Archivo mensual: febrero 2020

NO UNO, DOS PONCIANO DÍAZ.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

La fama adquirida por Ponciano Díaz Salinas (1856-1899) alcanzó, como ya sabemos no solo al país en su conjunto, sino también en el extranjero. Una larga investigación que me ha tomado 35 años,[1] es por ahora, la posibilidad de poner a este personaje al día, y ello puede depender de concretarse los complicados avatares que una edición en papel puede suscitar.

En esta entrega, no me ocuparé de tamaña aventura, sino más bien de un efecto que, en calidad de réplica se generó hacia 1952, cuando comenzó a sonar otra vez ese nombre, y por los mismos rumbos de Toluca, Santiago Tianguistenco y sus alrededores.

Se trata –por aquel entonces- de un joven que también nació en Atenco y que, en recuerdo del célebre “torero con bigotes”, su madre, la señora Merced Díaz, prima del diestro, le puso en mismo nombre.

Para conocer cómo es que se dieron aquellas circunstancias, me permito transcribir una interesante entrevista que el recordado periodista Manuel García Santos, director de la revista El Ruedo de México, realizó en mayo de aquel mismo año.

¡EN MÉXICO HAY UN TORERO INDÍGENA PURO!

SE LLAMA PONCIANO DÍAZ, Y DESCIENDE DEL GRAN TORERO DE ATENCO.

Un amigo que conoce la curiosidad que yo siento por estos temas, me trajo a casa unas fotos. Y estaba yo examinándolas cuidadosamente, cuando me interrogó:

-¿Qué opinas de ellas? Están muy oscuras, pero yo creo que algo se ve…

-Si. En la de la placita de Atenco se nota el garbo del torero y se ve que lleva toreada a la vaca. En las otras, como no está toreando, sólo puede apreciarse que se trata de un muchacho espigado, muy moreno, casi negro, que debe haber triunfado puesto que está dando la vuelta al ruedo.

-Cierto que es eso todo lo que se puede ver en las fotos. Pero… voy a traerte a ese torero a que hables con él. Te aseguro que muchas de las cosas que te diga ha de sorprenderte…

Y en efecto. A los pocos días se presentó mi amigo en casa con el torerillo. Vestía de oscuro –con lo que resaltaba más lo moreno de la piel-, y tenía esa educación instintiva e innata que se aprecia en la gente del campo.

Como me habían anunciado que el muchacho tenía cosas de interés que decirme, comencé a interrogarlo:

-¿De dónde eres, muchacho?

-De Atenco. Nací y me crié dentro de la hacienda de Don Manuel Barbabosa.

-¿Cómo fue ello?

-Porque mi padre, Julio Pichardo, era caporal de la casa. Caporal, y tentador, y carrocero…[2] ¡Todo lo que venía al caso ser!

-¿Cómo te llamas?

-Ponciano Díaz…

-¡Ponciano Díaz…! ¡A ver! ¡Explícate!

-Mi madre, Merced Díaz era prima de Ponciano. Y a mi me pusieron ese nombre, como homenaje y recuerdo al gran torero y al hombre cabal que fue mi ascendiente…

-¡Hombre…! Cuéntame lo que sepas de Ponciano!

-Sé de él lo que todos los vecinos de aquel contorno. Porque cuando los hombres se reúnen en los días malos alrededor del fuego, hablan de las cosas viejas, y se recuerdan hazañas de Ponciano, y los niños las oímos…

-Tú, ¿qué es lo más antiguo que llegaste a presenciar en Atenco?

-Vi tentar a Don Gumaro Resillas, y luego al que lo sucedía a su muerte que fue don Santos [Esquivel]. Viéndolos a ellos y practicando más tarde aprendí yo a picar.

-¿Pero, eres picador?

-No señor. Es que todo lo que sea toreo me gusta y todo creo yo que hay que saber hacerlo si se quiere uno meter bien en el oficio. Por eso yo, desde picar, hasta dar la puntilla, lo hago todo: Torear con el capote, banderillear, torear con la muleta, matar, descabellar, dar la puntilla, picar… Y sé herrar a una vaca y mancornearla y lazarla para hacerle una cura o para arreglar los pitones…

-¿Cómo aprendiste todo eso?

-Primero viéndolo hacer. Después, haciéndolo yo. Mi padre tenía una yegua, “La Tordilla” que era de muy buena andadura y de mucha sangre. En ella aprendí a montar a caballo yendo con él a llevarles el pienso a los toros, y a traer la remolacha… ¡Llegué a jinetear como el primero…!

-¿Qué toreros viste?

-Todos los que iban a Atenco. Pero de los que me acuerdo mejor es de Armillita y Garza. ¡Los dos eran dos maestros…! Una vez vinieron los dos a la hacienda vestidos de corto. Llevaban unas campanillas de plata en los calzones, y yo recuerdo que me gustaba tocarlos… me dieron unas golosinas que allí retirados en el campo son una delicia para los chamacos. Pero yo me interesaba más por las cosas que se hacían allí que por las golosinas. Si me recuerdo de ellas es porque aquel de mi padre derribó unas vacas, y vi que les sacaba la lengua y les metía en la boca unas pastillitas moradas parecidas a las golosinas. ¡Debían ser para curarles algo…

Es pintoresca, llena de interés y de sabor mexicano y torero, la charla de este muchacho, espigado, humilde, de expresión fácil, pero de actuar tímido… Le noto algo extraño en la cabeza, y se lo digo:

-Sí señor… Es que uso coleta, y me hace bulto en el pelo.

Se vuelve, y en efecto, lleva una trenza larga y gruesa, al estilo clásico, que intenta disimular con el peinado que usa.

-¿Para qué quieres la coleta…? ¡Ya nadie lleva eso…!

-Yo tengo mucha ilusión en conservarla, porque me parece que con ella soy más torero… Ponciano la tenía. Y yo, cuando toreo me pongo mejor la castañeta atada a mi propio pelo, ¡sabe usted…?

-¿Tu padre vive…?

-Sí señor. Y mi madre. Por la afición tan grande que yo tengo, y por darles alguna comodidad, es por lo que tengo tantas ganas de triunfar con el toro. Ya no viven en Atenco. Están aquí en México. Y son muy pobres… Antes, habíamos sabido en casa lo que era la escasez. Ahora… ya hemos aprendido lo que es el hambre…

-¿Quién gana el dinero en tu casa?

-Mi padre, es aquí lo mismo que en Atenco: Carrocero. Pero muy poco y ya es viejo. Yo… ¡fíjese usted que para poder llevar algún dinero a casa hasta he subido al ring, y he boxeado…!

-¿Pero sabes boxear…!

-No señor. Me defiendo como puedo y ataco con furia. ¡Eso es todo! He ganado bastantes combates por K. O. ¡Y me los han ganado…! El Profesor José Cruz quería que yo fuera profesional pues les tengo odio a los guantes porque eso me aleja del toro. Y esa sí que es mi afición. ¡El toro…!

-¿Desde cuándo?

-Desde muy chamaco. En Atenco teníamos escuela y catecismo. Pero yo me escapaba, y me pasaba las horas muertas junto a los potreros, mirando a los toros sin cansarme. Mi padre me decía que Ponciano había toreado a una vaca teniendo como capote a un chamaco.[3] Y yo pensaba:

-Si Ponciano viviera, y me tomara a mi como capote, no me iba a dar miedo. ¡Como él sabía torear…! Porque lo importante es saber torear…

-¿Has toreado mucho?

-Para mi gusto, poco. “Pachangas” en los pueblos, y alguna novillada que otra vestido de luces. Pero ha sido en pueblos donde ni fotógrafos hay. ¡Con la ilusión que le da a uno el verse retratado dando un buen lance…! Pues ni eso tenemos los que toreamos por esas plazas de por ahí…

-Yo le veo otra facultad mayor a eso de andar toreando siempre por los pueblos, con públicos que no conocen mucho, con ganado de media sangre…

-Sí señor. Pero yo creo que el toreo es una cosa de sentimiento, y que el que lo siente de una manera no puede ejecutarlo de otra. Por eso yo creo que me he librado de apueblearme y de hacerme un torero ratonero, de esos que después llegan a La México y no gustan…

-¿Has encontrado por ahí, en tus andanzas por los Estados familiares de Ponciano Díaz?

-Sí señor. En Santa Cruz de Atizapán viven los que quedan. Y en Santiago vive una tía mía que siempre que voy a verla me recuerda cosas de aquel gran torero mexicano. Y me ha dicho que en la misma casa donde nosotros vivimos en Atenco, allí nació Ponciano.

-¿Has visto muchos retratos de él, o recuerdos taurinos…?

-Muy pocos. Tengo este retrato que es de la “Charrita Mexicana”, y esa también me habla de Ponciano mucho. Pero “La Charrita” en lo que le encontraba más mérito era en sus pares de banderillas a caballo. Y yo he oído decir que lo mejor que tenía era como conocía a los toros, y la manera de entrarles a matar…

Todavía hemos dialogado un rato con este muchacho cetrino, alto, lleno de afanes y de esperanzas, que se llama Ponciano Díaz, como un recuerdo entre nostálgico y romántico de aquel torero que arrebataba a los públicos mexicanos con sus heroicidades frente a los toros.

Ha pasado por nuestra memoria el regusto de páginas leídas hace años, en las que se evocaba la figura de Ponciano, rodeada de las no menos legendarias de sus picadores Oropeza y Celso González, y los viejos Bernardo Gaviño y Lino Zamora.

Y cuando este muchacho se ha ido, hemos pensado en las posibilidades de que un novillero que ostenta este nombre, que está lleno de vigor, de afanes y de deseos de triunfo, pudiera de nuevo encender en los públicos aquel fuego de pasiones nobles, exaltadas de nacionalismos, que encendía su antecesor Ponciano, para nostalgia de los viejos aficionados y pasión y entusiasmo de las generaciones actuales.

Sobre nuestra mesa de trabajo ha quedado el viejo retrato de Ponciano que guarda como oro en paño “La Charrita Mexicana”, y que este muchacho nos ha traído, como un salvoconducto de identidad torera.

Y hay entre el bigote de aquel Ponciano Díaz y la coleta de este Ponciano de ahora, una relación, un antecedente, una como línea de genealogía taurina, que nos hace creer que una tarde, con la Plaza México llena de público, pueda establecerse una pugna de heroicidades y de hazañas entre un torero rubio y de tez blanca, y este torero prieto y de pelo negro y ensortijado.

Y en esa pugna, en esa competencia torera, acaso volviera de nuevo a oírse en los tendidos el grito aquel de ¡Ora Ponciano…! que tanto removía los entusiasmos del tendido y de tanta pasión llenaba las plazas de toros.

La idea queda lanzada aquí, para que el Doctor (Alfonso) Gaona la recoja. En Ponciano Díaz hay un torero al que nosotros no conocemos todavía, y por ello podemos enjuiciar acerca de su arte. Pero si hay alguien que pueda arrastrar de momento a la Plaza a las multitudes de sol, es el nombre gallardo de este torero, que acaso posea también la gallardía necesaria para sostener ante el toro las tradiciones familiares que le han llevado a usar ese nombre, que es un blasón en la historia taurina del México del ochocientos.[4]

Hasta aquí con la amplia entrevista y su desenlace, sencilla culminación y que, a no dudar resultará un registro novedoso, a 67 años de aquella entrevista.

Diré, como final de esta evocación que, unos años después, el mismo personaje aparece en alguna escena del documental “¡Torero!” del que fue protagonista principal, el célebre, carismático y cambiante torero Luis Procuna.


[1] José Francisco Coello Ugalde, PONCIANO DÍAZ SALINAS: TORERO DEL XIX, A LA LUZ DEL XXI. Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales de: *Daniel Medina de la Serna, *Isaac Velázquez Morales y *Jorge Barbabosa Torres. México 1986-2020. 404 p. Ils., fots., retrs., cuadros. (Inédito).

[2] Carrocero, persona que se dedica a construir o dar mantenimiento a equipo de transporte rodante.

[3] En realidad, la anécdota estuvo mal referida en la entrevista. Se sabe, en todo caso, que fue el padre de Ponciano, José Guadalupe Albino Díaz quien, para causar la atención y la admiración de propios y extraños, tomaba de una mano y un pie al pequeño Ponciano para convertirlo momentáneamente en un capote mientras embestía alguna vaquilla.

[4] El Ruedo de México. Año IX, N° 78. México, 15 de mayo de 1952, p. 12-4.

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LO EXCEPCIONAL EN LA OBRA DEL “CHANGO” GARCÍA CABRAL.

FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

¡Chango!, genial de toda genialidad.

Revista de Revistas. El Semanario Nacional. Año XIII. México, 26 de marzo de 1922, N° 620.

Ernesto García Cabral fue un artista que hoy debo evocar, pues debe haber un justo reconocimiento al dibujante, al pintor que nació en Huatusco, Veracruz en 1890 y muere en la ciudad de México en agosto de 1968. La mejor ventana posible a su fecunda creación la encontró en el afortunado espacio de Revista de Revistas, donde desde fechas muy tempranas a la salida de tan emblemática publicación (la cual circuló desde 1910), este artista parece ser un continuador natural de aquel otro, también intenso y creativo como lo fue José Guadalupe Posada, quien había muerto en febrero de 1913, así como de José Clemente Orozco, con quien fue de la mano en aquellos años iniciales del siglo XX.

Alumno consagrado de Germán Gedovius, comenzó su andar en publicaciones como La Tarántula y Frivolidades, Caras y Caretas, Fantoche y cuantas dieran espacio a su ilimitada creación.

Sus coloridas ilustraciones se ocupan de los temas de actualidad en aquellas épocas y lo mismo caricaturiza al personaje de moda, que pone en valor la esencia de otros temas como el religioso, o aquellos que tienen que ver con festividades como la semana santa o los días decembrinos, por ejemplo.

Para entenderlo a profundidad, basta con dar lectura a un evocador escrito que redactara a su memoria un contemporáneo suyo. Me refiero al gran periodista Roque Armando Sosa Ferreyro[1] a quien cedo la palabra:

México y el arte están de luto por la muerte de un pintor, dibujante y caricaturista extraordinario, de un hombre cabal en su carácter y en el desbordamiento de su afecto, de un humorista espontáneo que derrochó las luces pirotécnicas de la gracia y la sátira en las tinieblas de la vida diaria.

Su portentoso ingenio, su admirable destreza, su dominio de la técnica –que en él era el dominio de todas las técnicas-, realzaron el talento que a través de sesenta años de perseverante labor señalan una época sin paralelo en el periodismo nacional.

Revista de Revistas. El Semanario Nacional. Año XII. México, 4 de diciembre de 1921, N° 340. Así ilustró a Juan Belmonte, cuando regresó a nuestro país.

Si en su vida tuvo una juventud de alegre desorden, en que navegó sin brújula y al garete, ávido de aventuras, horizontes y placeres, en el ejercicio del lápiz, la pluma y el pincel tuvo una celosa disciplina, una renovada inquietud de saber siempre más, hasta alcanzar el conocimiento minucioso de la anatomía humana, para llegar hasta la difícil expresión del desdibujo por el amplio camino del dibujo. ¡Y esto con una certera exploración subjetiva de los hombres, con la percepción de caracteres en sus rasgos propios y en su personalidad anímica y con el más fino y sano sentido del humor que hacía aflorar la sonrisa, no la carcajada!…

El arte de García Cabral se expresó en múltiples formas y la que más cultivó fue la caricatura, lo mismo en máscaras que hacían la disección de sus modelos que en temas políticos y costumbristas, representando con unas cuantas líneas los tipos populares, las féminas seductoras, las matronas opulentas, los elegantes de barriada, los pulqueros y cargadores, las secretarias y las fámulas, los burócratas y los banqueros, los payos dispersos en la metrópoli, y los policías y los peladitos, toda la fauna social.

Sin embargo, García Cabral fue no sólo un caricaturista de excepción, sino un ilustrador magnífico, desbordante de fantasía; un retratista que aprisionaba en sus trazos y medios tonos la recóndita sicología de un personaje: un dibujante de línea segura y suave, que copiaba del natural escenas palpitantes de vida, como en las corridas de toros; y un pintor de exuberante colorido, que valorizaba y armonizaba el gouache como la acuarela y el óleo, y que excursionó con el mejor éxito en algunos murales dignos de los más amplios elogios.

En laudanza de su genio digamos que fue un conocedor de todos los secretos del oficio, y que sabía manejar como pocos los múltiples recursos de la técnica para encauzar las corrientes creativas de su espíritu. Al contrario de muchos improvisados que han hecho de la farsa su modus vivendi, García Cabral fue un verdadero maestro en la composición, el dibujo, la perspectiva y la gama cromática. Toda su obra confirma la sapiencia plástica que atesoró en academias y museos, y que le sirvió de pedestal para decir su mensaje de belleza y de arte, de buen humor y de constructiva crítica en el panorama de México y del mundo…

Revista de Revistas. El Semanario Nacional. Año XII. México, 19 de noviembre de 1921, N° 654. La incógnita de la temporada taurina: el “divino calvo” Rafael Gómez “Gallito” creador de las “espantás”.

Desde niño dio muestras de sus aptitudes en el manejo del lápiz y la pluma, y estas disposiciones le valieron que el gobernador del Estado de Veracruz, don Teodoro A. Dehesa, lo pensionara en 1907 –cuando tenía 17 años de edad-, para venir a estudiar en la Academia de San Carlos. Vivía con el mínimo ingreso de veinticinco pesos mensuales -¡los pesos monumentales de aquellos tiempos!- y ganó sus primeras extras con las caricaturas que le encargó Fortunato Herrerías –de la dinastía que formaron él y sus hermanos Ignacio, Gonzalo y Ernesto-, para la revista política y festiva “La Tarántula”.

En la ruta caricaturesca, ascendió a las páginas de “Frivolidades” y de “Multicolor”, donde hizo armas combativas contra los prohombres de la época juntamente con los famosos dibujantes Santiago R. de la Vega y Atenodoro Pérez y Soto.

La fuerza de su personalidad mereció que el Presidente don Francisco I. Madero le otorgara una beca para estudiar en París, y en la Lutecia de la bella época vivió intensamente, embriagándose, conforme a la exhortación de Baudelaire, de amor, de vino y de poesía. La caída del régimen maderista dejó en el aire a García Cabral, quien tuvo que esforzarse para vender sus caricaturas y apuntes a las revistas más famosas de entonces: “Le Rire”, “La Vie Parissiene”, “La Bayonette”, compitiendo en concursos semanales con los mejores y más famosos artistas radicados en la capital de Francia.

Revista de Revistas. El Semanario Nacional. México, 14 de enero de 1923. Gaona recibiendo una ovación.

Después, el huracán de la Primera Guerra Mundial lo llevó a España y más tarde a la Argentina. En todas partes impuso la calidad de su espíritu, la garra de su ingenio, el aguijón de su sátira, la maestría y el dominio de su dibujo. Y acumuló un caudal de experiencias, en el vértigo de su desbocada juventud, para retornar a México e incorporarse a la prensa nacional y dejar el testimonio de su genio en portadas de revistas y en apuntes de excepcional valor por su intención y por la difícil facilidad de sus líneas y matices cromáticos.

Admirador suyo de siempre, desde sus primeros pasos en el laberinto del periodismo, lo conocí en 1922, recién llegado yo a México, y desde entonces cultivé con él una amistad sin reservas, disfrutando el privilegio de su cordial afecto y de su simpatía fraterna. En el tapanco de lo que era el archivo de “Revista de Revistas”, en la vetusta casona de Nuevo México, a cargo del humanísimo Marcos A. Jiménez –el inspirado compositor que después se consagró con la bella melodía “Adiós, Mariquita linda”-, veía todas las tardes a Ernesto García Cabral llegar nervioso y jovial, recostarse en una banca de madera, dormir una breve siesta teniendo por cabecera un diccionario, y luego levantarse para dibujar su caricatura diaria…

Lo absorbió implacablemente el periodismo, que reclamaba sin cesar las astillas deslumbrantes de su genio creador. Fue un trabajador infatigable… y murió pobre, pudiendo haber atesorado una fortuna; pero capitalizó cariño, admiración y un prestigio internacional. Vivió una época en que se concedía menos importancia al dinero y fue un gozador de todos los placeres, hasta que en la madurez de su existencia formó un hogar modelo, un hogar en que el amor de la esposa y de los hijos correspondieron en plenitud al gran corazón de Ernesto García Cabral.

Revista de Revistas. El Semanario Nacional. Año XIV. México, 2 de diciembre de 1923, N° 708. Juan Anlló “Nacional II”.

De él podríamos escribir muchas páginas. No es la ocasión y dejamos para otra vez el rico anecdotario de este artista que acaba de morir, a los 77 años de edad, pues nació en Huatusco de Chicuéllar el 13 de noviembre de 1890. Ahora se le rendirán honores y homenajes, se exaltarán sus virtudes, su calidad extraordinaria de hombre y de artista. Y en testimonio de ello rubricamos estas líneas reproduciendo el juicio que Rodrigo de Llano, el inolvidable amigo y maestro del periodismo mexicano, escribió en 1957, cuando en la Galería de Artes Plásticas de la Ciudad de México se presentó una exposición retrospectiva de sus obras: “Su labor, dispersa en diarios y revista le ha valido fama universal, una merecida admiración que se agiganta con la perspectiva de los años. Como dibujante, como caricaturista, como pintor, Ernesto García Cabral es un positivo valor contemporáneo, digno de todos los elogios. Sin embargo –como es costumbre entre nosotros, y propio de la mezquindad humana-, la consagración y el reconocimiento de su enorme dimensión artística sólo habrán de enmarcar su nombre cuando García Cabral no pueda brindarnos ya sus obras inmortales”.

El Sol de México, 9 de agosto de 1968. Apunte de Rafael Freyre.

Y como habrán podido apreciar al cabo de este imprescindible perfil, fueron apareciendo algunas de esas creaciones y recreaciones suyas, además de algún retrato y hasta el honroso homenaje que hiciera otro artista, para un gran artista. Allí está la notable caricatura, más bien excepcional dibujo a lápiz que logró Freyre por aquellos días en que se registró la pérdida irreparable del enorme creador que hoy es motivo de reconocimiento.


[1] El Sol de México, edición del 9 de agosto de 1968. Roque Armando Sosa Ferreyro, García Cabral.

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RUBÉN M. CAMPOS y UNA CRÓNICA DE TOROS EN 1878.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    En mis incursiones librescas o de archivos, encontré un interesante material en la Biblioteca “Lerdo de Tejada”. Se trata de Revista de Revistas. El Semanario Nacional del año 1923. En el número correspondiente a diciembre 16 de aquel año, se incluye una colaboración del eminente escritor Rubén M. Campos (Doblado, Guanajuato 1876, Ciudad de México, 1945), dedicado a indagar asuntos del flolklore nacional, con temas como la danza indígena, temas de la vida cotidiana, música popular, artesanía, diversas fiestas profanas y sagradas, mexicanismos, biografías, poesía, y otros asuntos de nuestra cultura. “Las Corridas de Toros de Antaño” es un delicioso texto en el que rememora una vivencia infantil, que quedó firme en su memoria, dada la forma en que describe con puntual exactitud los detalles mayores y menores de aquel festejo, celebrado en San Pedro Piedra Gorda en el curso del mes de enero de 1878, faltando dos para que ocurriera la penosa muerte de Lino Zamora a manos de su celoso “matador”, Braulio Díaz.

En esta narración que incluyo completa a continuación, se detalla la forma en que se celebró una tarde de toros donde además, tuvo la suerte de ver alternar al propio Lino Zamora junto a Bernardo Gaviño y junto a ellos toda una “fauna” de elementos complementarios como el “loco”, los “hombres gordos”, “la Mónica, ágil banderillera”. Describe los curiosos pares de banderillas y la forma en que se adornaban, y luego algunas suertes, o la aparición de Lino Zamora poniendo banderillas a caballo y la no menos notable actuación de Refugio Sánchez “El Verde”, al “Borrego” (quizá se refiera a Abraham Parra, notable diestro de aquellos sitios provincianos), sin faltar la de los charros y jinetes que lucieron todas sus habilidades. No falta aquí el momento en que se desarrolló el “toro embolado” y otros aspectos de una tarde que resultó incomparable dado el buen juego de los toros, a pesar de que se tuvo que utilizar el “lazo” como forma para retirar a alguno de los allí lidiados.

Para no entorpecer la sabrosa crónica del autor invitado en esta ocasión, vayamos a la lectura de

 Las Corridas de Toros de Antaño.[1]

Por: Rubén M. Campos.

    Ninguno de los jóvenes concurrentes de hoy a una corrida de toros, podría imaginarse lo que eran las corridas de antaño. Es preciso haber vivido un poco para llevar catalogado algo, y poder desglosar de vez en cuando una página pintoresca del libro de la vida.

Cuando se ve hoy al gladiador (Rodolfo) Gaona en una actitud praxitélea[2] que haría retemblar el inmenso Colosseum[3] colmado de espectadores venidos de todo el Imperio, ante la esmeralda escrutadora de César que lo proclamaría quirite,[4] lo que era algo más que un dios, no pueden concebirse las corridas de toros sin la parsimoniosa etiqueta de un espectáculo en el que, si bien la plebe intemperante es la misma, los rituales de la arena son tan ceremoniosos como en la recepción de una corte.

Pero en los tiempos que yo alcancé con el albor de aurora de los diez años (que ya vimos, nació muy probablemente entre 1865 y 1870; murió en 1945),[5] la fiesta de sangre era un torneo de júbilo por el que a veces pasaba un estremecimiento de muerte. El valor brutal de (Juan) Silveti tuvo sus raíces en aquellos toreros guanajuatenses que infundían el desprecio a la vida. Era la primera vez que yo iba a ver lidiar toros, y era Lino Zamora quien toreaba.[6] Cada capitán tenía entonces su cuadrilla de toreros, y la de Lino era la más famosa. Las plazas de onzas de oro y de pesos de antiguo cuño, que cubrían las mesas de las partidas de juego en la feria de San Pedro Piedragorda (Zacatecas), respondían de que podía ser pagado el más insigne torero de entonces. Iba a alternar con Bernardo Gaviño,[7] y disputábales a ambos el rango de primero banderillero Refugio Sánchez, “El Verde”, llamado así por su terno de luces lentejueleado de plata.

La plaza, construida de vigas y cubierta y techada con petates, era por dentro una mancha radiosa de colores vivos en que dominaban el azul de los rebozos y el rojo de los zagalejos de las mujeres. El payaso[8] divirtió al pueblo con coplas comentadas por la música de viento, a la que interrumpía el farsante con la mano para versificar otra relación que terminaba glosando la misma copla, entre la jacaranda del público. La hora de abrir la corrida fue anunciada por el clarín, abrióse una puerta, ampliamente, y apareció a partir plaza un charro a caballo, espléndidamente enjaezado a la mexicana; saludó caballeresco, descubriéndose para pedir la venia y recogió la llave del toril que le entregó el juez de plaza. Apareció luego el zarzo de las banderillas, que eran un primor de labor en papel picado: cornucopias que volaban flores del trópico; palomas que abrían las alas al ser clavado el par; redes repletas que al romperse cubrían al toro con una gualdrapa regio de rosas enhebradas de listones de oro y plata; canastillas de agasajos que al ser sacudidas con los reparos de la bestia daban al viento una lluvia de mariposillas de oro volador; floripondios y granadas abiertas, macetas floridas, liras enhiestas, estípites volcadas. En seguida venía Lino Zamora en su caballo blanco, pequeñito y fino, de pura raza árabe, haciendo cabriolas, y detrás del capitán sus toreros coruscantes de oro y plata en lentejuelas de luz sobre alamares irisados con los reflejos de las sedas violeta, anaranjada, rosa, verde, morada, azul. Lino Zamora, en terno guinda, era un hombrecillo de espaldas cuadradas, tez de bronce, bigote y cabello aún negros y ojos de pájaro de presa. Tendría entonces cincuenta años[9] y debería morir de una puñalada[10] por causa de una mujer, dos meses más tarde, en Zacatecas, a manos de Braulio Díaz.

Después de la cuadrilla que capitaneaba Bernardo (Gaviño), gualda y oro, venían los picadores a caballo, a pecho descubierto las bestias y con simples polainas los hombres, la lanza en la cuja[11] y calado el barboquejo de los sombreros galoneados. Tras los picadores venían los lazadores en excelentes caballos enjaezados con silla vaquera. Después seguían los charros coleadores y los jineteadores montados en pelo, sin silla y sin freno las cabalgaduras. Y a continuación la Mónica, una amazona que banderillaba a caballo o subida en un barril,[12] vestida de china poblana, con las trenzas sueltas a la espalda y fumando un veguero, el rebozo de bolita terciado en los hombros provocativos. Su aparición fue saludada con un estruendoso aplauso como el que saludó a Lino Zamora, y ella sonreía echando atrás el rico sombrero galoneado y dejando ver, al quitarse el puro de la boca, un diente chimuelo en su faz caricortada. Y luego los jorobantes,[13] que fueron recibidos con risas estrepitosas y silbidos que coreaban el son que ellos bailaban; y con ellos los hombres gordos, empajados, esféricos, con un vientre enorme del que salía apenas la cabeza enharinada, los cuales dejábanse rodar por el suelo, batiendo las piernas en el aire; los gigantones, enormes peleles con la cara vuelta al cielo y los brazos colgantes, envueltos en trajes talares con dos agujeros en el vientre para los ojos de los portadores; los bocabajos, que simulaban sacar la cabeza volcada y enmascarada por entre las piernas; los enanos acurrucados, que saltaban ágilmente en cuclillas como los sapos; las chimoleras con sus grandes cazuelas para representar la pantomima de la boda de indios; y por último, Juan Panadero, danzando, con su pala empuñada para sacar de un hornito portátil el pan caliente.

Todos estos mimos desaparecieron como por tramoya una vez que dieron la vuelta al redondel, entre el estruendo de la muchedumbre que les arrojaba cáscaras de naranja y de lima; y despejada la arena quedaron en ella los capitanes y sus cuadrillas, y cedió galantemente el mexicano al español el honor de abrir la corrida.

¿Pero cómo hacer una reseña moderna sin la venia de Don Verdades, Verduguillo,[14] Latiguillo,[15] Mono Sabio[16] y demás muchachos revisteros de hoy, que saben más que el propio Cúchares?[17] La puerta del toril se abrió vomitando un toro endemoniado, y dio principio el más pintoresco herradero que se haya visto. Lino y Bernardo espiaban recelosos el momento de parar los pies a aquella fiera, pues evidentemente las ganaderías de Parangueo[18] y de Atenco[19] han degenerado. Alertas, avizores, palpitantes de rabia, como embrujados, aquellos toros raudos íbanse al bulto. Cada pica era un caballo muerto. Levantaban por los aires caballo y picador y era un triunfo salvar al hombre. Los cuernos de las fieras habían sido limados para aguzarles más la punta,[20] y las cornadas eran mortales. Un clamor de angustia levantóse cuando un picador atravesado por el pecho cayó moribundo al otro lado de la valla, y el espanto lívido puso su rictus en los rostros y secó las bocas cuando “El Borrego”[21] cayó debajo del toro con una cornada en una ingle, mortal. Habíase resbalado con una cáscara de plátano al poner un par bien puesto, y quedó a la merced del toro. Todos acudieron a salvarlo de quedar muerto allí mismo, y se apoderaron del toro por los cuernos, el cuello, la cola, y mientras Refugio Sánchez sacaba al compañero por las axilas, el toro revolvióse y lanzó lejos aquella gente, que cayó de bruces o de espaldas, y entonces toda la plaza puesta en pie aullaba de terror y una puerta dio paso a los lazadores para llevar aquel demonio a viva fuerza. Pero una bronca formidable hizo explosión atronando el circo. No debía ser lazado el toro. Debía ser lidiado hasta el fin tan magnífico ejemplar, y Lino Zamora puso fin a la disputa apareciendo en su caballo blanco.

Como por encanto quedó despejada la plaza al ser saludado el caballero, a quien fue dado un par de banderillas. El toro, en cuyo testuz brillaban las escarlatas de una rosa que llevaba en la frente, puesta al salir del toril, presintió un poder superior y aprestóse a la lucha; y al verse citado a banderillas, reculó y lanzóse sobre su adversario. Pero el centauro quebró sus cuatro pies con una gracia que recordaba la elegancia de las actitudes de los centauros sagitarios esculpidos por Scopas[22] en el friso del Parthenón, y la lucha fue un rapto de admiración trémula. El caballo escurrióse ágil como una anguila, y el caballero en escorzo[23] logró poner su par tan bien puesto cual si las puyas hubiesen estado imantadas. El caballo, espoleado, irguióse libre del apersogamiento[24] que refrenaba sus bríos, y el caballero, descubierto, fue recogiendo entre la delirante ovación, pesos y onzas de oro al dar vuelta al galope por el redondel. Refugio Sánchez, celoso de su rival, citó a su vez y partió hacia el toro raudo, girando siempre como un trompo, y puso otro par magnífico que enloqueció al público. Bernardo aprestóse a matar, suerte que debía verificar en un metisaca, pues dejar el estoque era rechifla segura. Mató bien el español tras breve faena y fue ovacionado cumplidamente.

En el segundo toro, que no fue condenado a muerte sino a lazo, vi a los charros de mi tierra escupirse la mano, sin hipérbole, al echar sus crinolinas despedidas hacia atrás, que giraban en el viento e iban a caer en los dos cuernos, y sus piales pintados que daban en tierra con el vencido. Y vi también un hombrecillo a quien le faltaban los dos brazos,[25] jinetear adherido solamente por sus piernas de acero, sacudido como si estuviese deshuesado, pero sin caer del toro. La Mónica vino después a banderillear subida en un barril, peligroso trance del que salió ilesa.

Tocóle matar a Lino Zamora, y demostró una bravura salvaje, que era la atracción de aquellos tiempos, pues la faena era un verdadero duelo a muerte; y como las pragmáticas de ancas, y se lo llevaron en triunfo tras el brillante juego que había dado.

Pero una vez terminada la corrida de cinco toros, de la que guardo confusos otros detalles, vino el toro embolado. Antes que los empajados y los bocabajos, hicieron irrupción estrambóticos personajes subidos en zancos, y les siguieron los jorobantes, los enanos, los gigantones, las chimoleras y los indios coronados de zempaxóchiles[26] y vestidos de blanco para celebrar la pantomima de la boda. El colonche corría en abundancia y las libaciones sucedíanse cuando abrieron la puerta del toril. Entonces los concurrentes, por racimos, descendieron a la arena, y aquello fue un jaleo nunca imaginado. Los empajados desafiaban impunemente a la fiera, hincados o montados en asnos, embrazando un carrizo a guisa de pica, y eran botados como gigantescas pelotas de foot ball que tuviesen tarsos rudimentarios de palmípedo[27] para huir; y los hombres de los zancos abríanse en compás para que pasara burlado el toro, en tanto que las cazuelas volaban por los aires y el colonche empurpuraba los vestidos almidonados de los indios.

La turba henchía la arena hasta atropellarse y dar en tierra por montones, en medio a la desbandada de la muchedumbre en fuga y entre una rechifla ensordecedora. Y las dos muertes que hubo en aquella tarde memorable[28] fueron olvidadas por el pueblo, hijo de Aztlán, que ahogaba en una pasquinada la orgía sangrienta de dos sacrificios humanos.

Rubén M: CAMPOS.

México, diciembre de 1923.

   De mi “Galería de toreros mexicanos de a pie y de a caballo. Siglos XVI al XIX”[29] traigo hasta aquí los datos de

GARZA, Alejo: personaje que, por sus características especiales, realizaba suertes parataurinas, que así lo permitieran pues presentaba una limitación corporal, misma que consistió en no poseer los dos brazos.

De ahí que se le conociera en los carteles como el “Hombre Fenómeno”. Un cartel de mediados del siglo XIX así lo retrata:

TOROS / EN LA / PLAZA PRINCIPAL / DE S. PABLO, / El jueves 11 de junio de 1857 / FUNCIÓN SORPRENDENTE, / DESEMPEÑADA POR LA CUADRILLA QUE DIRIGEN / D. SOSTENES / Y / D. LUIS ÁVILA.

Animado el empresario por sus amigos y por infinitos aficionados a esta diversión para que en esta hermosa plaza se den corridas de toros, no ha omitido gastos ni diligencia alguna para vencer las dificultades que se le han presentado: en tal concepto, arregladas estas, tiene la satisfacción de anunciar al respetable público, que la tarde de este día tendrá lugar la primera corrida de la presente temporada.

Siendo Don Sostenes Ávila el capitán de dicha cuadrilla, y presentándose por la vez primera en esta plaza, tiene el honor de ofrecer al bondadoso público mexicano, sus débiles servicios, suplicándole al mismo tiempo se digne disimular sus faltas; en el bien entendido, de que tanto él como sus compañeros, no aspiran más que a complacer a sus indulgentes favorecedores.

A la referida cuadrilla está unido el arrojado y hábil lidiador FRANCISCO SORIA, conocido por / EL MORELIANO.

Que tan justamente se ha granjeado el afecto de sus compatriotas, y el de todos los dignos concurrentes: viniendo también agregado a la cuadrilla

EL HOMBRE FENÓMENO (se trata en este caso de Alejo Garza. N. del A.),

Que faltándole los brazos desde su nacimiento, ejecuta con los pies unas cosas tan sorprendentes y admirables, que solo viéndolas se pueden creer: en cuya inteligencia, y tan luego como se haya dado muerte al tercer toro de la corrida, ofrece desempeñar las suertes siguientes:

Hará bailar a un trompo y a tres perinolitas.

2ª Jugará diestramente el florete, con el loco de la cuadrilla.

3ª Cargará y disparará una escopeta.

4ª Barajará con destreza un naipe.

5ª y última. Escribirá su nombre, el cual será manifestado al respetable público.

SEIS / FAMOSOS TOROS

Están escogidos a toda prueba para la lid anunciada; y si bien solo ellos con su ARROGANTE BRAVURA, serán bastantes a llenar el espectáculo complaciendo a los dignos asistentes. También contribuirá mucho al mimo objeto la buena reposición que se le ha hecho a la plaza, hermoseándola con una brillante pintura que le ha dado un artista mexicano.

Antes del / TORO EMBOLADO / de costumbre, saldrán de intermedio / DOS PARA EL COLEADERO, / que tanto agrada a los aficionados.

TIP. DE M. MURGUÍA.

PARRA, Abraham: Espada mexicano de segundo orden, que no dejaba de trabajar con aceptación, por los años de 1887 en adelante. (L. V., 109).

El Borrego era el alias con que se conocía a Abraham Parra en sus correrías como otro tanto de los “gladiadores” que actuaban en las plazas de toros mexicanas, ya muy avanzado el siglo XIX. No es ninguna figura apolínea. En sus mejores tiempos hasta fue banderillero de Lino Zamora. En LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA Nº. 3, del 11 de diciembre de 1942.

PARA EL QUE QUIERA ALGO DE EL BORREGO, AQUÍ LO TIENEN.

Abraham Parra El Borrego, con esa figura ¡vaya que se ganó el seudónimo de marras!

Tan evocadora imagen nos transporta de inmediato a una época en que el toreo con toda su expresión a la mexicana estaba causando conmoción, sobre todo en la provincia, porque debieron ser los años en que la fiesta estaba prohibida en la capital de la república; esto entre 1867 y 1886. Todo es auténtico, desde su original continente, pasando por el ajustadísimo traje que apenas puede sujetar tanto volumen corporal, hasta la desproporción de un diseño ausente. Faja de dos palmos, capa de amplios vuelos, con una esclavina casi imperceptible, hombreras descomunales y una montera ridícula a cual más, semejando un molcajete, eso sí, perfectamente asida a la barba por un hilillo aún más grotesco. ¡Claro!, no podía faltar el impresionante mostacho rematando el serio semblante del guanajuatense.

Los golpes de una taleguilla tampoco guardan ningún equilibrio y son meras adherencias a un traje que toreros como Abraham Parra no sólo idearon, sino que mandaron hacer recreando en ellos la imagen que, como modelo, seguía dejando en el panorama Bernardo Gaviño, quien todavía se daba el lujo de cosechar alguna hazaña o causar lástima, debido a su avanzada edad (es bueno recordar que muere a los 73 años, víctima de una cornada, pero aún más de una mala atención. Esto ocurre entre el 31 de enero y el 11 de febrero de 1886).

Pues bien, para el que quiera algo de El Borrego, aquí lo tienen. Procuren no tardarse en contratarle. Si esto ocurre no les extrañe que se tome un descanso en la mullida y descansada silla de al lado.


 

[1] Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XIV, México, D.F., diciembre 16 de 1923, N° 710, p. 37-8.

[2] Es decir, relacionada con la escultura clásica que viene de los más importantes artistas griegos, que fue del clasicismo más notorio al manierismo anticipado que ya insinuaba también el sensualismo.

[3] Coliseo o Anfiteatro Flavio, obra majestuosa construida en el siglo I de nuestra era por el poderoso imperio romano, la cual sigue siendo pieza emblemática y representativa de aquella época.

[4] Quirite, Caballero o ciudadano de la antigua Roma.

[5] Si nos atenemos a lo anotado por Rubén M. Campos, afirma que vio aquel espectáculo cuando contaba con diez años. Es decir, el célebre autor debe haber nacido entre 1865 y 1870, tomando en cuenta que Lino Zamora, estando por los rumbos de Zacatecas, habría actuado, antes que en Jerez, en San Pedro Piedragorda, esto, en enero de 1878.

[6] Debe uno reconocer que lo inestable de ciertos datos nos llevan a creer a “pie juntillas” lo que viene corriendo de boca en boca; es decir el testimonio oral que pasa de generación en generación y que, peor aún, se da por un hecho. Se creía que Lino Zamora habría muerto, víctima del despecho y los celos de su banderillero Braulio Díaz, a raíz del triángulo amoroso que surgió entre estos dos personajes y Prisciliana Granado, en 1884. Pero con el dato que La Voz de México, reporta en su número 50 del viernes 1º de marzo de 1878, se puede colegir que dicho asesinato ocurrió en Zacatecas el 7 de febrero de ese mismo 1878. Los “Legítimos versos de Lino Zamora, traídos del Real de Zacatecas” que corren todavía lamentando su penosa muerte, debe reconocerse, dan una fecha equivocada, la del catorce de agosto. Quizá por eso, al convertirse aquel acontecimiento en un asunto que dispersó vox populi, es que haya llegado hasta nuestros días arrastrando ese peso de equivocación, diluido en su originalidad por el tiempo, pero más aún porque transmitido entre el pueblo, se encontró rápidamente con una afirmación que es difícil de extirpar en algunos casos.

[7] José Francisco Coello Ugalde, Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

De acuerdo a una tabla incluida en esta biografía, y donde pude reunir todos los registros localizados sobre actuaciones del personaje, no hay dato que lo ubique en Zacatecas, lo cual no quiere decir que esto no haya ocurrido. Simple y sencillamente se podría tratar de una omisión por parte de la prensa, cuyo comportamiento por aquellos años reflejaba su abierto rechazo a la actividad taurina registrada en las provincias de nuestro país, y sólo algunas notas al respecto, son las que pasaron a formar parte de aquella relación de actuaciones. La presente, viene a enriquecer, en consecuencia, tal compendio de información.

[8] Este personaje fue uno más en la “troupe” que actuaba en diversos espectáculos taurinos, sobre todos los que se dieron desde comienzos del siglo XIX y hasta finales del mismo.

[9] Es decir, que Rubén M. Campos al calcular la edad de Zamora, nos refiere la posibilidad de que su nacimiento se registrara aproximadamente entre 1828 y 1830.

[10] De hecho no fue una cuchillada, sino la descarga completa de una pistola que empuñaba Braulio Díaz, su “matador”.

[11] Cuja o cujote, bolsa en la que se introducía la bandera a la lanza.

[12] Como una constante, el conjunto de manifestaciones festivas, producto de la imaginaria popular, o de la incorporación del teatro a la plaza, comúnmente llamadas “mojigangas” (que en un principio fueron una forma de protesta social), despertaron intensas con el movimiento de emancipación de 1810. Si bien, desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX ya constituían en sí mismas un reflejo de la sociedad y búsqueda por algo que no fuera necesariamente lo cotidiano, se consolidan en el desarrollo del nuevo país, aumentando paulatinamente hasta llegar a formar un abigarrado conjunto de invenciones o recreaciones, que no alcanzaba una tarde para conocerlos. Eran necesarias muchas, como fue el caso durante el siglo antepasado, y cada ocasión representaba la oportunidad de ver un programa diferente, variado, enriquecido por “sorprendentes novedades” que de tan extraordinarias, se acercaban a la expresión del circo lo cual desequilibraba en cierta forma el desarrollo de la corrida de toros misma; pues los carteles nos indican, a veces, una balanceada presencia taurina junto al entretenimiento que la empresa, o la compañía en cuestión se comprometían ofrecer. Aunque la plaza de toros se destinara para el espectáculo taurino, este de pronto, pasaba a un segundo término por la razón de que era tan basto el catálogo de mojigangas y de manifestaciones complementarias al toreo, -lo cual ocurría durante muchas tardes-, lo que para la propia tauromaquia no significaba peligro alguno de verse en cierta media relegada. O para mejor entenderlo, los toros lidiados bajo circunstancias normales se reducían a veces a dos como mínimo, en tanto que el resto de la función corría a cargo de quienes se proponían divertir al respetable.

Desde el siglo XVIII este síntoma se deja ver, producto del relajamiento social, pero producto también de un estado de cosas que avizora el destino de libertad que comenzaron pretendiendo los novohispanos y consolidaron los nuevos mexicanos con la cuota de un cúmulo de muertes que terminaron, de alguna manera, al consumarse aquel propósito.

El fin de esta investigación estriba en recoger el mayor número de evidencias de este tipo que se hicieron presentes en el toreo decimonónico enriqueciéndolo de forma por demás evidente. A cada uno de los datos, de las representaciones, creaciones y recreaciones se dedicará un análisis que nos acerque a entender sus propósitos para que estos nos expliquen la inquietud en que se sumergieron aquellas fascinantes invenciones.

Durante el siglo XIX, y en las plazas de San Pablo o el Paseo Nuevo hubo festejos taurinos que se complementaban con representaciones de corte teatral y efímero al mismo tiempo. También puede decirse: en ambas plazas hubo toda una representación teatral que se redondeaba con la corrida de toros, sin faltar “el embolado”, expresión de menores rangos, pero desenlace de todo el entramado que se orquestaba durante la multitud de tardes en que se mostraron estos panoramas. Ambos escenarios permitían que las mencionadas representaciones se complementaran felizmente, logrando así un conjunto total que demandaba su repetición, cosa que los empresarios Mariano Tagle, Manuel de la Barrera, Javier de las Heras, Vicente del Pozo y Jorge Arellano garantizaron permanentemente, con la salvedad de que entre un espectáculo y otro se representaran cosas distintas. Y aunque pudiera parecer que lo único que no cambiaba notablemente era el quehacer taurino, esto no fue así.

El siglo XIX mexicano en especial, reúne un conjunto de situaciones que experimentaron cambios agresivos para el destino que pretende alcanzar la nueva nación. Ya sabemos que al liberarse el pueblo del dominio colonial de tres siglos, tuvo como costo la independencia, tan necesaria ya en 1810. Lograda esta iniciativa y consumada en 1821 pone a México en una condición difícil e incierta a la vez. ¿Qué quieren los mexicanos: ser independientes en absoluto poniendo los ojos en Estados Unidos que alcanza progresos de forma ascendente; o pretenden aferrarse a un pasado de influencia española, que les dejó hondas huellas en su manera de ser y de pensar?

Este gran conflicto se desata principalmente en las esferas del poder, el cual todos pretenden. Así: liberales y conservadores, militares y hasta los centralistas pelean y lo poseen, aunque esto fuera temporal, efímeramente. Otra circunstancia fue la guerra del 47´, movimiento que enfrentó en gran medida el contrastante general Santa Anna, figura discutible que no sólo acumuló medallas y el cargo de presidente de la república varias veces, sino que en nuestros días es y sigue siendo tema de encontrados comentarios.

Esa lucha por el poder y la presencia de personajes como el de Manga de Clavo fue un reflejo directo en los toros, porque a la hora en que se desarrollaba el espectáculo, las cosas se asumían si afán de ganar partido, y no se tomaban en serio lo que pasara plaza afuera, pero lo reflejaban -traducido- plaza adentro, haciendo del espectáculo un cúmulo de creaciones y recreaciones, como ya se dijo.

[13] Jorobantes o jorobados, figuras estrambóticas incluidas en la mojiganga.

[14] Se refiere a Rafael Solana Cinta, Verduguillo.

[15] Se refiere a Miguel Necoechea, Latiguillo.

[16] Se refiere a Carlos Quiroz Monosabio.

[17] Francisco Arjona “Cúchares”, personaje y paradigma del toreo español en su etapa evolutiva más notoria durante el siglo XIX. Nació en Madrid el 20 de mayo de 1818 y murió en la Habana, Cuba –víctima del vómito negro-, el 4 de diciembre de 1868.

[18] Tal degeneración debió ser ya notoria, en los tiempos en que nuestro autor escribió tal remembranza. Véase Heriberto Lanfranchi, Historia del toro bravo mexicano. México, Asociación Nacional de criadores de toros de lidia, 1983. 352 p. ils., grabs., p. 40. Parangueo. (Municipio de Valle de Santiago, Guanajuato). Fundada hacia 1536 por don Vasco de Quiroga con reses criollas de la región, que se vieron incrementadas en los siglos XVII y XVIII con toros de Navarra y Valladolid.

[19] Op. Cit., p. 43. Para octubre de 1910, los hermanos Barbabosa Saldaña, importaron de España 4 vacas y 2 sementales de Pablo Romero para Atenco y 6 vacas y 2 sementales del marqués del Saltillo para San Diego de los Padres. Y sí, en efecto, la hacienda de Atenco mostró, desde comienzos del siglo XX y hasta la segunda década del siglo anterior una fuerte pérdida de influencia en la dinámica del espectáculo, luego de que durante el XIX fue quizá la más notables en todo el país. Esta unidad de producción agrícola y ganadera, creada como encomienda el 19 de noviembre de 1528 y que se conserva hasta nuestros días, reducida a un ex ejido, con 98 hectáreas y alrededor de unas 200 o 250 cabezas de ganado, ha sido motivo de una profunda revisión e investigación de mi parte, la cual representó para José Francisco Coello Ugalde, contar con la candidatura al grado de Doctor en Historia (de México) por la Universidad Nacional Autónoma de México (2000-2006, constancia fechada el 21 de febrero de 2003), con el tema: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”, tesis con deliberación pendiente de aprobación. Dicho trabajo cuenta además, con una serie de anexos que hacen del trabajo final una extensa obra que revisa ampliamente dicha hacienda ganadera.

[20] A lo que se ve, tal recurso era permitido y existe más de alguna autorización estatal que así lo considera. El dato más remoto que existe al respecto, es un aviso al público dado en Puebla, el 5 de diciembre de 1834. En tal documento, aparecen, al calce, los nombres de Guadalupe Victoria y José María Fernández, Srio. Int. Y que reproduzco para su mejor comprensión. Ello indica que no se trataba de alguna casualidad, sobre todo por aquello de que los toros “puntales” ocasionaban más daño y la cirugía taurina no mostraba por aquel entonces avance significativo alguno.

[21] Quizá se refiera a Abraham Parra “El Borrego”, personaje de quien me ocuparé más adelante.

[22] Célebre escultor y arquitecto griego del siglo IV a. C.

[23] Escorzo, cuerpo en posición oblicua o perpendicular a nivel visual.

[24] Apersogamiento, que se refiere a tortura o mal trato, pues la intención es con el fin de dar castigo, en este caso al caballo a través del fuete, las espuelas o la rienda, si es que el caballo no hubiese podido responder al desarrollo de la suerte, según está descrita.

[25] Debe tratarse, con toda seguridad de Alejo Garza, el hombre fenómeno de quien me ocupo más adelante.

[26] Cempoalxochtl, se refiere a la flor de veinte pétalos o flor de muertos, incorporada en nuestra cultura desde la noche de los tiempos y con la cual se rememoran a quienes ya no se encuentran entre nosotros. Por la circunstancia en que se encuentra descrita esta semblanza, la figura de los indios debe haber cobrado una particular representación, misma que podremos comprobar en la imagen aquí elegida.

[27] Ave que tiene las patas adaptadas a la natación por medio de unas membranas interdigitales, tales como el pato, la gaviota y el cisne.

[28] Esto significa que, a causa de algún percance, dos de los integrantes de aquel conjunto notable de personajes, se convirtieron en “víctimas de la barbarie”, tal y como lo denunciaban autores como Carlos María de Bustamente o José Joaquín Fernández de Lizardi, pero también Domingo Ibarra, Manuel Payno, Francisco Sosa o José López Portillo y Rojas, todos ellos antitaurinos declarados en el curso del siglo XIX.

[29] La que por cierto puede apreciarse ya en dos entregas –dado que es un trabajo alfabético y biográfico a la vez-, en la siguiente liga: http://www.fcth.mx/index.html

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EL EXTRAÑO INCENDIO EN LA PLAZA DE SAN PABLO EN 1821.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

La iglesia de san Pablo en primer término. La plaza de toros, al fondo. México Pintoresco. Facsimil de la edición de 1855. Col. del autor.

La plaza de toros de san Pablo funcionó por primera vez desde 1788. Era por tanto, el escenario sucedáneo de la del Volador, y se alternaba con las del Quemadero de la Inquisición, Hornillo, Jamaica, la de los Pelos y alguna otra que se levantara efímeramente en atrios de iglesia o conventos; estas últimas a raíz de algún festejo religioso de gran boato. Los registros y noticias de aquellas ocasiones son parcos, de ahí que las noticias existentes no son claras y no precisan muchas veces, el lugar de su desarrollo.

Años más tarde, la de san Pablo, continuó sirviendo para aquellos fines, hasta el punto de que en los primeros meses de 1815, aprovechándose el traslado del maderamen que fue del Volador, plaza que por aquellos días dejó de funcionar definitivamente.

Aquellos espacios se renovaban cada año o temporada, pues se armaban con base en madera y eso fue una constante durante todo el siglo XI.

Al paso de los años, las funciones taurinas y de otra índole –un circo, una compañía de acróbatas-, demandaban sus servicios, e incluso se alternaban las funciones entre unos y otros.

Llegado el año 1821, se encontraba al frente de la misma, el coronel Manuel Barrera Dueñas, asentista o empresario, personaje que se hizo de un poder influyente infinito, no solo en estos asuntos de la cosa taurina, sino que se encontraba al servicio de intereses políticos, ayudado por cierta soberbia que no debe haber sido benéfica en sus asuntos, así como por su amistad con personajes públicos de alto rango, incluyendo los presidentes de la república en turno. Era, para que me entiendan, quien se encargaba de aspectos relacionados con la basura que día a día se generaba en aquella ciudad de México, lo cual significa que se encargaba de su control, y de los pingües beneficios del mismo, al punto de declarar “…me enriquezco porque yo soy el asentista universal”. “Todos los recursos los tengo yo”.

Luego algo, algo pasó por entonces que una noche (no se tiene precisa la información) comenzó un fuerte incendio en la plaza de toros, misma que terminó en cenizas. Aquella era la noticia por entonces. Carlos María de Bustamante, en su Diario Histórico de México, se encargó de aportar los más datos posibles al respecto.

He de recordar que el célebre autor, era declarado oponente a los toros, de ahí que pusiera énfasis en sus opiniones al respecto de aquel incidente.

Bien a bien, no tenemos noticias de los festejos que entonces se celebraban en aquel coso, pero estaban próximas las fiestas por la coronación de Agustín de Iturbide –el emperador Agustín I-, por lo que fue necesario levantar una plaza que se conocería como la Plaza Nacional de Toros (1821-1825), en el espacio luego llamado plaza de la Constitución, nombre que se le otorgó a raíz de que se puso en vigor tan elevado documento en 1824 para el nuevo estado-nación que era México.

Y la de san Pablo, ya repuesta comenzó a dar funciones pocos años después de aquel suceso. Pero el 9 de mayo de 1825, nos vuelve a decir Bustamante:

Mucho da que decir y pensar el incendio de la Plaza de Toros [y es que en esa ocasión tocó ser blanco del fuego la Plaza Nacional de Toros]: a lo que parece se le prendió fuego por varias partes, pues ardió con simultaneidad y rapidez. ¿Quién puede haver causado esta catástrofe? He aquí una duda suscitada con generalidad, y atribuida con la misma a los Gachupines para hacerlos odiosos y que cayga sobre ellos el peso de la odiosidad y persecución, opinión a que no defiero, no por que no los crea yo muy capaces hasta de freirnos en aceyte, sino por que ellos obran en sus intentonas con el objeto de sacar la utilidad posible, y de éste ninguna sacarían. Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera… Bien, de V. es la Plaza, pero yo aseguro a V. que la gozará por poco tiempo -expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio. Se asegura que fueron aprendidos dos hombres con candiles de cebo: veremos lo que resulta de la averiguación (Encuadernado aquí el Impreso Poderoso caballero es don dinero. México, Oficina de D. Mariano Ontiveros, 1825, 4 p., firmado El tocayo de Clarita) judicial que se está haciendo; por desgracia no tenemos luces generalmente de Letras sino de letras muy gordas y incapaces de llevar la averiguación acompañada de aquella astucia compatible con el candor de los juicios, ni hay un escribano como aquel Don Rafael Luaro que supo purificar el robo de (Joaquín) Dongo en los primeros días de la administración del Virey Revillagigedo de un modo que asombró a los más diestros curiales.

En el acto del Yncendio ocurrió la compañía de granaderos del número Primero de Ynfantería la que oportunamente cortó la consumación del fuego con la Pulquería inmediata de los Pelos el que pudo haverse comunicado al barrio de Curtidores: esta tropa al mando del Teniente Coronel Borja trabajó tanto que dexó inutilizadas sus herramientas. Del edificio no ha quedado más que el Palo de en medio donde estaba la asta bandera, e incendiado en la puerta, lo demás es un cerco de ceniza que aun no pierde la figura de la plaza. Desde el día anterior se notó que en la tarde procuraron apagar con el cántaro de agua de un vendedor de dulces el fuego que aparecía en un punto de la Plaza. Dentro de ella había quatro toros vivos, y tres mulas de tyro; todas perecieron, y ni aún sus huesos aparecen. De los pueblos inmediatos ocurrieron muchas gentes a dar socorro, pues creyeron que México perecía; tal era la grandeza de la flama que se elevaba a los cielos. El daño para el asentista es gravísimo, pues a lo que parece en la escritura de arrendamiento estipuló que respondía la Plaza si pereciese por incendio u otro caso fortuito. ¡Cosa dura vive Dios! que pugna con los principios de equidad y justicia. Además tenía contratada una gruesa partida de toros para lidiar al precio de 50 pesos al administrador del Condado de Santiago Calimaya de los famosos toros de Atengo. Todo esto nos hace sentir esta desgracia, y pedir fervorosamente al cielo no queden impunes los autores de un crimen de tanta trascendencia, y que envalentonará con su impunidad a los malvados a cometer otros de la misma especie. (Bustamante, Diario Histórico de México, T. III, Vol. 1. Enero-dic. 1825, p. 72-3).

Por aquellos años, las figuras de renombre estaban en nombres como los hermanos Ávila, Antonio Rea, Pedro Escobar, Julio Monroy, Guadalupe Granados, José Antonio Romero, José Legorreta o Gerónimo Meza. También eran célebres Manuel Ceballos “El Sordo”, Joaquín Rodríguez, José María Montesinos, José María Ríos, José Apolinario Villegas, Onofre Fragoso o Joaquín Roxas.

Todos se frotaban las manos ante la inminente presencia en la plaza: lidia de toros de “Atengo de los señores condes de Santiago (…), y las hazañas de Rea, Corchado, el “Compadrito”, “Caparratas”, el “Cantarito”, Clemente, Palomo, Legorreta, Manjares, Dionisio y el Morado, cuadrillas de toreros o gladiadores, la mejor en su momento”, sin olvidar que los hermanos Sostenes, Luis, José María y Joaquín Ávila justo en aquel momento, están convertidos en los más importantes, en una época que abarca los años de 1808 a 1858, tiempo en que los Ávila fueron amos y señores del ambiente taurino en la ciudad de México.

De los más célebres toros de la época, no olvidemos que una de las haciendas más importantes fue la de Atenco, Atengo o Atongo, que así se le anunciaba por entonces, junto con los del Astillero, Parangueo o Shajay.

Y llegado el domingo de Pascua de 1833 –el 7 de abril-, se reinaugura la de san Pablo. Dos importantes respaldos nos dan idea de aquel acontecimiento, uno por parte de Mathieu de Fossey quien en su célebre libro Le Mexique deja una sabrosa descripción de aquella jornada, lo mismo que va a ocurrir con la grata presencia de otro viajero, John Moritz Rugendas, quien ilustra una escena emblemática en un pequeño óleo sobre cartón, y que hoy se puede admirar en el Museo Nacional de Historia, en Chapultepec. Dicha tarde fue la presentación del diestro español Bernardo Gaviño ante el público mexicano.

Imagino que el espectáculo alcanzó proporciones importantes, comparables solo con las descripciones que más tarde hicieron personajes como Manuel Payno o Guillermo Prieto, tan cercanas a aquello que representó la realidad del espectáculo taurino en la primera mitad del siglo XIX.

Para terminar, solo agrego dos cosas más. Una, que nos lleva a 1847, año de la invasión norteamericana, lo que orillo a suspender los festejos permitiendo con ello el desmantelamiento de la mitad de la plaza, cuyas tablas sirvieron para apoyar al hospital de san Pablo, donde fueron atendidos militares y civiles heridos durante las batallas de aquel penoso episodio. La otra razón es que la misma plaza, aquí reseñada, dejó de funcionar en 1864 cuando ya era una auténtica ruina, terminando así su paso por la historia taurina de este país.

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60 PERSONAJES QUE BUSCARON PARTICIPAR EN UN JUEGO DE CAÑAS EN 1814.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

¿Coche o caballo? Ese es el dilema. Col. del autor.

   Al finalizar 1814, ciertos acontecimientos políticos centraron la atención de autoridades, los grupos de élite, y del pueblo en general. Recordemos que han transcurrido ya, cuatro años en que el movimiento encabezado por Miguel Hidalgo y Costilla junto a otros personajes –hoy héroes de la patria-, habían puesto en marcha con vistas a la emancipación. Son días también que ha llegado noticia de España señalando la recuperación del imperio español por parte de Fernando VII, a quien ya se le conocía como el “Deseado” luego de la invasión y usurpación por parte de las fuerzas francesas a la península española y al reino en consecuencia.

Todo esto es el escenario en el que para celebrar la posibilidad del retorno al absolutismo, con lo que las autoridades novohispanas se ensoberbecieron, estimulo que los llevó, desde el virrey mismo a conmemorar aquel suceso. No se encontró mejor pretexto que hacerlo de conformidad, tal y como se celebraba la mismísima fiesta del paseo del Pendón. Solo que había un pequeño inconveniente: las arcas del gobierno virreinal estaban vacías y sobre aquel anhelo en que se enarbolaba el pendón, esto quedó sometido a un debate sin fondo, con la conveniencia del uso o no de caballos o coches. Entre otras pretensiones, se planeaba celebrar un “juego de cañas” (expresión aledaña a la tauromaquia) y corridas de toros. Estas se dieron en enero de 1815 en la plaza del Volador. El juego de cañas jamás se llevó a cabo. Para conocer un poco más sobre lo ocurrido, veamos los detalles del aquel episodio.

Para entender primero la causa de este propósito peculiar, conviene saber cuáles fueron los detonantes del mismo.

Nos dice María José Garrido Asperó en su tesis de maestría, lo siguiente:

El 10 de agosto de 1814 –día en que Félix María Calleja comunicó a los novohispanos la abolición de la Constitución- creó una comisión festiva integrada por los señores José Mariano Beristáin, arcediano y deán electo de la Catedral; Ramón Gutiérrez del Mazo, intendente corregidor; el síndico procurador del Ayuntamiento Constitucional Rafael Márquez, y el conde de Bassoco para que propusiera y organizara la serie de festejos con que todos los habitantes de la capital y cada una de las corporaciones de gobierno, civiles, religiosas y particulares debía celebrar el feliz acontecimiento: el restablecimiento del absolutismo. Estas ceremonias, decía Calleja, se harían “para comprobar su amor al más digno y deseado de los monarcas”. Todos estos regocijos y las tareas de la comisión festiva estarían directamente supervisados por el virrey.

Esta situación molestó muchísimo al Ayuntamiento Constitucional. En la sesión del 5 de septiembre, el síndico Rafael Márquez expuso en el Cabildo el disgusto que esta medida causó al cuerpo al que pertenecía. Dijo que no había antecedente alguno sobre fiestas reales que no hubieran sido organizadas únicamente por el Ayuntamiento. Propuso y fue aprobado por todos que el gobierno de la ciudad por el momento no reclamara esa intromisión; pero que concluidas las fiestas pidieran al virrey declarara que el no haberse encargado las fiestas al Ayuntamiento no se debía a “desconfianza alguna en la pureza de su manejo ni por otro motivo no favorable a él”.

Pasado algún tiempo,

La comisión festiva de Calleja presentó un programa que incluía un regocijo general en el que participarían todas las autoridades y corporaciones de la ciudad. Además, cada corporación organizaría y costearía otras actividades que serían calendarizadas por la comisión. El Ayuntamiento iluminó sus casas, hizo una misa y un baile en la alhóndiga.

Para el festejo general se planearon serenatas, iluminaciones, corridas de toros en la plaza del Volador, bailes públicos, juegos de cañas y alcancías. Regocijos que terminarían el 8 de diciembre de ese año con una misa solemne en Catedral y un paseo a caballo con la asistencia de todas las autoridades y vecinos principales.

Por la premura del tiempo, según el Ayuntamiento, o por las abundantes lluvias, según Lucas Alamán, algunas de las ceremonias tuvieron que posponerse. Las corridas de toros se hicieron, por ejemplo, hasta enero de 1815. Con tanta concurrencia como si no estuviera el país envuelto en todas las calamidades de una guerra desastrosa, criticó Lucas Alamán.

Agrega luego la autora:

Los problemas festivos entre el Ayuntamiento de Antiguo Régimen y las autoridades superiores después de restablecido el gobierno tradicional volvieron a concentrarse en la fiesta de la conquista; de hecho, éste fue el periodo más conflictivo para esta ceremonia. De 1815 a 1818 el Ayuntamiento de la ciudad de México hizo del paseo del real pendón parte esencial de su discurso histórico político. Esto fue así porque, como hemos visto en otras páginas, ésta era la única ceremonia de la monarquía absoluta en la que los criollos del Ayuntamiento tenían los sitios más destacados y la que expresaba los derechos de gobierno que pensaban poseían. Era la única fiesta del Antiguo Régimen que favorecía la posición autonomista del Ayuntamiento, aunque sus integrantes ya no fueran Guadalupes o decididos partidarios de la insurgencia.

Y sobrevino el conflicto.

En 1815, los regidores se mostraron dispuestos a hacer esta fiesta. Hicieron la elección de alférez real y después de recibir el decreto de restitución del paseo del pendón dado por Fernando VII el 11 de febrero de ese año, ordenando se hiciera con la pompa y costumbre de 1808, a caballo y con la asistencia de todos los funcionarios reales. El gobierno de la ciudad comenzó a hacer los preparativos para la fiesta tal y como lo mandaba el rey.

Fue entonces cuando los partidarios del régimen colonial comenzaron una política francamente destructiva hacia esta fiesta. Se opusieron terminantemente a que se realizara a caballo. Argumentaron que en la Real Audiencia había muchas vacantes, siendo los oidores en esos momentos sólo cinco; además, sus ministros ya no tenían las ropas con que acostumbraban concurrir al paseo del real pendón debido a que se deshicieron de ellas cuando fue abolido.

Así, se resolvió que el paseo se hiciera e coche, pero ello tenía sus inconvenientes, que también se discutieron, y por una u otra causa se insistió en que el dicho recorrido se hiciese como la costumbre lo había establecido.

Con el tiempo, y ya con Apodaca al frente del casi extinto virreinato, esto en 1817, aún se insistía en tales procederes, pero como se podrá entender, aquel intento de finales de 1814, no pudo ser, simple y sencillamente.

Finalmente, existe una declaración del síndico procurador del Ayuntamiento –Andrés Bechi-, quien en 1815, parece haber señalado la sentencia en todo aquello.

Las opiniones de este señor, contrarias al paseo del pendón fueron, al parecer, determinantes en la decisión del rey y del virrey. El síndico expuso además que la Real Audiencia había tenido de tiempo atrás una política del todo adversa a la fiesta. Denunció que hacía más de un siglo que los miembros de la Audiencia venían poniendo “obstáculos ridículos” al paseo del pendón, mismos que habían sido desaprobados por el soberano. Dijo este señor, que hacer el paseo en coches, como la Audiencia había querido siempre, restaba la calidad a las causas por las cuales se instituyó: el aniversario de la conquista. Argumento suficiente por el cual debía reformar su resolución.

Y siguiendo lo dicho en la nota a pie de página que corresponde a la cita aquí recogida (me refiero a la N° 295), se anota en ella lo siguiente:

(Que) entre sus argumentos –los de Bechi– estaban los que el Ayuntamiento había expuestos desde el año 1815. Dijo, por ejemplo, que el paseo del pendón hecho a caballo enaltecía el noble fin por el cual se instituyó, el aniversario de la conquista, haciendo de él “un espectáculo que, al mismo tiempo que regocija, sorprende y llena de admiración y entusiasmo a todas las gentes”. Por esa razón los habitantes de la ciudad asistían en varias ocasiones a verlo pasar; en cambio haciéndolo en coches desmerecía a la causa que lo imponía y disminuía el entusiasmo popular. (La cita se encuentra en el Archivo Histórico de la Ciudad de México, fondo Historia. Pendón, Inv. 2277, año 1815, f. 54 y ss.).

A todo lo anterior, debe agregarse que aquel intento de conmemoración no prosperó y peor aún, que en años posteriores, con intenciones similares, se argumentaba el hecho de que no había dinero alguno para celebraciones.

Aquel año, ese conjunto mayoritario de individuos, pertenecientes a la última etapa de la élite novohispana, buscaron celebrar juegos de cañas y alcancías para celebrar el advenimiento al trono de Fernando VII. Existe un documento que presento a continuación, el cual si bien no contiene los datos de rigor, manifiesta la necesidad de realizar tales juegos hacia el mes de enero, pues el 2 de diciembre anterior (1814) diversas personas, entre ellas: Ramón Gutiérrez del Mazo, Francisco Arcipreste, Manuel Gutiérrez de Terán, el conde de la Presa, José Rafael Márquez, enviaron aquella petición al Exmo. Sr. Virrey D. Félix María Calleja para que éste aprobase o no, la ejecución de tan lucidas demostraciones.

Y sí, en efecto, como nos lo confirma Heriberto Lanfranchi:

A principios de 1815 hubo una serie de ocho corridas en la ciudad de México, para celebrar la feliz restitución al trono de Fernando VII de España, como eran fiestas reales, se armó el coso en la plazuela del Volador.

Para saber quiénes integraron aquella petición, se indican a continuación el nombre de cada uno de los integrantes de aquellas “Compañías que han de jugar cañas y alcancías en las próximas fiestas”:

Primera compañía

Padrinos:

Sr. Mariscal de Castilla.

Sr. Conde de la Presa (Rafael de Monterde y Antilló).

Capitán:

Sr. Pedro José Romero de Terreros, Conde de Regla, firmante además, del acta de Independencia en 28 de septiembre de 1821.

Caballeros:

Capitán D. Mariano Icaza.

Capitán D. Antonio Icaza.

Teniente D. José Icaza.

José María Moral y Peisal.

Capitán D. Miguel Ozta.

Capitán D. José Rincón Gallardo.

Capitán D. Manuel Zeballos y Padilla.

Mariano Dosamantes.

Capitán D. Juan Ignacio Orellana.

Teniente D. Miguel Orellana.

Subteniente D. Miguel Michaus.

Luis Ibarrola y Monterde.

Segunda compañía

Padrinos:

Sr. Conde de Casa de Agreda.

Sr. Marqués de Guardiola.

Capitán:

Sr. Conde de Peñasco.

Caballeros:

Juan Pérez Gálvez

Capitán D. José María Prieto Bonilla.

Manuel Valle.

Capitán D. José de Jesús Noriega.

Joaquín Caballero de los Olivos.

Capitán D. José María Yermo.

Teniente D. Tomás Machinena (sic).

Capitán D. Tomás Zeballos.

Coronel D. Francisco Ayala

Juan Antonio Ozta.

Rafael Ríos.

Capitán D. Joaquín Verastegui.

Tercera compañía

Padrinos:

Sr. Marqués de Guadalupe.

Sr. Brigadier D. José Espinosa.

Capitán:

Juan Cervantes y Padilla, firmante del acta de Independencia.

Caballeros:

Capitán D. José Flores Terán.

Juan Flores Terán.

Teniente Coronel D. Sixto Panes.

Capitán D. Juan Antonio Cobián.

Capitán D. José Cobian Serrano.

Capitán D. José Llaín.

Capitán D. Gregorio Iniestra.

Capitán D. Nicolás Soria.

Nicolás Icazbalceta.

Teniente D. Luis García.

Subteniente D. Pablo García.

Capitán D. Domingo Mingolarra.

Cuarta compañía

Padrinos:

Sr. Marqués de Salvatierra, firmante del acta de Independencia.

Sr. Marqués de Selva Nevada.

Capitán:

Sr. Conde de Santiago. (José María Cervantes y Altamirano, 10° conde de Santiago: 1809 a 1835. Firmante además, del Acta de Independencia en 28 de septiembre de 1821).

Caballeros:

Teniente Coronel D. Vicente Rius.

Teniente Coronel D. Pedro Otero.

Subteniente D. Miguel Humana.

Teniente D. Rafael Batallon.

Capitán D. Antonio Cosío.

Teniente D. Andrés Suárez de Peredo.

Teniente Coronel D. Manuel Rul.

Sr. Conde Alcaraz.

Miguel Rangel

Teniente D. Francisco Saviñón.

Sargento Mayor D. José Villamil.

Sr. Coronel D. Rafael Peredo.

Con respecto al documento N° 3, este indica lo siguiente:

Cuerpos y particulares que han de acompañar al Exmo. Sr. Virrey al Paseo de a caballo.

Real Audiencia

Contadores mayores, propietarios y honorarios del tribunal de cuentas.

Ministros de la Tesorería general.

Nobilísima ciudad.

Universidad.

Consulado.

Protomedicato.

Minería.

Jefes y Ministros de las oficinas.

Coroneles y Comandantes de los cuerpos militares y oficialidad de otros.

Títulos de Castilla.

Caballeros maestrantes.

Colegio de abogados.

Caballeros que componen las compañías del juego de cañas.

Domingo Pozo

José María Echabe.

Manuel del Zerro.

José María Tagle.

Francisco Marian.

José Juan Fagoaga.

Antonio Velasco de la Torre.

José Ignacio Negreyros.

Pedro Galindo.

Sr. Coronel D. José Manuel Ceballos.

Sr. Intendente D. Manuel Velázquez de León, regidor del Ayuntamiento y firmante del acta de Independencia.

Sr. Intendente D. Francisco Rendón.

Sr. Comisario Ordenador D. Francisco Alonso Feraso.

Sr. Intendente D. Juan Vicente de Arce.

Comisario de Guerra D. José Ruiz de la Bárcena.

Ignacio del Rivero.

Francisco Villanueva.

Agustín Villanueva.

Félix Malo.

Capitán D. Tomás Terán.

Agustín Farfán de los G.

Juan Obregón.

Teniente coronel D. Lorenzo Obregón.

Impuestos en el superior oficio de V. E. de 26 de Noviembre anterior, hemos señalado a las corporaciones de la lista que remitimos a V. Exa., en 29 del mismo los días en que nos parece pueden verificar sus funciones en celebridad del advenimiento al trono de nuestro deseado soberano el Sr. D. Fernando 7°, y este señalamiento consta en la lista que incluimos con el N° 1.

Por lo que respecta a las demás fiestas y paseo de a caballos, nos es imposible designar desde luego los días, porque ni se sabe todavía en que han de comenzar los toros, ni puede calcularse cual ha de ser el producto de estos con que se han de costear otros festejos; pero luego que podamos lo verificaremos y daremos de ello a V.E. la correspondiente noticia, como también de la fiesta que por su parte ha de hacer el Ayuntamiento.

Los juegos de cañas y alcancías que V.E. tiene dispuesto haya, piden tiempo para sus ensayos y prevenciones de los sujetos que los han de ejecutar, y por lo mismo nos parecía se sirviese V.E. convidar desde ahora (ilegible) / (…) con el N° 2, contiene a dichos sujetos, en cuya elección hemos procurado combinar el lustre de as personas, sus facultades y destrezas en el manejo del caballo. No nos lisonjeamos de que habremos acertado completamente en ello pues caso nos habremos equivocado respecto de algunos, y las circunstancias del tiempo no ofrecen como e otros, muchos individuos en que escoger.

Asimismo nos parece se digne V.E. hacer igual convite, aunque desde ahora no se señala el día, a los sujetos que comprende la lista N° 3, para el paseo de a Caballo, pues convidados con anticipación tendrán bastante tiempo para prepararse, y el concurso será más lucido y numeroso; pero sobre todo lo que hemos expuesto a V.E. resolverá lo que fuera de su superior agrado.

Dios

que a V.E. m.a.

México 2 de diciembre de 1814.

Exmo. Sr.

Ramón Gutiérrez del Mazo

(Rúbrica)

Francisco (ilegible)

(Rúbrica)

Manuel Gutiérrez de Terán

(Rúbrica)

Conde de las Heras o del Riscal (¿Manuel María de Heras Soto?)

(Rúbrica)

José Rafael Nasonez (¿?)

(Rúbrica)

Exmo. Sr. Virrey D.

Félix María Calleja.

DÍEZ BORQUE, José María, et. al.: Teatro y fiesta en el barroco. España e Iberoamérica. Seminario de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Sevilla, octubre de 1985). España, Ediciones del Serbal s.a., 1986. 190 pp. Ils., retrs., facs.

OBRAS DE CONSULTA

María José Garrido Asperó, “Las fiestas cívicas en la ciudad de México: De las ceremonias del estado absoluto a la conmemoración del estado liberal, 1765-1823. México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, 2000. 288 p. Cuadros.

Heriberto Lanfranchi, La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots.

Archivo General de la Nación. Ramo Historia, T. 483, exp. VIII.-Oficio del Ayto. de México al Virrey acerca de las fiestas en celebridad del advenimiento de Fernando VII y acompañándole dos listas: la marcada con el núm. 2, de las “Compañías que han de jugar cañas y alcancías en las próximas fiestas; y la núm. 3, la de los cuerpos y particulares que han de acompañar al virrey e el paseo de a caballo”.-1814, 6 f.

–: AGN, Indiferente Virreinal, caja-exp.: 5067-014. Ayuntamientos. Años: 1814, fs. 6. Productor: Ramón Gutiérrez del Mazo. Avisa adjunta lista de corporaciones que han ofrecido hacer demostraciones por la restitución al trono del soberano. Avisa empiezan las fiestas de los toros y solicita lista de sujetos que lo han de acompañar en paseo a caballo. México.

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EN ENTREVISTA, EUGENIO NOEL SE DECLARA TAURINO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Imagen disponible en internet febrero 11, 2019 en:

https://books.google.com.mx/books/about/Se%C3%B1oritos_chulos_fen%C3%B3menos_gitanos_y_f.html?id=94DIBAAAQBAJ&printsec=frontcover&source=kp_read_button&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false

El toreo es, al mismo tiempo, un acto ritual y espiritual con el que se suele de vez en vez, el reencuentro con la reconciliación, con el gozo que producen apenas unos momentos; cuando suceden emociones como las que vivimos el reciente domingo, luego de la inconmensurable actuación de Antonio Ferrera frente al noble Tocayo, ejemplar de La Joya.

En ese sentido, los taurinos sabemos que el encuentro entre el toro y el hombre, posee entre otros componentes un peculiar desenlace, en el que se produce la muerte de un ejemplar animal tan significativo, mismo que ya fue blanco de otros pasajes de aquel mismo sacrificio. Si no hay quien comprenda esto al interior del proceso de una escenificación tan especial como lo es la tauromaquia, esto da como resultado la clara demostración del desconocimiento o ignorancia. y lo que es peor, el reclamo, el desmedido reclamo que se produce cuando al surgir de opiniones o posturas que se han nutrido de lecturas o visiones falsas; las cuales mueven a auténticas manifestaciones de grupos opositores; el ambiente y las condiciones revisten el tono de la tensión.

Bendita libertad de expresión que permite el despliegue de ideas, pero llevarlas al punto de lo intolerable, donde la descalificación y el insulto son instrumentos de guerra, al faltar la razón. Y cuando el discurso se forma al amparo de los dictados de aquellas empresas o instituciones que buscan defender sus intereses, es porque todo lo anterior no sirve para alterar la esencia del toreo y todos sus significados. Tal sería el actual escenario que detentan agrupaciones o colectivos, así como empresas dedicadas a la producción de alimentos destinados al consumo animal, pero que no comparten otra ideología que estar a favor del propio animalismo.

Lo anterior viene a cuento debido a la forma en que un reconocido autor español, Eugenio Noel cometió cierta “indiscreción” que conoceremos a continuación.

   A mediados de 1924 vino a nuestro país el entonces célebre escritor hispano Eugenio Noel (en realidad, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz). “Noel –de acuerdo a las notas que escribiera al respecto Rafael Solana Verduguillo– era un tipo muy curioso: de baja estatura, gordifloncito, el pelo rizado, un bigotito recortado, cara redonda, ojillos vivarachos. Me fue presentado –sigue diciendo Solana– por mi amigo el señor Casimiro Noriega Tejero, quien poseía un rancho en Mixcoac, cerca de donde yo vivía.

   “Hacía varios años que este escritor venía haciendo una “terrible” campaña contra las corridas de toros. en diversas poblaciones españolas había sustentado conferencias atacando el espectáculo, las que siempre acabaron cayendo sobre su ensortijada cabellera todos los jitomates podridos y todos los huevos en estado de descomposición que había en los alrededores.

   “Le hice una entrevista para El Universal Taurino.

   –Dígame, Noel, ¿por qué ataca usted las corridas de toros?

   -Es mi “modus vivendi”, contestó con toda franqueza. Y agregó: tengo escritos y publicados varios libros que se han vendido bien; pero un día pensé que había que llamar la atención, y decidí que la única forma de lograrlo era metiéndome con la fiesta nacional, pues ya sabrá usted que el noventa y nueve por ciento de los españoles son amantes de ella.

   -Y usted, como español ¿no es aficionado?

   -Sí que lo soy; ahora mismo podríamos ponernos a hablar de toros, y vería usted que no soy un adocenado. Yo he sido crítico taurino.

   -¿Quién cree usted que sea mejor torero, Rafael El Gallo o Rodolfo Gaona?

   -Para mí son los dos mejores toreros que han existido; porque el toreo no es sólo un derroche de valor y conocimiento para dominar a las fieras; hay que tener gracia, alegría, elegancia, inspiración.

   -Y de [José Gómez Ortega] Joselito ¿qué me dice usted?

   Antes de continuar con la “interviú”, permítaseme advertir que la respuesta dada por el polémico personaje, podría dejar frío a más de un aficionado que hoy tiene una idea distinta a su respuesta, y que, por tanto, puede ocasionar algún escozor. Veamos.

   –Joselito murió de miedo.

   -¿Cómo?

   -La cornada que recibió no era necesariamente mortal; el toro Bailaor le abrió la barriga a José, se le salieron las tripas, y él al vérselas se asustó, le vino un síncope y falleció. Todos los días se ven en las delegaciones de policía casos como este; llegan lesionados por arma blanca sujetándose los intestinos, los curan y ahí están. esos heridos son más valientes que el hijo de la Seña Gabriela [célebre en este caso, por ser la madre de Rafael y José Gómez Ortega, ni más ni menos].

   “Días después de esta charla, don Casimiro Noriega organizó en su rancho de Mixcoac una comida; antes nos dedicamos a jugar al toro con un borrego que embestía muy fuerte; a todos nos aporreó el animalito menos a Noel, que supo sacarle vueltas con una gran habilidad, con lo que acabó de demostrarnos que no era ningún ignorante en materia de embestidas”.

   Hasta aquí con la entrevista que, como podrá comprenderse, no es sino resultado en el comportamiento de aquellos que no teniendo razones suficientes para sobresalir en determinado medio -quizá por un ansioso afán de protagonismo-, buscan cambiar deliberadamente su postura, y despotricar, como lo hizo Noel, contra los toros, ganándose la admiración de cientos o miles que no siendo taurinos, hicieron suyo el discurso del autor madrileño, hasta convertirlo en asidero y motivo perfecto para coincidir en sus ataques contra los toros.

Y uno se preguntará, si después de haber escrito y publicado buen número de obras, era suficiente para que en un momento como el de aquella conversación, el autor declarara su taurinismo, sin más.

He aquí, parte de los títulos que hoy dan idea de sus quehaceres literarios y periodísticos:

-Diario íntimo. La novela de la vida de un hombre (edición de 1962);

-El as de oros. Maravillosas aventuras de un torerazo (publicada en Madrid, s.a.e.);

-El picador Veneno y otras novelas. (Barcelona, s.a.e.);

-El torero y el Rey o el milagro de la virgen del palomo (Madrid, 1914);

-Escenas y andanzas de la campaña antiflamenca (Valencia, s.a.e.);

-Escritos antitaurinos (Madrid, 1967);

-España fibra a fibra (Madrid, 1960);

-España nervio a nervio (Madrid, 1924);

-La novela de un toro (Santiago de Chile, 1931);

-Las capeas (Madrid, 1915)…

y otras más, que pueden conocerse –y es buen momento para decirlo-, en el excelente portal bibliotoro.com que es el sitio que concentra toda la información actualizada, concerniente a la producción bibliohemerográfica universal, misma que se concentra en la excelente biblioteca GARBOSA, -acrónimo de “Salvador García Bolio”, su administrador-, ubicada al interior del “Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías, esto en Morelia, Michoacán. Debe agradecerse a su propietario, el Dr. Marco Antonio Ramírez el noble gesto con que contribuye a la conservación de unos de los patrimonios temáticos y culturales más importantes que hoy existen en nuestro planeta.

OBRA DE CONSULTA

Rafael Solana Verduguillo, Tres décadas del toreo en México. 1900-1934. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 1990. 228 p. Ils., retrs., fots.

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DE CUANDO RUANO LLOPIS LLEGÓ A MÉXICO.

FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XXVII, Núm. 1394 del 7 de febrero de 1937. Número monográfico dedicado al tema taurino.

   Cada vez que hojeamos un libro, o se mira un cartel taurino, la presencia de Carlos Ruano Llopis (Orba, España, 10 de abril de 1878-Ciudad de México, 2 de septiembre de 1950), se hace evidente.

El trazo del célebre pintor se decantó por la tauromaquia, expresión que pintó tan naturalmente que es difícil precisar la corriente estética o la escuela a que pertenecen esos trazos elaborados de magnífica manera. Considero que fue un artista con suerte pues a pesar de cierta etapa de su vida donde tuvo que sacar adelante a su familia (dado que había muerto el padre), también se dieron condiciones para que estudiara en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, España, y se especializara en Italia, gracias a una beca.

Conocido como un pintor eminentemente taurino, al que se le dio la gracia de pintar también algunos temas colaterales a dicha expresión (me refiero a rodeos, jaripeos o el baile gitano, por ejemplo), tales asuntos no permitieron la correcta trascendencia para tornarse un artista universal en consecuencia, algo muy semejante que ocurrió en la persona –o personalidad- de José Alameda-. Aunque el ímpetu y los notorios alcances de este último, lo pusieron en condiciones más privilegiadas.

El artista valenciano ya había dado serias muestras de su quehacer y su firmeza creativa en oleos que, de 1912, y de ahí en adelante, fueron convertidos en carteles por la célebre “Litografía Ortega”.

Es curioso que, ante la enorme influencia del impresionismo o cubismo y otras tendencias, Carlos Ruano Llopis mantuviera; y aún más, afirmara aquella escuela clásica que, junto a Zuloaga o Romero de Torres, fueron como el Joaquín Turina, el Enrique Granados o el Isaac Albeniz en el territorio musical.

Hoy, por fortuna, existe un buen número de publicaciones que rememoran al artista, le dan su lugar y reconocen a plenitud todo el ejercicio que legó para la posteridad.

Cuando Carlos Ruano arribó a México, la fama ya le había concedido lugar de privilegio.

Aunque bien a bien aún es un misterio del cómo vino a México, cómo se quedó en este cálido país y… hasta su muerte.

Ese testimonio nos lo cuenta de viva voz, Rafael Solana “Verduguillo”, como sigue:

   Fue el martes 10 de enero de 1933 cuando arribó a México, el gran pintor taurino español Carlos Ruano Llopis, que había pintado a (Victoriano de) la Serna en uno de sus momentos de inspiración. Ruano Llopis venía de visita… y aquí se quedó, aquí se casó y aquí murió y fue sepultado. Se enamoró del paisaje de México desde que lo conoció en Veracruz y en Maltrata.

   Y todavía existe otra razón más que contar…

   El gran pintor valenciano vino a México directamente recomendado a mí por nuestros comunes amigos de España, y lo primero que hizo fue buscarnos a mí en mi escritorio de El Universal y al periodista vasco Valentín Luzárraga, que fue la persona que en forma más determinante influyó para que Ruano hiciera este viaje al país en el que había de fijar su residencia por el resto de su vida [como se sabe, también influyeron Juan Silveti y hasta Fermín Espinosa “Armillita”]. Le hicimos verdaderas fiestas reales: banquetes, celebraciones de todas naturalezas, visitas a los periodistas más importantes; una comelitona en el Centro Vasco resultó brillante, y la más animada de todas, una que le dimo en la cantina El Lazo Mercantil que atendía Juanito Luqué de Serrallonga.

   No fue la luz de nuestro cielo, ni el azul de nuestras montañas, ni la transparencia de nuestra atmósfera, ni el brillo especial que en la meseta mexicana tienen los colores, lo que en realidad ató a Ruano para siempre a nuestra ciudad; fue, más que todo, la cordialidad que encontró en toda la gran familia taurina, los brazos abierto que por donde quiera veía, la acogida no sólo amistosa, sino entusiasta, que entonces se le brindó. Más tarde, en tiempos del general (Lázaro) Cárdenas, íbamos a ver llegar a Veracruz barcos enteros cargados de artistas e intelectuales españoles; pero en 1933 eso no sucedía, y la llegada de Ruano era un acontecimiento tanto para la colonia española como para los mexicanos, que se portaron a la altura de su fama de campechanos y hospitalarios, y que hicieron ver al gran pintor que cuando le decía “está usted en su casa” no estaban empleando una mera fórmula de cortesía.

Hasta aquí con lo anotado por Solana padre en Tres décadas del toreo en México. 1900-1934.

Un sufrido final, cargando con notoria enfermedad lo conduce a la muerte.

El amplio legado creativo de este artista aún no es visible en su totalidad. Varios coleccionistas, nacionales y extranjeros, así como diversas instituciones resguardan su obra, la que otros pretendieron hacer suya hasta en el poco creativo y deshonesto copismo, pensando que poseían auténticas joyas de las pinturas cuando no pasaban de ser –y muy a las claras-, réplicas, viles réplicas.

¿Qué hizo escuela?

Sí.

¿Qué tuvo alumnos reconocidos?

También.

Antonio Navarrete o Luis Solleiro parecen los más adelantados, o quienes le bebieron los alientos al artista. No faltaron otros que solo alcanzaron estatura de aprendiz y algunos más que solo se aprovecharon de las circunstancias…

En nuestros días, es de agradecer el enorme esfuerzo que supone la intervención del Dr. Marco Antonio Ramírez, impulsor del “Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías”, en Morelia, Michoacán, donde la enorme colección allí reunida, rinde culto al artista que hoy es motivo de evocación.

OBRA DE CONSULTA

Rafael Solana Verduguillo, Tres décadas del toreo en México. 1900-1934. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 1990. 228 p. Ils., retrs., fots.

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