Archivo mensual: julio 2020

PARTIMOS DE UN CERO DEMOLEDOR.

Por: José Francisco Coello Ugalde.

Allí está también el futuro, templando y mandando.

   La enseñanza de la historia y otros saberes pasan por el peor de sus momentos. Ante la necesidad de implantar nuevos y eficientes programas educativos, la didáctica, la pedagogía y otras especialidades tendrán que unir esfuerzos para proporcionar a los maestros o guías, las herramientas convenientes para un buen conocimiento. A distancia es el método más recomendado, aunque lo presencial es requisito en el que se buscarán formas apropiadas para su aplicación. Sin embargo, no toda la comunidad en nuestro país goza del privilegio por razones que priman en la desigualdad social, y en eso el estado debe garantizar que el total de la población alcance una educación de calidad. El imperativo es por tanto ese, donde por ningún motivo tenga que argumentarse la falta de recursos digitales. Como sabemos, el 52% de la población se encuentra en pobreza y un 40% en condiciones inestables de preservar su materia de trabajo con lo que sus ingresos se vulnerarían en forma irreversible.

Con la educación por tanto, se deberán encarar nuevos escenarios, donde se presente un incremento considerable a nivel licenciatura en adolescentes, porque seis años en el nivel primario y otros tres en el secundario ya no son viables. Del mismo modo, las universidades ajustarán sus planes de estudio a puntos tales que alcancen a titular generaciones de aquí en adelante. Y no se diga al respecto del posgrado, donde otros tres años sean suficientes para que alcancen su primer doctorado antes de los 18 años. Y si así lo desean, continuar acumulando otros más. A todo lo anterior debe sumarse la especialización, cursos en línea con valor curricular, diplomados, etc. Lo que tendrán en frente los patrones a la hora de contratar, es un sólido conjunto de especializados.

El problema latente es la automatización en buena parte de la industria lo que hará difícil contratar legiones de hombres y mujeres con esa capacidad de conocimiento nunca antes vista. El trabajo en casa es una vertiente más y mientras los ingresos queden garantizados, la movilidad de ese sector no será visible en los ámbitos donde apliquen su experiencia. Así que se podrán ver también generaciones de trabajadores que terminen su ciclo antes de los 50 años de edad, en condición garantizada para una pensión digna. Claro, todo esto en condiciones ideales.

Resuelto ese escenario, debe haber una peculiar asistencia a sectores que por diversas razones vayan quedando en un notorio atraso que perjudique, en consecuencia el acceso, primero a una vida digna y luego, entre otras opciones a cadenas productivas, por lo que es de esperarse que los conflictos o ausencias aquí planteados se resuelvan a satisfacción de las necesidades elementales a que todos tenemos derechos en la nueva sociedad igualitaria, donde a pesar de que una minoría acumule el mayor porcentaje de riqueza, el resto de la población pueda vivir en forma solvente, sin que falte nada que vulnere su condición, en este aquí y ahora, y en el futuro inmediato.

Me preocupa, en tanto historiador, cuál ha de ser el nuevo soporte de preparación para las generaciones venideras. Tenemos claro que las humanidades pueden tener mejor percepción que las ciencias y que ese segmento puede continuar su enseñanza al amparo de un conocimiento donde está presente un alto grado de dificultad en términos de lo abstracto que exige dicha preparación. Sin embargo, las humanidades, y en particular la historia tiene ante sí el enorme reto de poner en valor el pasado, cuando este aparentemente ha sido borrado por la pandemia. Los maestros saben que las lecciones deberán continuar pues es el único asidero del que dependen, en lo universal o nacional, para que, con su labor, se tenga garantizada la acumulación del conocimiento en forma clara, sin necesidad de wikipedias de por medio. Los alumnos tendrán que seguir pensando, discutiendo, reflexionando debidamente ese contexto, pues de alguna manera, tampoco puede borrarse la sentencia afirmada por Edmundo O´Gorman: “el pasado nos constituye”, justo cuando el eminente profesor universitario, se dedicó a combatir permanentemente la cuestionable postura de un historiador alemán. “Afirma Leopold Von Ranke que el pasado ya nada significa como influencia viva para nosotros. ¿Qué riesgo hay en decir la verdad?, había preguntado hacía años Feijóo refiriéndose a los historiadores. Ranke está firmemente persuadido de que la historia es lo pasado, lo que ya pasó y que, en consecuencia, lo presente es constitutivamente ajeno. Está claro que por presente entiende Ranke la vida.”

Así que, al margen del historicismo que O´Gorman defendió a ultranza, el dicho de Ranke se vea hoy como contundente razón que se afirma bajo las condiciones impuestas que lamentablemente soportamos.

En otro sentido, y a poco tiempo de que pueda ostentar el doctorado en Bibliotecología y estudios de la información también me preocupa el destino de toda aquella concentración de libros reunida en espacios que cada vez se ven menos visitados. ¿Se convertirán en otros tantos museos, como lo que ocurre con colecciones como el de la Universidad Nacional y su rico fondo reservado, o el de la no menos célebre Biblioteca Palafoxiana?

Este será otro reto a resolver y todos aquellos conjuntos del conocimiento no pueden quedar hacinados. Buena parte de la literatura se encuentra digitalizada por lo que eso genera destinos de conservación sólo de originales o piezas únicas y entonces las grandes instalaciones se conviertan de inmediato en elefantes blancos. Incluso, muchas de ellos son edificios faraónicos, donde sólo cabe la posibilidad de hacer un reparto equitativo y balanceado que soliciten sus responsables a partir de faltantes temáticos en otras regiones del país a donde por la razón que se argumente, no llegaron en forma conveniente.

Pero a donde pretendo llegar también es sobre toda aquella historia acumulada en casi cinco siglos en una expresión de la vida cotidiana como es la tauromaquia. Cuando el agotamiento informativo es inminente, me parece que quedará confinada a una información digitalizada, donde sólo temas específicos puedan desarrollarse en buen número de colecciones, siendo la mejor opción la completísima biblioteca “Salvador García Bolio”, ubicada al interior del Centro Cultural y de Convenciones “Tres Marías”, en Morelia, Michoacán y cuyo propietario, el Dr. Marco Antonio Ramírez ha sido por años, promotor a la hora de incentivar esta historia paralela a la del propio país. dicho recinto garantiza su conservación y preservación, y como se percibe, será hasta el fin de la humanidad.

Pasarán muchos años para alcanzar la estabilidad que paró en seco al comenzar 2020, y esto en todos los ámbitos constituidos por la humanidad en su conjunto.

Ahora bien, sea cual fuere la decisión que la UNESCO pueda tomar al respecto sobre si la tauromaquia debe convertirse en patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, en este preciso momento, ya no cobra el sentido pasional que teníamos hasta hace unos meses. Si bien, ha sido un elemento cotidiano, este ha sido el cúmulo de intermitentes pasajes que una buena y consistente literatura, ha estudiado en forma racional, junto a la muy ligera que abunda en anécdotas y pasajes que dan colorido a su representación. Por lo tanto –por más que se busquen razones-, esto por ahora no tiene ninguna importancia, salvo que aún se tomen en cuenta los bien intencionados argumentos que existen al respecto.

El conocimiento acumulado de la humanidad se ha trastocado en forma contundente. Tendremos que aprender, de aquí en adelante lo que represente el nuevo tiempo, que se ve respaldado eso sí, por todo lo que significaron siglos de formación. Y si a eso se agregan circunstancias políticas o religiosas que diezmaron el aprendizaje y pusieron a muchos pueblos en limitada situación cultural, lo que queda es un pliego que puede leerse y entenderse en el menor tiempo posible.

Ya solo habrá discusiones encendidas que acusen a este o aquel pueblo de haber hollado territorio y población. En todo caso, se recordarán como casos infames producidos por efectos militares, o ideologías del absurdo que se impusieron para dominar. La teoría del fin de la historia planteada no hace mucho por Francis Fukuyama nos parecía un absurdo, y ahora se cumple a cabalidad. Iniciamos la nueva época –eso sí- en medio de registros noticiosos intrascendentes.

Al hacer exhaustiva búsqueda de información ya no solo en bibliotecas o archivos sino por internet la desilusión aumenta y es constante en el hecho de que pretender buscar este o aquel dato en abundancia, nos da como resultado reiteraciones. Y la historia del toreo en México es una víctima más en todo ello. Con los pocos libros escritos hasta antes del siglo XX, y con las mínimas ilustraciones el armado de su historia debo reconocerlo, no dio para mucho. Es decir, el tema por ahora se ha agotado. En cuanto al propio siglo XX, creo que todo está dicho también y lo que queda es valernos y apasionarnos por las anécdotas, los recuerdos o las fotografías para mantener viva la tradición.

En todo caso, es recomendable para afirmar e iluminar nuestro conocimiento, la lectura de cuanto libro se tenga al alcance, recrearnos en museos que tampoco nos dan mucho, pero que son espacios que están ahí para solaz y esparcimiento.

Leo en estos momentos Sor Juana o las trampas de la fe de Octavio Paz y el célebre autor hace auténtico trabajo de microscopio dedicado a tan célebre mujer y su tiempo. Sorprendido voy de página en página conociendo aspectos en que muchos autores también se habían detenido como lo fue su paso de la vida ordinaria a la religiosa. Sin embargo, cuanto fue necesario explicar dicha decisión en términos que parecerían irrelevantes, el autor ocupa varias páginas para entender lo que hubo atrás de aquello. Pues bien, esto me lleva a entender que en un caso de vida privada se explora hasta lo último.

Así ha sido en lo taurino, componente de la vida cotidiana, a veces intrascendente, epidérmico y en otros casos profundo, donde las fibras sensibles quedan en conmoción. “Su” literatura allí está, a disposición y quede en los lectores el mejor juicio al respecto.

La pregunta que nos hacemos todos es una severa sentencia sobre el futuro de la humanidad, ante todo lo ya hecho (o casi todo), creo que estaremos condenados por buen número de años a un vacío contundente, solo animado como ya es sabido, por la gracia del conocimiento que allí está, en su condición universal buscando que cuanto se lea será alimento espiritual.

Finalmente, por el hecho de ser taurinos, buscaremos como es nuestro principal defecto, el asidero de los recuerdos, de esas pasiones que no deben faltar, pues estamos tallados por las fibras sensibles que han de seguir nutriéndonos hasta donde esto sea posible.

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EL TORO… SIEMPRE EL TORO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Allí están, a la espera…

  Mientras son tiempos de una larga espera, hay que poner los ojos en el campo, ese espacio donde otros tiempos, los milenarios y seculares vieron lograda una especial forma de domesticación, fundada en incorporar al toro en pieza fundamental de procesos rituales que siguieron una línea impuesta luego, por varias civilizaciones occidentales que lo convirtieron en razón que ejerció profundo fundamento espiritual en los ciclos agrícolas que fue cumpliéndose en forma natural.

Vino después la ruptura de lo sagrado para incorporarlo en lo profano con ello, aprovechando su vigorosa presencia en juegos, en esa lúdica necesidad de divertirse, pero sin distanciarse, el toro mantuvo la figura que originalmente adquirió o se le atribuyó.

Su imponente figura se extendió y la hicieron suya diversas culturas al punto de impulsar y estimular la movilidad y trashumancia de hatos de considerable dimensión. Entre todos aquellos conjuntos, el uro seguía cohabitando, con su enorme figura y complexión, hasta que desapareció al comenzar el siglo XIII.

Aquellas centurias dieron cauce a la apertura de diversos mercados, del intercambio cultural. Fueron empleados también como elemento de práctica durante las múltiples guerras…, y desde 1519 pasa a territorio mesoamericano en paralelo a las acciones que culminaron con la conquista española el 13 de agosto de 1521. Tierra adentro, adaptadas y aclimatadas esta y otras especies fueron traídas por los hispanos desde el segundo viaje de Colón en 1493, instalándose en “La Española” (Haití y República Dominicana). De ahí, y ya consolidada una serie de circunstancias propias de aquel empeño, también hicieron lo mismo desde que pasaron a la isla de Cuba y luego a México.

Iniciada la etapa colonial y ya establecidas las condiciones de vida cotidiana, vino un reparto territorial y con esto, la responsabilidad de administrarlo debidamente. Eran grandes extensiones. Aunque el factor más notable por aquellos tiempos era crear un mestizaje y una aceptación recíproca y esto porque la comunidad indígena poseía una estructura ritual que no fue entendida por los conquistadores, quienes impusieron, primero con la espada y luego con la cruz, sus propias creencias. De la confrontación a la asimilación. Tal circunstancia tuvo un costo elevado hasta lograr el deseable equilibrio, no siempre en términos amistosos.

Y el toro en tanto, no tardó en hacer su presencia y convertirse en integrante de una sociedad de consumo, así como en razón vital de lo festivo. Surgieron conmemoraciones ostentosas, remanente estético de un episodio bélico concentrado en la guerra de los ocho siglos (726-1492) en España, insuflada por los libros de caballería que forjaron varias generaciones de jinetes que, a la brida o a la jinete, alanceaban toros en jornadas lo mismo solemnes que repentinas.

Las grandes unidades de producción agrícola y ganadera debieron tener hatos suficientes con que satisfacer necesidades de esta naturaleza, sobre todo en los espacios urbanos. Sin embargo, llama la atención de que hasta hoy se ubica a un pequeño grupo de haciendas encargadas de enviar toros, y estas eran propiedad, en buena medida de la élite novohispana más representativa. Entre aquellos que tuvieron presencia durante el siglo XVI, se tienen nombres como los de Juan Gutiérrez Altamirano, Jerónimo López, Juan Bello, Jerónimo Ruiz de la Mota, Luis Marín, Pedro de Villegas, Juan Jaramillo, Beatriz de Andrada y Juan de Salcedo. Y luego, en el siglo XVIII y comienzos del XIX, se encuentran: el Marqués de la Villa del Villar del Águila (La Goleta), Juan Francisco Retana (Yeregé), José González Rojo (El Salitre), Pedro de Macotela (Astillero), el conde de Santiago (Atenco), Ignacio García Usabiaga (Tenería), el conde de la Cortina (Tlahuelilpan), Miguel Hidalgo (Xaripeo), Juan N. Nieto (Bocas), Juan Antonio Fernández de Jáuregui (Gogorrón y Zavala), María Antonia Arduengo (Pila), Manuel de Gándara (Bledos) y otros propietarios.

Que más de alguna de estas haciendas comenzara durante aquellos siglos un proceso de modificación en su concepto de reproducción, selección y crianza de toros destinados con fines concretos a las fiestas, no ha sido posible encontrar el testimonio directo que así lo compruebe.

Ya en el siglo XIX, Atenco mantuvo un sistema de producción relacionado con la “crianza” de sus toros, orientado tanto a la ciudad de México como para su aprovechamiento interno. La “hacienda principal”, conocida así desde 1722 junto con sus anexas que no eran sino ranchos, con sus herramientas y aperos para el desempeño de diversas actividades agrícolas (cerealeras), como el cultivo de maíz, ganadera (ganado mular, caballar, ovino, vacuno y porcino), actividad esta que a partir de 1830 hace que “La Principal” se dedique de lleno, lo cual causó que se criaran numerosos ganados, sobre todo para la lidia, mismos que tuvieron que distribuirse en las demás haciendas. Una de sus instalaciones básicas, que sigue en pie es la plaza de tienta, reseñada en la “Noticia que se suscribe al señor don Manuel Terreros: Frente a la fachada de la finca se encuentra un toril de mampostería bastante grande (…) construido en 1836.

En “La principal” se concentraba la mano de obra, como es el caso del caudillo, o jefe de la cuadrilla de vaqueros, el calador, el carrocero, el caballerango, etc.

Otra de las haciendas era la de Zazacuala donde el cultivo principal era la cebada y el maíz. La de Tepemajalco, cuya actividad agrícola se destinaba a la cebada, haba y nabo.

En cuanto a la Vaquería de Santa María, una de las de la “Principal”, concentraba actividades dedicadas a diversos productos lácteos, tales como el queso, mantequilla, requesón y leche. En la propia hacienda se estableció una tienda para su venta y distribución, así como para el consumo interno. La hacienda de Quautenango, pasó al rango de vaquería para luego desaparecer como fruto de los constantes problemas de tierras con los pueblos limítrofes. En sus extensiones hubo cultivos de maíz, haba y cebada, además de que se mantuvieron cabezas de ganado bovino y de manso, caballar (para labores y servicio de los ayudantes) así como ganado porcino. Semejantes condiciones se dieron en la hacienda de Santiaguito. La de San Agustín contaba con la peculiar cosecha de trigo así como de los otros productos agrícolas. En su superficie de 296 hectáreas, ubicada en la actual población de Calimaya, por donde pasaba el camino real que iba de Tenango a Calimaya, se concentró la mayor actividad de crianza de ganado vacuno.

Atenco también contaba con las haciendas de San Antonio, misma que no aporta grandes datos, solo el de 1836 que nos habla de que a ella pertenecía el rancho de Santa María y se dedicaba a labores agrícolas.

San Joaquín (o también Quautenango), en 1755 su nombre cambió al de Señor San Joaquín. Tuvo una curiosa transformación de concepto de rancho, elevándose a hacienda. Su actividad principal era la labor agrícola, cultivándose maíz, trigo, haba, papa y alberjón. En 1837 se separó de las extensiones de Atenco quedando en propiedad de Jesús Garduño y Garduño, posesión que fue refrendada a Carlos Garduño Guzmán con fecha 26 de enero de 1889. En 1836 se tuvo el cálculo de que las sementeras de maíz entre las haciendas de San Antonio Zazacuala, Tepemajalco, San Agustín, Santiaguito, Cuautenango y San Joaquín tenía un rendimiento de 9000 fanegas de maíz limpio que descartaba el “maíz de suelos ni de mazorca podrida, porque debe resultar de muy mala calidad por el hielo o las lluvias”.

En todas ellas, se mantuvo un grupo de trabajadores controlados por un mayordomo. Además había rancheros, coleros, porqueros, boyeros, semaneros, cuerveros, orilleros, zacateros, aguadores, peones y ayudantes.

Cada una de dichas labores estaba bajo el mando del mayordomo quien a su vez informaba de todos los acontecimientos al administrador general mismo que tomaba las decisiones más relevantes. Este, a su vez, ejerciendo la distribución de recursos de manera idónea; debía hacerlo pensando, una parte para la raya la otra para gastos. Claro, las diversas administraciones variaron su función dependiendo de condiciones tales como: arrendamiento, sociedad o mediería que hicieron cambiar de modo recíproco las relaciones entre las anexas y la Principal.

Hubo para ello que comunicar los hechos relevantes directamente a los propietarios que habitaban la casa principal en la ciudad de México a través del correo en forma constante, y ello se comprueba por la infinidad de documentos de tal característica, concentrados en el Fondo: Condes Santiago de Calimaya (UNAM) que además acumula estados semanarios, libranzas, certificaciones y hasta recados.

En la tienda de raya, proveída de víveres y otros artículos se efectuaba la compra en abonos, lo que ocasionaba pérdidas pues la deuda no se cubría ya fuera por falta de pago, ya fuera por insolvencia.

Resulta curioso que otros conceptos de deuda, el del pago de la raya o de ciertas contribuciones tuviese que ser solucionado vendiendo alguna parte de las tierras o resolviendo un embargo con “39 reses a la hacienda de Atenco para cubrir un adeudo de 1,000 pesos”, asunto que ocurrió el 3 de diciembre de 1860.

Por lo demás, y dada la intensa actividad ganadera se percibe, por lo menos en el período que va de 1815 a 1878, la mano de obra, junto con la de carácter agrícola, hacen que se mueva sobre todo población indígena que habitaba la región y los alrededores.

Con el tiempo, la hacienda de Atenco también se le llamó “La Principal”, por ser la que ejerció el control administrativo durante el siglo XIX. Tenía como anexas otras tierras como la vaquería de Santa María, y los ranchos de San José, Los Molinos y Santa María.

Con el paso de los años, y fundamentalmente con lo ocurrido en la hacienda de Atenco, se presentó un mercado que aprovechó la amplia proliferación del ganado, básicamente del que se destinaba para lidia, lo que representó un renglón confiable. En ese orden, el ganado vacuno, el lanar y en menor cantidad cabras y cerdos, representaron los sustentos de una explotación que generó constantes ingresos, que evidentemente intervenían en la operación agrícola, misma que contaba para su desarrollo con ganado caballar, mular y asnal.

Volviendo al caso de Atenco, debe recordarse que la hacienda “La Principal” era la dedicada a la ganadería, estando integrada por los potreros Bolsa de las Trancas, Bolsa de Agua Blanca, Puentecillas, Salitre, Tomate, Tiradero, Tejocote, Tulito, San Gaspar y La Loma, en los que en general se concentraba el ganado, mientras que en otras haciendas solo había los animales necesarios para la labranza y transporte de los productos.

Al igual que la producción de semillas, el ganado vacuno y el bravo se vendían en su mayor parte a la ciudad de México, aunque éste también era vendido en Toluca y Tenango (1873), en Tlalnepantla, Metepec, Puebla y Tenancingo (1874). En esos años los toros muy contados, solo se alquilaban.

Bajo la nueva administración, por parte de Rafael Barbabosa Arzate (hasta 1887) y después de sus hijos, quienes formaron la “Sociedad Rafael Barbabosa, Sucesores”, la hacienda atenqueña recuperaría el viejo pulso de actividad interna y externa que le caracterizó durante las décadas anteriores, sin olvidar que los siglos XVI al XVIII representaron el enorme cimiento donde se estableció y se afirmó ese conjunto de tareas y negocios.

De nuevo, y con todo ese historial a cuestas, el toro sigue esperando en el campo, dispuesto a demostrar su presencia, fortaleza y bravura, como siempre.

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Archivado bajo 500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO

LA TAUROMAQUIA MERECE SU CONSERVACIÓN.

EDITORIAL.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Hoy, 12 de octubre se recuerdan a partir de un solo hecho, las diversas circunstancias que arrojó la consecuencia del discutido episodio del “descubrimiento”, “encuentro”, “encontronazo” o “invención” de América. A 528 años de aquel hecho polémico, se rememoran –a favor o en contra-, todos los significados que el mismo arrojó y sigue arrojando y seguirá haciéndolo, de acuerdo a la postura que cada una de las partes siga manteniendo vindicando o reivindicando factores propios de conquistadores y conquistados.

En ese sentido, “La caída de Cristóbal Colón”, que escribe Hermann Bellinghausen, parece tener todo el filo que corta y evidencia de un solo golpe toda la desmesura ocasionada a raíz del episodio aquí analizado. Es más, el retiro de la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma para su “restauración”, evita las amenazas abanderadas por los opositores que defienden a la parte ofendida, misma que sigue ahí, en los genes de nuevas generaciones las cuales reavivan lo que produjo aquella “casualidad” o “causalidad” en la historia. Por tanto, conviene traer hasta aquí, íntegro ese texto para que se sepa cómo se reflexiona, desde la sensatez tal circunstancia.

Ciudad de México. El 12 de octubre de 2020 pudo ser el día que cayera Cristóbal Colón de su pedestal en el Paseo de la Reforma. Las autoridades capitalinas prefirieron adelantarse al derribamiento anunciado durante la movilización anual que de un tiempo a esta parte sustituye al Día de la Raza, que ya nadie se atreve a conmemorarlo así. Los distinguidos Caballeros de Colón (apodados por la plebe resentida como las Mulas de don Cristóbal), una élite de ultraderecha que dominaba las festividades guadalupanas y colombinas, fueron borrados de la escena. En el calendario cívico, el descubrimiento de América cedió paso al eufemístico encuentro de dos mundos.

La revuelta se había iniciado y no tenía reversa. Contra todo pronóstico antropológico, político o demográfico, los pueblos originarios del continente recuperaron voz y presencia. Mejor dicho, ganaron una voz y una presencia que nunca antes habían tenido.

Aunque la transformación en la conciencia colectiva de los llamados indios (indígenas, nativos americanos, aborígenes, pueblos originarios) databa de antes –en algunos casos, como en la región andina, de la década de 1930–, la fecha de quiebre es 1992. Los fastos por el Quinto Centenario de la corona restaurada y los afanosos gobiernos hispanoamericanos se cebaron ante un despertar continental sin precedente, que el 12 de octubre de ese año se manifestó en Quito y San Cristóbal de Las Casas con un nuevo impulso: el de la reivindicación colectiva de la América profunda.

En Ecuador los pueblos sacaron arcos y flechas. En Chiapas, los mecates y los marros. En la vieja Ciudad Real, la conmemoración indígena rescribió la Historia. Los indios ariscos espantaron a la población ladina y el gobierno los miró con desprecio. En una acción que fue percibida como excesiva, un grupo de manifestantes mayas derribó la estatua del conquistador y genocida Diego de Mazariegos.

La recuperación de la memoria comenzó a exhibir a los grandes conquistadores como lo que fueron, unos asesinos. Colón el primero (o sus esbirros), y si él no fue el peor es porque le faltó el tiempo que tuvieron de sobra los españoles y portugueses que lo siguieron. Tiempo después se sumarían holandeses, franceses e ingleses a cual más de despiadados.

Como el imperio romano prueba mejor que nadie, la Historia la escriben los vencedores. Eso no salva de la decadencia y la derrota a los imperios, así pasen muchos años. Para las sociedades dominantes del hemisferio, los indígenas siguen siendo un inconveniente mal resuelto, pero las estatuas caen como los bolos a últimas fechas, así como los descubridores tumbaron ídolos y templos en su momento. Esto habla no sólo de un despertar, sino de una pérdida del miedo. La caída de Mazariegos en la plaza de Santo Domingo retumbó un año después cuando el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocupó San Cristóbal y otras plazas.

En América entera el arrebato indígena ya no se detuvo. La nueva conciencia permitió ver al fin como crueles asesinos a los héroes del hombre blanco, fueran Andrew Jackson o los generales Roca y Díaz. La literatura, de Ercilla a Borges, cayó de pronto en el lado equivocado. En México la Revolución originó una suerte de vicaria reivindicación con el indigenismo institucional, académico y literario, más cercano a la lástima y el ánimo sepulturero. El genocidio, aun si lento, nunca se fue, y sigue agazapado en las paternalistas buenas intenciones de López Obrador, que se parecen a las de Echeverría, que se parecían a las de Cárdenas, que se parecían a las de…

Esta mentalidad ya caducó. Al menos para los sectores más conscientes y libres de la indianidad americana. De Canadá a Chile la herida crece y el clamor también. Las estatuas de los esclavistas, los exterminadores y los pacificadores van cayendo, una tras otra, al basurero de la Historia.

Fierros viejos, nostalgia pálida, vergüenza mal disimulada en los intentos criollos de pedir perdón y demandarlo al Viejo Mundo, resultan inútiles disculpas sin correlato con la realidad medio milenio después. Más allá de los reyes cuestionados y los pontífices interpelados, la victoria de los pueblos se prolonga en su vida sostenida y la recuperación de la memoria. Como desafío urbanístico y a la ley y el orden, las estatuas seguirán cayendo. Se han convertido en otro escenario del debate político. Donde puede, el Estado las defiende, pero en manos indígenas la Historia de América está en radical remodelación.[1]

Pero aquí no para esta historia. Era necesario tener un telón de fondo para establecer, una, entre muchas razones de lo que aquello significó en términos de herencia en la rica muestra de historia cotidiana. Me refiero a la tauromaquia que en la actualidad alcanza ya los 494 años de presencia intermitente en el mestizaje producido por el que luego fue un largo proceso de colonización, y donde –como ya sabemos-, algunos territorios americanos hicieron suya aquella expresión hasta hacerla pervivir en estos primeros años del siglo XXI.

Sin embargo, al presentarse la pandemia y toda la desolación que ésta produce y seguirá produciendo en términos, sobre todo económicos, y cuya normalización o cierta estabilidad tomará, según algunos expertos un largo periodo de diez o más años, ello afecta también ya no digo al territorio, sino al nicho taurino que sobrevive en nuestro país de una otrora manifestación popular que permitió, en diversas épocas de su recorrido, contar con figuras y hechos trascendentes. De ahí que la consecuencia se vea inscrita en un amplio despliegue de literatura que vino ocupándose de ello en diversas épocas.

Sin embargo, hay otros dos registros que no quisiera pasaran por alto, sobre todo en un momento, el de la mayor incertidumbre que tiene la humanidad toda, aunque destinados a poner en valor significados de vigencia o supervivencia detentados por y desde el toreo, que no pasa por ahora, por sus mejores momentos.

Antonio Casanueva, colaborador en el portal “AlToroMéxico.com” presenta el perfecto estado de cosas habido en una actividad en línea, que concentró a diversos actores o activistas en pro de la tauromaquia, hecho convocado por las autoridades zacatecanas en un ciclo cultural. De esto, se desprende la siguiente reseña:

Intelectuales y tauromaquia.

Cuando en el ambiente taurino reinaba el pesimismo debido a la pandemia, «Zacatecas, Tierra de Toros» organizó un ciclo cultural virtual que ha provocado profundas reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de la tauromaquia. El simposio digital reunió intelectuales de distintas especialidades –filosofía, managment, veterinaria, antropología, estudios novohispanos, historia y letras clásicas–, pero con una pasión en común: La fiesta brava.

Me explicaba don Horacio Reiba, uno de los pensadores poblanos más importantes de la actualidad, que el arte interpela y mueve con mayor vigor una mente educada y alerta que otra que sólo se deje impresionar superficialmente. Por eso, como lo demostró «Zacatecas, Tierra de Toros», es posible observar académicos que, en sus ratos de ocio, dedican su inteligencia a profundizar sobre un arte efímero que es combatido cada día desde más frentes.

Un intelectual es alguien que realiza una reflexión crítica sobre la realidad y comunica sus ideas con el objetivo de influir y mover a la sociedad. El factor clave para considerar a un pensador (científico, filósofo, escritor o artista) como un intelectual, es el grado de compromiso con la realidad de su época. Jean Paul Sartre decía que intelectual es el que se mete donde no lo llaman.

Coordinados por el periodista Juan Antonio de Labra, los doctores Julio Fernández, Fernanda Haro y François Zumbiehl utilizaron sus amplios conocimientos académicos para hacer un análisis y provocar un llamado que puede resultar transformador para la tauromaquia del siglo XXI.

   Fernanda Haro hizo un recorrido histórico por el antitaurinismo y explicó que, sin detractores, no sería posible la fiesta brava. Y es que las corridas de toros son un arte tan intenso que lo mismo provoca la emoción sublime, que una aguda repulsión. A los pesimistas, aquellos que creen que la pandemia acabará con los toros bravos, la doctora de Haro les dijo que esta no es ni con mucho la mayor crisis que ha vivido la tauromaquia. El espectáculo taurino ha evolucionado y se ha fortalecido gracias a las dificultades y al diálogo con los antitaurinos.

Ante este llamado, el doctor Julio Fernández presentó los resultados de años de estudios científicos que tienen como propósito mejorar los aspectos fundamentales de la lidia. Ante la sensibilidad de la sociedad actual, las corridas de toros requieren evolucionar y para ello el doctor Fernández propone la modificación de los utensilios en la corrida de toros.

Y así como el peto que se coloca a los caballos desde 1928 coadyuvó a la evolución del toreo moderno, la utilización de materiales y técnicas más actuales (por ejemplo, la nanotecnología) en la manufactura de la divisa, puya, estribo de la montura de picar, banderillas y espada, permitiría no sólo una mayor emoción, sino favorecer al toro durante su lidia.

La mente clara y elocuente del doctor François Zumbiehl, nos hizo entender porque Francia se ha convertido en uno de los más importantes epicentros taurinos de la actualidad. Ante una sociedad que intenta humanizar a los animales, pensadores como Zumbiehl han hecho entender a los franceses que la tauromaquia defiende los valores grecolatinos y judeocristianos. Y por eso se llenan las plazas en Arles, Bayonne, Béziers, Céret, Dax, Nimes y otras ciudades de Francia donde la población acude, sin traumas, a emocionarse con los valientes que crean belleza arriesgando su vida ante una bestia.

El sociólogo norteamericano Amitai Etzioni explicaba que el papel de los intelectuales es cuidar de falsas suposiciones colectivas que sostienen los ciudadanos. Los académicos –como se vio en el Ciclo Cultural Virtual de «Zacatecas, Tierra de Toros»– pueden contribuir a renovar, reconstruir, imaginar un espectáculo taurino evolucionado que, fincado en sus valores y en la tradición, innove y se adapte.[2]

Pues bien, a lo anterior debo sumar otro testimonio que no tiene desperdicio. La suma de sus contenidos, demanda un serio análisis para saber o conocer qué será del futuro inmediato de la fiesta de toros en México, asunto que, como muchos otros factores es motivo de la profunda crisis por todos conocida. Sin embargo, a esa dimensión sin escala, debe sumarse la que ya venía siendo notoria en el espectáculo mismo, de ahí nuestra profunda preocupación en saber si se tendrán garantías de un futuro, sin más. En ese sentido, me refiero a la columna “¿La fiesta en paz?”, cuyo responsable es el buen amigo “Leonardo Páez”, quien tuvo la deferencia de conversar con un colega, el historiador Jesús Flores Olague, y que, para que quede constancia de ese diálogo, este aparece a continuación:

¿Qué oferta de espectáculo atraerá al gran público? Sobran toros con edad, faltan toreros con intensidad y empresas imaginativas.

Leonardo Páez.

Si los estadios serán reabiertos a 30 por ciento de su capacidad, ¿qué espera el monopolio taurino para empezar a reabrir sus plazas, acostumbrado como está a soportar pobres entradas?, se pregunta el doctor en historia Jesús Flores Olague, y agrega: “Ya hemos visto cómo se entiende en España la reconstrucción de la fiesta, pero anunciar a Ponce, Morante o El Juli, difícilmente va a atraer al gran público y menos a un público joven, carente de formación taurina pero aún dispuesto a emocionarse con algo más que tauromaquias desgastadas”.

-¿Qué fórmulas pueden atraer a un público que ya antes de la pandemia se había alejado de las plazas?

–Pues las que partan de una reflexión honesta y a fondo de los propios taurinos, renuentes siempre a cuestionar y a modificar una añeja estructura probadamente defectuosa que se olvidó de la relación fiesta de toros y sociedad, o del obligado vínculo entre toros, toreros y público. Si de verdad se quiere un futuro saludable para la fiesta, es urgente un revulsivo, modificaciones radicales en los criterios de las empresas para obtener resultados favorables y sostenibles, no sólo para sus utilidades cortoplacistas sino para el reposicionamiento de la rica tradición taurina de México.

–Ganaderos y toreros no…

–El silencio de los sectores es revelador de esos vicios y su pasividad, alarmante. ¿Ganaderos y toreros cuándo van a pronunciarse a favor del público? En los primeros le falta bravura y emoción a sus productos, y en los segundos escasea el coraje y la disposición a rivalizar. La comodidad se instaló en las mentalidades precisamente por la falta de públicos exigentes y de autoridades comprometidas. Es imperativo motivar y acicatear a la aletargada torería nacional, hoy conformista y desmotivada ante un sistema inequitativo, en extremo cerrado y, repito, de espaldas al público, como si a éste se le hiciera un favor sin derecho a rechazarlo. Urgen toros y toreros que emocionen, no que diviertan.

“Revelador de este sistema –añade el también doctor en letras– es que en Zacatecas, mi tierra, no haya habido una empresa capaz de aportar a la fiesta una figura del toreo gracias al sistemático desaprovechamiento de toreros, desde Chucho Ruiz, prometedor y malogrado novillero en los años 40, pasando por el fino Paco Rivas, en los 80, que toreó en la Plaza México, en Madrid y Sevilla, hasta Jorge Delijorge, Antonio Romero y Platerito. Ello es todavía más censurable si se toma en cuenta la rica tradición ganadera de bravo en el estado.”

–Anunciar al malagueño Saúl Jiménez Fortes…

–Los dos carteles de noviembre en la Monumental de Zacatecas, con el valeroso pero aquí desconocido Fortes, enfrentando Piedras Negras y José Julián Llaguno, revelan criterios poco imaginativos, por no decir perversos, si pretenden reanimar la fiesta. Ese ganado, que conserva bravura intemporal y que ni de broma enfrentan los que figuran, requiere toreros más puestos. Fortes es el pundonor y la valentía, pero le ha faltado cabeza para estar en la cara del toro. Se duerme en las suertes, se recrea tanto en ellas que no se repone y le pierde la distancia a los toros. No es sólo ponerse cerca, sino estarlo sin resultar cogido. Esa es la tauromaquia que emociona, pero disminuir la sangre no va a atraer nuevos públicos; aumentar la emoción, sí. Ahora, si no hay emoción estética delante de un toro que trasmite peligro evidente, entonces la fiesta ya no tiene caso –concluye Flores Olague.[3]

Concentrados aquí todos los componentes de esta conocida realidad, vayamos a entender la forma o manera en que podrían actuar algunos reactivos, mismos que deberán aparecer en tiempo y forma cuando la circunstancia recobre su normalidad. Veamos.

Mientras por un lado, existe un grupo plenamente identificado como sector pensante que abona en pro de la tauromaquia, y que su papel o su quehacer sigue y seguirá siendo diseminar todo cuanto entraña el toreo como expresión, en aras de su pervivencia, por otro se tiene a un callado sector que no ha puesto ni siquiera una lanza en Flandes, o es que apenas ha habido algunos que se han declarado incompetentes para resolver el problema (y más que esto, la cruda realidad que se avecina). Por tanto, de las empresas firmes aún no hemos escuchado emitir siquiera, ya no digo una declaración sino un obligado posicionamiento en cuanto a su sentir y su pensar en estos momentos.

Como se sabe, el ganado sigue pastando y seguirá siendo una actividad perfectamente controlada por sus criadores, de ahí que se garantice edad y no remedos o eufemismo de toros. Si las empresas quieren reactivar un espectáculo que no les garantiza mucho, a falta de figuras, o porque las que siguen en el candelero ya no tienen tampoco el poder de convocatoria, es necesario por tanto, poner en marcha un operativo del que podrían obtenerse resultados efectivos que, acumulados en una, dos o hasta tres temporadas serían motivo suficiente para contar con este o aquel prospecto en la novillería o también como matadores de toros.

La clave, y no se descubre el hilo negro, es celebrar cuantos festejos “económicos” sea posible, para poner en actividad a los que se quedaron a la espera de oportunidades y que aún pueden dar señales de establecer una declaración de guerra. Y desde luego, para otro tanto sector de chavales que andan por ahí, dispersos, pero que no desaparecen, sea el momento preciso para impulsarlos y esperar de ellos, como de una cosecha vulnerable, pocos, pero buenos frutos.

No haría falta sugerirles más a las empresas que esto, por ahora, en el entendido de que tendrá que ser una prueba que supere las pésimas entradas de los más recientes años en plazas de toros, en la posible reactivación de una tauromaquia “minimalista” para entender que no solo es poner en práctica “ad nauseam” el limitadísimo bagaje taurino, que es aún más nutrido que lo que muchos piensan o llevan a la práctica. Se requiere también de un factor indispensable: la naturalidad, pero el deseo infinito de aspiración para alcanzar el grado suficiente que se necesitaría para liderar, figurar y ser visto y entendido como una figura del toreo en toda su dimensión.

La “meseta”, ese término tan de moda que establece en los gráficos la forma en que se aplana la curva de riesgo por contagio, y que puede ser vista y entendida como un comportamiento uniforme, no es deseable en estos momentos para el que tendrá que ser, el arranque de una actividad que, como muchas, será en condiciones muy vulnerables. Sin embargo, vale la pena experimentar. Ahora bien, si de esto no surge alguna reacción, la que sea, pero favorable al mismo tiempo, ese se convertirá en lo inmediato en el asidero del que dependa el futuro taurino de México.

Nadie, hasta el presente puede garantizar una reactivación, pero ello se convierte también en el reto a encarar en un tiempo que cada vez se acerca más a la normalidad… Después de esta, ¿qué vendrá a continuación?

12 de octubre de 2020.

[1] Disponible en internet, octubre 12, 2020 en: https://www.jornada.com.mx/ultimas/cultura/2020/10/12/la-caida-de-cristobal-colon-hermann-bellinghausen-3076.html

[2] Disponible en internet octubre 12, 2020 en: http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiad&id=37966

[3] Disponible en internet octubre 12, 2020 en: https://www.jornada.com.mx/2020/10/11/opinion/a08o1esp

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Ansiamos una plaza llena…

    El actual episodio que vivimos, nos orilla entre el inmenso tiempo sobrante, a hacer lectura o relectura, a buscar todos aquellos títulos en que quisimos vernos reflejados o incluso, tener la oportunidad de escribirlo. Tan importante como necesario es que por esta sola circunstancia, aumente en forma inconmensurable el nivel de lectura de nuestro país, donde los registros más recientes nos llevan a entender que puede haber persona que en un año sólo lea un libro. Además, y dadas las ventajas tecnológicas, no importa el dispositivo, es que tendría que haber lectores en potencia como nunca antes. Espero que así suceda, pues no hay pretexto alguno para abandonar ese propósito y conviene, como ahora lo comparto, encontrar libros que además de todo, provoquen un toque conmovedor en nuestro estado de ánimo, que cautiven y causen esa capacidad de asombro de la que hemos sido despojados tras el golpe contundente de la pandemia.

He leído y releído El pozo de la angustia, obra de la primera madurez del célebre José Bergamín, que pareciera haber salido de lo más hondo de un alma franciscana. Página a página es una delicia y toca las fibras más sensibles, al punto del estado de gracia. Es en esencia, el antecedente de La música callada del toreo, pues aborda en tanto emocionada circunstancia, el arrebato de lo bello que por efímero, es suficiente razón para dejarnos la tan anhelada impronta que luego, en latentes episodios se asoma una y otra vez a lo largo de nuestra vida.

Y describe cada tempo con frases o ideas concretas que, por su brevedad dan idea de hacia dónde Bergamín quiso ir en búsqueda de afirmaciones. Una de ella plantea que “Los sentimientos –decía nuestro cristianísimo Unamuno– son pensamientos en conmoción”, así, sin más.

Y luego, en afanes de contraste va hacia lo “trágico –también lo cómico- [que] es estar lleno de vacío. La máscara sola no está nunca vacía, sino llena de su vacío. Y en este sentido es el hombre persona o máscara, porque es determinación o definición de un vacío. Del vacío, de la vanidad del mundo en él. Pues en él y por él existe el mundo. Esta es la tragedia del hombre: ser o parecer máscara expresiva de un total vacío. Mas, entonces, el hombre no será persona dramática, sino trágica. Y también cómica”. Y se pone de lado con la muerte en simple y clara condición al reflexionar que “el tiempo no es la muerte. Ni su medida”. Y aún más: “Hacer tiempo, hacer memoria, hacer historia, es sencillamente vivir. Pero vivir ante la muerte, frente a la muerte, y contra la muerte”.

Y en algo que parece la sola razón de aforismos comienza con este que plantea “unas almas se purifican al arder y otras se consumen”, al que le sigue este otro: “El eco de esa voz llega ahora hasta nosotros con la interrogante metafísica del alemán Heidegger, que desde el fondo oscuro de su sima profunda nos la tiende como consecuencia secular de vivas corrientes del pensamiento: -¿Por qué ser, y no más bien nada?” que tiene respuesta con este otro: “¿Hay en la existencia del hombre un temple de ánimo tal, que le coloque inmediatamente ante la nada misma” –pregunta Heidegger; para contestarnos que sí, que ese temple del ánimo existe; que se trata de un acontecimiento posible, aunque raramente se dé, aunque solamente se realice por breves momentos: ese temple de ánimo radical es la angustia.” En tal sentido “Por eso la existencia está siempre más allá del ser. Por eso lo trasciende” que se apoya en “Este estar sosteniéndose la existencia en la nada, apoyada en la recóndita angustia, es un sobrepasar el ser en total: es la trascendencia”, de ahí que “el ser es, por esencia, finito, y solamente se patentiza en la trascendencia del existir como sobrenadando en la nada”. En concreto, “la verdad no es una razón, es una pasión” y es que “No hay nada menos razonable que la verdad ni más verdadero para el hombre que perder su razón por ella.”

Cada idea, cada frase, cada “aforismo” venidos de tan gozosa lectura, parecen describirnos gracias a la afortunada memoria, esos momentos trascendentales que alcanza la maravilla del toreo hasta quedar prendados de lo más emotivo que significa presenciar, tarde a tarde, el milagro de una verónica, o de ocurrir, todavía más, la ya desaparecida pero no por ello recuperada “larga cordobesa”, lance de los más apreciados, y que tarde a tarde se quedan en el arcón del recuerdo, con lo que no queda más remedio al evocar a “Frascuelo”, Gaona o al “Calesero”, como si se tratara de un episodio imposible de interpretar.

En este retorno a la época misma de crogmanones o neandertales, con la sola ventaja de que nos entendemos gracias al idioma, al raciocinio. Y de que la sociedad toda se ha vuelto igualitaria, en espera de que nunca más suceda un conflicto bélico, también el toreo se encuentra en absoluto derecho a conservar su esencia, la misma que acentuó Bergamín gracias a sus puntuales apreciaciones. Él, que venía de una España trágica, la del toreo en su etapa primitiva, y la de un país sumida en el conflicto de la guerra, son suficientes razones para esbozar que la tauromaquia se encuentre en derecho a su preservación. Al culminar la segunda década del siglo XX, superó aquella circunstancia de unas prácticas en que los caballos fueron víctimas y con esa especie se produjo una matanza inútil, despiadada. Sin embargo, al poner en funciones el peto protector, el toro enfrentaba un nuevo modo de demostrar su fortaleza acudiendo en mínima proporción, a tres puyazos (los demás, venían por añadidura, en demostración cabal de bravura, casta y fortaleza). Acudía, como lo sigue haciendo, a tres encuentros (cuando esto es posible, por lo menos en México, a sabiendas de una suerte bien realizada). A esto sigue el tercio de banderillas, donde como lo ha establecido la costumbre, al ser colocadas, crean un estado donde se crecen al castigo. Y luego, en culminación a ese proceso, se desarrolla una faena en que el torero aprovecha tales virtudes para rubricar, tal cual lo establece el propósito del sacrificio –junto a los usos y costumbres que conserva la tauromaquia- con una estocada que eleva a niveles heroicos al torero o lo reduce a esa nada que nos ha referido Bergamín mismo si se produce el desacierto. Ante esa profunda representación efímera, todavía hay voces que se oponen rotundamente a su puesta en escena. Demasiado existe alrededor de ese misterio como para detenerse y cuestionarlo en la forma en que, al menos ocho naciones conservan un legado con fuerte arraigo cultural y simbólico, de acuerdo a lo que cada una significa en su historia misma.

Nadie de quienes intervienen en un festejo, hasta donde es posible apreciar, lo hace con intenciones deliberadas de maltrato o tortura, pues se sigue un patrón fundado en antiguo ritual en el que se sintetiza el contexto de su desarrollo. Reprochamos, en todo caso una mala actuación, pero no el despropósito de que quieran contribuir alterando su pureza.

   Desde esa perspectiva, sin más propósito que justificar su presencia, el “quite” de José Bergamín viene muy bien como motivo de defensa. La fragilidad a que se ha visto sometida la humanidad toda desde que comenzó 2020 de triste memoria, ya provocó, como no lo hicieron guerras ni tampoco ninguna diferencia entre las naciones lo que no imaginábamos. Superar tal estadio se convertirá en el mayor desafío de esta y las siguientes generaciones hasta recuperar el nivel de equilibrio congruente con los tiempos por venir.

Raúl Dorra, quien dejó un largo legado en la teoría literaria, y como un argentino universal, abierto, que no era taurino, pero respetaba esta expresión decía que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad “por definición es un exceso, un desborde [que] sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial”.

“Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención”.

“Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente- la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros”.

Así que en este aquí y ahora, amparados en el cambio radical que ha producido la pandemia, donde pensamientos, teorías y reflexiones tendrán que adecuarse a los tiempos por venir. Mientras tanto, queremos una fiesta viva, entendida hasta por todos aquellos que se opusieron o siguen oponiéndose bajo la ideología antiespecista la cual considera que el animal es igual al hombre, que en nada ofende el sentido pragmático que detenta, esperando una conciliación de las teorías antropocentrista y biocentrista que son el origen del conflicto, primero. Espiritual o sacrificial después, como auténtica realidad, que sintetiza en una tarde siglos de integración, y nos lleve a entender la lucha por la vida y por la muerte, sin ofensa alguna de los contrarios que se enfrentan desde hace muchos siglos, para conseguir gracias a la fortaleza del toro, y gracias también a los ingredientes técnicos y estéticos del torero, apenas la dosis suficiente de emoción o de tragedia surgida en tan sublime combate.

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