mejor entender qué fue, qué es y qué será de ese misterioso significado que posee el toreo en nuestro país.

   En ese sentido, quienes nos dedicamos a labores de investigación o divulgación estamos obligados a dar a conocer y a fortalecer los significados de ese cúmulo de registros en diversas formas con tal de que su diseminación llegue a cuantos interesados hagan suya, como es el caso, esa historia fecunda de la tauromaquia nacional.

   Entre otros trabajos, de los que en su oportunidad compartiré sus avances, se encuentran:

-Galería de toros bravos. Los más famosos y otros indultos (1815-1946);

-Galería de suertes taurinas en desuso;

-Galería de carteles taurinos. Siglos XVIII-XIX;

-Galería de toreros mexicanos –a pie y a caballo-. Siglos XVI-XIX;

-Tratado de la poesía mexicana en los toros. siglos XVI-XXI;

-Catálogo cinematográfico taurino en México (1894-2020), y algunos títulos más.

   A raíz del más reciente y discutible indulto concedido a “Siglo y medio” de “Piedras Negras” (plaza “México”, 5 de enero de 2020), el asunto da pie para adelantar parte del que será la “Galería de toros bravos…” como sigue:

   Cuando el mayor número de datos que se da en estos casos, proviene de aquello ocurrido desde la inauguración de la plaza de toros “México” (5 de febrero de 1946) y hasta nuestros días, por lo demás es asunto que, del mismo 1946 y hacia atrás, al menos hasta 1815 se olvidan o se hacen menos muchos de los acontecimientos ocurridos no sólo en la capital del país sino en diversas provincias, con lo esta “Galería” buscará abarcar ese periodo tan específico -poco más de 130 años-, entre los siglos XIX y XX.

   Uno de los primeros casos por mencionar aquí, es el de aquel célebre toro “Chicharrón”, lidiado al parecer en la recién reconstruida plaza de toros de San Pablo, a mediados de 1815. Por aquellos días, se hizo gran publicidad del asunto, al grado de que fue el propio José Joaquín Fernández de Lizardi, quien en un arranque de exaltación o reclamo, escribió Las Sombras…

 (De Chicharrón, Pachón,

Relámpago y Trueno).

 Epitafio de Chicharrón

 

Aquí yace el más valiente

toro que México vio;

y aunque tan bravo, corrió

de miedo de tanta gente.

¡Oh, pasajero! Detente,

mira, advierte, considera

que es el vulgo de manera

que, a pesar de su pobreza,

gasta con suma franqueza,

para ver… una friolera.

(José Joaquín Fernández de Lizardi: Obras (IV. Periódicos). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, 1970, 436 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 12)., p. 45).

   Ante la expectación, el fracaso. Parece ser que aquel “Chicharrón” resultó un fiasco, y hasta el ejemplo de tan mala situación, fue extendido a niveles políticos para comparar cualquier muestra de oportunismo o demagogia como otro episodio más en el que la influencia del mentado “Chicharrón” (del que hasta ahora se desconoce su procedencia) sirviera como el peor de los ejemplos, por falta de honestidad.

   Buen número de años después, esto en 1838, se presentó un caso célebre con un toro del “Astillero” –propiedad de don Pedro de Macotela-, que fue indultado en la plaza de San Pablo.

   ¿Qué ocurrió en aquella ocasión?

   Pues bien, al cabo de una larga labor de búsqueda en la prensa del XIX mexicano, hallé la siguiente nota, que viene a ser un importante antecedente y que pone a Garlopo (toro de Santín, indultado en la plaza de toros de Puebla el 28 de marzo de 1880, ejemplar que enfrentó el célebre Bernardo Gaviño) en segundo término, aunque dudo que en nuestros días se conserve algo sobre aquel toro que perteneció a la hacienda de el Astillero, y el cual fue motivo de una curiosa ceremonia, de la cual nos da “santo y seña” la nota que publicó

EL COSMOPOLITA, D.F., del 31 de octubre de 1838, p. 4:

“AVISO.-Para el jueves 1º del próximo Noviembre, ha dispuesto el empresario una excelente corrida de seis escogidos Toros de los que acaban de llegar de la hacienda de Atenco, con los cuales los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión. Luego que pase la lid del primer toro, se presentará en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de Abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento, como resultado de las profundas heridas que recibió de la fiera; y a petición de una gran parte de los que presenciaron aquella tremenda lucha, así como de muchas personas que no se hallaron presentes, se le dedica esta justa memoria, por ser muy digna de su acreditado valor.

“Este célebre toro, adornado con todos los signos de la victoria y acompañado de los atletas, será paseado por la plaza al son de una brillante música militar, hasta colocarlo sobre un pedestal que estará fijado en su centro; cuyo ceremonial no deberá extrañarse, mayormente cuando saben muchos individuos de esta capital, que iguales o mayores demostraciones se practican con tales motivos en otros países, y que sin una causa tan noble, existe por curiosidad en el museo de Madrid la calavera del terrible toro de Peñaranda de Bracamonte, que en el día 11 de mayo de 1801 quitó la vida al insigne PEPE-HILLO, autor de la Tauromaquia”.

   Otro episodio más, en iguales circunstancias, ocurrió en el mismo coso, sólo que el 11 de enero de 1852. En la valiosa obra: LOS TOROS EN MÉXICO Y EN ESPAÑA. 1519-1969 de Heriberto Lanfranchi (y decir Lanfranchi -en México- es como hablar del Cossío -en España-. Así de importante es la obra del buen y recordado amigo don Heriberto) encuentro el siguiente pasaje:

   «Gran función de toros en obsequio del público.

   «¡Por la mitad de los precios de costumbre!

   «Se lidiarán seis toros de muerte, cinco de ellos de la segunda partida de la acreditadísima ganadería de SAJAY, a los cuales capitaneará: ¡El rey de los Toros!, cuyo valiente animal fue indultado de morir en la corrida del día 1º. [ojo con este dato] del presente, a petición del público, por su incomparable bravura, y el cual fue el que inutilizó en pocos momentos a todos los picadores de la plaza y a uno de los chulillos, en dicho día.

   «Dos para el coleadero y uno embolado para los aficionados, el cual servirá antes para el ¡Monte Parnaso!

   «Se presentarán a picar uno de los toros de la lid los célebres personajes: Abdul el-Kader y el Gran Sultán, perfectamente representados con trajes de sus países por los valientes picadores de la plaza: Caralampio Acosta y Vicente Guzmán.

   «También se presentará el muy divertido entremés: ¡El Hombre más feo de Francia…!»

   Tiempo más tarde, justo el domingo 25 de julio y en el mismo escenario volvió a lidiarse el bravísimo toro indultado, «que tantos daños causó a la empresa por los caballos que mató e hirió y por las contusiones que hizo a los picadores. Este hermoso y arrogante toro, que será distinguido con una flor blanca, saldrá en tercer lugar al combate, en donde lo esperan los lidiadores para triunfar de su belleza». Solo un dato más para no caer en confusiones de interpretación: la tarde del 25 de julio se corrieron ocho toros de Queréndaro que lidió la cuadrilla de Pablo Mendoza, en función extraordinaria en celebridad del cumpleaños del Exmo. Sr. Presidente de la República, don Mariano Arista.

   ¡Tres veces salió al ruedo de San Pablo el «Rey de los Toros» y dos para ser indultado. ¡¡Caso increíble!! Pues bien, imaginemos que aquella tarde del 11 de enero, fría pero soleada, la cual auguraba una corrida tan sobresaliente y entretenida como las muchas que se efectuaron por entonces, estructuradas a partir de un esquema deliberadamente festivo y el cual prometía ofrecer alguna mojiganga, “monte parnaso o jamaica”. Actuación de saltimbanquis o el obsequio de «un toro embolado» para los aficionados en fin de fiesta que ya habían presenciado alguna ascensión aerostática. Así se las gastaban los antepasados de este nuevo concepto de empresarios tan ligados a su presente, a una publicidad de fin de siglo, con el apoyo de la potencia informativa de prensa, radio y televisión en dimensiones por demás impresionantes.

   Tras el regocijo, otra oleada de nuevas sorpresas permitió el comienzo de la lidia. Saltó a la arena «El Rey de los toros» causando constantes sobresaltos que terminaron por provocar en la concurrencia el lanzamiento de un grito unánime: ¡indulto! condescendiendo la autoridad a consumarlo.

   En el pasado, un indulto era algo insólito. Además, tenía que pasar mucho tiempo para que sucediera otro. Hoy es común habiendo de por medio muchos intereses que a veces pueden ser positivos; pero que también pueden ser negativos en la medida en que todo pudiera confundirse, aunque no necesariamente, por lucro. No estamos contra el indulto, sí del exceso en que ha caído. Probablemente una estadística del caso podría aclararnos el panorama.

   La fiesta de toros es mutante, cambian sus conceptos y las ideas que de ella emanan y sin embargo, sigue formando parte de la vida cotidiana en un mundo cada vez más próximo al tránsito de siglos, ostentando su anacrónico encanto como fenómeno multitudinario en el cual todos sus protagonistas, al cabo de muchos siglos, se han encargado de modificar, corregir, alterar o hasta de desaparecer situaciones de su propio contexto. Sin embargo, nos sigue pareciendo un espectáculo estacionario (que no estático), el cual arrastra siglos de constante movimiento y parece no pertenecer a nuestro momento, pero que se integra a él permeándose de las cosas que como aportaciones van dejando todos quienes intervenimos en ella.

   La barbarie de la muerte de un toro -previo sacrificio- es la perfecta razón de exponer a la fiesta como reaccionaria o conservadora en su estricto sentido. Sigue sorprendiendo, fascinando, alucinando y hoy, al paso de nuevas generaciones, estas se acercan para ser «víctimas» del encanto o del desencanto también.

   De aquel rey a este otro rey las diferencias son, diríamos que diametralmente opuestas en muchos conceptos, aunque de una sorprendente historia paralela en la que solo ha cambiado la forma pero no el fondo de las cosas.

   México capital, ha dejado de ser la ciudad con 200,000 habitantes (estimación para 1852) para convertirse en una megaciudad de más de 20 millones de pobladores. En aquellas fechas un periódico era centro de discusión de muchos lectores reunidos en algún café de moda. Hoy, multitud de publicaciones que están a nuestro alcance en cualquier estanquillo, y noticias que se conocen casi al instante de ocurrir los hechos, nos dan idea del crecimiento de los medios de comunicación (todos en general), con pretensiones de dominar el panorama sin ningún miramiento.

   Pues bien, y gracias a la información localizada, quise dar apenas una escasa idea en los cambios y en las formas bajo las cuales se ha sujetado el maleable espectáculo de los toros que no por lo expuesto líneas atrás, ha perdido su esencia. Antes al contrario, permanece y contra ciertos adelantados pronósticos pesimistas, me parece que continuará. La enorme infraestructura montada en torno al espectáculo tiene ya la solidez suficientemente capaz de no permitir su derrumbe.

   Los casos anteriores nos han permitido ingresar al incómodo terreno de las discusiones, sustentadas en el juicio de valor que debe dominar para perdonar la vida a un toro. Por cierto, ¿qué dice el actual reglamento taurino en vigor? (Notas recogidas de la versión de mayo de 1997, con actualización a octubre de 2004):

ARTÍCULO 73.-Cuando una res se haya distinguido por su bravura, fuerza y nobleza a lo largo de la lidia, a criterio del Juez de Plaza podrá recibir cualquier de estos tres homenajes:

I.-Arrastre lento por el tiro de mulas;

II.-Vuelta al ruedo a sus restos, y

III.-Indulto.

   Lo “excepcional” de un indulto, como el de hace unos días, no deberá incluir un caso como el del piedrenegrino, cuya decisión conjunta y cómplice entre un público sensible, que estaba deseoso de aplaudir lo que fuera y la endeble postura del “juez de plaza” (así, con minúsculas) al sacudirse la inminente protesta, generaron lo percibido por apenas una minoría presente en los tendidos de la plaza.

   Además, queda el escarnio para Gerardo Rivera de haber salido en blanco con el uso de la espada (no pudo realizar la suerte suprema en su lote) mostrarnos su poco rodaje y verse rebasado por el ejemplar tlaxcalteca, además de permitir ser llevado a hombros, lo que un torero cabal en su profesión habría impedido por dignidad. Lo realizado por él no alcanzó ni logró los privilegios de una hazaña. Todo eso, escapó a la vista de una pasión desatada que se dejó llevar por ligerezas y no por grandezas.

   Por lo tanto: es deseable que los hechos ocurridos el domingo pasado no vuelvan a suceder, pues de ser así, aquella frase, casi una sentencia, que escuché de boca de un buen amigo mío será el común denominador de festejos como este. Comentaba: “¡Esto es un jaripeo!”

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