EDITORIAL.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Hoy, 12 de octubre se recuerdan a partir de un solo hecho, las diversas circunstancias que arrojó la consecuencia del discutido episodio del “descubrimiento”, “encuentro”, “encontronazo” o “invención” de América. A 528 años de aquel hecho polémico, se rememoran –a favor o en contra-, todos los significados que el mismo arrojó y sigue arrojando y seguirá haciéndolo, de acuerdo a la postura que cada una de las partes siga manteniendo vindicando o reivindicando factores propios de conquistadores y conquistados.
En ese sentido, “La caída de Cristóbal Colón”, que escribe Hermann Bellinghausen, parece tener todo el filo que corta y evidencia de un solo golpe toda la desmesura ocasionada a raíz del episodio aquí analizado. Es más, el retiro de la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma para su “restauración”, evita las amenazas abanderadas por los opositores que defienden a la parte ofendida, misma que sigue ahí, en los genes de nuevas generaciones las cuales reavivan lo que produjo aquella “casualidad” o “causalidad” en la historia. Por tanto, conviene traer hasta aquí, íntegro ese texto para que se sepa cómo se reflexiona, desde la sensatez tal circunstancia.
Ciudad de México. El 12 de octubre de 2020 pudo ser el día que cayera Cristóbal Colón de su pedestal en el Paseo de la Reforma. Las autoridades capitalinas prefirieron adelantarse al derribamiento anunciado durante la movilización anual que de un tiempo a esta parte sustituye al Día de la Raza, que ya nadie se atreve a conmemorarlo así. Los distinguidos Caballeros de Colón (apodados por la plebe resentida como las Mulas de don Cristóbal), una élite de ultraderecha que dominaba las festividades guadalupanas y colombinas, fueron borrados de la escena. En el calendario cívico, el descubrimiento de América cedió paso al eufemístico encuentro de dos mundos.
La revuelta se había iniciado y no tenía reversa. Contra todo pronóstico antropológico, político o demográfico, los pueblos originarios del continente recuperaron voz y presencia. Mejor dicho, ganaron una voz y una presencia que nunca antes habían tenido.
Aunque la transformación en la conciencia colectiva de los llamados indios (indígenas, nativos americanos, aborígenes, pueblos originarios) databa de antes –en algunos casos, como en la región andina, de la década de 1930–, la fecha de quiebre es 1992. Los fastos por el Quinto Centenario de la corona restaurada y los afanosos gobiernos hispanoamericanos se cebaron ante un despertar continental sin precedente, que el 12 de octubre de ese año se manifestó en Quito y San Cristóbal de Las Casas con un nuevo impulso: el de la reivindicación colectiva de la América profunda.
En Ecuador los pueblos sacaron arcos y flechas. En Chiapas, los mecates y los marros. En la vieja Ciudad Real, la conmemoración indígena rescribió la Historia. Los indios ariscos espantaron a la población ladina y el gobierno los miró con desprecio. En una acción que fue percibida como excesiva, un grupo de manifestantes mayas derribó la estatua del conquistador y genocida Diego de Mazariegos.
La recuperación de la memoria comenzó a exhibir a los grandes conquistadores como lo que fueron, unos asesinos. Colón el primero (o sus esbirros), y si él no fue el peor es porque le faltó el tiempo que tuvieron de sobra los españoles y portugueses que lo siguieron. Tiempo después se sumarían holandeses, franceses e ingleses a cual más de despiadados.
Como el imperio romano prueba mejor que nadie, la Historia la escriben los vencedores. Eso no salva de la decadencia y la derrota a los imperios, así pasen muchos años. Para las sociedades dominantes del hemisferio, los indígenas siguen siendo un inconveniente mal resuelto, pero las estatuas caen como los bolos a últimas fechas, así como los descubridores tumbaron ídolos y templos en su momento. Esto habla no sólo de un despertar, sino de una pérdida del miedo. La caída de Mazariegos en la plaza de Santo Domingo retumbó un año después cuando el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocupó San Cristóbal y otras plazas.
En América entera el arrebato indígena ya no se detuvo. La nueva conciencia permitió ver al fin como crueles asesinos a los héroes del hombre blanco, fueran Andrew Jackson o los generales Roca y Díaz. La literatura, de Ercilla a Borges, cayó de pronto en el lado equivocado. En México la Revolución originó una suerte de vicaria reivindicación con el indigenismo institucional, académico y literario, más cercano a la lástima y el ánimo sepulturero. El genocidio, aun si lento, nunca se fue, y sigue agazapado en las paternalistas buenas intenciones de López Obrador, que se parecen a las de Echeverría, que se parecían a las de Cárdenas, que se parecían a las de…
Esta mentalidad ya caducó. Al menos para los sectores más conscientes y libres de la indianidad americana. De Canadá a Chile la herida crece y el clamor también. Las estatuas de los esclavistas, los exterminadores y los pacificadores van cayendo, una tras otra, al basurero de la Historia.
Fierros viejos, nostalgia pálida, vergüenza mal disimulada en los intentos criollos de pedir perdón y demandarlo al Viejo Mundo, resultan inútiles disculpas sin correlato con la realidad medio milenio después. Más allá de los reyes cuestionados y los pontífices interpelados, la victoria de los pueblos se prolonga en su vida sostenida y la recuperación de la memoria. Como desafío urbanístico y a la ley y el orden, las estatuas seguirán cayendo. Se han convertido en otro escenario del debate político. Donde puede, el Estado las defiende, pero en manos indígenas la Historia de América está en radical remodelación.[1]
Pero aquí no para esta historia. Era necesario tener un telón de fondo para establecer, una, entre muchas razones de lo que aquello significó en términos de herencia en la rica muestra de historia cotidiana. Me refiero a la tauromaquia que en la actualidad alcanza ya los 494 años de presencia intermitente en el mestizaje producido por el que luego fue un largo proceso de colonización, y donde –como ya sabemos-, algunos territorios americanos hicieron suya aquella expresión hasta hacerla pervivir en estos primeros años del siglo XXI.
Sin embargo, al presentarse la pandemia y toda la desolación que ésta produce y seguirá produciendo en términos, sobre todo económicos, y cuya normalización o cierta estabilidad tomará, según algunos expertos un largo periodo de diez o más años, ello afecta también ya no digo al territorio, sino al nicho taurino que sobrevive en nuestro país de una otrora manifestación popular que permitió, en diversas épocas de su recorrido, contar con figuras y hechos trascendentes. De ahí que la consecuencia se vea inscrita en un amplio despliegue de literatura que vino ocupándose de ello en diversas épocas.
Sin embargo, hay otros dos registros que no quisiera pasaran por alto, sobre todo en un momento, el de la mayor incertidumbre que tiene la humanidad toda, aunque destinados a poner en valor significados de vigencia o supervivencia detentados por y desde el toreo, que no pasa por ahora, por sus mejores momentos.
Antonio Casanueva, colaborador en el portal “AlToroMéxico.com” presenta el perfecto estado de cosas habido en una actividad en línea, que concentró a diversos actores o activistas en pro de la tauromaquia, hecho convocado por las autoridades zacatecanas en un ciclo cultural. De esto, se desprende la siguiente reseña:
Intelectuales y tauromaquia.
Cuando en el ambiente taurino reinaba el pesimismo debido a la pandemia, «Zacatecas, Tierra de Toros» organizó un ciclo cultural virtual que ha provocado profundas reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de la tauromaquia. El simposio digital reunió intelectuales de distintas especialidades –filosofía, managment, veterinaria, antropología, estudios novohispanos, historia y letras clásicas–, pero con una pasión en común: La fiesta brava.
Me explicaba don Horacio Reiba, uno de los pensadores poblanos más importantes de la actualidad, que el arte interpela y mueve con mayor vigor una mente educada y alerta que otra que sólo se deje impresionar superficialmente. Por eso, como lo demostró «Zacatecas, Tierra de Toros», es posible observar académicos que, en sus ratos de ocio, dedican su inteligencia a profundizar sobre un arte efímero que es combatido cada día desde más frentes.
Un intelectual es alguien que realiza una reflexión crítica sobre la realidad y comunica sus ideas con el objetivo de influir y mover a la sociedad. El factor clave para considerar a un pensador (científico, filósofo, escritor o artista) como un intelectual, es el grado de compromiso con la realidad de su época. Jean Paul Sartre decía que intelectual es el que se mete donde no lo llaman.
Coordinados por el periodista Juan Antonio de Labra, los doctores Julio Fernández, Fernanda Haro y François Zumbiehl utilizaron sus amplios conocimientos académicos para hacer un análisis y provocar un llamado que puede resultar transformador para la tauromaquia del siglo XXI.
Fernanda Haro hizo un recorrido histórico por el antitaurinismo y explicó que, sin detractores, no sería posible la fiesta brava. Y es que las corridas de toros son un arte tan intenso que lo mismo provoca la emoción sublime, que una aguda repulsión. A los pesimistas, aquellos que creen que la pandemia acabará con los toros bravos, la doctora de Haro les dijo que esta no es ni con mucho la mayor crisis que ha vivido la tauromaquia. El espectáculo taurino ha evolucionado y se ha fortalecido gracias a las dificultades y al diálogo con los antitaurinos.
Ante este llamado, el doctor Julio Fernández presentó los resultados de años de estudios científicos que tienen como propósito mejorar los aspectos fundamentales de la lidia. Ante la sensibilidad de la sociedad actual, las corridas de toros requieren evolucionar y para ello el doctor Fernández propone la modificación de los utensilios en la corrida de toros.
Y así como el peto que se coloca a los caballos desde 1928 coadyuvó a la evolución del toreo moderno, la utilización de materiales y técnicas más actuales (por ejemplo, la nanotecnología) en la manufactura de la divisa, puya, estribo de la montura de picar, banderillas y espada, permitiría no sólo una mayor emoción, sino favorecer al toro durante su lidia.
La mente clara y elocuente del doctor François Zumbiehl, nos hizo entender porque Francia se ha convertido en uno de los más importantes epicentros taurinos de la actualidad. Ante una sociedad que intenta humanizar a los animales, pensadores como Zumbiehl han hecho entender a los franceses que la tauromaquia defiende los valores grecolatinos y judeocristianos. Y por eso se llenan las plazas en Arles, Bayonne, Béziers, Céret, Dax, Nimes y otras ciudades de Francia donde la población acude, sin traumas, a emocionarse con los valientes que crean belleza arriesgando su vida ante una bestia.
El sociólogo norteamericano Amitai Etzioni explicaba que el papel de los intelectuales es cuidar de falsas suposiciones colectivas que sostienen los ciudadanos. Los académicos –como se vio en el Ciclo Cultural Virtual de «Zacatecas, Tierra de Toros»– pueden contribuir a renovar, reconstruir, imaginar un espectáculo taurino evolucionado que, fincado en sus valores y en la tradición, innove y se adapte.[2]
Pues bien, a lo anterior debo sumar otro testimonio que no tiene desperdicio. La suma de sus contenidos, demanda un serio análisis para saber o conocer qué será del futuro inmediato de la fiesta de toros en México, asunto que, como muchos otros factores es motivo de la profunda crisis por todos conocida. Sin embargo, a esa dimensión sin escala, debe sumarse la que ya venía siendo notoria en el espectáculo mismo, de ahí nuestra profunda preocupación en saber si se tendrán garantías de un futuro, sin más. En ese sentido, me refiero a la columna “¿La fiesta en paz?”, cuyo responsable es el buen amigo “Leonardo Páez”, quien tuvo la deferencia de conversar con un colega, el historiador Jesús Flores Olague, y que, para que quede constancia de ese diálogo, este aparece a continuación:
¿Qué oferta de espectáculo atraerá al gran público? Sobran toros con edad, faltan toreros con intensidad y empresas imaginativas.
Leonardo Páez.
Si los estadios serán reabiertos a 30 por ciento de su capacidad, ¿qué espera el monopolio taurino para empezar a reabrir sus plazas, acostumbrado como está a soportar pobres entradas?, se pregunta el doctor en historia Jesús Flores Olague, y agrega: “Ya hemos visto cómo se entiende en España la reconstrucción de la fiesta, pero anunciar a Ponce, Morante o El Juli, difícilmente va a atraer al gran público y menos a un público joven, carente de formación taurina pero aún dispuesto a emocionarse con algo más que tauromaquias desgastadas”.
-¿Qué fórmulas pueden atraer a un público que ya antes de la pandemia se había alejado de las plazas?
–Pues las que partan de una reflexión honesta y a fondo de los propios taurinos, renuentes siempre a cuestionar y a modificar una añeja estructura probadamente defectuosa que se olvidó de la relación fiesta de toros y sociedad, o del obligado vínculo entre toros, toreros y público. Si de verdad se quiere un futuro saludable para la fiesta, es urgente un revulsivo, modificaciones radicales en los criterios de las empresas para obtener resultados favorables y sostenibles, no sólo para sus utilidades cortoplacistas sino para el reposicionamiento de la rica tradición taurina de México.
–Ganaderos y toreros no…
–El silencio de los sectores es revelador de esos vicios y su pasividad, alarmante. ¿Ganaderos y toreros cuándo van a pronunciarse a favor del público? En los primeros le falta bravura y emoción a sus productos, y en los segundos escasea el coraje y la disposición a rivalizar. La comodidad se instaló en las mentalidades precisamente por la falta de públicos exigentes y de autoridades comprometidas. Es imperativo motivar y acicatear a la aletargada torería nacional, hoy conformista y desmotivada ante un sistema inequitativo, en extremo cerrado y, repito, de espaldas al público, como si a éste se le hiciera un favor sin derecho a rechazarlo. Urgen toros y toreros que emocionen, no que diviertan.
“Revelador de este sistema –añade el también doctor en letras– es que en Zacatecas, mi tierra, no haya habido una empresa capaz de aportar a la fiesta una figura del toreo gracias al sistemático desaprovechamiento de toreros, desde Chucho Ruiz, prometedor y malogrado novillero en los años 40, pasando por el fino Paco Rivas, en los 80, que toreó en la Plaza México, en Madrid y Sevilla, hasta Jorge Delijorge, Antonio Romero y Platerito. Ello es todavía más censurable si se toma en cuenta la rica tradición ganadera de bravo en el estado.”
–Anunciar al malagueño Saúl Jiménez Fortes…
–Los dos carteles de noviembre en la Monumental de Zacatecas, con el valeroso pero aquí desconocido Fortes, enfrentando Piedras Negras y José Julián Llaguno, revelan criterios poco imaginativos, por no decir perversos, si pretenden reanimar la fiesta. Ese ganado, que conserva bravura intemporal y que ni de broma enfrentan los que figuran, requiere toreros más puestos. Fortes es el pundonor y la valentía, pero le ha faltado cabeza para estar en la cara del toro. Se duerme en las suertes, se recrea tanto en ellas que no se repone y le pierde la distancia a los toros. No es sólo ponerse cerca, sino estarlo sin resultar cogido. Esa es la tauromaquia que emociona, pero disminuir la sangre no va a atraer nuevos públicos; aumentar la emoción, sí. Ahora, si no hay emoción estética delante de un toro que trasmite peligro evidente, entonces la fiesta ya no tiene caso –concluye Flores Olague.[3]
Concentrados aquí todos los componentes de esta conocida realidad, vayamos a entender la forma o manera en que podrían actuar algunos reactivos, mismos que deberán aparecer en tiempo y forma cuando la circunstancia recobre su normalidad. Veamos.
Mientras por un lado, existe un grupo plenamente identificado como sector pensante que abona en pro de la tauromaquia, y que su papel o su quehacer sigue y seguirá siendo diseminar todo cuanto entraña el toreo como expresión, en aras de su pervivencia, por otro se tiene a un callado sector que no ha puesto ni siquiera una lanza en Flandes, o es que apenas ha habido algunos que se han declarado incompetentes para resolver el problema (y más que esto, la cruda realidad que se avecina). Por tanto, de las empresas firmes aún no hemos escuchado emitir siquiera, ya no digo una declaración sino un obligado posicionamiento en cuanto a su sentir y su pensar en estos momentos.
Como se sabe, el ganado sigue pastando y seguirá siendo una actividad perfectamente controlada por sus criadores, de ahí que se garantice edad y no remedos o eufemismo de toros. Si las empresas quieren reactivar un espectáculo que no les garantiza mucho, a falta de figuras, o porque las que siguen en el candelero ya no tienen tampoco el poder de convocatoria, es necesario por tanto, poner en marcha un operativo del que podrían obtenerse resultados efectivos que, acumulados en una, dos o hasta tres temporadas serían motivo suficiente para contar con este o aquel prospecto en la novillería o también como matadores de toros.
La clave, y no se descubre el hilo negro, es celebrar cuantos festejos “económicos” sea posible, para poner en actividad a los que se quedaron a la espera de oportunidades y que aún pueden dar señales de establecer una declaración de guerra. Y desde luego, para otro tanto sector de chavales que andan por ahí, dispersos, pero que no desaparecen, sea el momento preciso para impulsarlos y esperar de ellos, como de una cosecha vulnerable, pocos, pero buenos frutos.
No haría falta sugerirles más a las empresas que esto, por ahora, en el entendido de que tendrá que ser una prueba que supere las pésimas entradas de los más recientes años en plazas de toros, en la posible reactivación de una tauromaquia “minimalista” para entender que no solo es poner en práctica “ad nauseam” el limitadísimo bagaje taurino, que es aún más nutrido que lo que muchos piensan o llevan a la práctica. Se requiere también de un factor indispensable: la naturalidad, pero el deseo infinito de aspiración para alcanzar el grado suficiente que se necesitaría para liderar, figurar y ser visto y entendido como una figura del toreo en toda su dimensión.
La “meseta”, ese término tan de moda que establece en los gráficos la forma en que se aplana la curva de riesgo por contagio, y que puede ser vista y entendida como un comportamiento uniforme, no es deseable en estos momentos para el que tendrá que ser, el arranque de una actividad que, como muchas, será en condiciones muy vulnerables. Sin embargo, vale la pena experimentar. Ahora bien, si de esto no surge alguna reacción, la que sea, pero favorable al mismo tiempo, ese se convertirá en lo inmediato en el asidero del que dependa el futuro taurino de México.
Nadie, hasta el presente puede garantizar una reactivación, pero ello se convierte también en el reto a encarar en un tiempo que cada vez se acerca más a la normalidad… Después de esta, ¿qué vendrá a continuación?
12 de octubre de 2020.
[1] Disponible en internet, octubre 12, 2020 en: https://www.jornada.com.mx/ultimas/cultura/2020/10/12/la-caida-de-cristobal-colon-hermann-bellinghausen-3076.html
[2] Disponible en internet octubre 12, 2020 en: http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiad&id=37966
[3] Disponible en internet octubre 12, 2020 en: https://www.jornada.com.mx/2020/10/11/opinion/a08o1esp
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Ansiamos una plaza llena…
El actual episodio que vivimos, nos orilla entre el inmenso tiempo sobrante, a hacer lectura o relectura, a buscar todos aquellos títulos en que quisimos vernos reflejados o incluso, tener la oportunidad de escribirlo. Tan importante como necesario es que por esta sola circunstancia, aumente en forma inconmensurable el nivel de lectura de nuestro país, donde los registros más recientes nos llevan a entender que puede haber persona que en un año sólo lea un libro. Además, y dadas las ventajas tecnológicas, no importa el dispositivo, es que tendría que haber lectores en potencia como nunca antes. Espero que así suceda, pues no hay pretexto alguno para abandonar ese propósito y conviene, como ahora lo comparto, encontrar libros que además de todo, provoquen un toque conmovedor en nuestro estado de ánimo, que cautiven y causen esa capacidad de asombro de la que hemos sido despojados tras el golpe contundente de la pandemia.
He leído y releído El pozo de la angustia, obra de la primera madurez del célebre José Bergamín, que pareciera haber salido de lo más hondo de un alma franciscana. Página a página es una delicia y toca las fibras más sensibles, al punto del estado de gracia. Es en esencia, el antecedente de La música callada del toreo, pues aborda en tanto emocionada circunstancia, el arrebato de lo bello que por efímero, es suficiente razón para dejarnos la tan anhelada impronta que luego, en latentes episodios se asoma una y otra vez a lo largo de nuestra vida.
Y describe cada tempo con frases o ideas concretas que, por su brevedad dan idea de hacia dónde Bergamín quiso ir en búsqueda de afirmaciones. Una de ella plantea que “Los sentimientos –decía nuestro cristianísimo Unamuno– son pensamientos en conmoción”, así, sin más.
Y luego, en afanes de contraste va hacia lo “trágico –también lo cómico- [que] es estar lleno de vacío. La máscara sola no está nunca vacía, sino llena de su vacío. Y en este sentido es el hombre persona o máscara, porque es determinación o definición de un vacío. Del vacío, de la vanidad del mundo en él. Pues en él y por él existe el mundo. Esta es la tragedia del hombre: ser o parecer máscara expresiva de un total vacío. Mas, entonces, el hombre no será persona dramática, sino trágica. Y también cómica”. Y se pone de lado con la muerte en simple y clara condición al reflexionar que “el tiempo no es la muerte. Ni su medida”. Y aún más: “Hacer tiempo, hacer memoria, hacer historia, es sencillamente vivir. Pero vivir ante la muerte, frente a la muerte, y contra la muerte”.
Y en algo que parece la sola razón de aforismos comienza con este que plantea “unas almas se purifican al arder y otras se consumen”, al que le sigue este otro: “El eco de esa voz llega ahora hasta nosotros con la interrogante metafísica del alemán Heidegger, que desde el fondo oscuro de su sima profunda nos la tiende como consecuencia secular de vivas corrientes del pensamiento: -¿Por qué ser, y no más bien nada?” que tiene respuesta con este otro: “¿Hay en la existencia del hombre un temple de ánimo tal, que le coloque inmediatamente ante la nada misma” –pregunta Heidegger; para contestarnos que sí, que ese temple del ánimo existe; que se trata de un acontecimiento posible, aunque raramente se dé, aunque solamente se realice por breves momentos: ese temple de ánimo radical es la angustia.” En tal sentido “Por eso la existencia está siempre más allá del ser. Por eso lo trasciende” que se apoya en “Este estar sosteniéndose la existencia en la nada, apoyada en la recóndita angustia, es un sobrepasar el ser en total: es la trascendencia”, de ahí que “el ser es, por esencia, finito, y solamente se patentiza en la trascendencia del existir como sobrenadando en la nada”. En concreto, “la verdad no es una razón, es una pasión” y es que “No hay nada menos razonable que la verdad ni más verdadero para el hombre que perder su razón por ella.”
Cada idea, cada frase, cada “aforismo” venidos de tan gozosa lectura, parecen describirnos gracias a la afortunada memoria, esos momentos trascendentales que alcanza la maravilla del toreo hasta quedar prendados de lo más emotivo que significa presenciar, tarde a tarde, el milagro de una verónica, o de ocurrir, todavía más, la ya desaparecida pero no por ello recuperada “larga cordobesa”, lance de los más apreciados, y que tarde a tarde se quedan en el arcón del recuerdo, con lo que no queda más remedio al evocar a “Frascuelo”, Gaona o al “Calesero”, como si se tratara de un episodio imposible de interpretar.
En este retorno a la época misma de crogmanones o neandertales, con la sola ventaja de que nos entendemos gracias al idioma, al raciocinio. Y de que la sociedad toda se ha vuelto igualitaria, en espera de que nunca más suceda un conflicto bélico, también el toreo se encuentra en absoluto derecho a conservar su esencia, la misma que acentuó Bergamín gracias a sus puntuales apreciaciones. Él, que venía de una España trágica, la del toreo en su etapa primitiva, y la de un país sumida en el conflicto de la guerra, son suficientes razones para esbozar que la tauromaquia se encuentre en derecho a su preservación. Al culminar la segunda década del siglo XX, superó aquella circunstancia de unas prácticas en que los caballos fueron víctimas y con esa especie se produjo una matanza inútil, despiadada. Sin embargo, al poner en funciones el peto protector, el toro enfrentaba un nuevo modo de demostrar su fortaleza acudiendo en mínima proporción, a tres puyazos (los demás, venían por añadidura, en demostración cabal de bravura, casta y fortaleza). Acudía, como lo sigue haciendo, a tres encuentros (cuando esto es posible, por lo menos en México, a sabiendas de una suerte bien realizada). A esto sigue el tercio de banderillas, donde como lo ha establecido la costumbre, al ser colocadas, crean un estado donde se crecen al castigo. Y luego, en culminación a ese proceso, se desarrolla una faena en que el torero aprovecha tales virtudes para rubricar, tal cual lo establece el propósito del sacrificio –junto a los usos y costumbres que conserva la tauromaquia- con una estocada que eleva a niveles heroicos al torero o lo reduce a esa nada que nos ha referido Bergamín mismo si se produce el desacierto. Ante esa profunda representación efímera, todavía hay voces que se oponen rotundamente a su puesta en escena. Demasiado existe alrededor de ese misterio como para detenerse y cuestionarlo en la forma en que, al menos ocho naciones conservan un legado con fuerte arraigo cultural y simbólico, de acuerdo a lo que cada una significa en su historia misma.
Nadie de quienes intervienen en un festejo, hasta donde es posible apreciar, lo hace con intenciones deliberadas de maltrato o tortura, pues se sigue un patrón fundado en antiguo ritual en el que se sintetiza el contexto de su desarrollo. Reprochamos, en todo caso una mala actuación, pero no el despropósito de que quieran contribuir alterando su pureza.
Desde esa perspectiva, sin más propósito que justificar su presencia, el “quite” de José Bergamín viene muy bien como motivo de defensa. La fragilidad a que se ha visto sometida la humanidad toda desde que comenzó 2020 de triste memoria, ya provocó, como no lo hicieron guerras ni tampoco ninguna diferencia entre las naciones lo que no imaginábamos. Superar tal estadio se convertirá en el mayor desafío de esta y las siguientes generaciones hasta recuperar el nivel de equilibrio congruente con los tiempos por venir.
Raúl Dorra, quien dejó un largo legado en la teoría literaria, y como un argentino universal, abierto, que no era taurino, pero respetaba esta expresión decía que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad “por definición es un exceso, un desborde [que] sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial”.
“Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención”.
“Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente- la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros”.
Así que en este aquí y ahora, amparados en el cambio radical que ha producido la pandemia, donde pensamientos, teorías y reflexiones tendrán que adecuarse a los tiempos por venir. Mientras tanto, queremos una fiesta viva, entendida hasta por todos aquellos que se opusieron o siguen oponiéndose bajo la ideología antiespecista la cual considera que el animal es igual al hombre, que en nada ofende el sentido pragmático que detenta, esperando una conciliación de las teorías antropocentrista y biocentrista que son el origen del conflicto, primero. Espiritual o sacrificial después, como auténtica realidad, que sintetiza en una tarde siglos de integración, y nos lleve a entender la lucha por la vida y por la muerte, sin ofensa alguna de los contrarios que se enfrentan desde hace muchos siglos, para conseguir gracias a la fortaleza del toro, y gracias también a los ingredientes técnicos y estéticos del torero, apenas la dosis suficiente de emoción o de tragedia surgida en tan sublime combate.